


El broche y la brocha
—Me gusta tu pelo. Me gusta azul, rosado, verde, anaranjado. Me gusta celeste, amarillo, dorado —decía, suspirando, el broche sin quitarle la vista de encima a la brocha.
—Y ¿me querrás igual cuando lo tenga blanco? —preguntó la brocha.
«¡Clic!», sonó, y el broche se cerró.

La rodilla y el rodillo
—No ruedo más —dijo el rodillo—. Ahora quiero estar a tu lado para siempre.
—Pero yo no sé dónde estaré. No soy dueña de mí misma —musitó, doblegada, la rodilla.
—Entonces, veo que rodar y rodar es mi destino.
—¿Te lo enseñó una piedra en el camino?
—No, rodilla, me lo enseñaste tú.

