:: ¿Por qué creo en Dios?: Diálogos acerca de lo trascendental Samuel Gil Soldevilla Licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. Graduando en Teología. Masterando en Nuevas Tendencias y Procesos de Innovación en Comunicación. Director del proyecto de evangelismo “YO PENSABA QUE...”.
Nasrudín llegó a ser primer ministro del rey. En cierta ocasión, mientras deambulaba por el palacio, vio por primera vez en su vida un halcón real. Hasta entonces Nasrudín jamás había visto semejante clase de “paloma”. De modo que tomó unas tijeras y cortó con ellas las garras, las alas y el pico del halcón. «Ahora pareces un pájaro como es debido», dijo. «Tu cuidador te ha tenido muy descuidado».
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CARTEL DE EVENTO ¿POR QUÉ? JAC-AEGUAE
ué difícil es mirar otras opciones cuando estas no encajan con nuestros esquemas mentales. Qué complicado es aceptar cosmovisiones diferentes a las de uno mismo. Temor. Desconocimiento. Prejuicios. El miedo es muchas veces el causante de cortar alas o limar picos... El miedo a quedar prendado por una forma de vivir que implica nadar a contracorriente. El miedo a enamorarse de Alguien que nos sobrepasa y cuya propuesta se encuentra tan alejada de lo común y tan fuera de lo establecido que nos parece increíble. «¿POR QUÉ?» fue un evento donde volar entre halcones reales,
palomas y cisnes negros; donde compartir ideas y dialogar acerca de lo trascendental. Una búsqueda apasionante… Inusual.
1. Sentido de trascendencia Bruce Hood, profesor de psicología de la Universidad de Bristol (Inglaterra), realizó el siguiente experimento1 durante un Festival de la Asociación Británica de Ciencias en Norwich. Delante de un auditorio lleno de científicos, Hood levantó un jersey azul y ofreció diez libras esterlinas a cualquier persona que quisiera ponérselo. Se alzaron muchas manos en el salón. Tras esto, Hood dijo a los presentes que el jersey había pertenecido a Fred West, un asesino en serie quien había asesinado brutalmente a doce mujeres jóvenes y a su esposa. Inmediatamente después, prácticamente todos bajaron sus manos. Cuando los pocos voluntarios finalmente se probaron el jersey, Hood observó que los demás miembros del auditorio se apartaban de ellos. El autor del experimento confesó que la prenda no había pertenecido a Fred West, pero eso era lo de menos. Lo importante fue que la simple noción de que el jersey había pertenecido al asesino se convirtió en razón suficiente para que los científicos evitaran el contacto. Era como si “el mal” se hubiese manifestado físicamente dentro de la prenda y la hubiese poseído. Racionalmente o no albergamos creencias 27
sobrenaturales, incluso si no somos totalmente conscientes de hacerlo, tratamos de darle sentido a las cosas y al mundo, aunque sea a través de explicaciones que van más allá de lo natural. Bruce Hood señala que «desde el principio, los humanos hemos tenido una mente preparada para lo sobrenatural», «nacemos con cerebros que infieren fuerzas y estructuras ocultas en el mundo real; […] razón por la cual no podemos atribuir toda la responsabilidad de la propagación de las creencias sobrenaturales a las religiones y las culturas.»2 Un elevado número de científicos y académicos, desde Oxford, Harvard y otras prestigiosas universidades, hasta la American Psychological Association y diversas instituciones, han estudiado las bases neurofisiológicas de la espiritualidad y del hecho religioso –no buscando a Dios, sino tratando de entender la actitud espiritual del ser humano–, ese anhelo constante de lo trascendente que parece estar en nosotros desde la génesis de la humanidad, independientemente del tiempo o lugar que ocupe a lo largo de la historia. A su vez, ha aflorado una gran cantidad de artículos desde el campo de la actual –y omnipresente– neurociencia, argumentando, como dice el genetista Hamer, que «la espiritualidad responde a un mecanismo biológico comparable al que rige el canto de los pájaros, si bien mucho
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