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Ofrendas, el exquisito sabor de un rinconcito en la Sierra

Ángeles Nahomi Garay Montes

Cuando estamos a solo quince días para el Día de Muertos, todos en Agua Zarca (Landa de Matamoros, Querétaro) comenzamos con los preparativos para recibir a nuestros santos difuntos, convivir en familia como cada año y disfrutar de esta tradición.

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El día se acerca y en casa de mi abuelita Neo ya disponemos del maíz blanco de harina, listo para ser tostado en aquella hornilla de madera, lodo y barro que atesoramos desde que tengo uso de razón. El aroma que este desprende por toda la casa anuncia la llegada de nuestros antepasados, ese aroma inigualable que me causa un sentimiento de nostalgia y alegría que invade mi corazón.

Las «ofrendas» son nuestras tradicionales galletitas que elaboramos en mi pueblo; todos en mi familia nos reunimos para prepararlas: molemos el maíz hasta que se hace polvo para mezclarlo con los demás ingredientes; la combinación del jugo y ralladura de naranja natural con los sutiles matices de la canela, el azúcar y la manteca nos regala una explosión de aromas mientras se bate con las manos (tan solo recordarlo se me hace agua la boca). Probar únicamente la masa ya es un boom de sabores que danzan en mi paladar (¡está deliciosa!). Después hacemos las figuritas de las ofrendas, para posteriormente llevarlas al horno, les ponemos encima poquito azúcar, que pintamos con bermellón para que se vean más bonitas y, así, a las almas de los ancestros les llame la atención el color rosado rojizo.

Mientras se cuecen las primeras charolas, el aroma se desata hacia afuera, y todos los vecinos se dan cuenta de que en casa de doña Neo las ofrendas ya están hechas. Salen las primeras del horno, todos estamos ansiosos por probarlas, únicamente esperamos a que se enfríen un poco para no quemarnos; doy la primera mordida a una de ellas y siento cómo se desmorona en mi boca: todos los sabores embonan a la perfección para crear estas galletitas tan únicas y especiales que caracterizan a mi pueblo, las cuales me transportan a mi niñez, cuando le ayudaba a mi abuelita a realizarlas antes de irme a la escuela; recuerdo a mis seres queridos que ya no están conmigo y siento esa alegría porque papá Chico, mi abuelito, se acerca. Se llega el 1 y 2 de noviembre, los cohetes suenan por todo el pueblo, estamos de fiesta. Repartimos nuestras ofrendas a los vecinos y amigos e igual recibimos de las que ellos prepararon. Al medio día ponemos algunas en el altar, nos sentamos en familia a comer tamales y disfrutamos de las galletitas con café negro de la olla, contamos anécdotas de nuestros seres queridos que fallecieron y damos gracias por estar juntos. Estas ofrendas, sin duda, llevan como extra el sabor de los que ya no están, de nuestro pueblo, su cultura y tradición, del amor y la añoranza, así como una pizca de alegría y unión.

Nos sentamos en familia a comer tamales y disfrutamos de las galletitas con café negro de la olla, contamos anécdotas de nuestros seres queridos que fallecieron y damos gracias por estar juntos.

Cada bocado va acompañado de un delicioso sabor a lo natural, en donde se vienen recuerdos de cuando cosechábamos cada ingrediente del cerro, de los huertos y de las milpas de nuestros abuelitos.

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