La sonrisa del dinosaurio

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Au Ariadna

de ciones

Ilustra

Nora



P

or fin era viernes y no uno cualquiera, ¡ese había excursión! —El viernes iremos al Jardín de los Antiguos Reyes —dijo días antes el maestro de la clase de 4º curso. —¡Jooo! Seguro que solo vamos a andar y ver cosas aburridas… —se quejaron los alumnos. —¿No podríamos ir a un parque de atracciones? ¡Dino-Atracciones es un 3


parque divertidísimo! Yo he ido dos veces con mis primos, ¡y me lo he pasado de miedo! —preguntó Abdel. Sin embargo, nada de lo que dijeron los niños sirvió. El día señalado, el autobús y el Jardín de los Antiguos Reyes habían llegado. Antes de bajar del autobús el maestro advirtió: —Coged todas vuestras cosas y no os dejéis nada. Amaia, ¿me has oído?, ¡no te dejes nada! —¡Ja, ja, ja! —se rieron los compañeros. Amaia era muy despistada. En clase se levantaba para preguntar algo al maestro y cuando llegaba a su mesa no se acordaba de lo que quería preguntar, así que se volvía a su sitio arrugando el ceño e intentando recordar. 4


En la puerta de los jardines, el maestro estaba entusiasmado, quería enseñarles todas las estatuas y rincones que él veía maravillosos; pero los pequeños mostraban el aburrimiento en sus caras. —No os separéis, ¿de acuerdo? Todos asintieron con un arrastrado y desanimado: —Vaaale. —Así me gusta, que vengáis con ganas de pasarlo bien en la excursión —habló el maestro sin hacer caso de las caras de burla. Fueron caminando durante casi una hora a través de los jardines y animándose poco a poco: —¡Parece una selva! —David miró hacia arriba, maravillado de que entre tanta copa de árbol casi no se pudiera ver el cielo. 5



—Pues esa estatua se parece a ti, ¡ja, ja, ja! —rió Jorge dirigiéndose a Claudia. —¡No se parece a mí! —se quejó—. Es una reina con una nariz gorda y el pelo pegado en su cabeza, y yo no soy así. —¡Ja, ja, ja! —rieron los niños que escucharon los comentarios. Por fin llegaron a un parque en el que había algunos columpios y bancos para sentarse. Abdel, Claudia, Jorge, Amaia y David, que eran muy amigos, se sentaron juntos en el suelo. Hicieron un círculo y en medio dejaron las mochilas. Sacaron sus bocadillos y las botellas de agua y se pusieron a comer. —¿Qué os parece si después vamos a inspeccionar un poco a ver si encontramos algún sitio escondido? —preguntó 7


Abdel, al que le gustaba pensar que algún día descubriría algo importante y se haría famoso. —¡Vale! —exclamó David—. Aunque no sé qué vamos a encontrar que no sean estatuas de reinas y reyes feos y viejos. —¡Pues a mí me ha gustado mucho la estatua de la reina que se parecía a Claudia! —se sonrojó Jorge. —¡Que no se parecía a mí! —le contestó de nuevo mirándole muy seria. —¡Ja, ja, ja! ¿No te das cuenta de que te lo dice de broma? —comentó Amaia que, aunque era despistada, sabía de sobra que a Jorge le gustaba su amiga. De esas cosas siempre se daba cuenta. Pasado un rato de charlas y risas, los cinco amigos decidieron coger sus mo8


chilas con el agua que les quedaba en las botellas, e irse a investigar qué había en los jardines que no habían visto con el maestro. Caminando entre frondosos árboles, setos recién cortados y zonas de tierra y flores de colores, llegaron a otro parque con columpios. —¿No nos habremos alejado demasiado? —preguntó Claudia, a la que no le hacía mucha gracia separarse del grupo—. No oigo las voces de los demás. —No te preocupes —quiso tranquilizarla Jorge. —Claro, claro, él será tu salvador… ¡ja, ja, ja! —rio Amaia en tono burlón, y empezó a correr al ver que Jorge, enfadado, iba a por ella. —¡Ven aquí! ¡Como te pille…! —le gritaba sin poder cogerla, pues era una 9


de las que más rápido corrían de la clase. Ambos se alejaron. David, Claudia y Abdel se quedaron en el parque cerca de los columpios. —¡Eh! ¡Mirad eso! —gritó Abdel, emocionado porque creía que había encontrado algo misterioso. David y Claudia fueron a mirar debajo del final del tobogán. —Solo son piedras… —observó David, desilusionado. —¿Tan grandes y blancas? —preguntó Abdel. —¡Cógelas! —le dijo Claudia a su intrépido amigo. Abdel cogió tres grandes bolas que había debajo del tobogán. Pesaban bastante y le dio una a David. —La verdad es que no sé si es una piedra —dudó al tenerla en sus manos. 10


—Mmm… —Abdel se acercó una de esas cosas blancas a la oreja y la agitó un poco—. ¡Tiene algo dentro! Claudia, que vio que su compañero iba a lanzarla contra el suelo, se asustó: —¡No la tires! ¡No la rompas! No sabemos si es una piedra o no, ni sabemos qué tendrá dentro. A lo mejor tiene un bicho venenoso, te pica y te tienen que llevar al hospital. —¡Qué tontería! Tranquila, que si te gusta, no la romperé. Nos podemos quedar una cada uno e investigar en casa. Podemos meternos en Internet a ver si hay alguna imagen que se le parezca. Los tres amigos estaban contentos con su descubrimiento y, sin soltar las «piedras-bolas-cosas» blancas, se pusieron a jugar en el tobogán. 11



—¡Vamos a tirarnos los tres a la vez! Nos sentamos arriba, uno detrás de otro, y nos tiramos —propuso Abdel. —Vale. Yo la primera —quiso Claudia. Era un tobogán bastante grande y largo y además la superficie estaba muy lisa, de manera que podían ir a una buena velocidad. «¡Aaaah!», gritaban los tres, divertidos, mientras bajaban. Pero… al llegar al final, antes de que Claudia tocara la tierra con los pies… ¡el grito se apagó! ¡Habían desaparecido! ¡Y en el parque del tobogán no se oía nada! Ni niños, ni pájaros, ni insectos… NADA. Esta misma NADA fue lo que encontraron Jorge y Amaia, que también hicieron un descubrimiento al llegar a un estanque… 13


Abdel y sus amigos han ido de excursión con el colegio al Jardín de los Antiguos Reyes. Su aventura comienza con el hallazgo de unas bolas grandes y blancas. ¿Qué serán? Un salto en el tiempo los lleva a un lugar maravilloso. Asustados y emocionados, empiezan a caminar, y tras sufrir algunos sobresaltos…, ¡sorpresa! Las grandes bolas les guían hasta un inmenso dinosaurio, con el que Abdel, por alguna extraña razón, es capaz de comunicarse. De una desconcertante manera, salen de ese misterioso mundo llevándose consigo un secreto que les unirá para siempre. Valores implícitos En esta aventura prima sobre todo el valor de la amistad y el compañerismo para superar las dificultades y miedos. Encontramos también la importancia de tener interés y curiosidad por lo que pasa a nuestro alrededor, así como una actitud positiva de superación y esfuerzo. Es normal flaquear en momentos difíciles, pero cuando se cuenta con el apoyo y lealtad de los amigos, pasan cosas maravillosas.

ISBN 978-84-18499-96-8

A partir de 8 años babidibulibros.com

9 788418

499968


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