1 minute read
TU LECTURA DEL VIERNES
La vida de Jesús se estaba agotando. Las fuerzas le fallaban. Las personas que miraban desde lejos no podían hacer nada por el Maestro. A partir del mediodía el cielo se oscureció. Dios estaba mandando una señal en el cielo, pero los dirigentes judíos no quisieron reconocer que eso era una señal de Dios.
Como a las tres de la tarde, las fuerzas de Jesús no aguantaron más y en medio de un grito, murió. En ese momento la tierra tembló. Hubo un terremoto que sintieron todos los habitantes de Jerusalén, judíos o paganos (ver Mateo 27:51). También se rompió el velo del Templo.
¿Cómo era posible que después de tantas señales los dirigentes judíos no creyeran en Jesús? Sabían cómo su nacimiento había sido anunciado por los mismos ángeles. Juan el Bautista había dicho que era el Hijo de Dios. Habían escuchado sus enseñanzas y habían visto sus milagros. Habían vivido la oscuridad y el terremoto y ahora lo más valioso de sus ritos y ceremonias religiosas, el velo, estaba en el suelo del Templo. Ni siquiera por eso creyeron. Pero la historia estaba a punto de empezar de nuevo.
Jesús murió por todas las personas del mundo y nos salvó del pecado. Al dar su vida, podemos estar seguros de que, cuando Jesús vuelva, el pecado y la muerte no existirán más. Ahora, cuando nos morimos, como le dijo a Lázaro, solo estamos durmiendo. Cuando una persona muere, es como cuando te vas a dormir una noche y te despiertas por la mañana. Pero la mañana del día del regreso de Jesús, los que hayan muerto despertarán para vivir para siempre en la Tierra Nueva. Eso es lo que le pidió el ladrón crucificado a Jesús.