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El Petronio Álvarez, festival del rescate
Acabo de llegar
del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez celebrado en Cali en su versión XV y estoy aún bajo el embrujo de su esencia. La magia de lograr en plena globalización (de costumbres) el rescate y la conservación de la tradición en los campos de la música, de la comida y de las bebidas vernaculares, es algo que merece todos los aplausos.
Es conservación musical: de los violones del Cauca Alto, de la chirimía del Chocó y de las marimbas del Pacífico Medio y Sur y es rescate, pues la mayoría del público estimado en 13.000 personas por día en el renovado Pascual Guerrero, era joven. Se presume que ese público joven estaría bailando reggeton y no currulao ni bullerengue.
Es innovación musical también, como lo mostraron los grupos que mezclan los ritmos tradicionales con Jazz, o como ese trío de Sopó (sí, Sopó/Sabana de Bogotá) que tocaron carranga a seis manos con una sola guitarra, al ritmo del currulao.
100 puestos de comida, divinamente organizados, representaban la tradición gastronómica pacífica: sancochos y cazuelas, pasteles de yuca con toyo, tamales de piangua, encocadas, arroces marineros... y dentro del Estadio: 20 puestos de viche y sus derivados (arrechón, vinete, mixtela, canelazo, guarapo, tomaseca, pipilongo, calentura, candelazo, guarapillo, curao, mixto, miel de coco, crema de viche, tumbacatre). Estas bebidas son tradición negra pura y fueron las protagonistas de los ánimos del Festival. Nada de la cerveza, ni del aguardiente habituales, bebidas con cero diversidad. Las expuestas en el Petronio fueron unas dulces, otras amargas, unas más fuertes, otras más suaves, unas picantes, otras con canela, unas lactosas, otras de alcohol puro con sabor a caña natural y a tradición.
Lo mejor de todo, para los que sufrimos con la pérdida de lo aldeano: el Festival Petronio es 100% auspiciado por la Alcaldía de Cali, lo que permite no ver ningún aviso de patrocinadores. Un descanso real, de significado político profundo. El arte y la cultura encima del mercantilismo habitual.
La joya de la corona es una población negra bella, vestida con estética e imaginación, cívica, gentil, acogedora, que generosamente y con orgullo comparten la esencia de su cultura musical y gastronómica.