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TU LECTURA DEL MARTES
Al anochecer, llegó Jesús con los demás discípulos a la casa. En Israel, era costumbre que al llegar a una casa te recibiera un criado. El criado era el encargado de guardar el manto o la capa. También tenía que hacer un trabajo muy desagradable: les tenía que lavar los pies.
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En los tiempos de Jesús los caminos y las calles eran de tierra. Si entrabas en casa con los pies sucios, llenos de tierra, la casa estaría siempre muy sucia. Además, si te limpiabas los pies antes de entrar te sentirías mucho más cómodo y fresco, ¿verdad?
Pero esa noche no había criados que sirvieran la mesa ni que atendieran a las visitas. Todos entraron en la sala y se sentaron rápidamente en la mesa que ya estaba preparada, seguramente buscando el mejor sitio y sin preocuparse por los demás. Entonces Jesús, en silencio, se levantó, se quitó el manto, llenó una vasija con agua, cogió una toalla y ¿qué hizo? (Léelo en Juan 13:5)
Imagínate al Maestro haciendo el trabajo de un criado porque ninguno de los discípulos había sido tan amable de pensar en los demás. Ni siquiera se les había ocurrido coger el manto a su Maestro. Todos aceptaron en silencio y medio avergonzados de que el Maestro les lavara los pies con cariño y sin regañarles.
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