Nadie me lo vino a contar...ni espero ya que lo hagan

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NADIE ME LO VINO A CONTAR... V i c e n t

S e g a r r a

NI ESPERO QUE LO HAGAN



PRÓLOGO Al tratar de escribir poesía lo que intento es coger al vuelo un pensamiento, una emoción o una conciencia tan sutil, tan errática, tan esquiva y tal vez, tan insignificante, como el vuelo de una mosca y estamparla en el papel. Trato de congelar la imagen de algo tan efímero, breve y fugaz como el destello de una estrella que se pierde en el oscuro cielo. Cuando me pregunto que por qué lo hago, que qué necesidad tengo de alfilerar pensamientos como un entomólogo atraviesa con alfileres a escarabajos y libélulas para observarlos detenidamente y estudiar sus partes, eso mismo me respondo yo: que necesito destriparlos y ver de qué están hechos, como el niño que en su más plena inocencia desarma un caracol o un cochecito de juguete para ver de qué están hechos. Esta unión de letras y palabras encadenadas tratan de mostrar una fotografía de las entrañas de nuestro cerebro, ya se encuentre este en las tripas, 3


en el corazón o donde sea. Observar con detenimiento lo que somos, lo que soy, esa parte intangible que nos mueve. Puede que no seamos más que una unión celular transitoria, un conjunto de micro materia que antes fue polvo y lo volverá a ser, pero entre medias ha sido océano, sandía, cuerno de ñu o neurona desbocada. Tal vez las poesías, las tuyas, las mías, tú, yo, aquel y todo lo que nos rodea, hasta lo que no vemos y no sabemos que está, seamos uno, que se une, se funde y luego se expande y se vuelve a encoger. Desde siempre y para siempre, una y otra vez, siempre igual, repitiéndose los ciclos, repitiéndose lo dicho sin importar demasiado. Pues, tal vez estemos solos, no haya Dios, ni cielo ni infierno, solo conciencia, espacio y tiempo. Puede que estas poesías solo cobren sentido cuando alguien las lea y entonces evoquen algo parecido, semejante o no a lo que a mí me impulsó a escribirlas y que entonces se produzca algo parecido a un cortafuego de esa soledad atávica que algunos llevamos dentro. También pueden no provocar nada y dejar que continúe reinando la indiferencia sobre ellas. Pero al igual que estas poesías solo existen si alguien las lee, nosotros, tal vez solo existamos cuando piensen en nosotros. Quizá, so4


los, sin nadie con quien comunicarnos, sin nadie a quien poder decir, a quien poder escuchar, no seamos más que ese árbol que se cae en el bosque y no hace ruido porque nadie lo oye. Podemos gritar hasta desgañitarnos sin que nadie nos escuche, de nuestra garganta no saldrá ni una gota de sonido, ni un solo eco atravesará el oscuro universo. Yo, aquí dejo mi susurro, lo que tiene que pasar, ya pasó. Disfrutemos lo olvidado y gocemos de lo vivido como si fuera la primera vez.

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I Esto es lo que hay: no te salvará ni el amor ni el vino, aunque en ellos puedas encontrar amparo momentáneo. Hallarás soledad, vacío y angustia. Miedo a lo que nunca va a pasar y a lo que nunca pasó. No te salvará ni la risa ni el abrazo y menos si son falsos. Encontrarás desesperación, insatisfacción y sin sentido.

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Nadie me lo vino a contar... ni espero que lo hagan

Y tampoco te salvarán ni el trabajo ni la oración aunque te refugies en ellos. ¡Pero no! También se pueden cruzar en tu camino la voluntad y la motivación y aunque sea de casualidad encontrarás amores y abrazos, y la risa ahuyentará el miedo. ¡Y sí! No creo que haya salvación, pero tampoco hay condena. Esto es lo que hay, levanta la cabeza y mira el cielo, azul o negro, todo es posible. Eres un animal y estás vivo.

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II Cuando no pasa nada, pasa todo. Cuando parece que no pasa nada, las plantas hacen la fotosíntesis, los pulmones se hinchan de aire y el corazón late pausado, como la mar en calma. Cuando parecía que no pasaba nada, tú, silenciosa, mientras navegabas en tus sueños, yacías a mi lado. Ahora, para hacer que algo pase, de tanto en tanto, meto a alguien en mi cama y lo único que pasa es que las sábanas quedan más arrugadas que cuando duermo solo.

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Nadie me lo vino a contar... ni espero que lo hagan

III El nombre que damos a las cosas y por qué se lo damos es importante. En Vallecas, durante la Segunda República, las gentes que llegaban de todos los rincones de España, a las calles que iban creando les daban nombres de maestros y de médicos. De aquellos que trataban de enseñar y de curar al pueblo. Hoy en día, no solo desaparecieron los nombres de aquellas calles, sino que, a museos, parques, universidades e incluso hospitales, les ponen el nombre de reyes, reinas, príncipes y princesas. El nombre que damos a las cosas y por qué se lo damos es importante.

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IV Las tablas de la ley y el orden, esculpidas con el escarpe de la envidia y el martillo del miedo sobre arenas caprichosas, han sido siempre el amparo perfecto para sus creadores: los débiles de mente, los que ven como una amenaza todo aquello que no comprenden.

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V El miedo lo perdí, sin saberlo, aquel día en que se acabaron mis dos mejillas.

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VI Llegué al borde del precipicio, nadé mar adentro, me puse la soga al cuello, y el cañón en mi boca, pero no salté al vacío y regresé a la orilla y deshice el nudo y no apreté el gatillo. Porque al ver de frente la nada el peso descendía y comprendí que libre podía elegir y elegí vivir, ya que morir podía hacerlo cuando quisiera.

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VII En otra edad. En otro lugar. En otra legua y con otra madre el mismo Sol entra por la vasta puerta de una vieja casa de agricultores olvidados. La mirada infantil le pregunta a la vida. Dos cuerpos envejecidos, anacrónicos, desgastados por otros tiempos, y sin interés en los presentes, sentados en vetustas sillas de esparto, se bañan en un mar de dorada luz que entra por el ancho portón por donde antes también entraba su vida.

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Observo sus ojos cerrados, el sosiego de sus cuerpos, su respiración pausada. Las arrugas de su cara revelan, aunque yo entonces no lo comprenda, que bajo este mar en calma hay tormentas soterradas. Les pregunto qué hacen. Ellos, sin despegar las pestañas, con la sabiduría que da la vida vivida, me responden: Nada, simplemente, nos hacemos compañía. Años después, aquellas sombras de aquellos cuerpos de mares, de tempestades calladas, son los que en la distancia a mí me acompañan.

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Nadie me lo vino a contar... ni espero que lo hagan

VIII - Quizases 1 Quizás, la valentía de enfrentarse a un miedo no es más que la cobardía de no enfrentarse a uno mayor. Tal vez los valientes solo fueron cobardes, incapaces de aceptar su destino y mantenerse callados y resignados. Y los cobardes, valientes dispuestos a continuar tragando mierda. A no levantar la voz, a seguir en la fila.

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Nadie me lo vino a contar... no es más que una interpelación a uno mismo y a la vida en general. Pequeñas catas de aquello que nos rodea y que nos hace sentir. Preguntas sin respuesta o respuestas a una pregunta todavía no formulada que tratan de mostrar un itinerario vital, ni mejor ni peor, simplemente, una vida más

499661 788418 9

ISBN 978-84-18499-66-1

con aquello que la atraviesa.


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