IV Certamen Internacional de Teatro Breve

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FORMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS Autora: GRACIA MARÍA MORALES ORTIZ

CON LA SANGRE DE VENECIA Autor: FEDERICO CASTRO FERNÁNDEZ-ALFARO

CERTAMEN INTERNACIONAL DE TEATRO BREVE FUNDACIÓN CIUDAD DE REQUENA 2000

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© Coordinadora de Actividades Teatrales   Arrabal Teatro Primera Edición: Marzo 2002 Edita: M. I. Ayuntamiento de Requena Depósito Legal: V - 1.557 - 2001 Impresión: Imprenta GOVI, Requena - Tel. 96 230 25 02

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Según consta en el acta levantada por D. Joaquín Olcina Vauterén, Notario del Ilustre Colegio de Valencia, un jurado presidido por D. Rafael Muñoz García y formado por D. Juan Alfonso Gil Albors, D. José Luis Prieto, D. Miguel Angel Plaza, D. Ramón de Aguilar, Doña María José Viana, Doña Yolanda Dorado, D. Antonio Martínez Ballesteros y Doña Rosa Briones, después de las oportunas deliberaciones, acordó conceder el primer premio del Certamen Internacional de Teatro Breve «Fundación Ciudad de Requena», en su edición del año 2000, a la obra titulada FORMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS, de la cual es autora Doña Gracia María Morales Ortiz, y declarar finalista CON LA SANGRE DE VENECIA, de la que es autor D. Federico Castro Fernández-Alfaro.

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FORMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS Autor: GRACIA MARÍA MORALES ORTIZ

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PERSONAJES:   - JUAN   - GUSTAVO.   - ANTONIO.

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(Dos mesas, en los extremos del escenario, sobre las cuales encontramos aproximadamente lo mismo: un ordenador, teléfono, folios, lapiceros, sellos, etc... En cada una hay un señor vestido de traje, ambos inclinados sobre un papel, muy concentrados. No pa‑ recen verse el uno al otro. De vez en cuando levantan el bolígrafo, se quedan unos segundos pensando y luego vuelven a escribir. Tras unos instantes el señor de la parte izquierda, JUAN, deja su actividad, descuelga el teléfono y marca cuatro números. Suena el timbre en la otra mesa, donde GUSTAVO, después de un momento, contesta.) GUSTAVO: ¿Si? JUAN: ¿Gustavo? GUSTAVO: El mismo. JUAN: Soy Juan. GUSTAVO: Ya te he reconocido ... Dime. JUAN: Me he atrancado. GUSTAVO: ¿Otra vez? ¿Por donde te has quedado? JUAN: Sevilla-Real Sociedad. GUSTAVO: Equis. JUAN: ¿Equis? GUSTAVO: Si, hombre. Equis. JUAN: De acuerdo. Será equis ... Gracias. GUSTAVO: De nada. (Ambos cuelgan y vuelven a la misma actividad de antes. Un momento más tarde, JUAN telefonea otra vez a GUSTAVO).

JUAN: ¿Gustavo? ... Juan otra vez. GUSTAVO: ¿Todavía no has acabado? JUAN: Ahora es el ... GUSTAVO: ¿Barsa-Betis? JUAN: No. Ese ya lo he rellenado ... GUSTAVO: ¿Y qué has puesto? (Silencio) ¿Uno, verdad? (Si‑ lencio) ¡¿Verdad?! -7-


JUAN: ¿El «Atleti»? GUSTAVO: Sí, al Valencia, ¿no era eso lo que querías saber? Pues eso. El Barsa gana al Betis y el Atleti al Valencia. Ya lo verás. Ya lo verás. Y dejémoslo ya, que me estás entreteniendo tontamente. (Cuelgan. Cada uno vuelve a su actividad. Entra un tercer personaje, ANTONIO, un hombre de unos cua‑ renta y tantos, también vestido de traje. Trae un abrigo y un paraguas en un brazo, un maletín en el otro y varios papeles en las manos. Se le ve medio despistado. Finalmente se acerca a la mesa de GUSTAVO).

ANTONIO: ¿Disculpe? GUSTAVO: Sí, dígame. ANTONIO: (Mostrándole los folios que lleva en la mano): ¿Esto es aquí? GUSTAVO: (Interrumpe su actividad para echarle un vistazo a los papeles): No. Debe ir a la sección veinticinco B. ANTONIO: ¿La veinticinco B? GUSTAVO: Eso es. Ésta (Señala su mesa), es la veinticinco A. ANTONIO: ¿Y donde queda ...? GUSTAVO: ¿No le han dado a usted un plano abajo, en Información? ANTONIO: No. Pero, ¿queda muy lejos la sección...? GUSTAVO: (Con indignación): ¡Para qué estarán esos inútiles ahí abajo si no saben siquiera ... ! Mire, vuelva usted a la primera planta y dígales de mi parte ... Esos imbéciles ... Se creen que la obligación de uno es estar aquí, explicándole a la gente... ANTONIO: (Confundido): Yo sólo le preguntaba ... GUSTAVO: Ya, ya. Si la culpa no es suya. (Vuelve a su actividad anterior) Vuelva, vuelva abajo. A Información. Que le den el croquis del edificio y así no tendrá problemas. ANTONIO: Está bien. Gracias. (ANTONIO vuelve a salir llevando dificultosamente los pa-8-


JUAN: No. Dos. GUSTAVO: ¿Dos? ¿Pero es que te has vuelto ...? JUAN: El Barsa está en crisis ... GUSTAVO: ¿En crisis? ¿Qué dices?; si la semana pasada machacó al Oviedo. JUAN: Contra el Betis es distinto ... GUSTAVO: Oye, no se como puedes dejar que tus gustos personales ... JUAN: ¡Que está en crisis, hombre! Perderá contra el Betis, ya lo verás ... GUSTAVO: Haz lo que quieras. Es tu quiniela ... JUAN: ¡Pongo dos! Te guste a ti o no ... GUSTAVO: Entonces, ¿para qué me llamas? JUAN: Para consultarte el Valencia ... GUSTAVO: (Hablándole a gritos, apartando el teléfono y mi‑ rándole, gestualizando desde su mesa): ¡Ah! ¡El Valencia si y el Barsa no! ¡Con el Barsa no tengo derecho a opinar! JUAN: (Sigue hablándole al teléfono, aunque el otro no tiene el auricular en el oído): Eres un cabezón y no quieres admitir ... GUSTAVO: ¡Si te pones a insultarme, te cuelgo! JUAN: Venga, hombre, no te pongas así ... Yo entiendo que tú... GUSTAVO: ¿Qué entiendes? Vamos a ver, ¿qué entiendes si vas a poner dos? JUAN: No eres objetivo ... Tranquilízate, hombre ... GUSTAVO: ¡Claro que soy objetivo! Me baso en las estadísticas. ¡En estadísticas! Y estadísticamente el Barsa es mucho mejor equipo que el Betis ... JUAN: A saber de dónde sacas tú tus estadísticas ... GUSTAVO: (Vuelve a hablarle otra vez al auricular): Yo tengo mis métodos. Métodos serios. Y va a ganar el «Atleti». -9-


peles, el abrigo, la carpeta, etc ... Pausa. Después GUSTAVO descuelga el teléfono, marca cuatro números y suena el timbre en la mesa de JUAN.) JUAN (Contestando): ¿Sí? GUSTAVO: Soy Gustavo. JUAN: Dime. GUSTAVO: Cansado. JUAN: ¿Cansado? ... (Recapacita un instante.) Agotado. GUSTAVO: No. No puede ser. JUAN: ¿Cuántas tiene? GUSTAVO: Cuatro. JUAN: ¿Sólo cuatro? Uhmmm: exhausto; no. Maltrecho; tampoco. GUSTAVO: Rendido, no. JUAN: Destrozado; tampoco. (Silencio. Ambos parecen estar reflexionando.) GUSTAVO: Difícil, ¿verdad?. JUAN: ¿Seguro que tiene cuatro? GUSTAVO: ¿Es que te crees que no se contar? JUAN: Bueno ... Si se me ocurre algo te llamo. GUSTAVO: Vale. (Cuelgan. Entra de nuevo ANTONIO, cargado como antes, pero ahora con un folleto, donde mira una y otra vez, como si siguiera las instrucciones de un mapa. Así, llega hasta la mesa de JUAN.)

ANTONIO: ¿Sección veinticinco B? JUAN: La misma. (Deja de escribir.) ¿En qué puedo ayudarle? ANTONIO: Me habían dicho que esto ... (Le da los papeles. JUAN los mira durante un momento, asin‑ tiendo con la cabeza.)

JUAN: Efectivamente ... Aquí es ... Ajá ... Ajá ... Siéntese. ANTONIO: Verá ... es que yo ... Tengo un poco de prisa, ¿sabe? -10-


JUAN: Ya. Pero esto lleva su tiempo. Tenemos que asegurarnos de que todo está en regla. Es mejor que se siente. ANTONIO (Obedece.): De acuerdo ... (Silencio. JUAN sigue revisando los papeles, mientras que AN‑ TONIO mira hacia un lado y otro. De vez en cuando le echa una ojeada a su reloj.)

JUAN: ¿Y el formulario quinientos veintidós? ANTONIO: ¿El formulario qué? JUAN: El quinientos veintidós. No lo veo por aquí. ANTONIO: ¿No es ninguno de esos? JUAN: Creo que no. Voy a revisarlos de nuevo ... (En la otra mesa, GUSTAVO descuelga el auricular, marca y suena el teléfono de JUAN.)

JUAN (A ANTONIO.): Disculpe un momento. (Descuelga.) ¿Sí? GUSTAVO: La segunda letra es una a. JUAN: ¿Una a? GUSTAVO: Eso es. JUAN: ¿Y la primera? GUSTAVO: Si supiera cuál es la primera te la hubiera dicho ... JUAN: ¿Cómo sabes que la segunda es a? GUSTAVO: He descubierto que la cuatro vertical, flanco, es ala. A. JUAN: Comprendido. (Cuelgan.) JUAN (A ANTONIO.): ¿Decíamos que le faltaba? ANTONIO: Todavía no sabemos si falta ... JUAN: Sí. Si que falta. (Pasando folios.) El doscientos veintiocho ..., el cincuenta y nueve ..., ¿el dieciocho? ¿Le han dicho que trajera el dieciocho? ANTONIO: Sí ... JUAN (Rompiéndolo.): El dieciocho no es necesario para este trámite. Pero el quinientos veintidós, sí. Ése es imprescindible. -11-


ANTONIO: Imprescindible. JUAN: Eso es. Imprescindible. ¿Conoce usted algún sinónimo de cansado que tenga cuatro letras? ANTONIO: ¿Cómo dice? JUAN: No puede ser ni agotado, ni exhausto ... De cuatro letras. ANTONIO: Pues no sé ... JUAN: Relleno. ANTONIO: ¿Cansado y relleno? JUAN: No, hombre, relleno, el quinientos veintidós. Debe usted traerlo relleno. ANTONIO: ¿Y dónde puedo conseguir uno? JUAN: Pues, precisamente ayer se me acabaron los quinientos veintidós. Tal vez en la sección Veinticinco A. ANTONIO: ¿En la veinticinco A? JUAN: Sí. ¿Le habrán dado abajo ...? ANTONIO: Tengo el plano, sí ... Pero creo que ya conozco dónde está la veinticinco A. JUAN: Hagamos una cosa. Para que no pierda usted más tiempo de la cuenta, voy a cerciorarme de que en la veinticinco A van a darle un quinientos veintidós. (Descuelga y comienza a marcar.) ¿Le parece? ANTONIO: Todo lo que sea para acabar antes ... (El teléfono suena en la mesa de GUSTAVO.) GUSTAVO (Descolgando.): ¿Sí? JUAN: ¿Sección veinticinco A? GUSTAVO: ¿Has encontrado la de cuatro letras? JUAN: No. No es eso. Oye ... ¿te queda algún quinientos veintidós? GUSTAVO: Pues, no sé ... Debo mirar ... ¿Te esperas un momento? (Abandona el auricular sobre la mesa y revisa en los cajones de la mesa.) -12-


JUAN (Sigue hablando, sin mirar a GUSTAVO y sin percatarse de que ha soltado el teléfono.): Es para mandarte a un señor ... Porque yo me he quedado sin ... (Levanta el rostro y ve a GUSTAVO buscando en los cajones. Se dirige a él, directamente, apartando el aparato de su boca.) Oye, que te estaba hablando ... GUSTAVO: Ya ... pero no puedo estar pasando papeles y sosteniendo el teléfono a la vez. JUAN: Pues avísame, joder. Que parezco tonto charlando con el aire ... ANTONIO: (En voz baja) ¿Laso? JUAN: (También en susurros.) ¿Cómo dice? ANTONIO: Que si podría ser laso. La palabra. ¿Podría ser laso? JUAN: ¡Ah! Laso. Claro ... Vamos a consultarle. GUSTAVO: (Ha extraído del cajón un folio, algo arrugado. Lo pone sobre la mesa y lo extiende, tratando de plancharlo. Después, vuelve a coger el auricular.): Juan ... ¡Juan! JUAN (Al teléfono otra vez.): Laso. GUSTAVO: ¿Qué? JUAN: Laso. Cuatro letras. Sinónimo de cansado. Se le ha ocurrido al del formulario ... ANTONIO: Soy aficionado, ¿sabe? GUSTAVO: Laso. Pues ... (Escribiendo sobre el papel que tiene desde el principio sobre la mesa.) Parece que sí ... Laso. No se me hubiera ocurrido. JUAN: ¿Y el quinientos veintidós? GUSTAVO: Pues entonces, el falto de carácter, comienza por ese. JUAN: ¿Y tiene ...? GUSTAVO: Seis ... JUAN (A ANTONIO.): Falto de carácter, con seis ... ANTONIO (Reflexionando.): ¿Falto de carácter? GUSTAVO (Hablando en voz alta, sin el teléfono.): Y que empiece por ese ... -13-


ANTONIO: Pues ... GUSTAVO (De nuevo con el auricular en la boca.): Sí. JUAN: ¿Sí, qué? GUSTAVO: Que sí tengo un quinientos veintidós. JUAN: ¿Le ayudas tú a rellenarlo? GUSTAVO: Está bien. Mándamelo. Ya me encargo yo. (Cuelgan)

JUAN: Me acaba de confirmar mi compañero que posee un quinientos veintidós. Así que, vaya usted a recogerlo y vuelva cuando lo haya completado. ¿De acuerdo? (Le entrega los papeles.) ANTONIO: ¿No los puedo dejar aquí? JUAN: No se lo aconsejo ... Podría extraviarse alguno ... Ya ve que tengo trabajo y no puedo cuidar de ... ANTONIO: Está bien. (Se levanta y vuelve a cargar el maletín, el abrigo, el paraguas y los folios.) JUAN: Comprenda ... Si les ocurre algo ... No es mi responsabilidad ... ANTONIO: De acuerdo. No se preocupe. JUAN: Hasta ahora. (ANTONIO se dirige a la mesa de GUSTAVO. En el camino se le caen los papeles por el suelo. GUSTAVO y JUAN lo miran durante un momento, se hacen un gesto medio risueño sin que ANTONIO se percate y luego continúan en su actividad, como si no hubiera ocurrido nada. ANTONIO termina de organizar los formularios y llega hasta la sección de GUSTAVO.)

ANTONIO: ¡Sumiso! GUSTAVO: ¿Cómo dice? ANTONIO: ¡Sumiso! ¿No tenía que ser de seis letras? GUSTAVO (Mirando la hoja sobre su mesa.): ¡Claro, eso es! ... Falto de carácter ... Empieza por ... Sumiso ... ¡Estupendo! ANTONIO: Es que me gustan ... -14-


GUSTAVO: Un quinientos veintidós, ¿verdad? ANTONIO: Creo que sí. GUSTAVO: Aquí tiene (le entrega el folio que antes sacó del ca‑ jón.) Puede ir rellenándolo. ¡Siéntese! (Le hace un sitio en el escritorio.) Sumiso. Se nota que es usted un experto... ANTONIO (Comienza a completar el formulario.): Aficionado ... GUSTAVO: No, no, permítame que le felicite ... ANTONIO: Bah. No es nada, de verdad. La costumbre... GUSTAVO: Insisto ... Laso era difícil. ANTONIO: Una vez que haces muchos ... GUSTAVO: Ojalá yo alguna vez llegara ... ANTONIO: Es una cuestión de paciencia. De constancia. GUSTAVO: Claro, claro. ANTONIO: De persistencia. De estudio. ¿Para qué tengo que poner el número de la Seguridad Social? GUSTAVO: ¿Cómo dice? ANTONIO: El número de la Seguridad Social ... No creía que este dato fuera necesario GUSTAVO: ¿Lo pone ahí? ANTONIO: Sí. GUSTAVO: Entonces resulta imprescindible. ANTONIO: ¿Para domiciliar los recibos de luz? GUSTAVO: Eso es. ANTONIO: Pero ... yo no recuerdo ... Nunca traté de memorizar ... GUSTAVO: ¿Ni ha traído una copia de la cartilla? ANTONIO: No ... GUSTAVO: ¿Ve? Ahí está el fallo. Por eso cualquier trámite se realiza tan lentamente. Porque ustedes, los usuarios, no están prevenidos ... Creen llevar siempre la razón y deciden si algo es o no es importante. Pues, escúcheme: -15-


eso no lo deciden ustedes. Si en el formulario pide su número de lo que sea, pues usted debe poner el número, ¿comprende? Y para evitar estas cosas lo mejor hubiera sido traerse toda la documentación posible ... ANTONIO: Lo siento. De verdad. Yo sólo pretendía ... GUSTAVO: Sí, ya se lo que usted pretendía. Pero esto no es llegar y ya está ... (En la otra mesa, JUAN descuelga el teléfono y marca.) Hay que comprobar los datos, verificar la documentación, cerciorarse de la pertinencia de ... En fin ... Así es como ... (Suena el timbre.) Un momento. (Descuelga.) ¿Sí? JUAN: ¿Has terminado ya con lo del quinientos veintidós? Estoy esperando ... GUSTAVO: No. No hemos acabado. Resulta que ... ANTONIO: Si me hubieran advertido ... GUSTAVO: ... nos falta conocer el número de la Seguridad Social. JUAN: ¿De quién? GUSTAVO: ¿De quién va a ser? De este señor. JUAN: ¿No se lo sabe? GUSTAVO: NO. ANTONIO: ¿Podré terminar hoy? Es que ... JUAN: ... tiene un poco de prisa. ANTONIO (A la vez.): ... tengo un poco de prisa. JUAN: Bueno. Que no cunda el pánico. Dile que se tranquilice. Lo vamos a solucionar. GUSTAVO (Escucha y luego le transmite a ANTONIO): Tranquilícese. Lo vamos a solucionar. JUAN: Diariamente nos encontramos con situaciones así y terminamos resolviéndolas. GUSTAVO: Diariamente nos encontramos con situaciones así terminamos resolviéndolas. JUAN: Pensaremos algo. -16-


GUSTAVO: Pensaremos algo. JUAN: ¡Ya lo tengo! GUSTAVO: ¡Ya lo tiene! JUAN: ¿Ves como se puede confiar en nosotros? GUSTAVO: ¿Ve como se puede confiar en nosotros? (A JUAN, directamente sin el teléfono.) Pero ¿qué has pensado? JUAN: El ordenador. La base de datos del ordenador. Allí debe aparecer ese número. GUSTAVO (Otra vez hacia el auricular.): ¡Claro! Eres sorprendente. JUAN: Gracias. En realidad no ha sido ... GUSTAVO: ¡Cómo que no! Por supuesto, sorprendente... De verdad, admiro tus reflejos. Permíteme que... JUAN: Vas a avergonzarme. GUSTAVO: No, hombre, es que te mereces que te lo diga. Admiro tu rapidez. JUAN: Es nuestro trabajo ... GUSTAVO: Deberían ... subirte el sueldo, o enviarte a una sección de mayor responsabilidad. JUAN: ¿ Tú crees? GUSTAVO: Claro; si no fuera porque eres del Madrid ... JUAN: ¡Y dale! ¡Que yo soy del equipo que me da la gana! GUSTAVO: De acuerdo alla tú ... Mira que decir que el Betis ... ANTONIO: Oiga, por favor, siento interrumpir pero yo ... GUSTAVO: Espera (Tapando el auricular.) ¿No ve que estamos hablando? ANTONIO: Ya ... GUSTAVO: Tratamos de resolver su problema. Si usted se hubiera traído la documentación ... A ver ¿Cómo se apellida usted? ANTONIO: Martínez. GUSTAVO (Al teléfono.): Juan -17-


JUAN: ¿Qué pasa? GUSTAVO: El del quinientos veintidós. JUAN: ¿El que no se sabe el número de la Seguridad Social? GUSTAVO: Ése. JUAN: ¿Tuyo o mío? GUSTAVO: Martínez. JUAN: Mío, dile que vuelva. GUSTAVO: Vale. Pero el Barcelona ... JUAN: ¡Déjalo ya!. (Cuelgan)

GUSTAVO (A ANTONIO.): Vaya usted a la sección veinticinco B, para que mi compañero le diga el ... ANTONIO: ... número de la Seguridad Social. GUSTAVO: Eso es. Luego vuelva aquí para ... ANTONIO: ... rellenar el formulario quinientos veintidós. GUSTAVO: Eso es. (Le da los papeles.) ANTONIO: ¿No podría dejarlos ...? GUSTAVO: De ningún modo. Yo no debo ... ANTONIO: ... responsabilizarse. GUSTAVO: Eso es. Tenemos mucho ... ANTONIO: ... trabajo. GUSTAVO: Eso es mucho trabajo como para ... ANTONIO: ... responsabilizarse. Ya, ya. No se preocupe. (Lo recoge todo, con dificultad.) Gracias. GUSTAVO: De nada. Pero, vaya, vaya no pierda más tiempo. (ANTONIO se levanta y se dirige a la mesa de JUAN. Lo suelta todo en una silla y se sienta en la otra.)

JUAN: Buenos días. ¿Deseaba? ANTONIO: ¿No me recuerda? JUAN: Por aquí pasan muchos rostros distintos ... ¿Podría contarme su caso? -18-


ANTONIO: Vengo de la sección veinticinco A, porque... JUAN: ¿De la veinticinco A? ANTONIO: Sí JUAN: Bien. (Descuelga el auricular, marca y en la otra mesa suena el teléfono.) ANTONIO: Pero si no es necesario que ... GUSTAVO (Descolgando.): ¿Sí? JUAN: ¿Sección veinticinco A? GUSTAVO: Dime. JUAN: Te llamo de la veinticinco B. GUSTAVO: Ya, JUAN: Me has enviado a un señor ... GUSTAVO: Sí. JUAN: ¿Para qué? ANTONIO: Para que averigüen un dato en el ordenador. GUSTAVO: Para que averigües un dato en el ordenador. JUAN: ¿Qué dato? ANTONIO: Pero si acaba de decírselo ... GUSTAVO: Pero si acabo de decírtelo ... JUAN: ¡¿Qué dato?! ANTONIO: Mi número de la Seguridad Social. GUSTAVO: Su número de la Seguridad Social. JUAN: ¿Cómo se apellida? ANTONIO: Martínez. GUSTAVO: Martínez. JUAN: Martínez ... De acuerdo. (Cuelgan)

JUAN: Es necesario cerciorarse. (Mientras va tecleando en el ordenador.) A veces viene gente rara ... Y se ponen a pedirnos cosas, para entretenernos nada más. ¿Me entiende? Sin respetar el trabajo de uno, de cuyo recto -19-


cumplimiento dependen tantas circunstancias y tantos sucesos... Es una gran responsabilidad que ¿Martínez Abad? (ANTONIO niega a cada pregunta, sin que JUAN lo deje hablar.) no cualquiera está en ¿Martínez Acevedo? condiciones de soportar, una presión constante, diaria ¿Martínez Alameda?, y no puedes dejar que los problemas ¿Martínez Alonso? familiares influyan en ¿Martínez Bautista? porque yo, por ejemplo, mi sobrino ¿Martínez Benítez? el más pequeño, hijo de mi hermana Inés ¿Martínez Castro? lleva unos días pachuchillo, constipado segura ¿Martínez Cuevas? mente y sin embargo, como si no pasara nada ¿Martínez Delgado? yo ejerzo mis funciones y no estoy con la preocupación ¿Martínez Domingo? constante de si habrá tosido mucho esta mañana o si ¿Martínez Escudero? ... ANTONIO (Interrumpiendo): ¡Martínez Ruiz! JUAN: Ya, ya ... Ya estaba llegando. Martínez Ruiz, Antonio ... ¡Qué impaciencia, Dios mío! Así luego uno acusa el estrés, porque claro va ahí pendiente del reloj como si toda ... nacido el veintiuno de enero de mil novecientos cincuenta y siete ... la vida de uno estuviera regida por el ... en Calahonda .. paso del dichosito minutero ... provincia de Granada ... y luego que si problemas de estómago ... hijo de Antonio ... que si dolores de cabeza ... y de Alicia ... que si hipertensión ... ANTONIO: Elisa ... JUAN: ¿Cómo dice? ANTONIO: Hijo de Antonio y Elisa. JUAN: Hijo de Antonio y Alicia. ANTONIO: Está equivocado ... Mi madre se llamaba Elisa. JUAN: No puede ser. ANTONIO: Elisa Ruiz Fernández. JUAN: Alicia Ruiz Fernández. ANTONIO: Elisa. Que se lo digo yo. -20-


JUAN: Le falla la memoria. ANTONIO: ¿Cómo dice? JUAN: Que le falla la memoria. Mire, si aquí dice que se madre se llama Alicia, es que se llama Alicia. Pregúntele usted a ella. Seguro que está usted en un error. ANTONIO: Mi madre murió hace cinco años. JUAN: ¡Ah! Le acompaño en el sentimiento ... ANTONIO: Gracias. JUAN: Discúlpeme ... ANTONIO: No se preocupe ... JUAN: Yo no sabía ... ANTONIO: Claro ... JUAN: Alicia debía ser una madre ejemplar ... ANTONIO: Elisa ... JUAN: ¡Alicia! ¡Alicia! ¡Aquí pone Alicia y es Alicia! Nuestras bases de información nunca, nunca, se equivocan ... Para eso están, para asegurar los datos que podrían olvidársenos. Y usted, usted debe adecuarse ... ANTONIO: ¿Yo debo? JUAN: Usted debe adecuarse a la información real. ANTONIO: Pero que yo es que estoy seguro ... JUAN: ¿Seguro? usted no puede estar seguro de nada ... (Seña‑ lando al ordenador.) Esto, esto es la seguridad. ANTONIO: Alguien ha podido confundirse cuando ... JUAN: ¡No se atreva a poner usted en duda nuestros métodos! El ordenador contiene un programa de evaluación, comparación y computerización estadística, que previene la posibilidad porcentualmente infinitesimal de que alguno de los formularios contenga cualquier inexactitud. ANTONIO: ¿Cómo dice? JUAN: Que el ordenador contiene un programa de evaluación, comparación y computerización estadística, que -21-


previene la posibilidad porcentualmente infinitesimal de que alguno de los formularios contenga cualquier inexactitud. ANTONIO: ¡Sorprendente! JUAN: Sorprendente y exacto. ANTONIO: No; digo que es sorprendente que se lo sepa usted así ... tan de memoria ... JUAN: Artículo tres barra cinco apartado A barra cuatrocientos dieciocho del Código sobre Ejecución de Archivos, en su revisión de mil novecientos ochenta y siete. ANTONIO: ¡Prodigioso! JUAN: En fin ... No es por presumir pero saqué cuarenta y ocho sobre cincuenta en el test de acceso ... Estudié concienzudamente todos los manuales, ¿sabe? Varios años de mi vida ... Tuve que renunciar ... Lourdes, por ejemplo. Ella tal vez, si yo hubiera dispuesto de más tiempo, pero la obligación, el deber, la responsabilidad, el futuro, que es laborioso y una novia como Lourdes no podía esperar ... Todavía la recuerdo; su pelo negro como ninguno, su aroma a membrillo ... Sacrificios que ... (Mientras habla, GUSTAVO ha descolgado el teléfono, marca y suena el de la mesa de JUAN.) Disculpe. (Descolgando.) Sección veinticinco B. GUSTAVO: ¿Sabes ya el número de la ese ese del señor del quinientos veintidós? JUAN: ¿El número de la ese ese? GUSTAVO: Seguridad Social, hombre, Seguridad Social. ¿Qué va a ser si no? JUAN: Ha surgido un problema GUSTAVO: ¿Cuál? JUAN: No sólo no se ha traído la cartilla de la ese ese, sino que estaba confundido con respecto al nombre de su madre. GUSTAVO: ¿El nombre de su madre? -22-


JUAN: Y lo peor de todo es que no quiere admitirlo. GUSTAVO: ¿Le has dicho que tiene que rellenar un certificado de compromiso? ANTONIO: ¿Un qué? JUAN: Todavía no ... ¿Es un ochocientos noventa y cuatro? GUSTAVO: Sí. Debe hacerlo ... ANTONIO: ¿Cómo dice? GUSTAVO: No te olvides de explicarle bien en qué consiste el compromiso. JUAN (Molesto. Hablándole directamente, sin el teléfono.): ¿Crees que no se hacer mi trabajo o qué? Pues claro que voy a explicárselo ... Yo soy un profesional muy cualificado. GUSTAVO: Ya. Cuarenta y ocho sobre cincuenta. JUAN: Pues sí. Y tú no llegaste ni a cuarenta y cinco. GUSTAVO: Pero saqué mejor nota en los psicotécnicos. JUAN: Cuestión de suerte. GUSTAVO: ¡Ah! Claro ... JUAN: Bueno, ¡déjame trabajar! Volviendo su voz al auricular.) Hasta luego. (Cuelgan.)

JUAN: En fin, señor ... ANTONIO: Martínez. JUAN: Martínez. Vista la situación es imprescindible que usted rellene ... ANTONIO (Mirando el reloj.): Pero yo tenía que haberme marchado hace ya ... JUAN: Oiga que este asunto resulta fundamental y usted parece tomárselo a pitorreo. Equivocarse en cosas así, no es una tontería ... Imagínese si desconoce la fecha de nacimiento real de alguno de sus hermanos ... ANTONIO: Claro que sé cual es ... -23-


JUAN: ... o la Ciudad en que están empadronados sus hijos ... Sería horrible ... Felicitando cada año a los miembros de su familia en un día incorrecto ... leyendo los horóscopos que no son ... ANTONIO: Pero nada de eso ... JUAN: Usted, llamando continuamente a su madre por un nombre que no es el suyo ... Elisa ... ¡Qué apelativo más insípido, más insulso! En cambio, Alicia ... ¡cuánta sonoridad! Repita, repita usted conmigo ... Alicia ... Alicia ... ¡Repita, hombre! ANTONIO: Alicia ... JUAN: Así no; con convicción. ANTONIO: Alicia. JUAN: Póngale un poco de cariño ... Es su madre ... Alicia ... ANTONIO: No estoy muy seguro de que ... JUAN: ¡Alicia! ¡Tiene usted que convencerse! Es necesario que no vaya inventado nombres ficticios. Puedo imprimirle esta ficha, para que usted se cerciore. (Comienza a escri‑ bir en el teclado, mientras habla y la impresora se pone en marcha.) Así, al verlo escrito, le quedará más claro ... Alicia. A vocal abierta media, l consonante líquida alveolar, i vocal cerrada anterior, c consonante interdental fricativa sorda ... Porque, fíjese lo que le digo: flaco favor le hace a su querida progenitora con esos cambios ... Si le da a usted por rezar, porque le rezará de vez en cuando, que madre no hay más que una, y le dice Elisa, Elisa, ..., pues allí donde esté habrá otra beneficiándose de sus oraciones ... Porque ella es Alicia. Así consta en el ordenador y así se están refiriendo a ella en la otra vida. Tal y como lo certifica este papelito que le doy yo ahora para que se convenza. (Le entrega el folio recién impreso.) ¿Se da cuenta? ANTONIO: Sí. JUAN: Lea, lea ... -24-


ANTONIO: Martínez Ruiz, Antonio, nacido el veintiuno de ... JUAN: Más abajo, hombre. (Señalándole.) Aquí, donde dice, aquí, nombre de la madre. ¿Qué pone? ANTONIO: Alicia. JUAN: ¿Lo ve? ¿No se lo había dicho? ANTONIO: Pero es que siempre la hemos llamado siempre Elisa. JUAN: ¿Quienes? ANTONIO: Pues ... la familia, los amigos. JUAN: Entonces ... Deberemos citarlos. A todos ... ¡Cuánto trabajo hay por hacer! Usted será el primero ... Va a firmar un ochocientos noventa y cuatro ... ANTONIO: ¿Firmar? JUAN: Claro. Un certificado (Se pone a buscar en los cajones.) Mediante el cual usted se compromete a memorizar y utilizar correctamente los datos verdaderos y a combatir los defectos de información. Es imprescindible. (Eligiendo un folio.) Aquí está... ANTONIO: Pero yo no puedo cambiar mi memoria así como... JUAN: ¡Yo no puedo, yo no puedo! ¡No se trata de una cuestión de posibilidades, sino de obligaciones! ANTONIO: Yo ... JUAN: ¡Otra vez con el yo! ¡Siempre pensando en primera persona! ¿Y el resto de la sociedad qué? ¿Eh? ¿Cree usted que al resto de la sociedad no le afectan sus errores? (GUSTAVO se dispone a llamar a JUAN.) ¿Cree que tiene derecho a saltarse todo a la torera? ¡Para eso estamos trabajando diariamente aquí! ¡Para eso nos preocupamos! ¡Para eso renuncié yo a Lourdes (Suena el teléfono.) y saqué cuarenta y ocho sobre cincuenta! ¡¿Dígame?! GUSTAVO: Necesario. Catorce letras. JUAN: ¡Ahora no, coño! ¡Que estoy atendiendo a un usuario! (Cuelga. A ANTONIO.) ¿Por dónde iba?

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ANTONIO: Me estaba usted gritando. (GUSTAVO, que se ha quedado con el teléfono en la mano, des‑ concertado, cuelga y vuelve a marcar.)

JUAN: ¿¡Gritando!? ¡Yo nunca grito! ¡La ley veintiocho barra siete punto a coma ochenta y cuatro prohibe el uso de exclamaciones en nuestro trabajo! Así que, ¡yo no grito! ¡Nunca! ¡Yo me limito a informarle en voz alta! (El timbre empieza a sonar.) ¡Porque me sorprende su actitud egoísta y descomprometida, fruto del exacerbado y malsano individualismo ...! (Descuelga.) ¿Otra vez? GUSTAVO: ¿Qué te ocurre, hombre? Tranquilízate ... JUAN: ¡Estoy tranquilo! GUSTAVO: No te tomes el trabajo tan a pecho, que te va a dar algo. ¿Has solucionado ya ...? JUAN: ¡En ello estoy! GUSTAVO: Si quieres, mándamelo y termino de resolverlo yo. JUAN: ¡No! ... No es necesario. Este asunto he de solucionarlo por mí mismo ... GUSTAVO: Pues cálmate ... Recuerda: un, dos; un, dos; respirando hondo: un, dos; un, dos ... JUAN: Un, dos; un, dos; un, dos; ya me voy encontrando mejor ... GUSTAVO: ¿Ves? Respira, respira: un, dos; un, dos ... Siguiendo el ritmo. JUAN: Un, dos; un, dos; gracias, Gustavo ... Ya sabes, tanta responsabilidad ... GUSTAVO: Claro, claro ... Bueno, te llamo después. JUAN: Gracias. GUSTAVO: De nada, compañero. (Cuelgan.)

JUAN: Volvamos a lo nuestro. Un, dos; un, dos ... Le decía que ahora va a ser necesario un, dos; un, dos ... que tanto usted como sus conocidos un, dos; un, dos; pasen -26-


por aquí para rellenar un, dos; un, dos; un ochocientos noventa y cuatro y que repitan un, dos; un, dos; esa visita una vez al mes un, dos; un dos; previa cita para asegurarnos un, dos; un, dos; de que su adecuación a los datos un, dos; un, dos; progresa sin problemas, ¿comprende? ANTONIO: ¿Dice que habré de venir una vez al mes ...? JUAN: Durante ocho años. Sí. Un, dos; un, dos. Y su familia también. ANTONIO: ¿Ocho años? JUAN: Previa cita. Ése es un, dos; un, dos; el funcionamiento habitual en estos casos ... ANTONIO: ¿Habitual? JUAN: Previsto en el Reglamento para Revisión de Datos Públicos, punto treinta y cuatro ce del apartado diecinueve, referente a los Deberes del Ciudadano, vigente desde enero de mil novecientos ochenta y nueve. ANTONIO: Y ahora, ¿voy a poder domiciliar ...? JUAN: Ése es un asunto que todavía está pendiente ... ¡Ah!, lo olvidaba; además en el adendum que fue aprobado por mayoría el ocho de noviembre de mil novecientos noventa y cinco se especifica la obligatoriedad de la revisión de todos los datos que conforman el perfil del usuario. ANTONIO: ¿Cómo dice? JUAN: Que en el adendum que fue aprobado por mayoría el ocho ... ANTONIO: Con otras palabras, por favor ... JUAN: Ha de traer usted toda la documentación necesaria para que comprobemos que no existe ninguna otra confusión en su recuerdo de la realidad. Una vez detectado un fallo tan grave ..., es necesario asegurarnos ... ANTONIO: ¿Entonces?

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JUAN: Le citaremos ..., de aquí a un mes aproximadamente, y tendrá que presentarse con todo el material disponible... ANTONIO: ¿Material? JUAN: EL material, sí. Hemos de revisarlo. ANTONIO: Pero, ¿qué material? JUAN: Pues sus diplomas, sus certificados, su documentación, sus cartas, sus fotos, los billetes de autobús que conserve, los tíckets del supermercado, las facturas de la lavandería ... Ahora mismo le doy un listado. (Mientras habla, busca un folio por entre los cajones.) Pero no se preocupe ... Le dejamos tiempo suficiente como para ... Supone un trabajo extra para nosotros, pero cumpliremos con nuestra ... Me parece que no me queda ninguno ... Algo así no puede dejarse a medias ... (Descuelga el teléfono y marca.) A ver si en la sección veinticinco A ... (Suena el de la mesa de GUSTAVO.) GUSTAVO (Descuelga.): ¿Sí? JUAN: ¿Te queda algún setecientos diez? GUSTAVO: ¿Para el del quinientos veintidós? JUAN: Sí ... GUSTAVO: Alguno tengo que tener ... JUAN: De acuerdo. GUSTAVO: ¿Has pensado en Necesario? JUAN: Lo había olvidado ... ¿Doce me dijiste? GUSTAVO: Catorce. JUAN: Catorce. Vale. (Cuelgan)

JUAN: Mi compañero de la sección veinticinco A le facilitará un setecientos diez. Allí especifica la documentación ... Y aquí tiene el ochocientos noventa y cuatro, que deberá traer relleno y firmado mañana mismo. ANTONIO: ¿Y el número de la Seguridad Social ...? JUAN: ¿Qué pasa con él? -28-


ANTONIO: Que me lo iba a decir usted, para que terminara con el formulario ... JUAN: ... quinientos veintidós. Cierto. Un momento ... (Vuelve al ordenador.) ¿Martínez, verdad? ¿Martínez Abad? ANTONIO: No. JUAN: ¿Martínez Acevedo? ANTONIO: No. Martínez ... JUAN: ¿Martínez Alameda? ANTONIO: ¡Martínez Ruiz! JUAN: Sin gritos, eh, sin gritos ... Que todo este lío es por culpa suya ... ANTONIO: Pero es que yo ... Llevo ya aquí demasiado tiempo ... En mi trabajo ... JUAN: El trabajo es secundario. Lo primero es cumplir con su responsabilidad de ciudadano ... tres cuatro seis siete dos ... ¿no copia usted? ANTONIO: ¿Cómo dice? JUAN: El número ... El número de la ese ese ... Copie ... En el quinientos veintidós. ¿Dónde ha puesto el quinientos veintidós? ANTONIO: Un momento ... (Busca entre todo el lío de papeles que ya lleva. Mostrándole uno.) ¿Es éste? JUAN: No. Ése es un mil doscientos catorce ... ¿No ve el número arriba? ANTONIO (Lo encuentra.): Aquí está. JUAN (Le alarga un bolígrafo.): ¿Preparado? ANTONIO: Sí. JUAN: Tres cuatro seis siete dos cinco tres nueve dos siete. ¿Comprendido? ANTONIO: Tres cuatro seis siete dos cinco tres nueve cuatro siete. JUAN: Dos siete. -29-


ANTONIO: ¿Cómo? JUAN: Nueve dos siete. No nueve cuatro siete. ANTONIO: Ya está. JUAN: Pues, venga. Diríjase a la sección veinticinco A para que le faciliten un setecientos diez. Allí mismo le citarán para dentro de un mes ... Y traiga el compromiso, el ochocientos noventa y cuatro, que le he dado antes, firmado, mañana ... ¿De acuerdo? ANTONIO: Creo que sí. ¿Y ya podrán domiciliarme ...? JUAN: Es cierto. La domiciliación. Vuelva aquí cuando mi compañero le haya dado el listado. ¿Podría ser Obligatorio? ANTONIO: No. Era de catorce. Obligatorio tiene once. JUAN: O-bli-ga-to-rio. Once ... Es verdad. Bueno, vaya, vaya usted. No se entretenga más. ANTONIO (Comienza a recoger los papeles, el abrigo, la car‑ peta.): Entonces vuelvo cuando ... JUAN: Claro, claro ... ANTONIO: Gracias por ... JUAN: Cumplía con mi obligación. ANTONIO: Ya. Hasta ahora. JUAN: Hasta ahora. (ANTONIO se dirige a la sección de GUSTAVO. Llega, suelta todo y se sienta.)

GUSTAVO: ¿En qué puedo ayudarle? ANTONIO: Un quinientos veinti ... No, perdón, un ... Su compañero de la veinticinco B. Para lo de la comprobación de los datos ... GUSTAVO: ¿Un setecientos diez? ANTONIO: Eso es. GUSTAVO: Sí. Aquí tiene. (Le da un taco de diez o doce folios.) Son treinta y ocho pesetas. ANTONIO: ¿Cómo?. -30-


GUSTAVO: Por el gasto de las fotocopias. ANTONIO (Buscando en su cartera mientras habla.): No sabía que ... GUSTAVO: Son once hojas y la administración no puede gastar ... ANTONIO: ¿Treinta y cuánto? GUSTAVO: Treinta y ocho ... ANTONIO: ¿Tiene cambio de cien? GUSTAVO: Debe dármelo exacto ... ANTONIO: Es que no tengo ... GUSTAVO: Está bien. Déme las cien y le extenderá un vale por la diferencia que podrá canjear abajo, en la Caja dos A. ¿De acuerdo? (Coge las cien.) Veamos ... (Coge una calculadora del cajón.) Cien menos treinta y ocho ... ANTONIO: Sesenta y dos. GUSTAVO: Es necesario comprobarlo ... Mediante la calculadora. Sí ... Sesenta y dos ... Espere que le rellene un vale (busca entre los papeles.) Aquí ... Habíamos dicho ... ANTONIO (Mientras el otro habla él le está echando un vistazo a las fotocopias.): Sesenta y dos. GUSTAVO: Eso es. Sesenta y dos. Ya está (Lo firma y lo sella.) En la caja dos A. (Se lo da.) ¿Tiene usted el plano ... ? ANTONIO: Sí. GUSTAVO: Pues nada más. Resuelto. ANTONIO (Refiriéndose al listado.): Pero, ¿todo esto es...? GUSTAVO: Imprescindible. ANTONIO: Y si no encuentro algo de lo que ... GUSTAVO: Estará faltando a la normativa vigente y será sancionado, siguiendo la legislación sobre incumplimiento de las obligaciones ... ANTONIO: Pero yo no sé si conservo esta documentación. GUSTAVO: Siempre podría presentar un justificante exculpatorio y en quince días le dirían si se la aprueban o no. -31-


ANTONIO: ¡Ah! Menos mal ... GUSTAVO: Todo está previsto ... Para facilitar la correcta marcha de cada asunto ... ¿Comprende? ANTONIO: Sí. Claro. GUSTAVO: ¿Ha pensado en Necesario? ANTONIO: De catorce ... GUSTAVO: Sí ... ANTONIO: Pues verá ... No he podido concentrarme. Con tanto ... GUSTAVO: Está bien. Nadie es infalible. ¿Ha acabado ya? ANTONIO: Me falta la domiciliación. Ya he rellenado el quinientos veintidós. ¿Ve? Con el número de la Seguridad Social. GUSTAVO: Enhorabuena. ANTONIO: Gracias. GUSTAVO: En la Sección veinticinco B. ANTONIO: Sí, lo se. Voy para allá. (Comienza a recogerlo todo.) Hoy ya no regresaré a tiempo al trabajo, pero, en fin, al menos dejo lo de la domiciliación... GUSTAVO (Sin mirarle ya, de nuevo sobre el crucigrama.): Claro, claro. ANTONIO: Bueno, gracias ... GUSTAVO: De nada ... ANTONIO: Hasta luego ... GUSTAVO: Sí ... (ANTONIO se dispone a irse, cuando GUSTAVO reacciona acordándose de algo.)

GUSTAVO: Oiga ... ¡Oiga! ANTONIO (Volviéndose.): ¿Qué? GUSTAVO: No puede irse todavía. Debo darle cita para... ANTONIO (Acercándose de nuevo.): Es verdad, lo de la revisión. -32-


GUSTAVO (Saca un libro enorme.): Veamos ... (Pasando hojas.) Para junio ... El veintisiete, ¿de acuerdo? A las nueve y media ... ANTONIO: ¿Y me llevará mucho tiempo? GUSTAVO: Todo el necesario. ANTONIO: Mis jefes ... GUSTAVO: Tendrán que entenderlo. (Rellena un nuevo papel y se lo da. ANTONIO no puede cogerlo, tiene las manos ocupadas. GUSTAVO se levanta y se lo coloca en la boca.) No lo olvide. Ahí lo lleva apuntado. Veintisiete de junio. ANTONIO (Sin que se le entienda.): Uhhmm ... (Asiente con la cabeza.) GUSTAVO: Hasta luego. Uhmuhmuhm ... (ANTONIO se dirige de nuevo hacia la mesa de JUAN. Cuando llega suelta algunas cosas sobre una silla, se quita el papel de la boca y habla sin sentarse.)

ANTONIO: Ya está todo. Aquí tiene (Buscándolo.) el formulario quinientos veintidós para la domiciliación bancaria ... JUAN: ¿Para la domiciliación? No es posible. ANTONIO: ¿Cómo que no es posible? ¿No recuerda? Me faltaba el número ... JUAN: ... de la ese ese, claro que le recuerdo. Usted es el que no sabía el nombre de su madre. ANTONIO: El mismo. Ya lo he resuelto todo. Me han dado cita y ... ahora ... esta era la mesa donde atendían ... La veinticinco B. JUAN: Efectivamente. ANTONIO: ¿Entonces? JUAN: ¿Ha mirado usted la hora? ANTONIO: ¿La hora? ¿Para qué? JUAN: Son las doce y tres minutos. Sólo se atienden domiciliaciones hasta las doce. Según el reglamento de distri-33-


bución horaria, a partir de ese momento esta sección se dedica a las reclamaciones de los usuarios por multas de aparcamiento indebido. ¿Tiene usted alguna queja con respecto a alguna sanción de este tipo? ANTONIO: No. JUAN: Entonces, deberá usted volver otro día, entre las diez y las doce. ANTONIO: ¡Pero es que me corre prisa! ¡Llevo aquí toda la mañana para ...! JUAN: ¡Son las normas! El ordenador ya no recoge ningún dato que no esté relacionado con problemas de estacionamiento. ANTONIO: Y, ¿por qué no me lo advirtieron? JUAN: Usted debería saberlo. Abajo, en Información, por un módico precio, podía haber adquirido un folleto donde se especifica todo el reparto cronológico de nuestras funciones. ANTONIO: ¡No puedo más! JUAN: ¿Cómo dice? ANTONIO: Que llevo toda la mañana aguantando trámite tras trámite ... ¡y estoy harto! ¡Estoy hasta los cojones de tanto formulario! ¿Quiere saber lo que hago yo con esto? (Empieza a rasgar los folios que le han ido dando y a tirarlos al aire hechos trocitos.) ¿Ve lo que hago? JUAN: Usted allá ... ANTONIO: ¡Eso es! ... Yo allá ... ¡Yo decido! Y mi madre se llamaba Elisa. Y ya ... ya ... ya me importa una mierda domiciliar o no los recibos de luz. JUAN: Debería usted aprender a respirar así un, dos; un, dos; un, dos ... ANTONIO: ¡Déjese de respiraciones! Me voy ... y no pienso volver ... JUAN: Volverá ... -34-


ANTONIO: ¿Por qué? ¿Van a obligarme ...? JUAN: Según la normativa establecida el diecisiete de marzo de mil novecientos ochenta y dos, si no domicilia su recibo de luz en el plazo de una semana después de haber solicitado ante la compañía un formulario doscientos veintiocho, del que se habrán quedado una copia testimonial firmada por usted, le cortan indefinidamente el suministro eléctrico. Para evitarlo, es imprescindible que presente en esta oficina todos esos papeles que acaba de romper. ANTONIO (Derrotado.): ¿Imprescindible? JUAN: Imprescindible. ANTONIO (En voz baja.): Imprescindible, imprescindible, imprescindible ... (ANTONIO se pone a recoger, angustiado, los papelitos del sue‑ lo. Poco a poco se irá quedando en la oscuridad, siendo anulado del escenario. Mientras, JUAN descuelga el auricular, marca y en la mesa de GUSTAVO suena el timbre.)

GUSTAVO: Sección veinticinco A. JUAN: Gustavo, soy Juan. Otra vez lo mismo. GUSTAVO: ¿Otra vez? JUAN: Sí. GUSTAVO: Ya es el octavo esta semana. JUAN: El noveno ... GUSTAVO: ¡Qué pronto pierden los estribos algunos, ¿verdad?! JUAN (A GUSTAVO.): Ahora le envío a tu sección, porque a mí se me ha acabado el pegamento. GUSTAVO: Hemos de solicitar más en Conserjería. Para el resto de la mañana. JUAN: O exigir que cada usuario traiga su propio bote. Podríamos incluirlo en las sugerencias sobre la revisión del capítulo tres, sección ocho, ¿no te parece? GUSTAVO: Magnífica idea. -35-


JUAN: Oye, ¿y Sporting Mallorca? (Las luces se van bajando poco a poco. Hasta quedar oscuro. Todavía se oyen algunas frases más, que también se irán diluyendo.)

GUSTAVO: Dos. JUAN: ¿Dos? Yo diría que equis. GUSTAVO: ¡Anda ya, hombre! ¡Lo que te pasa es que al Madrid le viene bien ...! JUAN: ¿Otra vez con lo del Madrid? Que no tiene nada que ver... GUSTAVO: Según las estadísticas ... JUAN: ¿Qué estadísticas? ¿Qué estadísticas?

FIN

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ARRABAL-TEATRO

ha estrenado mundialmente la obra «FOMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS» de Gracía María Morales Ortiz, el día 23 de marzo de 2002, en el Teatro Principal de Requena, con el siguiente: REPARTO: JUAN ALEX MARSALL GUSTAVO LORENZO GABALDÓN ANTONIO JOSÉ ANTONIO CANO EQUIPO TECNICO: DISEÑO ESCENOGRÁFICO JOSÉ LUIS PRIETO REALIZACIÓN ESCENOGRAFÍA MIGUEL ÁNGEL MONZÓ MIGUEL MONZÓ CARACTERIZACIÓN LOLA MONZÓ VESTUARIO AMPARO SERRANO CONTROL ILUMINACIÓN JUAN ZAZO CONTROL SONIDO MIGUEL ÁNGEL MONZÓ REGIDURÍA Y ATREZZO CELIA RODRÍGUEZ PRODUCCIÓN EJECUTIVA RAFAEL G.ª FERNÁNDEZ AUXILIAR DE DIRECCIÓN LORENZO GABALDÓN DIRECCIÓN JOSÉ LUIS PRIETO

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CON LA SANGRE DE VENECIA Autor: Federico Castro Fernรกndez-Alfaro

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PERSONAJES:   - JEAN.   - PIERRE.   - RENÉ.

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La luz va aumentando poco a poco, viene de una lámpara que cuelga del techo. Hay una ventana en la cuarta pared que proyecta la sombra de los barrotes. Estamos en una celda de una cárcel francesa durante la ocupación alemana. En el centro de la escena hay un par de sillas y una mesa pequeña. A cada lado hay un catre y en el foro hay una puerta de metal con una pequeña abertura con barrotes, una taza de water en un rincón y un pequeño lavabo. Al comenzar la acción Pierre se enciende un cigarro sentado en una de las sillas. Es un hombre mayor, se le ve castigado por el tiempo, el meteorológico y el otro. Lleva envueltas las manos en paños que solo le dejan al descubierto los dedos. La ropa que lleva está sucia y forma varias capas que cubren su maltrecho cuerpo. A pesar de su aspecto mantiene una dignidad, hay algo en él que inspira respeto, algo casi legendario. Su barba de varios días tiene filones blancos, como su pelo, algo largo y sucio. Pero es casi irreal, casi de cuento. Su voz suena sabia y vieja, sin tiempo, pero también es cínica y de humor amargo. Jean está tumbado en uno de los catres y de él solo podemos ver la espalda porque está vuelto hacia la pared y mal cubierto con una manta, sobre él cae la sombra de los barrotes de la ventana. P.‑ ¿Quieres que te líe uno? ‑Pierre fuma su cigarro y comienza a liar otro mientras habla.‑ Supondré que lo quieres. Oye mira, si no lo quieres dilo, no me gusta trabajar de balde. Jean calla y Pierre sigue liando el cigarro.‑ No me creo que duermas. Deberías hacerlo, pero seguro que ya estás despierto. En días así a uno no se le pegan las sábanas. El miedo no es buen compañero de cama y solo el sueño nos deja escapar de él. Yo de joven tenía pesadillas mientras dormía, despertar era una bendición. Volver a ver a una mujer dormida, o despertar solo pero tranquilo... Luego me hice viejo, y despertar fue la pesadilla. Ya no había mujer, ni tranquilidad, y esta maldita guerra... Soñar es un gran refugio, el único que queda cuando sabemos que esto se acaba. Me gustaría morir dormido, así entraría en la muerte como siguiendo un sueño, y eternamente creería que estoy dormido. Si la -41-


verdad que hay después fuera cruel pensaría que puedo despertar cuando quiera y así perdería importancia, y si fuera dulce y agradable, entonces... entonces daría igual. J.‑ Cállate de una vez viejo. Estoy harto de oír tus tonterías. P.‑ ¡Vaya! Parece que el señor se decide a levantarse. Pierre se levanta y va hasta Jean, le da el cigarro. Este se sienta en el catre y lo coge. Pierre, al ver que no tiene con qué encenderlo, vuelve a la mesa y coge el encendedor de cuerda. Le enciende el cigarro y va a su catre a guardar los utensilios de fumar bajo su manta. J.‑ ¿Cuándo crees que vendrán a buscarnos? Pierre sigue colocando sus cosas y no contesta. Jean se levanta y va al lavabo. Abre el grifo pero no cae nada. J.‑ ¡Maldita sea! ‑Va a la puerta y grita entre los barrotes.‑ ¡No hay agua! Una voz, de los soldados de la cárcel contesta desde fuera, con pronunciación alemana.‑ Pues te jodes. Otra voz.‑ Te meas encima. ¿Desde cuando os laváis los franceses? J.‑ A estos cabrones les daba yo... P.‑ Por lo que he oído ya les diste lo suyo. ¿Es cierto que reventaste dos tanques el día que te cogieron? J.‑ ¿Y tú qué sabes viejo? Dos tanques, cincuenta, qué más da. Ahora estoy aquí y eso es lo que cuenta. Dime, y tú, ¿qué hiciste?. P.‑ Me detuvieron cuando iba con mi burra a la montaña. J.‑ ¿Y eso? ‑Divertido.‑ ¿Llevabas bombas metidas en el culo del animal? P.‑ No, pero llevaba las cántaras llenas de leche. J.‑ Se equivocaron contigo entonces. P.‑ El camino por el que iba no llevaba a ninguna casa. Estaba a casi dos kilómetros de la última del pueblo. Alguien dio el chivatazo de que yo llevaba alimentos y armas a los -42-


maquis del monte, y esa mañana decidieron cogerme, esperaron a que ya no hubiera duda y me detuvieron. No estuvieron muy hábiles, si me hubieran dejado un rato más habrían sabido por donde andaban los de la resistencia. J.‑ Si te detuvo una patrulla tendrían miedo de hacerlo demasiado cerca de los maquis, no fueran a hacer de oveja en vez de lobo. ¿Desde cuando estás aquí? P.‑ Perdí la cuenta de los días, pero calculo que va para un mes. J.‑ Un mes. P.‑ Los que entraron conmigo estuvieron menos. J.‑ ¿Qué hicieron con ellos? P.‑ No sé, creo que a algunos se los llevaron en camiones, a otros los fusilaron aquí mismo, en algún patio. Alguna vez nos han hecho enterrarlos. J.‑ ¿Cuánto tiempo los tienen en las celdas? P.‑ Depende, no sé. Un día, dos. Yo soy de los pocos que dura tanto, deben de pensar que no valgo ni la bala de un mal tiro. J.‑ ¡Un día! ‑Sobrecogiéndose.‑ A mí me trajeron ayer. Dios santo, tiene que venir pronto, antes de que...‑ Se calla. P.‑ ¿Quién ha de venir, muchacho? J.‑ Nadie, olvídalo. Se hace un silencio espeso. Solo el murmullo de las voces de los soldados fuera y la llegada del miedo que empieza a atenazar a Jean se perciben en el aire. J.‑ Por eso antes no contestaste. Por eso antes cuando te pregunté cuándo vendrían a por nosotros no dijiste nada. Te callaste igual que te callas ahora, ¿verdad viejo?, sabes que hoy vendrán a por mí y no has querido decírmelo. P.‑ Yo no sé nada muchacho. J.‑ Sí, sí que sabes. Me queda poco tiempo, mierda, esto no me puede estar sucediendo. Necesito saberlo, necesito -43-


estar seguro. No puedo pasar cada hora esperando a que vengan. ‑Cada vez más nervioso.‑ ¿Cómo fue con los otros? ¿Qué les hicieron, dime? ¡Habla! Dime algo, viejo. P.‑ No soy yo quien puede responder tus preguntas, lo que tú quieres saber no lo sabe nadie. J.‑ ¿Qué dices? Te he preguntado que qué hicieron con ellos. P.‑ Eso ya lo sabes, sabes que los fusilaron o que se los llevaron a matarlos a otro sitio. J.‑ Pero alguno se salvaría, alguno habrá podido escapar. P.‑ Que yo sepa no, Jean. J.‑ Bueno, de todas formas yo cuento con alguien que no tenían los demás. P.‑ Hablas de ese que tiene que venir. J.‑ Si, de ese. De mi hermano. P.‑ ¿También lo han detenido? ¿Crees que lo traerán aquí?. Entre dos puede que haya... J.‑ Mi hermano no es de la resistencia. Es el alcalde de Le Puy. P.‑ Sorprendido, pensando y sacando conclusiones.‑ En Le Puy... Entonces tu hermano... Tu hermano es colaboracionista. J.‑ Sí y no. La guerra le pilló ya de alcalde, tuvo que aceptar a los alemanes para que no mataran a su familia. P.‑ ¿Y tú? J.‑ ¿Y yo qué? Yo no lo hice. Me uní a la resistencia y me fui del pueblo. Él tenía mujer y una hija, lo hizo por ellas. P.‑ Crees entonces que vendrá a salvarte. Jean se levanta y su gesto transmite una duda. J.‑ Tiene que venir. No puede dejarme aquí. P.‑ ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Acaso medrar por ti no le pondrían en peligro a él y a su familia? J.‑ ¿Qué estás diciendo viejo? ‑Transformando su miedo en ira‑ Insinúas que mi hermano me va a dejar tirado, que no va a hacer nada por evitar que me maten. ¿De dónde te -44-


crees que vengo, de una familia de cuervos? ‑ Agarran‑ do a Pierre por el cuello.‑ Como vuelvas a dudar de mi hermano no va a ser una bala alemana lo que te mate. Jean suelta a Pierre que queda recuperándose sentado en su catre. Busca los extremos de la manta y se la echa por la espalda. Jean golpea la mesa y se sienta en una de las sillas. Del pasillo lle‑ gan las risas de los soldados que deben estar jugando a las cartas. J.‑ Se levanta y va hacia la puerta, agarra los barrotes y grita‑ ¡Callaos, cabrones! Desde fuera las risas llegan más fuerte. Jean se desespera y va hacia su catre donde se derrumba y llora P.‑ Has de aprender a dominar el miedo. J.‑ Déjame en paz ya viejo, tú no sabes nada de mí, ni siquiera sabes si tengo miedo. P.‑ Sí que lo tienes. Me lo dice tu voz, que es alta para no dejarte oír el pánico de tus entrañas. Tienes miedo porque todos lo tenemos, la muerte da miedo. J.‑ Yo no voy a morir, saldré de aquí y tú te quedarás esperando que vengan a buscarte. P.‑ No te equivoques hijo, aquí dentro o ahí fuera todos esperamos que vengan a buscarnos. J.‑ ¡Cállate por Dios, cállate! ¿Por qué no se calla todo? Quiero volver a estar dormido. P.‑ Ya te dije que dormir es un gran refugio. ¿Ves como tienes miedo? Nadie busca un refugio y menos ese cuando está seguro de que todo saldrá bien. Confías en tu hermano menos que... J.‑ No vuelvas a hablar de mi hermano, estás advertido. P.‑ Podrás estrangularme si quieres, pero eso no hará que confíes más en él. J.‑ Estás muy seguro de que no es de fiar. P.‑ En estos tiempos nadie lo es. La guerra saca lo peor de cada uno. Nos hace ser fieras para poder sobrevivir. Tu

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hermano tendrá que decidir, igual que lo hizo cuando llegaron los alemanes, no le darán una opción fácil. J.‑ Él tiene cierta influencia en esta región, se ha hecho respetar ante los alemanes. P.‑ ¿Y qué más da? Ahora intentarán utilizarlo para sacarte lo que sepas. J.‑ René nunca me haría eso. P.‑ René nunca te haría eso si no fuera por la guerra. Esos soldados de ahí fuera tendrían ahora un arado o una máquina de escribir entre sus manos y ni siquiera sabrían que existes si no estuviéramos en guerra. J.‑ Cada día nos levantábamos juntos, íbamos juntos a la escuela, sus recuerdos son los míos. P.‑ Eso también lo habrá pensado él antes de tomar una decisión. Te habrá puesto en un plato de la balanza, en el otro, su mujer, su hija, no sé, el bienestar de ellas, quizá también el suyo propio, y por supuesto su miedo. Su miedo a morir. J.‑ Él no va a traicionarme. P.‑ En estos días no hay traidores ni héroes, solo miedos diferentes. J.‑ Yo aún confío en que no me deje morir aquí. P.‑ Has de confiar, como confía el hijo en que volverá la madre para darle de comer, y como lo hace el pavo en el granjero. Has de hacerlo porque tu esperanza pasa por él, pero la verdad no tiene nada que ver con nuestras esperanzas. Él puede venir a darte de comer o a llevarte al matadero. Pausa larga. Jean mira a Pierre y habla más tranquilo aunque igual de desesperado que antes. J.‑ ¿Y como puedo conocer la verdad? P.‑ La mentira es el mejor cebo, en él siempre pica la verdad. Respóndele a lo que te pida, finge que su juego es el tuyo. Que él vea que confías en él, sepulta las dudas que te -46-


planteo. Luego dile que le has mentido, y así verás si su temor es por ti, o... J.- Es por él. P.‑ Si descubres que te ha dicho la verdad y que busca tu salvación siempre podrás rectificar, pero si le desenmascaras no habrás confiado en balde. J.‑ Pero le estaré engañando, seré yo el... P.‑ Tu engaño será inofensivo, lo harás por protegerte, no por hacer daño. J.‑ ¿Por qué crees que me pedirá algo? Quizá llegue y me diga que no ha podido hacer nada. P.‑ Eso, muchacho, sería la única respuesta que yo admitiría de él. Cualquier pacto que te proponga tendrá un aguijón escondido, pero si te dice que todo está perdido podrás despedirte de él como del buen hermano que crees que es. J.‑ Aún así le escucharé si me propone algo. P.‑ Pero no dejes de hacer lo que te he dicho, nunca sobra la prudencia. Se descorren los cerrojos de la puerta. Un soldado queda en el marco y un preso entra con dos platos de comida que deja sobre la mesa. Sale el preso y el soldado cierra por fuera la puerta . Cuando se ha abierto, Jean se ha levantado sobresaltado, Pierre ha quedado sentado, solo una mirada fugaz a los ojos del preso le ha hecho apartar la vista del suelo. Jean queda de pie. J.‑ Esto es terrible, cada vez que se abra la puerta pensaré que vienen a por mí. P.‑ Siéntate y come. No unas a tus temores el dolor del estómago vacío. J.‑ Sentándose en la silla al otro lado de la mesa de donde está Pierre.‑ ¿Y tú? ¿Tú no tienes miedo viejo? P.‑ Comiendo. Ya te dije antes que todos lo tenemos. J.‑ Pero tú parece que no. Dilo, di que tienes miedo.

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P.‑ ¿Por qué quieres oirmelo decir? Piensas que si lo digo seré como tú, que estaré igual de desesperado. J.‑ ¡Vamos dilo! ¿No te atreves? ‑Quedan mirándose en silen‑ cio.‑ Tú tienes miedo a tener miedo, has conseguido dominarlo y temes que vuelva a apoderarse de ti ¿verdad? ¡DILO! P.‑ Respirando hondo antes de hablar.‑ Está bien. Tengo miedo. J.‑ Bueno, ya estamos en el mismo barco. Pierre deja la comida y pierde la mirada en el infinito, que bien puede ser el fondo de la sala. P.‑ Sí, tengo miedo. Tengo un miedo atroz. Miedo a verme delante de los soldados a punto de disparar, miedo a la oscuridad que pueda encontrarme, miedo a desaparecer. J.‑ Si tienes tanto miedo ¿cómo puedes controlarlo? P.‑ Sabiendo que lo tengo. De pequeño creía que los valientes eran los que no lo tenían, y yo tenía mucho, por muchas cosas, sobre todo por la oscuridad. Una vez mi padre se hartó de mi miedo y me sacó de casa en plena noche. Hacía frío, yo iba temblando, nos alejamos y llegamos donde ya no había luz. Yo sabía que delante de mí había una fila de árboles y de matorrales y tras ellos un prado, pero ahora solo eran una mancha negra, llena de ruidos. ‑Pierre ha ido a situarse detrás de Jean. Lo coge por los hombros y le hace mirar al fondo.‑ Mi padre se puso detrás de mí y me sujetó por los hombros, no me dejaba darme la vuelta. Lloré y lloré, no paraba de tiritar y el pánico me invadía el cuerpo, quería salir corriendo. Le dije que le odiaba. Se agachó, me preguntó que si tenía miedo, no sé si contesté. «Yo también lo tengo» me dijo. ‑Pierre deja a Jean y vuelve a su sitio.‑ Él también tenía miedo. Ahora casi necesito sentirlo para seguir adelante, el miedo me obliga a sentirme vivo. J.‑ ¿Pero no te domina nunca? ¿Qué te pasará en el paredón? P.‑ Me acordaré de la oscuridad, y de mi padre, y tendré mie-48-


do, pero sabré que por llorar o por volverme loco no tendré menos. En el pasillo se oyen ruidos. Puertas de celdas que se abren y voces de soldados que se mezclan con las de presos. P.‑ Parece que se llevan a alguien. J.‑ Asomándose por la puerta.‑ Es dos celdas más allá. P.‑ Acercándose a mirar.‑ Déjame ver. ‑Mirando.‑ Vaya, es Phillipe. J.‑ ¿Le conocías? P.‑ Llegamos a la vez, al principio estuvimos juntos en la misma celda. Es el único que queda que llevará tanto tiempo como yo. J.‑ ¿Crees que ahora vendrán a por ti? P.‑ No sé. ¿Quién sabe lo que nos tiene guardado el destino? ‑ Intentando olvidar lo inminente del peligro.‑ Cuéntame, ¿cómo van las cosas por ahí fuera?, aquí solo se oyen rumores que nunca se sabe si son ciertos. J.‑ Tú sabías que reventé dos tanques cuando me cogieron. P.‑ Ya te digo que alguna cosa siempre se sabe ¿es cierto entonces?. J.‑ Reventamos varios, no fui yo solo. Les dimos bien, fue un buen día. Bueno claro, si no me hubieran cogido habría sido mejor. P.‑ Dime, ¿cómo va la guerra?, ¿van a desembarcar de una vez o seguiremos luchando solos? J.‑ Llegan noticias confusas, parece que quieren movilizar a la resistencia para que les sea más fácil el camino. No sé, todo el mundo habla pero nadie sabe nada. P.‑ ¿Y vosotros cómo estáis? ¿Se sigue uniendo gente? ¿Tenéis armas? Dime, dime si puedo creer que ganaremos esta guerra. J.‑ Nunca podremos ganarla sin la ayuda de fuera, pero creo que de momento conseguiremos no perderla. Ahora ha llegado un español, un republicano que huyó de allí después de perder su guerra. Nos ha enseñado cosas. -49-


P.‑ Cosas como qué. J.‑ Claves, sobre todo claves. Nos ha enseñado a poder utilizar canales de radio usando claves. P.‑ Ya, ‑Escéptico.‑ zorro moteado a ardilla gris, dame tus nueces para dárselas al lobo... J.‑ Oye viejo, no te rías, realmente funciona. De momento no nos han interceptado ni una sola vez y nos da una gran libertad de movimientos. P.‑ Está bien, dame un ejemplo. J.‑ No sé, la última que usamos era a base de animales... P.‑ Ves, ya decía yo lo del zorro moteado. J.‑ ¿Quieres que te lo cuente o no? P.‑ Vale, vale, abuelo oso te escucha. J.‑ Bien. Si te digo que tengo un búho significa que estoy viendo un tanque. P.‑ Un niño podría descifrar esa clave. J.‑ De acuerdo, pero si te digo que tengo un búho con tres huevos a punto en el nido... P.‑ Pues no sé... J.‑ Tú sabrías que somos tres armados con granadas y dispuestos a atacar. P.‑ Ya veo, ya. J.‑ Así, cada unidad suya es un pájaro, cada pareja de infantería es un gorrión, los coches son jilgueros, etc. P.‑ Y los huevos sois vosotros. J.‑ Cuando se llevan granadas sí, si tenemos una ametralladora de posición somos un pollo, y si solo estamos vigilando y no llevamos más que el arma de mano entonces somos, peleles. Así que si tú estás recibiendo en la emisora la información de todos los grupos puedes coordinarnos sabiendo lo que hay y en que condiciones nos encontramos. P.‑ ¿Y a ti? ¿Qué te pasó? Te desplumó un búho, un gorrión... J.‑ A mí me desplumó un cuervo. -50-


P.‑ ¿Un cuervo? J.‑ Sí, cuando decimos que hay un cuervo decimos que hay... P.‑ Un traidor. J.‑ Sí. Dijimos por radio que teníamos tres búhos y un jilguero, que éramos once; cuatro con granadas, dos ametralladoras y cinco peleles, suficiente para un ataque sorpresa con muchas posibilidades de éxito, lo habíamos planeado la noche anterior y estábamos apostados en el sitio ideal, eran tres tanques, los que sabíamos que iban a pasar y esos fueron los que aparecieron. Nos dijeron que adelante, todo era según lo previsto. P.‑ ¿Y qué salió mal? J.‑ Cuando fuimos a por ellos vi como Antoine, uno de los nuestros, salía corriendo. Me extrañó, había llegado hacía poco pero creíamos que era de fiar. El asunto es que inmediatamente llegaron no sé de donde otros tres tanques y montones de soldados. Ese bastardo les había dicho donde íbamos a atacar y nos estaban esperando. P.‑ No pudisteis acabar con él. J.‑ Antes de que me cogieran conseguí hablar por la emisora que llevábamos. «Londres es un cuervo». Cada uno de nosotros tiene un nombre en clave, una ciudad. P.‑ ¿Crees que le habrán cogido? J.‑ Imagino que pensó que todos estábamos muertos o detenidos y que si alguno le vio huir no podría haberlo contado. Así que supongo que volvería al refugio confiado, donde le estarían esperando para darle su merecido. P.‑ ¿Y si no lo hubiera hecho? J.‑ Entonces le buscarán. Alguien en algún pueblo acabará por reconocerle, los cuervos nunca duran demasiado, hay que ir siempre a por ellos. La peor raza es la de los traidores, su arma es la confianza en los demás. P.‑ Pero la guerra los hace necesarios J.‑ La guerra hace necesarias demasiadas cosas. -51-


Pausa . Pierre intenta cambiar el rumbo de la conversación. P.‑ Por cierto ¿Y tú qué ciudad eras? J.‑ Venecia. P.‑ No te pega demasiado. J.‑ De pequeño soñaba con ir allí, una ciudad sobre el mar, calles de agua... Vuelven a sonar puertas de celdas que se abren y voces de los soldados. Jean y Pierre se sobresaltan. P.‑ Me parece que esto se acaba. Se abre la puerta de la celda. Entra un soldado. Soldado.‑ Venga viejo, vamos a dar un paseo. Otra voz suena fuera. ‑ No, ese no, de momento son suficientes. Soldado.‑ Saliendo y cerrando la puerta‑ Está bien, serás el primero la próxima vez. Pierre se sienta en su catre con la cabeza caída. Jean queda de pie sin saber que hacer. Largo y profundo silencio. P.‑ Ya era hora. Llevaba esperando esto mucho tiempo. Casi desde que murió Claire, mi mujer, y todo se quedó mudo. La muerte siempre es inoportuna, unas veces llega pronto y otras llega demasiado tarde, estos años de sufrimiento me han sobrado, nos han sobrado a todos. J.‑ Oye Pierre, perdona por haberte tratado antes como lo he hecho. P.‑ No te preocupes. Los dos quedan en silencio, abatidos. Pero Pierre comienza a sonreír y se pone de pie lentamente, su sonrisa es tierna, casi de niño, los ojos brillantes de llanto contenido. Tiene el hablar de los locos, la ilusión de la sinrazón. P.‑ No te preocupes Jean, no es culpa tuya lo que digas en mi sueño. Lo que te agradezco es que no me hicieras despertar. J.‑ ¿Qué dices viejo? ¿De qué estás hablando? -52-


P.‑ Ahora lo he entendido. Ésta mañana, cuando creí despertar, no lo hice. Imaginé todo, y lo sigo haciendo, sigo soñando esta celda, sigo soñándote a ti. Ahora vendrán a buscarme esos soldados, me llevarán afuera... Imaginaré el sol, y el aire frío que me dará en la cara, pediré un cigarro, me lo darán... después pediré mirarles, nada de trapos en los ojos... no sentiré dolor, en los sueños no hay dolor, todos lo sabemos... J.‑ ¿Y entonces? P.‑ Entonces despertaré, despertaré de mi sueño. Y allí estará Claire, que como cada mañana estará esperando que despierte para amarme, y estará la vida... J.- ¿Y si... P.‑ ¿Y si no despierto?... Entonces nada importa, ni mi sueño, ni mis recuerdos.. . J.‑ Pierre... Suena la puerta y entra el mismo soldado de antes. P.‑ Vaya, ha sido antes de lo que imaginaba. Soldado.‑ Vamos viejo, que ahora si te toca.‑ Agarra a Pierre de un brazo. P.‑ Mirando a Jean. Cuídate de los cuervos, te veré por la mañana. Salen el soldado y Pierre de la celda y se cierra la puerta tras ellos. Jean queda solo, mirando la puerta J.‑ Adiós viejo. Se sienta, en la mesa están los platos que les trajeron con la comida. Fuera siguen oyéndose los ruidos de los cerrojos desco‑ rriéndose y volviéndose a correr, voces, insultos. Por fin parece que todo cesa. Jean queda solo con el silencio de su celda vacía Alarga el brazo y coge una de las cucharas de los platos. Golpea distraí‑ damente el plato de aluminio con ella. Al mismo ritmo comienza a mover una pierna. Golpea un poco más fuerte. Y más rápido. Y más fuerte. Y más rápido. Y más fuerte. Y más rápido. Su respira‑ ción se vuelve jadeo, se siente el aire rasparle el pecho. Su mirada se pierde. Cuando el ruido y el ritmo son frenéticos estalla .Golpea el -53-


plato y lo manda contra la pared del foro, se levanta ahogando un grito y cae encogido al suelo. Su cabeza queda atrapada entre sus brazos y oímos su llanto desconsolado y desesperado. La luz baja hasta que la oscuridad es total. La luz va aumentando poco a poco. La escena está igual que antes. Jean aparece dormido, hecho un ovillo en el mismo lugar donde acabó llorando. Se supone que ha pasado un rato. Suenan los cerrojos de la puerta, Jean se sobresalta y se asusta, gatea hasta su catre y como si de un niño se tratara busca instintivamente la manta para cubrirse. La puerta se abre. En el marco aparece René. Volviéndose hacia el soldado que le ha abierto la puerta le hace un gesto de que todo está bien y puede dejarles solos. Se sube las gafas con el dedo corazón de su mano derecha Este es un gesto que repetirá mientras esté en escena. En la otra mano lleva un maletín de piel gastado. Se cierra la puerta y René queda de pie junto a ella J.‑ ¡René! ‑ Corre hacia él y le abraza . René responde con un solo brazo, del otro cuelga el maletín de piel gastado. R.‑ Hola Jean, ¿cómo estás?.‑ René habla tenso, incómodo, contrasta con Jean, que no puede ocultar la satisfacción de verle allí. J.‑ Me alegro de verte, hermano, sabía que vendrías. ¿Cómo están Marie y Colette? R.‑ Bien. Preocupadas por ti. Yo he venido en cuanto he podido, me enteré de madrugada y... J.‑ Lo siento René, supongo que te pongo en una situación muy incómoda. R.‑ No te preocupes, lo único que importa ahora es que puedas salir de aquí. J.‑ ¿Salir? Cuéntame, ¿cómo están las cosas? ¿Podrás sacarme? René calla y se sienta en una silla, junto a la mesa. Deja el maletín sobre ella J.‑ Le observa en silencio.‑ Dime ¿qué te han dicho? Si no hay nada que hacer dímelo, ya casi me he hecho a la idea, pensé que quizá tú podrías haber, no sé, conseguido... R.‑ Hay una opción, Jean. Una buena opción. -54-


J.‑ ¿Sí? ¡Vamos, cuenta! ‑Jean corre a sentarse frente a René. Quedan uno frente a otro; entre ellos la mesa y el maletín encima R.‑ Me han propuesto algo. Pero no tenemos mucho tiempo. J.‑ ¿Qué es? ¡Dime! R.‑ Jean, ¿confías en mí, verdad? J.‑ Por supuesto René, eres mi hermano, ¿en quién iba a hacerlo si no? R.‑ Bien Jean... me han dicho que si colaboras te soltarán. J.‑ ¿Qué significa colaborar René? R.‑ Tienes que decirme los refugios de la resistencia en las montañas. Jean se levanta. Se acuerda de lo que le dijo Pierre. R.‑ Sé que te resultará dificil, pero es la única solución. J.‑ No entiendo cómo has sido capaz de plantearme algo así. Eso no es una solución. R.‑ Nervioso. Mira Jean, tengo un plan. Se sube las gafas. Tú me das los datos que te pido. Yo los guardo y se los doy. Pero lo que ellos no sabrán es que también me darás un mensaje. Un mensaje para que se lo envíe a tus compañeros y tengan tiempo de desalojar los refugios antes de que lleguen los alemanes. J.‑ Me parece muy arriesgado. R.‑ No, Jean. Si los lugares son ciertos ellos verán que no les has mentido, supondrán que la resistencia ha cambiado de lugar por precaución. Durante una temporada creerán que no van a estar por aquí. A ellos les valdrá. ‑Pausa‑ Dijiste que confiarías en mí. J.‑ Es poner en peligro a mucha gente, no puedo sacrificarles por salvarme yo. R.‑ No vas a sacrificar a nadie, yo les avisaré para que huyan. J.‑ Eres tú entonces, el que se pone en peligro. R.‑ Me da igual Jean, es la única opción que tenemos, tienes que aceptarla, tienes que confiar en mí, ¡por favor! -55-


J.‑ René, yo confío en ti. Pero imagínate, mis compañeros, mi hermano, tu mujer y tu hija, todos estaríais en peligro por mi. No puedo hacerlo. R.‑ Muy nervioso, va hasta Jean.‑ ¡Olvídate de ellos, de mi! Piensa en ti, llevas años en peligro por defender aquello en lo que crees, por defender nuestro país y nuestra libertad deja que por una vez seamos el resto los que nos sacrifiquemos por ti. J.‑ No puedo René. R.‑ Desesperado, agarra a Jean.‑ ¡Al cuerno Jean! ¡Claro que puedes! Siéntate ahí ahora mismo y díctame los malditos lugares. J.‑ Enojado, se suelta bruscamente de René.‑. ¿No me vas a dejar que yo decida? Es mi vida, no la tuya. R.‑ Cambiando los gritos por un tono más suave, pero siempre dentro de una gran tensión.‑ Jean, Jean, por Dios, no lo entiendes. Ahora hay que conseguir que salgas de aquí, lo que venga después ya lo solucionaremos como podamos, en las montañas hay muchos refugios seguros, no tiene por qué ocurrirnos nada. J.‑ ¿Irías a las montañas con Marie y Colette? R.‑ Pausa. Ambos quedan mirándose en silencio durante un momento.‑ Por supuesto Jean. J.‑ ¿Haríais eso por mi? R.‑ Estoy harto de pensar a cada hora que puede venir alguien a decirme que has muerto. Quiero que acabe la maldita guerra para volver a tenerte viviendo cerca. Y para eso tengo que evitar que te maten ahora. Suenan los cerrojos. Ambos miran asustados a la puerta. Jean se echa hacia atrás. En la puerta aparece un soldado. René al verle comienza a gritarle. R.‑ ¡No! ¡No, por Dios! Aún no me ha dado tiempo, tienen que darme más tiempo, ¡por favor! ‑René comienza a sollozar desesperado y continúa gritando al soldado.‑ Me prometieron un cuarto de hora y aún no ha pasado, no puede haber pasado, por favor... Su súplica es agónica, patética. -56-


René calla al ver que el soldado no se ha inmutado. Él ha observado extrañado a René mientras este le gritaba y ahora se dirige hacia el catre que era de Pierre. Coge la manta y una chaqueta que había sobre ella y deja desnudo el catre. Sobre él descubre los utensilios de fumar de Pierre. Los coge y, con des‑ precio, los deja sobre la mesa, mira a René de igual forma y sale con la chaqueta y la manta de la celda. Jean ha observado desde cierta distancia a su hermano, se ha dado cuenta de su desespe‑ ración cuando se ha abierto la puerta . Se sienta a la mesa y coge el encendedor de cuerda que era de Pierre. Réné se recupera y mira a Jean sin saber cómo va a reaccionar. Jean estará a partir de ahora muy serio, distante, y no dejará de mirar y tener en sus manos el mechero. J.‑ Estoy impresionado René. Nunca pensé que pudieras sufrir por mí de esta manera. R.‑ (Rehaciéndose en parte) Jean, por Dios, tienes que aceptar lo que te he propuesto. J.‑ (Mira a René por un momento, en silencio, el otro le suplica con los ojos rojos y desesperados) Lo haré René, te daré lo que me pides y me salvaré. R.‑ (Mira al techo y respira hondo, aliviado) Gracias a Dios Jean. J.‑ No René, gracias a ti. René saca papel y pluma del maletín con gran celeridad. Se comporta como un niño al que por fin dejan ir a jugar tras una gran rabieta, y con el llanto aún en la cara sonríe y corre con el sufrimiento pasado olvidado. J.‑ Sabes que esto es muy dificil para mí ¿verdad René? R.‑ Indiferente. Lo sé Jean, lo sé. J.‑ ¿Qué necesitas saber? R.‑ Dime los refugios donde se esconden y los zulos donde estén las armas. J.‑ ¿Puedes mandar el mensaje por radio? Así será seguro que llega antes que los soldados. R.‑ Hay una emisora en el ayuntamiento, lo mandaré desde allí. Venga, dime los lugares. -57-


J.‑ Te lo daré en clave, para que nadie que lo oiga pueda saber quién lo manda y qué dice. R.‑ Claro Jean, en clave. Pero ahora... J.‑ Sí, por supuesto, los lugares, sí... Apunta: Hay dos refugios, uno está entre el Collado del Águila y la senda de los pastores... R.‑ Eso es ya en Tournon. J.‑ Sí, no sé, pero se llega antes desde Le Puy. R.‑ Apuntando. Bien, ya está, sigue. J.‑ El otro refugio está más cerca. ¿Recuerdas donde el río tiene tres cascadas? R.‑ ¿En la garganta de los abedules? J.‑ Sí. Allí íbamos a veces con padre a bañarnos. (Jean re‑ cuerda) R.‑ Yo un día casi me voy corriente abajo. J.‑ (Jean sonríe) Es verdad. Padre te agarró en el último momento. R.‑ Bueno sigue. J.‑ ¿Qué? ¡Ah! Sí. Bueno, entonces sabes donde te digo. Subiendo desde allí hacia el Pico de las Buitreras te encuentras una senda casi tapada por la vegetación, si se sigue unos tres kilómetros va a parar a una garganta muy cerrada en la que hay muchas cuevas, allí es donde está el refugio base. R.‑ Perfecto Jean. Y además de esto, ¿dónde tenéis las armas? ¿Hay más escondites? J.‑ Pensando. No estoy seguro, eso no lo controlaba yo. Creo que hay uno en el extremo del norte del lago, donde el río desemboca. Sí, y otro junto a la granja abandonada, el refugio de los pastores cuando les cogía la tormenta en la montaña. René acaba de escribir mientras Jean le mira. Mientras ha durado la confesión ha hablado francamente, sin dar motivos de sospecha a René. Ahora su expresión es dura. -58-


Sigue mirándole hasta que acaba de escribir. R.‑ Ya está Jean. Con esto es más que suficiente. J.- Estás satisfecho. R.- Sí, la verdad es que llegué a creer que no te convencería... J.- ¿Y si fueran falsos? R.- ¿Falsos?.- Nervioso de nuevo. Se sube las gafas.- No seas tonto Jean, comprobarán que son ciertos antes de soltarte. Ellos han de ver que allí ha habido alguien, que quedan algunas armas, aunque cuando lleguen no hay nadie, pero ha de verse que se está usando. (René, por la forma de actuar de su hermano empieza a darse cuenta de que pueden ser falsos). Dijiste que confiabas en mi, que me darías lo que te pedía... Jean, hermano, todo esto es por ti... no seas loco, no pueden ser falsos. J.- ¿Y si lo fueran? .-Jean apoya las manos en la mesa, fija la mirada en René. Este está al borde de un ataque. Respira agónicamente. R.- Entonces, entonces... te matarían Jean, no te dejarían libre, han de ser ciertos... si no... René se ha levantado de la mesa y ha retrocedido hasta el catre que era de Pierre. Jean le acosa, le sigue sin dejar de mirarle a los ojos mientras hablan. René tropieza con el catre y queda tirado en él. J. Si no ¿qué?, René. ¡Di!. R.- Al borde del llanto. Ya te lo he dicho Jean... no te dejarán... Esconde la cara en la manta y da la espalda a su hermano, se le oye llorar desesperado. J.‑ Jean se retira. Habla aparte. Yo no saldré vivo de aquí René, no has podido hacérmelo creer. Volviéndose hacia él.‑ Cuéntamelo todo, dime qué te dijeron. R.‑ Se incorpora un poco en el catre. Sin dejar de sollozar.‑ Me vinieron a ver en cuanto te cogieron. Me amenazaron. Querían que te sacara todo lo que pudiera, que si no se las llevarían a Alemania, a un campo de concentra-59-


ción, y a mi me matarían. No me dejaron opción Jean, entiéndelo. Suplicándole, casi a sus pies. J.‑ De mi no te dijeron nada. R.‑ Solo que no pensara en salvarte, que lo único en que tenía que pensar era en mí y en mi familia, nunca te soltarían. J. ‑ Agarrándole por un brazo y levantándole. Vale René, deja de llorar. R.‑ ¿Me comprendes Jean? Dime que me comprendes. No podía hacer nada por ti, tenía que mirar por ellas. J.‑ Te entiendo René, te entiendo. René queda en la mesa sentado en una silla Jean le mira de pie. J.‑ Los lugares que te he dado son correctos. R. ‑ Oh! Jean. Gracias, no sé como podría... J. Dios mío esto es terrible. No te preocupes René. Ahora prométeme que harás una cosa. Le sujeta por los hombros y le habla mirándole a la cara R. ‑ Dime Jean haré lo que quieras. J. ‑ Prométeme que enviarás el mensaje que te dé. R. ‑ Lo haré Jean lo haré ¡te lo prometo! ¿Me perdonas? Necesito que me perdones. J.‑ Me has engañado René, pero te perdono. R.‑ Gracias hermano. J.‑ Solo te pongo la condición de que envíes el mensaje, solo así me quedaré tranquilo y tú sabrás que estás perdonado. R.‑ Te lo juro Jean. Desde fuera un soldado habla‑ Señor Valvert, debe usted dejar al preso, ya es la hora. R.‑ Dios mío, Jean, no quiero dejarte. J.‑ Dile que espere un momento. R.‑ ¡Es solo un momento!. Vuelve a sollozar. -60-


J.‑ Vamos René, se un hombre. Escucha mi mensaje. R.‑ Te escucho Jean. J.‑ Debes mandar el siguiente mensaje en clave, con él, mis compañeros sabrán que tienen que huir. R.‑ Será su salvación y mi perdón. J. ‑ Aparte. Tu perdón y tu penitencia. Hacia René. Memorízalo, Jean habla despacio, grabando cada sílaba en la mente de René.‑ «Hay un cuervo con la sangre de Venecia». ¿Lo tienes? R.‑ Sí. Hay un cuervo con la sangre de Venecia. J. ‑ Solo di eso y ellos sabrán lo que tienen que hacer. R.‑ Gracias Jean... Suenan los cerrojos. Entra un soldado.‑ Ya está bien señor Valvert, ha de salir. R.‑ Mientras es conducido a la puerta se vuelve hacia Jean. Hasta siempre hermano. J.‑ Hasta siempre René. Jean queda solo en la celda. Habla solo. Hasta pronto. Coge la manta de su catre y mira a la puerta Tiene la expresión tranquila, casi feliz. Levanta la cara . Gracias por no haberme despertado René. Por la puerta que no han cerrado cuando salió René con el soldado entra otro soldado queda uno en el marco. El primero va hasta Jean y le coloca unas esposas. Mientras, Jean habla sin oponer resistencia. J.‑ Soldado, ¿verdad que hace sol? Soldado.‑ Sí, lo hace. J.‑ ¿Y algo de aire? Soldado.‑ Sí. J.‑ ¿Me darán un cigarro si se lo pido? Soldado de la puerta.‑ ¿Y a este qué la pasa? Soldado.‑ No sé. A Jean. Sí, se lo daremos. Han terminado de colocarle las esposas y le llevan hacia

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la puerta que se cierra cuando se han ido los tres. La luz ha comenzado a bajar antes de que salgan y cuando se oye el cerrar de los cerrojos ya estรก oscuro.

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TÍTULOS DE LA COLECCIÓN 1.- LA GUERRA DE TODOS LOS SILENCIOS de Francisco Prada FREDDIE:   CEREMONIA PARA UN ACTOR DESESPERADO de Abilio Estévez 2.- AZOTEA

de Francisco Javier Puchades Hernández

FIEBRE

de Alberto Conejero López

3.- BAILANDO CON EL MUERTO de Oscar E. Tabernisse LA CANCIÓN DEL SOLDADO de Walter Ventosilla Quispe 4.- FORMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS de Gracia María Morales Ortiz CON LA SANGRE DE VENECIA de Federico Castro Fernández-Alfaro

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