Esta historia cuenta un sueño, un sueño de nuestra amiga Lampi. Lampi, al igual que nosotras, es una luciérnaga que vive con su familia en la ciudad de Sonora. Por aquel entonces, Lampi tenía solamente tres días y, como todas las luciérnagas sabemos en el pueblo, todas nos comenzamos a iluminar en nuestro cuarto día, o como mi madre dice: «Cuando ya somos lo suficientemente mayores».
El siguiente día era el cuarto de Lampi, y todos estábamos ilusionados con el tema: sus amigas, su familia…, pero la más ilusionada era ella.
No paraba de decirnos que heredaría el mismo tono de luz que su padre. Soñaba con tener la misma intensidad de brillo en la cola. Lampi vivió aquel día anterior como todos los demás, pero con un brillo en sus ojos que dejaba ver la mezcla de ilusión y nervios que guardaba dentro.
Aquella noche no pudo ni dormir de las vueltas que daba en su nido, pero por fin llegó el momento que tanto había esperado. Su madre vino a despertarla como todas las mañanas. Lampi se levantó de una volada y lo primero que hizo fue mirarse la cola. Ante su desilusión, vio que estaba apagada. Al ver esto, su mamá le dijo:
—Tranquila, cariño, pueden pasar horas hasta que empiece a iluminarse. Lampi se acercó y mostró una sonrisa tímida.
