Leyendas insólitas

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El sacristán y su verdugo Una visita de ultratumba

ISBN: 978-1-63113-918-5

Leyendas insólitas

Leyendas insólitas

Kalman Barsy Ilustraciones de

Nancy Fiorini

Estas leyendas son insólitas: las cosas que en ellas ocurren son un tanto alocadas o difíciles de creer. El sacristán y su verdugo devela los secretos de los antepasados de un señor de clase alta que ordena el escudo de armas de su familia. En Una visita de ultratumba, el lector se enterará de quién es el extraño y misterioso visitante.

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El sacristán y su verdugo Una visita de ultratumba Kalman Barsy

Ilustraciones de Nancy

Fiorini

Kalman Barsy

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LEYENDAS INSÓLITAS © 2006, Kalman Barsy © De esta edición: 2016, Santillana USA Publishing Company, Inc. 2023 NW 84th Avenue Doral, FL 33122, USA www.santillanausa.com Editora: Neeltje van Marissing Méndez Cuidado de esta edición: Ana I. Antón Montaje de esta edición: Grafi(k)a LLC Ilustraciones: Nancy Fiorini Loqueleo es un sello editorial del Grupo Santillana. Estas son sus sedes: España, Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador, EE. UU., Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, Portugal, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay, Venezuela ISBN: 978-1-63113-918-5 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma, ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la Editorial. Impreso por Bellak Color, Corp. 20 19 18 17 16 1 2 3 4 5 6 7

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I

El próspero comerciante en vinos e importador de productos alimenticios Rafael Campuzano Mejorana era, lo que se dice, un triunfador. Tenía una mansión, una casa de veraneo, una bonita familia y amigos para jugar al golf. Lo único que le faltaba para tener todo lo que quería era uno de esos prestigiosos escudos de armas que tienen las familias aristocráticas que aparecen en las revistas. Él también quería un escudo con “caché” que proclamara la nobleza e hidalguía de los Campuzano Mejorana, para ponerlo sobre la fachada de sus almacenes y usarlo de membrete en su correspondencia personal. Siguiendo los consejos de un amigo español, contrató los servicios de una de esas agencias

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especialistas en heráldica para que rebuscara su árbol genealógico hasta encontrar el escudo de armas de la familia. No habían pasado ni dos semanas cuando lo llamaron por teléfono para comunicarle los primeros resultados. —Tenemos un problemita, don Rafael, —di­jo por teléfono el investigador de la agen­ cia—. Dos antepasados suyos aparecen en las Le­yen­das puertorriqueñas de Cayetano Coll y Toste; uno era caníbal y el otro, asesino. Le estoy mandando por “fax” un resumen de Las butifarras del sacristán, para que vea. —Pero no tiene por qué preocuparse —agre­ gó—. Nosotros vamos a seguir investigando los orígenes de los Campuzano Mejorana en Espa­ ña y le puedo asegurar, don Rafael, que al final va a resultar usted descendiente de príncipes y santos, como todos nuestros clientes. Eso sí, le va a costar un poquitito más. Unos minutos más tarde, su secretaria le traía, en efecto, dos hojas impresas con el men­­­ cionado resumen y don Rafael, dando

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orden de que no lo molestaran, se puso a leer aquella antigua historia de crĂ­menes, intrigas y canibalismo que le andaba por los genes.

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II

A mediados del siglo XVII, la isla que entonces se llamaba San Juan Bautista y hoy se conoce como Puerto Rico había sufrido una serie de calamidades y sus habitantes estaban pasando gran penuria y necesidad. Los piratas holandeses habían saqueado y quemado la ciudad capital, dejándola en ruinas, y luego —llovido sobre mojado— un terrible huracán azotó la Isla. En San Juan apenas que­daban unas pocas casas en pie y las calles estaban cubiertas de maleza, donde pastaban los burros y los caballos. Al menos, aquellos animales tenían algo que comer, pero la gente de la ciudad estaba pasando una terrible ham­ bruna. Ya se habían comido todos los gatos, y la

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única carne que había para meterle el diente era la de las tortugas carey, cuando las traían —de mil en cien— los pescadores de la costa de Cangrejos. Tan lastimosa era la condición de la gente por la falta de alimento, que el obispo fray Damián López de Haro prohibió que se tocaran las campanas de la catedral, para que el eco de las campanadas en los estómagos vacíos no viniera a aumentar los sufrimientos de la población. A pesar del hambre canina que padecían sus vecinos y la terrible escasez de alimentos, el sacristán de la catedral, su antepasado Pedro Campuzano, se las ingeniaba de algún modo para preparar todos los días una gran batea de deliciosas butifarras, que vendía luego a precio de oro, en un abrir y cerrar de ojos, entre las principales familias de la ciudad. De dónde conseguía los ingredientes para sus butifarras era un misterio, pero tan bien sazonadas es­ta­ ban, y tan ricas sabían, que nadie se preocupaba por averiguar.

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Como consecuencia de aquella dieta de bu­ ti­ farras, la mujer del sacristán, de nombre Juanota, estaba muy colorada y rolliza. No tenía competencia en aquella ciudad de mu­ jeres esqueléticas y todos los hombres la co­ diciaban. Pero ella solo los hacía sufrir, fiel a su marido el sacristán, no sabemos si por su mucha virtud, o por el temor a quedarse sin sus sabrosas butifarras. De todos los hombres, el que más la reque­ ría de amores era el mayordomo de la catedral, bre otro antepasado de don Rafael, de nom­ Robustino Mejorana. Pero Juanota no le aflo­ jaba prenda y se burlaba de él llamándolo “camueso”, que es una palabra de la época de Coll y Toste. Como suele suceder, ante tales negativas, más se empecinaba Robustino. Diciéndose que en la guerra y el amor, todas las armas valen, el mayordomo se puso a sembrar cizaña contra el bueno del sacristán para conseguir el amor de su fiel esposa. Por aquello de que a río revuelto,

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ganancia de pescador, le dijo que su marido se entendía con su cuñada, una hermana menor de ella. Era esta una muchacha muy alegre y sandunguera, bastante entradita en carnes, también por las butifarras que repartía el sa­ cristán entre los suyos. Juanota al principio no le creyó, pero pronto empezó a carcomerla la duda. Todas las noches el sacristán se levantaba de la cama y se iba dizque a rezar a la catedral; ¿no sería que se encontraba allí con la tramposa de su hermanita? Cuando ya no pudo más con los celos, le pidió al mayordomo Mejorana que fuera a espiar a Campuzano, a ver qué hacía pasada la medianoche en la catedral. A cambio del favor —si resultase cierta la deslealtad de su marido y de su hermana— Juanota le prometió irse con él. Hicieron el trato y el mayordomo se escondió en la catedral esa misma noche. A las doce y media oyó chirriar la puerta. El sacristán entró con una linterna, solo, y se acostó boca abajo sobre el piso de la nave central, como si

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fuera a rezar en esa posición. Mejorana contó que, desde su escondite, vio que Campuzano abría una de las fosas donde enterraban a los muertos en aquella época, debajo de las losas de la catedral y sacaba un cadáver fresco del interior. Añadió que, con un cuchillo de carnicero que traía, el sacristán le rebanó un buen trozo de la espalda y metió la carne en una canasta. Hecho esto, apagó la linterna y se fue tranquilamente por donde había venido. El mayordomo se quedó en la oscuridad, aguan­ tándose el asco. ¡Las famosas butifarras del sacristán esta­ ban hechas con carne humana! Más de una vez las había degustado el propio Mejorana. Por la mañana, muy temprano, el mayordomo pidió urgentemente una audiencia con el Obispo y le contó lo que había visto. Su Ilus­ trísima, horrorizado, corrió a consultar con el gobernador, don Fernando de la Riva Agüero. Sin duda, ambos habían comido las sabrosas butifarras del sacristán en más de una ocasión.

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¡Horror! ¡Todas las familias principales de la ciudad, sin excepción, habían practicado el canibalismo y no lo sabían! ¿Qué hacer? Inmediatamente, el Gobernador y el Obispo estuvieron de acuerdo en que lo más im­por­ tante era evitar el escándalo y guardar las apariencias... Bajo solemne juramento de no velar jamás nada de aquello, se comprore­ me­­­ tieron los tres a eliminar en secreto al sacristán, culpable de haber convertido en antropófagos a todos los ricos de la ciudad. La noche siguiente irían juntos a la catedral, en calidad de juez, verdugo y pastor de almas, res­ pectivamente. Allí, ante la evidencia del cri­men, el Gobernador se encargaría de sen­ tenciarlo a muerte; el mayordomo, de estran­ gularlo y el Obispo, de rezar por su alma. Nunca más se supo de Pedro Campuzano, el sacristán. Un año más tarde, un poco más delgada por la falta de butifarras en su die­ta, Juanota se casaba con el mayordomo, Robus­ tino Mejorana. Ella tenía fuertes sospechas

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de que su flamante esposo era el asesino del anterior, pero... bueno; nadie es perfecto. Tuvo con él un hijo y fueron un matrimonio feliz. Una sola vez le preguntó Juanota por la suerte que corrió el sacristán. Robustino Mejorana se enojó mucho y solo le contestó: —¡Yo no lo maté; lo mató su crimen! ¡Y no se hable más de ello! Juanota enmudeció aterrada. Nunca supo en qué consistió el crimen de su primer marido. El vecindario de la ciudad siguió echando de menos, por mucho tiempo, las sabrosísimas butifarras del sacristán de la catedral.

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Kalman Barsy Autor

Kalman Barsy nació en Hungría, se crio en Argentina y, a los veinte años, salió a recorrer América Latina con una mochila al hombro. Después de vivir un tiempo en Francia y en Estados Unidos, donde completó su doctorado en Literatura, se estableció en Puerto Rico. Es narrador, en­sayista, periodista y profesor. Obtuvo el premio de literatura juvenil Casa de las Amé­r icas en 1982.

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Nancy Fiorini Ilustradora

Nació en Buenos Aires, Argentina. Comenzó sus estudios de dibujo en una escuela de Hu­ mor Gráfico y luego estudió Diseño Gráfico y Bellas Artes. Se dedica a la ilustración infan­ til desde el año 1998. Entre sus trabajos con Santillana se encuentran: La nube traicionera, Tutú Marambá, Cuentos de la Alhambra y Dioses, héroes y heroínas.

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Aquí acaba este libro escrito, ilustrado, diseñado, editado, impreso por personas que aman los libros. Aquí acaba este libro que tú has leído,

el libro que ya eres.

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