Gaspar y el misterio de Don Guillermo

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Gaspar

y el misterio del Don Guillermo

Ilustrado por Soledad Voulgaris

El verdadero significado de las cosas

—¿Es cierto que una vez encontraste un cucharón mágico en el fondo del mar? —preguntó un niño al abuelo de Gaspar.

—Encontré eso y mucho más, pero ese cucharón de plata es muy especial, porque cada vez que lo usamos sucede algo mágico; se dibuja en el aire una nueva historia de los barcos hundidos de esta zona…

Siempre que al abuelo Daniel se le acercan niños, puede estar horas haciéndoles cuentos inolvidables.

—Los mejores buceadores son los que nacen aquí, porque el que bucea en estas aguas podrá hacerlo luego en cualquier otro lugar del mundo —decía cada vez que un visitante le preguntaba cosas al verlo salir del agua.

La imagen de aquel barco fantasma se dibujaba en el aire una y otra vez al usar aquel cucharón antiguo. Era como si parte del jugo que mamá servía volara haciendo un gran dibujo en el techo, recordaba Gaspar.

Su pequeña casa se encontraba en un pueblo de pescadores y siempre llamaba la atención de las personas que iban a la playa, porque sus muros estaban decorados con dibujos que Gaspar hacía con su mamá en vacaciones. Al lado de la puerta habían pintado un gran pulpo y uno de sus brazos llegaba casi a tocar el pestillo de la puerta, invitando a los amigos a pasar.

Él amaba tanto el mar como su abuelo, pero recién estaba aprendiendo a bucear con tanque.

Practicaba siempre que podía con Daniel y le gustaba mucho bucear cerca de donde podían observar a los lobos marinos, lejos de las rocas. Los lobos más pequeños siempre se le acercaban y jugaban, mordisqueándole las patas de rana.

Su abuelo le decía que pusiera la mano en posición de «pare» para que solamente se la olfatearan.

—¡Qué rápido nadan, abuelo, y qué lentos que son en tierra! —decía Gaspar.

El papá salía todas las mañanas a pescar en su lancha y era el trabajador más feliz que Gaspar conocía. Veían muchas veces juntos el amanecer antes de zarpar en verano, pero luego Gaspar lo despedía con un fuerte abrazo, ya que por ahora prefería ver a los peces libres en el mar. Su papá le decía:

—Acuérdate siempre, hijo: la felicidad está en las pequeñas cosas de todos los días.

Una mañana, luego de ayudar a su padre a cargar las redes de pesca, Gaspar corrió por la playa haciendo volar miles de gaviotas a la vez.

Se arrodilló luego en la arena al ver pasar un carro lleno de visitantes a Cabo Polonio que saludaban. Le pareció ver entre ellos a una niña que, por pararse y levantar la mano, dejó caer una caja en la arena sin darse cuenta.

Gaspar encuentra una antigua caja, que lo lleva a resolver misterios del patrimonio sumergido del Uruguay. Se enfrenta con el fantasma del capitán de un naufragio y aprende valiosas lecciones sobre la verdadera felicidad de cada día.

El equilibrio de morfeo

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