XIII Certamen Internacional de Teatro Breve

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LA SOLEDAD DE LA Nร UFRAGA de VICENTE MARCO AGUILAR

HISTORIA DE UNA CORNISA de LUIS LEANTE

XIII CERTAMEN INTERNACIONAL DE TEATRO BREVE CIUDAD DE REQUENA 2017 -1-


No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación y otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

© Coordinadora de Actividades Teatrales

Arrabal Teatro

C/. Villajoyosa, 13 bajo - 46340 REQUENA Teléfono / Fax: 96 230 41 93 Diseño de la portada: Miguel Angel Roda.

Primera Edición: Marzo 2010 Edita: FUNDACIÓN CIUDAD DE REQUENA Depósito Legal: V - 1.150 - 2003 Impresión: GOVI • imprentagovi@hotmail.com -2-


ACTA NOTARIAL Según consta en el acta levantada por D. Manuel Ángel Rueda, Notario del Ilustre Colegio de Valencia, un Jurado presidido por D. José Luis Prieto y formado por D. Juan Alfonso Gil Albors, Doña Mª José Martín Roda, D. Abel Guarinos, Dña. Carmen Morenilla, D. Ferran Grau, Doña. María José Viana, D. Roberto García, D. Joaquín Climent, D. Julián Nuñez, D. Miguel Ángel Plaza y Dña. Mónica Sánchez, siendo secretario del mismo D. Rafael Ochando y contando con la presencia del Teniente de Alcalde de Requena, D. José Camilo Chirivella, quien ostentaba la presidencia honorífica, después de las oportunas deliberaciones, acordó conceder el primer premio del XIII Certamen Internacional de Teatro Breve “Ciudad de Requena” Edición 2017, a la obra titulada “La soledad de la náufraga” de la que, una vez abierta la plica, se comprueba que es su autor D. Vicente Marco Aguilar, y otorgar el segundo premio a la obra “Historia de una cornisa” cuyo autor, abierta la plica correspondiente, se verifica que es D. Luis Leante. JURADO PRELIMINAR D. Miguel Ángel Plaza, Dña. Encarna Herrero Pérez, D. Luis Javier Roldan, Dña. Amparo Serrano, Dña. Julia Giménez, D. Luis Latorre, D. José Antonio Navarro, Dña. Sandra Ortega, Dña. Isabel Sanchis, Dña. Clara García, D. Javier Amador Monterde, D. Germán Fernández, Dña. Montse Ramón, D. Luis Miguel Mislata, Dña. Rocío López, D. Fernando Pérez, D. Librado Carrasco, D. Roberto Expósito, D. Manuel Vivó, D. Enrique Tébar, Dña. Teresa Juan, Dña. Águeda Hernández, Dña. Laura López, D. Santi Torres, D. Héctor Monteagudo, Dña Inmaculada Marín, D. Arturo Navarro y D. César Salvo. -3-


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LA SOLEDAD DE LA NÁUFRAGA Autor: VICENTE MARCO AGUILAR

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VICENTE MARCO AGUILAR

Vicente Marco, novelista, cuentista, dramaturgo y profesor de talleres literarios, ha publicado las novelas Murmullos (2000), Los trenes de Pound (2009, Premio Tiflos), El Collage de Orsson Beans (2012, finalista Premio Ateneo Valladolid) Ya no somos niñas (2012, Finalista Premio Logroño), Opera Magna (2013, Premio Jaén de novela) y Mi otra madre (2015 Premio Valencia Alfons el Magnanim), así como la recopilación de cuentos Los que llegan por la noche (2010), las piezas teatrales Viernes trece y sábado catorce y Los guanchu guanchu, y el ensayo Manual de Escritura Creativa y Premios Literarios (2015). Como dramaturgo, obtuvo el Premio Nacional de Teatro Castellón a Escena 2013, el accésit del premio Lope de Vega en 2013 y el Premio Fray Luis de León de Teatro 2014. En el género de narrativa ha obtenido más de cincuenta galardones literarios.

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Los hombres vulgares han inventado la vida de sociedad, porque les es más fácil soportar a los demás que soportarse a sí mismos Arthur Schopenhauer ¿Quién estaba de vuelta de sí mismo, de la soledad absoluta que representa no contar siquiera con la compañía propia, tener que meterse en el cine, o en el prostíbulo o en una profesión absorbente o en el matrimonio para estar por lo menos solo-entre-los-demás? Julio Cortázar en «Rayuela» La verdad se parece mucho a la falta de imaginación. Jardiel Poncela

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ARRABAL - TEATRO

el día 23 de Marzo de 2019 ha estrenado mundialmente la obra

“LA SOLEDAD DE LA NÁUFRAGA”

(1 premio del CERTAMEN INTERNACIONAL DE TEATRO BREVE “CIUDAD DE REQUENA”, en la edición del año 2017) er

de Vicente Marco Aguilar en el Teatro Principal de Requena, con el siguiente:

REPARTO: NÁUFRAGA LAURA LÓPEZ PARACAIDISTA LUIS JAVIER ROLDÁN CENTRAL Y ATS (VOZ EN OFF) JESÚS GARCÍA ENCARNA HERRERO

EQUIPO TÉCNICO: DISEÑO ESCENOGRÁFICO JOSÉ LUIS PRIETO REALIZACIÓN ESCENOGRAFÍA JESÚS GARCÍA / CÉSAR PÉREZ CARACTERIZACIÓN MÓNICA GARCÍA VESTUARIO C.A.T. ARRABAL-TEATRO AMPARO SERRANO CONTROL ILUMINACIÓN JUAN ZAZO / PACO CABRERA SONIDO Y PROYECCIÓN RAFAEL OCHANDO GRABACIÓN JORDI CERDÁN TRANSPUNTE ENCARNA Gª TORRES AUXILIAR DE DIRECCIÓN ENCARNA HERRERO DIRECCIÓN JOSÉ LUIS PRIETO -8-


El escenario recrea una isla desierta. En el lado izquierdo, en primer término, una mujer de unos treinta y tantos años, sentada en el suelo, pelo largo, desmadejado, vestida con andrajos. Pesca. Detrás, una palmera. Un baúl cerrado. Se escucha el sonido del mar. Gaviotas. El de una avioneta que se estrella con gran estruendo. La mujer mira. Se lleva la mano a la boca. Hace un gesto como queriendo significar «¡Madre mía!». Suspira. Niega con la cabeza y sigue pescando. Al rato, del cielo, cae un Paracaidista vestido de aviador, que se desempolva de espaldas a la mujer. NÁUFRAGA (Mirándolo.) —Vaya puntería. PARACAIDISTA (Se gira con extrañeza.) —Qué. NÁUFRAGA.—Puntería. Con toda el agua que hay alrededor (Abarcando con las manos.) y cae justamente aquí… en esta islita tan pequeña. PARACAIDISTA (Asiente con la cabeza. Aún perplejo.) —¿Se… se puede saber qué, qué hace usted aquí? NÁUFRAGA (Con sequedad.) —Pesco. PARACAIDISTA.—Ya, ya sé que pesca. Me refiero a cómo… cómo ha llegado. NÁUFRAGA.—Por el mar. PARACAIDISTA.—Me imagino. NÁUFRAGA.—Por qué se imagina. Usted vino por el aire. PARACAIDISTA.—Sí, pero me refería a que usted también… (Señalándola.) Bueno… da igual. Lo importante es que no tiene que preocuparse. Di el SOS antes de saltar. Envié las coordenadas. Están al caer. NÁUFRAGA.—Al caer… (Se ríe.) El único que ha caído es usted. Con puntería. Eso sí. Ni siquiera se ha mojado. (Mirándolo de arriba abajo.) Y lo peor que te puede pasar aquí es mojarte porque después corre una brisa… PARACAIDISTA.—Puedo imaginar cosas peores. NÁUFRAGA.—¿Peores? ¿Peores que mojarse? (Negando con la cabeza.) No. No. No. En la isla no hay donde resguardarse. Si hace viento… una se fastidia. Ahora, si hace viento y encima está mojada… (Pausa.) No es por desilusionarlo, pero yo también dí el SOS. Bueno los del barco dieron el SOS. (Con más ímpetu.) Con las coorde… ¡nadas! (Haciendo como que nada y negando con la cabeza.), así que pasará lo de siempre. -9-


PARACAIDISTA.—¿Cómo que lo de siempre? NAUGRAGA.—Lo mismo que con el resto de gente. PARACAIDISTA.—¿Ha habido más? NÁUFRAGA.—¡Claro! Esta es una isla de náufragos. No ve que hay tanto mar alrededor... Es inevitable. La gente viene a naufragar. Usted es el único que ha caído del cielo, pero… PARACAIDISTA (Sospechando que todo es mentira.) —Ya. ¿Y el resto? Si ha pasado más veces y no los han recatado… ¿dónde están? NÁUFRAGA (Señalando hacia detrás con vaguedad con el dedo pulgar.) —Mire. Mire por ahí detrás. PARACAIDISTA (Se acerca al fondo de la isla y regresa enarcando las cejas.) —Está lleno de huesos. NÁUFRAGA (Sonriendo.) —Huesos. PARACAIDISTA.—¿Me está queriendo decir que eso es lo que queda de la gente que naufragó? NÁUFRAGA.—Eso. PARACAIDISTA.—¿Y que jamás vinieron a buscarlos? NÁUFRAGA.—Jamás. PARACAIDISTA (Con una risa de suficiencia.) —Ja. No puede ser… es, es absurdo. ¿Cuánto tiempo lleva usted en la isla? NÁUFRAGA (Pone cara de fastidio. Se levanta con pesar.) —¡Ay! Los otros no eran tan preguntones… Se sentaban a pescar y ya está. (Se dirige al osario y rebusca. Coge el esqueleto de un brazo, cúbito y radio, con reloj en la muñeca. Lo mira.) Veinte años, cero meses, cero días, tres minutos y doce segundos, trece. PARACAIDISTA.—¿Todo ese tiempo aquí metida? NÁUFRAGA.—¿Metida? ¡Metida no, hombre! (Señala alrededor.) Estamos al aire libre. PARACAIDISTA.—Bueno… digo sin moverse de… NÁUFRAGA.—A veces visito las islas vecinas. Voy a comprar fruta. A hacerme las piernas con cera. A spinning. A algún Tuppe-sex. Al teatro porque por estos lugares está exento de IVA… ¡Pues claro que sin moverme de este lugar! ¿Dónde quiere que vaya? PARACAIDISTA.—Ya sé que no se marcha a ninguna parte. Pero tantos años, sufriendo carencias… NÁUFRAGA.—Qué carencias. PARACAIDISTA.—Cómo, cómo que qué carencias. No hay… NÁUFRAGA.—Qué. PARACAIDISTA.—¡Comida! -10-


NÁUFRAGA.—¡Y no habrá mientras siga chillando! ¿Por qué se cree que estoy con la cañita…! ¿Por gusto? (El PARACAIDISTA da varias vueltas por la isla y se pellizca. La NÁUFRAGA lo sigue con la mirada.) NÁUFRAGA.—Qué hace. PARACAIDISTA.—Me pellizco. NÁUFRAGA.—Para qué. PARACAIDISTA.—Para comprobar que estoy despierto. Que esto es real. Que no lo estoy soñando. NÁUFRAGA.—Puaaa. Ahora con esas. Solo faltaría que después de la castaña… (Imitando la avioneta.) estuviera… (Riéndose.) estuviera aún dormido. Je, je. Eso sí que sería… tener el sueño profundo. PARACAIDISTA.—Muy graciosa. NÁUFRAGA.—Si aquí una no se toma la vida con humor… ya me dirá… (Con resentimiento.) El humor es lo único que nos queda. PARACAIDISTA (Deambulando de un lado a otro, razonando al tiempo que gesticula.) —Hay algo que se me escapa. No sé qué. Una pieza que no encaja. Todo parece mentira. De entrada usted no puede llevar en este lugar veinte años porque… NÁUFRAGA.—Veinte años, cero meses, cero días, cinco minutos, diecisiete… PARACAIDISTA.—Vale, vale, vale. Déjelo ya. Dígame: a qué edad vino. A qué edad naufragó. NÁUFRAGA.—Buuuu…. Entonces yo era tan joven... Acababa de empezar la carrera. PARACAIDISTA.—La carrera… ¿qué carrera? NÁUFRAGA.—Empresariales. PARACAIDISTA.—¿Empresariales? NÁUFRAGA.—Claro. Como usted PARACAIDISTA.—¡Cómo yo! ¿Cómo sabe que yo...? NÁUFRAGA.—En esta isla solo naufragan licenciados en empresariales. PARACAIDISTA.—¿Dónde está la cámara? NÁUFRAGA.—La… (Riéndose.) ¿cámara? PARACAIDISTA.—Sí. La cámara. La cámara esa de las bromas. NÁUFRAGA.—No es ninguna broma. Los arquitectos naufragan en el Mediterráneo. Los abogados en el Atlántico. Y los médicos… los médicos disponen de varios archipiélagos para ellos solos. -11-


PARACAIDISTA.—No me lo creo. NÁUFRAGA.—Y hace bien. Porque es verdad que no todos son licenciados. Como yo, los hay que no han terminado la carrera. Algunos estudian los últimos cursos y la finalizan aquí. PARACAIDISTA (Sacando un walki que mantendrá en la mano sin encender imbuido por la conversación hasta que apriete el botón para ponerlo en marcha. Abriendo los brazos.) —Sí, aquí. En las distintas universidades de la isla. NÁUFRAGA (Negando con la cabeza.) —Pero qué ignorante. ¡A distancia! Las terminan a distancia. Será por distancia… PARACAIDISTA.—¿A distancia? Deberían resolver ejercicios, enviarlos, que el tutor los corrija… NÁUFRAGA (Como si no comprendiera.) —¿Y? PARACAIDISTA.—¿Cómo que «y»? ¿Dónde está el tutor? NÁUFRAGA.—¡Dónde va estar! Al otro lado. Siempre está al otro lado. Por eso es «a distancia». Como en Harvard. Nada cambia. PARACAIDISTA.—Cambia que no hay medios. NÁUFRAGA.—¡Medios! ¡Medios! El alumno mete el ejercicio en una botella, lo echa al mar y al cabo de unas semanas llegan las correcciones. PARACAIDISTA (La mira y se queda sin respuesta.) —O estoy soñando o me estoy volviendo loco. NÁUFRAGA.—Pero ¿no quedamos que un sueño no era? PARACAIDISTA (Suspirando. Aprieta el botón del walki y lo enciende. El walki emite varios zumbidos. Se lo arrima mucho a la boca para hablar.) —Yo nunca caigo llamando a Central. ¿Me reciben? NÁUFRAGA (Riéndose.) —¡Yo nunca caigo! Jejeje. (Resentida.) La ignorancia es tan osada... Ay, Yo nunca caigo. CENTRAL.—Adelante Yo nunca caigo. Le escuchamos alto y claro. PARACAIDISTA (Mirando a la NÁUFRAGA con suficiencia.) —Abandono forzoso… NÁUFRAGA (Con fastidio.) —No chille que me va a… espantar los peces. Vaya, vaya para allá. (Señala hacia el otro lado.) PARACAIDISTA (Negando con la cabeza.) —Abandono forzoso avioneta. Mandé SOS con coordenadas posición. CENTRAL.—Positivo. ¿Se encuentra bien? PARACAIDISTA.—Perfecto estado. Sólo quería saber si recibieron coordenadas. CENTRAL.—OK (Dicho Oka ahora y a lo largo de la obra.) -12-


Unidad de rescate ha salido en su busca. ¿Hay más pasajeros? PARACAIDISTA.—Ninguno… ninguno… solo que… bueno en el sitio donde he ido a aterrizar… una pequeña isla, un atolón, un pedrusco en medio del mar, hay una… CENTRAL.—Una… PARACADISTA.—Náufraga. CENTRAL.—¿Perdón? PARACAIDISTA.—Una… náufraga. CENTRAL.—Defina náufraga. PARACAIDISTA.—¿Que la defina? No sé. Mujer que está sola en una isla. (Silencio.) CENTRAL (Se escuchan algunas risas.) —¿Puede definir un poco más? PARACAIDISTA (Tapándose la boca con la mano y hablando entre dientes.) —¡Está aquí al lado! CENTRAL.—De acuerdo. «Anotamos mujer sola en isla desierta». PARACAIDISTA.—Ok. Pero anotan ¿para qué? CENTRAL.—Para el parte. ¿Quiere que demoremos unas horas el rescate? PARACAIDISTA (Sorprendido.) —¿Cómo? ¡No! ¡Quiero que vengan inmediatamente. La mujer lleva bastantes años de robinsón y no parece que esté muy… en sus cabales. CENTRAL.—¿Es peligrosa? PARACAIDISTA.—Creo que no. Solo que dice cosas muy extrañas. Pero ya me las apañaré. CENTRAL.—Se las apañará (De nuevo se escuchan risas por el walki.) De acuerdo. En breve llegará helicóptero salvamento. ¿Algo más, Yo nunca caigo? PARACAIDISTA.—Nada más. Corto y cierro (Se guarda el walki da dos palmadas y se acerca a la NÁUFRAGA, que sigue pescando.) Solucionado. NÁUFRAGA (Sin hacer caso, señalando hacia el mar.) —Hoy no es un día de suerte. Se conoce que con tanto ruidito, primero la avioneta, después usted gritando y el aparato ese con el acople… no pican ni a tiros. PARACAIDISTA (Sentándose a su lado.) —No importa. En unas horas estaremos cenando en un restaurante de lujo a la luz de las velas y sin miedo a que la pesca vaya mal o bien. -13-


NÁUFRAGA (Señalando.) —En la isla no hay restaurantes. (Señalando y riéndose.) Cerraron por culpa de la crisis. PARACAIDISTA.—No digo «en la isla». Me acaban de confirmar que vienen a rescatarnos. Así que ya puede ir despidiéndose de este lugar. NÁUFRAGA.—A rescatarnos. PARACAIDISTA.—En Central recibieron el parte. Es cuestión de horas. Lo que le cueste llegar al helicóptero. NÁUFRAGA.—No diga tonterías. El parte. Central. El helicóptero. Cuestión de horas. Ya le he dicho que a esta isla la gente viene a naufragar. No a rescatar. PARACAIDISTA.—Usted lleva mucho tiempo sola… NÁUFRAGA.—Oiga… de verdad. ¿A qué viene eso? ¿Es una recriminación? PARCAIDISTA.—Es una evidencia. NÁUFRAGA.—Usted también está solo. ¿O es que iba con mucha gente en la avioneta? PARACAIDISTA.—Determinados ejercicios me gusta desarrollarlos en intimidad. Trabajo mucho. Necesito esos momentos. Hay mucha diferencia entre la intimidad y la soledad. NÁUFRAGA.—Uyyy… Una diferencia… Yo aquí también estoy en intimidad. Me gusta ser náufraga en… intimidad. No soportaría vivir en una isla desierta rodeada de gente, como hace la mayoría. Incluso me gusta celebrar los cumpleaños en intimidad. Pero no hay forma. PARACAIDISTA.—¿Cumpleaños? NAÚFRAGO.—Sí. Hoy es mi veinte cumpleaños desde que llegué. PARACAIDISTA (Alegre.) —Pues alégrese porque lo va a celebrar con el rescate. NÁUFRAGA.—Lo voy a celebrar como siempre. Cada año el mar o el cielo me traen un regalo. (Levantándose.) Yo no lo quiero. Pero ellos lo traen. Lo traen. Un año, otro. No falla. PARACAIDISTA (Mirando hacia arriba.) —De qué… de qué está hablando ahora… ¿qué regalo? Yo no veo ningún regalo. NÁUFRAGA.—¡Ustedes! ¡Ustedes son el regalo! PARACAIDISTA.—¿Me está queriendo decir que me encuentro en esta isla porque el mar o… en mi caso el aire, ha decidido obsequiarla porque es su cumpleaños? NÁUFRAGA.—Exacto. PARACAIDISTA.—Que mi avioneta se fue a pique porque… NÁUFRAGA.—Sí señor. -14-


PARACAIDISTA.—Ya. (Sacándose un cigarrillo.) NÁUFRAGA (Mirándolo.) —¿No invita? PARACAIDISTA.—¿No invita usted, que es su cumpleaños? NÁUFRAGA.—Sí. (Dirigiéndose al baúl.) Es verdad. Perdón. Qué falta de delicadeza la mía. (Registra dentro del baúl.) Pensará que soy una dejada, una… ¿ginebra, ron, whisky, brandy, tequila, absenta… Baylis? PARACAIDISTA (Riéndose.) —Lo siento. Tampoco pretendía ser grosero. Pero estoy un poco nervioso. NÁUFRAGA.—¿Nervioso por qué? PARACAIDISTA (Suspirando.) —No… por nada. NÁUFRAGA.—Venga. No se preocupe. Un trago le sentará bien. Elija. (El PARACAIDISTA se asoma al baúl.) PARACAIDISTA.—¡Dios mío! Lo decía en serio. Qué barbaridad. ¿Hubo un naufragio de un buque mercante de bebidas? NÁUFRAGA.—No. Ya estaban. Cuando llegué encontré el baúl muy surtidito con… PARACAIDISTA (Como pillándolo en falta.) —Pero usted dijo que vino hace veinte años. ¿Tanto duran las botellitas? NÁUFRAGA.—Noooo. Las reponen. PARACAIDISTA.—¿Las reponen? ¿Quién las repone? NÁUFRAGA.—Eso no lo sé. A veces me he levantado después de la siesta y las habían llenado. Tampoco es que se pasen, ¡eh! No se piense que es eso de los hoteles de lujo que bebes un poco y enseguida hay otra botella… PARACAIDISTA (Bebiendo.) —¿Cómo sabe lo de los hoteles de lujo si ha estado tanto tiempo sin salir de…? NÁUFRAGA.—Bueno. Lo que faltaba. Qué quiere que le conteste. ¿Porque aquí montaron uno y lo tuvieron que echar abajo por la Ley de Costas? Como en esta isla todo es costa… ¡Hombre, por favor, qué preguntas hace! Lo sé porque no me gusta perder el contacto con la realidad. PARACAIDISTA.—Ya. NÁUFRAGA.—Lo peor es perder el contacto. Cuando se pierde el contacto… PARACAIDISTA (Mira el baúl de nuevo y se sienta en el suelo.) —¿Y no ha pensado que si existe ese baúl y usted lo encontró al llegar es porque otros naufragaron antes que usted? NÁUFRAGA.—Ah, sí. Profesores mercantiles. Porque hace años los licenciados en empresariales se llamaban profesores mercantiles. -15-


PARACAIDISTA.—Lo digo en serio. Alguien que abandonó sus pertenencias después de que fuera rescatado. NÁUFRAGA.—Si, hombre, yo creo que esta isla, a ojo, le venía de paso a Hernán Cortés. Igual fue él. PARACAIDISTA.—¿La isla se encuentra en la ruta de Hernán Cortés? NÁUFRAGA (Mirándolo sorprendida.) —¿De verdad es usted licenciado en empresariales? A veces resulta bastante ignorante. Yo no entiendo de corteses ni de cortesías pero usted… PARACAIDISTA.—No solo soy licenciado. También obtuve el Revival Master International Bussines School. NÁUFRAGA (Con las palmas de las manos extendidas.) — Ahhhhhh. Ya me extrañaba. Enseguida adiviné que no se trataba de un licenciado corriente. PARACAIDISTA.—Y desde el año dos mil dos ejerzo como Director General del Western Grey Bank. NÁUFRAGA.—Pues ahora se explica todo. Western Grey Bank. No hace falta que siga. PARACAIDISTA.—He sido el pionero en implantar el sistema de trabajo colectivizado. NÁUFRAGA.—¡Oh! ¡Oh! ¡El sistema de trabajo colectivizado! Impresionante. Eso sí que es un logro… Y mire para qué. Para acabar dónde. (Señalando la isla. Se ríe de nuevo.) El Western Grey Bank… El sistema de trabajo colectivizado… El Revival Master International… jejeje. PARACAIDISTA.—Calle, calle, calle… (Mirando hacia el cielo.) Esto es transitorio. Un accidente pasajero. No me pienso quedar aquí. Y usted tampoco. En cuanto venga el helicóptero… NÁUFRAGA.—El helicóptero… (Poniéndole la mano en el brazo.) Señor paracaidista, el helicóptero no va a venir. PARACAIDISTA (Levantándose de súbito.) —Qué, qué... Estoy cansado de escuchar tanta idiotez. (Removiendo por el suelo.) ¿Qué es esto? NÁUFRAGA (Girándose.) —Libros. PARACAIDISTA.—Ya sé que son libros. Me refiero a qué hacen aquí. Tantos libros. ¿También los reponen cada noche? NÁUFRAGA.—Son mis libros. PARACAIDISTA.—Ya. Naufragó y le dio tiempo a cogerlos. A seleccionar. NÁUFRAGA.—No. Mis libros. Escritos por mí. PARACAIDISTA.—¿Por usted…? Pero si hay… por lo menos… ¡trescientos! -16-


NÁUFRAGA.—¿Y qué? PARACAIDISTA.—Imposible. No puede haber escrito tanto. NÁUFRAGA.—¿Qué se cree que hago todo el día aparte de pescar? PARACAIDISTA.—Además, están encuadernados. NÁUFRAGA.—Los encuaderno. Los encuaderno en el tiempo libre. PARACAIDISTA.—¿Y cómo los encuaderna? NÁUFRAGA.—Pues cómo va a ser. Les pongo tapas, les coso el lomo… ¿Tampoco sabe eso? ¿Cuál era el temario del Revival Master? PARACAIDISTA (Acercándose, nervioso y amenazante.) —Las tapas. De dónde salen las tapas. ¿Las fabrica también usted? NÁUFRAGA.—No. Las tapas las reponen por la noche. PARACAIDISTA (Se queda parado y se lleva las manos a la cara.) —Ahhhh… (Da vueltas de arriba abajo sin saber qué hacer.) NÁUFRAGA (Siguiéndolo con la mirada.) —¿No piensa cantarme? Es mi cumpleaños. PARACAIDISTA.—No es su cumpleaños. Es el aniversario desde qué llegó. NÁUFRAGA.—Bueno. Y eso qué más da. Una fecha, otra... Tonterías. La tradición… Y esa tradición dice que debe cantarme. Así que no hay escapatoria. Yo qué culpa tengo. (Elevando el brazo.) Es el mar o el aire quien trae los regalos. Y trae lo que trae. Yo no elijo. ¿Usted se piensa que yo habría elegido…? (Señalándolo y riéndose. El PARACAIDISTA frunce el ceño.) ¡Por favor! Pero ya que está aquí tenemos que celebrarlo porque un año no lo celebramos y ¡pum! en seguida cayó una tormenta que… PARACAIDISTA.—Yo no pienso celebrar nada. NÁUFRAGA (Va hacia el fondo donde está el baúl mientras el PARACAIDISTA espera sentado en primera línea.) —Bah. Total soplar unas velas… Y las soplo yo, además. Usted solo tiene que poner la cara de hipócrita felicidad de los cumpleaños y ya está. (La NÁUFRAGA saca una mesa plegable con dos sillas. Las abre. Encima de la mesa deja una tarta con dos velas que forman el número veinte. Dos platos. Cucharas. servilletas. Todo ello con mucho protocolo. Las enciende.) NÁUFRAGA.—Ya está. -17-


PARACAIDISTA (Girándose.) —¿De dónde… de dónde ha sacado…? ¿También estaba en el baúl? NÁUFRAGA.—Déjese de preguntas y pruebe la tarta, que la ha hecho mi madre. PARACAIDISTA.—¿Su madre? NÁUFRAGA (Comiendo y riéndose.) —Es lo que siempre se dice, ¿no? Así la gente se la tiene que tragar por obligación y nadie puede soltar que está asquerosa. PARACAIDISTA.—¿Usted cree que me puede apetecer tarta en esta situación? NÁUFRAGA.—En qué situación. PARACAIDISTA.—¡Me acabo de estrellar! NÁUFRAGA.—Pero si no le ha pasado nada. PARACAIDISTA.—Da igual. Me he llevado un susto horrible. Después me encuentro con usted, esta… situación. La avioneta destrozada... NÁUFRAGA.—Tendría seguro, digo yo. PARACAIDISTA.—Sí. Tenía seguro. NÁUFRAGA.—Entonces no importa. Pagará el seguro. (Ofreciéndole el plato.) Tenga. No será alérgico a los frutos secos, porque lleva frutos secos. PARACAIDISTA (Coge el plato.) —Es tan absurdo… (Come.) NÁUFRAGA.—¿Absurdo? Absurdo para mí que en cada onomástica recibo un náufrago. (Saboreando.) Eso sí que es absurdo. Está buena, ¿verdad? Si es que mi madre… ¿Le apetece champán? PARACAIDISTA.—También hay ahí. (Señalando el baúl.) NÁUFRAGA.—Sí, pero no es de marca. El champán de la isla… (Negando con la cabeza.) Ve, eso sí que le digo. Tanto una cosa como otra… El champán no es muy… Esta no es tierra de champán. De champán no. PARACAIDISTA (Sentándose.) —Joder, que cosas tan raras dice. (Se tapa la cabeza con las manos.) No puedo más. (Bosteza.) Qué llevaba la tarta. Me está entrando un sueño... NÁUFRAGA (Acercándose, algo mimosa.) —Antes de dormir tiene que estirarme. PARACAIDISTA.—Estirarle el qué. NÁUFRAGA.—Las orejas… qué va a ser. Jo con el Revival Master International… PARACAIDISTA (Bostezando.) —¿Me dejará en paz si le estiro? NÁUFRAGA.—Por mí como si se quiere marchar de paseo. -18-


(El PARACAIDISTA estira con rapidez y bosteza de nuevo.) PARACAIDISTA (Se levanta y regresa a la orilla.) —Supongo que ahora podré descansar un poco mientras esperamos. NÁUFRAGA.—Sí. No se preocupe. Descanse. (Ensalzando la frase) Ha llevado usted un día taaaan duro. (Con tristeza mientras se acerca a la mesa y comienza a recoger los platos y los vasos.) Descanse, descanse… que recojo yo. Ya le dije que nada cambia. (Oscuro.) La isla. Luz de atardecer. (El PARACAIDISTA dormido sobre el baúl y la NÁUFRAGA sentada a la mesa en posición de escribir. Se levanta a recolocar la caña que está apoyada en dos piedras. Mira hacia el mar, de nuevo al PARACAIDISTA, y se sienta a escribir pero no parece que le salgan las ideas. Hasta que comienza justo en el instante en que el PARACAIDISTA se despereza con todo el protocolo. Se palpa las solapas y se queda quieto. En silencio. Como si se hubiera dado cuenta de que ha olvidado algo por el sueño. Abre los ojos hacia el infinito. Después, en un enérgico movimiento mira el reloj.) PARACAIDISTA.—¡Las seis! NÁUFRAGA (Girándose.) —Hombre, ¡por fin! PARACAIDISTA.—¿Cómo… cómo es posible que haya dormido tanto? Tan profundamente… (Se despereza de nuevo.) NÁUFRAGA.—Estaba muy cansado. No se naufraga todos los días. Cuando yo llegué… PARACAIDISTA.—¿Y Central? NÁUFRAGA.—Central qué. PARACAIDISTA (Mirando hacia el cielo.) —El helicóptero. El salvamento… ¿No ha venido nadie? NÁUFRAGA (Negando con la cabeza y superponiendo el labio.) —Y mire que yo he estado alerta. Mirando por aquí (Señalando el cielo.)… por allá. PARACAIDISTA (Buscando el walki.) —Pero... Tres horas durmiendo. Cómo… NÁUFRAGA.—Tres horas no. PARACAIDISTA.—(Mirando de nuevo el reloj.) —Bueno, casi tres horas. NÁUFRAGA.—No. Un día y casi tres horas. PARACAIDISTA.—Cómo… qué está diciendo.

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NÁUFRAGA.—Digo que ha pasado un día y casi tres horas. PARACAIDISTA.—Está de guasa. NÁUFRAGA (Va al baúl. Saca una tabla con cruces.) —Mire. PARACAIDISTA (Que la mira como si le diera repelús.) —Qué es eso. NÁUFRAGA.—Aquí marco yo los días que pasan. ¿Ve? Caída del paracaidista. Y una cruz más. Cada cruz es un día. PARACAIDISTA (Apartando de un manotazo el tablero.) —Por favor… (Saca el walki. De nuevo el sonido del acople.) Yo nunca caigo llamando a Central. Repito Yo nunca caigo llamando a Central. Estado de emergencia. ¿Me reciben? (Silencio. La NÁUFRAGA señala la caña e indica después al PARACAIDISTA que se vaya a hablar al otro extremo de la isla. El PARACAIDISTA obedece de mala gana.) PARACAIDISTA.—Yo nunca caigo llamando a Central. Repito: Estado de emergencia. ¿Me reciben? CENTRAL.—Adelante Yo nunca caigo. Se recibe alto y claro. PARACAIDISTA (Suspirando.) —Uf, gracias a Dios. Solicito transmitan noticias helicóptero salvamento. Situación desesperada. CENTRAL.—Recibido, Yo nunca caigo le informamos de que… (Se corta.) PARACAIDISTA.—¿Qué pasa? (Mirando el walki.) Pero qué pasa ahora. ¿Sí? ¿Sí? (Agitándolo.) ¿Central? ¿Me escucha? NÁUFRAGA (Mirando desde lejos y señalando con vaguedad.) —Tiene pinta de ser las pilas. PARACAIDISTA (Detenido.) —¿Las pilas? ¿Cómo que las pilas? Esto funciona con baterías. NÁUFRAGA.—Baterías, pilas, qué más da. PARACAIDISTA.—Y las cargué antes de salir. NÁUFRAGA.—Mmmmm. Ya se sabe que siempre fallan en el peor momento. (Niega con la cabeza.) PARACAIDISTA.—¿Central? ¿Central? (Desesperado.) Pero por qué… NÁUFRAGA (Acercándose con la mano extendida.) —A ver qué baterías lleva. PARACAIDISTA.—¿Y qué más da? NÁUFRAGA.—Por si hubiera en el baúl. PARACAIDISTA (Nervioso mientras maneja el walki.) —Por favor… Déjeme en paz. (Apretando todos los botones con desesperación. Haciendo ademán como que lo lanza.) Pero si -20-


iba perfecto… (Deja a un lado el walki. Se sienta en la arena y esconde la cabeza entre las piernas.) Iba perfecto. Qué hago ahora… Dios. Qué hago. No puede ser real. NÁUFRAGA (Que se acerca y le coge el walki. Va al baúl. Saca un destornillador empieza a abrir el walki. Se dirige al PARACAIDISTA.) —Son de las medianas. De las baterías medianas. No sé si… (Revuelve el baúl.) ¡Mire qué suerte! ¡Una! (Sigue revolviendo.) De las grandes y de las pequeñas si que hay… Para dar y vender. Pero de clase media… cada vez más difícil... ¡Otra! ¿No le dije que es usted un tipo con suerte? (El PARACAIDISTA alza la cabeza y mira estupefacto.) Dos. Justas dos. PARACAIDISTA (Se levanta esperanzado.) —¿Y estarán cargadas? NÁUFRAGA.—Ahhh… eso lo veremos ahora (Mirando las baterías.) Son nuevas. Pone el precio y todo. Que luego esto a ver quién lo paga. PARACAIDISTA (Que se acerca adonde está la chica. Contento.) Yo lo pago. No entiendo nada, pero si funciona, yo lo pago, se lo aseguro. (Riéndose y haciéndose el gracioso.) Supongo que el datáfono estará ahí detrás de la palmera. NÁUFRAGA (Poniendo las baterías en el walki, que emite de nuevo el sonido del acople y el PARACAIDISTA se acerca ufano.) —¡Funciona! PARACAIDISTA (Que se abalanza para cogerlo.) —A ver. A ver… NÁUFRAGA (Sin dejarle que lo coja.) —Tranquilo. Tranquilo. Que no he cerrado la tapa. Qué impaciencia. PARACAIDISTA (Con las manos juntas en posición de rezo y suspirando.) —Vamos… NÁUFRAGA (Le devuelve el walki.) —Listo. PARACAIDISTA (Cogiéndolo con precipitación.) —Llamando a Central. CENTRAL.—Aquí Central, por favor identifíquese. PARACAIDISTA.—Yo nunca caigo. CENTRAL.—Adelante. ¿Todo bien? ¿Ha descansado? (Se escuchan risas de nuevo.) PARACAIDISTA.—¿Cómo sabe qué…? CENTRAL.—Informó Ninfa Insular. PARACAIDISTA.—¿Ninfa Insular? CENTRAL.—Su compañera. PARACAIDISTA.—¿Compañera? No es mi compañera. CENTRAL—Su compañera en la isla. PARACAIDISTA (Mirando a la NÁUFRAGA, tapando el walky y -21-


susurrando.) —¿Por qué no me dijo que había hablado con ellos? NÁUFRAGA.—No preguntó. PARACAIDISTA.—¿No le pregunté… (Con retintín) Ninfa insular? NÁUFRAGA.—Yo también me puse nombre… Y modifiqué el suyo. PARACAIDISTA.—¿Modificó el mío? NÁUFRAGA (Susurrando.) —Una pequeña matización para que estuviera correcto. CENTRAL.—No se escucha bien. Yo casi nunca. PARACAIDISTA (Baja el walki y mueve la cabeza como diciendo que no es posible.) —Joder… (Inspira hondo y se lleva de nuevo el walki a los labios.) Perdón. Se cortó la transmisión cuando pregunté por el helicóptero de rescate. CENTRAL.—Recibido. (Silencio.) PARACAIDISTA.—Recibido. Muy bien. ¿Y? Mi situación empieza a ser desesperada. CENTRAL.—¿No tiene víveres? PARACAIDISTA.—¿Víveres? (Mira a la NÁUFRAGA que junta las yemas de los dedos repetidamente para indicar que hay de sobra.) Sí. Hay víveres. CENTRAL.—¿Problemas hipotermia? PARACAIDISTA.—No. Al contrario… CENTRAL.—¿Deshidratación? PARACAIDISTA.—Tampoco. CENTRAL.—Algún peligro inmediato… PARACAIDISTA.—¡No! Solo que… por favor… necesito que vengan cuanto antes. ¿Qué sucedió con helicóptero de rescate? CENTRAL.—Regresó a base por: (Con otra voz, como si estuviera grabada.) Situación climatológica adversa. PARACAIDISTA.—¿Situación climatológica adversa? (Mirando hacia el cielo.) Pero… pero si, si no hay una sola nube. CENTRAL.—Escúcheme Yo casi nunca, en cuanto se disipe el temporal se iniciarán de nuevo labores rescate. Esperamos nos autoricen. La previsión es que en un par de horas podremos salir de nuevo. Y si no existe peligro inminente, no hay problema. PARACAIDISTA.—Pero… CENTRAL.—Corto y cierro. PARACAIDISTA (Apretando el off. Se sienta. Se mesa los cabellos.) —¡Dios! -22-


(Silencio. La NÁUFRAGA se queda de pie, en el centro del escenario, anudando un cordel del andrajo y lo mira con pena.) PARACAIDISTA.—He estado durmiendo casi tres horas… NÁUFRAGA.—Un día y casi tres horas. PARACAIDISTA.—… y mientras tanto usted hablaba con Central. Sin despertarme. Con razón se gastaron las pilas. NÁUFRAGA.—Baterías. PARACAIDISTA.—Pero ¿qué locura es esta? ¿Dónde he venido a aterrizar? Me da la impresión de que en cualquier momento abriré los ojos y ¡zas!, despertaré en mi cama y… NÁUFRAGA (Acercándose y pasándole el brazo por detrás de la espalda.) —Aquí se está mejor de lo que parece. PARACAIDISTA (Mirándola con extrañeza y retirándole el brazo.) —Cómo, cómo que… cómo. Yo no voy a estar aquí. Cuando amaine el temporal… NÁUFRAGA (Señalando al cielo.) —¿Qué temporal? PARACAIDISTA.—Pues el que hay… hasta llegar. Debe de haber un frente nuboso en el camino. (Señalando hacia la derecha.) NÁUFRAGA.—¿Un frente nuboso? Y si es verdad, que allá hay un frente nuboso, ¿por qué no vienen… (Señalando a la izquierda.) por allí? PARACAIDISTA.—¡Pues no lo sé! Algún motivo habrá. NÁUFRAGA.—Y tanto que hay un motivo. Siempre hay un motivo. PARACAIDISTA.—¿Un motivo de qué? NÁUFRAGA.—Ah, no sé. Lo ha dicho usted. Imagino que querría decir un motivo para no venir. PARACAIDISTA.—Ohhhh. NÁUFRAGA.—Y yo lo que matizaba es que siempre hay un motivo. Unas veces el temporal, otro el error en las coordenadas. La niebla. El viento… la indisposición del conductor. Una mala comida. ¡La gripe! El olvido. Se cortaron las comunicaciones. El amor… a veces el amor. Una chica que aparece y provoca que… PARACAIDISTA.—¡Calle! NÁUFRAGA.—Eh. Un momento. Que yo no tengo la culpa. Yo solo aviso. Porque no quiero que se cree falsas esperanzas. Y por eso digo que en la isla se está bien. PARACAIDISTA.—(Alzando la cabeza.) ¿Bien? ¿Cómo narices se puede estar bien?

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NÁUFRAGA.—¿Qué le falta? PARACAIDISTA.—Qué me falta. (Levantándose.) ¿Lo dice en serio? NÁUFRAGA.—Pues claro que lo digo en serio. PARACAIDISTA.—¡Me falta todo! NÁUFRAGA.—Ja. Qué fácil es decir todo. Ande. Enumere. PARACAIDISTA.—Pero ¿qué tengo que enumerar? (Negando con la cabeza.) No puedo seguir aquí ni un minuto más. (Dando vueltas.) Ni un minuto más. Necesito respirar. NÁUFRAGA (Respirando.) —Pero si en la isla se respira mejor que en ninguna parte. PARACAIDISTA.—Y silencio. Necesito silencio. ¡Silencio! ¿Entiende? NÁUFRAGA.—¿Y dónde va encontrar más silencio? Vale, está el sonido del mar, de las olas, pero se acabará acostumbrando, ya lo verá. PARACAIDISTA (Que sigue desesperado, dando vueltas.) —No son las olas lo que me molesta. NÁUFRAGA.—También se acostumbrará a las gaviotas. Arman escándalo cuando están en celo pero… PARACAIDISTA.—¡Es usted! ¡Usted! Que no para de hablar y de decir estupideces. NÁUFRAGA (Dando un respingo.) —Ahhhh, yo. Eso no es problema. Puedo permanecer años y años callada. Yo… jo. Si no quiere, no hablo. PARACAIDISTA.—Pues sí. Se lo agradecería. Al menos hasta que llegue el helicóptero de salvamento. (La NÁUFRAGA alza las dos palmas de las manos y acude con pasos sigilosos hasta la mesa. La desmonta con cautela. En cada movimiento se lleva los dedos a los labios y cuando sin querer golpea la mesa provocando un ruido, se excusa juntando las dos manos como en un rezo. El PARACAIDISTA la observa y no da crédito. Vuelve a pellizcarse. Al fin deja de mirarla y se sienta en el otro extremo de la isla. Mira el reloj. Después a la lejanía. La NÁUFRAGA continúa con el ritual hasta que desmonta el escritorio. Luego lo monta de nuevo. Se sienta. Se queda mirando hacia el cielo como esperando que llegue una idea y escribe.) PARACAIDISTA (Que se levanta y se dirige hacia la NÁUFRAGA después de un tiempo de silencio.) —¿Y agua? ¿Hay agua? (La NÁUFRAGA señala hacia detrás en un movimiento rápido y

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apenas perceptible mientras sigue escribiendo. El PARACAIDISTA niega con la cabeza y revuelve en el baúl hasta que encuentra una garrafa. La destapa y bebe. Después escupe.) PARACAIDISTA.—¡Está salada! (La NÁUFRAGA alza las cejas y ladea la cabeza con las dos manos extendidas. Señala el libro donde está escribiendo y escribe.) PARACAIDISTA (Mirando lo que ha escrito.) —¡Ya sé que es agua! Pero yo quiero agua para beber. (La NÁUFRAGA borra y comienza apuntar. El PARACAIDISTA le arranca el lápiz.) PARACAIDISTA.—¡Ya está bien! Conteste de una puñetera vez y déjese de estupideces. NÁUFRAGA.—Pero ¿cómo quedamos? ¿Hablo o no hablo? PARACAIDISTA (Poniéndole las manos en los hombros.) — Hable cuando yo le pregunte! NÁUFRAGA (Zafándose y limpiándose como si las manos del PARACAIDISTA le pudieran manchar los harapos.) —¡Ah! Mire qué bien. Solo cuando me pregunte. Genial. Con lo tranquila que era la isla antes de que usted llegara. PARACAIDISTA.—¡Me ha dado agua salada! NÁUFRAGA.—Yo no le di nada. La cogió usted. Y no especificó. El agua dulce está en la nevera. PARACAIDISTA.—Pero qué nevera. NÁUFRAGA (Señalando.) —La nevera que hay dentro del baúl. PARACAIDISTA.—¡Ja! También hay una nevera dentro del baúl. NÁUFRAGA (Moviendo la cabeza como si el PARACAIDISTA fuera un ignorante. Se dirige al baúl, lo abre y saca una neverita donde hay una botella de plástico de 33 cl que se nota que está fría. Se la da.) —Yo nunca tomo agua del tiempo, porque aquí, con este calor, se hace caldo. Para eso, casi mejor la salada. PARACAIDISTA (Que la mira atónito.) —No puedo creerlo. NÁUFRAGA (Quitándosela.) —Pues entonces no beba. PARACAIDISTA.—No. No. No. Traiga. No puedo más. Tengo la garganta como papel de lija. NÁUFRAGA (Señalando el baúl.) —Ahí tengo papel de lija. PARACAIDISTA (Bebiendo con ganas.) —¿Y qué es lo que no hay dentro de ese baúl? NÁUFRAGA.—Está bastante surtido. Por eso le decía que no nos hace falta de nada. (Se pone seria.) PARACAIDISTA.—Cuando me refería a nada… quería decir… no hablaba de cosas materiales. -25-


NÁUFRAGA.—Entonces de qué hablaba. PARACAIDISTA.—Me refería a la gente. NÁUFRAGA.—¿Yo no soy gente? PARACAIDISTA.—Sí. Es gente. Pero quiero decir a la sociedad. NÁUFRAGA.—Dos ya son sociedad. PARACAIDISTA (Elevando un poco la voz.) —A una sociedad más grande. ¡A todo lo que conlleva pertenecer a una sociedad mayor! NÁUFRAGA.—Ya lo entiendo. Ya lo entiendo. No hace falta que grite. No estoy sorda. Usted habla de la sociedad de consumo. PARACAIDISTA.—¡No! No entiende nada. Aquí estamos nosotros dos solos. Hablamos en idiomas diferentes. Usted no me entiende y yo no le entiendo. No tenemos escapatoria. NÁUFRAGA.—¿Y usted entiende al resto de los miembros de la sociedad? PARACAIDISTA.—Pues a unos sí y a otros no y solo me junto con los que entiendo, y no me junto con los que no me entiendo. NÁUFRAGA.—Qué egoísmo. ¿Para eso quiere la sociedad? PARACAIDISTA.—La sociedad se aprovecha de mí y yo me aprovecho de la sociedad. NÁUFRAGA.—O sea, consiste en aprovecharse unos de otros. PARACAIDISTA.—Ve. Es absurdo hablar con usted. No se puede mantener una conversación coherente. A todo le da vueltas y siempre sale con… (Se escucha el ruido de un motor. Primero lejano. Poco a poco aumenta la intensidad.) PARACAIDISTA (Señalando al cielo.) —¿Escucha? NÁUFRAGA.—Sí. Algo se oye. PARACAIDISTA (Dirigiéndose hacia un extremo de la isla. Mira.) —¡Vienen por allá! (Haciendo aspas con los brazos.) ¡Eh! ¡Eh! NÁUFRAGA.—No hace falta que chille. No le oyen. PARACAIDISTA (Girándose.) —Una bengala. Hace falta una bengala. Saque una bengala del baúl. NÁUFRAGA.—¿Del baúl? (Negando con la cabeza.) No hay bengalas en el baúl. PARACAIDISTA (Buscando en el baúl.) —Pero ¿cómo que no hay bengalas? Es lo único importante y no… joder. ¡Una hoguera! -26-


NÁUFRAGA.—Tampoco hay hogueras. PARACAIDISTA.—¡Hagamos una hoguera! Rápido. (Amontonando los libros.) NÁUFRAGA.—Pero ¿qué está haciendo? PARACAIDISTA.—Tenemos que encender fuego para que nos vean. NÁUFRAGA (Quitándole los libros.) —Pero ¿no tenían las coordenadas? PARACAIDISTA.—Sí. Pero estamos en una isla muy pequeña. Si pasan de largo, pueden estar dando vueltas y vueltas, extraviarse … NÁUFRAGA (Dirigiéndose a un interlocutor invisible.) —Ah. Ahora vueltas y vueltas. Con lo seguro que estaba él con las coordenadas. PARACAIDISTA (Amontonando libros.) —No podemos perder tiempo. NÁUFRAGA (Retirándolos.) —¡Son mis libros! PARACAIDISTA.—Se los compraré. NÁUFRAGA.—No están en venta. PARACAIDISTA.—Por favor. No quiero… emplear la fuerza. NÁUFRAGA.—¿La fuerza? Maldito sea el regalo que me han traído este año. ¡Un monstruo! (Intentando impedir que coja los libros.) Pero ¿se quiere estar quieto? PARACAIDISTA.—No me obligue. (Forcejean. Él la empuja y la tira al suelo.) NÁUFRAGA (Mirándolo con rencor.) —Está poseído. PARACAIDISTA (Que sigue amontonando libros.) Usted, usted sí que está poseída. Usted y sus teorías de la soledad. (Sacando un mechero.) (La NÁUFRAGA, sin levantarse, retrocede aterrada ante la visón del PARACAIDISTA amontonando la pira de libros. Sigue a rastras hasta el baúl, remueve. Saca una porra. Se levanta y acude de puntillas y rápido hasta donde se encuentra él y lo golpea por detrás en la cabeza. El PARACAIDISTA abre los ojos. Se gira. Después se desmaya.) PARACAIDISTA.—Pero… (Lo aparta y lo lleva hacia un lateral. El sonido del motor disminuye. ) NÁUFRAGA (Comienza a recoger los libros y de vez en cuando mira al PARACAIDISTA.) Jolín con Yo casi nunca. Para una vez -27-


que cae, tenía que ser aquí. Ya podía haber estudiado derecho o matemáticas o… filología. (Niega con la cabeza.) (Oscuro.) (La isla. Todo recogido. Luz de mediodía. La NÁUFRAGA cosiendo. Acude a la mesa. Escribe. El PARACAIDISTA sigue tumbado en el mismo sitio.) PARACAIDISTA (Abriendo los ojos pero ido.) —¿Es martes ya? NÁUFRAGA (Con risitas.) —¡Martes! Los martes ni te cases ni te embarques. PARACAIDISTA (Que se levanta aún confundido.) —Cómo. NÁUFRAGA.—Martes, miércoles, domingo qué más da. PARACAIDISTA.—El martes tengo que dar una conferencia. NÁUFRAGA.—¿Una conferencia de qué? PARACAIDISTA (Llevándose las manos a la nuca.) —De… supervivencia. NÁUFRAGA (Riéndose.) —Ja. ¡De supervivencia! PARACAIDISTA.—De supervivencia empresarial. (Levantándose.) NÁUFRAGA.—Lo mismo da. PARACAIDISTA (Acariciándose la nuca.) —Oh, por favor. Otra vez usted. No ha sido… no ha sido una pesadilla. Y ahora, ahora ¿qué ha pasado? NÁUFRAGA (Disimulando.) —Ahhhh… no sé. ¿La tensión? ¿El azúcar? PARACAIDISTA.—(Señalando hacia el cielo.) El helicóptero de salvamento estaba… Estaba... Buscamos una bengala… comencé a montar una hoguera… y después… oh, me duele mucho la cabeza… NÁUFRAGA (Acude al baúl y saca unos paños fríos.) —A ver, déjeme. PARACAIDISTA.—Qué es eso. NÁUFRAGA.—Paños fríos. PARACAIDISTA.—Cómo los ha enfriado. NÁUFRAGA.—Ya vienen así. PARACAIDISTA.—¿Vienen de dónde? NÁUFRAGA.—De Norteamérica. (Pausa.) Cincinnati, para ser exacta. Y yo qué sé de dónde vienen. Vienen y ya está. Cumplen la normativa. Eso es lo que importa. Mire el sello. (Se lo muestra y él lo mira sin retirar la mano de la nuca.) No vamos a discutir otra vez lo mismo. ¿Le alivia? PARACAIDISTA.—¿Qué pasó con el helicóptero? NÁUFRAGA.—Pues pasó que… pasó (Emulando con las manos un par de alas.) -28-


PARACAIDISTA.—¿Y yo? NÁUFRAGA.—Usted se quedó. PARACAIDISTA.—Sí, pero por qué. NÁUFRAGA.—Porque cuando uno naufraga es difícil que vuelva a… PARACAIDISTA.—Yo no he naufragado. Me estrellé. NÁUFRAGA.—¡Ah! Eso es peor, más difícil remontar el vuelo… PARACAIDISTA.—Dígame qué sucedió exactamente. NÁUFRAGA.—Se desmayó. PARACAIDISTA (Escamado.) —Nunca en mi vida me he desmayado. NÁUFRAGA.—Alguna vez tenía que ser la primera. La emoción. El helicóptero. Las esperanzas. Son tan perras las esperanzas. (El PARACAIDISTA busca el walki. Lo encuentra y aprieta el botón. De nuevo suena el acople.) NÁUFRAGA (Sin apartar los paños fríos de la nuca del PARACAIDISTA y siguiéndole a todas partes mientras él habla.) —Oh. Otra vez el pitidito. Nos vamos a morir de hambre. PARACAIDISTA.—Yo nunca caigo llamando a Central, ¿me reciben? CENTRAL.—Alto y claro Yo casi nunca. PARACAIDISTA.—Hace un momento… NÁUFRAGA.—…media hora. PARACAIDISTA.—…una media hora, distinguimos en el cielo el helicóptero de salvamento. CENTRAL.—Negativo. PARACAIDISTA.—¿Cómo que negativo? Lo hemos visto en el cielo. NÁUFRAGA (Afirmando con la cabeza y señalando hacia arriba.) —Alto y claro. PARACAIDISTA.—Alto y claro. Lo hemos visto en el cielo alto y claro. CENTRAL.—Negativo. El helicóptero se dirigía a misión rescate. PARACAIDISTA.—Sí. Soy Yo nunca caigo. El objetivo del rescate. Yo envié el SOS. CENTRAL.—Negativo de nuevo. NÁUFRAGA.—Qué negatividad. CENTRAL.—El helicóptero se dirigía al rescate de otro SOS -29-


en el Mediterráneo. (De nuevo con voz maquinal.) Vuelo patrocinado por Colegio Arquitectos con doce personas a bordo. NÁUFRAGA (Asintiendo.) —Ya le dije que los arquitectos naufragan todos en el Mediterráneo. PARACAIDISTA.—Pero eso es imposible. Yo estaba primero. ¿No se tiene en cuenta el orden de las solicitudes? CENTRAL.—Se considera la gravedad, Yo casi nunca. PARACAIDISTA.—La gravedad… Y si sobrevolaron esta isla, ¿no podrían haberme recogido de todos modos? CENTRAL.—La carga máxima del helicóptero son 1.043 Kg. Doce personas más el conductor. NÁUFRAGA.—Como en La Última Cena. PARACAIDISTA.—Por lo que más quieran, Central. Necesito que vengan ya. No, no, no puedo esperar ni un minuto más. Estoy… estoy herido. CENTRAL.—Qué tipo de herida. PARACAIDISTA (Tocándose la nuca.) —Grave. CENTRAL.—Especifique. PARACAIDISTA.—Muy grave. (Silencio.) CENTRAL.—Especifique más. PARACAIDISTA.—En la cabeza. Un coágulo en la cabeza. CENTRAL.—De acuerdo. Aguarde un momento. PARACAIDISTA (Sonriendo y suspirando.) —Por fin… CENTRAL.—Le pasamos con ATS de guardia. (Cambio de voz.) ATS de guardia. PARACAIDISTA.—Mierda. CENTRAL/ATS.—¿Perdón? PARACAIDISTA (Quitándose los paños y tirándolos al suelo. La NÁUFRAGA se retira.) —Yo no necesito ningún ATS. Necesito que vengan a buscarme. Voy a acabar completamente loco si no vienen ya. De hecho, he empezado a olvidar determinados momentos, como si no hubieran sucedido. Como si el tiempo estuviera fragmentado. CENTRAL/ATS.—¿Ha fumado marihuana? PARACAIDISTA.—¡No! CENTRAL/ATS.—Entonces se trata de un ataque de ansiedad. PARACAIDISTA.—Se trata de que estoy en una puta isla oyendo incongruencias al lado de una tarada (La NÁUFRAGA niega con la cabeza como cargándose de paciencia.) y aquí no viene ni Dios. CENTRAL/ATS.—Tranquilo. Tranquilo. Enviamos inmediatamente unidad especial con calmantes y ansiolíticos. -30-


NÁUFRAGA (Señalando con suficiencia.) —En el baúl hay. PARACAIDISTA (La mira y niega con la cabeza. Suspirando y hablando muy cerca del walki.) —A ver, escúcheme. (Hablando despacio, intentando imponerse calma.) Es muy sencillo. Que me recoja la unidad especial. Que no me tire las pastillitas porque entonces yo le tiraré lo primero que encuentre, ¿vale? (Dirigiéndose a la NÁUFRAGA.) ¿Hay piedras en el baúl? NÁUFRAGA.—De río. CENTRAL/ATS.—La unidad especial no está autorizada para cargar pasajeros. PARACAIDISTA.—Pues que la autoricen. CENTRAL (De nuevo la otra voz.) —Negativo. Aquí mando central. La autorización la tiene que firmar el Comité de Asuntos Especiales que no se reúne hasta el martes. NÁUFRAGA.—¡El día de la conferencia de supervivencia! PARACAIDISTA.—¡Pues que convoque una sesión especial para tratar este tema… especial! CENTRAL.—Ok. Vamos a proponerlo. PARACAIDISTA.—Pero dese prisa porque… CENTRAL.—Hay que enviarlo por escrito. PARACAIDISTA.—Qué. CENTRAL.—El solicitante debe enviar la petición por escrito. PARACAIDISTA.—¿Quién es el solicitante? CENTRAL.—Usted. PARACAIDISTA.—Pero ¿cómo voy a enviarlo yo por escrito? ¡Estoy en una isla! CENTRAL.—Lo podemos proponer nosotros de oficio, pero entonces tarda un poco más. PARACAIDISTA.—¿Cuánto es un poco más? CENTRAL.—Un instante Yo casi nunca. Procedemos a elevar consulta. No se retire. (Se escucha por el walki al mando central que habla con otra persona.) ¿Tú sabes si quedan solicitudes para asuntos especiales? CENTRAL2 (Continuando la conversación interna que tiene lugar en el walki.) —¿Para asuntos especiales? Hay que hacerla a mano. Se pone el nombre la dirección y el motivo en una línea. CENTRAL.—¿Un línea nada más? CENTRAL2.—Nada más. CENTRAL.—Vale. (Al PARACAIDISTA.) Cuatro meses, Yo casi nunca. Si se hace de oficio la solicitud tarda unos cuatro meses. PARACAIDISTA.—¡Cuatro meses! ¿Se han puesto de acuerdo? -31-


CENTRAL.—Quiénes. PARACAIDISTA.—Ustedes y la mujer de esta isla (Señalando a la NÁUFRAGA.) ¿Se han puesto de acuerdo para volverme loco? CENTRAL.—Negativo. Nuestras conversaciones con Ninfa Insular siempre han ido encaminadas a conocer su estado de salud mientras usted descansaba. PARACAIDISTA.—Oh… mi estado de salud. ¿Cuántas conversaciones han tenido a mis espaldas? CENTRAL.—Positivo, Yo casi nunca. PARACAIDISTA.—¿Positivo qué? CENTRAL.—Muchas. Muchas conversaciones. Se trata de una mujer muy interesante. PARACAIDISTA.—(Mirándola.) ¿Interesante? Lo que me faltaba oír… ¿Sabe lo que le digo? Estoy harto. Harto de sus ineficacias. ¿Qué tipo de servicio de emergencias es este? Les voy a poner una denuncia que los volverá del revés. Sí. Del revés. Los despedirán a todos. Eso será lo primero que haga en cuanto salga de aquí. ¡Eso! CENTRAL.—Pues entonces no vamos. Corto y cierro. PARACAIDISTA (Mirando el walki con los ojos muy abiertos) —¡Joder! (Apretando de nuevo) ¡Joder! Yo nunca caigo llamando a Central, ¿me reciben? (Silencio.) Yo nunca caigo llamando a Central, sé que están ahí. NÁUFRAGA (Acercándose y diciéndole con la mano que le pase el walki.) —Deme, deme. PARACAIDISTA (Que no le hace caso.) —Yo… casi nunca llamando a Central. Estoy al borde de un ataque de nervios. Esto no se va a quedar así. Contesten de una puta vez. Cuando… (La NÁUFRAGA le reclama de nuevo el walki y al fin el PARACAIDISTA se lo da y comienza a dar vueltas por la isla con las manos en la cabeza.) NÁUFRAGA (Con voz sensual.) —Ninfa Insular llamando a Central, ¿me reciben? CENTRAL.—Alto y claro, Ninfa Insular. Adelante. NÁUFRAGA.—Mi compañero Yo casi nunca, ha perdido los nervios. PARACAIDISTA (Acercándose al walki y chillando.) —Van a acabar todos en la puta calle. ¡En la cárcel! Se van a enterar. Pandilla de incompetentes. Atajo de … NÁUFRAGA (Llevándose el dedo a los labios.) —Chssst. (Se dirige al otro extremo de la isla y comienza a hablar con escuchitas mientras pasea, se ríe y se hace tirabuzones en el pelo -32-


con el dedo. Mientras ella habla, el PARACAIDISTA se sienta en la orilla y niega con la cabeza. Se levanta. Saca una cerveza del baúl. La abre. Se sienta de nuevo. Mueve la caña de pescar para ajustarla mejor. Todo ello con abatimiento, con actitud derrotista. Al fin la NÁUFRAGA cuelga.) ¡Qué majo! PARACAIDISTA (Inspirando hondo y mirándola con perplejidad. Haciendo ademán para que le devuelva el walki. Ella se lo devuelve. Él bebe un trago de cerveza. Ajusta de nuevo la caña. Guarda silencio pero ella no dice nada solo sonríe.) ¿Y bien? ¿No va a decirme cuándo llegan? NÁUFRAGA.—¿Los peces? PARACAIDISTA.—Los de salvamento. NÁUFRAGA.—Los de salvamento no van a venir. Ya se lo advertí desde principio. Mire que es usted cabezota. PARACAIDISTA.—Pero ¿para eso ha estado hablando tanto tiempo? NÁUFRAGA.—Hablamos de otros asuntos. PARACAIDISTA.—¡Qué asuntos! NÁUFRAGA.—A mí no me chille. PARACAIDISTA.—(Serenándose.) —Qué asuntos. NÁUFRAGA—Asuntos personales. Pero conseguí algo muy importante para usted. Debería darme las gracias. PARACAIDISTA—¿Sí? ¿Y qué fue eso tan importante que consiguió? NÁUFRAGA.—Le van a dar de baja sin cobrarle penalización. (Extiende la mano para chocársela.) PARACAIDISTA.—Es mentira. NÁUFRAGA.—No. Es verdad. Ni un solo euro. PARACAIDISTA.—¿Me van a dar de baja? NÁUFRAGA.—El próximo mes ya no tendrá que pagar la cuota. PARACAIDISTA.—¿Y quién me saca de aquí? NÁUFRAGA.—Otra vez. (Alzando la mano.) ¡Nadie! PARACAIDISTA (Se levanta.) —Me cago en… (Coge el walky.) Yo casi nunca caigo llamando a Central. NÁUFRAGA.—No le van a hacer caso. Cursaban la baja ya. PARACAIDISTA.—Cómo, cómo la van a cursar ya. Si tardan para todo… Estarán siete u ocho meses. ¡O diez! ¡O mil! NÁUFRAGA.—Yo he conseguido que la hagan enseguida. PARACAIDISTA.—¿Y no puede conseguir que vengan? (Va hablar por el walki pero reacciona y se lo pasa a ella. Con tono suplicante.) ¿No puede llamar de nuevo? -33-


NÁUFRAGA.—Yo no soy socia. PARACAIDISTA.—¡Pero si antes ha llamado! NÁUFRAGA.—Porque iba de su parte. PARACAIDISTA (Ofreciéndole el walki.) —Pues llame ahora también de mi parte. NÁUFRAGA.—No. Porque ahora ya no es socio. PARACAIDISTA.—Ohhhhhh. (Apretando el puño. Mordiéndose los nudillos mientras con la otra mano inicia el ademán de tirar el walki al mar.) No puedo más… NÁUFRAGA.—Espere, espere, espere. No haga locuras. (Coge el walki.) Que está nuevo. Lo guardamos en el baúl. (El walki sigue acoplando. La NÁUFRAGA lo apaga y lo mete.) Ya tenemos otro walki. (Hace como que cuenta. Después mira al PARACAIDISTA que se ha sentado en la orilla y tiene la cabeza agachada. La cara oculta entre las manos.) ¿Me permite? (El PARACAIDISTA no contesta y ella se sienta a su lado.) Ya le dije que no se está mal aquí. PARACAIDISTA.—No quiero quedarme. NÁUFRAGA.—Pero ¿por qué? No lo ha probado. PARACAIDISTA.—Ya lo estoy probando. NÁUFRAGA.—¿Y? PARACAIDISTA (Sorprendidísimo. Alzando la cabeza y girándola lentamente hacia la NÁUFRAGA.) —¿Lo pregunta en serio? NÁUFRAGA.—No me diga que también piensa hacer como los demás. PARACAIDISTA.—A qué se refiere ahora. NÁUFRAGA.—A los diecinueve restantes. Los que llegaron en cada uno de mis cumpleaños. PARACAIDISTA.—Qué hicieron. NÁUFRAGA.—Pues hubo de todo. Unos fueron a la palmera. Otros utilizaron las piedras en los tobillos… Alguno el matarratas… (Como si cortara.) Las venitas en la orilla… la pistola… Uno se enterró en la arena… PARACAIDISTA (Abriendo mucho los ojos. Luego se levanta. Se dirige al otro lado. Se sienta.) —Tengo que salir. Como sea. Y aún decía que se estaba bien. No puedo permanecer más tiempo en esta isla. NÁUFRAGA.—Hubo uno que infló un bote y se marchó. PARACAIDISTA (Inspirando.) —Infló un bote. (Pausa.) ¿Hay otro bote, otro bote en el baúl? NÁUFRAGA.—¿Otro? No. -34-


PARACAIDISTA.—¿Entonces? NÁUFRAGA.—Está el mismo. Regresó el bote pero no regresó él. PARACAIDISTA.—Ahhh. (Se sienta.) Es tan… NÁUFRAGA (Situándose a su lado.) —Ya sé que no resulta fácil de asumir. PARACAIDISTA.—Yo no quiero suicidarme. NÁUFRAGA (Levantándose y aplaudiendo.) —¡Muuuuuy bien! Ese es el camino. (Como si estuviera entrenándolo.) Ahora hay que mantener la idea. Que no se escape. Los demás al principio también empezaron muy bravitos… pero con los días se les agotaba la paciencia, les llegaba el aburrimiento, la desesperación y enseguida los pensamientos acerca de la muerte. Como si la muerte no fuera el mayor aburrimiento. Yo siempre digo lo mismo, y esto no es una conferencia como las que da usted, de supervivencia, pero escuche. (Se sitúa frente a él y le pone la mano en el hombro.) Si la muerte es la eterna soledad, a qué viene tanto miedo, si nos pasamos la vida más solos que… PARACAIDISTA (Retirándose.) —Calle. NÁUFRAGA.—Ah. Otra vez con la calladita. Ese no es buen camino. Le voy a enseñar una cosa. (Se dirige al baúl y saca un libro.) Mire. PARACAIDISTA (Lee el título.) —Víctimas del naufragio. ¿También lo ha escrito usted? NÁUFRAGA.—Claro que lo he escrito yo. Cuento mis experiencias en la isla. PARACAIDISTA.—¿Experiencias en la isla? ¿Experiencias en diez metros cuadrados de tierra en la que solo existe una palmera? NÁUFRAGA.—Cada año supone una nueva experiencia. (Abre el libro por la primera página.) Y de las experiencias se aprende. (Tras una pausa, pasando el dedo por el libro.) Náufrago 1. ¡Oh, cómo me acuerdo de él! Joven. Alto. Moreno. Con unos ojos verdes de espanto, siempre fijos en la lejanía. Callado. Eso sí. Reservadín. Pero con ese tipo de reserva que torna grande el silencio. Poético ¿verdad? (El PARACAIDISTA no contesta.) Pero él era así. Lírico. Yo no sé por qué había estudiado empresariales. Por las noches escribía versos en la arena y por las mañanas la marea se los llevaba. Lejos. A otros lugares. Un día me dijo que había inundado el mar de sentimientos. Y esa misma tarde, desapareció. PARACAIDISTA.—¿Desapareció? -35-


NÁUFRAGA.—Se lo llevaron las olas. Como a los poemas. Se le agotó la inspiración y entonces las palabras, tiraron de él. PARACAIDISTA.—Qué bonito. Yo, en cambio, estoy seguro de que se fue porque acabó harto. (Con mofa.) O es posible que no se haya ido, igual todavía se encuentra en la isla. Por ahí detrás. En la otra orilla. Escribiendo… poemitas. NÁUFRAGA.—No. Porque unos meses después llegaron sus restos. PARACAIDISTA.—Ohhh. NÁUFRAGA.—Pase lo que pase, el mar siempre devuelve el regalo. Lo que queda del regalo. Náufrago 1 poseía esa magia… No es que fuera el mejor, hubo mejores, pero atesoraba un don especial. De hecho fue el único que enterré. También porque fue el primero. Después cuando vi que iba a ser la tónica… (Negando con la cabeza y gesticulando.) pensé: «Bueno, que los entierre otro. No voy a estar yo… con esto con lo otro, con…» PARACAIDISTA (Mirándola como si se hubiera vuelto loco.) —Es increíble. ¿De dónde ha salido usted? NÁUFRAGA (Sin hacer caso de la observación. Pasando la página) —El segundo ya fue distinto. Náufrago 2. Mire. ¡Mire! PARACAIDISTA.—¡Les ha puesto fotos! NÁUFRAGA.—Las hicimos aquí. Tengo una cámara. PARACAIDISTA.—En el baúl. NÁUFRAGA.—Sí. PARACAIDISTA.—Y las revela. NÁUFRAGA.—Por las noches. PARACAIDISTA.—Hay un caja oscura… líquidos, cubetas, películas… un fotógrafo… NÁUFRAGA (Como burlándose.) —Si no hubiera no se podría. (El PARACAIDISTA se echa el pelo hacia detrás, niega con la cabeza, y la NÁUFRAGA recaba de nuevo su atención.) NÁUFRAGA.—Náufrago 2. ¿Ve lo gordo que está? Pues en las fotos aún parece poco. Nos pasábamos el día zozobrando. Cada vez que daba un paso se movía la isla. Hasta la palmera. Y ahí donde la ve… la palmera da cocos. De tanto en tanto. Pero cocos. Con él no había forma. No paraban de caer cocos. Eso sí. Buena persona allá donde los haya. Siempre intentando hacer el bien. Lo que pasa es que igual después resultaba peor el remedio que la enfermedad. Aunque buena intención tenía, en todo momento pendiente de mí por si necesitaba algo. -36-


PARACAIDISTA (Negando con la cabeza.) —Por si necesitaba algo de qué. NÁUFRAGA.—Algo. Lo que fuera. ¿No se le ocurre nada? PARACAIDISTA.—Pues no. NÁUFRAGA.—Oh. Usted hace como Náufrago 3. Mire, mire, mire qué cara de gilipollas... Pues aún parece menos gilipollas de lo que era en verdad. Se pasaba el día gritando y protestando. De ocho palabras, siete eran «mierda». Y la otra, un taco. (Contando con los dedos cada vez que dice «mierda».) Que no podía dormir. «Mierda». Que no picaban los peces. «Mierda». Que le picaban los mosquitos. «Mierda». Que no quedaban cervezas en la nevera. «Mierda». Que se nublaba cuando estaba tomando el sol. «Mierda». Que hacía calor. «Mierda». Que no se le levantaba. «Mierda». Que se le escapaba antes de hora. Era yo la que decía «mierda» pero más que nada para que él pudiera meter el taco porque ya estaba cansada de tanta mierda, y él entonces decía: «Joder» y así alternaba. Y después, otra saga. Que no le salían los números. «Mierda». Que… PARACAIDISTA.—Qué números. NÁUFRAGA.—Los de llegar a fin de mes. PARACAIDISTA.—¿Quiere dejar de tomarme el pelo? NÁUFRAGA.—No le tomo el pelo. Él los hacía para no perder la costumbre. PARACAIDISTA.—Para no perder la costumbre. NÁUFRAGA.—Sí. La costumbre de decir «mierda» cuando no le salían. Bah. Se le veía venir que con tanta mierda era de los que se ahorcan. Y un día apareció colgado de allá arriba. PARACAIDISTA (Mirando.) —Allí arriba no hay ramas. NÁUFRAGA.—Pues él se colgó. Una mañana lo encontré. (Riéndose.) Le había cagado una gaviota. Me hizo gracia lo de la gaviota. Tanta mierda, tanta mierda y al final… (Pausa. El PARACAIDISTA coge una piedra y la arroja al mar.) PARACAIDISTA.—No voy a resistir. NÁUFRAGA.—Oh. No. No empecemos. Hace un momento decía que no quería suicidarse. PARACAIDISTA.—Y no quiero. Pero, pero ¿qué diferencia hay entre yo y los diecinueve restantes? NÁUFRAGA.—¡Tenemos el libro! PARACAIDISTA.—Y qué mierda importa el libro. NÁUFRAGA.—¡Eh, eh! (Llevándole el dedo a los labios) No diga mierda. No vaya copiando a los antihéroes. El libro está para que aprenda. -37-


PARACAIDISTA.—¿Para qué aprenda? Qué voy a aprender. Un poeta que se lo llevó la mar. Un gilipollas que decía «mierda» cuando no le salían los números y le cagó una gaviota. Un tipo gordo que… ¿cómo se suicidó el gordo? NÁUFRAGA.—Náufrago 2 no se suicidó. PARACAIDISTA.—¿No? NÁUFRAGA.—No. Palmó de muerte natural. Tanto tragar y tragar. No te molestes. Yo me ocupo. Yo hago esto. Hago lo otro. Hago esto. Hago lo otro. Y pum. Un día reventó. Se quedó ahí. En la orilla. Y la isla inclinada, que hacía agua por todas partes. PARACAIDISTA.—Si tengo la impresión de que no voy a poder resistir es por esas historias. El libro no me ayuda. Al contrario. Una cosa es quedarse en una isla y pensar cómo sobrevivir. Otra es quedarse en la isla y aguantar y aguantar sin comprender nada. Pensando que todo es absurdo. Además, me da pánico el ocio. Sí. El ocio. No saber cómo llenar el tiempo. NÁUFRAGA (Señalando hacia detrás.) —Si es por eso, por matar el tiempo libre antes de que el tiempo libre lo mate a usted, puede enterrar a los náufragos… PARACAIDISTA (Dando una palmada.) —¡Una idea fantástica! La ilusión de mi vida. NÁUFRAGA.—Mire, yo le digo. Mejor enterrar que, que le entierren. PARACAIDISTA.—Pero si usted no me va a enterrar. Solo enterró al primero. NÁUFRAGA.—Yo no. Pero igual el Náufrago 21… quién sabe. PARACAIDISTA (La mira, se levanta y señala hacia la nevera.) —¿Queda cerveza? NÁUFRAGA.—Creo que dos botellas. PARACAIDISTA (Rebusca en el baúl.) —¿Para qué quiere tantos preservativos? NÁUFRAGA.—Cómo que para qué. Y si me quedo… Imagínese. Los niños corriendo por ahí detrás. Saltando las olas. Yéndose hacia el fondo… Eso sí que sería insoportable. Gritando. Jugando al pilla-pilla. Al escondite… PARACAIDISTA (Destapa la cerveza y regresa. Se ríe con la mirada perdida en el infinito.) —Al escondite… NÁUFRAGA.—Venga. Siéntese. Vamos a hablar de Náufrago 4. Mire. Este se echaba la culpa de todo. Siempre se estaba disculpando. ¡Qué latazo! (Se lleva la mano a la frente.) Que se rompía un plato… «Ha sido culpa mía, cariño». (Con mofa.) Que dejaba los restos del pescado debajo de la mesa y me veía -38-


recogerlos. «Perdona cariño». Que abandonaba los andrajos a su libre albedrío por donde le salía de los… las narices. «Uy, perdona cariño, no me había dado cuenta». Que se meaba fuera del círculo de la palmera y salpicaba alrededor. «Lo siento, cariño, de verdad no…» Cariño. Cariño. Cariño. Buf. Lo de «cariño» no lo podía aguantar. Cada vez que la cagaba, cariño al final. Y eso… eso era como una burla. Peor que una burla. ¿No le parece? PARACAIDISTA.—¿Y cómo se suicidó? NÁUFRAGA.—No se suicidó. PARACAIDISTA.—¿No? NÁUFRAGA.—Lo maté yo. PARACAIDISTA (Separándose y mirándola con asombro.) —¿Qué? NÁUFRAGA.—Sí. ¿De que se extraña? PARACAIDISTA.—¿Cómo, cómo fue capaz? NÁUFRAGA.—¿Cómo? Tenía la necesidad de hacer algo así. De mirar aquellos ojos de carnero degollado y decirle: «Lo siento, cariño. De verdad. Lo siento. Se me escapó, cariño, se me escapó el arseniato de plomo en el café, cariño. Salpicó. Se cayeron unos restos… cariño». PARACAIDISTA.—Es abominable. NÁUFRAGA.—Abominable. Ha sido uno de los mejores momentos desde que naufragué. Bueno ese y el, el… me da vergüenza. (Pasa la página.) Náufrago 5. (Suspira. Se lleva el libro al pecho.) Ay. Mi preferido. (Vuelve a separárselo del pecho y lo mira.) Mire qué preciosidad. PARACAIDISTA.—No se ve casi. NÁUFRAGA.—No sale bien en las fotos. Bueno, no se aprecia bien porque como tiene la piel tan oscura… ya puede haber luz que solo se le ven los ojos y los dientes. Y qué ojos, madre. Y qué boca. PARACAIDISTA.—¿También lo mató? NÁUFRAGA (Riéndose.) —Sí, hombre. Matarlo. El mejor regalo de todos los cumpleaños. Mire qué brazos. Qué torso. Qué piernas. PARACAIDISTA.—¿Por qué está desnudo? NÁUFRAGA.—¿Y cómo quería que lo fotografiara? Vestirlo habría sido un desperdicio. (Señalando el libro.) Mire bien. PARACAIDISTA (Arrimándose) —Está borrosa… NÁUFRAGA (Dirigiéndose al baúl. Mientras, el PARACAIDISTA se queda mirando la foto acercándose y alejándose y -39-


poniendo caras de escepticismo.) —Espere. (Rebusca en el baúl y saca unas gafas de tres dimensiones, azules y rojas. Regresa y se las da al PARACAIDISTA.) Póngaselas. PARACAIDISTA.—¿Esto? NÁUFRAGA.—La verá mucho mejor. PARACAIDISTA (Poniéndoselas y dando un respingo hacia detrás.) —¡Por Dios! Qué burrada. Nunca había visto… NÁUFRAGA (Riéndose.) —Tenga cuidado no le vaya a sacar un ojo. PARACAIDISTA—Es un montaje. NÁUFRAGA.—Sí. Montaje… menudos eran los montajes de Náufrago 5. (Suspira.) Asusta, ¿verdad? PARACAIDISTA.—Un poco. NÁUFRAGA.—Es solo al principio. Luego… PARACAIDISTA.—¿Y qué sucedió con él? NÁUFRAGA.—Náufrago 5 transformó este lugar en una isla paradisíaca. Apenas hablaba. Lo justo. Siempre con cordura. Tampoco sé por qué había estudiado empresariales. Pero eso me ha pasado con todos. Ya se sabe. Los que van a empresariales van un poco… por ir. Él terminó la carrera aquí. Estudiaba sentado en la orilla, las gafas en la punta de la nariz... Qué precioso. Parecía un intelectual. Dábamos largos paseos por la orilla cogidos de la mano. PARACAIDISTA.—Hay cuatro metros de orilla. NÁUFRAGA (Sin hacer caso. Como en una ensoñación.) La isla se había llenado de música. (Suena «Georgia on my mind» de Ray Charles. Baila muy suave, como si estuviera abrazada a Náufrago 5.) Bailábamos hasta el anochecer. Muy juntos. Cuerpo con cuerpo. ¿Y ve aquella palmera? PARACAIDISTA (Girándose. Con mofa.) —¿Una palmera? No. No la veo. ¿Una palmera dónde? NÁUFRAGA.—No se haga el gracioso. Cinco, me desnudaba detrás de la palmera. PARACAIDISTA.—Oh… para que no les viera nadie. NÁUFRAGA.—Me llenaba el cuerpo de besos. Besos pequeños de labios gruesos, besos que apenas rozaban la piel… apasionados, con aquella lengua intrépida en busca de rincones ignotos. PARACAIDISTA.—¿Rincones ignotos? NÁUFRAGA.—Rincones que se encontraban dentro. Muy dentro de mí. Fuimos tan felices... PARACAIDISTA.—¿Y por qué se suicidó si eran tan felices? NÁUFRAGA.—Celebrábamos la navidad. Nos habíamos im-40-


pregnado de romanticismo. La isla adornada con bolas rojas. Banderitas de colores. Guirnaldas.… (Mientras ella danza de un lugar a otro, el PARACAIDISTA la mira atónito.) Aquí pusimos un belén. Aquí… una Mamá Noelia (Corre hacia el otro lado.) Aquí… un muñeco de nieve. PARACAIDISTA.—Venga ya. ¡Un muñeco de nieve! ¿Cómo narices se puede poner un muñeco de nieve en una isla tropical? NÁUFRAGA.—Nos las ingeniamos. No teníamos zanahoria para hacer la nariz pero utilizamos un plátano, qué más da. A la felicidad hay que echarle imaginación. (Corre hacia el fondo del escenario.) Y en este lado, un cartel muy grande. Colgado de una parte a otra de la isla: «Feliz año nuevo». PARACAIDISTA.—¿Y cómo lo colgaron? NÁUFRAGA.—Con dos palos. PARACAIDISTA.—¿Y dónde están los palos? NÁUFRAGA.—Los palos me los llevé después, con los otros náufragos. Pero ese es el riesgo de probar el caviar. Después la comida de diario... Y yo, con Cinco estuve tomando caviar segundo a segundo. (Pausa.) No me arrepiento, ¿eh? Aunque la añoranza es tan cruel como la ignorancia. Más dura. Más terrible. (Pausa.) PARACAIDISTA.—No se ponga ahora melancólica. Termine de una vez. NÁUFRAGA.—Habíamos dispuesto la parafernalia para disfrutar de un fin de año mágico. Tan ilusionados que parecíamos tontos. Entonces se subió a colgar la tira de lucecitas rojas y verdes allá arriba en la palmera, en esa palmera que tantas veces había sustentado nuestro amor… PARACAIDISTA.—Y se cayó… NÁUFRAGA.—No. No se cayó. ¡Se electrocutó! PARACAIDISTA.—¿Se electrocutó con una tira de bombillitas sin corriente? NÁUFRAGA.—No estaba preparado para la tira de bombillitas. Se quedó allá arriba pegado. Hasta que poco a poco el viento se fue llevando sus cenizas. PARACAIDISTA (Pausa. La mira y resopla. Camina por la isla.) —Ooooooyyyy. Esto ya me supera. Si no fuera porque en el fondo de mí aún albergo la esperanza de que en algún momento llegará el helicóptero… (Suspira.) De hecho, si ese helicóptero no llega… NÁUFRAGA.—Qué. -41-


PARACAIDISTA.—Creo que soy un fiel aspirante al suicidio. NÁUFRAGA.—Ah. Mire que sabía que iba a salir otra vez con esas. PARACAIDISTA.—¿Y con qué pretende que salga? Si no hablamos de otra cosa. NÁUFRAGA.—Pero no estamos hablando de suicidios. Ha habido muertes naturales. Accidentes… Y he de decirle que una vez llegó el helicóptero. Pero no se haga muchas ilusiones. De diecinueve naufragios, solo uno llegó. PARACAIDISTA (Acercándose.) —¿En serio? NÁUFRAGA.—Con Náufrago 6. PARACAIDISTA.—¿Y por qué no me lo había contado antes? (Diciéndole con las manos que espere.) No. No me lo diga. No se lo pregunté, ¿verdad? Por eso no me lo había contestado porque usted solo… NÁUFRAGA.—(Sin responder.) Seis era muy despistado. El colmo del despiste. Lo perdía todo. PARACAIDISTA.—¡Pero si aquí no se puede perder nada! NÁUFRAGA.—Dígaselo a Seis. Un día las llaves. PARACAIDISTA.—¿Qué llaves? NÁUFRAGA.—Las de su casa, las del coche, las de la oficina, las de… PARACAIDISTA.—¿Y para qué quería él tantas llaves en la isla? NÁUFRAGA.—¡Para perderlas! Él no podía vivir sin perder algo. El día del rescate estaba subiendo al helicóptero, ya estaba arriba y dijo: «El tabaco. Me dejo el tabaco», una tontería, porque además él no fumaba, entonces se bajó, el helicóptero se pensó que ya había subido y se marchó sin él. PARACAIDISTA (Cierra los ojos y niega con la cabeza. Suspira.) —¡Dios…! Otra estupidez más. ¿Cómo pretende que la crea? NÁUFRAGA.—Ya sé que es difícil pero si usted hubiera conocido a Seis, era… PARACAIDISTA.—Estoy harto. ¿Piensa hablarme de todos los náufragos que han pasado por la isla? NÁUGRAGA (Pasando hojas.) —No. No tenemos tiempo. Le contaré solo lo principal. (Señalando el libro.) Náufrago 7. ¿Se da cuenta de esas orejas? Pues por muy grandes que le parezcan da igual. ¡Era sordo! No sordo de verdad, pero no escuchaba nada. Le contaba un problema y hablaba de sí mismo. Le decía que me encontraba triste y hablaba de sí mismo. Cuando yo estaba contenta y le proponía un plan, -42-


hablaba de sí mismo. Una tarde le cayó un coco en la cabeza y lo fulminó. Tanto él y él y él. (Mostrando el álbum y pasando de hoja.) Ah, el listo, Náufrago 8, el que lo sabía todo. Que llovía y me pillaba con la ropa tendida. «Eso ya lo sabía yo». Que se me olvidaba algo en la orilla y subía la marea: «Eso ya lo sabía yo». Que dejaba a airear sus zapatos que olían como el infierno y aparecían salpicados por las cagadas de alguna bandada de aves migratorias: «Eso ya lo sabía yo». Todo lo sabía, pero después de que pasara. Antes no pillaba ni una. De hecho se lo zampó un tiburón mientras se bañaba y a mí me pareció que incluso debajo del agua salían burbujas que en morse decían: (Aflautando la voz.) «Eso ya lo sabía yo». Era para decirle: «Pues si ya lo sabías, ¿para qué te bañas, idiota?» El sabihondo… Sin embargo Nueve sí que acertaba. Daba un asco que no se equivocara nunca... Llenó la isla de trastos para predecir. Mire, ahí en el baúl queda alguno. (Se acerca y registra. Saca un batidor de claras de huevo.) Adivinaba siempre. Como un brujo. Pero no los asuntos de diario de la isla sino lo que iba a pasar en el mundo. (Gira las aspas del batidor de claras.) La burbuja. La crisis. Los rescates. No estos rescates (Señalando al suelo.) que no llegan nunca, sino aquellos, aquellos rescates que bueno... La recesión… Los fraudes. Claro… un día se voló la tapa de los sesos. A ver. También se debía de haber volado la tapa de los sesos Náufrago 10. Un tipo fuerte, recio, grande. Y chulo… Chulo como él solo. Se pasaba el día rascándose por todas partes… sobre todo por una. Y siempre de juerga con unas y con otras. Yo no lo pillé nunca, pero se lo notaba. No soy tonta (Se lleva el dedo a la nariz.) El olor. Una mancha de carmín. Las llamadas del móvil. Los mensajes. Los wasaps. Los pelos en la hamaca… Y un día se lo dije: «Tú estás con unas y con otras» ¿Y sabe lo que me contestó el muy sinvergüenza? Que cómo iba a estar con unas y con otras si no salía de esta puta isla. ¿Se puede tener la cara más dura? Se murió de un chancro sifilítico que no se pudo tratar porque en el baúl no había pastillas contra el chancro. Toma prueba. Se quedó tirado en la arena con las manos en la entrepierna dando aullidos, venga a rascarse, y yo a su lado, diciéndole: «A ver quién de los dos tenía razón». Ahora, para farsantes, Once. Jugaba. Robaba. Apostaba. Traficaba… Y un día lo encontré muerto cerca de la orilla. Lo habían cosido a tiros. Un ajuste de cuentas. Seguro. Eso por no hablar del imbécil de Doce. (Extendiendo los brazos.) Su mayor proeza consistía -43-


en contar lo que había bebido. Se sentía orgulloso. «Ayer doce cervezas, cuatro whiskys, cinco vodkas… y no sé qué más». Yo debía poner la misma cara que él, o sea, de gilipollas, y reírme. Ja ja, ja,ja. Qué barbaridad. Cuánto bebiste, qué grande eres. Entonces él hacía gala de esa gran imaginación y decía: «Hasta el agua de los floreros». (Pausa). «Nos bebimos hasta el agua de los floreros». El agua de los floreros, qué original. Y lo repitió y repitió hasta… hasta que la cirrosis tuvo a bien acabar con tanta proeza. En fin. (Pasa la página.) Uf. Náufrago 13. Un cenizo. Durante el tiempo que permaneció en la isla sufrimos sunamis, terremotos, lluvias torrenciales, chapapote… hasta cayó un meteorito. Le cayó a él. Claro. En la cabeza. Y lo mató. Catorce era el tipo más aburrido que se podrá encontrar en la tierra. Para arrancarle una palabra había que preguntarle quince veces. Eso sí, tranquila estaba. Pero no había forma de moverlo del sillón. Todo el tiempo mirando atardeceres. Con el mando a distancia en la mano. Venga y venga a sintonizar atardeceres. Un día, para dar un aire bucólico a la programación, puso gaviotas asesinas y lo achicharraron a picotazos. Después vino quince, un guasón de aquí no te menees. Se pasaba tomándome el pelo. En vez de náufraga llamaba por el diminutivo: Fraga. Fraguita mía. Y cuando me mojaba los pies en el mar me decía que le daba la impresión de estar en Palomares. Se me quedó marcado aquel humor borde. Tan marcado como las palmadas de Dieciséis, que cada vez que pasaba a su lado soltaba con aquella voz carajillera: «Menudo culo se gasta la sirenita». Y zas. Marca al canto. Cicatriz. (Va al baúl, saca una botella y bebe a morro.) Cicatrices. Cicatrices y más cicatrices. Esa es la huella que han dejado los años y los náufragos. Las huellas que deja la sociedad en sus miembros. PARACAIDISTA (Que se levanta, le quita la botella y bebe. Sonríe con incredulidad.) —Y todos eran licenciados en empresariales. NAÚFRAGA.—Algunos hasta se habían sacado un máster. Como usted. Diecisiete estudió tanto que acabó loco. Empezó a autolesionarse y dejó la isla hecha una porquería. No tuve más remedio que encerrarlo con una camisa de fuerza y murió pocos días después porque si no se autolesionaba no le encontraba gracia a la vida. A Dieciocho nada le parecía ni bien ni mal. «¿Quieres que demos una vuelta?» «Me da igual». «Pero ¿qué prefieres?» «Que me da igual». «¿Quieres que cenemos pescado o carne?». «Me da igual». «¿Quieres…?».

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PARACAIDISTA (Acercándose. La señala.) —¡Ah! ¡Ya lo entiendo! NÁUGRAGA.—El qué. PARACAIDISTA.—Es como si de repente se me hubiera aclarado el pensamiento. (Bebe de nuevo.) NÁUFRAGA.—Pues la verdad es que ya iba siendo hora. PARACAIDISTA.— ¿Cómo no me había dado cuenta? NÁUFRAGA.—Cuenta de qué. PARACAIDISTA (Señalándola.) —Las inventa. Es eso. Las inventa. NÁUFRAGA.—Qué invento. PARACAIDISTA.—Las historias. Tantos años de soledad le han obligado a crear un mundo tan ficticio como absurdo. Un mundo que solo existe (Señalándole la sien.) ahí dentro. Y cada año que pasa la aleja más de la realidad. NÁUFRAGA (Mostrando el libro.) —¿Sí? Otro listo. ¿Y de dónde salen las fotos? PARACAIDISTA.—Son fotos anteriores. NÁUFRAGA.—¿Anteriores a qué? PARACAIDISTA.—Al naufragio. NÁUFRAGA.—Entonces sí que han naufragado. Aclárese, señor Revival del Grey Bank. PARACAIDISTA.—A su (Señalándola.) su naufragio. (Cogiéndole el libro con precipitación.) Cada foto es de una manera. Esta del Náufrago 5, por ejemplo, es como… recortada de una revista. El papel es distinto. NÁUFRAGA.—Porque tenía que ser en tres dimensiones. Si no, no se veía con las gafitas. PARACAIDISTA.—¿Y qué me dice de las otras? NÁUFRAGA.—El que haya cambiado el papel no significa que no haya habido náufragos. Yo qué culpa tengo de que lo cambien. (Le coge el libro.) Supongo que cada vez irán a lo más barato. Mire: Náufrago 11. ¿Qué me dice? Toque, toque. (Le ofrece el libro.) Este es un papel de categoría. PARACAIDISTA.—Pero si está vestido con traje de chaqueta. ¡Es una foto de estudio! NÁUFRAGA.—Para que después diga. PARACAIDISTA.—¿Dónde está aquí el estudio? (Señalando alrededor.) ¿También apareció una noche en el baúl? NÁUFRAGA.—Si se hizo la foto es porque Náufrago 11 estuvo aquí. Que yo no he salido a ningún estudio. Ni ganas, porque a mí los estudios… desde que me echaron de la carrera… -45-


No me pasó como a Náufrago 19. Era homosexual y con él me llevé muy bien, un tipo encantador, aunque pasaba el día revindicándose. Por lo que fuera. Lo habían expulsado y no tuvieron más remedio que admitirlo porque apeló a un reglamento general que… PARACAIDISTA (Se da una palmada en la frente.) —¡El Reglamento General! ¡Cómo no se me había ocurrido! (Se levanta precipitadamente, acude al baúl y rebusca.) ¿Dónde ha dejado el walki? Voy a intentarlo de nuevo. NÁUFRAGA.—Pero si ya no es socio. PARACAIDISTA.—Por el Reglamento General cualquier puesto que lo reciba está obligado a atender un SOS de emergencia. No pueden negarse. Y la Central lo sabe. NÁUFRAGA.—La Central qué va a saber. PARACAIDISTA.—Se emiten por Régimen Directo. Si no funciona por voz, se marca un código de emergencia. El 0000 NÁUFRAGA.—Bueno... PARACAIDISTA.—Es infalible. ¿Dónde ha dejado el walki? (Rebuscando por el baúl.) NÁUFRAGA.—¿No está ahí? PARACAIDISTA.—No. NÁUFRAGA.—Yo lo metí en el baúl. PARACAIDISTA.—Pues no está. NÁUFRAGA.—Alguien lo habrá cogido. PARACAIDISTA (Que sigue rebuscando.) —¿Dónde lo ha escondido? NÁUFRAGA.—Eh, eh, no irá a hacer usted como Náufrago 6. Que después de perder las llaves decía que se las había cogido yo. PARACAIDISTA.—El walki. NÁUFRAGA.—No sea pesado. Ya le he dicho que no lo tengo. PARACAIDISTA (Sacando un cuchillo del baúl.) —El walki. Estoy cansado de este juego. NÁUFRAGA (Retirándose varios pasos.) -Ehhhh, ¿qué piensa hacer? PARACAIDISTA (Acercándose.) —Vamos. Dónde está. NÁUFRAGA.—Si se acerca un poco más, gritaré. PARACAIDISTA.—El walki. NÁUFRAGA (Rodeando la mesa portátil como si supusiera un obstáculo infranqueable.) —Piénselo bien. Hay otros walkis ahí. PARACAIDISTA.—No me sirven otros walkis. Necesito el que emita en la misma frecuencia que la Central para marcar el código. -46-


NÁUFRAGA.—Pero si no le hacen ni caso... Náufrago 19, su predecesor, hablaba con la Central y todo eran impedimentos. Él revindicaba su derecho a hablar con Central pero… PARACAIDISTA (Se quedan los dos a ambos lados de la mesa portátil.) —Náufrago 19 no existe. NÁUFRAGA (Señalando.) —Abra, abra el libro. PARACAIDISTA.—Me importa un pito lo que diga el libro. Náufrago 19 solo existe en su cabeza. Como el resto. NÁUFRAGA.—¿Ah sí? PARACAIDISTA.—Sí. NÁUFRAGA.—Pues hábleme de usted, señor real. Señor protestón. Señor incrédulo. Señor loro. (Impostando la voz como si fuera una radionovela.) Náufrago 20 pasaba el día diciendo que era imposible, replicando con los ojos muy abiertos y repitiendo lo que había dicho yo. Y en el culmen del despropósito se atrevió a manifestar que yo había creado el mundo que me rodeaba. Mi pasado. Mi vida… (Regresando al tono de voz inicial.) Más o menos eso será lo que cuente a Náufrago 21. PARACAIDISTA.—Usted no contará nada más porque vamos a salir de aquí. Quiera o no quiera. Vivos o muertos. NÁUFRAGA (Sin dejar de rodear la mesa.) —¿Sabe lo que contestará él? PARACAIDISTA.—No habrá contestación. NÁUFRAGA.—Dirá que es todo inventado. PARACAIDISTA.—Ya no estaremos aquí. NÁUFRAGA.—No puede decidir por mí. Náufrago 10 siempre decidía por mí. Porque era lo mejor, decía, y después se rascaba (Rascándose.) ¿Lo mejor para quién? Como si lo que yo pensara… PARACAIDISTA.—Usted haga lo que quiera. Pero deme el walki. Enviaré el SOS de emergencia protocolo Régimen Directo y me marcharé. Con un poco de suerte aún llegaré a dar mi conferencia acerca de la supervivencia. NÁUFRAGÁ.—Régimen directo… conferencia acerca de la supervivencia… ¿No se da cuenta de que es absurdo? PARACAIDISTA.—Es más absurdo que sea usted quien me diga que es absurdo. NÁUFRAGA.—¿De verdad piensa que he creado a los diecinueve náufragos anteriores? PARACAIDISTA.—No me cabe duda. NÁUFRAGA.—¿Y qué le hace sentirse diferente? PARACAIDISTA.—Yo he descubierto la falsedad. -47-


NÁUFRAGA.—El resto de los náufragos también la descubrieron. ¿O se piensa que estaban tontos? PARACAIDISTA.—Esa es otra estupidez más. (Vuelve a rodear la mesa en un intento de alcanzar a la NÁUFRAGA pero esta se evade y continúan dando vueltas.) No voy a permitir que suscite dudas acerca de mi existencia. NÁUFRAGA.—¿Y cómo lo demuestra? PARACAIDISTA.—¿El qué? NÁUFRAGA.—Su existencia. PARACAIDISTA.—Tengo un pasado. NÁUFRAGA (Riéndose.) —Ah, ah, jajajá. Un pasado… Los diecinueve restantes ¿cree que no tenían pasado? ¿Que naufragaron sin pasado? ¿Qué se piensa que hay en esos libros? (Señalando hacia los libros.) ¡Pasados! PARACAIDISTA.—No va a convencerme. Ya me he pellizcado varias veces. Puede parecerme extraño, cierto; pero el que me cause extrañeza es la mayor justificación de mi existencia. NÁUFRAGA.—Oh. Perdón. Esa es una frase muy avanzada para un Master Revival Internacional del Western Banck. Si me acerca el libro (Señalando «Víctimas del naufragio».)… si me acerca el libro…, la borro. PARACAIDISTA.—Acabemos con esto (Da vueltas en la mesa y la alcanza. Le pone el cuchillo en la garganta.) NÁUFRAGA.—¡Socorro! PARACAIDISTA.—Socorro. NÁUFRAGA (Señalando hacia el aire.) —¡Helicóptero! PARACAIDISTA (Mirando.) —El walki. ¿Dónde escondió el walki? NÁUFRAGA.—Si me suelta… PARACAIDISTA.—Nada de soltarla. No me fío. (Se acerca con ella hasta el baúl.) NÁUFRAGA.—¿Y cómo voy a buscar así? PARACAIDISTA (La suelta.) —Dígame dónde está. NÁUFRAGA.—Pues dentro, ya se lo he dicho (Señalando el baúl.) PARACAIDISTA.—Yo no lo he encontrado. NÁUFRAGA.—¿Y le extraña? Usted es un hombre. ¿Encuentran algo los hombres? Si me deja buscar… porque si no lo ha tocado nadie y lo dejé ahí, no puede estar en otro sitio. PARACAIDISTA (Aflojando.) —Sin trampas. Recuerde que tengo un cuchillo pegado a su cuello y que cualquier sospecha. ¡Zas! Se acabó la soledad. -48-


NÁUFRAGA.—Claro. Sin trampas. Qué trampas puede haber aquí. (Se acerca al baúl. Remueve.) El walki… popopó. El walki… Este no es. Este tampoco. Este menos... Jolín… PARACAIDISTA (Mirando hacia dentro.) —Vamos. NÁUFRAGA.—Uy. ¿Y esto? (Girando sobre sí misma en un rápido movimiento y sacando una pistola.) ¿Qué es esto? (Haciendo ademán para que levante las manos. El PARACAIDISTA obedece.) Si me hace el favor, el cuchillito… PARACAIDISTA (Dejándolo en el suelo.) —Y ahora qué. NÁUFRAGA (Haciendo el gesto.) —Una patadita si es posible… (El PARACAIDISTA obedece.) Así. Muy bien. (Pausa.) ¿Le he contado ya cómo murió Náufrago 20? PARACAIDISTA.—Yo soy Náufrago 20. NÁUFRAGA.—Ah. Sí. Es verdad. Náufrago 20. (Mete a tientas la mano en el baúl y saca una cámara de fotos.) Aquí está. Una sonrisita. PARACAIDISTA.—Dispare de una vez. NÁUFRAGA.—¿La cámara o la pistola? (Se ríe.)Venga. No ponga cara de vinagre, por favor, que después el libro se me llena de tristeza. Y eso es lo que no puede ser. PARACAIDISTA.—Está loca. NÁUFRAGA.—¿Loca…? No. Naufragué en esta isla hace veinte años y un día. Veinte años y un día… He estado rodeada de gente, los he visto, pero no los he mirado… Oh, no me haga meterme en filosofías. Usted es el náufrago efímero. El que menos ha durado. Es algo preocupante. Cada año los náufragos duran menos. Será que me hago mayor y soporto peor las compañías. Antes era distinto. Incluso hubo un náufrago con el que superé el año de relación. Quince, el guasón, porque me hacía gracia. Y como a dieciséis le gustaban los tríos pudimos innovar. Pero tampoco funcionó. Llegaron los celos, los… bueno, qué asco. PARACAIDISTA (Con las manos alzadas moviéndose y como intentando buscar la escapatoria.) —Y… no… ¿no ha probado con mujeres? NÁUFRAGA.—Oh… los hombres siempre igual. Con el morbo hasta el último momento. No. No probé con mujeres. A lo mejor tuve que saltar esa barrera y no la salté. Es cierto. O quizá no. Qué más da. Sea como sea, ahora ya es demasiado tarde. (Pausa.) PARACAIDISTA.—Déjeme que me marche. -49-


NÁUFRAGA (Riéndose.) —Se va a marchar. De verdad. Me gustaría que fuera algo original pero después de tantas experiencias creo que ya no se me ocurre. PARACAIDISTA (Desesperado. Con las manos extendidas.) —Porque en verdad le faltan vivencias… No ha sabido aprovechar la soledad ni tampoco extraer lo que necesitaba de las compañías. Baje esa pistola. Si me permitiera que habláramos con Central verá que… NÁUFRAGA.—Me cansa mucho Náufrago 20. Tan repetitivo… PARACAIDISTA.—No puede ser verdad. Es imposible. NÁUFRAGA (Con burla.) No puede ser, es imposible, no puede ser… Adiós Ya he caído. (Disparando una pistola de juguete de la que salen balas de colores y musiquita de feria.) (El PARACAIDISTA cae. La NÁUFRAGA baja el arma. Pasa por encima de él. Niega con la cabeza. Coge el libro, se sienta y escribe.) NÁUFRAGA.—Náufrago 20 murió después de que le disparara varias balas de juguete. Había descubierto su papel de figurante, de repetidor, de personaje de ficción y cayó abatido como mueren quienes han perdido las creencias: en silencio, desinflándose. (Lee y tacha.) Por favor, qué horterada. (Escribe de nuevo.) Con Náufrago 20 ni siquiera llegué a hacer el amor. No es que no me sintiera atraída pero no existió el nexo de unión necesario para… (Rascándose la cabeza. Borra. Escribe de nuevo y suspira.) Horrible. Náufrago 20 llegó caído del cielo, aunque muchas veces parecía que se había caído de un árbol, por las preguntas que hacía, la manera de replicar como si jamás se hubiera adentrado en las obras literarias del absurdo… (Se lleva las manos a la cara. Niega con la cabeza.) Jolín… (Se queda mirando hacia delante, chupando el bolígrafo.) ¡Se acabó! (Se frota las sienes, se levanta enérgicamente y se dirige al baúl. Saca el walki sin necesidad de rebuscar.) Se acabó de una vez. NÁUFRAGA.—Ninfa Insular llamando a Central. ¿Me reciben? CENTRAL.—Alto y claro Ninfa Insular. NÁUFRAGA.—Creo que me paro aquí. (Se escucha en el walki un rumor.) CENTRAL.—Repita, Ninfa Insular. No hemos acabado de entender contenido mensaje. -50-


NÁUFRAGA.—Que me paro. Desearía que cortaran el suministro de náufragos. Ya no me provocan. Da igual que vengan por mar o introduzcan la variante aérea. No ha funcionado. Todo me parece igual. CENTRAL.—¿Igual? NÁUFRAGA.—Igual de asqueroso. CENTRAL.—¿Quiere decir que no enviemos a Náufrago 21 el año que viene? NÁUFRAGA.—Positivo. CENTRAL.—Aunque esté pagado. NÁUFRAGA.—Sí. CENTRAL.—Habíamos pensado en una de esas personas que disfrutan con los pequeños placeres de la vida que… NÁUFRAGA (Llevándose la mano a la frente.) —Oh, calle, calle, calle. No podría resistirlo. Estoy demasiado cascada. Me entrarían náuseas cuando me mostrara la felicidad que pierdo en cada detalle. Solo faltaría eso: un epicúreo a estas alturas. Casi prefería un mascachapas. CENTRAL.—Negativo. No tenemos mascachapas con carrera. NÁUFRAGA.—No lo decía en serio. Ya he comunicado que me retiro. No aguanto más. CENTRAL.—Ok. Lo que usted ordene. ¿Enviamos misión de rescate? NÁUFRAGA (Sonriendo.) —Misión de rescate… (Acariciándose la barbilla con la pistola de juguete. Inspira hondo.) Sí. Ya va siendo hora de que abandone. Se me agotaron las provisiones de imaginación. (Deambula recogiendo por el escenario sus pertenencias. Pero sin soltar la pistola.) Se agotaron. (Se lleva el walki a los labios, mira a la lejanía y se encoge de hombros.) Corto y cierro. -FIN-

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HISTORIA DE UNA CORNISA Autor: LUIS LEANTE

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LUIS LEANTE

Nacido en Caravaca de la Cruz, Murcia (1963). Es licenciado en Filología Clásica y en la actualidad reside en Alicante. Ha escrito novelas y relatos. También es autor de literatura infantil y juvenil. Entre sus publicaciones, destacan las novelas: Paisaje con Río y Baracoa de fondo (1997), El canto del zaigú (2000), El vuelo de las termitas (2003), Academia Europa (2003), Mira si yo te querré (2007), La Luna Roja (2009), Cárceles imaginarias (2012) y Annobón, (2017).

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PERSONAJES MUJER 1 HOMBRE MUJER 2 Toda la obra transcurre sobre la cornisa de un edificio antiguo. La anchura de la cornisa es de poco mรกs de un metro. Detrรกs estรก la pared desnuda y alguna ventana.

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ACTO I MUJER entra por la izquierda, de cara a los espectadores y con la espalda muy pegada a la pared. Avanza despacio, palpando la pared, asustada por la altura. A ratos se tapa los ojos para no ver la altura. Está nerviosa. Se desplaza hacia el centro de la cornisa, pero se detiene antes de llegar. MUJER.- ¡Ay, Virgen Santísima de todos los Dolores! ¡Ay, Santísima Cruz del castillo! ¡Ay, madre mía de mi vida y de mi corazón! ¡Ay...! ¡Ay...! ¡Ay...! (Se santigua varias veces.) ¡Qué mareo, madre mía, qué mareo! Yo no sé cómo los pájaros pueden volar tan alto sin marearse. (Hablando consigo misma.) Te lo dije, Lola, no será que no te lo dije. Es mejor con las pastillas. Te tomas el tubito, media botella de whisky, o botella y media, y a correr. Bueno, a dormir. A dormir para siempre y ya está. Así es como lo hace la gente normal y corriente. Pero no, tú no puedes ser normal y corriente ni para morirte, que ya es decir. Genio y figura hasta la sepultura... Perdón, perdón, no quería decir eso, santa Bernardina, no pienses que estoy haciendo chistes con una cosa tan seria como la muerte. [Mira hacia abajo, siempre tocando la pared con la espalda. Cierra los ojos. Se santigua otra vez.] Ánimo, Lola, que no es más que un saltito de nada. [Echa la cabeza hacia atrás, hasta donde la pared se lo permite. Vuelve a asomarse al borde de la cornisa con mucho miedo. Adopta la posición de saltar.] Una, dos y... Una, dos y... [Retrocede otra vez. De nuevo se acerca al borde y se tapa los ojos con las manos.] Una, dos y... Una, dos y... [Entra HOMBRE por la derecha. Viste con ropas de otro tiempo: chaleco, pajarita, gafas de pasta, lleva una cartera de profesor en la mano y un paraguas negro. Avanza muy despacio, mirando a MUJER, que no lo ha visto llegar.] -56-


HOMBRE.- Buenos días... [MUJER se da un susto tremendo. Abre los ojos. Se lleva una mano al corazón como si le fuera a dar un ataque. Vacila sobre la cornisa. Está a punto de perder el equilibrio y caer al vacío, pero en el último momento HOMBRE le tiende el paraguas y ella se agarra.] ¡Perdone! ¿La he asustado? MUJER.- (Llevándose las dos manos a la barriga.) ¿Que si me ha asustado, dice? Me ha dado un susto de muerte, caballero. Pero ¿no se da cuenta de que en mi estado no puedo tener sobresaltos? HOMBRE.- ¡Ay, perdone... pobrecita! ¡Cuánto lo siento...! MUJER.- Podría haber abortado aquí mismo. HOMBRE.- ¿Por darle los buenos días? MUJER.- No, por darme los buenos días no, claro. Digamos que eso en sí mismo no es causa de aborto. Yo me refiero al sobresalto. HOMBRE.- Entiendo. Pero ¿cómo iba a saber yo que usted se encuentra en estado de buena esperanza...? MUJER.- ¡Uy, estado de buena esperanza! Eso es más antiguo que una colcha de ganchillo. Habla usted como mi abuela. HOMBRE.- Debí haberla avisado de mi presencia con tosecitas o sonidos guturales. Es lo que se hace en casos como este. Perdóneme, he sido un estúpido. Soy un metepatas. Siempre he sido un metepatas y siempre lo seré. MUJER.- No se castigue más, caballero. Es que, como comprenderá, no pensé que pudiera encontrarme a nadie aquí arriba. HOMBRE.- Es que no es un sitio muy corriente para encontrarse a alguien, ¿verdad? MUJER.- Pues no, muy corriente no es... ¿Y se puede saber qué hace usted aquí? HOMBRE.- (Apurado) Bueno, suelo venir a tomar el aire. Me gusta respirar aire limpio. Ahí abajo está todo muy contaminado. ¿Y usted viene con frecuencia por aquí? MUJER.- (Apurada) No, yo no, verá... Yo es la primera vez, ¿sabe? Y no sé si he hecho bien, porque lo estoy pasando fatal. Pero fatal, fatal. HOMBRE.-No me diga más: le dan miedo las alturas. MUJER.- Sí, esto da más canguelo del que yo pensaba. HOMBRE.- Entonces, si le dan miedo las alturas, ¿por qué ha subido aquí, si puede saberse? -57-


[MUJER tarda en responder.] MUJER.- Buena pregunta... Sí, señor, esa sí que es una buena pregunta. Pues verá, yo en realidad he subido aquí para... para... para pensar. HOMBRE.- ¿Es usted aficionada a penar? MUJER.- A veces me da por ahí, ya ve. HOMBRE.- ¿Y tenía que subir tan alto para pensar? ¿No puede usted pensar a ras del suelo, como la mayoría de la gente? MUJER.- ¿Le parece extraño? HOMBRE.- ¿A mí? En absoluto. MUJER.- Vamos, diga la verdad, seguro que le parece extraño. HOMBRE.- Que no, que no... MUJER.- ¿Ni siquiera un poco extraño? HOMBRE.- Bueno, a lo mejor un poco extraño... sí. Pero muy poco. MUJER.- Es normal que le parezca extraño. Verá, es que ahí abajo hay mucho jaleo, mucho follón, la gente grita demasiado y no se puede pensar bien. [Miran a la vez hacia abajo.] Aquí arriba se piensa mucho mejor, ¿adónde vas a parar?. HOMBRE.-Tiene usted razón. Ahí abajo el caos se ha adueñado de todo. MUJER.- Algo así, creo, pero yo no sé decirlo con esas palabras. Además, Aquí puedo hablar conmigo misma sin que nadie me mire como un bicho raro. HOMBRE.- (Con solemnidad.) “Todo está más claro cuando se habla que cuando está tácito”. MUJER.- ¿Cómo dice? HOMBRE.- Oh, nada, es una frase de Sócrates que me acaba de venir a la cabeza de manera espontánea y casi natural. MUJER.- Ah... HOMBRE.- Bueno, atribuida a Sócrates. En realidad, Sócrates, como usted seguramente sabrá, no escribió nada. Pero sus discípulos recogieron sus palabras por escrito y por eso han llegado hasta nosotros. MUJER.- ¡Qué majos! HOMBRE.- ¿Quién? MUJER.- Los discípulos de ese señor. Esos discípulos molan. Y no como los de Jesús, que lo dejaron colgado en el último momento y salieron por piernas. HOMBRE.- ¿A qué Jesús se refiere?

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MUJER.- Pues a Jesús. ¿Cuántos jesuses conoce usted que tengan discípulos? HOMBRE.- (Cayendo en la cuenta.) Ah, sí, ya sé qué Jesús dice... ¿Es usted creyente? MUJER.- ¿Yo...? Claro, claro. Bueno, creyente, creyente de ir a misa y eso no. Solo a las bodas. Pero tengo mis estampitas de santos. Bueno, de santos y santas. Y mis vírgenes. Y le pongo una vela a santa Bárbara cuando truena. ¿Usted no? HOMBRE.- No, a mí las tormentas no me dan miedo. Este paraguas lo llevo de adorno. MUJER.- Quiero decir si usted no es creyente. HOMBRE.- Lo fui. MUJER.- ¿Y ya no? HOMBRE.- No, ya no. MUJER.- Ya. HOMBRE.- Sí, eso, ya. MUJER.- Esas cosas pasan. HOMBRE.- Sí, esas cosas pasan. Tengo razones fundadas para no ser creyente, no se vaya a creer. “La muerte es falsa apariencia de que el yo desaparece quedando el mundo. La verdad es que el mundo se desvaneces y lo permanente es la sustancia del yo”. Lo dijo Schopenhauer. MUJER.- ¿El futbolista? HOMBRE.- No. El filósofo. MUJER.- Es usted una persona un poco rara, y perdone que se lo diga. HOMBRE.- ¿Usted cree? ¿Qué es lo que le parece raro?, ¿mi aspecto? MUJER.- Bueno, eso también. Pero yo me refiero a su forma de hablar. HOMBRE.- Sí, naturalmente, es que soy profesor de Filosofía. Catedrático, para ser más exacto. MUJER.- Ah, ya... Con razón... Ahora lo entiendo. Mire lo que le digo, lo último que esperaba yo encontrarme aquí arriba era a un profesor de Filosofía. HOMBRE.- Catedrático de Filosofía, si no le importa. MUJER.- Vale, pues a un catedrático de Filosofía. HOMBRE.- Sí, es normal que le sorprenda, porque somos una especie en extinción. Como la foca monje del Caribe. Bueno, esa ya se extinguió hace tiempo.

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[Mira a MUJER de con detenimiento antes de seguir.] ¿Se da cuenta de lo absurdo que resulta todo esto? MUJER.- Pues sí, algo absurdo sí que es. HOMBRE.- Me refiero a que llevamos no sé cuánto tiempo hablando en lo alto de una cornisa y ni siquiera nos hemos presentado. No tengo el gusto de saber con quién estoy hablando. MUJER.- (Dándole dos besos.) Lola, mucho gusto. HOMBRE.- ¡No puede ser...! MUJER.- ¿Cómo dice? HOMBRE.- No es posible que usted se llame Lola. MUJER.- Se lo juro, oiga. HOMBRE.- ¡Nooo! MUJER.- Sííí. HOMBRE.- ¡Nooo! MUJER.- Que le digo que sí. No se ponga pesado. HOMBRE.- Esto no puede ser una mera coincidencia. MUJER.- Mire, si me está tomando el pelo, le advierto que ha elegido el peor día para hacerlo. HOMBRE.- No le estoy tomando el pelo. Es que nos llamamos igual. MUJER.- No. HOMBRE.- Sí. MUJER.- ¿Se llama usted Lola? HOMBRE.- ¿Yo? No... Me llamo LALO. MUJER.- (Con normalidad.) Ah, pues mucho gusto. HOMBRE.- Pero, Lola, ¿no se da usted cuenta? MUJER.- ¿Y de qué se supone que debo darme cuenta? HOMBRE.- Pero si está muy claro: Lo-la. La-lo. Yo me llamo Lola al revés. ¿Lo comprende ahora? [MUJER lo mira ojiplática y boquiabierta. Intenta decir algo, pero no le salen las palabras.] No puede ser una simple casualidad. Esto tiene que ser una señal. ¿No le parece? MUJER.- Pues no sé qué decir, la verdad. Me parece usted tan extraño... HOMBRE.- Yo también estoy sorprendido, no se vaya a creer. Gratamente sorprendido, si me permite utilizar un adverbio de acompañamiento y modo. Y estoy seguro de que hay más coincidencias. MUJER.- No creo. HOMBRE.- No será usted catedrática de Filosofía.

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MUJER.- ¿Yo catedrática de Filosofía? Pues no. HOMBRE.- Ni siquiera profesora, a secas, de Filosofía. MUJER.- Pues no, caballero, yo soy técnico de transporte y urgencias sanitarias. HOMBRE.- ¿Es usted médico? MUJER.- (Ofendida.) No, señor. Soy conductora de ambulancia. Y a mucha honra. HOMBRE.- Ah, bonita profesión. ¡Conductora de ambulancia! MUJER.- ¿De verdad le parece bonita? HOMBRE.- Naturalmente. Usted salva muchas vidas gracias a su rapidez y pericia al volante. MUJER.- Bueno, visto así. Pero tampoco es para tanto, no se crea. HOMBRE.- No se quite mérito, Lola. Yo ni siquiera tengo carnet de conducir. MUJER.- ¿De verdad? HOMBRE.- Ni automóvil. MUJER.- Ya le digo yo que usted es un poco raro. HOMBRE.- Puede ser. La soledad hace raros a los seres humanos. MUJER.- Es frase es muy bonita. HOMBRE.- ¿De verdad le parece bonita? MUJER.- Sí, ¿es también de Beckenbauer? HOMBRE.- Oh, no. La frase es mía. Me ha salido así de repente. No la tenía pensada. MUJER.- Pues mola un montón. HOMBRE.- Gracias, Lola. MUJER.- De nada, Lalo. HOMBRE.- ¿Me permite usted que le haga una pregunta algo indiscreta, Lola? MUJER.- Pero que no sea muy difícil. Es que no tengo yo ahora mismo la cabeza para mucha filosofía. HOMBRE.- Verá, no me lo tome a mal, pero tengo curiosidad por saber si... en fin... (Señalando hacia abajo.) No sé si me entiende... MUJER.- Creo que no. Si no habla más claro... HOMBRE.- (Haciendo el gesto de saltar al vacío.) Ya sabe, me preguntaba si usted estaba pensando en... en fin, en... MUJER.- ¿En saltar? HOMBRE.- ¡Eso! Que no me salía la palabra. MUJER.- Qué va, qué va, ¿cómo iba estar yo pensando en...?

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[Conforme habla se va enfadando más.] ¿Cómo puede usted pensar que yo estaba pensando...? ¿De verdad ha pensado que yo había pensado...? HOMBRE.- No, Lola, por favor, no piense que yo he pensado nada. Preguntaba por preguntar. MUJER.- Pues hace usted unas preguntas más raras... Permítame que se lo diga. [Reflexiona unos segundos antes de seguir.] Además, cómo iba yo a pensar en eso que usted está pensando si llevo una criatura dentro. Eso sería un asesinato, además de un disparate. HOMBRE.- Tiene usted razón. Además, “morir es algo espantoso, del mismo modo que nacer es algo ridículo”. La frase no es mía, es de Santayana, un filósofo. MUJER.- Pues esa frase no me ha gustado. Lo mismo que le digo una cosa le digo la otra. HOMBRE.- No se preocupe. No volveré a citar a Santayana. MUJER.- Ni a Santayana ni a nadie. Si tiene que decir una frase, que sea suya, haga el favor. HOMBRE.- No crea que tengo tantas frases mías. [MUJER empieza a alejarse de HOMBRE. Camina con mucha precaución por la cornisa hacia la izquierda.] ¿Adónde va, Lola? MUJER.- (Molesta.) A mi casa. Acabo de recordar que he dejado la olla en el fuego. HOMBRE.- Perdóneme, Lola, creo que la he ofendido. MUJER.- (Se detiene.) Pues sí, me ha ofendido. Además de ser usted un tipo raro, tiene una mente calenturienta. ¿Cómo ha podido pensar ni por un solo momento que yo había subido aquí para...? En fin, ya sabe... Para eso que insinúa. ¡Y en mi estado de buena esperanza, nada menos! (Asombrada.) ¿Se da cuenta? Ya hablo como mi abuela. Y es por su culpa. HOMBRE.- No se marche, por favor, Lola. Ya le he pedido perdón. MUJER.- Eso no es suficiente. HOMBRE.- ¿Qué puedo hacer más? [MUJER queda pensativa antes de hablar.] MUJER.- Decirme la verdad. HOMBRE.- ¿Qué verdad?

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MUJER.- La verdad de la verdad. No me he creído ni por un momento que usted ha subido aquí a respirar aire limpio. HOMBRE.- ¿No? MUJER.- Pues no. La gente no sube a las cornisas de los edificios a respirar aire limpio. Para eso uno se va a la montaña, o al campo, o a un centro comercial con aire acondicionado. Usted ha venido aquí a otra cosa. HOMBRE.- ¿Qué insinúa? MUJER.- No insinúo nada. Digo lo que pienso. Usted ha venido aquí para... En fin, para... (Señalando hacia abajo.) Usted ya me entiende. HOMBRE.- Hable más claro, se lo suplico. MUJER.- (Haciendo el gesto de saltar.) Pues será que no está claro. HOMBRE.- ¡Lola...! MUJER.- ¿Qué? HOMBRE.- ¡Lola...! Pero ¿cómo ha podido pensar que yo...? ¿De verdad ha pensado que yo estaba pensando...? MUJER.- No piense tanto y respóndame, Lalo. HOMBRE.- ¡Lola...! MUJER.- ¿Qué? HOMBRE.- Me ofende usted al pensar que... MUJER.- Pues no es para tanto, me parece a mí. HOMBRE.- No sabe cuánto lamento que piense usted eso de mí. MUJER.- No si ahora va resultar que además de raro es usted susceptible. HOMBRE.- Pues sí, lo soy. Y muchas cosas que ahora no vienen a cuento. [HOMBRE hace amago de marcharse. Se aleja cabizbajo hacia la derecha.] MUJER.- ¡Lalo...! [HOMBRE se detiene.] HOMBRE (Sin volverse.) ¿Qué...? MUJER.- ¿Adónde va, Lalo? HOMBRE.- Me marcho, Lola. MUJER.- Eso ya lo veo. Pero ¿por qué se marcha así? ¿Se ha enfadado por la pregunta que le he hecho? Si ha sido una preguntita de lo más inocente. HOMBRE.- No, por la pregunta no. -63-


MUJER.- Entonces, ¿por qué? HOMBRE.- Porque no ha creído mi respuesta. MUJER.- Ah, ¿es por eso? Bueno, hombre, bueno... Tampoco es para ponerse así, digo yo. Que estamos muy picajosos hoy. HOMBRE.- Tiene usted razón: no es para ponerse así. “Sea como fuere lo que pienses, creo que es mejor decirlo con buenas palabras...” Uy, perdón, se me escapó una frasecita. MUJER.- Bueno, esa no está mal. HOMBRE.- ¿Le gusta? MUJER.- Mola. Yo también me sé una. HOMBRE.- ¿Una frase? MUJER.- Sí, pero no sé de quién es. HOMBRE.- No importa, Lola. Las mejores frases son anónimas. MUJER.- ¿De verdad? HOMBRE.- Se lo aseguro. Yo entiendo mucho de frases. Y de otras cosas. MUJER.- ¿Quiere que se la diga? HOMBRE.- ¿Decirme qué? MUJER.- La frase, ¿qué va a ser? HOMBRE.- Oh, sí, por supuesto, me encantaría oírla, Lola. MUJER.- Pero prométame que no se va a burlar. HOMBRE.- ¿Cómo iba yo a burlarme de una frase suya? MUJER.- Pues porque usted se sabe tantas frases que la mía le parecerá una más. HOMBRE.- Le prometo que no me burlaré. Excepto que sea una frase humorísticoburlesca. MUJER.- (Se lo piensa antes de responder.) Creo que no. Bueno, ahí va. (Solemne.) “Si lloras por no ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver la luz de las estrellas”. [HOMBRE permanece impasible, sin mover un solo músculo de la cara. El silencio se prolonga. MUJER lo mira con expectación.] Bueno, ya está. ¿No va a decir nada? HOMBRE.- Lola, es usted un cajón de sorpresas. MUJER.- ¿De verdad le ha gustado? HOMBRE.- No se imagina cuánto. MUJER.- Pues mire que me extraña, porque usted habrá oído tantas frases en su vida... Antes me sabía otra, pero ya no me acuerdo. -64-


[Suponemos por los gestos de MUJER que empieza a llover. MUJER mira al cielo, alarga la mano, se sube el cuello de la ropa. HOMBRE no se inmuta.] MUJER.- Está lloviendo. HOMBRE.- Eso parece. MUJER.- (Mirando al paraguas que lleva hombre en la mano.) Sí, qué fastidio, ¿verdad? Y nosotros aquí, mojándonos. HOMBRE.- Bueno, sí, un poco. MUJER.- Pues qué tontería, ¿no? HOMBRE.- ¿El qué? MUJER.- Mojarnos teniendo un hermoso paraguas. HOMBRE.- (Cayendo en la cuenta de su torpeza, pero sin abrir el paraguas.) Oh, sí, qué torpe, es verdad. No me había dado cuenta. Es que no tengo costumbre de utilizarlo. MUJER.- ¿Y cuando llueve tampoco? HOMBRE.- Tampoco. Lo llevo por la costumbre, porque yo antes sí lo utilizaba. Pero hace mucho tiempo. MUJER.- ¿Y no piensa abrirlo? HOMBRE.- (Abriendo el paraguas.) Oh, sí, perdone, qué torpeza la mía. Está usted poniéndose como una sopa. MUJER.- Pues sí. [HOMBRE le entrega el paraguas a MUJER y se retira unos pasos. Ella observa extrañada su comportamiento.] No se quede ahí, a la intemperie. Aquí hay sitio para los dos. ¿O va a decirme que le gusta mojarse? HOMBRE.- Ni me gusta ni me disgusta. La verdad es que la lluvia no me molesta. Pero por no hacerle un feo. [HOMBRE se mete debajo del paraguas. Quedan unos segundos en silencio. HOMBRE se muestra violento por el silencio o por la proximidad de la mujer.] HOMBRE Y MUJER.- (A la vez.) Qué lluvia más inoportuna. [Ríen por la coincidencia. Quedan unos segundos en silencio.] HOMBRE Y MUJER.- (A la vez.) A ver si para de una vez. [Ríen de nuevo por la coincidencia.] MUJER.- Parece que estamos sincronizados. HOMBRE.- Ya le he dicho que entre usted y yo hay muchas cosas en común. Además del nombre.

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MUJER.- No sé, no sé, yo creo que usted no tiene muchas cosas en común con nadie. [Se da cuenta de lo que ha dicho y mira a HOMBRE para comprobar su reacción.] Perdone, no quería decir eso. HOMBRE.- Pero si tiene razón, Lola. ¿Para qué nos vamos a engañar? Además, es lógico que piense así de mí. [HOMBRE mira a MUJER y permanece unos segundos en silencio.] MUJER.- ¿Qué le pasa? HOMBRE.- A mí nada. MUJER.- Entonces, ¿por qué me mira así? HOMBRE.- Pensaba... Pensaba... En fin, pensaba cómo se sentiría una persona que lleva una criatura. No me lo puedo imaginar. Debe de ser fantástico, ¿verdad?. [MUJER rompe a llorar. HOMBRE la mira con asombro. No reacciona. Después intenta tocarla pero no se atreve.] ¿Qué le ocurre, Lola? ¿He dicho algo inapropiado? Le pido perdón. [MUJER niega con la cabeza, pero es incapaz de hablar.] Ya le digo que soy un metepatas. Siempre lo he sido y siempre lo seré. No tengo remedio. MUJER.- (Lloriqueando.) Usted no puede entenderlo porque no es una mujer, ni podrá pensar ni sentir nunca como una mujer. HOMBRE.- Pero puedo hacerme una idea. He leído mucho sobre mujeres. MUJER.- (Lloriqueando.) No diga tonterías. Esas cosas no se pueden aprender leyendo cuatro frasecitas de futbolistas famosos. HOMBRE.- Discúlpeme, Lola, ahora veo que estaba equivocado. Siempre pensé que todas las mujeres sueñan con ser madres y, por consiguiente, deduje que usted sería una mujer feliz o muy feliz MUJER.- (Lloriqueando.) Pues no, no lo soy. Soy la mujer más desgraciada del mundo. Usted no me conoce, Lalo, pero a veces tengo pensamientos terribles. Y entonces, cuando tengo pensamientos terribles, se me ocurren cosas terribles. -66-


Usted no puede ni imaginar las cosas tan terribles que se me ocurren. HOMBRE.- Hay mucha gente que tiene pensamientos terribles. No debe preocuparse por eso. MUJER.- (Lloriqueando) ¿Usted ha tenido alguna vez pensamientos terribles? HOMBRE.- Por supuesto. [MUJER deja bruscamente de llorar.] MUJER.- ¿Qué tipo de pensamientos terribles? HOMBRE.- Dejémoslo simplemente en pensamientos terribles a secas. Las categorías no aportan nada a los pensamientos terribles. MUJER.- ¿Usted ha pensado alguna vez en subirse a lo más alto de un edificio, por poner un ejemplo que se me acaba de ocurrir, y lanzarse al vacío? HOMBRE.- Pues ahora que lo menciona, le diré que sí. ¿Y usted, Lola?, ¿ha pensado alguna vez lanzarse al vacío y... Ya me entiende... Acabar con todo? MUJER.- (Llorando.) Sí, yo también lo he pensado. Yo también. [HOMBRE la abraza con gesto de incomodidad.] HOMBRE.- No se torture, Lola. Seguro que eso pasó hace mucho tiempo. MUJER.- Sí, hace mucho tiempo. HOMBRE.- Seguro que ya no piensa hacer eso. MUJER.- No, ya no lo pienso. HOMBRE.- Seguro que ahora ve la vida de otra manera. (Pausa.) ¿Está usted casada, Lola? MUJER.- Sí. HOMBRE.- ¿Y es feliz con su marido? MUJER.- ¿Y eso cómo se sabe? HOMBRE.- ¿Está usted enamorada? MUJER.- Sí. Pero no de mi marido. HOMBRE.- Caramba. MUJER.- El hijo que estoy esperando no es de mi marido. HOMBRE.- Qué cosas le pasan, Lola. MUJER.- ¿A usted no le pasan cosas así? HOMBRE.- No, a mí no... Pero puedo entender su desasosiego. MUJER.- ¿De verdad? HOMBRE.- Naturalmente. MUJER.- Yo no quiero hacerle daño a mi marido. -67-


HOMBRE.- Pues dígale que el hijo es de él y no del otro. [MUJER se queda muy seria. Mira a HOMBRE extrañada.] MUJER.- Mi marido puede ser un cornudo, pero no es estúpido. Hace años que entre nosotros no... que no... En fin, usted ya sabe. HOMBRE.- No, no sé a qué se refiere. [MUJER hace un gesto con las manos.] ¿Que no hay coyunda entre ustedes? MUJER.- Sí, eso. Pero yo lo amo. HOMBRE.- Ese es el amor verdadero. MUJER.- ¿Eso quién lo dice? HOMBRE.- Lo dice Nietzsche. MUJER.- ¿El futbolista? HOMBRE.- El filósofo. MUJER.- Ah, vale. Porque yo de lo que diga un futbolista no me fío nada. HOMBRE.- Mire, ya ha parado de llover. MUJER.- ¿Y qué? HOMBRE.- Pues que ya podemos cerrar el paraguas. MUJER.- ¿Usted quiere cerrar de verdad el paraguas? HOMBRE.- No sé. ¿Usted no quiere? MUJER.- Yo estoy muy bien aquí, debajo del paraguas, con usted. Me gustaría quedarme aquí para siempre. HOMBRE.- ¿Debajo del paraguas? MUJER.- ¿Le parece raro? HOMBRE.- No, a mí me pasa lo mismo. MUJER.- ¿De verdad? HOMBRE.- (Levantando una mano como si hiciera un juramento.) Le doy mi palabra de honor. [MUJER pasa del llanto a la sonrisa.] MUJER.- Me ha hecho usted reír. HOMBRE.- Ha sido sin querer. MUJER.- Me gustan los hombres que me hacen reír. HOMBRE.- (Con disgusto.) Mi mujer me decía lo mismo. ¿Y sabe lo que le decía yo? MUJER.- No. HOMBRE.- Que si quería reírse se fuera a ver a los payasos del circo. Pero eso no es gratis, por supuesto. MUJER.- ¿De verdad le decía eso? -68-


HOMBRE.- De verdad. MUJER.- ¿Y ella no lo mandó nunca a hacer gárgaras? HOMBRE.- Me abandonó. MUJER.- Cuánto lo siento. HOMBRE.- Yo no lo siento en absoluto. MUJER.- Entonces, yo tampoco. [Permanecen en silencio durante unos segundos.] HOMBRE.- Lola. MUJER.- Dígame, Lalo. HOMBRE.- Quédese aquí conmigo, Lola. MUJER.- Ya estoy aquí con usted, Lalo. HOMBRE.- Quiero decir que se quede aquí conmigo para siempre. MUJER.- ¿Para siempre...? HOMBRE.- ¿O prefiere volver con su marido? MUJER.- No, eso no. Se me caería la cara de vergüenza. HOMBRE.- ¿Entonces...? MUJER.- Entonces, ¿qué...? HOMBRE.- ¿Se quedará aquí conmigo? MUJER.- Pero si acabamos de conocernos. HOMBRE.- Yo, sin embargo, tengo la sensación de conocerla desde la eternidad. Somos almas gemelas, Lola. MUJER.- ¿No estará exagerando, Lalo? HOMBRE.- Yo puedo ser un buen padre para su hijo. MUJER.- ¿Y si es hija? HOMBRE.- También. MUJER.- Pero yo a usted no lo amo. HOMBRE.- El roce hace el cariño. Miraré para otro lado si decide serme infiel. MUJER.- ¿De verdad haría eso por mí? HOMBRE.- Naturalmente. Póngame a prueba y lo verá.

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ACTO II Ha pasado más de un año, pero HOMBRE y MUJER visten igual. Sobre la cornisa hay una mesita plegable con tazas, vasos y una cafetera italiana. Una silla plegable a la derecha y otra a la izquierda. MUJER está sentada en la silla de la izquierda y HOMBRE en la de la derecha. Junto a MUJER hay un carrito en el que duerme un bebé de pocos meses. Todo muy apretado, sin espacio para moverse. HOMBRE y MUJER llevan una taza de café en la mano. HOMBRE.- Hoy hace un día estupendo y maravilloso. Todo es magnífico, diría yo. Los pajaritos cantan, las nubes se levantan... ¿No te parece, Lola? MUJER.- Si tú lo dices. (Señalando al cielo.) Yo veo que se están cerrando las nubes. Además, mira qué negro viene por allí. O mucho me equivoco, o va a diluviar. HOMBRE.- Mujer, tienes que ser optimista. MUJER.- Ya, pero aunque sea optimista no va a salir el sol ni van a cantar los pajaritos. HOMBRE.- (Señalando a la calle.) Mira, mira, mira cómo corren aquellos. Parecen cucarachas perseguidas por el exterminador de plagas. MUJER.- Corren para que no se les ponga el semáforo en rojo. (Pausa.) ¡Cómo echo de menos los semáforos en rojo! ¿Tú no echas de menos los semáforos en rojo? HOMBRE.- Al contrario, soy muy feliz sin semáforos en rojo. No se puede ser feliz con tantos semáforos en rojo. Aquí se vive de maravilla sin semáforos en rojo, ¿verdad, Lola? MUJER.- ¿Y se puede vivir de maravilla con los semáforos en verde? HOMBRE.- No, en verde tampoco. No se puede ser feliz con semáforos en ningún color. Los semáforos coartan la libertad de seres humanos y de vehículos indistintamente. (Pausa.) ¿Un poco más de café, Lola? MUJER.- No, gracias, Lalo. Tomaría un poco de leche, pero no tenemos. HOMBRE.- Estoy pensando en comprar una vaca frisona. He leído en alguna parte que son las que más leche dan. Y de más calidad. MUJER.- ¿Y traerla aquí arriba? HOMBRE.- Naturalmente. Sería como una más de la familia. -70-


A las vacas se les coge mucho cariño, según tengo entendido. MUJER.- Pero ya estamos muy apretados, ¿no te parece?. Lalito necesitará leche cuando deje de mamar. Y huevos. Compraré también una gallina. O mejor dos, para que se hagan compañía. La soledad es terrible, Lola, te lo digo por experiencia. MUJER.- Lalito necesitará muchas más cosas además de leche y huevos. HOMBRE.- No tienes que preocuparte por nada. Lo tengo todo pensado. A Lalito no le faltará de nada, confía en mí. No te imaginas con qué poco se puede vivir. MUJER.- Sí, Lalo, claro que me lo imagino. Ya no me acuerdo ni de la forma que tienen las monedas. (Con ironía.) Me suena que eran redondas, ¿verdad? HOMBRE.- Lalito será un niño feliz porque no conocerá la barbarie del consumismo. MUJER.- No, desde luego, eso no lo va a conocer. Como tampoco conocerá lo que es cambiar cromos o ir a la escuela. HOMBRE.- No lo va a necesitar. Yo le enseñaré todo lo que necesita saber. Seré su padre, su maestro y su amigo. No echará en falta a otros niños, porque yo puedo ser niño cuando me lo propongo y adulto cuando lo sea necesario. Vamos a ser muy felices los tres aquí arriba. De hecho, ya lo somos, Lola. ¿No te parece? MUJER.- Sí, Lalo, aunque unos más que otros. HOMBRE.- ¿Un poco de café? MUJER.- Que no, que no quiero café, pesado, que a mí no me gusta el café sin leche. ¿Tanto trabajo te cuesta entender eso? HOMBRE.- La tendrás pronto, ya lo verás. Permanecen en silencio unos segundos. MUJER mueve ligeramente el carricoche para dormir al niño. MUJER.- Oye, Lalo. HOMBRE.- Dime, Lola. MUJER.- ¿Por qué te abandonó tu mujer? HOMBRE.- Más bien deberías preguntar “por quién me abandonó”. MUJER.- No me digas que te dejó por otro. HOMBRE.- En efecto, así fue. MUJER.- Pobrecito. HOMBRE.- Sí, pobrecito. No me cabe ninguna duda de que cuando descubrió cómo era verdaderamente mi mujer se cortó -71-


las venas. O quizá se tiró desde la cornisa de un edifico. No me extrañaría, incluso, que metiera la cabeza en un horno de gas. Pobrecito. MUJER.- Me refería a ti. Pobrecito. HOMBRE.-¿Yo...? No, no, al contrario. El día que me abandonó brindé con una bebida espirituosa. Y eso que soy abstemio. Bailé una jota sobre la mesa de la cocina. Me mondo al recordarlo. MUJER.- Pues yo siempre he creído que... En fin... (Señalando hacia abajo.) Creía que era por lo de tu mujer por lo que tú querías... Ya sabes. HOMBRE.- No, Lola, no sé. ¿Qué es lo que creías? MUJER.- Creía que querías saltar al vacío porque ella te había abandonado. [HOMBRE se carcajea.] HOMBRE.- ¿De verdad creías eso? Qué disparate. MUJER.- Bueno, la gente a veces se tira desde las cornisas por esas cosas, ¿no? HOMBRE.- La gente estúpida, querrás decir. La gente inteligente se tira desde las cornisas por cosas inteligentes. (Pausa.) ¿Otra taza de café? MUJER.- Que no, pesado, que no quiero café si no es con leche. HOMBRE.- Tendrás tu leche, no te preocupes. [Guardan silencio durante unos segundos. HOMBRE permanece despistado. MUJER lo mira.] MUJER.- Lalo. HOMBRE.- Dime, Lola. MUJER.- Entonces, ¿por qué querías saltar? [HOMBRE la mira muy serio. Tarda en responder. Finalmente dulcifica el gesto.] HOMBRE.- Tú no lo entenderías. MUJER.- ¿Crees que soy tonta? HOMBRE.- No, Lola, yo no he dicho eso. Ni siquiera lo he pensado. MUJER.- Pero lo das a entender con esa respuesta. HOMBRE tarda en responder. Porque soy un mediocre sin criterio. MUJER.- ¿Cómo dices? HOMBRE.- Digo que quería saltar desde esta cornisa porque -72-


soy un mediocre, un pusilánime, un teórico que sigue las teorías de los otros pero es incapaz de tener ideas propias. MUJER.- ¿Y eso qué significa, Lalo? HOMBRE.- Significa que soy un tipo gris, Lola, una persona anodina. MUJER.- Pero ¿cómo puedes decir eso, Lalo? Tú has leído muchos libros, te sabes muchas frases... Eres catedrático de Filosofía. HOMBRE.- ¿Y qué? MUJER.- ¿Te parece poco? HOMBRE.- Menos que poco, Lola. Eso no es nada. Leí muchos libros en mi vida, pero no fui capaz de escribir ni uno solo. Y créeme que lo intenté. Me sé muchas frases de memoria, pero ninguna es mía. Todas las dijeron otros. Y sí, soy catedrático, pero cuando salgo del aula la gente me confunde con un vendedor de seguros y me huye porque creen que voy a venderles un seguro de deceso. MUJER.- No digas eso, Lalo. Los vendedores de seguros no se saben frases de memoria. HOMBRE.- Algunos sí. MUJER.- Pero serán tan bonitas como las tuyas. HOMBRE.- Ahora cualquiera puede entrar en Internet y, sin haber leído un libro en su vida, aprender media docena o docena y media de frases para impresionar. MUJER.- No, Lalo, yo no sería capaz de aprenderme ni media docena de frases para impresionar. HOMBRE.- Porque tú eres un alma pura, Lola. MUJER.- No, por eso no, es porque no se me quedan las cosas de memoria. Pero eso no es de ahora, no te vayas a pensar, que ya en la escuela me costaba horrores aprenderme la tabla de... [HOMBRE rompe a llorar sin estridencias.] ¿Qué te pasa Lalo? HOMBRE.- Que soy un hombre sin ideas propias y sin criterio. Todo en mí es contradictorio. ¿Y eso es malo? HOMBRE.- Sí. Unas veces soy de derechas y otras veces soy de izquierdas. A veces no soy de ninguna de las dos. Soy agnóstico por el día, pero rezo por las noches. A veces leo la Biblia. Unos días defiendo la pena de muerte y otros abriría las puertas de todas las cárceles para que escaparan los presos. MUJER.- Vaya, Lalo, eso no está bien. HOMBRE.- ¿El qué? -73-


MUJER.- Abrir las puertas de todas las cárceles. Se llenarían las calles de delincuentes. HOMBRE.- Amo a los animales, pero siento desprecio por el género humano. Unas veces odio el tabaco y otras fumo compulsivamente. Soy partidario del mercado libre y al mismo tiempo defiendo el proteccionismo a ultranza. MUJER.- A mí no me gusta ni lo uno ni lo otro. Lo mejor es un término medio, como en botica. HOMBRE.- Lloro con las películas de risa y río con los dramas. Nunca estoy seguro cuándo hay que reír o llorar. Envidio a la gente que lo hace de manera espontánea. MUJER.- Nada de lo que me cuentas me parece tan grave, Lalo. HOMBRE.- ¿Cómo que no? Va en contra del principio ontológico: “no es posible que una misma cosa sea y no sea en el mismo sentido y al mismo tiempo”. MUJER.- ¿Y eso te parece un motivo para...? En fin, ya sabes... (Señalando al vacío.) Para tirarte. HOMBRE.- ¿A ti no te parece suficiente motivo? MUJER.- Pues no, la verdad. Si me dijeras que es porque estás embarazado. Es más, si me dijeras que estás embarazado y el niño no es de tu mujer... Entonces sí lo entendería. HOMBRE.- Pero eso sería imposible, Lola. MUJER.- No te creas, Lalo. Cosas más raras se han visto. (Pausa.) ¿Te apetece un café? HOMBRE.- Oh, Lola, eres maravillosa. A veces creo que no te merezco. MUJER.- Pero sin leche, Lalo. No tenemos leche. HOMBRE.- Conocerte es lo más maravilloso que me ha pasado en mi vida. MUJER.- Yo no sé si lo de traer una vaca aquí será buena idea. HOMBRE.- Soy un hombre afortunado. MUJER.- Sin embargo, lo de las gallinas no me parece tan disparatado. HOMBRE.- Me habría gustado conocerte mucho antes. Aunque son sucias, ocupan poco lugar... Y no meten tanto ruido como las vacas. Ni dejan esas plastas tan horrorosas. ¿Sabes una cosa, Lola? MUJER.- ¿Qué cosa? HOMBRE.- Creo que me enamoré de ti en el mismo momento en que te vi caminar por esta cornisa. [Los dos miran hacia el carrito del bebé. Por sus gestos suponemos que el niño se ha despertado o llora.] -74-


MUJER.- Con tanta cháchara hemos despertado a Lalito. [MUJER se levanta y saca al bebé envuelto en pañales. Lo abraza y lo mueve para que se duerma.] Ea, ea, ea... Venga, mi nene, arro... Ea, ea, ea... HOMBRE.- Pregúntale si le apetece un café. MUJER.- ¡Lalo, por Dios, que es un bebé! HOMBRE.- ¿Y los bebés no toman café? MUJER.- Pues claro que no. Pero ¿tú en qué mundo vives? HOMBRE.- En el mío. Yo a su edad ya tomaba café. MUJER.- Así has salido tú. HOMBRE.- ¿Qué quieres decir, Lola? [MUJER se sienta con el bebé en brazos y lo arrulla.] MUJER.- Venga, mi niño, duérmete otra vez. [MUJER le canta una nana.] HOMBRE.- ¿Sabes, Lola? Me siento el hombre más feliz del mundo a tu lado. MUJER.- Eso ya lo sé. Lo dices todos los días. A veces varias veces al día. HOMBRE.- Tengo grandes planes. Sí, ya me los has dicho: comprar una vaca, una gallina, o dos para que se hagan compañía. Y mucho más. No quiero que a Lalito le falte de nada. Pero no en el sentido material sino en el intelectual y formacional íntegro de la persona. MUJER.- Pues qué bien. Allí abajo se estarán muriendo de envidia. HOMBRE.- Quiero que aprenda idiomas: inglés, francés, alemán. Pero también lenguas antiguas: latín, griego, sánscrito. Incluso, esperanto, ¿por qué no? MUJER.- ¿Y para qué va a servirle estudiar tantos idiomas si no tiene con quién hablarlos? HOMBRE.- Le servirá para realizarse. También le enseñaré álgebra y nociones elementales de física, aunque ya las tengo algo olvidadas. Quiero que Lalito sea un niño instruido. Que lea a Platón y a Joyce. Que recite de memoria a Homero. Que tenga una mente abierta y libre. MUJER.- ¿Y de verdad crees que sabrá apreciar las ventajas de tener una mente abierta y libre? HOMBRE.- Naturalmente. -75-


MUJER.- ¿Y has pensado qué ocurrirá cuando llegue a la adolescencia y quiera echarse novia? HOMBRE.- Eso no ocurrirá nunca, Lola. MUJER.- ¿Por qué estás tan seguro? HOMBRE.- Porque no se puede desear lo que no se conoce. Lo dijo Séneca. MUJER.- ¿Ya estás otra vez con las frasecitas? HOMBRE.- Perdona, Lola. MUJER.- ¿Y qué pasará cuando quiera salir por las noches? HOMBRE.- Podrá hacerlo libremente. Nosotros no seremos unos padres opresivos y coercitivos, aunque le daremos unos buenos valores y principios sólidos. MUJER.- Sí, pero ¿adónde irá de marcha el pobrecito los fines de semana y vísperas de fiesta? HOMBRE.- La cornisa es muy larga. Siempre que lo haga con cuidado podrá recorrerla hasta la hora que quiera. MUJER.- No me refiero a ese tipo de marcha. ¿Y si quiere hacer botellón? HOMBRE.- Le explicaremos la teoría de Sartre, ya sabes, el existencialismo. MUJER.- ¿Y qué dice el existencialismo sobre el botellón? HOMBRE.- El existencialismo dice que el hombre es libre para elegir. MUJER.- (Con ironía.) Me quedo más tranquila al saberlo. Cada día aprendo algo nuevo, Lalo. HOMBRE.- Es natural. A mí me gustaría aprender cosas nuevas, pero estoy en una etapa de estancamiento. MUJER.- No me extraña. HOMBRE.- ¿Qué te pasa, Lola? Te veo muy pesimista hoy. MUJER.- No sé, Lalo. Será porque echo de menos unas gotitas de leche en el café. HOMBRE.- Si eso es lo único que echas de menos, no me parece justificado tu pesimismo. MUJER.- También echo de menos correr para que no se me ponga el semáforo en rojo. HOMBRE.- ¿De verdad? MUJER.- Echo de menos incluso los semáforos en verde. Echo de menos caminar por la calle y cansarme. Entrar en una tienda muy bonita y muy cara y mirar los precios de las cosas en la etiqueta y darme cuenta de lo pobre que soy. Echo de menos ser pobre. ¡Quién me lo iba a decir hace un tiempo...! HOMBRE.- Qué cosas más raras dices, Lola. -76-


MUJER.- Echo de menos cerrar la ventana. Y también abrirla. Echo de menos sentarme en el sofá y pasar mil canales sin ver ninguno. Echo de menos los anuncios de detergente. Echo de menos el canal de Teletienda y la publicidad de la radio. Echo de menos subir y bajar en un ascensor. Echo de menos mirarme en un espejo y decirme que estoy horrorosa. Echo de menos criticar a los vecinos. Echo de menos la estupidez y hacer la declaración de la renta en primavera. (Pausa.) ¿Tú no echas nada de menos? HOMBRE.- No, Lola, yo no echo nada de menos. No hay nada en mi vida que sea digno de echar de menos. MUJER.- Eso que dices es muy triste, Lalo. HOMBRE.- Es la verdad, Lola. MUJER.- ¿No te gustaría pasear conmigo por un parque? HOMBRE.- Sí. MUJER.- ¿No te gustaría que fuéramos con Lalito a comprarle la ropa de entretiempo? HOMBRE.- Sí. MUJER.- ¿No te gustaría que fuéramos al cine y a la tómbola con Lalito? HOMBRE.- Sí. MUJER.- ¿No te gustaría que tuviéramos una casa con baño y con dormitorio? HOMBRE.- Sí, me gustaría mucho. MUJER.- ¿No te gustaría...? (Cayendo en la cuenta de las respuesta de HOMBRE.) ¿Cómo has dicho Lalo? HOMBRE.- He dicho que sí me gustaría. MUJER.- ¿Y por qué no lo hacemos? HOMBRE.- Porque no puedo. MUJER.- ¿Por qué no nos marchamos de esta cornisa? HOMBRE.- Porque no puedo. MUJER.- ¿Por qué no vivimos en un pisito como todo el mundo, aunque tengamos que pagar una hipoteca de sesenta años? HOMBRE.- Porque no puedo. MUJER.- ¿Por qué no criamos a Lalito como lo crían todos los padres? HOMBRE.- No puedo, Lola, no puedo hacer todo eso que a ti te gustaría. MUJER.- ¿No quieres o no puedes? Porque no es lo mismo una cosa que la otra. HOMBRE.- Yo no soy lo que tú crees que soy. -77-


MUJER.- ¿Y qué crees que yo creo que tú eres? HOMBRE.- Yo no soy como tú, Lola. MUJER.- Faltaría más. HOMBRE.- Yo salté hace tiempo. MUJER.- ¿Cómo que saltaste, Lalo? ¿Qué estás diciendo? HOMBRE.- (Señalando abajo.) Que salté, Lola, que salté, eso es lo que te estoy diciendo. MUJER.- (Señalando abajo.) ¿Pero, que saltaste... saltaste... de saltar? HOMBRE.- Sí, Lola, salté de saltar. Eso es lo que te estoy diciendo. MUJER.- Eso no puede ser, Lalo. Me estás tomando el pelo. HOMBRE.- No te estoy tomando el pelo. Ni siquiera sé tomar el pelo. Yo soy un hombre serio. MUJER.- Sí lo eres. Eso es verdad. HOMBRE.- Yo vine aquí hace mucho tiempo. Vine solo, aturdido, desengañado. No me encontré a nadie. Estábamos únicamente el vacío y yo. Cerré los ojos y salté con paraguas y cartera. Pensaba que todo se acabaría en ese instante, pero ya ves que no. MUJER.- ¿Quieres decir que...? HOMBRE.- Quiero decir que desde entonces mi existencia se reduce a esta cornisa. Llevo años sintiendo la soledad de esta cornisa. MUJER.- Pero eso no puede ser, Lalo. Me estás engañando. Si hubieras saltado ahora estarías en el otro mundo. HOMBRE.- Este es el otro mundo, Lola. MUJER.- Entonces, ¿estás muerto? HOMBRE.- No. Yo estaba muerto antes de saltar, porque no hay nadie más muerto que aquel a quien todos ignoran. MUJER.- No juegues conmigo, Lola, que yo soy muy tonta y me creo todo lo que me dices. HOMBRE.- No, Lola. No estoy jugando contigo. Tampoco sé jugar. Todos los juegos me parecen absurdos, incluso los naipes. MUJER.- Me estás poniendo a prueba: quieres ver cuál es mi reacción para burlarte de mí, ¿no es eso? HOMBRE.- No, Lola, te estoy contando la verdad. Ahora ya sabes por qué nunca podremos llevar la vida que a ti te gustaría llevar. MUJER.- (Tapándose el rostro.) Pero eso es un disparate. Tú eres real, Lalo. Tus ronquidos por las noches son reales. Tus -78-


gárgaras por la mañana son muy muy reales. Tus frasecitas filosóficas son reales. Tu rareza es real. HOMBRE.- “La realidad es tan irreal como la propia irrealidad”, si me permites la cita. MUJER.- ¿Y qué vida me espera a mí al lado de alguien irreal que se tiró de una cornisa hace años? ¿Qué vida le espera a Lalito? ¿Tú crees que puede ser feliz con esta vida? HOMBRE.- La felicidad es una quimera, Lola. Es un concepto vacío, un invento para tener alguna esperanza en medio de la desesperanza. La felicidad es el punto G de la filosofía, Lola. MUJER.- Me aturdes con tu palabrería, Lalo. No quiero seguir oyendo tus frasecitas. HOMBRE.- Antes te gustaban, Lola. MUJER.- Antes me gustaban muchas cosas. HOMBRE.- ¿Y ahora no? MUJER.- Ahora echo de menos las cosas que antes no me gustaban. Y las que me tendrían que gustar las aborrezco. HOMBRE.- No hables así, Lola. MUJER.- ¿Y cómo quieres que hable? Me has engañado. Me has hecho creer lo que no es. Me has... Me has... HOMBRE.- No quiero estar solo, Lola. La soledad es terrible. La soledad y la eternidad son las cosas más terribles que existen. MUJER.- ¿Más que la mentira? HOMBRE.- Mucho más, Lola. Infinitamente más. La mentira a veces es una forma de supervivencia. MUJER.- Cállate, no quiero oírte más. HOMBRE.- Pero, Lola... MUJER.- Ni Lola, ni porras. Necesito pensar. HOMBRE.- Pues piensa. Aquí arriba se piensa muy bien. Es lo que dijiste cuando nos conocimos. ¿No lo recuerdas? MUJER.- No puedo pensar si estás tú delante. HOMBRE.- Entonces date la vuelta y no me verás. MUJER.- Necesito estar sola. HOMBRE.- No quiero estar solo. Pero si te vas a sentir mejor puedo irme al otro extremo de la cornisa para que pienses tranquila. MUJER.- No es suficiente. Necesito estar totalmente sola para aclarar mis ideas. Y tú no paras de hablar. HOMBRE.- Yo puedo ayudarte, Lola. Tengo nociones básicas de psicología y terapia constructiva. MUJER.- (Tapándose los oídos.) Cállate, ¿me oyes?, cállate. No quiero seguir oyéndote. Voy a enloquecer. Cállate de una vez. -79-


ACTO III La misma cornisa, vacía. MUJER 2 entra por la izquierda, de cara a los espectadores y con la espalda muy pegada a la pared. Avanza despacio, palpando la pared, asustada por la altura. Está nerviosa. Se desplaza hacia el centro de la cornisa, pero se detiene antes de llegar. MUJER 2.- Nadie dijo que iba a ser fácil. No, no es nada fácil. Pero no puedes titubear. Tienes que mantenerte firme hasta el último momento. La decisión ya está tomada. No puedes echarte atrás. ¡No vas a echarte atrás! Solo falta el último tramo. Pero es el más difícil. Dicen que, cuando alguien va a morir, en el último instante pasa su vida por delante como una película. Pero yo no veo ninguna película. ¿Significa eso que no voy a ser capaz de hacerlo? Mira hacia abajo, siempre tocando la pared con la espalda. Se acerca al borde de la cornisa. Cierra los ojos. Se pone en posición de saltar. Una, dos... [Entra HOMBRE por la derecha. Viste con ropas de otro tiempo: chaleco, pajarita, gafas de pasta, lleva una cartera de profesor en la mano y un paraguas negro. Avanza mirando a MUJER 2, que no lo ha visto llegar.] HOMBRE.- Buenos días... MUJER 2 se sobresalta. Abre los ojos. Se lleva una mano al corazón como si le fuera a dar un ataque. Vacila sobre la cornisa. Está a punto de perder el equilibrio y caer al vacío, pero en el último momento HOMBRE le tiende el paraguas y ella se agarra. ¡Perdone! ¿La he asustado? MUJER 2.- (Llevándose las manos al corazón.) ¿Que si me ha asustado, dice? Me ha dado usted un susto de muerte, caballero. ¿No se da cuenta de que padezco del corazón? HOMBRE.- ¡Ay, perdone... pobrecita! No tenía ni idea. MUJER 2.- Padezco arritmia nerviosa desde los veinte años. HOMBRE.- ¿Es usted nerviosa? MUJER 2.- De toda la vida, sí. A mí es que los nervios me comen. -80-


HOMBRE.- A mí también. MUJER 2.- ¿Padece usted también arritmia nerviosa? HOMBRE.- La padecí en otro tiempo, sí. Pero ya no. MUJER 2.- Qué suerte tiene... HOMBRE.- De haber sabido lo de su arritmia la habría avisado de mi presencia con tosecitas o sonidos guturales. Es lo que se hace en casos como este, aunque no se padezca arritmia nerviosa. Perdóneme. He sido un estúpido. Soy un metepatas. Siempre he sido un metepatas y siempre lo seré. MUJER 2.- No pasa nada. Usted no podía saber lo de mis arritmias. HOMBRE.- Es cierto. Veo que es usted una mujer positiva y optimista. MUJER 2.- No se crea. Más bien es todo lo contrario. HOMBRE.- ¿Es usted pesimista? MUJER 2.- Bueno, unas veces soy pesimista y otras optimista. Y otras soy las dos cosas a la vez. HOMBRE.-Vaya coincidencia. A mí me pasa lo mismo. Pero los que somos así no podemos evitarlo, ¿no le parece? MUJER 2.- Sí, pero contradice el principio ontológico: “No es posible que una misma cosa sea y no sea en el mismo sentido y al mismo tiempo”. HOMBRE.- Caramba, me deja de una pieza. ¿Le interesa a usted la filosofía? MUJER 2.- Digamos que soy profesora de filosofía. HOMBRE.- Otra coincidencia. ¿Se da cuenta? MUJER 2.- No me diga que usted también es profesor de filosofía. HOMBRE.- ¿Yo? No, no, por supuesto que no. Yo soy un simple técnico de transporte y urgencias sanitarias. MUJER 2.- ¿Es usted celador de un hospital? HOMBRE.- Conductor de ambulancias, para ser más exacto. MUJER 2.- Entonces no entiendo cuál es la coincidencia. HOMBRE.- Pues que también me interesa mucho la filosofía. MUJER 2.- No me diga. HOMBRE.- Sí, sí, mucho. Sin embargo por mi trabajo apenas tengo tiempo de leer filosofía. Ni siquiera tengo tiempo de ver el fútbol en la tele, que es mi entretenimiento favorito. Pero me gusta de vez en cuando aprender alguna frase que sea profunda y aporte luz a mi supina ignorancia. Esa frase del principio ontológico me sonaba así por encima, pero no me la sabía de memoria como usted. A mí es que no se me quedan las cosas de memoria. Vamos, algunas sí. -81-


(Pausa. Se miran sin hablar.) Verá, me sé una frase muy bonita. ¿Quiere oírla? MUJER 2.- Bueno. HOMBRE.- “Si lloras porque no puedes ver el sol, tus lágrimas no te dejarán ver la luz de las estrellas”. MUJER 2.- Muy interesante... Y muy tópica. Es la frase que escriben en las carpetas todos los adolescentes. HOMBRE.- Precisamente fue en la adolescencia cuando la aprendí. Fíjese si hace tiempo. Y todavía la recuerdo. Eso sí, no recuerdo más que esa frase. Me incomoda y me aburre la gente que está continuamente repitiendo frases de memoria. Principalmente si las frases no son suyas, sino de otros. ¿A usted no le pasa lo mismo? MUJER 2.- Sí, también. Odio la pedantería, si es a eso a lo que se refiere. HOMBRE.- ¿Ve como hay muchas cosas en las que nos parecemos? MUJER 2.- No estoy tan segura. HOMBRE.- ¿Y viene usted mucho por aquí? MUJER 2.- Pues no, la verdad es que es la primera vez. HOMBRE.- No me diga más: ha venido usted a pensar. MUJER 2.- No exactamente... ¿Por qué lo pregunta? HOMBRE.- Porque aquí viene mucha gente a pensar, ¿sabe? En lo alto se piensa mejor que a ras del suelo. MUJER 2.- ¿Y usted sí viene mucho por aquí? HOMBRE.-Regular. Bueno, vengo de vez en cuando a respirar aire limpio. Ahí abajo hay demasiad contaminación. Y demasiados semáforos en rojo. MUJER 2.- ¿Cómo dice? HOMBRE.- Nada, olvídelo, es una tontería que se me acaba de ocurrir. MUJER 2.- A mí no me gustan los semáforos en rojo. HOMBRE A mí tampoco. ¿Ve cómo nos parecemos mucho? (Pausa.) ¿Y le gustan los semáforos en verde? MUJER 2.- Tampoco. No me gustan los semáforos en general porque coartan la libertad de los individuos y los vehículos a partes iguales. HOMBRE.- Tiene razón, aunque no habría sabido decirlo con esas palabras tan acertadas que utiliza usted. MUJER 2.- Eso es porque leo y aprendo constantemente.

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HOMBRE.- Mire, en eso no nos parecemos. Yo procuro no leer. Prefiero tener mi propio criterio y no dejarme influir por lo que dicen o escriben los demás. Soy un hombre de firmes convicciones, aunque ahora quizá no sea el momento de enumerarlas todas. Temo hacerme pesado. MUJER 2.- ¿Y de verdad que no le parece extraño que nos encontremos en una cornisa? HOMBRE.- En absoluto. Me parece la cosa más natural del mundo. No tiene que darle más vueltas. Por aquí pasa mucha gente con cierta frecuencia. La vida ahí abajo es cada vez más insoportable. MUJER 2.- ¿Ve?, en eso estoy de acuerdo con usted. HOMBRE.-Ya se lo decía yo. Nos parecemos más de lo que usted piensa. Por cierto, no nos hemos presentado. (Tendiéndole la mano.) ¿Con quién tengo el gusto de hablar? MUJER 2.- (Estrechándose la mano.) Me llamo Paqui. HOMBRE.- ¡No puede ser...! MUJER 2.- ¿Cómo dice? HOMBRE.- Que no es posible que usted se llame Paqui. MUJER 2.- Pues le aseguro que me llamo así. HOMBRE.- ¡Nooo! MUJER 2.- Sííí. HOMBRE.- ¡Nooo! MUJER 2.- ¿Va usted a saber mejor que yo cómo me llamo? HOMBRE Menuda coincidencia. Esto sí que es ya el súmmum. MUJER 2.- ¿Se está usted burlando de mí? HOMBRE.- No me estoy burlando. Es que nos llamamos igual. MUJER 2.- No. HOMBRE.- Sí. MUJER 2.- ¿Va a decirme que se llama usted Paqui? HOMBRE.- No, no, naturalmente. Me llamo... Me llamo Quipa. MUJER 2.- Pues vaya nombrecito. Sus padres se quedaron a gusto. ¿Eran antropólogos o qué? HOMBRE.- Pero ¿no se da cuenta, Paqui? MUJER 2.- Es usted un hombre muy raro para ser conductor de ambulancias. ¿De qué se supone que tendría que darme cuenta? HOMBRE.- Pero si está muy claro: Pa-qui. Qui-pa. Me llamo Paqui al revés. ¿Lo entiende ahora? -83-


[MUJER 2 lo mira con los ojos muy abiertos.] No puede ser una simple casualidad. Esto tiene que ser una señal. ¿No le parece? MUJER 2.- Yo no creo en las señales. HOMBRE.- ¿No es usted una mujer creyente? MUJER 2.- En absoluto. HOMBRE.- Yo sí. Es decir, antes no era creyente, pero ahora sí lo soy. Las personas cambian, ¿no le parece? De lo contrario la humanidad no evolucionaría. Las ambulancias de hace un siglo no se parecen en nada a las de ahora. MUJER 2.- Sí, las personas y las ambulancias cambian. En eso tiene usted razón. HOMBRE.- ¿Solo en eso? Creo que usted y yo estamos hechos el uno para el otro. MUJER 2.- Eso es mucho decir. HOMBRE.- Creo que estábamos destinados a conocernos. Le aseguro que aquí arriba se vive mejor que en ninguna parte. Dígame, ¿le gusta a usted la leche? MUJER 2.- Sí, vamos, pero no me entusiasma. ¿A qué viene esa pregunta? HOMBRE.- Compraré una vaca... ¿Y los huevos? MUJER 2.- ¿Cómo dice? HOMBRE.- Le pregunto si le gustan los huevos fritos, pasados por agua, en tortilla. MUJER 2.- Sí, me gustan. ¿Y eso qué tiene que ver? HOMBRE.- Compraré una gallina. O mejor, compraré dos para que se hagan compañía. La soledad es terrible, Paqui, se lo digo por experiencia. Estoy seguro de que terminará queriéndome un poquito. Ya sabe: el roce hace el cariño. Miraré para otro lado si decide serme infiel. ¿No estará usted por casualidad embarazada? Sería magnífico. Este es el lugar ideal para educar a un niño en libertad. -FIN-

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TÍTULOS DE LA COLECCIÓN 1.- LA GUERRA DE TODOS LOS SILENCIOS de D. Francisco Prada FREDDIE: CEREMONIA PARA UN ACTOR DESESPERADO de D. Abilio Estévez 2.- AZOTEA FIEBRE

de D. Francisco Javier Puchades Hernández de D. Alberto Conejero López

3.- BAILANDO CON EL MUERTO de D. Oscar E. Tabernisse LA CANCIÓN DEL SOLDADO de D. Walter Ventosilla Quispe 4.- FORMULARIO QUINIENTOS VEINTIDÓS de D.ª Gracia María Morales Ortiz CON LA SANGRE DE VENECIA de D. Federico Castro Fernández-Alfaro 5.- ALGUNAS HISTORIAS DE TERROR NEOLIBERAL de D. Sergio Sáez Escudero UN TRABAJO ES UN TRABAJO de D. Rafael Belmonte Agüera 6.- LO QUE ANA VE

de D. Javier García Teba

¡AUXILIO!

de D. Carmen García Vilar

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7.- POSITIVAS

de D.ª Yolanda Dorado BOMBARDEROS SOBRE LONDRES de D. José Tomás Angola Heredia

8.- GRITAR TU MIEDO

de D. Hipólito Calle Soriano SEXUALMENTE HABLANDO de D. Santiago Serrano

9.- LA NOCHE QUE NO CAMBIÓ MI VIDA de D. Emilio Encabo Lucini MIEDOS de D. Javier López Alós 10.- ROMANCE DE DON FÉTIDO Y DOÑA GODA de D.ª Nuria M.ª Pérez Mezquita COMO PAPEL DE SEDA de D.ª M.ª Rosa Pfeiffer 11.- EL TESTAMENTO FENICIO de D. Armando Rubén Varrenti EL VIOLÍN ROTO DE SAMUEL LEVI de D. Alberto de Casso Asterrechea 12.- CAMA CALIENTE A LA DERIVA de D.ª Mónica Sánchez Fernández FERNET AMARGO de D. Armando Rubén Varrenti 13.- LA SOLEDAD DE LA NÁUFRAGA de D. Vicente Marco Aguilar HISTORIA DE UNA CORNISA de D. Luis Leante -87-


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