

En el horizonte del norte, donde el cielo y el mar se unen y donde el viento gélido acaricia la piel de la tundra, vivía Frost, un joven y hermoso zorro ártico de piel blanca y plateada.

Desde pequeño, Frost demostró ser un zorro muy curioso y aventurero que siempre andaba buscando nuevas emociones.
Un día, mientras observaba el cielo nocturno, Frost se dio cuenta de que la Luna parecía estar más cerca de lo habitual. Estiró su mano para alcanzarla, pero por más que se estiraba, no lograba tocarla.


Así que pensó en subir a algo mucho más alto.

Con el paso de la noche, descubrió que la cima de los árboles lograba tocar la luna, así que buscó el más alto de todos para subir en él y así lograría alcanzarla. Grácilmente, Frost subió por cada una de las ramas, saltando entre ellas, hasta llegar a la cima.

El zorro se emocionó al ver la luna entre las últimas ramas, pero al intentar tocarla, por más que se esforzaba, no lo conseguía.
