EL PERFILADOR DE GUSANOS SONIA DOMINGO A.
Los parásitos viven controlando las mentes de sus víctimas.
Introspección Capítulo 1
Observarme desde dentro, desde lo más profundo e inquieto,
sujetando y alternando frases sin sueños, cajones repletos de ignorancia, deshojando quizás en el empeño más inmediato, aquello que, nunca logré divisar en el rincón del espejo empañado. Deseando, siempre poder escapar, intentando resumir en el intento, de no herir, de no descompensar la cita del amar, escondiendo desde mi interior, fingiendo sostener una risa, retener un ¿por qué?, deshabilitando totalmente las prisas de un futuro mejor, desde aquella capacidad de verme sujetando mi interior, descubrí, que hay valores que no pueden sostener veracidad es: «si tu mente pierde el control».Dentro de los tropiezos de la mente más existencial, allá donde la memoria altera los hechos y conmueve las 3
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banalidades, comienza este relato, lleno de cautivadoras propuestas, para hacer el desorden más ordenado, para desfavorecer los regalos baratos, para que las ofensas jamás desborden la capacidad que, tenemos de poder desarrollar cualquier ciclo, de cualquier desorden «llamado mental». Hay momentos, en los cuales, sujetando los recuerdos, observándome las manos, ignorando lo que fue terciopelo terso y suave, visualizando esa rojez generada por una vida continuada, dirigida hacia el trabajo, el bienestar, el progreso, el ejecutar aquello que todo está bien hecho, dejando atrás, retos, inocencia y sueños, en la incertidumbre de aquel beso fugaz que recuerdo vagamente, de aquella sonrisa que hoy no presume hacerme frente, resurgiendo del continuo desvanecimiento, como hojas perennes, agotada tengo el alma, sin sujetar razones, sigo haciéndole honores a mi suerte. Desde la compatibilidad del error, sin acertar, ¿cuál fue la ocasión?, ¿dónde perdí la estupidez?, ¿dónde recogí aquello que «no» me pertenecía ser?, ¿por qué dejé, al valor de mis pensamientos, en la ironía, de lo que otros sujetos, preparaban a mi encuentro? ¿Cuándo vacié las promesas de aquella juventud?, ¿dónde dejé el retrato, que realmente acunaba, la grandeza, de una realidad impregnada en sabiduría y coherencia?, ¿cuándo comencé a ser, el sujeto de alguien?, ¿cuándo avancé, olvidándome de vivir? Obviamente, no puedo cuestionar las palabras vertidas en credos de realidad, no puedo decidir: ¿qué creer?, ¿cómo hacerlo?, ¿a quién seguir?, ¿cómo observar?, ¿cómo llegar a no someter una dictadura vulgar, en un interior, con una amplia incapacidad impulsada y sometida a los placeres, al descrédito, al valor, a la pérdida del compromiso?, ¡reaccionar cuando tuve ocasión en mi vida! Si en aquel momento, si en el instante de ahogar mi silencio, entre risas brindando la absurda compañía del amor, que en aquel momento me correspondía, si en aquel espacio de mi mente, se 4
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hubieran desalojado los miedos, la precariedad del ¿qué dirán?, y todo fuera ajeno, seguramente hoy, sería dueña de una capacidad mental, hoy no tendría que auto domesticar mi realidad, que soñar en el pasado, ocultando mi verdad, que sostener en mi vocablo siempre el modo del ayer, que vivir en tiempo pausado, sin ver el tiempo actual, sin proceder a ocultar que mi mayor fracaso, fue olvidarme que ¡yo! también sé pensar, que en la decisión de los demás, no se encuentra la verdad. Dentro de aquel desarrollo insensato y sensible, acertando casi inhumano averiguar ver, lo que va quedando de aquello qué creías construir, con la garantía de que mañana, lo escondía la libertad, en algo mejor: la serenidad del futuro, la sensatez del amor, la caricia del beso, la fragancia de un suspiro, buscando siempre ese día preciso, donde asoma un te quiero verdadero, un trabajo austero, un vivir sin tener miedo, un amigo auténtico, donde los sueños quedan sujetos retenidos en las noches de inciertos pensamientos. Cuando veo lo que realmente sostiene la precariedad vacía, de lo que insultantemente logran vendernos, me aflijo, me someto a mí misma, al llanto, me disuelvo entre pastillas y la agonía de alcanzar a dormir una noche seguida. Me limito a contar entre el tiempo, ¿por qué no logré reseñalar, que no había momentos más ciertos, que los que estaban sucediendo?, ¿que no necesitaba mejores tiempos, que mis pies sujetaban la calzada de aquello que lamentablemente no llegaba?, ¿que vivía abrazada a la mentira, de un mañana gigantemente mejor?, pero solo en el acierto de una mente confusa, delirante, quizás por el empeño roto de vivir en una sociedad llena de mentira, de engaño, de hipocresía, llena de violencia, de desesperación, de agonía, donde vivir es quizás, la partida que comenzamos, cuando nuestro tiempo deteriora dentro de los pensamientos, que aquello que soñábamos, lo llevábamos puesto. ¿Qué temeridad el no visualizar?, ¿que no debe llegar el momen5
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to tremendo? Es razonar a través de la pasarela que te dan los años, mostrando la sabiduría, en la rota desesperación, donde quizás, un perdón llega tarde, o llega en un adiós. Donde despierta la incertidumbre y acaba la hipocresía, allanando el camino, a la razón. De vez en cuando, en la intimidad que abraza la desolada desesperación, del minutero roto, donde solo te encuentras a ti misma uniendo los trozos, que ayer fueron cobardía, que no sujeta la realidad de tu vida, alejándote por breves instantes, en esa totalidad, donde una lágrima despierta ese credo, esa sapiencia, ese saber estar, donde la naturaleza regresa a despertarte, allí apoyada en aquel instante, te das cuenta de que ahora no llegó el momento, que nunca fue tarde, que ahora es, cuando tu despertar amanece de los silencios, huye de los cobardes, se abraza al encuentro, que solo vive en el interior de tus pensamientos, con la hábil destreza de suavizar tus sentimientos sujetas en una mano la templanza, restas la otra parte del quizás y derribando todas las dolencias que suponían hallarte. Aquí inclinada, entre la comodidad del sillón gastado, iniciándome a perder la vergüenza, conectó con la confianza, la web de la destreza, tú detrás de esa pantalla, acomodando mis vivencias, habitualmente soy de las personas que convive dentro de ella, esa clase de mujer que prefiere hacer, a tener que oír quejas, pero, ante el desconcierto del amanecer afligido, de la derrota instalada en las ojeras de mi alma, prefiero comunicarme contigo a través de la distancia, de aquello que consideraba frío, a través de una pantalla, te sugiero ser mi amigo, aquí entre las últimas tecnologías, y los principios de la vejez escondida, entre el murmullo de lo no aprendido y el acierto de aprender a comunicarme contigo, ahora, empiezo a comprender que aquello que creí perdido puede volver a ser mío. Relajándonos lentamente, entre preguntas incansables de aquello que se logra despertar cuando el equilibrio, hace que los años 6
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resulten el mejor de los jeroglíficos, a mis sesenta y largos, doy por hecho a no retorcer la palabra, a narrarte «no» una desesperación, «no» el ¿por qué?, deseo que en la sorpresa de las vivencias, llenen estancias, sin insomnio sostenido, en la retina de los amaneceres fríos, en esta presentación tu seudónimo esconde el rostro, dentro de esa psicología que a veces es tan pragmática enigmática y curiosamente silenciosa, William, siempre dispuesto a atender esos tan añejos comentarios ahora todo cibernéticamente, «yo» adaptándome al progreso, «tú» aprendiendo con los años. Como en todos los principios, llegó el momento de las presentaciones, junto a esta taza que tantos cafés han pronunciado en mis labios, y siguiendo los términos y condición, te podría dar muchas razones, para silenciar mi nombre, y solicitar cualquier seudónimo que se adapte a la posibilidad de hacerme sentir, que aún soy capaz de llegar, pero, como bien he aprendido con los años, es que no hay mayor seguridad, que no aislar jamás tus decepciones, hoy que tengo que apuntar todas las fechas en los calendarios, y que vivir en la era moderna me doy cuenta, que a través de la tecnología, estoy descosiendo lentamente, las cicatrices ocultas en sonrisas. William, detrás de esa pantalla con sonrisa perfilada, con esa barbilla que sostiene también alguna arruga, esa voz sujetando la calma, y preguntándome con elegancia: —¿Qué se esconde Jacqueline, en las noches alejadas de dormir?, ¿qué te produce, ese laberinto enredado en lejanos infiernos, que te acompañan fielmente, en el castigo más inhumano?, cuéntame, Jacqueline, ¿qué es lo que te despierta agotada y con esas ideas, que revoltosas, confunden la realidad paralela? Con intensa mirada y palabras impregnadas en la sabiduría de los libros, deseas escuchar mis respuestas, entre muchas equivocaciones, querido doctor, he convivido y compartido frustración, entre victorias de grandes, sorpresas mayores, fueron las decadencias, es cierto, que 7
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en el atravesar de los momentos, se detienen, pero, no sin antes recordarme que cada instante, ha de ser decidido y no exigido por nadie, frente al desconcierto que tremendamente nos recuerda la fragilidad, que supone alternar, la incompatibilidad de la violencia establecida, de los gritos retenidos, en el continuo desacierto, de escucharlos entre los labios de, ¡quien has amado!, sorprendiendo el deseo de mutilar los sueños, y aún, en el simple sacrificio, de no pretender entenderlo, inconscientemente vuelves de la mano del agresor, del silencio. Me preguntas, querido William, ¿cómo vivo, en la profundidad del desván de la soledad?, ¿qué profundiza mis temores?, ¿qué agita mi voz, que no alivia la insensatez, de sentirme en esta profunda tristeza, amasada con el hilo que frecuenta, el haberme sentido, el haber tenido, y el haber perdido, en mí la inocencia? Entre la incomprensión queda muerte a la grandeza, bien cierto es, que no hay noche, que deje descansar mi temblor, quizás en la construcción, podría recurrir a la infancia y a través de ella, presenciar cómo fui, olvidándome, de quien habitaba en mí, sin disolver la respuesta, dentro de los instantes llenos de amor y sutileza, que transcurrieron entre callejuelas de juegos, paseando con mis dos coletas muñeca de mi mano, y un trozo de cartón para trajear, en aquel momento a las princesas le daba la orientación precisa, al gran ropero que con delicadeza talló para mí, quien siempre me echó de menos. En mi corta estancia de niñez, dando el recorrido más ligero, de saltar en aquella cuerda, de esos balones hechos con nudos, de jersey empobrecidos en tela, de esos trajes que dibujaban la inocencia de nuestras muñecas y recortables, que abrigaban nuestros más deseos de hacernos grandes. Doctor, no sujeto tristeza, ni recuerdos violentos de la época, que conservaba el respeto, que ayudaba a abrir la puerta, que dejaba definir un té quiero, que alumbraba a las familias en aquellas noches blancas rodeados de mesas, en las cuales escaseaba el pan en la cesta, pero, sobraba la cortesía, el respeto y la elegancia, en esa escasez de momentos, en los cuales, retienes todo lo bordado que te regala el 8
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momento, no buscabas infringir las reglas, bastaba con tus recortes de muñecas, con ayudar a poner la mesa, con ser fiel y corresponder, cuando de ti necesitaba cualquier vecino, a caminar con respuestas, he vivido esos atardeceres escuchando las continuas batallas, los vaivenes, los aciertos de los poderes establecidos, los desaciertos de las guerras incoherentes, he sujetado las manos temblorosas cubiertas de manchas, cubiertas de callos, ásperas y mirado los ojos que sostienen el morado del equilibrio, de una vida impresionantemente dura, repleta de obstáculos, he tejido al fuego de unas latas con alcohol que servían de candil, en aquella estrechez, con un habitáculo dormido por una situación, donde solo el polvo se posaba la estrechez del armario, sosteniendo cansados platos, vasos mellados y escasos cubiertos. Alguna vez, en la suerte del nacer, en el equilibrio más hermoso, del sentirte querida por quienes te han dado lo mejor de ellos mismos, que sostiene tu vida, encontraba la mano, de quien me hizo importante, de quien me dio los valores, de quien me enseñó que alcanzarlo, es siempre caminar hacia adelante y como le venía diciendo, doctor, allí se encontraba mi madre, con un trozo de pan en aceite, y una gran sonrisa, pasando tanta hambre al regalármelo, su expresión de terrible hambruna, se escondía la sonrisa más afortunada que te pueda regalar la ironía, y «yo» sosteniendo aquella tostada de pan, ¡cómo cuál milagro!, la remiraba, solo el olor hacía llenar tantas ganas. Rodeando una infancia, en escasez material, pero, con la virtuosidad de hallar en cada espacio, el olor del hogar, la sensatez de hacer las cosas con honestidad, de hacer las cosas sin pretensión a ofender, de aquellos momentos en los cuales, los algarrobos no solo alimentaban a los cerdos, era quizás, uno de los manjares que guardábamos en nuestros aposentos, la distracción de mi sueño, no esconde desalientos entre juegos inocentes, mi vacío, no revela un desahucio emocional, causado por penas, ni terrible infancia. Entre la fortuna de un hogar acondicionado, he disfrutado, de esa elegancia tremen9
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damente hermosa, solo tenía una camisa, pero sin ninguna duda, me hacía sentir que el momento era importante, era magia, brillaban los domingos, pues con ellos, podía lucir mi camisa blanca, mis gastados zapatos, y aquella falda que con dos nudos correspondía a mi talla, entre el amanecer del murmullo, de escuchar ese cantar animal, ese olor a café, y ese barreño sosteniendo agua prácticamente helada, donde papá se acicalaba con aquella navaja, dándole brillo a su cara, rodeando de jabón casero su barba, y consumo cuidado, se afeitaba, antes de que aquellos gallos comenzaran su rima mañanera, dentro de mi despertar sencillo, de esos juegos caseros, que distraían y te obsequiaban con el milagro de poder soñar: con transformarlos, con bautizarles, todo tenía su nombre, todo tenía su lugar, todo era importante, cualquier espacio no tenía competitividad. Los dulces escaseaban tanto, que, con azúcar en una sartén, te regalaban aquellas inmensas piruletas, y allí en aquella casa humilde, rodeada de la imaginación de los habitantes, colgaban cortinas hechas por tu madre, cojines uniformes de recortes de cualquier tela, para hacer soporte a ese dolor de riñones, de cuando de bien pequeña, tenía que recoger algodón. En aquella infancia, tan distinta al vacío que secuestra la realidad, de un «sistema» que ha desvirtuado, desgranado, vaciado, impregnado, e intoxicado con propuestas corrompidas, esperando que las mentes no puedan desarrollarse, no puedan crecer, ya no nos sorprendemos con recortes de papel, ya no sabemos jugar y perder, ya no podemos distraer inocentemente una noche de reyes, ahora se cultiva, el juego de la mentira, nos buzonean inutilizando la mejor herramienta que nos viene concedida, ahora, ya no podemos crear mágicos muñecos, no ponemos voz a los cuentos, la magia quedó fundida entre ignorantes que secuestran valores, que pervierten lo que nos hace grandes, no imagino una infancia sin aquel armario hecho con la destreza de hacer grande el regalo, deshabilitar mis sueños, de concederme el misterio y despertar mi creación, con aquella 10
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ilusión de vestir no solo a mis muñecas, de seducir mi mente, aquello doctor, si valía la pena, ahora abrigo el insomnio que, arraigado, ha hecho fortaleza entre aquel pasado, ahora, no solo tengo techos falsos que cubren la decadencia o solicitan esconder fallos en las viviendas, a veces, mentalmente vivimos en la misma falsedad que cubre esas paredes perfectas, que lucen hoy en día las moradas imperfectas, mi ilusión no esconde disconformidades, no visita la vergüenza rota de quien a fuerza ha desplazado mis muñecas. El doctor William, sosteniendo la mirada, acariciándose suavemente su barba muy poco poblada, y con la inquietud de la pose interesante del querer descubrir lo que a su paciente la ha hecho sentir tremendamente cobarde, callado, dando vocablos e intentando visualizar todo lo que va analizando. Con semblante serio, una camisa dibujando un emblema, una medalla sostiene su pecho, escasos anillos en los dedos, sujeta el bolígrafo con el que anota todo lo que puede relacionar, para ayudar a ser consecuente, muy pendiente a todas aquellas palabras que salen de la boca de Jacqueline, la observa desnuda, cada estrofa, en el intento de evaluar, poder alcanzar a dar forma a la tristeza que rodea la mirada, que enfrente rodea su cámara, una mujer, con los valores de la enseñanza clásica, capaz de poder entender que el valor nace en la esperanza; «¿por qué?» se sigue preguntando en su interior el psicólogo, analiza los fragmentos consecuentes y deja que hable mientras, le pide unos minutos, para poder hacer un breve descanso, junto a un café, en una tarde en la cual, se antoja muy interesante. Prosiguiendo la impaciente comunicación entre ambos: «Continúa, por favor». William le dice entre una mueca agitada de sonrisa y una expresión facial, curiosamente difícil de visualizar, pues, su irónica sonrisa y su rostro, no concuerdan con un semblante elocuente. —Debido a la cobardía, que hace que mentes insignificantes, 11
El miedo psicológico, el espantoso terror, una mujer desprendida de su cuerpo, los doctores de salud mental dispuestos al encierro... Jaqueline, joven seductora amante de la vida emprendedora de mil batallas, queda destruida cuando su pareja, comienza una batalla de incomprensión y duras palabras, que agitan los desvelos y hacen que la protagonista se haga dueña de depresiones, angustias y tatuajes imperfectos, de no poder ver su valía y dejarse morir por dentro. Una profesora será quien junto a Asdrúbal amigo inseparable de silencios que confinan trastorno y dolor, comience una ardua investigación, recorrido que les hace acreedores de impactantes sucesos llenos de miedo. Ante un precavido parásito, escurridizo, meticuloso y completamente egocéntrico, siendo un clásico estudioso escultor de secuestros. El dinero compra mil formas para falsear la coartada. La policía otorga prioridad al no demostrar nada. Afligida mentalidad sigue la búsqueda de tumbas sin cerrar.
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Jaqueline ha de tomar una soberbia decisión, en unas difíciles fechas donde la mujer estaba relegada al machismo imperante.
ISBN 978-84-19106-43-8
Nadie está a salvo del temible perfilador de gusanos...
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