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La carga maldita
HISTORIA
La cargamaldita
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Litografíaencolordelacargade laBrigadaLigera,hechaporel artistabritánicoRichardCatonII Woodville (1856-1927), conocido por sus obras bélicas.
El 25 de octubre de 1854, más de 650 jinetes británicos se lanzaron contra los cañones rusos en una cabalgada heroica y suicida que fue uno de los episodios más célebres de la guerra de Crimea. Todavía resuenan los ecos de la carga de la Brigada Ligera, una gesta inútil que, como tantas otras, se produjo por un gran error militar que pudo evitarse.
Texto de JANIRE RÁMILA
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El sentimiento preponderante no es sino honroso y justo. Es el de que Inglaterra se ha comprometido a ayudar a un vecino débil contra la agresión de uno fuerte. Se trata, en realidad, de la lucha del pueblo”. Con estas palabras, el periódico The Times defendía el 27 de febrero de 1854 la guerra que Inglaterra declararía a Rusia un mes después, el 28 de marzo, y que se desarrollaría en la lejana península de Crimea, ubicada en la costa septentrional del mar Negro. ¿Cómo empezó todo? Con una disputa entre los monjes católicos y ortodoxos encargados de la custodia de la iglesia de la Natividad en Belén, que fue tomada enseguida por Rusia como pretexto para invadir territorios del Imperio otomano y defender a los ortodoxos (ver recuadro de la página siguiente), un acto que llevó a británicos y franceses a aliarse con los turcos e intervenir.
En realidad esa oscura trifulca religiosa sirvió a los planes rusos, que pasaban por conquistar Constantinopla y lograr su tan ansiado acceso al Mediterráneo, algo que Gran Bretaña no podía consentir, como expuso el diario Westminster Review: “Todo depende de cómo manejemos la presente crisis. Nuestro corredor a la India depende de ello. Nuestro comercio con todas las naciones libres depende de ello. Cuando el zar convierta el Mediterráneo en un lago ruso, nuestros merca deres lamentarán su ciega locura al negarse a detenerlo cuando toda vía era posible. La crisis del mundo civilizado se nos echa encima”.
TRAS ALIARSE CON FRANCESES Y TURCOS, LOS BRITÁNICOS RECLUTARON EN PO-
COS DÍAS A 27000 HOMBRES, en medio de un gran fervor bélico. “¡Traed al gran oso en una jaula!”, gritaba la gente a las tropas que marchaban a los puertos de embarque rumbo al mar Negro. El gran oso no era otro que el zar Nicolás I, al que el periódico Morning Advertiser describía como “un demonio con aspecto humano”. A tanto llegó esa pasión guerrera que, como cuenta el historiador Terry Brighton en su libro El valle de la muerte (2008), “la reina Victoria y el príncipe Alberto aparecieron en el balcón del palacio de Buckingham para despedir a los regimientos que abandonaban Londres y desearles una rápida victoria. La mayor parte de oficiales de caballería de Su Majestad la daban por sentada”. Pero no todos compartían la euforia. Debido al clasismo de la época, la mayoría de oficiales de caballería no habían entrado en combate; algunos ni siquiera contaban con adiestramiento militar, ya que habían comprado el cargo. “Muchos nuevos oficiales traían consigo cierta destreza como jinetes y entusiasmo por la caza del zorro, pero poco más”, escribe Brighton. Por supuesto, los hubo excepcionales, pero el resultado fue una mezcla de expertos y completos novatos. En el caso de la División de Caballería, su comandante era lord Lucan, y entre sus subordinados figuraban el general Scarlett, que dirigía la Brigada Pesada, y lord Cardigan, que comandaba la Brigada Ligera. Los nombramientos no hubiesen tenido mayor trascendencia si no fuera porque incluso los periódicos tildaban a ambos oficiales de sádicos e ineptos. “Estamos al mando de una de
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El valle de la sombra de la muerte es una famosa foto bélica hecha por el fotógrafo inglés Roger Fenton el 23 de abril de 1855. Ese era el nombre que daban los soldados británicos a este lugar de Crimea, muy bombardeado, como delatan las bolas de cañón. Derecha: Alfred Tennyson, autor del poema La carga de la Brigada Ligera.
Un capitán de la Brigada Ligera escribió a su familia: “No podían haber elegido otros dos idiotas como ellos para ejercer el mando”
las mayores ancianas del ejército británico, a la que llaman conde de Cardigan. Tiene tanto cerebro como mis botas. Solo su pariente el conde de Lucan está a su altura en falta de inteligencia. Sin ánimo de ofender, en todo el ejército británico no podían haberse elegido otros dos idiotas como ellos para ejercer el mando”, manifestó en una carta a su familia el capitán Robert Portal. “Nosotros llamamos a Lucan el imbécil prudente y a Cardigan el imbécil peligroso”, escribió a su vez otromiembrodelacaballería,elmayorWilliamForrest.Porsiestono bastara, aquellos hombres iban a enfrentarse al ejército más nume roso del mundo, el ruso, engrosado para la ocasión por campesinos a los que el zar había concedido tierras a cambio de su alistamiento. Eran los cosacos, a los que hasta sus oficiales temían por su ferocidad.
LA FUERZA EXPEDICIONARIA BRITÁNICA FONDEÓ EN LA BAHÍA DE KALAMITA (CRI-
MEA) EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 1854. Su gran objetivo era Sebastopol, la ciudad portuaria situada a poco más de 50 kilómetros y que constituía la principal base de la flota rusa en el mar Negro. Aunque los acom pañaban 30000 soldados franceses, la toma de Sebastopol se antojaba difícil debido a sus fortificaciones y a los numerosos barcos de guerra emplazados en sus aguas. Aun así, la fuerza aliada inició la marcha de flanqueo para tomar la ciudad. El 26 de septiembre las tropas estaban lo suficientemente cerca como para iniciar el asalto, pero el general lord Raglan, comandante en jefe del ejército británico en Crimea, fue convencidoparanoluchar.Alfinaldelaguerrasesabríaque,dehaber atacado, habrían tomado la milenaria urbe sin mayores problemas.
Selevantaronemplazamientosparaloscañonesyseinstalóuncam pamento con vistas a un asedio prolongado. Las escaramuzas con los cosacos fueron constantes en los días siguientes. La orden era no car gar contra ellos por miedo a caer en una trampa, lo que fue minando la moral de la tropa. Los primeros cañonazos tronaron sobre Sebasto pol el 17 de octubre. Pronto se descubrió que el asunto sería largo. Lo que los británicos derribaban durante el día, los rusos lo reconstruían durante la noche, como anotó el coronel Charles Windham: “La fase del bombardeo transcurrió como de costumbre, sin que ganáramos la más mínima ventaja, y estoy convencido de que perderemos el doble de hombres al tomar la plaza (si tenemos éxito) de los que habríamos perdido de haber atacado hace veinticuatro horas. Estos disparos a larga distancia no tienen sentido. Este ataque es absurdo”.
Y había que añadir la combinación de frío y mala alimentación, que ya estaba ocasionando bajas. Dejemos hablar de nuevo a Windham: “Las noches eran espantosamente frías y el intenso rocío nos dejaba casi empapados, hasta la sangre parecía hielo. Y con todos aquellos piquetes defensivos y ofensivos, casi siempre sobre la silla, sin desvertirnos nunca, enfermos y hambrientos, nos sentíamos muy indispuestos”. Pero lo que cambió el curso de los acontecimientos y en última instancia precipitó la famosa carga de caballería de la Brigada Ligera fue un informe de inteligencia recibido por lord Raglan: le avisaba de que 40000 soldados rusos se dirigían a Crimea para lanzar una ofensiva a gran escala. Raglan desechó la veracidad de aquella información y el asedio continuó, hasta que el 25 de octubre, a las cinco en punto de la mañana, los súbditos de Nicolás I pasaron al ataque.
Con las primeras luces del alba, los británicos observaron que el enemigo había desplegado baterías de cañones a dos kilómetros de su campamento. “Enseguida advertimos que habían colocado cañones a lo largo de la zona más baja del valle. Al mismo tiempo, una batería de campaña ascendía por una colina situada delante de nosotros y a nuestra izquierda, donde fue colocada. También desplegaron una batería de campaña en la pendiente a nuestra derecha”, relataría posteriormente el soldado Mitchell. Además, los cosacos se estaban llevando a rastras cañones ingleses dispuestos en las faldas del valle. A las once de la mañana, el capitán Nolan entregó a lord Lucan una orden escrita firmada por lord Raglan: “Que la caballería avance rápidamente al frente, que siga al enemigo e intente impedir que se lleve los cañones. La compañía de artillería montada podría acompañarla. La caballería francesa queda a su izquierda”.
La religión como excusa
La guerra de Crimea (1853-1856) tuvo su origen en un episodio aparentemente trivial ocurrido en la iglesia de la Natividad de Belén, entonces bajo dominio turco y custodiada conjuntamente por monjes ortodoxos griegos y católicos romanos. Un día de 1847, los ortodoxos retiraron una estrella de plata que los católicos habían colocado en el lugar exacto donde creían que estuvo el establo donde nació Jesús. Ante la negativa de aquellos a restituirla, se inició una pelea y posterior rivalidad que tuvo su apogeo en 1852, cuando varios monjes ortodoxos fueron asesinados por sus compañeros católicos. La respuesta de los damnificados fue solicitar ayuda al zar Nicolás I de Rusia, autoproclamado protector de los ortodoxos cristianos del mundo.
Así, el suceso se convirtió en un conflicto internacional. El zar quiso aprovecharlo y pidió al sultán de Turquía que le reconociese como protector de los cristianos en territorio otomano. Ante su negativa, Nicolás I invadió Moldavia y Valaquia, argumentando querer defender la religión ortodoxa. A nadie se le escapó que lo que realmente hacía era expandirse hacia el sur, buscar un acceso al Mediterráneo para rivalizar con las flotas inglesa y francesa. De lograrlo, Inglaterra vería amenazado su comercio con la India, algo que no iba a permitir. De este modo, cuando Rusia atacó de modo sorpresivo la flota turca en Sinope y hundió sus barcos, los ingleses encontraron el pretexto deseado para iniciar la tan ansiadaguerracontralosrusos.
Una caricatura de la época de la guerra de Crimea muestra al Imperio otomano atacando a Rusia.
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Murieron 110 de los más de 650 jinetes que protagonizaron la carga de la Brigada Ligera, y la mitad cayeron prisioneros
Esa orden sería la sentencia de muerte pa ra la Brigada Ligera, ya que, como explica rondespuéstestigosdirectosdelasituación, desde la posición en la que se encontraba lord Lucan no se veían ni enemigos ni caño nes. Lucan, desconcertado, preguntó a No lan dónde debía atacar. Este señaló al frente y respondió: “Allí, milord, está su enemigo, allí están los cañones”. Los comandantes de la división de Caballería comprendieron que el número de bajas iba a ser terrible. Pero se debían a la disciplina militar. Es en este punto donde radica la belleza y la tragedia del episodio, como explica Brighton: “Hu bo algo mítico en que una brigada de jinetes enviada a toda prisa a la muerte por un error humano avanzara a paso aún más rápido, sin conocer el motivo pero manteniéndo se gracias al coraje en aquella carrera fatal. Ahí, condensada en una frenética galopada de siete minutos, estaba la vida heroica vi vida al máximo”.
“¡Desenvainen!”, gritó lord Cardigan a sus hombres de la Brigada Ligera. Y le obe decieron. “Todos podíamos ver que se esta ba cometiendo un error, pero lo único que teníamos que hacer era obedecer órdenes”, diría unos años después el soldado raso John Richardson. Uno de sus camaradas, lla mado Farquharson, recordaría cómo en ese momento había escuchado decir a alguien: “Muchos de nosotros no volveremos nunca a las líneas”. La idea era que la Ligera fue ra seguida a una distancia prudencial por la Brigada Pesada. De este modo el frente ruso recibiría dos ataques casi consecutivos. No sería así. Tras el toque de trompeta comenzó la carga. Frente a los jinetes se extendían poco más de dos kilóme tros de vacío hasta los cañones cosacos, un trecho inmortalizado por el poeta británico Alfred Tennyson (1809 1892) en su celebérrimo poema narrativo La carga de la Brigada Ligera, publicado en 1854: “Media legua, media legua, / media legua más allá, / en el valle de la muerte / cabalgaron los seiscientos”.
EljineteJamesWightmandescribióconcrudezaaquelactosuicida: “Apenas habíamos cabalgado doscientos metros, y todavía íbamos al trote, cuando al pobre Nolan le llegó su destino. Vi cómo le alcanzaba la metralla. La espada se le cayó de la mano alzada. El brazo perma neció levantado y rígido, pero las demás extremidades se retorcieron sobre el tronco contraído como si fuera presa de un espasmo, y nos preguntamos cómo era posible que aquella forma encogida se man tuviera unos instantes sobre la silla. Fue el primer horror de aquella cabalgata de los horrores”.
MIENTRAS LA LIGERA AVANZABA, LAS BALAS DE CAÑÓN Y LAS GRANADAS CAÍAN
ENTRE LOS CABALLOS, según los testimonios de los supervivientes: “La siguiente descarga abrió grandes huecos en nuestras filas y muchos soldados cayeron”. “Se oían juramentos y maldiciones entre las detonaciones de los cañones y el reventar de los botes de metralla, mientras los hombres se amontonaban y empujaban unos a otros en su esfuerzo por reagruparse en el centro”. “El fuego era tremendo, las granadas estallaban sobre nosotros. Entre las balas de cañón que arrancaban el suelo y las balas de mosquete que caían como granizo, continuamos avanzando sin alterar nuestro paso”.
Cuando los jinetes estuvieron a 250 metros de los cañones, el cor neta tocó “al galope”, y segundos después “a la carga”. Los cosacos disparabanycargabancadatreintasegundos,locualocasionónume rosas bajas, pero no pudieron evitar que los británicos llegaran has ta ellos y la lucha se convirtiera en un cuerpo a cuerpo. “Oí un grito espantoso y entre cinco y siete cosacos se acercaron con las espadas blandidas; pensé que iban a matarme, pero quisieron que tirara el sa ble, algo que hice al comprender que la resistencia era inútil”, relató elsoldadoGeorgeWombwell,describiendounareacciónquenofuela normal, ya que la mayor parte de los británicos que habían alcanzado las filas enemigas intentaron tomar los cañones rusos y llevárselos a
ROGER FENTON / BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE EE. UU.
El pionero del periodismo bélico
Solo tres horas después de la carga de la Brigada Ligera, el periodista William Howard Russell envió su crónica del episodio bélico al Times de Londres, permitiendo que los lectores lo viviesen casi de primera mano. Aquel fue solo uno de los muchos textos que Russell elaboró en Crimea. Sus trabajos reflejaron las privaciones que vivían los soldados, la mala organización logística, las rencillas entre los mandos… Por esa razón, los oficiales británicos nunca le tuvieron en gran estima, y hasta hubo quien le deseó la horca por traidor. Pero él nunca se amilanó. Su pluma quería que el público conociese la verdad, antes de que los despachos oficiales diesen su propia versión.
“Si la exhibición del mayor valor, del exceso de coraje y de una osadía que habría dado lustre a los mejores tiempos de la caballería puede ofrecernos absoluto consuelo por el desastre de hoy, no hay razón para lamentar la melancólica pérdida que hemos padecido en la lucha contra un enemigo salvaje y bárbaro”, comenzó su relato sobre la carga. Gracias a estas crónicas, Russell se convirtió en un periodista muy célebre, lo cual le permitió informar también para el Times durante la rebelión de la India de 1857, la guerra de Secesión estadounidense (1861-1865) o la guerra anglo-zulú de 1879. Tras su muerte en 1907, fue considerado el primer reportero bélico de la era moderna.
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Oficiales y soldados supervivientes de la carga de la Brigada Ligera, unos meses después de la batalla. En aquellos tiempos muchos de los heridos morían días después de la acción, a causa de las infecciones y una atención médica deficiente. A la izquierda, instrumentos quirúrgicos utilizados en la guerra de Crimea por el doctor británico Evans.
su campamento, ya que contaban con que enseguida llegaría la Brigada Pesada para ayudarlos. Pero no llegó. Y es que en cuanto las balas comenzaron a alcanzar a sus hombres, lord Lucan les ordenó regresar al campamento. Según se cuenta, dijo: “Han sacrificado a la Brigada Ligera; no harán lo mismo con la Pesada si puedo evitarlo”.
LOS AGOTADOS SUPERVIVIENTES REGRESARON A SUS LÍNEAS COMO PUDIERON,
muchos de ellos heridos y a lomos de monturas también muy dañadas, pero peleando. “Los ingleses hicieron algo que nosotros no habíamos considerado, pues nadie imaginaba que fuera posible; decidieron cargar contra nuestra caballería una vez más, en esta ocasión volviendo en dirección contraria por el mismo terreno. Aquellos dementes estaban intentando hacer lo que nadie pensó que podía hacerse”, escribió el teniente ruso Stefan Kozhukhov. Cuando aquellos hombres alcanzaron terreno amigo tras esa segunda galopada en medio del fuego de mortero, la ovación fue tremenda, pero la imagen desoladora. Cientos de soldados y de caballos yacían destrozados por los cañones a lo largo del valle. Algunos, aún vivos, se acercaban andando o a rastras, con terribles heridas de bala y de bayoneta.
Gracias a las notables crónicas enviadas por el corresponsal de guerra William Howard Russell,todoelReinoUnidosupoenseguidalo ocurrido.Elperiodistaofrecióunavisiónfide digna, criticando lo absurdo de aquella acción y la ineptitud de los mandos, pero lo que de verdad modeló la percepción ciudadana del episodio fue el poema de Alfred Tennyson del que hablamos antes. “Se prefirió la leyenda a los hechos”, sentencia Brighton en su libro. También se ocultaron los errores cometidos. Porque para Raglan, Lucan y Cardigan solo hubo un culpable de aquel desastre: el capitán Nolan y lo confuso del mensaje que entregó. “Se está llevando a cabo un intento muy vil de sofocar sospechas culpando al difunto capitán Nolan. Los muertos no pueden defenderse”, denunció el Daily News.
Lord Cardigan prometió un “porvenir asegurado” a los supervivientes, pero no fue así. La mayoría sobrevivieron a duras penas, relatando su gesta en tabernas a cambio de una copa o unas monedas. Acabaron sus días en asilos para los pobres, como denunció en 1891 el escritor Rudyard Kipling en su poema Los últimos de la Brigada Ligera.
En el año 1879 asistieron a una cena conmemorativa 222 supervivientes de la carga. En 1913 la concurrencia se redujo a solo seis, y en 1927 murió el último de los miembros de la Brigada Ligera. Fue enterrado con los máximos honores militares.