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Pueblear
Sandra Hernández
He sentido un extraño placer al descubrir que pueblear, una palabra tan familiar en nuestras expresiones cotidianas, no se encuentra en el Diccionario de la lengua española. Que todas las personas sepamos qué es y de qué se trata sin necesidad de que alguien o algo nos proporcione una definición es como un acto de involuntaria rebeldía.
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Pueblear, una palabra tan familiar en nuestras expresiones cotidianas, no se encuentra en el Diccionario de la lengua española.
La simple idea de pueblear me remonta a la infancia, cuando mis padres anunciaban que saldríamos de viaje: «¿Adónde iremos?» era la pregunta obligada; «Vamos a pueblear», la respuesta. Y así comenzaban los periplos: con las maletas en el auto y la carretera sin destino fijo, pero, eso sí, con una consigna clara: si nos gustaba el poblado, nos quedábamos a pernoctar. La memoria más vívida de estas travesías es cuando puebleamos por Michoacán. Algunos pueblos de paso, para caminar y conocer un poco, comer algo local y buscar artesanías, y otros para permanecer unos dos o tres días y perdernos en sus calles a la más pura y tradicional usanza de nuestro verbo protagonista. Aquella vez, para la última parada, ya teníamos la cajuela del auto a reventar: que si la guitarra («Un pecado pasar por Paracho y no comparar una», dijeron los artesanos) y las vasijas de cobre martilladas a mano, que si las ollas de barro para el pozole, los auténticos dulces típicos para el antojo, los ponchos de lana para el invierno o los juguetes de madera para el hermanito menor. El punto es que no cabía un alfiler más
—y miren que viajábamos en uno de esos lanchones de finales de los años ochenta cuyos maleteros no eran poca cosa— y mis padres, preocupados, no sabían dónde íbamos a meter tanto trique para poder regresar con comodidad. El día del regreso, los cinco integrantes de la familia salimos del hotel con las manos llenas de bolsas, bolsitas y bolsotas. El cuidador del estacionamiento al ver todo lo que llevábamos le dijo a mi padre: «Uy, jefe, eso no va a caber». Pero mi padre no dijo nada, pidió que lo dejáramos solo o, si queríamos estar ahí, que no lo interrumpiéramos. Obviamente, cuidador y familia nos quedamos. La hazaña habrá durado al menos una hora. Mi padre miraba todo el equipaje en el asfalto y luego la cajuela una y otra vez, midiendo y calculando. Después de unos minutos, empezó a dar instrucciones claras: pásame la maleta negra, la bolsa azul, ahora el florero de barro y el suéter para envolverlo, el carrito de madera... Uno por uno, cada objeto encontraba un lugar, aunque no siempre a la primera. Cuando terminó, había ya una docena de mirones y mironas que ansiaban ver el desenlace de la historia. Todo cupo casi mágicamente y, una vez cerrada la puerta del maletero, mi papá se llevó un aplauso del público. Han pasado un montón de años desde aquella ocasión y por ahí hay en casa de mis padres —ahora abuelos— uno o dos chunches que nos recuerdan ese viaje.
Ahora, en mi adultez, pueblear se ha convertido en una de mis maneras favoritas de explorar acompañada de mi cámara. Si bien me seduce viajar a grandes ciudades, debo confesar que me produce cierto estrés el deseo de abarcarlas todas, aunque en el fondo sepa que son urbes infinitas donde debo planear bien los lugares a visitar, los itinerarios y desplazamientos para poder sacarle jugo a cada día. Con las pequeñas poblaciones no sucede así. Pueblear me permite entregarme sin presiones al sitio sin necesidad de mapa o GPS, como debe ser. Me gusta caminar con la curiosidad y el instinto como única guía, deteniéndome a echar un ojo por las puertas abiertas de los hogares y comercios, probar platillos nuevos, mirar a la gente pasar y, sobre todo, conversar con ella. Cuántas historias he conocido gracias a esas andanzas; historias que se han quedado grabadas en mi mente, muchas de ellas, inspiración para mis proyectos fotográficos y textos como este.
Y mientras escribo esto, alentada por la memoria de mis vagancias por parajes extraordinarios, llego a la conclusión de que pueblear es un acto de plena libertad. Quizá por eso me gusta tanto: porque no hay reglas, porque cada quien lo vive tan a su modo que ni siquiera es necesaria una definición consensuada por miembros de una academia. Espero que se quede así.
Ecus Ludarte A. C. y la Secretaría de Cultura del Municipio de Querétaro presentan a finales del mes la quinta edición de Mi Voz y Un Bolero, un festival que reúne grandes exponentes de un género musical entrañable, con una tradición de más de ciento treinta años, que hermana a México con Cuba. Entre los grupos y artistas que participan en esta ocasión se encuentran Los Dandy’s, Los Tecolines, José Luis Aguilar y más.
Teatro de la Ciudad
23 de noviembre
Teatro de la Ciudad Inicio: 17:00 h
16 de Septiembre 44-E, Centro Histórico de la ciudad de Querétaro.
Venta de boletos: T. 55 6493 3554 www.bolerofest.tiketapp.live
Centro Histórico de Santiago de Querétaro
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Sitios de Interés
Acueducto
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Aud. Josefa Ortiz de Domínguez
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Cerro de las Campanas
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Delegación Centro Histórico
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Antigua Estación del Tren
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Mirador de los Arcos
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Patio Barroco
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Panteón y Recinto de Honor de Personas Ilustres de Querétaro
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Personas Ilustres de Querétaro
Teatros
Centro Cultural de la Ciudad
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Cómicos de la Legua
Cómicos de la Legua
Corral de Comedias
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Teatro de la República
Teatro de la República
Teatro Sol y Luna
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Templos
Catedral
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Convento de la Santa Cruz
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Templo de Santa Clara
Templo de Santa Clara
Templo de Santa Rosa de Viterbo
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Museos
Casa de la Zacatecana
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Museo de Arte
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Museo de la Ciudad
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Museo del Cerro de las Campanas
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Museo de la Restauración
Museo Regional de Querétaro
Galería Municipal
Galería Libertad
Museo de los Conspiradores
Museo de los Conspiradores
Museo de Arte Sacro
Museo de Arte Sacro
Museo de Arte Contemporáneo
Querétaro
Casonas
Área de Casonas
Área de Casonas
Casa de don Bartolo
Casa del Corregimiento
Palacio de Gobierno
Casona de los 5 Patios
Plazas
Jardín de la Corregidora
Jardín Guerrero
Jardín Zenea
Plaza de Armas Plaza de la Constitución
Zona de monumentos históricos de Querétaro
Iconografía
Servicio
Ocampo
16deSeptiembre
G. Prieto
Ocampo
Río de la Loza Orquídeas Hidalgo A.Peralta
Matamoros Madero Progreso
Arteaga
16deSeptiembre J.García
Mercado de La Cruz Dr.Lucio
Cajón de estacionamiento para Persona con discapacidad
Parada de autobús accesible
Baño accesible
Personas con discapacidad motriz Accesible sin di cultad
Personas con discapacidad motriz Accesible con di cultad
Personas con discapacidad motriz Sólo con ayuda
Personas con discapacidad visual Pavimento táctil