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Por qué creo en Dios? Diálogos acerca de lo
:: ¿Por qué creo en Dios?:
Diálogos acerca de lo trascendental
Samuel Gil Soldevilla
Licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. Graduando en Teología. Masterando en Nuevas Tendencias y Procesos de Innovación en Comunicación. Director del proyecto de evangelismo “YO PENSABA QUE...”.
Nasrudín llegó a ser primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real. Hasta entonces Nasrudín jamás había visto semejante clase de “paloma”. De modo que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón. «Ahora pareces un pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy descuidado».
Qué difícil es mirar otras opciones cuando estas no encajan con nuestros esquemas mentales. Qué complicado es aceptar cosmovisiones diferentes a las de uno mismo. Temor. Desconocimiento. Prejuicios. El miedo es muchas veces el causante de cortar alas o limar picos... El miedo a quedar prendado por una forma de vivir que implica nadar a contracorriente. El miedo a enamorarse de Alguien que nos sobrepasa y cuya propuesta se encuentra tan alejada de lo común y tan fuera de lo establecido que nos parece increíble. «¿POR QUÉ?» fue un evento donde volar entre halcones reales,
palomas y cisnes negros; donde compartir ideas y dialogar acerca de lo trascendental. Una búsqueda apasionante… Inusual.
1. Sentido de trascendencia
Bruce Hood, profesor de psicología de la Universidad de Bristol (Inglaterra), realizó el siguiente experimento 1 durante un Festival de la Asociación Británica de Ciencias en Norwich. Delante de un auditorio lleno de científicos, Hood levantó un jersey azul y ofreció diez libras esterlinas a cualquier persona que quisiera ponérselo. Se alzaron muchas manos en el salón. Tras esto, Hood dijo a los presentes que el jersey había pertenecido a Fred West, un asesino en serie quien había asesinado brutalmente a doce mujeres jóvenes y a su esposa. Inmediatamente después, prácticamente todos bajaron sus manos. Cuando los pocos voluntarios finalmente se probaron el jersey, Hood observó que los demás miembros del auditorio se apartaban de ellos. El autor del experimento confesó que la prenda no había pertenecido a Fred West, pero eso era lo de menos. Lo importante fue que la simple noción de que el jersey había pertenecido al asesino se convirtió en razón suficiente para que los científicos evitaran el contacto. Era como si “el mal” se hubiese manifestado físicamente dentro de la prenda y la hubiese poseído. Racionalmente o no albergamos creencias sobrenaturales, incluso si no somos totalmente conscientes de hacerlo, tratamos de darle sentido a las cosas y al mundo, aunque sea a través de explicaciones que van más allá de lo natural. Bruce Hood señala que «desde el principio, los humanos hemos tenido una mente preparada para lo sobrenatural», «nacemos con cerebros que infieren fuerzas y estructuras ocultas en el mundo real; […] razón por la cual no podemos atribuir toda la responsabilidad de la propagación de las creencias sobrenaturales a las religiones y las culturas.» 2 Un elevado número de científicos y académicos, desde Oxford, Harvard y otras prestigiosas universidades, hasta la American Psychological Association y diversas instituciones, han estudiado las bases neurofisiológicas de la espiritualidad y del hecho religioso –no buscando a Dios, sino tratando de entender la actitud espiritual del ser humano–, ese anhelo constante de lo trascendente que parece estar en nosotros desde la génesis de la humanidad, independientemente del tiempo o lugar que ocupe a lo largo de la historia. A su vez, ha aflorado una gran cantidad de artículos desde el campo de la actual –y omnipresente– neurociencia, argumentando, como dice el genetista Hamer, que «la espiritualidad responde a un mecanismo biológico comparable al que rige el canto de los pájaros, si bien mucho
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más complejo y matizado: tenemos una predisposición genética para las creencias espirituales». 3 Wilson también dirá que «la predisposición a las creencias religiosas
es la fuerza más poderosa y compleja en la mente humana y con toda probabilidad, una parte inextirpable de la
naturaleza humana». 4 Con esta base y reconociendo que todo ser humano posee esta capacidad de fe (Romanos 12: 3), este sentido de trascendencia, la pregunta que surge es: ¿cómo lo satisfacemos?, ¿de qué manera saciamos esta parte inextirpable de nuestro ser que nos lleva a creer en algo más?
2. Nuevas formas de religiosidad
No parece cumplirse el pronóstico de la Ilustración, según el cual el proceso de Modernidad configuraría un modelo de sociedades en las que las religiones serían –a lo sumo– residuos de un mundo precientífico y premoderno, «poniéndose en marcha el llamado desencantamiento del mundo, en expresión de Max Weber, una vez la razón y los medios técnicos han sustituido a la magia como instrumento de dominio sobre el mundo». 5 Por el contrario, más bien,
asistimos no solo a la pervivencia de lo religioso, sino a la producción de formas modernas de religión y sacralidad.
En esta línea, se sigue la tesis del sociólogo francés Durkheim según la cual la reli
gión está llamada a transformarse más
que a desaparecer. 6 Existe un imperativo religioso en las sociedades humanas –algunos autores definen al hombre como un ser esencial y constitutivamente religioso, un homo religiosus–.
Hoy en día la religión, espiritualidad y sentido de trascendencia no se encuentran solamente en la iglesia, el templo, la Biblia (u otros libros sagrados), ni en todo aquello que solemos etiquetar como “religioso”; sino que también reside y se manifiesta en la economía de mercado, en la política –los emperadores eran hijos de los dioses y Obama iba a ser el Mesías de EEUU según titulaban muchos periódicos–, en el consumismo, en la ética, en la ciencia, en la producción de discursos audiovisuales, en la divinización de artistas, deportistas, tradiciones, cultos, y un largo etcétera (a continuación veremos algunos ejemplos que pueden ilustrar esto). En ocasiones no nos damos cuenta, pero estamos rodea
dos de actitudes, dogmas y tradiciones más profundamente religiosas que la propia religión.
La espiritualidad que hoy vivimos permite un callejeo no comprometido y al gusto de cada uno. Asistimos a un panorama de floridas propuestas trascendentales desde todo tipo de perspectivas, desde la New Age hasta los nuevos guateques multitudinarios del yoga –que son la última moda en Buenos Aires, donde las discotecas se llenan con cientos y miles de personas que no consumen alcohol ni drogas para bailar, sino para hacer meditación y poner en armonía cuerpo y alma– (curiosa moda occidental de adoptar tradiciones espirituales de Oriente). Muchos dicen: «no soy religioso», «no tengo fe», «no creo en...», o incluso algunos reconocen «soy espiritual pero no religioso», desligándose así de cualquier institución; pero al fin y al cabo, las personas que supuestamente desarrollan esa espiritualidad individual siempre la practican en algún tipo de grupo y siempre está mediada por diferentes entidades. 7 Huimos de lo “religioso” por las connotaciones negativas que soporta el término, pero no podemos negar nues
tra espiritualidad, ni podemos dejar de crear dioses provisionales tratando de llenar nuestra necesidad humana de lo
trascendente, de conexión con lo sublime, con ese algo o Alguien más.
Así, cuando hablamos del ser humano, hablamos de mucho más de lo que nuestros ojos llegan a ver. Hablamos de sentimientos, experiencias, emociones, momentos, proyectos, ilusiones, historias, tristezas, alegrías, heridas, vida; y también de trascendencia y espiritualidad. La realidad tiene una dimensión más profunda. Somos algo más. Necesitamos saber que, como diría un Principito, lo esencial es invisible a los ojos. 8 La pregunta no es
si tienes fe o no, si crees o no, sino en
qué tienes fe o en qué crees: ¿qué dios sacia tu sentido de trascendencia?, ¿en qué ríos de nuevas formas de religiosidad bañamos nuestra fe?, ¿dónde ponemos nuestras esperanzas e ilusiones?, ¿en qué lugar encontramos sentido y propósito para nuestra vida?, ¿quién o qué nos
ofrece trascendencia?
3. Los dioses y religiones del ser humano
3.1. Divinización: san Casillas y «hago lo que predica Lady Gaga»
Un día estaba viendo la televisión y vi un programa de fanáticos religiosos (en realidad eran tribus africanas); parecía que todos estaban locos –bueno, pensarías que estaban locos si no entendieses su cultura y religión–. Tenían ídolos y todo era extremo: se pintaban los cuerpos, vestían disfraces ridículos de colores, cantaban himnos, bailaban, saltaban, gritaban, alzaban sus manos, hacían fuegos de colores, ¡incluso niños participaban!, ¡hasta construían templos enormes para alabar a sus dioses y parecía que todo se enfocase hacia un solo escenario, un acto grandioso de culto!
Quizás no nos sentimos identificados con estas tribus africanas. Probemos de nuevo:
Un día estaba viendo la televisión y vi un programa de fanáticos religiosos (en realidad eran aficionados de un famoso equipo de fútbol –o de “estrellas”, como ellos les llamaban–); parecía que todos estaban locos. Tenían ídolos y todo era extremo: se pintaban los cuerpos, vestían disfraces ridículos de colores, cantaban himnos,
Samuel Gil Soldevilla
bailaban, saltaban, gritaban, alzaban sus manos, hacían fuegos de colores, ¡incluso niños participaban!, ¡hasta construían templos enormes para alabar a sus dioses y parecía que todo se enfocase hacia un solo escenario, un acto grandioso de culto! 9
Un amigo me contó la siguiente experiencia de la que fue testigo: Un joven fue al estadio del Real Madrid, el Santiago Bernabéu, con una camiseta del F. C. Barcelona y una chica se le acercó y le dijo: «¿Qué haces aquí con eso –la camiseta, además, era de Messi–? ¡Este lugar es sagrado!» A lo que el joven le respondió: «Es sagrado porque Messi con su juego lo hizo sagrado…».
Puede parecernos una situación graciosa, sin trascendencia; pero para otras personas eso es una gran falta de respeto. «¡Los colores se sienten, se viven! ¡Esto es mucho más que fútbol!», dicen muchos aficionados que no faltan a su misa (del fútbol) los domingos. Un artículo periodístico que leí recientemente decía: «Miles de muertes donde el fútbol es religión». 10 Las cifras de heridos y fallecidos por enfrentamientos entre hinchadas de diferentes equipos a lo largo de la historia son abrumadoras. Parece que, para algunas personas, lo importante no solo es participar, o hay mucho más en juego que una victoria o una derrota deportiva. El profesor Joseph Price, del Whittier College, quien estudia los paralelos entre el mundo de los deportes y la religión, ha comparado la Super Bowl con una peregrinación religiosa. No solo los deportes y los jugadores son puntos de devoción desde donde emergen figuras heroicas y míticas. Tan solo hay que ir a Youtube y poner en su buscador «fans Lady Gaga» o «fans Justin Bieber». No hay mucha diferencia entre las reacciones de estos seguidores y las de cualquier devoto de un paso en Semana Santa. El fervor religioso es semejante o igual, sea el objeto de devoción un santo o Shakira. Colas interminables, penurias y sacrificios personales solo para ver a su diva, tatuajes, símbolos, plegarias, estados místicos en conciertos, desmayos, lágrimas, gritos, pasión, frases como : «¡le he tocado el abrigo!», «les daría todo», «son la razón que me motiva a vivir», «yo confío en ellos», «es lo mejor que me ha pasado», «hago lo que predica Lady Gaga» y un largo etcétera. Podemos pensar que son fruto de histéricas adolescentes, pero la realidad es que el fenómeno “famoso-divinidad” es vivido por todo tipo de personas, independientemente de su edad, sexo o contexto. En la antigua Roma, las familias
guardaban estatuillas de sus dioses en sus casas, donde los adoraban, ponían velas y rezaban. Hoy en día podemos ver una representación similar al entrar en la habitación de un o una fan de cualquiera de los grupos musicales antes citados o astros deportivos: pósters con imágenes de sus ídolos, discografías o camisetas objeto de culto, y todo tipo de artículos y chismes. Se divinizan ciertas personas, colocando en ellas nuestras esperanzas, deseos y sentido vital, dotándolas de súper-dones o características espirituales que van más allá de lo que nos podemos imaginar.
IMAGEN PROPORCIONADA POR SAMUEL GIL SOLDEVILLA.
3.2. Consumismo: la espiritualidad de la tarjeta de crédito
Otro camino a través del cual muchos satisfacen su sentido de trascendencia son las marcas. Naomi Klein aplica esta idea en su conocidísimo libro NO LOGO al decir que «las marcas son vendedoras de significado, no de artículos de consumo [...]. En el nuevo modelo, el producto siempre es secundario respecto al producto real, que es la marca, y la venta de la marca integra un nuevo componente que solo se puede denominar espiritual.» 11 El gurú internacional del marketing Martin Lindstrom añade que «en realidad, estas
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IMÁGENES PROPORCIONADAS POR SAMUEL GIL SOLDEVILLA
astutas marcas no están vendiendo comida, ni perfume, ni maquillaje; están vendiendo pureza, espiritualidad, fe, virtud y, en algunos casos, expiación». 12 Vivimos en un constante culto a la marca. ¿Por qué? Como dice Bauman: «la principal atracción de la vida de consumo es la oferta de una multitud de nuevos comienzos y resurrecciones». 13 Todos necesitamos creer, y «los consumidores de hoy tienen tanta necesidad de creer en sus marcas como los griegos en sus mitos». 14 Por eso cuando hablamos del propósito de las marcas –por supuesto no de todas–, ya no se trata de seducir o convencer, sino de producir un efecto de creencia. El objetivo ya no es responder a necesidades, ni siquiera crearlas, sino hacer converger visiones del mundo.
Algunos eslóganes televisivos ilustran esto a la perfección: Los egipcios adoraban a la diosa Bastet para tener una vida feliz, y hoy consumimos Coca-Cola para ser capaces de «destapar la felicidad». Los griegos invocaban al dios Eros para tener éxito sexual, y hoy nos rociamos con el poder de Axe porque «hasta los ángeles caerán». Los romanos buscaban el favor de la diosa Venus para encontrar la belleza, y hoy usamos también a Venus y sus productos divinos para «descubrir a la diosa que hay en ti». No nos importa poner en nuestro rostro «crema Babaria, veneno de serpiente» ni untarnos en «baba de caracol» con tal de alcanzar la eterna juventud (símbolo de trascendencia por excelencia). Con Adidas «impossible is nothing». Nespresso no es solo una bebida estimulante, es «café, cuerpo y alma». Hasta con las Galletas Príncipe descubrimos que «la fuerza está en ti», o con Red Bull «si realmente crees en ello, cualquier cosa es posible» –véase, curiosamente, el mensaje de Marcos 9: 23: «Para el que cree, todo es posible»–.
Martin Lindstrom realizó un estudio de resonancia magnética funcional y determinó que al ver las imágenes asociadas con las marcas fuertes –el iPod, la Harley Davidson, el Ferrari y otras-, el cerebro registraba exactamente los mismos patrones de actividad que se producían con imágenes religiosas. Las reacciones de los voluntarios frente a las marcas y a los símbolos religiosos no solo fueron parecidas, sino casi idénticas sin diferencias discernibles entre sus formas. 15
Algunas noticias son extremos de la realidad que vivimos, pero nos hacen ver hasta qué punto ciertos artículos de consumo son importantes, y los sacrificios que algunas personas están dispuestas a
hacer: «La locura por las nuevas zapatillas de Nike provoca disturbios en todo EE.UU.», «Una joven china ofrece su virginidad a cambio de obtener un iPhone 4» o «Doy un riñón por un iPad». 16
Buscamos llenar nuestro sentido de trascendencia a través del consumo de ciertas marcas y creemos en sus poderes salvíficos mediante los que alcanzamos la eterna juventud o somos capaces de destapar la felicidad. Promesas caducas con apariencia de trascendencia, que mueren aquí con el surgimiento de otro producto “mejor” o una nueva temporada. El ser humano no puede huir de su necesidad de trascendencia y lo que no es espiritual, lo “espiritualiza”. La publicidad no es ya un mero instrumento del capitalismo, es un vehículo de trascendencia, «medio portador de un metamensaje» como diría el catedrático José Luis León, dotando al producto físico de alma, y consiguiendo que esa “trascendencia” nos haga superiores, capaces, aptos. Da la casualidad de que el consumismo también promete la felicidad, y además la promete para aquí y ahora y en todos los ahoras siguientes: es felicidad instantánea y perpetua. Pero son intentos caducos, anestésicos fugaces y engañosos –serpientes que nos susurran
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que consumir «tal fruto/producto» nos convertirá en dioses–.
En la antigüedad, y hasta hace no tantos años, las ágoras y las plazas de pueblos y ciudades eran los centros neurálgicos de actividad y riqueza. Hoy, estos lugares se han trasladado a los centros comerciales, donde se encuentran los productos de consumo y marcas, y donde ofrendar nuestro dinero a cambio de conseguir el favor de los nuevos dioses. Las marcas dan sentido a la realidad y construyen significado; nos hacen partícipes de una comunidad y articulan nuestro mundo interior.
Envolvemos de carácter sagrado y sublime a ciertos objetos y personas. La
trascendencia que desconocemos o mal conocemos de Dios –lo cual nos lleva a su rechazo–, la buscamos en lo que nos rodea.
3.3. Supersticiones: mi bolígrafo para hacer exámenes
Un amigo me dijo que «no era supersticioso» mientras buscaba un trozo de madera para tocarlo cuando vio un coche funerario. Muchas personas se declaran ateas pero guardan un bolígrafo con el que únicamente hacen sus exámenes, y si no lo tienen, les invade un miedo terrible y real ¡que les lleva a suspender!; hay quienes no pronuncian el número 13, incluso hay una patología llamada triscaidecafobia cuando alguien tiene miedo al número 13, en la fórmula 1 se omite ese número, algunas calles y hoteles no tienen el portal o piso 13, etcétera; o nunca se les ocurriría pasar por debajo de una escalera o romper un espejo; o son lectores usuales del horóscopo –conozco al menos una persona que cumple cada una de estas supersticiones y que se declara atea o agnóstica–. Hood apunta que más de un 73% de los adultos estadounidenses cree al menos en uno de estos fenómenos: percepciones extrasensoriales, casas encantadas, fantasmas, telepatía, astrología, comunicación con los muertos, brujería, reencarnación y posesión espiritual. Estas cifras no han cambiado casi durante los últimos quince años. 17
3.4. Otros rituales y formas trascendentes
El viernes y sábado noche es para muchos un momento santo o sagrado de la semana «que nadie me lo quita porque es la liberación que necesito». La espera a esas noches desde el mismo lunes por la mañana, los rituales de preparación, ungüentos, maquillajes y ropas de gala. Las discotecas, la música, el baile trance, luces, colores, éxtasis y emoción, una canción con la que cierras los ojos y elevas tus manos, cantas, el grupo, la comunidad… El consumo de drogas y bebidas espirituosas (desde sus orígenes su uso ha estado relacionado con la conexión con espíritus y rituales) para entrar en otra dimensión, en busca de esa experiencia que trascienda (hoy en día se conoce como out-of-body experience) y un largo etcétera.
El dinero, el poder, ascender, el control, el capital, el culto al cuerpo y el yo son otras formas de fervorosa entrega y sacrificio, de iluminación y superación, de esperanzas y sentido, anhelos y fe.
En definitiva, nuevas formas de religiosidad y trascendencia –en mayor o menor grado–; politeísmo cultural, social y económico; panteísmo emocional y experiencial. Al parecer, hoy en día unos creen en Dios, otros en el horóscopo y otros en Apple, Coca-Cola o Justin Bieber.
4. Sufrimiento, muerte y maldad: marcas, famosos y objetos… ¿Ahora qué?
Seguir a un equipo de fútbol, admirar a un cantante o comprar artículos de marca no es idolatría. El problema sobreviene cuando esos sentimientos trascienden y las personas que admiramos o los objetos que consumimos se convierten en ídolos, y les ofrecemos nuestro tiempo, energía y vida; poniendo en ellos nuestras esperanzas e ilusiones, nuestros motivos para vivir.
No es difícil darse cuenta de que hemos creado y confiado en dioses a imagen y semejanza de nuestros caprichos. Hemos dado carácter sagrado a los objetos y en vez de poseer cosas, las cosas nos poseen a nosotros. La riqueza material no nos ha traído la prosperidad que esperábamos. Hemos confundido el tenercon el ser. Sin darnos cuenta tratamos de llenar nuestro sercon el tener; pero necesitamos entender que para ser completamente, no es necesario tenermás. Esos dioses provisionales no pueden salvarnos ni satisfacer al corazón humano; lo material se desgasta, la polilla y el óxido lo destruyen, los ladrones entran y roban.
Tratamos de llenar algo intangible con cosas. Buscamos colmar nuestro sentido de trascendencia con objetos que se pierden en el tiempo. Es inevitable. No podemos satisfacer lo inmaterial de nuestro ser con lo material del tener. Erich Fromm dice: «Los ídolos de hoy son los objetos de una codicia que se cultiva constantemente: la codicia de dinero, poder, lujuria, fama, comida y bebida. El hombre adora los medios y los fines de esta codicia: la producción, el consumo, el poderío militar, la industria y el Estado. Cuanto más fuertes hace sus ídolos, tanto más se empobrece él, tanto más vacío se siente. En vez de gozo, busca agitación; en vez de amar la vida, ama un mundo mecanizado de aparatos; en vez de su propio desarrollo, busca riquezas; en vez de querer ser, su interés está en tener y consumir». 18 Estos dioses son estériles. Inoperantes. Placebos. De usar y tirar (a los que podríamos llamar de trascendencia clínex). Y existen tres problemas que no han sido todavía resueltos: el sufrimien
to, la muerte y la maldad.
Recuerdo la emoción y la alegría que inundaba el corazón de mi hermano mayor
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cuando me llamó por teléfono para decirme que mi preciosa sobrina Emma ya había llegado al mundo. Sana. Gritando vida. En los pasillos del hospital había alegría. Unos días después una pareja de amigos me comunicaba que el bebé que estaban esperando no podía sobrevivir. Perdieron a su pequeña criatura. En los pasillos del hospital había silencio. La alegría en una mano de una vida que acababa de nacer y dos días después el sufrimiento de una familia que esperaba algo que finalmente nunca llegó. Estamos hablando acerca de lo trascendental pero hablamos del ser humano, de ti y de mí, de lo que vivimos y experimentamos cada día. ¿Qué satisfacción te dan las marcas o la tecnología cuando te sientes en tierra de nadie, caminando por los pasillos desolados del hospital? ¿Qué estrella va a solucionar este profundo sufrimiento?
El verano pasado recibí una llamada que nunca habría imaginado. Un compañero con el que había compartido mis años de instituto y bachiller estaba en coma en el hospital. Cincos días después mi amigo falleció. Muerte súbita. Tenía 22 años. ¿Quién le iba a decir que su vida se iba a acabar tan pronto? ¿Cómo responden los dioses que creamos ante la muerte? ¿De qué sirve poner nuestros esfuerzos en conseguir el último iPad? ¿Qué esperanza queda? ¿Qué sentido tiene todo esto? Parece que el ser humano no está preparado para la muerte, y mucho menos para que unos padres entierren a su hijo.
Por otro lado, ¿de dónde viene la maldad del hombre? No necesitamos ver los informativos para darnos cuenta del dolor y crueldad que existen en el mundo, basta con mirarnos a nosotros mismos. El problema de la corrupción, del hambre o de las necesidades básicas no cubiertas de muchos países no es que no haya dinero o no se sepa cómo hacer el bien. El problema es que no queremos hacerlo. Entonces, ¿por qué hacemos las cosas que hacemos? ¿De dónde sale el racismo y la guerra? El problema no es tener un color de piel u otro, el problema está en la persona que mira; el problema no es la tecnología, está en quien la usa. ¿Cómo hemos podido enamorarnos de nosotros mismos y odiar a nuestro vecino? ¿Por qué hemos conquistado el espacio exterior pero no hemos sido capaces de gobernar nuestro corazón? Como dijo Martin Luther King: «hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos». Hay algo deteriorado
en nosotros que debe ser restaurado. El ser humano necesita ser transformado. Recreado. Devuelto a una vida
trascendente y llena. ¿Te imaginas vivir considerando a las personas como más importantes que uno mismo? ¿Cómo sería amar incondicionalmente a tu prójimo? ¿Una vida sin “ego” y narcisismo? ¿Compartiendo nuestro alimento y vestido? Esto merece una reflexión personal seria porque nada va a cambiar en las guerras del Congo «hasta que tú y yo averigüemos qué anda mal con la persona en el espejo». 19 ¿Qué dios es capaz de cambiar el
corazón del ser humano?
5. El único Dios que trasciende: fe, esperanza y amor
No necesitamos más dioses. Necesita
mos a Dios en mayúscula. El ser humano está diseñado para una realidad superior de la que está viviendo. Tenemos la capacidad de creer, de desarrollar una fe que nos permite ver más allá. Este Dios no lo hemos creado, ¡ha irrumpido directamente en la historia y ha marcado un antes y un después en la humanidad! Ha venido para liberarnos. Reconectarnos. Trascender nuestro sufrimiento, maldad y muerte. Responder. Asombrarnos. Amarnos.
Creo en Dios
Porque a través de la Biblia me regala un mensaje relevante y actual para mi vida. Cada día hay problemas y dificultades que superar, pero su Palabra me da la seguridad de que no habrá nada a lo que Él y yo juntos no podamos hacer frente. Me ofrece una guía útil y revolucionaria que me muestra el camino para avanzar seguro y crecer de forma plena, de manera personal y en comunidad, dejando de mirar nuestro ombligo y buscando siempre el bien del prójimo.
Porque ningún autor podría construir un personaje de las características de Jesús. Su personalidad no cabe en la imaginación humana. Fue real, respiró y vivió en esta tierra. Y es que «lo que ese hombre decía era, sencillamente, lo más impresionante que jamás haya sido pronunciado por ningún ser humano». 20
Porque me da un sentido, un origen, un propósito y un por qué.
Porque ante la maldad del hombre, me dice que ha venido para transformarme, liberarme y «darme un nuevo corazón» (Ezequiel 36:26); nuestra vida puede ser diferente aquí y ahora porque sus «planes son de bien y no de mal», «Olvida el pasado, –dice el Señor–. ¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, estoy abriendo un camino en el desierto y ríos en lugares desolados» (Jeremías 29:11 e Isaías 43:18-19).
Porque ante la muerte me dice que la vida no se acaba aquí, que justo acaba de comenzar cuando acepto una esperanza que se extiende y cumple en un futuro muy próximo con una tierra nueva donde «Él enjugará toda lágrima de los ojos y ya no habrá más muerte, ni llanto ni dolor, porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:4). Creer en esto es «contar con una esperanza que nunca será destruida» (Proverbios 23:18).
Porque ante el sufrimiento me susurra que Él conoce mi dolor: «No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré. […] Porque te amo y eres ante mis ojos precioso y digno de honra» (Isaías 41:10 y 43:4).
Porque Dios todavía se revela a través de la vida de las personas que me rodean,
Samuel Gil Soldevilla
y a pesar de las desigualdades y el sufrimiento, aún es posible ver vislumbres divinas en el cariño, el perdón, el amor y la bondad de muchas personas hacia los que lo necesitan.
Porque Dios supera cualquier probeta y se escapa del más grande de los laboratorios. Nos sobrepasa. Al fin y al cabo, «el tercer por qué encadenado o consecu
tivo de un niño de seis años se resiste a
la respuesta del más agudo científico.» 21
Porque las religiones y diversas formas espirituales adoran a sus dioses o ideas, pero solo nuestro Dios nos ama a nosotros.
Por eso Dios no es solo religión, Él es amor. Por eso no es el hombre el que se hace valer ante Él, sino que es Él el que
nos hace valer a nosotros. Así nos llena de fe, esperanza y amor.
Porque la fe no es un sentimiento que proyecta a un Dios imaginario, sino una decisión que nace de un encuentro.
Hace algún tiempo leí el siguiente relato: «Una día, a cuatro rabinos se les concedió el privilegio de ver la Rueda de Ezequiel. En su descenso a la tierra, uno de los rabinos, tras haber contemplado semejante esplendor, perdió el juicio y vagó echando espumarajos por la boca durante el resto de sus días. El segundo rabino era extremadamente cínico: –he visto en sueños la Rueda de Ezequiel. Eso es todo. No ha ocurrido nada en realidad–. El tercer rabino, obsesionado, no paraba de hablar sobre lo que había visto, de lo que significaba, de cómo estaba construido… hasta que al final se extravió y perdió su fe. El cuarto rabino, que era un poeta, utilizó esa inspiración para escribir las canciones más bellas del mundo».
Quizás también ante la idea de Dios puedes tomar una de estas actitudes. Como el primer rabino, puedes volverte loco y pensar que es algo tan grande que llegue a paralizarte el resto de tu vida. O como el segundo rabino, puedes ignorarlo, no darle importancia, vivir como si nada hubiese ocurrido, negar su existencia y su posibilidad, no atreverte a conocerlo, a descubrir realmente qué significa y qué ofrece para tu vida. También puedes, como el tercer rabino, emborracharte de la idea de Dios hasta el punto de que las palabras te pierdan y cuanto más hables menos hagas, escapándose toda tu energía por la boca sin vivir realmente lo que has llegado a ver, construyendo normas y listados, encasillando lo que te sobrepasa y no dejando a otros que lo perciban más allá de lo que tú mismo les puedas decir. O en cambio, puedes hacer como el cuarto rabino. Aceptar a Dios, dejando que su visión te inunde, reconociendo quién es, acogiendo su propósito para tu vida, prolongando hacia los demás lo que tú recibes de Dios, abriendo el mismo espacio de vida que Dios te abre.
Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14: 6). ¿El camino? ¿Él es la verdad? ¿La vida? Es un mentiroso. O un loco. O es verdaderamente quien dice que es. Por fe, creo en él y creo que ha venido a transformar nuestros corazones, a iluminarnos con su esperanza y a regalarnos su amor incondicional. «Ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios ha manifestado en Jesús» (Romanos 8:38-39). No te conformes con
creerlo, estás llamado a vivirlo.
1 Leído en LINDSTROM, M. Compradicción: verdades y mentiras de por qué las personas compran. Bogotá: Editorial Norma, 2009, p. 103. 2 HOOD, B. Sobrenatural: por qué creemos en lo increíble. Bogotá: Sefira, 2009, p. 50 y 27. 3 Leído en NOGUÉS, R. M. Dioses, creencias y neuronas: una aproximación científica a la religión. Barcelona: Fragmenta Editorial, 2011, p. 153. 4 RUBIA, F. J. El cerebro nos engaña. Madrid: Temas de Hoy, 2000, p. 281. 5 LEÓN, J. L. Mitoanálisis de la publicidad. Barcelona: Ariel, 2001. p.63. 6 Resumen del libro La lucha de los dioses: Del monoteísmo religioso al politeísmo cultural, de Rafael Díaz-Salazar, Salvador Giner y
Fernando Velasco. 7 Agradezco a Rubén Sánchez, amigo de reflexiones, por compartir ideas y pensamientos sobre estos temas. 8 El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, es un libro magnífico que se adentra en temas tan profundos como el sentido de la vida, la amistad y el amor. 9 Mira el vídeo en: http://www.youtube.com/ watch?v=GsZKL5ihFfI 10 http://www.elmundo.es/elmundodeporte/2012/02/01/futbol/1328126776.html 11 KLEIN, N. NO LOGO: el poder de las marcas.
Barcelona: Paidós, 2007, p. 55. 12 LINDSTROM, M. Así se manipula al consumidor.
Barcelona: Gestión 2000, 2011, p. 246. 13 BAUMAN, Z. Vida de consumo. Madrid: Fondo de
Cultura Económica, 2010, p. 73. 14 De Georges Lewi, citado en SALMON, C.
Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Barcelona:
Península, 2008, p. 61. 15 LINDSTRON, M. Compradicción…, op. cit.,
p. 139. 16 http://www.periodistadigital.com/tecnologia/telefonia/2011/06/30/portatil-tecnologia-rinon-entrego-virginidad-sexualcambio-iphone-ipad.shtml 17 HOOD, B. Sobrenatural…, op. cit., p. 42. 18 FROMM, E. El humanismo como utopía real.
Barcelona: Paidós, 2007, p. 107. 19 MILLER, D. Tal como el Jazz. Nashville: Nelson, 2006, p. 24. 20 LEWIS, C. S. Mero Cristianismo. Madrid: Rialp, 2007, p. 68. 21 NOGUÉS, R. M. Dioses…, op. cit., p. 38 y 105. 22 Cuento extraído del libro Mujeres que corren con los lobos de Clarissa Pinkola.