Intrigantes, valientes y traidores

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élix de Azara, un naturalista ilustrado

En la noche del 7 al 8 de julio de 1775 un ejército español de 27.000 hombres desembarcó frente a Argel, con intención de castigar a los piratas berberiscos que allí tenían su base. El resultado fue desastroso y en la playa quedaron soldados, jefes y oficiales principales. Entre los tantos heridos dejados por muertos se encontraba un joven capitán de infantería aragonés, Félix de Azara, sexto hijo del señor de Barbuñales y de Lizara y barón de Pertusa. Sus hermanos eran hombres de particular destaque: Eustaquio, obispo de Barcelona; José Nicolás, diplomático y uno de los ilustrados españoles más destacados; Mateo, auditor de la Audiencia de Barcelona, y Lorenzo, profesor de la Universidad de Huesca y deán de su Cabildo Catedralicio. Los cuidados de un amigo y la osadía de un marinero que le sacó la bala con un cuchillo lo volvieron a la vida. Sin embargo, hubo que extirparle parcialmente una costilla y tardó mucho tiempo en reponerse. Félix de Azara había llegado al ejército para estudiar. Las universidades españolas de mediados del siglo XVIII estaban estancadas y, como dice un historiador, en sus aulas no se hallaba “ni literatura, ni historia, ni industria, ni arquitectura, ni gobierno, ni política, ni derecho”. Las ciencias, en particular, se cultivaban fuera de la universidad, en los colegios militares de Marina, Ingeniería y Artillería. Por tales razones, luego de un breve pasaje por la Universidad de Huesca, el joven Azara había ingresado en

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la Academia militar de Barcelona, donde obtuvo el grado de subteniente de infantería y el título de ingeniero delineador. Sus primeros trabajos lo llevaron a recorrer España realizando diversos encargos de ingeniería. Hombre de la Ilustración, fundó la Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País. En 1781, cuando luego de una convalecencia de cinco años Azara había sido nombrado maestro de Estudios de Ingenieros de Barcelona, recibió la orden de presentarse ante el embajador de España en Lisboa y embarcarse para América. Su misión era trabajar en la demarcación de límites con Portugal ordenada por el Tratado de San Ildefonso, con el cargo de comisario español de la cuarta comisión, a la cual correspondían las fronteras de los ríos Paraná y Paraguay, hasta el Jaurú en el Chaco. El 13 de mayo pasaron por Montevideo y siguieron rumbo a Asunción. Para aquel noble segundón de 39 años, su estadía en el Paraguay sería un trabajo breve que lo devolvería inmediatamente a sus tareas en España. No abrigaba ni podía abrigar ambición alguna como producto de su pasaje por los confines de aquellas tierras “de las que tanto le sobraban” a su Majestad Carlos III, según decía el Borbón. Se instaló en Asunción y esperó largamente a su contraparte portuguesa. Esperó tres años. Los portugueses solo tenían interés en alargar hasta el infinito la operación de fijar las fronteras, mientras colonizaban y avanzaban sobre territorio español. El propio Azara cuenta que cuando supo que “no había portugueses ni noticias de ellos” y empezó a sospechar con bastante fundamento que “dichos portugueses tardarían en llegar”, pensó en la manera mejor de utilizar su tiempo: Me vi precisado a meditar sobre la elección de algún objeto que ocupase mi detención con utilidad […] No podía apenas ocuparme más que de los objetos que me presentaba la Naturaleza. Me encontré, pues, casi forzado a observarla y veía a cada paso seres que fijaban mi atención porque me parecían nuevos. […] Desde luego vi que lo que convenía a mi profesión y circunstancias era acopiar elementos para hacer una buena carta sin omitir lo que pudiese ilustrar la geografía física, la historia natural de las aves y los cuadrúpedos y finalmente lo que pudiera conducir al perfecto conocimiento del país y sus habitantes.

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luciano álvarez

Azara carecía de libros y no tenía biblioteca a su alcance; por lo tanto, se vio obligado –admirable coacción– a usar sus propios recursos intelectuales: “Me he ceñido al estado natural”, concluía. Las autoridades no le hicieron la vida fácil. Su misión era esperar a los portugueses ociosamente. Cuando se propuso estudiar “el origen y transmigraciones de los pueblos” indígenas de la región pidió acceso a los papeles del Archivo de Asunción. Los encontró en el mayor desorden, pero logró avanzar en sus trabajos gracias a la ayuda de un tal “José Antonio Zabala, sujeto honrado y capaz, que voluntariamente entendía, y sin estipendio, en coordinar dichos papeles, y al mismo tiempo me daba las noticias que yo apetecía”. Sin embargo, por razones que Azara no explica, y seguramente no logró explicarse, cuando las autoridades se enteraron “desbarataron [su investigación] con frívolos pretextos, quitando la llave del Archivo a don José Antonio Zabala”. Sus estudios, insólita e inexplicablemente clandestinos, los continuó haciendo viajes a escondidas y a su propio costo. Muchas veces pedía permiso al virrey para viajar él y sus acompañantes, con excusas. En esos viajes escondía los aparatos de medida para no levantar sospechas. Cada mediodía observaba la latitud por el sol y durante la noche la determinaba por las estrellas. Así atravesó ríos, exploró selvas, reconoció esteros y conoció gentes y pueblos perdidos en el olvido de aquel gigantesco e intrincado territorio. Aquel hombre sin libros a la mano trabajó duramente, sostenido por su curiosidad, sus conocimientos generales, su base académica y sobre todo por el desprejuicio, el arma más poderosa para hacer avanzar los conocimientos. La breve estadía de trabajo se prolongó durante veinte años, catorce de los cuales los dedicó a construir un corpus de formidables conocimientos sobre la región, una obra mayor donde quedaron minuciosamente anotadas descripciones botánicas y faunísticas, cartográficas, astronómicas, paisajísticas y humanas. En Europa se convertirían en obras de singular importancia y consulta: Apuntamientos sobre la historia natural de los quadrúpedos del Paraguay y Río de la Plata fue publicado en 1802, primero en francés y luego en español, y lo siguieron los

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tres volúmenes de los Apuntamientos para la historia natural de los PAXAROS del Paraguay y Río de la Plata (1802-1805). Sus Viajes por la América meridional se publicaron en francés en 1809 y se tradujeron al alemán en 1810, al italiano en 1817 y al inglés en 1835. La primera edición castellana se hizo en Montevideo en 1846, durante la Guerra Grande. En España la primera publicación tendría que esperar hasta 1923. La obra de Félix de Azara ejerció una notable influencia en el conocimiento de la realidad americana en Europa y –junto con la de Humboldt referida a su viaje a “las tierras equinocciales” del Nuevo Mundo– fue inspiradora de la llegada a América del Sur de Charles Darwin y del suizo Johan Rudolf Rengger. Además, el Río de la Plata le debe una singular influencia política. En 1784, luego de una larga espera, por fin se aparecieron los portugueses y el 13 de abril, en el arroyo de Chuy, comenzó la agitada y nunca concluida tarea de demarcación. El joven teniente de blandengues José Artigas sería uno de sus atentos escuchas en las largas noches de fogón.

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