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TU LECTURA DEL MIÉRCOLES

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Para saber más

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El cortejo que seguía a Jesús con canciones y alabanzas llegó a un lugar desde el que se veía toda la ciudad de Jerusalén. Era una gran ciudad. Los romanos habían hecho reformas que la hacían ser una ciudad agradable y limpia. Jerusalén era moderna, con calles anchas, plazas y jardines. Había barrios de trabajadores, pero también había palacios y mansiones. Herodes había ordenado construir un templo enorme, con muros de mármol blanco que sobresalía sobre toda la ciudad.

Entonces, Jesús se paró para observar la ciudad. ¿Qué es lo que pasó? (Lee Lucas 19:41). Esta es la segunda vez que la Biblia dice que Jesús lloró. La otra vez fue unos minutos antes de resucitar a Lázaro, ¿recuerdas? ¿Por qué en medio de toda la alegría que rodeaba a Jesús, Jesús llora?

En realidad, Jesús no llora por la ciudad, llora por sus habitantes. Los habitantes de Jerusalén creían que para ser felices necesitaban tener una gran ciudad y un gran templo. Y, además, que se fueran los romanos. Habían construido una ciudad grande y rica. Sin embargo, habían olvidado a Dios, al verdadero Dios de amor.

Y Jesús lloró porque sabía que Jerusalén sería destruida y que todas esas personas sufrirían. Muchos de los habitantes de Jerusalén prefirieron seguir luchando contra los romanos antes que creer en el reino de amor que Jesús les ofrecía. Jesús había intentado enseñarles el Dios de amor, pero ellos preferían a un Mesías vengador y guerrero que destruyera a los romanos.

Esta es la foto de una maqueta que reproduce lo que podría haber sido el templo de Jerusalén en tiempos de Jesús. Actualmente solo queda un muro de piedra.

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