

Una tarde de septiembre llegué a casa del colegio y me encontré terriblemente aburrida.
Mi hermano ha comenzado el instituto y ahora no tengo con quién jugar. Supongo que me he de acostumbrar, pues él ya no es niño —esta es su frase favorita ahora mismo—.
Mientras me encontraba aburrida, pensando y pensando cuándo mi hermano volvería a casa, decidí ir a mirar a través de la ventana.
Me encantan las nubes y ver cómo se mueven. Hoy empecé a contarlas, aunque no es tan fácil porque una se puede transformar en otra.
Uno, dos, tres... ¡Ahhhgr! No, la tres es la dos ahora... ¿Lo ves?
EL DÍA QUE MI HERMANO VOLVIÓ A CASA TARDE
Bien, aquí estoy de nuevo, aburrida y un poco preocupada —últimamente escucho mucho a mi madre decir esta palabra—. Mi hermano debía volver a casa a las 18:30, pero no hay señal de él.
Mientras llega, escucho nuestra canción favorita y leo algunas páginas de nuestro libro favorito. Recordé entonces lo divertido que era volver a casa con mi hermano, quien siempre me protege, sobre todo cuando llueve, ya que los truenos me dan mucho miedo.
De inmediato pensé: «¿Qué pasaría si llueve ahora mismo? Me encuentro sola en mi habitación y mi hermano no podrá volver a casa en la bicicleta. O… tal vez no le importará y vendrá a casa. Y si... está volviendo en la bicicleta y se resbala. ¡Oh, no, no, no...!». Pensé en mi hermano cayendo de la bicicleta y haciéndose mucho daño, y entonces sentí una especie de corte de papel en mi corazón... Estaba muy nerviosa, pero de repente escuché:
—¡Alula! —Era mi hermano saludándome desde la calle. «Oh, ha llegado finalmente», pensé. No le he dicho a mi hermano que estaba preocupada. Soy fuerte, él siempre me lo dice.