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La varita
La varita
En tiempos antiguos todas las islas eran gobernadas por reyes. Tenía el de Naxos una hija, cuya hermosura era incomparable, por lodos los príncipes la deseaban por esposa. Pero su padre decía: −«Si la doy, por ejemplo, al de Páros, me declararán la guerra el rey de Tinos, el de los, el de Micón y los reyes de todas las islas». No sabiendo pues qué partido tomar, convocó á sus ministros para consultarles, y éstos le aconsejaron que la princesa se hiciera la muda, y que los jóvenes que la solicitasen se comprometieran á hacerla hablar, para lo cual se les concedería tres días de tiempo, al cabo de los cuales, si no conseguían su intento, se les cortaría la cabeza. Adoptó el consejo el rey, y hecho público el propósito del monarca, se presentaron muchos príncipes, pero ninguno salió victorioso, de modo que con las cabezas de estos ilustres jóvenes se construyeron tres elevadas torres.
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Había en Sira una pobre vieja que vivía con un nieto huérfano, el cual tenía pensado hacia algún tiempo irse al Extranjero, porque en Sira ganaba poca cosa con su trabajo. Llegó este joven á saber la decisión del rey de Naxos y se presentó al momento á su abuela diciéndole: −«Abuela, quiero ir á Naxos para hacer hablar á la princesa». −«Mira, hijo mío, le contestó la pobre anciana, allí han ido muchos príncipes sin conseguir su intento. ¿Quieres tú perder la vida cuando eres mi único consuelo y amparo?»
Pero como el nieto insistiera, le dijo: −«Puesto que te empeñas, vete, pero antes pide consejo á tu tía, mi hermana, que es muy experta, y te instruirá sobre lo que debes hacer».
Se dirigió á casa de su tía y le dijo: −«Tía, dame á besar tu mano, porque quiero ir á hacer hablar á la princesa, aunque me cueste la vida». −«Hijo, le contesta, ¿qué hará mi pobre hermana sin el apoyo que tiene, que eres tú? Pero si tan decidido estás, toma esta varita, y cuando te veas apurado, habla á la princesa por medio de ella, que al fin te contestará».
Dio las gracias á su tía, y tomando la varita se dirigió á la isla de Naxos. Llegado que fué, pidió permiso para hacer hablar á la princesa, y el jefe encargado le dijo: −«¿Ves estas torres? Están construidas con cabezas de príncipes que intentaron lo que tú pretendes. ¡Una sola falta para remate!» −«¡Pues que sea la mía!» contestó con decisión.
Luego de puesto el sol entró por primera vez en el palacio, que estaba custodiado por agentes de policía. Lo introdujeron en el cuarto de la princesa, á quien saludó diciendo: −«¡Buenas noches, princesa mía!» (La joven, que estaba sentada en un sofá, ni siquiera se volvió á mirarlo). −«¡Ay, princesa mía! ¿No te compadeces de este joven que por ti ha abandonado á su madre viuda, y ni aún te dignas volver tu vista hacia él?»
Con estas y otras semejantes palabras trascurrió la noche sin conseguir que la princesa hablase; y así que amaneció abrieron las puertas y salió el joven.
Llega la segunda noche, y vuelto á presencia de la princesa exclama: −«¡Buenas noches, princesa mía! (A la puerta del sordo cuantos truenos quieras). Princesa mía, ¿no te compadeces de mi juventud? ¿No te mueve á lástima mi triste situación?»
Amaneció, sin conseguir nada en toda la segunda noche, y salió del palacio.
Volvió la tercera y última noche con suma desconfianza y gritó nulo: −«Ay de mí, princesa mía, no pretendo que me hables, sino que te vuelvas y me mires. ¡Yo he abandonado por ti á mis padres y voy á perder la vida!» Acordóse entonces del consejo de su tía, sacando la varita la apoyó en la puerta de la sala y dijo: −«¿Me hablarás, tú, puerta, ya que la princesa no se digna hablarme?» ¿Qué quieres que diga? contesta la puerta á impulsos de la varita. Yo era árbol en el monte y me cortaron, me hicieron madera, me llevaron al carpintero, me cepillaron y me convirtieron en puerta ¡abre! ¡Cierra! y aquí me tienes consumiendo mi vida mirando siempre á la princesa». −«Princesa, exclama el joven, tu puerta me habla, y tú ni mirarme quieres».
Adelanta unos pasos, y aplicando la varita al candelabro, dice: −«¿Me hablarás tú, candelabro, ya que la princesa no se digna hablarme?» −«Te diré, contesta el candelabro, que yo era tierra en el monte, me hicieron plata, me llevaron al platero, y ahora frota que frota para estar brillante, consumo toda mi vida».
En esto venía la aurora y el joven empezó á temblar. Quiso hacer el último esfuerzo, y con suma habilidad se aproximó á la princesa y aplicó la varita á su cabeza sin que ella lo notase. Al mismo tiempo dijo: −«¡Ah, princesa mía! ¿Tu puerta y tu candelabro me han hablado y tu no me hablarás?»
Vuélvese instintivamente la princesa, y sin darse cuenta de lo que hacía, exclama: −«Estate quieto y no me fastidies con tu palabrería!» −«¡Gracias á Dios, contestó lleno de júbilo el joven, por fin hablaste! ¡Muchos príncipes han perdido la vida por tu causa, pero ahora serás mi esposa, porque he vencido y he ganado la apuesta!»
Salió del palacio, y como él no decía que había hecho hablar á la princesa, lo prendieron y lo llevaron á presencia del rey, á quien pidió por gracia que antes de mandar cortarle la cabeza se dignase convocar á los ministros, porque deseaba pronunciar un discurso antes de morir. Accedió el rey á su petición, y reunidos los ministros con el monarca, habló el joven en estos términos: −«Señores: en Sira, donde yo vivía, ocurrió un suceso singular. Salieron cierto día de caza tres amigos, que eran, el uno sacerdote, el otro sastre y el tercero carpintero. Como se les hiciera de noche, se entraron á descansar en una casa que había en el bosque y convinieron para su seguridad que cada uno de ellos velase por turno. Tocó la primera velada al carpintero, y con intención de asustar al sastre, hizo un hombre de madera y lo colocó frente á la casa. Retiróse á descansar, y se levantó el sastre. Vió al hombre parado, y aproximándose sin miedo, comprendió que era obra del carpintero. El entonces le pone un casquete y una camisa, y
se fué á despertar al sacerdote. Este encendió la vela, tomó el libro y se puso á recitar sus oraciones. Llegóse después hasta la puerta, y al observar al hombre se asustó en gran manera. Recobrado del susto al ver que no se movía, se acercó, y viendo que era de madera, rogó á Dios le concediese el habla; y accediendo el Cielo á su súplica quedó el leño convertido en un hombre como nosotros. Lo llevaron á la ciudad y puestos ante el tribunal, pidieron los tres amigos la propiedad del hombre. El carpintero alegó que le había dado la forma, el sastre que lo había vestido y el sacerdote que le había hecho hablar. Yo salí de Sira sin saber la sentencia, y por eso deseo me digáis á quién correspondía, al carpintero, que le dio la forma, al sastre, que lo vistió, ó al sacerdote, que lo completó con el lenguaje».
El rey y los ministros opinaron que el carpintero debía cobrar su trabajo y el sastre su vestido, y que el sacerdote era el verdadero dueño del hombre. Entonces exclamó el joven: −«¡Pues en ese caso á mí me corresponde la mano de la princesa, porque la he hecho hablar!»
Enterado el rey de la verdad del hecho, concedió al joven la mano de la princesa, su hija, é hizo celebrar las bodas con grandes fiestas. El joven llamó á su lado á la abuela, para que viviera en palacio, y los que antes comían habichuelas, comieron después perdices, y el pobre huérfano llegó á ser él rey de Naxos.
Fin de todos los cuentos
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