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UNA VIDA CINCO
from ESP_ytinav082021
by aquiaqui33
UNA VIDA CINCO ESTRELLAS
De pequeña, Lydia Monfort Matutes salía a navegar en el barco de su abuelo, Abel Matutes, y allí coincidía con invitados como José María Aznar. Hablamos con la nieta mayor del exministro y empresario ibicenco que un día heredará el imperio hotelero de la familia.
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ocas personas pueden contar que han vivido en
Pun hotel y muchas menos que lo han hecho en su propio establecimiento hotelero. Una de ellas es Lydia Monfort Matutes, la nieta mayor de Abel Matutes, el ministro de Asuntos Exteriores durante el primer mandato de José María Aznar. “Viví en Madrid con mi abuelo en el Ayre Colón, uno de nuestros hoteles”, nos cuenta en exclusiva la joven en su primera entrevista. “Al principio era muy guay porque tenía room service, me hacían todo… Pero luego hasta los de la limpieza sabían cuándo tenía exámenes, cuándo salía de fiesta… ¡Estaba más controlada que viviendo con mi madre!”, bromea. Compartió pasillo durante los dos cursos de Bachillerato con su abuelo, que tres días a la semana residía en la capital por trabajo. “Yo iba a clase y a las siete y media de la tarde me llamaba y bajábamos a cenar. También desayunábamos juntos. Él siempre se despierta a las cinco de la mañana y va al gimnasio. ¡Hoy con 80 años lo sigue haciendo!”, cuenta. A Madrid llegó tras pasar su infancia en Ibiza, la isla que la vio nacer a ella y también a toda su familia materna, y estudiar un año en el Badminton School, un internado para niñas en Bristol, Inglaterra. “Al principio fue un poco traumático porque mi madre me obligó y yo no quería ir. Pero vino mi hermana María (un año menor que ella) y fue genial. Recuerdo que una compañera me invitó al concierto de Justin Bieber en Londres. Fue alucinante”, comenta con esa naturalidad que dan los 21 años.
Lydia llega sola y con ciertos nervios a la sesión de fotos, pero se gana al equipo con su educación exquisita y su predisposición. A su abuelo lo llaman el Rey de Ibiza —“Eso dicen”, bromea cuando se lo mencionamos— y allí es dueño de hoteles como el Hard Rock o el Ushuaia, así como de unos cuantos más en la Península y el Caribe. “Para nosotros la empresa es un miembro más de la familia. Seguramente termine trabajando en este sector, así que ahora he querido probar en el de la moda, que me encanta”. Lleva seis meses en Barcelona, donde hace prácticas en la firma Andrés Sardá, pero después del verano, que pasará en Ibiza, volverá a Madrid (al piso que tiene con su hermana en
Celebutante el barrio de Salamanca) para terminar ADE en el IE. “Mi abuelo siempre me ha dicho que todo esfuerzo tiene su recompensa, y en eso estoy porque quiero que se sienta orgulloso de mí”, dice. Lydia lo adora y tiene una conexión muy especial con él. “Cuando éramos pequeñas y mis padres se iban de viaje, nos quedábamos con mis abuelos. Hemos pasado mucho tiempo juntos y lo admiro muchísimo. Si hablas con él de cualquier tema, él te da una lección de vida. Siempre. En Ibiza vivimos a cinco minutos en coche, mi madre [Carmen Matutes] en Talamanca y mi abuelo en Jesús. Los sábados comemos toda la familia y en verano salimos en barco”, nos
VACAC ION ES E N EL M AR
Lydia viste camisa de H&M y mocasines de Jimmy Choo. A la dcha., con su abuelo Abel.
la boda ibicenca de sus padres, Alejandro Monfort, empresario inmobiliario de origen vasco, y Carmen Matutes, una de las mujeres más poderosas de España. “Fue un show. Mi abuelo entonces era ministro y una amiga de mi madre que vive cerca siempre cuenta que, como ahí se alojaban Aznar y Jaime Mayor Oreja, estuvieron una semana sin dormir porque había un helicóptero de seguridad dando vueltas las 24 horas”, ríe.
La joven tiene una relación estrecha con su madre (“A veces prefiero hacer planes con ella que con mis amigas”) y según su padre no solo se parecen físicamente: “Dice que somos muy responsables y ‘listas’. Si jugamos al Trivial, sabemos todas las respuestas”, comenta entre carcajadas. Sus progenitores se separaron cuando era una adolescente, pero se llevan tan bien que Monfort sigue viajando con los Matutes. “En Navidad siempre vamos a alguno de nuestros hoteles en el Caribe con mi abuelo. Pasamos Nochebuena en su casa en Ibiza; el 25 él va a misa y le gusta estar tranquilo porque es el día que murió su madre, y ya el 26 cogemos un avión al Caribe”, relata. ¿Ha pensado seguir sus pasos en política? “Sí, pero creo que me matan si lo hago. El otro día se lo dije a mi abuelo y su respuesta fue: ‘Ni de broma, ni loca, ¡ni se te ocurra!”.
explica. Y ¿cómo es como abuelo? “¡Buah! Es muy cariñoso, lo da todo por la familia. Todos los días después de trabajar venía 10 minutos a casa para darnos un beso a mi hermana y a mí. Ahora vive a su bola, no quiere que lo molesten y no hace caso a las cosas que no le interesan. Sigue yendo a la oficina a diario, pero quiere pasar desapercibido”, revela. Los mejores recuerdos de su infancia los tiene a su lado. “Cada fin de semana salíamos a navegar en su barco, el Aiglon, y a veces hacíamos viajes, como uno en el que llegamos a Sicilia”.
Por supuesto, por su casa han pasado personajes del mundo de la política, pero es de Aznar de quien guarda mejor recuerdo. “De pequeña ya sentía gran admiración por él. Venía unos días al barco y en cuanto llegaba me sentaba encima de él. Me ponía delante de José María y de Ana [Botella] a bailar, les enseñaba cómo me tiraba al agua… así todo el día. Él era muy cariñoso conmigo”, recuerda. El expresidente también estuvo en
C Y A A M AR S P OJA A R OHAN : Y ELUQUERÍA E Y P MAQUILLAJ
CR ÓN ICAS DE V ERA NO
Comer, rezar y amar en Baleares En la isla que puso de moda el rey Juan Carlos, Armani es simplemente “don Giorgio” y todos mueren por una caldereta de langosta. Hay palacios dignos de ‘Downton Abbey’, fortalezas donde refugiarse de cualquier imprevisto… y nada es lo que parece.
ada verano Giorgio Armani embarca en su yate,
Cel Maine, y zarpa hacia Menorca. Cuando los pescadores ven aparecer la elegante silueta del barco en el horizonte, saben perfectamente a qué viene. Don Giorgio, como lo llaman, fondea en la bocana del Puerto de Ciutadella para dirigirse al Café Balear, donde se sirve la mejor caldereta de langosta. Lo mismo hacía don Juan Carlos cuando veraneaba en Marivent y llegaba a bordo del Fortuna, en ocasiones acompañado por jefes de Estado, para almorzar en el restaurante preferido de esa sociedad española que imitaba los gustos del antiguo monarca, mucho más sibarita y disfrutón que su hijo, a quien que no se ve por aquí desde hace tiempo. Este verano, el chef con estrella Michelin Julián Mármol sirve la cena en Godai, un exclusivo restaurante japomenorquín que abrió sus puertas el pasado junio, a la nueva élite menorquina: nombres tan destacados y discretos como el ejecutivo Isidro Fainé o el doctor Fuster. Los presidentes de Mango, Coca-Cola España, Swarovski, Natura Bissé, Prenatal, o Alberto Palatchi, expresidente de Pronovias, también recalan allí en busca de la tranquilidad absoluta y el anonimato que les proporciona una isla libre de autopistas y poblada de casas señoriales rodeadas de campo. Las que han adquirido ciudadanos franceses gracias a las conexiones que Mónica Pons, condesa de Torre Saura, tiene por toda Europa. El hermano de la gran duquesa heredera de Luxemburgo y su esposa española son grandes amigos de la inmobiliaria más aristócrata, con palacio en la plaza de Ciutadella. No es el único linaje local. El título más antiguo pertenece a José María de Olivar y Ordís, barón de Lluriach, que posee un palacio cerca de la catedral donde se recibe como
en D ownton Abbey. Es lo que adoran personajes carismáticos como Mercedes Milá, con casa en Mahón. Su padre, el conde de Montseny, salía a pescar a diario en su llaüt, una tradición que continúa Mercedes, quien vive arropada por sus amigos en una colonia no exenta de polémica: sus vecinos Ana Belén y Víctor Manuel fueron acusados de haber construido ilegalmente su casa. Menorca En Menorca fue feliz Carmen Diez de Rivera, que pasó allí su último verano antes de morir. La musa de la Transición se tranquilizaba zambulléndose en el mar mientras esperaba la visita de Joan Manuel Serrat, la duquesa de Alba o Iñaki Gabilondo. Carmen luchó porque la isla se convirtiera en Reserva de la Biosfera, cosa que consiguió desde su escaño en el Parlamento Europeo. Hoy los periodistas Núria Roca y su marido Juan del Val o Àngels Barceló, los hermanos Gasol o Sergio Llull, Ona Carbonell y María Adánez o el empresario Víctor Madera, que ha transformado la finca de Santa Anna en un hotel rural, forman la nueva sociedad de Menorca que se deja ver por sus playas: Macarella, Santo Tomás, Binigaus o la de Cavalleria, de la nobilísima familia Zaforteza, donde se puede nadar desnudo sin miedo a los paparazzi antes de cenar por Cala Fornells, donde coincidir con el madridista Raúl González y su mujer, Mamen. En el puerto de Mahón hay una casa con ventanas de guillotina que, cuentan, perteneció al duque de Wellington. Desde hace 400 años es de la
En la playa de familia Delás Vigo, que conserva su cama y una de sus espadas. La finca sirvió de los Zaforteza refugio al marido de Camila Delás, Iñigo se puede nadar de Orbaneja, cuando dejó Marbella tras desnudo sin miedo la imputación de Jesús Gil. Y es que en Menorca nada es como parece. Es la isla a los ‘paparazzi’ en la que todo se sabe y todo se calla. De momento. _ESTEBAN MERCER