Termitas - Cuento - Antonio Carrillo Cerda

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Antonio Carrillo Cerda

TERMITAS

CUENTO


Uruapan,Michoacán, México. Edición del autor.

Termitas (2020) ©Todos los derechos reservados Contacto antonio_carrillo_cerda@hotmail.com


B EVE

NARRATIVA


TERMITAS


Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. Génesis 1:28

7 de abril. El hombre llegó al hotel Tropical en punto de las 14:00 horas. Nadie conocía su rostro, nadie llegaría a conocer su nombre. Vino de la ciudad pensando que su estancia sería breve: un error de percepción. Decadente y no menos paupérrimo el hotel dejaba ver que ni ahora, ni en el pasado había gozado de elegancia o de buen gusto. Se podía sentir la humedad. La suciedad evidente, diríase característica, se esparcía uniformemente; olía a edificio viejo lleno de sombras diurnas, los metales de los barandales y rejas estaban tan oxidados que cualquiera afirmaría que el inmueble había estado bajo tierra una eternidad. El hombre mortificado por el escenario se dijo para sus adentros “…hay que ahorrar…”. 5


Se acercó a la mesa de madera que hacía las veces de recepción buscando la campana plateada, que de costumbre suele encontrarse sobre el mostrador, en su mente anticipaba imaginariamente el golpe sobre el botón y el sonido que reclamaría atención. Ni la campana, ni el dependiente aparecieron, tuvo que gritar “¡Buenas tardes!”, y preguntar “¿Quién vive?” golpeando con la palma de la mano el mostrador el cual sonó hueco. Su voz se esparció por el pasillo como si hubiera gritado en un túnel que daba la impresión de hacerse pequeño conforme se disipaba el sonido. Una mujer mayor apareció al final del corredor principal era Doña Reyna la propietaria que se encargaba de mantener a los niños de la familia lejos de las habitaciones y de fingir que hacía la limpieza; se paseaba todos los días de las 5:00 de la mañana hasta la media noche entre los pasillos del hotel vigilando si los huéspedes llegaban temprano o tarde, si les traían comida o preparaban alimentos en el cuarto, si estaban solos o acompañados, si eran decentes o pecaminosos “¡Ya lo vi, no grite que no estamos sordos! Mijo baja en seguida”.

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El hombre pasaba la mano sobre la manija de aluminio de la maleta intentando canalizar la desesperación “…12 horas de viaje…”. 14:15 p. m. Apareció al fin el encargado, un hombre de cuarenta años, con playera blanca demasiado pequeña para el cuerpo antes fornido, los pantalones cortos hacían, junto con las sandalias de plástico, el atuendo cotidiano de un gringo en la playa: ̶ ¿Tiene una habitación disponible? ̶ Algo hay, algo hay. ¿Es para usted solo? ̶ Sí, solo para mí. Subieron al segundo piso. Las galerías estaban ordenadas de forma caprichosa. Las puertas de las habitaciones tenían chapas para exteriores lo que es común en esta región del país. El encargado mantuvo una disputa de funcionalidad con la chapa de la puerta “…espéreme tantito, es que tiene su truquito…”, siempre resulta interesante escuchar el uso de diminutivos en la boca de hombres altos, más aún si formaron parte de la milicia: el hijo de Doña Reyna había sido soldado raso, con muy poco éxito: tras dos años de vida castrense volvió a casa con la deshonra de abandonar el Heroico Ejército Mexicano para dedicarse a alegrar fiestas infantiles con singular atuendo de payaso, porque él creía 7


que era gracioso: sus ojos psicópatas asustaban a los niños, pero la presencia de aquel gigante alegraba a las mamás con sus tres chistes de doble sentido repetidos hasta el infinito “…tragar la espada…”, “…la serpiente de globo…”, “…la banana con mango…” lo que volvía rentable el negocio; Emiliano es de esos hombres que piensan que si repiten sus argumentos más de dos ocasiones estos ganan valor: un exsoldado ahora comediante repetitivo, repetitivo, repetitivo… Una cama matrimonial con cobijas desgastadas, un colchón deforme de resortes salientes, un espejo lleno de marcas de estampitas adheribles, un tubo cromado de medio metro clavado en una esquina para colgar la ropa, una mesa azul, una televisión gris de los 80 sin el botón de encendido, un baño de azulejos con las tuberías rotas. Nada del otro mundo. Todos los días, antes de salir, el hombre se preocupaba por esconder su ordenador. Estaba dispuesto a perderlo todo en un robo excepto los archivos del portátil. El séptimo día de estancia en el hotel descubrió que la base de la cama tenía un cajón del lado izquierdo, luego de varios intentos logró abrirlo, la superficie del cajón estaba cubierta de una 8


película muy fina del polvo de serrín, ocultó ahí el computador, consciente de la falsa sensación de seguridad que se estaba autoimponiendo. Cincuenta años bastan para aprender a diferenciar una manía mental de una idea, de un sueño, de un prejuicio o de una simple creencia. Hincado a un costado de la cama acarició su barba gris “…engáñate todo lo que quieras cabrón”. 28 de abril. Esa noche despertó agitado, sudando, dominado por la imperiosa necesidad de escribir. Encendió la única bombilla amarilla. Rechazó la opción de escribir a mano porque su letra había perdido la legibilidad por fuerza de la escritura digital. Abrió el cajón, durante nos segundos quedó extrañado al ver la tapa superior cubierta de diminutas alas doradas del tamaño de un grano de arroz, el deseo de escribir suprimió la necesidad habitual de una explicación racional del fenómeno. Calor tropical. Semidesnudo puso el portátil sobre sus rodillas sentándose en el borde de la cama. Sin considerar el destino de las alas abrió el equipo para acceder al teclado. Yo que lo miraba desde la esquina inferior de la puerta vi una nube de destellos metálicos desvanecerse entre sus pies blancos y callosos.

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Escribió, correctivamente, un cuento que minutos antes de morir narró a la enfermera que le suministraba fuertes analgésicos intravenosos: …entonces el hombre se inclinó intentando soportar el peso de su cabeza de celulosa; la espalda le crujió secamente, la veta única del cuello se desvió en arco cadavérico; sus brazos parecían ramas vencidas; la lengua que antes decía versos amorosos llenos de humedad y que entregaba besos apasionados cantó una resequedad porosa y un quiebre otoñal; los ojos se le hundieron en un negro laberinto de oquedades sucesivas descendentes; las piernas, antes poderosas contra la gravedad, tronaron al partirse por la mitad; al final, sin dolor, la columna se deshizo en astillas y sus costillas reventaron cual manojo de viguetas liberando la tensión de la respiración mortal… Aquellos meses de sostenida inspiración produjo una colección de escritos cortos que tituló “Mayo” todos bajo las mismas circunstancias: Día 7: la escena de los niños pálidos que jugaban en las escaleras dio lugar a la fábula “Gusanos ciegos”.

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14: tras pelearse con la chapa de la puerta durante un cuarto de hora la imagen de un hombre anciano entrando con una adolescente flaca y paliducha a la habitación contigua de cristales pintados con aerosol negro motivaron el cuento “La ninfa gerontofílica”, tardó mucho en sacarse de la cabeza la voz grave de aquella muchacha “...mi Rey…”. 21, los gritos nocturnos de una mujer que intentaba escapar de la furia de su marido inspiraron el relato de ficción “Ya no le pegues a mi mamá”; entre muchos otros que han sido clasificados por la crítica como “imprescindibles para comprender a la sociedad del siglo XXI”. 28 de mayo, 1:00 a. m. La infestación. La sensación de patitas minúsculas caminando en su abdomen lo obligó a salir de un maravilloso y no menos intrincado sueño. (Los pormenores de dicha quimera los dejo como encargo para mi descendencia porque estoy seguro que “de tal palo tal astilla”). Abrumado por el sopor del sueño y aterrado por no poder identificar en la oscuridad la naturaleza de aquellos insectos se dirigió a ciegas hacia el apagador que estaba junto a la puerta. En la huida atinó con el meñique del pie izquierdo a la pata de la cama “!Me lleva la chingada!”; con intenso dolor, miedo y rabia logró a tientas reconocer el botón del apagador que le dio la luz. 11


El enjambrazón de termitas voladoras giraba alrededor del foco amarillo, la navegación ondulatoria recordaba el movimiento de los electrones girando próximos al núcleo del átomo. Inofensivas, frágiles, coordinadas y lujuriosas las termitas volaban en búsqueda de un compañero nupcial, al encontrarlo podía apreciarse el desprendimiento de las alas en pleno vuelo que anunciaba, con una misteriosa explosión de destellos, la unión eterna, que garantizaría la continuidad de la especie. El hombre, aunque asombrado por la velocidad a la que ocurrían aquellos maridajes aéreos, no pudo evitar preguntarse “¿De dónde sale tanto bicho?”. Parecían provenir del interior de la cama, pero no logró confirmarlo. Aunque inofensivas eran demasiadas; por ello, impuso un control de la natalidad. Desenrolló la cinta industrial que utilizaba para sellar las fugas del baño, colgó del techo cuatro listones pegajosos de doble vista cercanos al núcleo. De inmediato, las termitas comenzaron a quedar atrapadas, las alas se adherían a la cinta irremediablemente. El hombre se entretuvo algunos minutos viéndolas agitar sus patitas suplicantes en el aire con una sonrisa siniestra en el rostro.

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Mis ojos no eran los únicos atentos a la escena. Impredeciblemente, del orificio por donde salía el cable que sujetaba y alimentaba el foco, comenzaron a descender arañitas que patinaban con maestría sobre la cinta adhesiva hasta alcanzar a las indefensas termitas, las envolvieron una a una en capullos de seda y las transportaron a la negrísima cavidad de donde estas habían salido. Satisfecho de los logros de su tecnología antirreproductiva el hombre se dispuso a dormir el resto de la madrugada. La maleta, días atrás, ya estaba hecha. ̶ ¿Amá qué hace? ̶ ¿Estoy barriendo el aserrín de la habitación del vieejooo ....loocooo? ̶ ¿Loco? Ese era brujo amá, ese era brujo amá.

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