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TU LECTURA DEL JUEVES
Pero Zaqueo quería ver a Jesús y no le importaban los empujones, pisotones o los insultos que podía recibir de la gente que abarrotaba las calles de Jericó. Pensó un poco y se dio cuenta de que Jesús se dirigía a una plaza, a un lugar un poco más ancho donde crecía un sicomoro. Un sicomoro es un árbol parecido a la morera pero que da unos frutos como higos. Puede crecer hasta 20 metros de alto y sus ramas dan mucha sombra.
Seguramente Jesús se pararía en esa plaza para descansar o para predicar. Zaqueo no se lo pensó dos veces y se fue corriendo a la plaza antes de que llegara la multitud y se aseguró de tener un sitio que nadie le quitara. (Si lees Lucas 19:4 sabrás dónde se colocó)
¡Pero esto no era serio! Un hombre adulto, con un puesto importante y con ropas muy caras subiéndose a un árbol como si fuera un chiquillo. Pero Zaqueo no quería que nadie le molestara ni le impidiera ver ni escuchar a Jesús. Allí se quedó, escondido en medio de las ramas, hasta que comenzó a ver llegar a la gente y se llenó la plaza.
Zaqueo estaba feliz. Vio llegar a Jesús. Seguro que Jesús se pararía debajo del sicomoro para predicar. Y él estaba justo encima y lo iba a poder escuchar todo, todo.
Pero cuál fue su sorpresa que cuando Jesús llegó y se colocó bajo el sicomoro, miró hacia arriba y lo vio. ¡Qué vergüenza! Seguramente toda la multitud quiso mirar a ver qué había en el árbol y cuando descubrieron que era Zaqueo… Lo que le faltaba a Zaqueo: todo el mundo se reía de él. Pero Jesús lo miró y le sonrió. No con una sonrisa burlona, sino con una mirada de cariño. Y lo que Jesús le dijo a continuación no se lo esperaba ni en sueños. (Lee las palabras de Jesús en Lucas 19:5).
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