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TU LECTURA DEL VIERNES
Zaqueo no se lo podía creer. Jesús se estaba invitando a su casa. Y no, Zaqueo no pensó que Jesús era un maleducado. Para Zaqueo el que Jesús quisiera ir a su casa era un gran honor, como si un día tu actor preferido o tu cantante favorita te llama y te dice que quiere ir a tu casa. De todas las casas que había en la ciudad Jesús no quería ir ni a casa del jefe de la sinagoga ni a la del alcalde ni a la de ningún levita. Jesús quería ir a casa de Zaqueo.
Ya no le importaba que la gente se riera de él. Jesús lo había elegido a él. Iba a tener en su casa al Maestro. Así que Zaqueo bajó rápido y se fueron caminando hacia su casa.
La gente empezó a hablar mal de Zaqueo. Le dijeron a Jesús que no podía ir a casa de ese hombre porque era muy malo, era un pecador. Pero Zaqueo tenía algo que decir. Él amaba a Jesús con todo su corazón y quería demostrarlo. No solo iba a recibir a Jesús en su casa y lo iba a atender con todos los cuidados, sino que se ofreció a mucho más. (Lo sabrás si lees Lucas 19:8).
Voluntariamente Zaqueo donó la mitad de su fortuna para los pobres, porque él quiso, no porque nadie le obligara. Y por si alguien sospechaba que era un ladrón y un corrupto, se ofreció a compensar al que hubiera perjudicado devolviéndole el dinero defraudado y hasta cuatro veces más.
¡Qué diferencia entre el rico Zaqueo y aquel otro joven rico!
Jesús entró en la casa de Zaqueo y descansó allí. No sabemos cuánto tiempo. Pero seguro que Zaqueo pudo disfrutar, no solo de sus enseñanzas sino también de su compañía y cariño.
Para los padres
Hoy también podemos invitar a Jesús a nuestra casa. Jesús dice que cuando hacemos algo a una persona que lo necesita se lo hacemos a él. ¿A quién invitamos a nuestra casa? Solo a los amigos de nuestros niños o aquellos niños que son pobres, diferentes; aquellos que tienen algún problema que produce rechazo.