Hasta la cinta de llegada de Miguel Motta

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Primer día Si celebrar victorias es tu intento, Que otra no habrá más digna de tu acento. Ella a los vates el cantar inspira. (Píndaro. Odas Olímpicas. Oda a Gerón, Rey de Siracusa, vencedor en las carreras de caballo)

Si gano los Juegos Leonardo da Vinci seré abominado rán mi nombre, la Máquina, el equipo, y tardarán como que solo ansiaba la gloria, pero soy un atleta leal y voy a dar la batalla. No busco lugar en la Historia, creo que estarrados en los ciclos del devenir. Da Vinci opinaba lo con-

cae al olvido. Basta pensar en las estrellas muertas para entender que nadie quedará; en todo caso se dejan por un rato señales, diseños de máquinas, consejos para pintar el viento, un tratado sobre el vuelo de las aves. Yo dejo este diez días para la carrera. Me anima el propósito de contar nuncia pública de lo que se trama, pero nada asegura que esto detenga el desarrollo de los Juegos o altere el ritmo ben; dejaron pasar el tiempo y en los últimos días me citaron al Ministerio de Deportes a través de una llamada imconversado en los momentos previos a mi contratación.


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pasillo largo con bancos vacíos entre las puertas de los gado, de pelo abundante y canoso, vestido con un traje oscuro. Recién al entrar recordé los sillones del rincón, el amplio escritorio de caoba ubicado cerca del ventanal que estado del equipo, Alarcón se acomodó en el asiento que pareció responderle con quejidos de resortes y cuero. ciente expectativa que están generando los VI Juegos. –Sí, por supuesto –respondí. –Creo que a todos nos pasó lo mismo y no es para apuestas a nivel internacional. interés de tanta gente; me parece que nadie lo esperaba –Es cierto, todo se estaba desarrollando en un ámbito más bien reducido, pero bastó que algunos países integraran a sus mejores atletas para que se desatara una carrera anticipada con vista a las próximas olimpíadas. –Precisamente, Capitán, ese es el motivo de la invitación a conversar, porque cuando un acontecimiento desborda a los propios organizadores y despierta el interés de otros países pasa a ser un asunto de gobierno, de gobernanEl giro que tomó el diálogo me alertó. Por primera vez busqué los ojos de Alarcón, unos ojos inexpresivos, oscuros, inquietos; y en el breve instante en que nuestras miradas se enfrentaron, intuí de una manera aún confusa lo que iba a proponerme. Entonces respondí:


– 15 – –No en todo... no estoy de acuerdo en todo. para decirme algo más –advertí poniéndome rígido. –Tal vez sí... y me niego a seguir esta conversación si –Capitán... le recuerdo que usted es un funcionario manos en el posabrazos para levantarme. –Somos subordinados y recibimos instrucciones –agregó Alarcón. ta llevándome el último gesto sorprendido de aquel rostro de mandíbula pronunciada y maxilares marcados por la creciente tensión. Antes de llegar a la puerta sentí que murmuraba “Filas jerarquías del Ministerio. Sonreí; al menos me retiraba infringiéndole un golpe, una ironía que no alcanzaba a comprender. –¡Capitán!¡Capitán!... no es lo que usted piensa. EscúMe volví sin soltar el picaporte y lo encontré de pie al costado del escritorio con las manos algo adelantadas, como un predicador en acción. no, no –agregó sacudiendo la cabeza con una sonrisa forzada. Mientras se recostaba en el sillón quejumbroso ocupé la silla sin dejar de buscarle los ojos oscuros.


– 16 – –¡Filipides!... qué ocurrencia la suya –dijo y quedó un momento en silencio con la mirada tensa; luego levantó el un dedo en alto: gerido que jugara a perder; lamento profundamente que -

Su mirada volaba de un punto a otro de la sala, mienmenzaba a sentir un vago remordimiento por mi actitud reciente, pero al mismo tiempo permanecía alerta.

kín de 2008 no pudieron detectarlos, menos podrán detectar las vacunas genéticas que serán probadas en estos VI

Nuestras miradas volvieron a cruzarse tensas y en ese instante percibí que él descubría mi incertidumbre y la interpretaba como debilidad. superatletas que se llevan todos los trofeos –aseguró al estaban los sillones y el televisor.


– 17 – La precisión de sus movimientos me dio la sensación acción. Me miró desde allá y agregó: –No se trata de “cualquier precio”, pero queremos ganar, queremos dar batalla. –No esperaba que dudara de eso –repliqué. –Por favor, no me entienda mal otra vez, Capitán. Tenemos que acortar las distancias que nos separan de los otros equipos. –Si entiendo bien, usted me está sugiriendo que consumamos algún tipo de estimulante para la competencia. –Utilicemos bien los términos. No le estoy sugiriendo ningún consumo; le advierto sí que todos los equipos genético”. Me imagino que usted está informado. –Nunca me preocupé por saberlo en profundidad porque tengo la decisión tomada desde el momento en que me inicié en esta profesión: ninguno de mis atletas entrará a una pista con sustancias extrañas o con “mejoras”en su cuerpo. –Completamente. –Pues se equivoca. él. –Lo que oye: se equivoca. Uno de sus atletas fue me-


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