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El barbilampiño y los dragones

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Los tres consejos

Los tres consejos

El barbilampiño y los dragones

Había en cierto tiempo un barbilampiño casado, el cual tenía el capricho de salir cada noche de casa para hacer sus necesidades -con perdón sea dicho— y de exigir que su mujer se levantase también para aguardarlo. Una noche se levantó ella de mal humor y lo acompañó como de costumbre hasta la puerta, pero así que vió que había salido, cerró y se metió en la cama decidida á no abrirle. El barbilampiño, que creía que su mujer lo esperaba sentada, se acerca á la puerta y llama, y viendo que no le abría exclama: −«Mujer, mujer, ábreme, que ya no te haré levantar más». Pero ella, ni le contestó, ni se movió de la cama.

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El infeliz barbilampiño se sentó lloroso y al último se dijo: −«Mi destino quiere que busque otro país donde habitar». Emprendes, pues, el camino, y andando, andando, encuentra dos huevos y un saquito de ceniza y los recoge. Poco después divisa una luz á larga distancia: sube en dirección de la misma, y al llegar observa una torre cuya puerta estaba abierta. Penetra en ella y se encuentra en presencia de cuarenta dragones que estaban comiendo. −«Buenas tardes, hermanos», les dice saludándoles. −«Buenas las tengas, le contestan, llegas perfectamente para me te devoremos, porque hoy no hemos cogido nada». −«¿Vosotros comerme? Yo os comeré á vosotros», les replica, y al decir esto, comprimo con sus manos los dos huevos que llevaba y arroja al mismo tiempo la ceniza. Saltan

las yemas de los huevos, y chocando en el aire con la ceniza, producen un vistoso fuego artificial. Al ver esto los dragones se dijeron entre sí: −«Este es más bravo que nosotros, porque hace fuego y humo; asociémoslo, pues, como hermanos, porque puede devorarnos».

A seguida le dicen en voz alta: −«¿Quieres ser hermano nuestro?» −«Bien, lo seré», respondo.

Tenían los dragones para su servicio una caldera con cuarenta asas, en la cual ponían su comida, que era ordinariamente de cuarenta bueyes, y cuando adoptaron por hermano al joven hicieron poner otra asa más. Un día dijeron: −«Veamos quién puede levantar esta caldera». Lo intentó uno y no pudo; se probó otro y tampoco. El barbilampiño se hacía el distraído, pero llegó su turno y le dijeron: −«Veamos si tú puedes, barbilampiño». −«¿Qué he de hacer? » −«¡La caldera, hombre!» −«¿Qué me engulla la cadera?» −«Solo eso no faltaba. Vete á su trabajo, no sea que por probar tu fuerza nos dejes sin comida».

Otro día que hacía un tiempo sereno, dijeron: −«Vamos á cortar leña para el invierno». Tomaron las herramientas y se fueron todos al bosque. Mientras ellos cortaban leña, el barbilampiño se entretenía en tender las cuerdas por el suelo. −«¿Qué haces con las cuerdas?» le dijeron. −«Las preparo para atar los leños». −«¿Pues, cuántas cuerdas necesitas?» −«¿Acaso pensáis que he de llevar carga tan ligera como vosotros? ¿Veis estos plátanos? Pues quiero atarlos todos

juntos y llevármelos a vez. O todo ó nada. No quiero yo avergonzarme, haciendo como vosotros cinco viajes á cusa, cuando con uno me basta». −«Pues preferimos que no lleves nada; nosotros los llevaremos».

Cargaron los dragones los leños y los llevaron á la torre. ¡De buena se escapó el barbilampiño con sus picardías!

Otro día se entretenían en arrojar una bala que pesaba cuarenta quintales. La coge uno y la tira á mil pasos, la coge otro y la tira á dos mil; quien la arrojaba á más, quien á menos distancia. Cuando llegó el turno á nuestro hombre, le dicen: −«¡Tú, ahora, barbilampiño!» Este, que ni moverla podía, pone las manos en la bala y exclama con gran voz: −«¡Anatolia y Constantinopla, recibid la pelota del barbilampiño!» Cuando los dragones oyeron Constantinopla: −«Déjala, le dijeron, no la tires, que tenemos en Constantinopla nuestra hermana y nos la puedes matar». Por fin le cobraron miedo y se dijeron: −«Démosle un saco de talers y que se marche, porque es capaz de causarnos alguna desgracia». Le hacen la proposición y él contesta: −«Conforme; pero me habéis de dar un dragón para que me lo traiga, porque yo me avergonzaría de llevar tan poco peso».

Convienen gustosos, y el barbilampiño, temiendo se le escapara el dragón que llevaba los talers, lo ató con la punta de una cuerda por la cintura y puso el otro extremo en uno de sus pies para llevar las manos libres. Llegados al pueblo llama el joven en su casa, y comienza á ladrar un perro que su mujer tenía. Espantóse el dragón y arrojando en tierra los talers echa á correr: el barbilampiño, como que estaba unido á él por la cuerda, fué arrastrado largo trecho y por fin murió.

Abrió la puerta la mujer y se encontró los talers, que al punto metió en casa. Sabedora después de la muerte de su marido el barbilampiño, se casó en segundas nupcias con otro hombre que la dejaba dormir tranquila, y llegó á hacerse tan vieja ó más que yo. Es verdad que ni yo estaba allí para verlo, ni vosotros lo creereis aunque os lo asegure.

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