XII Certamen Internacional de Teatro Breve

Colección

n.º 12

CAMA CALIENTE A LA DERIVA de D.ª MÓNICA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

FERNET AMARGO de D. ARMANDO RUBÉN VARRENTI

XII CERTAMEN INTERNACIONAL DE TEATRO BREVE CIUDAD DE REQUENA 2008 -1-

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© Coordinadora de Actividades Teatrales

Arrabal Teatro

C/. Villajoyosa, 13 bajo - 46340 REQUENA Teléfono / Fax: 96 230 41 93 Diseño de la portada: Miguel Angel Roda.

Primera Edición: Marzo 2010 Edita: M. I. Ayuntamiento de Requena Depósito Legal: V - 1.150 - 2003 Impresión: GOVI • imprentagovi@telefonica.net -2-

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ACTA NOTARIAL Según consta en el acta levantada por D. Joaquín Olcina Vauterén, Notario del Ilustre Colegio de Valencia, un Jurado presidido por D. José Luis Prieto y formado por D. Juan Alfonso Gil Albors, Doña Mª Dolores Roda, D. José Luis Pinotti, Dña. Carmen Morenilla, D. Miguel Ángel Plaza, D. Ferràn Grau, Doña. María José Viana y Dña. Nuria Pérez Mezquita, siendo secretario del mismo D. Rafael Ochando y contando con la presencia del Alcalde de Requena, D. Adelo Montés, quien ostentaba la presidencia honorífica, después de las oportunas deliberaciones, acordó conceder el primer premio del Certamen Internacional de Teatro Breve “Ciudad de Requena” 2008, a la obra titulada “CAMA CALIENTE A LA DERIVA” de la que, una vez abierta la plica, se comprueba que es su autora D.ª Mónica Sánchez Fernández, y otorgar el segundo premio a la obra “FERNET AMARGO” cuyo autor, abierta la plica correspondiente, se verifica que es D. Armando Rubén Varrenti.

JURADO PRELIMINAR Miguel Ángel Plaza, Isabel Sanchis, Marisol Romero, José Antonio Navarro, Clara García, Librado Carrasco, Rocío López, Germán Fernández, Roberto Expósito, Encarna Herrero, Montse Ramón, Enrique Tébar, César Salvo, Juan Pablo Monteagudo y Sonia González

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CAMA CALIENTE A LA DERIVA Autora: MÓNICA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

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MÓNICA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ Nací en Madrid, en 1970.

Comencé a estudiar Químicas pero descubrí, en el primer año, que las probetas y los mecheros de laboratorio no eran lo mío. Me cambié a Ciencias de la Información, y acabé mi carrera de Periodismo, en la Universidad Complutense de Madrid, en 1992. Me di prisa en acabar. Antes pensaba que un año más o un año menos marcaba la diferencia. Ahora me llevo mejor con el tiempo. Nos asumimos. Estudié los cursos de doctorado en el Departamento de Filología III de mi Facultad. E incluso, una vez que finalicé los 32 créditos, inscribí la tesis: “Eros y Tánatos en la obra de George Bataille”. La dejé sin comenzar. Mientras estudiaba el doctorado, inicié mi trabajo como correctora y editora de textos en el País-Aguilar. Allí le tomé gusto a las erratas y trabajé con ahínco por cazarlas. En 1998, me involucré en una Organización No Gubernamental que trabaja con personas sin hogar: RAIS (Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral).

Durante años, mi hermana Isabel y yo, gracias a la confianza en nosotras de la fundadora de RAIS, Carmen Sacristán, editamos una publicación quincenal que vendían personas sin hogar. En sus años de existencia, la revista cambió de nombre: “También Contamos”, “TC magazine” y “Milhistorias”, pero siempre fue una apuesta por la integración social y laboral de los más excluidos de la sociedad. En la Universidad aprendí cosas, pero en RAIS viví tantas más que me calaron por dentro y por fuera. Obra Social Caja Madrid publicó tres ensayos que escribí sobre personas sin hogar: “A Ciegas, milhistorias de la calle” (2003), “En dos, un viaje a las fronteras” (2005), y “Sólo luna. Treinta cartas a una dama sin hogar” (2007). Cada uno de ellos tocaba un aspecto del sinhogarismo: personas sin hogar en la Europa próspera; inmigrantes sin papeles en situación de exclusión social; y mujeres sin hogar. A finales de 2006, me fui a vivir a Xalapa (México). Desde entonces, escribo para la

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revista ¡HOLA!, en México, donde he entrevistado a algunas figuras del mundo del espectáculo como Chayanne, Ricky Martin, Silvia Pinal o Vicente Fernández. Mis trabajos están situados en las antípodas –mundo de la exclusión y mundo del desbordante “glamour”– pero ambos me han ayudado a sacudir prejuicios y a mirar al ser humano como tal, más allá de quién es, qué tiene o qué produce. Todo es secundario ante la persona al desnudo. En México, desempolvé textos viejos y escribí textos nuevos. Unos y otros, en los últimos años, me han dado muchas satisfacciones: • Basado en mi libro “En dos, un viaje a las fronteras”, el dramaturgo Emilio Williams estrenó en Madrid su obra: “Si viví es por algo siempre pienso”.

• Finalista del Concurso Cosecha Eñe de relato corto con el cuento “Primer Amor” (2008).

• Primer Premio del Concurso de Teatro Breve Ciudad de Requena (2008) con la obra “Cama caliente a la deriva”.

• Primer Premio de Novela Corta María Zayas (2009) con la pieza “Zapatos rotos” –que publicará la editorial JP Libros en los próximos meses–.

• Finalista del VI Premio Cafè Món con la colección de relatos “La ciudad y sus curvas”.

• En 2009, la editorial El Andén publicó mi primera novela “La hija de Kafka”, una obra de humor negro, ambientada en Xalapa, donde una mujer, en sus delirios, cree ser hija del famoso autor de “La metamorfosis”.

Y sigo escribiendo porque es lo único que sé hacer. Que quiero hacer.

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PERSONAJES:

HOMBRE.

CHICO.

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Una habitación interior. Un armario, una mesilla y una cama. Se ve ropa por el suelo. Imposible calcular la hora. Se oye el tic-tac de un despertador instalado sobre la almohada.

Debajo de abundante ropa de cama se adivina un bulto. Puede que alguien duerma allí. O que alguien se esconda del fino halo de luz que surge cuando un hombre abre la puerta. El hombre entra vencido. Lleva los cuellos de la cazadora vaquera subidos y un gorro cubre su cabeza. Se apoya en la pared y comienza a quitarse las botas. Las paredes, blancas; sin ningún adorno que nos haga situarnos o conocer de antemano una época o un país. El espectador se siente dentro de una caja de cerillas en la que un hombre cansado, de pie, mira una cama como si fuera un campo de batalla. Un ligero movimiento de la colcha medio caída confirma la hipótesis inicial: alguien se esconde tras la trinchera de las sábanas revueltas. El hombre cansado, con unos cuarenta y tantos años agazapados a una mirada triste, se aproxima lentamente a la cama. Comienza a hablar con un tono enérgico que se contiene. Voz de noche.

HOMBRE: Eh, chico. Levanta de una vez. Ya es la hora. (De entre las sábanas se escapa un susurro ininteligible). No andes chingando, chico. Vengo reventado. (Vuelve a revolotear por la habitación un susurro que suena a súplica). ¿Cómo dices?

Qué hueva la de este chavo. No me importa lo que digas. Tu hora pasó hace cuarenta minutos. Sal ya. Largo...

CHICO: (de entre el revoltijo de ropa de cama aparecen unos ojos negros, extrañamente encendidos. Luminosos. La sábana va bajando y el espectador descubre a un joven que no habrá cumplido los veinticinco años). No sea así, señor. Déjeme un poco más. Me da que hoy hace mucho frío. Y le juro que no me encuentro nada bien. No tengo fuerzas para salir de acá. Ándele señor, que me duele la panza.

HOMBRE: (enfadado) Ése es tu problema. No el mío.

CHICO: ¡Eh!, no sea tan desagradable. Sólo le he pedido que me deje unos minutos más en la cama. Tampoco es para tanto.

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HOMBRE: ¿Que no es para tanto? Qué huevos, niño, qué huevos. Llevo exactamente once horas trabajando detrás de la barra de un café y una hora dando vueltas por la calle. Llegaba soñando con mi cama, con esta cama, y aún no te has largado.

Son casi las doce. ¿Cómo es esto? ¿Será que tú no trabajas?

CHICO: (sumiso) Hoy me han dado vacaciones. Y... mire, tóqueme. Sí, en la frente. ¿No lo nota? Tengo fiebre.

HOMBRE: (burlón) Abrasas. Corre al médico. ¡Que te ingresen en un hospital ahorita mismo! (enciende la luz, cambia de tono y adopta uno mucho más agresivo) Me da igual. Esta cama ya es mi cama. ¿No conocías las reglas?

CHICO: (se incorpora, saca de la mesilla un papel, lo desdobla y lee. Recita la lección con un toque de niño bueno que exaspera aún más al hombre) “Fulano de tal pagará puntualmente (entre el uno y el cinco de cada mes), la cantidad acordada. Esto le da derecho a usar el baño, la cocina, así como la cama de la habitación tres, de nueve de la mañana a once de la noche...”.

HOMBRE: (le interrumpe) ¿Qué has dicho de las once? He oído bien, ¿no? Así que las once. ¿Me puedes decir qué hora marca tu reloj?

CHICO: Tranquilo, hombre. Llevo seis meses aquí. ¿Le he fallado alguna noche? Oh, sí, sí, no me diga. Hoy por cuarenta minutos. Y vaya la que está armando. ¿Es tan grave? ¿He cometido un asesinato?

HOMBRE: Simplemente no me gusta verte en mi cama.

CHICO: Querrá decir en nuestra cama.

HOMBRE: (enfadado) Vete a la mierda. Levanta ya. Ahora mismo. ¿Pero qué te piensas? ¿Que me voy a creer la historia esa de que estás enfermo? Y un carajo. Cuando he entrado a la recámara, estabas más despierto que yo. ¿Crees que no me he dado cuenta de eso? Chavo, tú te crees muy listo.

CHICO: (divertido) ¿Sí? ¿Usted lo piensa?

HOMBRE: (violento) Lárgate o te largo. No te lo vuelvo a repetir. O te largas o te largo. Ya está bien.

CHICO: (burlón) ¡Ay! Qué miedo.

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HOMBRE: Se me está acabando la paciencia. Recoge tus sábanas.

CHICO: Claro, claro, cómo no. ¿Y qué hago después con ellas? (sonríe pícaro) ¿Las dejo en el suelo como siempre? Hacía un tiempo que quería conocerle para comentarle algo. No sé qué ocurre en esta habitación algunas noches con mis sábanas.

Es muy extraño. Cuando vuelvo por la mañana, le juro que alguien las ha movido. Siempre pienso que alguien ha estado husmeándolas de arriba a abajo. ¿Es usted?

HOMBRE: Cabrón.

(El chico se levanta. Es alto, muy delgado y con el pelo negro revuelto y rebelde. Tiembla. Hace mucho frío en la habitación, y se nota por su manera de caminar. Comienza a mudar su ropa de cama, sin prisa. Mientras tanto, el hombre va al armario y toma la suya con delicadeza. Con la mano, hace un ademán enérgico. Se esfuerza por alisar sus sábanas. Espera impaciente a que el chico termine).

CHICO: No irá a negármelo. ¿A que mis sábanas le gustan?

Ahora que hemos tenido el gusto de conocernos, acláreme el misterio. ¿A que sí es usted quien se entretiene con ellas?

Ande, dígamelo esta noche.

HOMBRE: (dubitativo) ¡Qué misterios ni qué chingadas! No me seas faltón, chico. Lo que pasa es que siempre las dejas ahí en medio y me estorban el paso. Eso es todo. ¿Ves qué fácil?

Si dejaras la recámara como es debido…

CHICO: ¡Qué pena! Me he equivocado. Creí que su afición por mis sábanas tenía que ver con otra cosa…

HOMBRE: Ya ves, esta vez te has confundido.

CHICO: Lo que pasa es que a mí me encanta el olor que se queda impregnado en mi almohadón. Es de ella. ¿A poco no lo ha notado?

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HOMBRE: Ya está bien. ¿Dónde quieres llegar con todo esto? ¿Quieres que reconozca que tus sábanas siempre huelen a mujer? No lo niego, es verdad ¿Te quedas más tranquilo y te esfumas de una vez?

CHICO: (ilusionado) Ya sabía yo que usted sí se había dado cuenta. Una pregunta más y ya le dejo… ¿Y no le gusta este aroma? Digo yo que sí, porque está bien rico. Bien rico. Y no se va con nada.

HOMBRE: (desarmado) Sí, lo confieso. Me gusta. Y ahora, no seas malito. Déjame dormir de una vez por todas.

CHICO: (insinuante) Mis sábanas huelen a compañía femenina ¿verdad? Es que ella usa un perfume muy caro. Siempre le digo, “niña, que vas por ahí dejando huella. Imposible que pases desapercibida”. Y a ella le encanta que se lo diga. Cómo se ríe. “Vamos, chavito, dímelo de nuevo”. “Que hueles bien rico, reina. Así no hay quien pueda olvidarte”.

HOMBRE: (curioso) Vamos, chico. No me líes. Debes largarte.

Estoy cansado. Muy cansado.

(El chico ha terminado de quitar sus sábanas. Las dobla sin ningún cuidado y las tira al suelo, a los pies de la cama.

El hombre se aproxima con las suyas. Empieza a desdoblar la sábana de abajo. El chico intenta ayudarle. El hombre, con una mirada, se lo impide) CHICO: Yo creo que ya ha llegado la hora de saber tu nombre. Yo me llamo Ernesto. Y ella, María. Siento no podértela presentar, pero es que hoy se ha ido a media tarde.

HOMBRE: (le da, blando, su mano. Le pregunta con aparente desinterés) ¿No será para siempre, verdad chico? (vuelve a modular su tono de ironía) ¡Sería una lástima!

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CHICO: ¿Quién sabe? Es imprevisible, pero en los últimos tiempos casi todos los días se cuela en mi cama. “¿Dónde estás cuando no vienes?”, le digo. Y ella se ríe y me contesta: “Mi chico, ¿a qué tantas preguntas? ¡Ay!, ya tendrías que conocerme mejor, que me duermo en los sitios más extraños. Y, de tanto en tanto, más me vale estar escondida y bien callada...”.

Ya ve cómo es ella. Qué mujer…

HOMBRE: (vuelve a la actitud del principio) ¿Por qué carajos ando de plática contigo? ¿Cómo decírtelo para que lo entiendas de una vez? No me interesa ni un poco tu María.

Además, te lo advierto, no sé qué estás haciendo. De sobra sabes que está prohibido traerse gente a la casa. Escucha con atención lo que te digo. No lo vuelvo a repetir. Si no te largas ahora mismo, pero ahora mismo es ya, le cuento todo esto al casero y se acaba de una vez por todas esta historia. Que ya me aburres, chico.

CHICO: (misterioso) Y a mí que me da que usted jamás me acusaría. El olor que deja María… ¿no le ayuda en nada?

HOMBRE: ¿A qué tendría que ayudarme? Déjate ya de tonterías. Quiero dormir.

CHICO: (caprichoso). No sea así. Seis meses compartiendo cama y ni siquiera sé su nombre. Ya le he dicho que yo soy Ernesto.

HOMBRE: (huraño, sin mirarle a la cara) Pedro.

CHICO: (contento y burlón) ¡Qué gusto, Pedro! Ya puedo presumirlo. Me codeo nada menos que con Pedro, el camarero diligente, el hombre al que nadie ha visto nunca relajado. Ni un solo día de su vida.

HOMBRE: (con un repentino tono de resentimiento y malestar) Ya me estás cansando. No soy camarero. ¿Te enteras? Trabajo de camarero, que es algo muy diferente. En algo tiene uno que ganarse la vida.

CHICO: Si yo no digo nada. No sé por qué se ofende.

HOMBRE: (a su historia) Un día entras en un bar, y sin apenas darte cuenta te quedas convertido en el aparato que quita la espuma de las cervezas de un otro que ni siquiera te mira.

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CHICO: A mí eso no me ocurre. No me quitan los ojos de encima. Soy artista. Trabajo con María...

HOMBRE: (con rabia) ¿Artista? Pero ¿has visto cómo vives?

Todo lo que tienes es una cama unas horas al día...

CHICO: (le devuelve la furia) Oiga, Pedro, no se confunda, porque yo tengo una cama unas horas al día y a María revoloteando por ella. ¿Y usted? Una cama cada noche y un olor que nunca se colará entre sus sábanas.

HOMBRE: (muy enfadado) Vete por un tubo. ¿Me escuchas?

Se acabó ya esta plática. Y, por favor, cuando salgas, cierra la puerta, sin dar un portazo. No tengo claro que entiendas mi idioma. Chico, que quiero dormir (pronuncia sílaba a sílaba, enérgico)

(El hombre se quita los pantalones, la cazadora y el suéter.

En el otro lado de la cama, el chico se pone unos vaqueros, un jersey y un abrigo. Sigue sentado, abrochándose las deportivas con parsimonia) CHICO: (hace como si estuviera hablando solo) Ya me lo decía ella. “Cuánta energía negativa deja este hombre almacenada en tu colchón. Ese hombre no es feliz, chico, te lo digo yo, te lo juro por éstas”. Y así parece. Esta María… qué bárbara, nunca se confunde. A veces llora y no para. Pero confundirse...

HOMBRE: (derrotado) ¿No vas a dejarme en paz? ¿Qué tengo que hacer para que te largues? (burlón) ¿No te das cuenta de que estás dejando pasar la noche y un artista se debe a su público? Vamos chico, a triunfar y deja descansar a este humilde trabajador.

CHICO: (ignorando este último comentario) ¿Sabe cómo va a empezar hoy María su actuación? Es única. Vestida de blanco, mucho vuelo, y unos labios bien rojos. Caminará hacia el micrófono. Carraspeará. Y comenzará a cantar como si susurrara (el chico imita a María. Entona suave): “Happy birthday to you, happy birthday to you, happy birthday, mister Pedro, happy birthday to you”.

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HOMBRE: (asombrado) ¿Qué especie de broma es ésta?

CHICO: (haciéndose el despistado) ¿A qué se refiere?

HOMBRE: ¡Qué mierda! ¿Cómo sabes que hoy es mi cumpleaños?

CHICO: ¿Yo? ¿Cómo iba a saberlo? ¿Será posible? ¡Lo que es el azar! Esto es cosa de brujas. Menuda casualidad. Me deja usted asombrado, Pedro. Hoy su cumpleaños... ¿Y se iba a dormir así, sin más? ¿Para cuándo deja usted la farra? Qué cosas, hoy su cumpleaños…

HOMBRE: (le agarra por el suéter) Dios, me estás enfermando con ese tono de idiota. Dime de una vez qué es todo esto...

Qué buscas, chico.

CHICO: (se aparta del hombre. Se alisa el suéter, carraspea, aclara la voz y comienza a hablar como si estuviera dando un gran discurso) Está bien. Está bien. No se enfade. Deme un cigarro y le explico...

HOMBRE: (a regañadientes le ofrece un cigarro. Se sientan los dos en la cama, bastante alejado el uno del otro, sin el menor atisbo de contacto físico) Toma, chico. Y habla rápido. No tengo toda la noche para escucharte.

CHICO: (con voz de misterio) Aún no diga nada, pero tengo una sorpresa para usted. ¿No se lo imagina? (el hombre niega con la cabeza). María le ha dejado un regalo (el hombre le mira sin apenas reaccionar). Sí, no se quede así. Ella solita averiguó qué día era su cumpleaños. Usted ya sabe cómo son las mujeres cuando hay algo que las interesa. No paran.

(El chico saca de debajo de la cama una botella de vino en una cubitera de hielo y tres copas. Llena las tres. Una se la ofrece al hombre que aún le mira con cara de sorpresa, otra la deja en el suelo y la última se la queda. El hombre saca la botella de la cubitera y observa la etiqueta. No dice nada al respecto.)

HOMBRE: No sé por qué hacen ustedes todo esto. ¿Se están riendo de mí o en qué consiste esta broma estúpida?

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CHICO: ¿Reírnos? Le juro que no. Todo lo contrario. La otra noche vino María y vio sobre la mesilla una postal. No se enfade, pero tiene las manos rápidas. No pude evitar que la leyera: “Feliz cumpleaños”. Una fecha y tres firmas. Eso se lee muy rápido. “No hay cumpleaños sin sorpresa, mi amor”.

“No le conocemos de nada”, le dije yo. “Duerme aquí y eso es suficiente”. Si a María se le mete una idea en la cabeza no hay quien la frene.

HOMBRE: ¡Dios, esto es absurdo! ¿Quién es esa María? ¿Quién eres tú? ¿Qué queréis de mí?

CHICO: ¿Qué vamos a querer? Celebrar tu cumpleaños. Es una fiesta sorpresa. Podemos hablar de María. O ir a buscarla. ¿Quieres? Yo sé dónde actúa...

HOMBRE: (bebiendo de un trago la copa de vino y sirviéndose otro) No entiendo nada.

CHICO: ¿Y qué más da? Es tu cumpleaños y tenemos que divertirnos.

HOMBRE: Pero esta situación, ya no me divierte. Mira, chico, todo esto más bien me inquieta. Estoy cansado, quiero dormir y me encuentro con que aún no te has largado. Además, me lías con el nombre y el olor de una mujer. En todo esto, ya sólo falta el confeti por un cumpleaños que nadie quería celebrar...

CHICO: Respira, hombre, que te ahogas. Relájate, que no es para tanto. Tan sólo, una sorpresa.

HOMBRE: Te voy a pedir un favor. Sólo uno y se acaba esta historia. Dile a esa chica que agradezco el detalle, pero que no celebro cumpleaños. No ahora.

CHICO: (se vuelve a llenar la copa. Espera a que el hombre acabe de un trago el contenido de la segunda. Echa más vino al hombre que se deja servir sin decir nada) ¿Estás casado?

HOMBRE: (rápido) Yo pregunto. ¿Es guapa?

CHICO: ¿María? Tenías que oír lo que la dicen cada noche cuando acaba su show. No paran de silbar y pedirle que vuelva al escenario. ¡Qué cuerpo, mi madre! ¿Cómo decirlo? María es un bombón.

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HOMBRE: ¿La quieres?

CHICO: Eso aún suena muy fuerte. Mmmmm, me gusta, eso sí. Me encanta que se meta en mi cama y me abrace durante horas. Cuando me despierto, siempre me tiene preparada una broma. La susurra en mi oído como si fuera una declaración.

Yo hago como que me enfado. Y después, siempre un beso muy largo.

HOMBRE: ¿Cómo la conociste?

CHICO: (habla en un tono más confidente. Se le descubre terriblemente ingenuo) Al fin llegó la hora de las confesiones.

Pedro, quizá no lo sepas, pero el camino hacia la fama es lento y duro. Muy duro. Por fortuna, yo sé lo que quiero. Y no voy a renunciar tan fácil. No podrán conmigo. Cuando llegué a este país, hace siete meses, traía un repertorio muy completo debajo del brazo, un traje a medida y la imagen de mi madre.

Hasta el aeropuerto fue a decirme adiós, con los labios rotos de tanto mordisqueárselos. Estaba nerviosa por conocer qué encontraría su hijín en tierras extrañas... Esa imagen me vuelve cada día. Tras una serie de complicaciones, que no vienen al caso, encontré trabajo en un sex-shop, limpiando las pinches cabinas donde los viejos rabo verde liberan sus frustraciones. Ya sabes a qué me refiero. A María la conocí allí. Ella era una de las trabajadoras de ese local. Ya sabes, se desnudaba en una cabina, mientras un grupo de babosos se masturbaban a su salud.

HOMBRE: (ataca de nuevo con la burla) Qué duro, chico, pero ya se sabe lo sacrificado que es el mundo de la farándula.

CHICO: Tú búrlate lo que quieras. No me importa, porque allí

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aprendí mucho. Música, ritmo, sensualidad, interpretación.

Tenías que oír los comentarios de las chicas cuando todos esos cerdos no pueden escucharlas. Son brutales. Luego, salen ahí y se humedecen los labios y se abren de piernas mientras parecen decirles: “Amor, acércate que no puedo oírte. Acércate a mí como sólo tú sabes hacerlo. Así”. Tan suaves. María era la mejor. Hacía un numerito genial. Discreto, pero genial. Con play-back incluido. Desde la primera noche, se vino a dormir conmigo. Dijo que yo la daba confianza, que como buenos paisanos que somos, yo no le haría nada que ella no quisiera.

Y lo dijo tan sensualón, que no pude resistirme.

HOMBRE: (muy curioso) ¿Chingáis?

CHICO: (risueño) Pregunta por pregunta. ¿Estás casado? (mientras formula la pregunta, se saca de la cazadora papel de fumar y abre un pequeño sobre del que saca maría. Comienza a liarse un porro) HOMBRE: ¿Qué haces? Chico, no me metas en más líos. No sé cuánto tienes de eso, pero es ilegal y...

CHICO: (lo enciende) ¿A ti de qué te ha servido la legalidad, señor camarero? Vamos, hombre, sólo uno, te lo juro. Me gusta charlar con alguien que sabe de primera mano lo que significa dormir en una cama caliente. Deja que por un instante me sienta como en casa. Somos dos con mucho en común...

HOMBRE: Un olor. En realidad nos une un olor.

CHICO: (Le pasa el porro al hombre que, en un principio duda, pero luego lo acepta y comienza a dar caladas que intercala con sorbos de vino) Y una pared sin adornos. Así, a lo brutal. A María le encanta dejar huella. Resalta todas las que nosotros nos esforzamos por ocultar. Por cierto, ¿estás casado?

HOMBRE: (refunfuña) Sí, chico, sí. Lo estoy.

CHICO: (un tanto inquisidor) ¿Hijos?

HOMBRE: Dos. Ahora uno dice que quiere venir para acá.

CHICO: ¿Y?

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HOMBRE: (se mira las manos y ve que sigue con el porro. Da dos caladas largas y se lo devuelve al chico. Vuelve al vino) Y nada. Olvídalo. Sigue con María. ¿Podré conocerla? Te diré algo. No me gusta reconocerlo, pero tenías razón. Cada noche recojo tus sábanas del suelo y duermo abrazado a ellas. Ese olor... Dios. (Se da cuenta de que el chico está sentado en la orilla de la cama. Muy apartado. Tal vez por la conversación, o quizá por esas caladas de más, y el vino, siempre el vino, el hombre le pone la mano sobre el hombro y le invita a aproximarse. Los dos permanecen sobre la cama sentados uno junto al otro. El hombre -a pesar del cansancio- parece haber encontrado un poco de paz) CHICO: (triste y un poco afectado por la marihuana y el vino) Seguro que María es como la imaginas. Seguro. Yo creo que te la he descrito palabra por palabra tal cual ella es (Baja un poco el tono de voz). Te apuesto otro de estos (señala el porro) a que a ti te ocurre con tus hijos y tu mujer lo mismo que a mí con mi madre. Miedo. Pero yo no estoy vencido. No lo estoy.

Sigo por el camino trazado para alcanzar el sueño con el que empaqué mi maleta. Hay que dejar pasar algo de tiempo...

HOMBRE: (Otra nueva copa llena. La colma para el chico) El tiempo nos traiciona. Siempre corre a nuestra contra. No te despistes, porque el tiempo es listo. Muy astuto, el cabrón, Nos engaña con ese jodido tic-tac que parece infinito. Y de pronto... Se acabó. Lo siento chico, pero para ser estrella hay que nacer con estrella. No sé si me entiendes. Los demás, estamos jodidos. Pero bien jodidos. ¿Sabes que el señor camarero con miedo a la ilegalidad estudió leyes? ¿Sabes que un día le dijo a su señora que se iba a un país lejano para especializarse en derecho internacional y después triunfar y llevarla por las avenidas del mundo entero en un coche limusina como el de las películas gringas? Se lo creyó. Fue al aeropuerto con el pelo brillante y el vestido ceñido. Los niños correteaban.

Nos besamos. Yo en aquellos días creía que el señor abogado podría triunfar sin problemas. Después… Después, ya ves, chico. La barra de un café, cartas cada vez más espaciadas, mentiras constantes, y la idea permanente de una limusina con el humo del motor ahogando sueños.

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CHICO: No hables así. Mira que te está agarrando fuerte la tristeza. Ay, tendría que estar aquí María. Ella sí que sabe animar.

HOMBRE: (nostálgico) Durante estos meses, te lo juro, ese perfume cada noche me devolvía las ganas de soñar. “¿Quién logrará olvidarse de lo jodidos que estamos y se echa unas gotas de perfume a lo Gran Casino en este pinche cuarto sin luz ni calefacción, ni clima, ni ventanas? ¿Quién ocupa estas sábanas como si fueran las de un hotel que jamás nos podremos permitir? ¿Quién se burla tan tranquilamente de la realidad?”

CHICO: (ilusionado) María. (Hace como si otra persona le levantara y le invitara a bailar. Coge al hombre y también le pone en pie) “Eh, chico, sacude la nostalgia y baila. Así, conmigo. Un, dos, tres, chachachá. Un, dos, tres, chachachá. Eh, chico. Mira al frente. Respira y toma el micrófono entre tus manos como si fueran los labios más tiernos de este jodido planeta. Cómetelos con tu voz que sale de bien dentro, no dejes ni los huesecitos. Ándale chico, disfruta. No me seas llorón.

Eh, chico. Que no te embelesen. A ti no te puede valer con tener sueños. Eso no. Tú tienes que ser un sueño. Ahí está, chico. Un sueño”.

HOMBRE: (se sorprende muy próximo al chico. Se aparta rápido) ¿Chingáis?

CHICO: (burlón ante el gesto brusco del hombre) No. Y a veces creo que tú tienes la culpa.

HOMBRE: (realmente sorprendido) ¿Mi culpa? ¿Cómo dices?

CHICO: (suena indefenso) ¿Pero aún no te has enterado?

Hay días que sales con prisa. Seguro que te duermes y no quieres llegar ni un minuto tarde. No te da tiempo a recoger las sábanas. Y las dejas por ahí tiradas. Un día ella las olió.

Bien fuerte, como todo lo que hace. Como todo lo que dice.

“Aquí huele a terrible soledad. Y a hombre. Me da miedo y me gusta. Sí me gusta”.

HOMBRE: Me tomas el pelo.

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CHICO: ¿Por qué te iba a engañar? Te lo juro por mi santa madre. María ha preparado con mucha ilusión tu fiesta de cumpleaños. Después de estar toda la noche trabajando, se fue a una bodega para buscarte un vino de tu tierra. Supo de dónde eras por el matasello de la postal. Ella se fija en todos los detalles. Y ya ves, tú ni siquiera te has dado cuenta. Pero no se lo voy a decir. No porque la pondría triste.

HOMBRE: (dulce) Eso no es verdad. Dile que me he fijado, que me ha sorprendido, pero quiero olvidar... Oye, chicos, dale las gracias por todo esto.

CHICO: Ella me ha dicho a eso de las ocho: “Te dejo a ti encargado. Quiero que mañana, sus sábanas desprendan un ligero aroma a felicidad. ¿Te enteras, chico? A ver cómo te lo montas para que este hombre sonría”. Y aquí estoy yo, sin saber bien qué hacer o como actuar. Eres un hueso duro de pelar.

HOMBRE: ¡Eh, artista! Que ya me estoy ablandando, lo juro.

Dame otra calada de eso, anda chico, que me hace bien.

CHICO: ¿No quieres que me vaya? He pasado con mucho mi hora.

HOMBRE: (cínico) Por mí, quédate, está bien. Sólo me preocupa que, debido a tu ausencia, el espectáculo hoy no pueda continuar. Y quiebre tu compañía, el teatro, los aplausos del público, qué noche oscura, sin ti.

CHICO: (una calada, y un golpe de sinceridad) Está bien, está bien. Ya para. A ti, mi compañero de cama, te voy a decir la verdad. Pero, phsssssssss. Que nadie se entere. No ahora. Estoy cansado de tanta mierda. “Vamos chico, no seas así. Esto no está tan mal. Sigues aprendiendo. Mírame a mí, mira cómo me muevo. Chico, me aplauden”. Lo sé, diablos, lo sé. Hay que meterse en el papel, en el de vivir sin mirar de frente a la verdad, la que duele. Y olvidar el resto. Lo sé, María, pero me flaquean las fuerzas. Te diré lo que has querido oír desde el principio: soy un fracasado. Nací sin estrella.

HOMBRE: Yo no quería escuchar eso... Perdona.

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CHICO: Es lo mismo. No te preocupes. Estoy cansado, pero mañana ya encontraré algo a qué agarrarme (sonríe y se ve cómo hace un esfuerzo por dar unos pasos de baile rápidos).

HOMBRE: (paternal) Que ya verás como sí. Y ahí estará María.

CHICO: Lo sé. De una manera u otra María siempre está ahí. Ella me ha dicho que prefería no verte. No hoy, al menos.

Que quería seguir soñándote. Yo, no. Tú a mí me das igual.

Ya entiendes. Pero María...

HOMBRE: (asustado) La voy a decepcionar.

CHICO: (seguro) Qué va. Seguro que le encantaría abrazarte y darte los buenos días. Pero no creo que lo haga.

HOMBRE: (habla con entusiasmo pero se ven ya signos evidentes de que el sueño se está apoderando de él) ¿Por qué?

Dile que podríamos hablar no más. Dile que en mi día libre podríamos ir al cine. O a bailar. Que me enseñe...

CHICO: No te preocupes mañana mismo se lo digo.

HOMBRE: ¿Cuando vuelva del trabajo estarás aquí? Chico, hazlo por mí, organízame una cena, y vamos los tres.

CHICO: (ahora el burlón es él) No sé. Tal vez sea preferible que te deje una nota. Así no perdemos las buenas costumbres.

HOMBRE: (otra calada, otro brillo, se nota ebrio) Después de un rato de reflexión, he reconsiderado mi postura y modifico los términos de nuestra relación. ¿A que hablo como abogado, chico? Y sí, he llegado a la conclusión que a nadie le puede hacer mal platicar. Es un mal socialmente necesario. Así es que, dicto sentencia. Te puedes quedar todos los días un rato más. Me dará gusto.

CHICO: Qué considerado. Si va a resultar que sí, que esto (señala el porro) después de todo opera milagros.

HOMBRE: Y mira qué tantos opera que te ofrezco quedarte ahora a mi lado. La cama es grande y fuera hace mucho frío.

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CHICO: ¿De verdad? Te lo agradezco. (se le oscurece la voz.

Un nudo amenaza su garganta) Ya le he dicho a María que hoy me negaba a ver cómo esos viejos ignoran el arte y se quedan aferrados a tetas, culos, vergas... Esos viejos me amargan. Su mirada. Ellos ni tienen sueños ni son sueño. Sólo suciedad.

Dejan restos que limpia un artista como yo. Restos que escupen a María. A tantas Marías... Y ella, impasible, con la voz de otra y sus pestañas postizas. Anoche, quise pegar a uno que la insultó. ‘Impostora’, dijo. María se bajó de los tacones y siguió sonriendo. Eso creo. Porque yo corrí descalzo a partirle la cara. Mientras le golpeé vi a mi madre ahorrando plata y llevándome de la mano a una profesora de canto, con el cuaderno de pentagramas y una chapa en forma de corchea que me regaló por mi cumpleaños. ‘Mi niño, estrella. Mi niño, músico. Mi niño, lejos. Mi niño’.

HOMBRE: (con los ojos cerrados, entre realidad y delirio) Serás un sueño. No bajes la guardia. Sólo paciencia, mucha paciencia, chico.

CHICO: Gracias, Pedro.

(El hombre se mete en la cama. El chico permanece sentado. Cuando ve que el hombre está dormido, va hacia la puerta y cierra. Se hace la absoluta oscuridad. Pasan unos minutos.

Se enciende la luz de una linterna. El hombre duerme aferrado a la almohada. El chico, bajo la luz de la linterna, anda rebuscando dentro de una caja. Mira al hombre y comprueba que está profundamente dormido. De la caja saca un frasco de perfume. Se echa unas gotas. Mete en una bolsa un traje de fiesta, unos zapatos de tacón, unos pendientes y una melena lisa y muy negra. Mira al hombre, lo tapa bien. Le lanza un beso terriblemente femenino. Lírico. Sonríe. Se va).

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FERNET AMARGO Autor: ARMANDO VARRENTI

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ARMANDO VARRENTI

1) TERCERA RECOMENDACIÓN en el Certamen Literario Provincia de Buenos Aires Alfredo Roggiano de la Municipalidad de Chivilcoy, con “El águila blanca” (8 de Diciembre 1996).

2) FINALISTA en el XI Certamen Literario Internacional de Editorial Argenta, con “El pozo” (20 de Enero 1997).

3) FINALISTA para la Segunda Antología de cuentos de amor de Editorial Sur, con “Gaviotas y palomas”.

(Marzo 1998 y editado en setiembre del mismo año. Presentado en el Teatro Luz y Fuerza de San Telmo).

4) FINALISTA en el XI Certamen Literario Internacional de Editorial Nubla, con cinco cuentos cortos: “Dios dispone”, “Fotos viejas”, “El árbol de la vida”, “Los yaguaretés” y “Todo un problema” (Marzo 1998).

5) FINALISTA para la Antología de Cuentos Breves de Editorial Cathedra, con “El conde y su fantasma” (26 de junio de 1998. Edición publicada en Diciembre de 1998).

El 4 de Diciembre, fecha de presentación del libro, bajo el título “Impresiones”, en la Sociedad de Distribuidores de Diarios y Revistas de Buenos Aires, el cuento mencionado fue considerado MENCIÓN DE HONOR y posteriormente, SEGUNDO PREMIO por la misma editorial.

6) SELECCIONADO para “300 escritores hacia el 2000” de Editorial Nubla, con “Si mañana muriera...” (Julio 1998. Editado en octubre del mismo año y presentado en el Teatro Luz y Fuerza el 1 de noviembre de 1998).

7) MENCIÓN DE HONOR para “El marginal”, Ediciones Baobab (11 de noviembre de 1998).

8) FINALISTA a la Beca Literaria por un libro de diez cuentos: “Son tiempos difíciles”, “El paranoico”, “La intrusa”, “Moreira”, “¡Humo! ¡Humo!”, “Por los techos”, “La sirena”, “El lagarto volador”, “El coyote” y “El tiempo adelanta” para CADDAN (Centro Argentino de Difusión y Desarrollo de Autores Noveles). (Noviembre 27 de 1998).

Galardonado en el Museo Mitre (San Martín 336, Capital Federal).

9) MENCIÓN DE HONOR por un libro de tres cuentos: “El pozo”, “Miguelito” e “In memorian”, para CADDAN (Centro Argentino de Difusión y Desarrollo de Autores Noveles). (Noviembre 28 de 1998). Galardonado en el Museo Mitre (San Martín 336, Capital Federal).

10) SELECCIONADO para el III Libro de los Oyentes de Zona Franca Radio FM Fantástica de Luján, con “La intrusa”. (Octubre 1998). Publicado en Diciembre de 1998, presentado el 11 del mismo mes en el Salón Balcarce del Complejo Museográfico Enrique Udaondo de la ciudad de Luján.

11) PRIMER PREMIO 7º Certamen Literario Provincial en adhesión a los Festejos Patronales San Carlos Borromeo de la Municipalidad de Capitán Sarmiento, con “El violinista del silencio”, 18 de abril de 1999.

12) MENCIÓN DE HONOR para el Certamen Literario “Club de Leones 44 Aniversario” con “El árbol de la vida”, 18 de junio de 1999, distinción entregada el 25 de 0ctubre de 1999 en el Auditorio Banco Río de Buenos Aires.

13) CUARTA MENCIÓN para el Concurso de Poetas y Escritores organizado para festejar los 100 años de la Biblioteca Pública Municipal Dr. Menéndez de Pergamino, con “El canje”. Evento celebrado el 30 de octubre de 1999 en la misma Biblioteca.

14) PRIMERA MENCIÓN DE HONOR para el Primer Certamen Literario “José Martí”, organizado por Ediciones CIEN, con “Crepúsculo del último amanecer”. Acto

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llevado a cabo en la Confitería Richmond, de Capital Federal, el 12 de noviembre de 1999.

15) MENCIÓN DE HONOR para el Tercer Certamen Literario Nacional “Alfonsina Storni”, organizado por Ediciones CIEN, con “Miguelito” y “Demasiado joven para quererte” en el rubro cuento, el 28 de febrero de 2000.

16) MENCIÓN DE HONOR para el Tercer Certamen Literario Nacional “Alfonsina Storni”, organizado por Ediciones CIEN, con “Ritual de amor” en el rubro novela, el 28 de febrero de 2000.

17) FINALISTA en el concurso de Editorial Dunken para “Sin equipaje”, el 25 de Marzo de 2007, con “El tatuaje”, bajo el seudónimo “Pepe Frattini”, a presentarse en la Feria del Libro a partir del 16 de Abril al 7 de Mayo de 2007, en el Predio Ferial de Palermo.

Dicho cuento integra una antología que se llevará a la venta en ocasión de la Feria.

18) SELECCIONADO en el XVI Certamen Internacional de Poesía y Narrativa Breve de Editorial Nuevo Ser con “Si mañana muriera”, para publicar en antología titulada “Letras de Oro 2007”, a presentar el 1 de Setiembre de 2007 en el Complejo La Plaza de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

19) MENCIÓN DE HONOR en el VI Certamen Nacional y Primero Internacional de Cuento y Poesía “Juninpais2007”, con “El reemplazo”, otorgado en el Teatro de La Ranchería, ciudad de Junín, el 13 de Octubre de 2007.

20) PRIMER PREMIO del XI Certamen Internacional de Teatro Breve “Ciudad de Requena” en Valencia, España, con “El Testamento Fenicio”, el 14 de Marzo de 2008.

Obra de la que se imprimieron 1000 ejemplares para distribuir en ayuntamientos y bibliotecas de Valencia y cuyo estreno se llevó a cabo el 28 de Marzo de 2009, en el Teatro Principal de Requena.

21) SEGUNDO PREMIO del VII Certamen de Relato Corto “Huétor Vega Gráfico”, el 27 de Mayo de 2008, con “El violinista del silencio”, distinción entregada en el Centro de Formación del Edificio Huerta Cercada, de la ciudad de Granada, España. Editado en la Revista Anual Nº 37 de Julio 2008, página 51, del Ayuntamiento de Huétor Vega.

22) FINALISTA del 1º Concurso Nacional Argentino “Mundos en tinieblas 2008” de literatura fantástica y de horror, el 28 de Noviembre de 2008 con “El uno mismo”.

23) FINALISTA del I Concurso Internacional de Cuento Breve del Salón del Libro Hispanoamericano de México, el 8 de Diciembre de 2008, con “Teorema” y “Los yaguaretés”, que se publicaron en antología en “Voces con vida”, en el mes de Abril 2009.

24) SEGUNDO PREMIO del XII Certamen Internacional de Teatro Breve “Ciudad de Requena” en Valencia, España, con “Fernet Amargo”, el 24 de Febrero de 2009.

Obra de la que se imprimirán 1000 ejemplares para distribuir en ayuntamientos y bibliotecas de Valencia y cuyo estreno se llevará a cabo en el transcurso del año 2010, en el Teatro Principal de Requena. Éste premio fue entregado el 28 de Marzo de 2009, en ocasión del estreno de “El Testamento Fenicio”, en el mismo teatro.

25) PRE SELECCIONADO en el II Concurso Literario de Utedyc (www.utedyc.org. ar), tema “Los afectos, la casa, el trabajo”, el 26 de Octubre de 2009, con “Un hombre muy malo” • El día 8 de Agosto de 2008, el Honorable Concejo Deliberante de Luján, declaró a toda mi obra literaria, como DE INTERÉS CULTURAL, en un acto llevado a cabo en el recinto del Cuerpo Deliberativo, con la asistencia de todos los concejales de la Ciudad.

• El día 10 de Octubre de 2009, se estrenó, bajo la dirección de José María Ithurrart, una obra de mi autoría titulada “El espejo de la soledad”, en La Casa de la Juventud, en la ciudad de Luján. La función se repitió el 17 de Octubre en el mismo lugar.

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“Pero lo más importante que nos quedó como lección, fue que es tan poco lo que se necesita para ser feliz, que uno lo estropea todo cuando quiere más, para obtener lo mismo”.

Fragmento de la novela inédita “Pueblo chico”, por Armando Varrenti.

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PERSONAJES (por orden de aparición): CARLOS: El barman. Hombre alegre y simpático de no más de 40 años. Vestido con un uniforme típico de cualquier bar con clientela clase media hacia arriba: chaleco, camisa blanca, moño o corbatín, pantalones negros, zapatos bien lustrados.

ALBERTO: 44 años. Bien parecido. Buena persona. Clase media. Vestido de cuidado sport.

MUJER: Muy bella. 35 años. Sugestiva, sugerente y cautivante. Es sexy. Morocha.

ESTELA: 40 años. Elegante, buen cabello, esbelta figura, bello rostro.

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ESCENARIO: Interior de un bar. Mostrador con copas y botellas. Detrás se encuentra CARLOS, el barman, acomodando copas y limpiando. Dos o tres taburetes junto a la barra. Una mesa y dos sillas en el centro de la escena. Contra la pared del fondo, un reloj marca la una y treinta en tiempo real. Es de madrugada. Un cartel sobre el reloj reza: “Open 24”.

Ruido de lluvia. Se escuchan truenos lejanos, sopla viento fuerte y por los foros se observan relámpagos. Fea noche.

ABRE TELÓN: Ingresa ALBERTO. Está salpicado por la lluvia. No trae paraguas; se sacude las gotas. Mira hacia el interior del bar: no hay clientes; sólo Carlos, el Barman. Truenos y relámpagos.

ALBERTO: Buenas noches, Carlos.

CARLOS: ¡Alberto! ¡Qué alegría! ¡Cuánto tiempo! Me extrañaba que no vinierais.

ALBERTO: (Se acerca a la barra. Se saludan efusivamente como dos grandes amigos). Estoy solo. No me digas que estás por cerrar.

CARLOS: ¡No, no! Lo dirás porque no hay clientes. Los lunes a esta hora viene muy poca gente. Hasta las cinco o las seis, en que aparecen los primeros madrugadores a desayunar. La noche (señala el techo justo cuando un relámpago destella) les ayudó a decidir a los pocos que me frecuentan un día como hoy.

ALBERTO: (Se sienta en un taburete). ¡Qué suerte para mí!

Me cité con mi mujer aquí y no sabría qué hacer si tuvieras que cerrar.

CARLOS: Por ti no cerraría nunca, aunque a Estela la llamarías por teléfono.

ALBERTO: No podría. Tenemos el teléfono prohibido. Te explico: hace un mes, aproximadamente a esta hora, nos separamos.

CARLOS: (Asombrado). ¿Cómo...? ¿Por eso no veníais? No les llamé pensando que se habían tomado vacaciones...

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ALBERTO: Nada de vacaciones, Carlos. Tuvimos una grave crisis. Pero siendo que ambos consideramos que no todo estaba perdido, decidimos darnos otra oportunidad. Nos separamos por treinta días, durante los cuales no nos veríamos ni nos llamaríamos por teléfono.

CARLOS: No me digas que hoy se cumple ese mes...

ALBERTO: Exacto. Y elegimos tu bar para el reencuentro porque ambos coincidimos en que podemos necesitarte. Recuerda que nos conocimos gracias a ti. Eres casi como nuestra conciencia. Podrías interceder si fuera necesario.

CARLOS: (Tose nervioso). Cuenta conmigo, claro. Pero deberían haberme avisado lo que pasaba. ¿No te parece?

ALBERTO: No era tan fácil. El pacto fue muy cerrado. Fue mucho lo que peleamos. Era mejor que no lo supiera nadie; al menos del entorno. Aunque... Bueno, yo necesité hablarlo con alguien. Pensé en ti, pero eres muy íntimo y creí que no ibas a poder ser objetivo, así que elegí a un par de conocidos sin ninguna relación estrecha para desahogarme.

CARLOS: (Transición. Interesado en el relato). ¿Quieres que te vaya sirviendo algo?

ALBERTO: Vale; lo de siempre. Un fernet.

CARLOS: De inmediato. Solo y amargo, como te gusta. (Se lo prepara y lo sirve). Déjame preguntarte algo... ¿Puedo?

ALBERTO: (Toma un poco). Sí, claro.

CARLOS: Mencionaste la palabra “reencuentro”. Me sonó a “reconciliación”. ¿Das por hecho que vuelven a estar juntos?

ALBERTO: (Entusiasmado). Bueno... Yo no lo pondría en duda. No sé si, como dices tú, “es un hecho”. Pero no tenemos edad como para andar deambulando en busca de pareja.

CARLOS: (Interesado). ¿Eso crees? En éste bar se ven muchas personas solas de nuestra edad. Es más, me atrevería a decirte que más viejos que nosotros, andan penando en busca de la pareja perfecta.

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ALBERTO: Y ahí está el defecto. Buscan a la pareja perfecta antes de comprender que se es como se es. No se trata de buscar la pareja perfecta, sino de acercarse lo más que se pueda a lo que se pretenda y parar de buscar. Y si se acepta así, lo que se consigue finalmente, es la pareja perfecta.

CARLOS: (Intrigante). ¿Y qué pasa si tu mujer se cruzó con un hombre que piensa igual que tú?

ALBERTO: (Abrumado). ¿No te resulta más fácil pensar que ella comprendió que yo soy como soy y por eso no hay nadie mejor que yo para ella?

CARLOS: Discúlpame Alberto, pero... tu óptica peca de egoísta. En tu lugar no intentaría pensar como ella. Para reconciliarme sólo necesito saber cómo pienso yo.

ALBERTO: (Reflexivo). Es que no puedo pensar sólo en mí, Carlos.

CARLOS: (Serio. Mira intensamente a ALBERTO). No lo estás haciendo, créeme. (Pausa). ¿Te das cuenta de la cantidad de “yo” que tienes?

ALBERTO: (Asombrado). ¿En serio lo dices?

CARLOS: (Muy seguro). Claro que sí.

ALBERTO: Me preocupa porque ese fue uno de los motivos de este “paréntesis”. Supongo que no sé darme cuenta cuando debo darle su lugar. (Buscando solidaridad). Tengo que pedirte algo...

CARLOS asiente. En ese momento suena un trueno y destellan un par de relámpagos.

ALBERTO: Aprovechando que la noche se presenta muy tranquila para ti... Échame una mano. No esperes a que te llamemos y participa como puedas. Quiero que me vayas indicando dónde voy fallando.

CARLOS: (Sonrisa triste y en estado de alerta). Trataré.

ALBERTO: (Contento). Muchas gracias.

CARLOS: ¿Cuál fue el horario de la cita? ¿Vendrá? (Mira el reloj de pared).

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ALBERTO: ¡Claro que va a venir! O al menos eso espero...

El trato fue que si hoy, uno de los dos faltaba a la cita, el otro sabría que no hay arreglo. No recuerdo exactamente a qué hora me fui, pero al hotel ingresé como a las dos y media de la madrugada.

CARLOS: (Extrañado). ¿Al hotel?

ALBERTO: Sí. Te cuento. Ese día discutimos. Su planteo fue que ya no sentía por mí lo que venía sintiendo.

CARLOS: ¿Y tú?

ALBERTO: Para mí fue un alivio escucharle decir eso. Te confieso que me estaba pasando algo similar. Pero no me atrevía a decírselo.

CARLOS: (Con resignación). Sinceramente, no esperaba que les ocurriera a vosotros. Siempre los vi muy felices.

ALBERTO: Lógico. Habíamos dejado de ser pareja para convertirnos en nada más que amigos.

CARLOS: (Asombrado). Cuéntame sobre eso.

ALBERTO: Ambos entendimos que no podíamos tirar por la ventana quince años de matrimonio. Teníamos que descubrir qué nos pasaba a cada uno y eso sólo puede hacerse en soledad o con ayuda profesional. Pero preferimos mirar hacia nuestro interior y descubrir qué queríamos para la etapa siguiente.

(Pensativo y resignado). Tal vez no haber tenido hijos contribuyó a esta crisis. (Transición). Sigo. De común acuerdo, resolvimos separarnos por un mes. Durante ese mes, ninguno sabría nada del otro. Primero que nada, no nos llamaríamos por teléfono. Segundo, no nos espiaríamos. Tercero, ella no sabría dónde pararía yo. Ni yo intentaría visitarla ni nadie averiguaría por terceros el estado del otro.

CARLOS: (Expectante). ¿Y cuarto?

ALBERTO: El día treinta, a la misma hora en que me fui de casa, nos encontraríamos aquí para resolver el conflicto. Yo vine. Eso significa que quiero volver con ella. Si ella no viene...

Mañana me comunicaré para arreglar el divorcio.

CARLOS: (Parece sospechar de algo más). ¿Esas fueron todas las condiciones?

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ALBERTO: (Como avergonzado). Sí. Bah... Como para desdramatizar el hecho, Estela sugirió que no consideráramos pecado conocer a alguien.

CARLOS: (Sorprendido). ¿”Desdramatizar el hecho”? ¿”Conocer a alguien”? Pero, Alberto... ¿No captaste el mensaje?

ALBERTO: (Aparentando autosuficiencia). No hay ningún mensaje.

CARLOS: ¿Qué significa esa sugerencia para ti?

ALBERTO: (Apenas alterado. No quiere pensar mal). Lo que significa para cualquiera, hombre. “Tienes treinta días de vacaciones”, “sin pareja”, “puede pasar cualquier cosa”, “no lo tomes a mal” y sigue la lista.

CARLOS: En mis tiempos quien hacía esa sugerencia era el varón. Y cuando lo hacía era porque tenía un plan en mente.

ALBERTO: (Falaz pero convencido). Pero ya no son más tus tiempos, Carlos. Ahora son otros. Si Estela perteneciera a esta nueva generación de mujeres liberadas, yo habría interpretado claramente lo que me quiso decir. Y lo que me quiso decir, realmente, es que yo fuera feliz esos treinta días o no podría pasar por la angustia de perderla.

CARLOS: Si no conociera a Estela, te diría que su actitud reúne las características de un plan premeditado. Algo así como “no quiero hacerte daño mientras estemos juntos. Separémonos por un mes. Así me tiro una cana al aire y vuelvo si no me gusta. Tú haz lo mismo, así yo no siento culpa”.

ALBERTO: (Se hace el enojado con CARLOS). ¡Eso sería hacerme daño y hacérselo a ella misma! Anda, antipático, que la conoces bien a mi mujer y a mí. Ella no me haría daño.

CARLOS: (Duda). Pero, ¿cómo puedes decir eso de una persona que te dice que no te quiere más o que te quiere menos? ¿Cómo puedes decirlo tú, si en el mismo instante pensabas lo mismo?

ALBERTO: Treinta días sin ella me lo probaron definitivamente.

CARLOS: ¿Y cómo sabes que a ella le pasó lo mismo?

ALBERTO: ¿Qué otra cosa puede pasar? ¡Nos amamos!

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CARLOS: ¡No estás preparado para recibir como respuesta que no quiere continuar esta relación!

ALBERTO: ¡Eso no sucederá! Sé muy bien cómo siente ella.

Sus emociones son la continuación de las mías.

CARLOS: (Conciliador). A ver: supongamos que tu esposa decidió no volver contigo. ¿Qué harás entonces?

ALBERTO: (Se queda mirando a CARLOS en silencio. Toma el último trago de fernet). No lo sé. (Pausa). Quizás mi vida se vuelva tan amarga como éste fernet.

CARLOS: (Gesto de autosuficiencia). ¿Lo ves? No estás preparado.

ALBERTO: ¿Qué harías tú?

CARLOS: Me habría preparado con pesimismo. Duele menos.

Y mejor no te cuento la alegría que me daría si ella coincide con mi deseo. A partir de ahí, lucharía para que esta situación no volviera a producirse. Es la forma de aprender de los errores.

ALBERTO: (Reflexivo). No sabría vivir sin ella...

CARLOS: (Gesto de “está equivocado”). ¿Escuchaste alguna vez la frase “nadie es imprescindible”?

ALBERTO: (No lo escuchó a CARLOS). Ella es todo para mí.

Lo he comprendido en éste mes en que no la tuve, no la vi, no la llamé...

CARLOS: Eso quiere decir que si ella te rechaza... te suicidas aquí mismo.

ALBERTO: (Pausa. Mira intensamente a CARLOS). Tú serás testigo. Eso no sucederá.

CARLOS: ¿Qué cosa no sucederá? ¿Que ella te acepte o que te suicides?

ALBERTO: (Molesto) ¡Ninguna de las dos cosas! ¿Por qué eres tan desmoralizador?

CARLOS: Insisto: ¿Recuerdas esa frase que dice “nadie es imprescindible”?

ALBERTO: (Incómodo) Sí; la conozco. Pero no estoy de acuerdo.

CARLOS: Es mejor que “ser o no ser”. Es perfecta. A mí me salvó.

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ALBERTO: Es muy cómodo de tu parte. Te resignas con que nadie es imprescindible, sin darte cuenta que eso te incluye.

CARLOS: ¡Por supuesto! Y eso es lo mejor que puede pasar.

Mira: en el mundo de los mortales, de imprescindibles están llenos los cementerios. Tú tienes seres queridos fallecidos, ¿no es así?

ALBERTO: Pero el ejemplo que me das no es válido. Lo que mencionas es la Ley de la Vida.

CARLOS: Dentro de las leyes de la vida se encuentra todo lo que necesitas para vivir: tu madre, tu padre, tus amigos, el perro. Y tus amores. Cuando asumas que lo imprescindible que te falta, tiene mucho menos valor que lo que ya te pertenece, tendrás derecho a ver las cosas con el optimismo que te mereces y no con el que te estás inventando.

ALBERTO: (Pausa. Pensativo. Claro que puede tener razón). ¿Y si me sirves otro fernet?

CARLOS: (Sonríe). ¿Y si me sigues contando la historia?

ALBERTO: No sé dónde habíamos quedado.

CARLOS: (Le sirve otro fernet). Hasta que acordaste con ella reunirte aquí a los treinta días.

ALBERTO: (Toma un trago). Ah, sí. Debatimos quién de los dos se iba de casa. Me pareció justo que me fuera yo. Armé dos valijas para no tener que volver y me fui a un hotel.

CARLOS: ¿Cumpliste con tu parte?

ALBERTO: ¡Totalmente! No la llamé ni la espié ni mandé a nadie. Ni siquiera pregunté por ella.

CARLOS: ¿Y qué les dijiste a tus amigos, a tus parientes?

ALBERTO: Sólo que estábamos en crisis, tomándonos un tiempo.

CARLOS: ¿Y te creyeron?

ALBERTO: (Sorprendido). ¿Por qué no me iban a creer? Mucha gente se toma un tiempo.

CARLOS: (Paciente). ¿Por qué será que todos saben que una separación no tiene retorno menos el que la padece?

ALBERTO: (Se le ocurre una idea). Quisiera apostarte algo a que volvemos a estar juntos.

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CARLOS: (Atraído). Interesante tu propuesta. ¿Qué apostaríamos?

ALBERTO: No sé. No hablemos de dinero.

CARLOS: Me parece bien. ¿Recuerdas esa casita que tengo en la playa? ¿Te interesa como para una segunda luna de miel?

ALBERTO: (Entusiasmado). ¡Genial! ¡Acepto! ¿Arreglaste tu auto?

CARLOS: (Con cierta tristeza). No. ALBERTO: Ahí está. Si Estela vuelve conmigo me voy una semana con ella a tu casa en la playa. Si no vuelve, te presto mi auto por siete días.

CARLOS: (Gustoso). ¡Vale! Trato hecho.

CARLOS: (Transición). Sácame una duda. ¿A ti te pasó como a todos que en el primer mes de separados dejamos de afeitarnos, bañarnos, comer...?

ALBERTO: Nada más que los primeros tres o cuatro días.

CARLOS: ¿Y qué pasó al quinto día?

ALBERTO: Llamé a un amigo. Vamos, a un conocido. No quería hacer pública mi situación. Le pedí sentarnos a tomar un cafelito para contarle algo.

CARLOS: ¿Y le contaste?

ALBERTO: (Pausa. Está intranquilo). Sí, claro.

CARLOS: (Astuto). Mucho me temo que la charla con ese amigo no te aportó nada positivo.

ALBERTO: Según cómo se vea. Si para ese día yo hubiera decidido que lo que sentía por Estela no era amor, sus consejos me hubieran venido bien.

CARLOS: ¿Qué te aconsejó?

ALBERTO: (Pausa. Toma otro trago. Se cruza de brazos. Retarda la respuesta). ¿Tienes maníes?

CARLOS sirve un cuenco de maníes. Él también come de ahí.

CARLOS: Invita la casa.

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ALBERTO: (Con humor, pero serio). Cuando yo invito lo hago por el total de la cuenta. Si vas a comer de mi cuenco, pero tú invitas, sírvete tus propios maníes.

CARLOS lo mira un instante sorprendido. Sin sacarle la vista, sirve maníes en otro cuenco y come de ése.

ALBERTO: Ahora está mejor. (Retarda la respuesta. Sigue comiendo maníes). Estoy pensando que éste conocido estaría de acuerdo contigo.

CARLOS: (Triunfador). Já. Es como digo yo. Siempre son los de afuera los que ven la realidad del que no la ve. Te habrá dicho que aprovecharas el momento.

ALBERTO: Sí. Me aconsejó que saliera, que buscara una mujer, que reestrenara la conquista.

CARLOS: ¿Y qué hiciste?

ALBERTO: Consulté a otro conocido.

CARLOS: (Divertido). ¡Anda! Como con los médicos. Fuiste a buscar una segunda opinión. (Actitud de sospecha). ¿Y ese te aconsejó lo contrario?

ALBERTO: (Vuelve a retrasar la respuesta. Sigue comiendo maníes). No. Fue más concluyente que el anterior. Me sugirió que pruebe todas las variantes antes que me reconciliara o nunca sabría lo que era bueno.

CARLOS: (Feliz). ¿Cuándo me vas a presentar a tu amigo?

ALBERTO: (Impávido). Ustedes tres no saben nada de amor.

CARLOS: (Sugerente): Vamos a ver cuánto sabes tú. ¿Seguiste el consejo que te dieron?

ALBERTO: Empecé a salir.

CARLOS: ¿Con ellos? ¿Con tus amigos?

ALBERTO: Un par de noches con ellos. (Intrigante). Pero una noche salí solo.

CARLOS: Parece que esa noche fue trascendental. (Interesado).

Cuenta, cuenta. ¿Qué pasó?

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ALBERTO: Entré a un bar como éste. Me senté en la barra.

Pedí una copa y me entretuve mirando gente. (Hace que mira a supuesta gente). Hasta que...

Ingresa MUJER y se sienta a la mesa centro del escenario. Luce un vestido volado y escote generoso. Lleva un bolso acorde, que abre y busca en su interior. Se cruza de piernas, muestra sus muslos. Está muy deseable y sensual.

CARLOS: (Asombrado). ¡Qué mujer!

ALBERTO: Y en un momento, me miró...

MUJER mira sugestivamente a ALBERTO. ALBERTO: Y yo le correspondí. (Le sonríe a MUJER. Le levanta la copa a modo de saludo).

MUJER le sonríe a ALBERTO, le hace una leve inclinación de cabeza y continúa con la búsqueda.

ALBERTO: Después de varios minutos de soledad sucede algo inesperado. De tan inesperado, estoy convencido que fue premeditado.

A MUJER se le cae del bolso un lápiz maquillador de tal modo que va a dar bien cerca de ALBERTO. ALBERTO mira el lápiz, mira a MUJER; MUJER mira a ALBERTO con expectativa. ALBERTO recoge el objeto y se acerca con suficiencia a MUJER. ALBERTO: (Le entrega el lápiz). Supongo que esto es suyo...

MUJER: (Toma el lápiz). Sí. (Muy sugestiva). Muchas gracias.

ALBERTO: ¿Me permite decirle algo?

MUJER: (Dubitativa; finalmente decidida). Sí. De todos modos me lo va a decir...

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ALBERTO: Es indudable, señorita, que usted está esperando a alguien. Sinceramente y deberá disculparme, es preferible que a quien sea que esté tardando tanto, le haya sucedido algo malo para no llegar o arderá en el infierno por dejar postergada a tan sublime belleza.

CARLOS: (Sorprendido, contento y aplaudiendo). ¡Espectacular! ¡Sensacional! ¡Extraordinario! (Palmea a ALBERTO). ¡Eres un seductor nato! ¡Un gran seductor! ¡Qué discurso, mi amigo! ¡Te felicito! Desconocía esa faceta tuya. Me imagino que la señorita se rindió.

ALBERTO: Casi. (Transición. Toma su copa del mostrador y se planta ante MUJER). Le ruego que me acepte una copa hasta que llegue su cita. Le prometo que no la voy a comprometer.

MUJER: (Le señala la silla sonriente). Tome asiento por favor.

ALBERTO se sienta y llama a CARLOS. CARLOS se acerca.

ALBERTO: (A MUJER). ¿Qué desea tomar?

MUJER: (A CARLOS). Me gustaría un licor dulce.

CARLOS se retira. Mientras continúa el diálogo, prepara el trago, lo sirve y observa el desarrollo.

MUJER: Debo aclararle que no me compromete. Estoy esperando a una amiga. Ruego que no le haya pasado nada malo.

ALBERTO: No era mi intención que le sucediera nada malo a nadie. Ahora que lo pienso mejor, esta tardanza es un regalo para mis ojos. Cuando llegue su amiga le agradeceré la demora.

MUJER: Su galantería es sospechosamente amable. Tengo la sensación de que todas las mujeres somos un regalo para sus ojos.

ALBERTO: ¡Oh, no, no se equivoque! Hace más de quince años que soy cortés con una sola mujer. (Afligido): Es sólo que... ya no tengo por qué seguir siéndolo.

MUJER: Ah. Se separó.

-44-

ALBERTO: Más o menos. Nos estamos tomando un tiempo.

MUJER: ¿Usted quiere volver con ella?

ALBERTO: La verdad... sí.

En los diálogos entre ALBERTO y CARLOS, MUJER permanecerá ajena.

CARLOS: (Molesto). Pero... ¿Qué hiciste? ¿Cómo le dices que “Sí”? ¡Te perdiste la conquista!

ALBERTO: ¿Y qué querías?

CARLOS: ¿Cómo qué quería? ¡La mujer estaba entregada! ¡Dos palabras más y era tuya!

ALBERTO: (Se levanta enajenado y camina sin rumbo). ¿Estás loco? ¿Y si me enamoraba?

CARLOS: (No entiende). ¿Y qué mejor? Era tu oportunidad de poner a prueba el amor por tu mujer.

ALBERTO: ¡No necesitaba poner a prueba nada! ¡Amo a mi mujer! No iba a arriesgarlo todo por una desconocida.

CARLOS: Mi amigo... (Hace gesto elocuente; como de un coito rápido. Algo así como un movimiento de ida y vuelta con la pelvis). Se trataba de una simple descarga...

ALBERTO: ¡Jamás! Por media hora de pasión perdería una vida de amor. Comencé a extrañar mi matrimonio y no perdería la cabeza por pensar con otra parte de mi cuerpo.

CARLOS: (Señala a MUJER). ¿Eres consciente de lo que te perdías?

ALBERTO: (Altivo). No me interesó. (Se sienta frente a MUJER. Reanudará el diálogo con ella).

MUJER: Indudablemente, la ama.

ALBERTO: Sí, así es.

MUJER: ¿Y entonces, qué hace aquí conmigo?

ALBERTO: (Inocente). Charlar. No estará pensando que intento seducirla...

MUJER: Las cosas que me dijo son seductoras.

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ALBERTO: No sé de otra forma para entablar una conversación con una mujer.

MUJER: ¿Por qué querría hablar con una desconocida? Si se siente agobiado... ¿No tiene una amiga con quien charlar?

ALBERTO: Claro que no. Durante mi matrimonio no cultivé amistades con otras mujeres.

MUJER: Pero tendrá amigos...

ALBERTO: Mis amigos no piensan como yo.

MUJER: Pero... ¿Usted qué quiere? ¿Qué le digan lo que quiere escuchar o lo que ellos piensan?

ALBERTO: (Mira intensamente a MUJER. Le cuesta creer que una mujer le haga ese planteo). Puede que ellos no sepan nada de amor. No voy a arriesgarme a seguir consejos de quienes creo que son ignorantes en ese aspecto.

MUJER: ¿Acaso sus amigos le aconsejan que no vuelva con su esposa?

ALBERTO: (Retrasa la respuesta). Efectivamente.

MUJER: Y usted no quiere hacerles caso.

ALBERTO: Tal cual.

MUJER: ¿Y qué argumentan sus amigos para aconsejarle eso?

Algún fundamento deben tener...

ALBERTO: Me dicen que debo vivir el presente. Que debo ponerme a prueba en estos treinta días para tomar conciencia de mis sentimientos.

MUJER: (Como que le cuesta entender). Me parece perfecto.

ALBERTO: (Desafiante. Le cuesta creer que MUJER se adhiera a la idea). ¿Y engañar a mi mujer? ¿Usted, una mujer, está de acuerdo con eso?

MUJER: Es que no se trata de engañarla. Usted tiene treinta días para descubrir un nuevo amor. Sométase; es la única manera de saber si ese nuevo amor es otra mujer o la suya propia.

ALBERTO: (Un tanto anonadado). No puedo creer lo que oigo. Menos viniendo de una mujer.

MUJER: No lo entiendo e insisto. Si no está de acuerdo conmigo ni con sus amigos, ¿por qué habla conmigo?

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ALBERTO: (Irritado). ¿Pero qué tiene de malo hablar? No estoy aquí para convencerla de llevarla a la cama conmigo. ¡Sólo quiero conversar con alguien! Con mis amigos no se puede y como no tengo amigas, se dio la ocasión de hablar con una desconocida. Me pareció una buena oportunidad. (Más calmado). Pregunto: ¿Qué tiene de malo hablar?

MUJER: (Demostrando cierto disgusto). Si se lo toma así, nada tiene de bueno. Pensé que le agradaría conocer mi opinión.

Después de todo, usted trajo el problema a mi mesa. Deduzco que se porta conmigo del mismo modo que lo hizo con sus amigos. Así que dígame usted qué tiene de malo hablar.

ALBERTO: (Se da cuenta de su exceso). Uh, tiene razón; tiene toda la razón. Le ruego que me disculpe.

MUJER se muestra dubitativa. Sorpresivamente, ALBERTO le toma las manos. MUJER se sorprende.

ALBERTO: (Amoroso). ¿Tengo su perdón?

MUJER: (Sorprendida y halagada). Sí, por supuesto. Usted es asombroso. Salta de una personalidad a otra en un parpadeo. ¿Sabe qué creo? Que se siente muy solo. Usted no querrá seducirme pero, si nada más yo me permitiera un gesto de ternura, es evidente quién de los dos se rendiría.

CARLOS: (Agotado. Abre los brazos al cielo. Hace sonar las palmas). ¡Por Dios!

ALBERTO suelta las manos de MUJER y se levanta. MUJER queda estática, como si aún sostuviera las manos de ALBERTO. CARLOS: ¡Por Dios! ¡La tenías ahí! ¡La tenías ahí! ¡Ya no hacía falta que le dijeras más nada! Sólo: “elija usted el hotel”... ¡Y ya estaba! (Camina enfadado).

ALBERTO: (Burlón, despectivo). ¿Y qué hubiera ganado, a ver? ¿Eh? ¿Qué hubiera ganado? ¿Un polvo más a los muchos que me eché en mi vida?

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CARLOS: (Irritado). ¡Hubieras ganado una noche de placer o de tormento, pero hubieras sabido cuál de las dos era! ¡No se trataba de “un polvo más en tu vida”! ¡Se trataba de discernir qué sentirías con alguien que no era tu esposa! Qué te pasaría, qué te movilizaría, qué estarías dispuesto a perder...

ALBERTO: (Apoyado en la barra, suspira). ¿Y cómo miro a mi mujer, ahora que está por venir, si me hubiera acostado con ella? (Señala a MUJER).

CARLOS: (Se pone las manos en los bolsillos y mientras va camino a la parte de atrás de la barra, con mucha calma). Con los ojos. Pero con los del alma; los de la sinceridad; los de la honestidad. Probablemente, los que tu mujer quiere ver.

ALBERTO se queda mirándolo. CARLOS pasa detrás de la barra y repasa unas copas, acomoda unas botellas. ALBERTO se dirige despacio hacia la mesa centro y vuelve a tomar las manos de MUJER. ALBERTO: Suponiendo que tal vez tenga razón... le pido que no lo haga.

CARLOS ahoga en silencio una maldición. ALBERTO lo mira arrogante.

MUJER: (Suelta las manos de ALBERTO. Desinteresada). Está bien. (Saca un espejo de la cartera; se arregla el maquillaje).

Ojalá llegue pronto mi amiga.

ALBERTO: (Desanimado). Disculpe. Supongo que la frustré.

MUJER: (Indiferente). No se preocupe por eso. Para una mujer como yo, hay más hombres de los que usted supone.

Pausa. MUJER termina de arreglarse.

MUJER: ¿Va a quedarse ahí sentado mirándome?

ALBERTO: Si le molesta, me voy.

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MUJER: (Se levanta y lo mira con insolencia a ALBERTO). Ya no me molesta, créame. (Medio mutis).

CARLOS abre los brazos deprimido y mueve la cabeza reprobando.

ALBERTO: (Se levanta). ¿Y su amiga? ¿No la va a esperar?

MUJER: (Se detiene y vuelve la cabeza hacia ALBERTO).

Nunca hubo una amiga. (Mutis definitivo).

CARLOS: (Desdichado). ¡No puede ser! ¡No puede ser! Alberto, simplemente, nunca te lo perdonaré.

ALBERTO: (Se sienta en el taburete). En cambio yo estoy muy feliz con lo que hice.

Truenos y relámpagos. Ingresa ESTELA. Lleva un paraguas todo mojado que cierra y apoya contra la pared. Se escurre con las manos las gotas de lluvia de su cuerpo. Está vestida sugerentemente sensual. Lleva una cartera y un abrigo que, cuando pueda, colgará de la silla centro.

ESTELA: (Mientras trata de secarse). ¡Dios mío! ¡Qué noche!

ALBERTO: (Diligente y feliz, se dirige a recibirla con los brazos abiertos). ¡Estela!

ESTELA: (Lo descubre a ALBERTO. Lo abraza). ¡Alberto!

CARLOS: (Ingenuo; se dirige al público)¿Me habré equivocado?

ALBERTO: (La aleja para mirarla; está extasiado). Temía que no vinieras...

ESTELA: Estuve haciendo tiempo para acercarme lo más posible a la hora que te fuiste, como habíamos acordado.

ALBERTO: (Con la mano en la cintura de ESTELA, la lleva a la mesa centro). Está bien. Lo importante es que estás aquí.

ESTELA: (A CARLOS). ¡Carlos!

CARLOS acude a ESTELA. Se abrazan y se besan como dos grandes amigos.

-49-

ESTELA: ¿Te contó Alberto?

CARLOS: (Intrigante). Sí me contó. Espero que todo salga bien.

ESTELA: (Como deseándolo. Mira a ALBERTO. Se encoge de hombros). Yo también lo espero.

ALBERTO le corre la silla a ESTELA y ésta se sienta. ALBERTO se sienta en la otra. Le hace un ademán a CARLOS para que no se vaya.

ALBERTO: ¿Quieres tomar algo, Estela?

ESTELA: (Como con vergüenza). Empecemos con un coñac y luego vemos.

ALBERTO: (Alegre). Bueno, bueno... (Se dirige a CARLOS con ánimo severo. Sabe que le va ganando en sus apreciaciones). ¿Qué te parece, mi estimado amigo? Trae el mejor coñac que tengas para mi esposa y un fernet para mí.

ESTELA: (A CARLOS). Carlos, no nos harás de garzón a nosotros. Tráete una copa para que bebamos juntos.

CARLOS: (Sonriente). Garzón es mi trabajo. Ustedes tendrán mucho de qué hablar.

ESTELA: Vamos, tomemos algo juntos ahora, que para hablar tenemos tiempo.

CARLOS asiente comprometido a la fuerza y va a preparar los tragos. Luego los traerá, los servirá y se sentará a beber con ellos.

ALBERTO: (Le toma las manos a ESTELA, aunque con algún recelo, como si aún fuera demasiado pronto y se las besa). Te estoy esperando desde el mismo día que me fui.

ESTELA: ¿De verdad? Yo tardé un poco más en extrañarte.

ALBERTO: (Levemente sorprendido) ¿Ah, sí? ¿Y por qué? ¿No pensabas en mí?

ESTELA: Sí, por supuesto. Pero los primeros días de la separación, me propuse olvidarte para ver si podía lograrlo.

ALBERTO: (Expectante y temeroso). Ahá. ¿Y?

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ESTELA: (Mira a ALBERTO con intensidad; se nota amor).

No, no pude.

ALBERTO hace gestos de triunfo, todos dirigidos a CARLOS. Éste se hace el indiferente.

ESTELA: No voy a mentirte, Alberto: me propuse quitarte de mi cabeza.

ALBERTO: Pero eso es muy cruel, Estela. Deberías haber dejado que las cosas sucedieran. Cada día que pasara te iría indicando sin ninguna presión, que el hombre de tu vida puedo ser yo.

ESTELA: Es que tuvimos tantas peleas... Es tan feo suponer que se terminó el amor... La verdad es que no quise quererte de nuevo. Quise vivir la experiencia de saber qué sería de mí, convencida de que no te quería más.

ALBERTO: Pero ya pasó. ¿Verdad? ¿Te diste cuenta de la realidad?

ESTELA: (Le toma por encima de la mesa una mano a ALBERTO). Sí. Me costó mucho; fue durísimo, pero llegué a mi verdad.

ALBERTO: Entonces, ¿tomaste una decisión?

ESTELA: Sí. Por eso nos encontramos aquí. Tú también decidiste, lo doy por descontado.

ALBERTO: ¡Desde ya!

ESTELA: Dime, entonces.

ALBERTO: No, no. Tú eres la mujer. Primero tú.

ESTELA: ¡Claro que no! La que pidió respuestas hace treinta días fui yo. Dame primero la tuya y luego te doy la mía.

ALBERTO: (Tose mesuradamente). Yo... Estela... Yo... Yo quiero volver contigo.

ESTELA: (Gesto serio. Pausa). ¿En serio?

ALBERTO: (Con un hilo de voz. Tiene miedo de la respuesta).

Síiii.

ESTELA: (Sigue con gesto serio. Demora. Al fin, alza los brazos y grita contenta): ¡Yo también!

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ALBERTO salta de la silla y corre a abrazar a ESTELA. Saltan ambos de alegría y se besan.

ALBERTO: (A CARLOS): ¡Garzón!

CARLOS mueve los labios repitiendo “Garzón”, burlándose de ALBERTO. ALBERTO: ¡El mejor champán!

CARLOS se levanta a preparar y lleva a la mesa. ESTELA vuelve a su asiento y ALBERTO al suyo. CARLOS servirá; los tres brindan.

ESTELA: ¡Bueno, qué alegría! En un principio pensé que era un error tomarnos un tiempo pero, a medida que me iba dando cuenta de las cosas, entendí que fue un acierto.

ALBERTO: Yo te confieso que dudé mucho. Pero fue muy bueno reflexionar sobre nosotros.

ESTELA: (Ríe). Vale, vale... Espero que no solamente hayas reflexionado.

ALBERTO: (Ríe también, aunque no sabe de qué). Bueno... Lo mejor que me pasó fue reflexionar. La consigna era esa y me sirvió para reconocer que nadie hay mejor que tú.

ESTELA: ¿De veras? ¡Ay! ¡Cuéntame, cuéntame!

ALBERTO: (Confundido). No sé qué quieres que te cuente...

ESTELA: (Desorientada). Lo que te pasó en éste mes.

ALBERTO: Y... Nada. No me pasó nada.

ESTELA: Anda, anda... ¿No me quieres contar? ¿Por qué no querrías? ¡Quiero saber! Te lo estoy pidiendo yo, tu mujer. ¡No tengas miedo! Lo que te haya sucedido es el cincuenta por ciento de la solución.

ALBERTO: No entiendo, Estela. ¿Qué es lo que quieres saber?

ESTELA: ¿No se nota? ¡Dime con quién estuviste!

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ALBERTO: Ah, eso. No; no estuve con nadie.

ESTELA: (Incrédula). ¿Cómo que no estuviste con nadie?

ALBERTO: No, Estela. ¿Por qué iba a estar con alguien? No es mi estilo; no lo haría nunca.

ESTELA: (No entiende). ¿Y cómo sabes que me quieres?

CARLOS abre grande los ojos. No se esperaba esto. Cuelga los pulgares del chaleco con aires de suficiencia y mira insidiosamente a ALBERTO, que está en un aprieto.

ALBERTO: Pero, mujer, cómo no voy yo a saber que te quiero.

No necesito estar con otra mujer para saber que te quiero.

Creo en lo que siento y en lo que mi corazón me diga. Eso es lo que vale.

ESTELA: (Muy seria). No, no, no... Esto está muy mal, Alberto.

En realidad, tú no sabes si me quieres. Tú nada más lo crees.

ALBERTO: ¿Pero, qué me estás diciendo? ¡Yo estoy completamente seguro de mi amor por ti!

ESTELA: ¡De ninguna manera! Precisamente, lo que pretendo de ti es absoluta seguridad. Si no me comparaste con ninguna mujer en éste mes no puedes garantizarme que me amas.

ALBERTO: ¡Estás loca, Estela! ¿Qué pretendías? ¿Que me fuera de putas?

ESTELA: ¡Claro que no!

Alivio en CARLOS y ALBERTO. ESTELA: Cualquiera sabe que una puta no sirve para medir un amor.

Sorpresa en CARLOS y ALBERTO. ESTELA: Lo que tenías que hacer, era seducir a una mujer cualquiera, estar con ella e intentar amarla. Recién ahí, si no lo lograbas porque yo ocupaba tu cabeza, te convencerías del amor que dices sentir por mí.

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ALBERTO: (Asustado; no tiene idea de dónde termina esto).

Pero… Estela. Es una locura lo que dices. ¿Acaso lo hiciste tú?

(Da por descontado que no). ¿Consideras apropiado tener una aventura para corroborar lo que sientes?

ESTELA: Naturalmente que sí.

ALBERTO se quiere morir. Cae sentado a la silla. CARLOS está impresionado.

ALBERTO: (Arruinado. Se aprieta el pecho). ¿Qué estás diciendo, Estela?

ESTELA: (Con naturalidad). Lo que oíste. ¿Cómo no iba a estar con otro hombre? ¿Cómo iba a hacer para reconocer que eras tú a quien quiero yo?

ALBERTO: (Enfadado). ¿Y cómo lo ibas a hacer? ¡Pensando en todo lo que nos pasó y todo lo que vivimos! ¡Reflexionando, Estela, reflexionando!

ESTELA: De ningún modo. Estás completamente equivocado.

Si me quedaba en casa a pensar, no haría otra cosa que pensar en ti. Y lo que menos quería era pensar en ti. Quería arrancarte de mi cabeza. ¡Quería enamorarme de otra persona! Quería saber si podía y si no podía, era porque... (dulce) ...porque te amaba.

ALBERTO: ¿Cómo que querías enamorarte de otra persona? ¡No es así como funciona!

ESTELA: ¡Estás loco! ¡Esa es la única forma! A ver tú: ¿Basándote en qué me aseguras que me quieres?

ALBERTO: ¿Cómo en qué me baso? ¿Y los quince años que estuvimos juntos?

ESTELA: ¡Precisamente! Esos quince años estuvieron atentando contra nuestro amor, ¿entiendes? ¡Quince años, Alberto, quince años! Demasiado tiempo juntos pero suficiente como para sentir que el amor se había terminado. En quince años jamás estuve con otro hombre y sé muy bien que tú no estuviste con ninguna mujer. (Estalla). ¡Dime ahora cómo iba a hacer para saber que te seguía amando!

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ALBERTO: (Estalla también). ¡Sólo tenías que sentarte a hablar contigo misma primero y después conmigo! ¡No era más que eso! ¡Si lo pude hacer yo, explícame por qué no pudiste hacerlo tú!

ESTELA: ¡Que tú funciones así no significa que me pase lo mismo! ¡Yo necesité saber qué se siente al estar con otro hombre que no seas tú! ¡Ahora yo sí puedo certificarte que te amo! ¡Tú eres el que no puede!

CARLOS: (Interviene entre la pareja para evitar que pase a mayores). ¡Un momento, un momento!

ALBERTO y ESTELA iban a seguir discutiendo, pero la intrusión de CARLOS los sosiega.

CARLOS: Lamento entrometerme en la discusión, pero estoy a cargo. Así que me disculparán. Creo que lo que necesitan ambos es un mediador o esto acaba mal.

Truenos y relámpagos.

CARLOS: Aprovechemos que la noche acobardó a todo parroquiano y sepan escucharme, por favor.

ESTELA y ALBERTO se sientan. Están ofuscados.

CARLOS: ¿Estás de acuerdo, Estela?

ESTELA: Supongo que sí. Esto me agota.

CARLOS le pregunta a ALBERTO con un gesto si está de acuerdo y éste asiente con la cabeza, circunspecto.

CARLOS: Veamos. Estela, tú dices que estuviste con otro hombre. ¿Podrías aclararnos de qué modo estuviste con otro hombre?

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ESTELA: (Con cara de “qué estúpido es”). ¿Cuántas formas conoces de estar con un hombre?

CARLOS: Bueno, tú sabes. Charlando es una.

ESTELA: Teniendo sexo es otra.

ALBERTO: (Golpea la mesa con los puños). ¡Golfa!

ESTELA: (Golpea la mesa con los puños). ¡Imbécil!

CARLOS: (Trata de calmar los ánimos). ¡Basta, por favor! ¡Jamás nos entenderemos así!

ALBERTO y ESTELA se acomodan en sus asientos. Están gravemente alterados.

CARLOS: Estela... ¿Debemos entender, sin lugar a dudas, que mantuviste relaciones... carnales con otro hombre durante los treinta días de separación?

ESTELA: Vamos... Durante los treinta días, no.

CARLOS: (Especialmente interesado). Entonces, debemos creer, por lo que manifestaste, que no te gustó.

ESTELA: (Mira a CARLOS con el ceño fruncido): Yo no dije eso.

CARLOS parece reconfortado. ALBERTO Estalla. Se levanta de la silla como para atacar a ESTELA. CARLOS se lo impide.

ALBERTO: (Furioso). ¡Te gustó, maldita zorra! ¡Lo sospechaba! ¿A qué viniste, entonces? (Aumenta su crispación). ¿A qué viniste?

ESTELA: ¡Claro que me gustó! ¿No te das cuenta, cerebro de mosquito, que aún cuando me gustó, volví por ti? ¿No te das cuenta que me gustó, pero más me gusta hacerlo contigo?

ALBERTO: (De repente se calma). ¿Eh? ¿Cómo dices?

ESTELA: ¡Lo que digo! Al comparar... (Calmada) ...saliste ganando.

ALBERTO: (Indulgente). Mi amor... (Severo). ¿Al comparar?

(Se enoja): ¿Y tenías necesidad de comparar?

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ESTELA: ¡Pero, qué ironía... ! Que no hayas encontrado la forma de reconocer tu amor por mí, no me invalida a que busque la más adecuada para reconocerlo yo.

ALBERTO: Cuando nos separamos dijiste que conocer a alguien no sería pecado. ¡Pero jamás lo hubiera tomado en serio en medio de una separación! ¿Qué crees? ¿Que para mí la solución era salir corriendo a buscar otra mujer?

ESTELA: No tenías que salir corriendo. Sólo dejar que te sucedan cosas. Si te negaste a conocer a alguien, perdiste la oportunidad de saber cuánto me querías. Por mi parte, entendí que lo mejor era tratar de enamorarme de otro hombre para asegurarme que te quería o no te quería más. ¡Supuse que tú harías lo mismo!

ALBERTO: ¡Es una locura! ¿Acaso no sabías que me estabas siendo infiel?

ESTELA: ¡No te estaba siendo infiel! Estábamos en una tregua.

Si me quedaba treinta días sentada en el borde de la cama pensando qué será de nosotros, mi decisión, por comodidad, hubiera sido creer que te amaba y volver a la seguridad de la casa compartida y la inseguridad de no saber si te seguía amando. ¿Sabes cuál sería la consecuencia inmediata?

ALBERTO: ¿Cuál?

ESTELA: (Muy seria). La infidelidad.

ALBERTO: Pero... Yo considero que igual me fuiste infiel. Te acostaste con otro hombre... Yo creo en la fidelidad, Estela.

La infidelidad es una prueba de fuego para la pareja. Es muy difícil recuperarse de ella y aún más superarla, porque destroza el alma.

ESTELA: ¿Tú crees que yo disfrutaba cuando iba camino a una cama ajena? Iba a enfrentarme ni más ni menos, que a mi próximo destino. Podría ser ese nuevo hombre... o nuevamente tú; pero aún cuando fueras tú... serías mi nuevo destino. ¿Comprendes? Una nueva vida junto a ti, porque comprendería en toda su inmensidad, lo importante o lo intrascendente que podrías ser para mí.

ALBERTO: (Escéptico). No me quieras hacer creer que no disfrutabas acostarte en cama ajena...

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ESTELA: (A la defensiva). ¿Tú qué sabes? ¿No entiendes lo que estaba pasando por mi alma? Yo no podía definir si lo que seguía era una noche de placer o de tormento, pero debía saber cuál de las dos cosas era.

CARLOS abre grande los ojos, asombrado y mira a ALBERTO con incredulidad. Son las mismas palabras que pronunció CARLOS hace instantes.

ESTELA: No se trataba de un polvo más en mi vida. Se trataba de determinar qué sentiría hacerlo con alguien que no era mi esposo. Qué me iba a pasar, qué me movilizaría, qué estaba dispuesta a perder...

Durante la arenga anterior, CARLOS y ALBERTO se desconciertan por la increíble similitud del consejo. CARLOS le hace gestos de sobrada experiencia. ALBERTO, resignación.

ALBERTO: Podrías haber determinado lo mismo si recurrías a un psicólogo.

ESTELA: (Mira a Alberto con cierto desprecio). No seas idiota.

ALBERTO: ¿Cómo me dices eso? ¿Me consideras un idiota porque no necesité acostarme con otra mujer para convencerme de que te amo?

ESTELA: Ya no me interesan tus métodos de autopersuasión.

Lo que sí te aseguro, es que a mí no me sirve.

ALBERTO: ¿Qué quieres decir?

ESTELA: Que todavía sigues “creyendo” que me amas. Estás cómodo conmigo. Conocer a alguien da trabajo y tú no quieres sacrificarte. Prefieres más de lo mismo, porque así tu vida es mucho más fácil.

ALBERTO: Pero, estás loca, Estela... ¿Me sigues animando a que busque a otra mujer?

ESTELA: Ahora, no. Me decepcionaste.

ALBERTO: (Se enoja). ¿Yo? ¿Yo te decepcioné? ¿Y qué me dices de ti?

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ESTELA: No aprovechaste la oportunidad de saber cuánto me amabas...

ALBERTO: (Enojado pero contenido). Mira: soy un hombre de bien. Teníamos una crisis matrimonial y decidimos juntos, tomarnos un tiempo para recapacitar sobre nuestra historia y porvenir. ¡Jamás hubiera recurrido a otra mujer para que me ayude a decidir si te quería o no!

ESTELA: ¿Y qué garantías me das?

ALBERTO: Soy un hombre grande, Estela. Y consecuente con mis sentimientos. Sé muy bien lo que siento.

ESTELA: Hace treinta días tenías las mismas dudas que yo.

Hoy no las tienes. ¡Y yo aún no entiendo por qué!

ALBERTO: ¡La soledad fue suficiente! ¡Me hizo “ver” que te amo!

ESTELA: La soledad tendría que haberte mostrado cuál era la solución. La soledad en sí misma no es solución alguna.

ALBERTO: Si no probaste la soledad no puedes saberlo.

ESTELA: ¿Qué sabes tú? La primer semana de separados, nada más que soledad llenaba mi vida, hora tras hora. La soledad me dictó al oído lo que tenía que hacer; la única forma que había de comprender lo que me estaba pasando.

ALBERTO: Te sirvió a ti, si eso es lo que quieres creer. No quiere decir que a mí me daría resultado.

ESTELA: Eres un necio. Jamás vas a convencerme de que, sólo pensando, resolviste que soy el amor de tu vida.

ALBERTO: (Con tristeza). Supongo que ya no quiero convencerte.

CARLOS: Esperen un momento, por favor. En el lugar de ustedes, yo no dejaría que esto se derrumbe. Hace quince años que están juntos pero yo hace veinte que los conozco. Y sé que se quieren. Cuando tú entraste, Estela, tu entusiasmo era evidente y el de Alberto, lo superaba. Si no se hubiera cruzado tu confesión, estarían tomando champán y preparándose para regresar juntos a casa.

ESTELA: ¿Adónde quieres llegar?

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CARLOS: (Pausa. Mira a ambos como permitiéndose una intromisión demasiado íntima. Insidioso). Necesitamos saber hasta dónde te llegó ese hombre.

ALBERTO: (Abrumado). ¡Eh! ¿Cómo que “necesitamos”?

Yo te quiero más que a un hermano, pero no sé si quiero que escuches lo que Estela tenga que decir al respecto.

CARLOS: (Calculador). Por lo que dice Estela, ese encuentro no parece haber sido importante. Juzguemos lo que sintió, pero como hombres; no como amigo y marido, para tener la dimensión exacta de su actitud y saber cuán grande fue el error. Quizás nuestra imaginación nos hace exagerar las cosas. ¿No te pasó haber estado con una mujer y desear que se termine de una vez?

ALBERTO: (Piensa. Duda. Finalmente recuerda). ¡Ah, sí!

Cuando soltero, hubo una vez que...

CARLOS: (Interrumpe). Suficiente. No son tus detalles los que queremos. (A ESTELA). Estela, ¿qué fue lo que hiciste con ese hombre?

ESTELA: ¿Desde dónde quieres que te cuente?

CARLOS: (Muy seguro; con naturalidad): Comencemos desde el principio. ¿Qué te atrajo de él?

ESTELA: Ah, bueno... Todo. Su figura, su personalidad, su forma de pensar.

ALBERTO: (Extrañado). ¡Vaya! ¿En tan poco tiempo te atrajo todo eso?

ESTELA: En tan poco tiempo, no. Hace mucho que lo conozco.

ALBERTO: (Asombrado). ¿Cómo? ¿Quién es?

ESTELA: (Natural). No importa su nombre. Lo importante es que competiste con otro hombre... y ganaste. Ganaste tú, tonto. ¿Te das cuenta de lo que estoy diciendo? (Dulce): Ganaste tú...

CARLOS: (Como reflexionando para sí). A mi entender, es todo un triunfo. (Algo molesto): Te comparó y ganaste...

ESTELA: ¿Ustedes creen que sólo puedo amar una buena figura? Me atrajo su forma de ser durante años. Es un caballero. Un hombre muy educado, con una serie de códigos que coincidían con mi forma de ver la vida.

-60-

CARLOS: (Palpitante): ¿Y ahora ya no coinciden más?

ESTELA: Después de Alberto, el único hombre que me resultaba atractivo por su forma de ser, era él. Durante mi matrimonio no me atreví jamás, siquiera, a insinuármele. (A ALBERTO, de algún modo, despectiva). En la soledad de la tregua, decidí que necesitaba saber si mi atracción por él, era física o iba más allá del cuerpo.

CARLOS: (Como resignado): Deduzco que, finalmente, sólo fue atracción física.

ESTELA: (Conformista). Y sólo por momentos...

CARLOS: ¿Tuviste a Alberto en tus pensamientos todo el tiempo?

ESTELA: Bueno... No exactamente. Los primeros días, lo disfruté mucho...

ALBERTO: (Sorprendido). ¿Cómo “los primeros días”? ¿A qué te refieres?

ESTELA: (Natural). A que tuve varios encuentros con él.

ALBERTO: (Desgarrado). ¿Varios encuentros?

ESTELA: ¡Por supuesto! ¿Qué esperabas? ¿Que con un polvo solo determinara si lo amaba?

ALBERTO: ¿Lo besaste?

CARLOS y ESTELA miran a ALBERTO fulminándolo. Pregunta tonta.

ALBERTO: (Mira a ESTELA y a CARLOS. Se da cuenta que su pregunta es tonta). Bueno... Estoy mal. ¿Qué quieren? No me atrevo a preguntar otra cosa.

CARLOS: Déjame a mí. (Intimidado, pero resuelto): ¿Gozaste con él?

ESTELA: (Recuerda. Le da felicidad). Sí, por supuesto.

CARLOS: (Temeroso). Quiero decir... (Lo mira a ALBERTO y regresa la vista a ESTELA). ¿Tuviste orgasmos con él?

ESTELA: (Contenta). ¡Claro!

-61-

ALBERTO salta de su silla como para ahorcarla. CARLOS lo detiene, intenta tranquilizarlo; lo vuelve a sentar.

ALBERTO: (A ESTELA). ¡Una cosa es dejar que te suceda y otra es tener la fantasía en tu mente! (Le cuesta decirlo). ¡Puta!

ESTELA: ¡Insensible! ¡Mira el sacrificio que hice por ti y así me defines! ¡Infeliz!

CARLOS: (Severo): Discúlpame, Estela, pero debes explicarme lo del sacrificio.

ESTELA: Entonces vuelve a la pregunta que le hiciste a Alberto hace un instante y tendrás la respuesta. ¿No estuviste con una mujer de la que quisiste huir en la misma noche de amor? ¿No es eso un sacrificio?

CARLOS: (Conspirador): Pero tú no huiste en la primera noche, Estela. Acabas de decir que tuviste orgasmos con ese hombre; que has disfrutado...

ESTELA: (Interrumpe). Hasta que la magia se rompió. Será un animal en la cama, pero de amor no sabe nada. (Mira intensamente a ALBERTO). Sólo hay un hombre que sabe de amor para mí.

ALBERTO: (Reflexivo). No entiendo cómo puedes separar el sexo del amor.

ESTELA: Del mismo modo que lo hiciste tú al recordar recién a esa mujer con la que te acostaste y hace muchos años olvidaste.

ALBERTO: Era muy joven. Sólo existía el sexo para mí. No amaba a nadie ni quería amar.

ESTELA: No haces más que darme la razón. Sólo querías sexo.

No te interesaba el amor. Podrías haber seguido acostándote con ella sin ningún compromiso. A esta edad, yo quiero hacer el amor; quiero sentir algo por quien esté conmigo.

ALBERTO: Entonces no te contradigas. Hiciste el amor con otro y al final no lo amabas.

ESTELA: Tú lo has dicho: “al final no lo amaba”. “Al final”, ¿entiendes? Tuve que vivirlo para saberlo. Jamás, jamás, hice el amor con él. Sólo... sólo tuvimos sexo.

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ALBERTO: ¿Y yo cómo voy a saber que no te tentarás de nuevo? ¿Cómo sé que no volverás a plantearme ese “no sé si te quiero” de hace un mes?

ESTELA: ¿Tentarme? En quince años de casada superé toda clase de tentaciones. Jamás te fui infiel y, con el pensamiento, sólo se me ocurrió un inocente: “¿Cómo será éste tío”? Si algún día te planteo un “no te quiero más”, es mejor que sepas hoy mismo que eso es injerencia de ambos, porque ambos somos responsables de nuestro amor. Así que tú también tendrás participación en la culpa. ¿Soy clara?

ALBERTO: (Lo piensa, pero es evidente que sí). Lo siento, pero no me satisface.

ESTELA: (Mortificada por tener que dar una explicación obvia).

A quien amo es a ti. Jamás lo amaré a él. Ningún hombre me seducirá en adelante, si tú lograras comprenderme hoy.

ALBERTO: Creo que estás tratando de comprarme.

ESTELA: (Con odio). Si eso es lo que piensas, no eres tú el hombre que amo.

ALBERTO: Pero, Estela, ¿cómo quieres que esté, sabiendo que tuviste sexo con otro hombre. ¿Entiendes? Que te ha visto desnuda. Que te ha gozado. (Se quiebra). Por Dios, no puedo seguir hablando.

ESTELA: Nada de eso es importante para mí. Yo cerré esa historia.

ALBERTO: (Exaltado). ¿¡Y qué hay de mí!? ¿Acaso nadie más que tú tiene permitido “sentir”? ¿Sólo tú debes dejar de sufrir? ¿Yo debo tener responsabilidad en la culpa pero no participar de la felicidad?

ESTELA: (Confundida). ¡Yo ya me olvidé de eso!

ALBERTO: ¿Y tu amnesia borrará las noches en que ese tipo penetró en tu cuerpo? (Más exaltado). ¿Eh? ¿No confundirás mis manos sobre tu cuerpo con las manos de él cuando recorría tu piel? (Loco. Le toma la mandíbula con la mano por encima de la mesa). ¿¡Tu aliento no tendrá el olor de su semen!? (Le suelta la mandíbula, golpea la mesa con los puños y apoya, vencido, la cara sobre las manos. Llora).

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ESTELA: (Se levanta asustada). ¡Alberto! (Pasa por detrás de CARLOS que estará de pie en medio de los dos para dirigirse a asistir a ALBERTO). ¡Alberto!

CARLOS la detiene; no deja que se le acerque. Como que sabía lo que iba a pasar.

ALBERTO: (Reacciona). ¡No me toques! (Muy enojado. Se contiene para no pegarle). No me toques...

ESTELA: Alberto, todo lo que sucedió en esos días, fueron determinantes para descubrir que estoy enamorada de ti. Supuse que podía llegar a sentir cosas por otro hombre, pero tu corazón es inmenso, Alberto. Tu corazón es lo que yo quiero. ¿Por qué le das tanta importancia a unas cuantas horas de sexo que sólo tienen sentido si convenimos que me sirvió para entender que te amo?

ALBERTO: (Con tranquilidad contenida). ¿Hiciste con él lo que haces conmigo?

ESTELA: (Nerviosa. Mira a CARLOS, luego a ALBERTO, CARLOS y ALBERTO. Se refriega las manos. Está nerviosa). ¿A qué te refieres?

ALBERTO: No te hagas la tonta. ¿Hiciste con él todo lo que hiciste conmigo?

ESTELA: Esto no es necesario, Alberto.

ALBERTO: (Arrebatado). ¡Contesta de una puta vez!

ESTELA: (Avergonzada). Supongo que sí.

ALBERTO: (Le da la espalda a ESTELA). Vete de mi vista.

ESTELA: (Se exalta. Utilizará un supuesto enojo como recurso de convicción). ¡Claro! ¡Yo me voy de tu vista porque tuve sexo con alguien que no eras tú, estando separados, sin ningún compromiso contigo, más que el de decidir a los días si seguíamos juntos o no! ¡Pero tú, machista de mierda, si te hubieras acostado con una o con diez o con treinta, una por día, tú sí, sólo hubieras tenido sexo y nada de amor! ¡Y quizás ahora estuvieras intentando explicarme que me amas y buscarías mi perdón!

ALBERTO: Si así hubiera sido, ¿qué hubieras dicho?

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ESTELA: ¿Qué iba a decir? ¡Estaba confiada con que lo habías hecho!.

ALBERTO: (Despreciativo). Entonces, ¿sabes qué? (Se levanta, camina despacio hacia ESTELA, pone los brazos en jarra).

CARLOS está atento para evitar un atentado.

ALBERTO: Si eres así... No quiero amarte.

ESTELA: (Pausa. Lo mira intensamente). ¿Y cómo harás? ¿Me arrancarás de tu cabeza “reflexionando”?

ALBERTO: Tal vez te haga caso y salga a buscar a una mujer a quién amar.

ESTELA: Y tal vez te des cuenta que soy la mujer a la que amarás el resto de tu vida.

ALBERTO: Si así fuera, mi querida Estela, aunque sea “reflexionando”, te quitaré de mi cabeza. (Se vuelve a su silla y se sienta abatido. Pierde la mirada en cualquier cosa).

ESTELA: (A CARLOS). Ayúdame.

Truenos y relámpagos.

CARLOS: Como no sea prestándote una capa para que te vayas, Estela, sinceramente no sé cómo. Tu esposo ha tomado una decisión. (Evidente): No me parece ser yo la persona indicada para que la revierta.

ESTELA: (Insidiosa; severa): Deberías ayudarme...

CARLOS: Sí, Estela, pero luego de escuchar todo esto... Sé cómo se siente él (señala a ALBERTO. Compungido): Y es así como me sentiría yo.

ESTELA: Yo podré haber cometido un error, pero estoy aquí para garantizarle lo que siento por él. ¿Por qué no me escucha?

(Ofuscada). ¿Acaso no es importante para nadie que haya podido comprobar fehacientemente que Alberto es el hombre de mi vida? Más allá de haber estado con otro hombre para comprobarlo. ¡Estoy aquí para certificar que amo a mi marido!

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CARLOS: Tú amarás a Alberto... Pero ahora entiendo que no de la forma que él lo necesita. Puedes llenarte de excusas tratando de justificarte, pero no hay otra responsable de tus actos más que tú misma. El amor, Estela, debe ir acompañado de actos que lo integren. Y el acto que tú elegiste, en realidad lo desintegra.

ESTELA: Pero, ¿no entiendes? ¡Se trata de amor! ¡Es amor!

(Enojada con CARLOS): ¡Ayúdame a rescatar su amor y contribuirás a una causa justa!

CARLOS: No sé cuánto de justa, Estela. Si él (señala a ALBERTO) fuera yo, creo que preferiría intentar ser feliz sin ti.

ESTELA se derrumba.

CARLOS: Lo lamento.

Estela se acerca lentamente a su silla. Recoge la cartera que trajo y la cuelga del hombro. Toma el abrigo y camina hacia ALBERTO que sigue con la mirada perdida. Intenta apoyarle una mano en el hombro, pero se arrepiente. Va a decir algo y se arrepiente otra vez. Mira a CARLOS. Éste se encoge de hombros.

ALBERTO impasible. ESTELA se agacha hasta poner su cara a la altura de la de ALBERTO y mira hacia la misma dirección que mira él.

ESTELA: “Amar no es mirarse a los ojos, sino mirar los dos juntos hacia una misma dirección”. ¿Te acuerdas?

ALBERTO: (Pausa. Mira intensamente a ESTELA. Lacónico). Sí. Pero tú miraste para otro lado. El corazón, aunque con riesgos, no se equivoca aunque se equivoque. Acostarte con alguien... Tal vez puedas acostarte con quien sea. Amar...

Amar es otra cosa. Es más difícil. Deberías haber tenido más paciencia.

ESTELA baja la vista. Lentamente se acerca a la salida.

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ALBERTO: Estela...

ESTELA se detiene. Una luz de esperanza se enciende en su mirada. CARLOS se pone contento.

ALBERTO: (Se levanta y camina hasta ella). ¿Por qué tuviste que contármelo todo? Si te hubieras callado la boca, me hubieras hecho tan feliz...

ESTELA: ¿Tú eres de los que prefieren que le mientan con tal de ser dichosos, antes que te digan una verdad que no te deje dormir por una semana?

ALBERTO: No hubiera sido una mentira. Lo hubieras guardado como un secreto. Tú secreto...

ESTELA: (Tranquila). ¿Y tú crees que yo podría haber sido feliz, sabiendo que estuve con otro hombre y no te enteras?

Yo quería contártelo para que te quede bien claro que no me equivoqué contigo; que te amo.

ALBERTO: Podrías haberte enamorado. En ese caso, ¿hoy estarías aquí para decirme que no me amas?

ESTELA: Yo no me separé de ti para salir a buscar hombres.

(Pausa). Sólo sé que te quiero a ti.

ESTELA acerca sus labios a los de ALBERTO para besarlos.

ALBERTO: (Aleja a Estela). No. ESTELA agacha la cabeza. Mira a ALBERTO. En su mirada se palpita un ruego. ALBERTO menea la cabeza. “No”. ESTELA gira sobre sus talones, toma el paraguas, mira a ALBERTO. ESTELA: Supongo que no te sirve siquiera que te pida perdón.

ALBERTO: (Suspira; piensa; retarda la respuesta). Es fácil perdonar cuando uno siente que la otra persona reconoce su error. (Pausa. Intensa mirada). Yo siento que tú estás convencida que no te equivocaste.

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ESTELA: (Pausa. Mirada desdeñosa). No entendiste nada.

(Abre el paraguas. Medio mutis).

ALBERTO: (De repente): ¡Estela!

Conmoción en CARLOS. ESTELA se detiene, pero no gira.

ALBERTO: (Triste). Estela... Al menos... Al menos dime con quién estuviste...

ESTELA gira despacio. Mira intensamente y con mucha tristeza a ALBERTO. Lleva la vista a CARLOS. Hay mucha tensión.

ALBERTO los mira a ambos. CARLOS le sostiene un instante la vista a ESTELA, hasta que no puede más. Agacha la cabeza, como derrotado. ESTELA lo imita.

ALBERTO: (A CARLOS. Asombrado y paulatinamente asqueado): ¿Tú...? ¿Tú...? ¿Tú eres... ese hombre?

CARLOS no lo puede soportar. Se da vuelta, le da la espalda a ALBERTO. Está destruido; no lo puede mirar. ESTELA sigue con la cabeza gacha. ALBERTO se resigna, pero con odio. Los mira a ambos, sabiendo que ninguno lo mira a él. Con rabia contenida, le quita el paraguas a ESTELA y medio mutis. Se detiene. Gira hacia la escena. Introduce su mano en el bolsillo del saco.

ALBERTO: Carlos...

CARLOS, con cierto miedo, gira despacio y lo mira. ALBERTO saca las llaves del auto y las lanza hacia CARLOS. Las llaves caen al piso, cerca de CARLOS. ALBERTO: (Despreciativo): Ganaste. (Alza el paraguas por encima de su cabeza y mutis definitivo).

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Pausa.

ESTELA: (Camina muy despacio hacia la barra). No puedo ni quiero pensar.

CARLOS: (Se dirige cansinamente hacia atrás de la barra. Sigue derrumbado). No hay nada que pensar. Ya sucedió.

ESTELA: (Se sienta en un taburete y se acoda en la barra. Mira la nada). Sírveme un fernet, por favor.

CARLOS: (Con tristeza): Sí... Tan amargo como esta noche...

ESTELA: Si fuera posible... Más.

CARLOS: Esta vez... El maní no lo paga la casa.

CAE TELÓN.

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TÍTULOS DE LA COLECCIÓN 1.- LA GUERRA DE TODOS LOS SILENCIOS de D. Francisco Prada FREDDIE: CEREMONIA PARA UN ACTOR DESESPERADO de D. Abilio Estévez 2.- AZOTEA FIEBRE

de D. Francisco Javier Puchades Hernández de D. Alberto Conejero López

3.- BAILANDO CON EL MUERTO de D. Oscar E. Tabernisse LA CANCIÓN DEL SOLDADO de D. Walter Ventosilla Quispe 4.- FORMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS de D.ª Gracia María Morales Ortiz CON LA SANGRE DE VENECIA de D. Federico Castro Fernández-Alfaro 5.- ALGUNAS HISTORIAS DE TERROR NEOLIBERAL de D. Sergio Sáez Escudero UN TRABAJO ES UN TRABAJO de D. Rafael Belmonte Agüera 6.- LO QUE ANA VE

de D. Javier García Teba

¡AUXILIO!

de D. Carmen García Vilar

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7.- POSITIVAS

de D.ª Yolanda Dorado BOMBARDEROS SOBRE LONDRES de D. José Tomás Angola Heredia

8.- GRITAR TU MIEDO

de D. Hipólito Calle Soriano SEXUALMENTE HABLANDO de D. Santiago Serrano

9.- LA NOCHE QUE NO CAMBIÓ MI VIDA de D. Emilio Encabo Lucini MIEDOS de D. Javier López Alós 10.- ROMANCE DE DON FÉTIDO Y DOÑA GODA de D.ª Nuria M.ª Pérez Mezquita COMO PAPEL DE SEDA de D.ª M.ª Rosa Pfeiffer 11.- EL TESTAMENTO FENICIO de D. Armando Rubén Varrenti EL VIOLÍN ROTO DE SAMUEL LEVI de D. Alberto de Casso Asterrechea 12.- CAMA CALIENTE A LA DERIVA de D.ª Mónica Sánchez Fernández FERNET AMARGO de D. Armando Rubén Varrenti

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