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Ciencia y Fe

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La materia ¿puede ser también espiritual?

El paradigma científico dominante sin duda es el Evolucionismo. Y lo que hace coherente la teoría de la Evolución con la cosmovisión cristiana es que la Evolución, para ser auténtica, tiene que incluir verdadera Novedad. En el Universo parece que esa Novedad se presenta en forma de síntesis de elementos que dan lugar a propiedades cualitativamente superiores e irreductibles; es decir, que no pueden explicarse como la suma de las propiedades de sus componentes. Las propiedades del agua no resultan de sumar las propiedades del oxígeno con las del hidrógeno. El agua tiene propiedades nuevas respecto a las propiedades de sus componentes. A este proceso también se llama “emergencia”.

Estas síntesis emergentes e irreductibles son una forma de trascendencia que podemos percibir en la misma naturaleza. Y quien habla de trascendencia (irreductibilidad a lo puramente material), está hablando de espiritualidad, aunque resulte provocativo.

Es curioso que se tardara tanto en comprender el carácter espiritual de la trascendencia evolutiva y se la viese como antagónica de la Creación. Y es curioso que algún ateo lúcido, como el profesor Gustavo Bueno, se percatara de ello y, por ello, se negase en rotundo a aceptar la Evolución (un hecho científico evidente). El profesor Bueno decía que aceptar la Evolución en serio equivalía a aceptar la trascendencia y la Creación. Su pregunta a los materialistas que aceptaban la Evolución era: <<¿y cómo puede emerger algo no prefigurado sin ser creado?>>. Magnífica pregunta procedente de un ateo intelectualmente coherente, lúcido y honesto.

He llamado “espiritual” al proceso evolutivo y suena provocativo. Pero, pensémoslo bien, si un sistema (por ejemplo un ser vivo) no es simplemente la suma de realidades físicas y químicas, aunque incluya esos niveles de realidad, ¿cómo seguir llamándole simplemente “material”? ¿Es coherente seguir considerando “únicamente material” algo que diverge esencialmente de lo que habitualmente se llama “materia”?

En su forma más coloquial podríamos decir que materia es la substancia de la que están hechas todas las cosas, los objetos. Pero un objeto visible, palpable, medible, está formado por partículas que no lo son y que difícilmente pueden entenderse como “substancias”.

Es decir: los componentes últimos de la realidad no son propiamente “partículas” u objetos pequeñitos, sino ondas que interactúan entre ellas creando eso que llamamos objetos, cosas, materia.

Gure inguruko naturari erreparauta argi ikusi daiteke materian be JaungoikoMaitasuna dagoana.

Dios, fuente de Novedad

El Misterio de la materia es el de un dinamismo muy profundo que produce en nosotros la sensación de estar ante un objeto que está “quieto” y en reposo cuando, en realidad, es un hervidero de ondas e intercambios de energía. ¿Cómo no ver, en ese aspecto dinámico y abierto que tiene la materia en su interior, un reflejo de esas otras relaciones dinámicas y abiertas que llamamos “espiritualidad”? El mismo Dios es Amor, es decir, relación, donación, comunión, dinamismo inagotable, fuente de Novedad. Dios no es un objeto, es persona. Por ello, sus actos son personales, espirituales. A Unamuno, sus alumnos le acusaban de que no era “objetivo” cuando corregía los exámenes. Y él les respondía con una fina ironía: “pues claro que no soy objetivo, porque soy un sujeto”.

Nos hemos acostumbrado a ver la materia y la naturaleza como objetos o cosas que podemos poseer, dominar, controlar, explotar. Pero la Creación es un acto de Dios, por tanto es un acto personal de donación y de Amor. La creación de la materia tiene también este sello inconfundible del Amor o de la Comunicación de Dios. La naturaleza, si es Creación de un Dios Amor, será también Revelación de ese Dios.

Dios se comunica a través de la Sagrada Escritura de una forma especial, pero también se comunica a través del otro gran libro revelado: la naturaleza creada. Decía Francisco de Asís en su “Cántico de las Creaturas” que “el Hermano Sol….lleva por los cielos noticias de su autor”. Es realmente difícil observar la Belleza de la naturaleza, o estudiar su Armonía de precisión matemática, y no percibir la huella de la Trascendencia. Es muy difícil comprender lo milagroso del equilibrio natural y no percibir el carácter “espiritual” de la materia. Todo cuanto nos rodea en la naturaleza es motivo de contemplación y de acción de gracias. Quizá esta sea la prueba más contundente de que, también en la materia, late y se comunica un Dios-Amor. Ojalá que esta percepción nos haga más humildes y respetuosos en el trato de la Creación y nos comprometa con el cuidado de “nuestra Casa Común”, como el papa Francisco llama a la Tierra•

Miguel Ramón Viguri, profesor de la Universidad de Deusto y del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral (IDTP)

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