24 1ra. Época. Septiembre - Diciembre 2014. No. 24
PRESENTACIÓN
Índice
Publicada en el libro A Pedro BoschGimpera en el septuagésimo aniversario de su nacimiento. inah-unam, México, 1963.
• Presentación • Artículos - Bosch-Gimpera y la Escuela de Arqueología de Barcelona. Por Miguel Tarradell. - 1916. Una Escuela de Prehistoria. Por Pedro Bosch-Gimpera.
“Es un gran honor para mí que se me haya perdido escribir estas líneas para • Efemérides encabezar el Homenaje que un grupo - Santiago Genovés, Javier Romero, Lode amigos, colegas y admiradores renrenzo Ochoa, Carlos Bosch García. dimos al doctor don Pedro Bosch-Gim• Noticias pera; y además de un honor, un motivo - VIII Coloquio Pedro Bosch-Gimpera. de profunda satisfacción dado los senti- Segundo Encuentro Académico de Anmientos de afecto y respeto que siempre tropología Audiovisual. he albergado hacia él, como lo hacen, Dr. Pedro Bosch-Gimpera • Ex-libris de seguro, no sólo los que han contri(Fondo Juan Comas) - Pedro Bosch-Gimpera buido a este volumen sino todos los que Verdaderamente fundamental debe considerarcon un motivo u otro han tenido la ocase la obra de don Pedro respecto a ese problema sión de tratarlo. “ario” o “indoeuropeo” que tanto ha preocupado a En otra parte de este libro se encuentran, pormelos estudiosos desde hace ya siglo y medio y que, norizados, su brillante curriculum vitae y sus nujunto con la cuestión homérica, dio por resultado merosísimas contribuciones al saber. Ahí también que poco faltara para que subiera el valor de la tinta encontrará el lector una reseña de su cursus honoen los centros académicos europeos. Es verdad que rum y de sus actividades verdaderamente ecuméniya hace mucho tiempo había dejado de concederse cas. Dada la necesidad de limitar el campo, en estas validez científica a ese cuadro en que se presentaba líneas tengo que reducirme a insistir sobre dos coa los arios primitivos trasladándose solemnemente sas: el carácter polifacético, como suele decirse, de hacia el occidente desde sus centros en los flancos su inmensa cultura, y su excelsa calidad humana. de los montes Altai o del Hindu Kush en sus granComo elocuentísimos testigos de lo primero basdes carretas tiradas por bueyes y encabezados por ta que sólo me refiera a tres de sus libros, El provenerables patriarcas de blancas barbas que correblema indoeuropeo, El poblamiento y la formación gían duramente (según se nos antojaría agregar) a de los pueblos de España, y la Historia de Oriente. sus nueras, arias también pero procedentes de otro Cualquiera de estas obras bastaría, por sí sola, pagrupo, cuando se apartaban, en su conversación, de ra otorgarle al autor un lugar destacadísimo entre emplear correctamente la conjugación de los verlos estudiosos que se han dedicado a las respectivas bos en –mi… Y también, por haber quedado atrás disciplinas.
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el pasatiempo, ya han terminado los días en que los estudiosos, después de aplicar la silvicultura a la lingüística e intentar reconstruir el árbol genealógico de las lenguas, se quedaban confundidos al contemplar la monstruosidad arbórea que habían creado y que pedía con insistencia el hacha del leñador. No hablemos, tampoco de ese Urheimat que los eruditos de antaño desplazaban a su antojo sobre los diversos cuadros del gran tablero asiático-europeo. Inútil decir que las cosas han variado mucho y ahora nos damos cuenta de que, después de todo, y en lo referente al primitivo indoeuropeo y a los principios absolutos del mismo, discutir el asunto sería casi como discutir si la prioridad debe darse al huevo o a la gallina o perderse en divagaciones semejantes a las de André Kempe quien, fide Max Müller, sostenía que en el Paraíso terrenal Dios le había hablado a Adán en sueco, Adán le había contestado en danés, y la serpiente, por su parte, se había dirigido a Eva en el exquisito lenguaje de la seducción, o sea, cela va sans dire, en el que se habla a orillas del Sena… Porque, como es aceptado hoy en día, las raíces más profundas del indoeuropeo penetran a un Mesolítico bastante generalizado. En el primero de los utilísimos planos que nos ofrece el doctor Bosch-Gimpera en su obra, se nos sugiere el Mesolítico II, de unos 6500 a 5000 a.C., como etapa quizá estrictamente preindoeuropea pero con el cambio de la aglutinación a la flexión. Los planos siguientes nos siguen ilustrando en forma igualmente clara sobre todo el proceso evolutivo, con una etapa de “coagulación de los indoeuropeos primitivos” que se coloca en el Neolítico, 4500 – 3000 a.C. A esta fase corresponde el plano de correlaciones más estrechas entre la arqueología y la lingüística que ha aportado Swadesh en su apéndice de la obra y en que ya aparece la satemización, o sea la diferenciación Kentum-shatem, tan importante en todo lo referente a la cuestión de que tratamos. Naturalmente no podemos seguir aquí a don Pedro en su análisis del mosaico, a veces verdadero caleidoscopio, de las antiguas culturas que se relacionan con la cuestión indoeuropea. Baste decir que tal empresa, verdaderamente abrumadora, hubiese estado fuera del alcance de la inmensa mayoría de los estudiosos y presupone un cúmulo de conocimientos y esa preparación en las disciplinas antropológicas que le han dado a don Pedro una II
posición internacional tan encumbrada. Por mucho que nuestros conocimientos paleográficos hayan a veces fracasado en la interpretación de los rotulillos, supuestamente aclaratorios, con que exornó, escribiendo como siempre a una asombrosa velocidad, las numerosas diapositivas que utilizó para su completísimo curso de prehistoria en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, nos apresuramos a añadir que en toda la parte relativa, dicho curso ha quedado vaciado en el “Problema indoeuropeo” que por tanto constituye de por sí un curso de prehistoria verdaderamente magistral para la mayor parte del continente. En su El poblamiento antiguo y la formación de los pueblos de España, obra publicada por el Instituto de Historia de la Universidad, estudió también, con la misma acuciosidad aunque necesariamente sólo a grandes rasgos, los temas del rubro, llevando su trabajo, con consideraciones que no serían unánimemente aceptadas (pues don Pedro es todo menos centralista) hasta la época presente. Cabe aquí referirnos de paso a sus opiniones, siempre sólidamente basadas, sobre algunos temas prehistóricos de la península que se han prestado a diversas interpretaciones, sobre todo las relacionadas con el vascuence y la cerámica ibérica. En su Poblamiento se advierte su gran conocimiento de España en la Edad Media. Agregaremos que para él, al insistir sobre la “rica fecundidad” de los “diversos pueblos” que ocupan la península, “lo que ha mantenido la cohesión y ha acentuado la unidad no ha sido la imposición de una estructura política sino las leyes naturales de la convivencia geográfica y el libre obrar de las afinidades y de los valores espirituales creados en común”. En resumen, y a pesar de los esfuerzos centralizadores, España es “un complejo polinacional”, “un haz de pueblos… que no encuentra todavía la fórmula del equilibrio”. La magnitud de la Historia de Oriente, en dos tomos, se comprueba inmediatamente cuando se advierte que, en una serie bien ordenada de capítulos, la obra se extiende desde Nubia hasta Corea. Cada capítulo, además, trae aparejada una bibliografía cuya formulación representa una empresa que no dudamos en calificar de notable. Como es natural, en esta edición todavía no podían considerarse los hallazgos más recientes como los de Eridu, Jarmo y demás, pero aún así conserva toda su validez y, si
el autor se animara a ello, sería relativamente fácil ponerla al día, del mismo modo que esta segunda edición se basó en una que había aparecido algunos años antes. Es una labor de la que nos hallamos verdaderamente necesitados. Si al esfuerzo que implican las obras que hemos escogido para dar una idea de su visión verdaderamente universal añadimos otros, como su actividad de carácter docente en la propia Barcelona, en Oxford, en Bogotá, en Guatemala y aquí en México, y agregamos también la dirección de las excavaciones de Ampurias, el establecimiento del museo arqueológico de Barcelona y la rectoría de la Universidad de esa ciudad, no menos que los correspondientes a los comités a que ha servido, así como sus continuos viajes para asistir a congresos científicos y otras reuniones, nos quedamos verdaderamente admirados, y más todavía cuando lo contemplamos siempre imperturbable y tranquilo, verdadero modelo de ecuanimidad. Aún más, cuando se le visita en su estudio en la Universidad, con las paredes tapizadas por mapas que él mismo ha trazado y las mesas cargadas de libros, siente uno que don Pedro, instalado frente a una de las máquinas de escribir más sufridas del país, no sólo está desarrollando una gran actividad sino que se está divirtiendo muchísimo. No le han faltado accidentes, propios de esa actividad, como le ocurrió cuando, siempre juvenil, acompañaba a un grupo de estudiantes a visitar un edificio colonial y sufrió una caída que lo tuvo en trance de muerte. Y no es el único. Pero que de ahora en adelante se abstenga de correr esos riesgos y viva muchos, muchos años, para su propio bien, el de los suyos, el de la ciencia y el de nosotros sus admiradores y amigos, es el más ferviente deseo de todos los que participamos en este Homenaje.1 Pablo Martínez del Río
1. Ya en prensa este libro, se cortó en la ciudad de México, el 26 de enero de 1963, la noble y fecunda existencia del autor de esta presentación, el más ilustre de los prehistoriadores mexicanos.”
ARTÍCULOS Durante el presente año se cumplirá el xl aniversario del fallecimiento de uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Antropológicas, nos referimos al Dr. Pedro Bosch-Gimpera, prehistoriador y arqueólogo, cuyo busto se exhibe orgullosamente en la en(Foto Rafael Reyes) trada de este importante centro académico. El Dr. Bosch-Gimpera, exiliado español y último Rector republicano de la Universidad de Barcelona, falleció en la ciudad de México el 9 de octubre de 1974. Cuando el Dr. Bosch arribó a México (1941), llegó precedido de toda una trayectoria académica que dejó profunda huella tanto en España como en Europa, ya que fue el pionero de los estudios de prehistoria y su sistematización en la Península Ibérica. Su Seminario de Prehistoria, impartido por primera vez en 1916, originó la Escuela de Arqueología de Barcelona. Por lo antes expuesto, decidimos dedicarle el presente boletín recordándolo a través de la presentación que hizo uno de sus colegas mexicanos, el Dr. Pablo Martínez del Río, para el libro homenaje a Bosch, publicado en 1963. Por otro lado, reproducimos el artículo de uno de sus alumnos españoles, el Dr. Miguel Tarradell, escrito unos días después del fallecimiento del Dr. Bosch, mismo que fue publicado en la revista Destino el 26 de octubre de 1974 en Barcelona, y que también fue incluido por el Dr. Juan Comas en su libro homenaje In Memoriam. Pedro Bosch-Gimpera 1891 - 1974, publicado por la unam. Y por último, pero no menos importante, decidimos incluir el artículo del Dr. Bosch-Gimpera, titulado: 1916. Una escuela de prehistoria, en el cual rememora los antecedentes y los primeros alumnos que tuvo en el Seminario que originaría tan importante corriente de estudios en la Península Ibérica. El material que ilustra este boletín pertenece tanto al acervo documental del Dr. Bosch como al del Dr. Juan Comas, ambos bajo el resguardo del Instituto de Investigaciones Antropológicas. III
Bosch – Gimpera y la Escuela de Arqueología de Barcelona. Miguel Tarradell
Dentro de las tareas de un congreso celebrado hace pocos años en Roma tuvo lugar la habitual reunión del Comité Permanente de los Congresos Internacionales de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas, constituido por uno o varios de los especialistas más destacados de cada país. Terminada la reunión, se produjeron las típicas tertulias de antesala y pasillo, en las cuales los cincuenta o sesenta delegados tendieron a reunirse por afinidades lingüísticas, formando grupos según sus respectivos idiomas. Entonces se pudo observar que las lenguas mayoritarias eran el inglés y el francés, lo que, dada la proyección de estas lenguas sobre el mundo ex-colonial no tiene nada de particular. Pero el tercer idioma resultó ser el catalán. Éramos seis o siete, representando a cinco estados repartidos por tres continentes. Todos, ya de modo directo, ya de modo indirecto, éramos discípulos de Bosch-Gimpera (que estaba ahí formando parte de la delegación mexicana) y nos considerábamos miembros de su escuela. No explico esta anécdota –si es que puede considerarse sólo anécdota– por triunfalismo ingenuo, sino porque me parece significativa para dar a entender, en una pincelada rápida, lo que la obra de Bosch-Gimpera, como maestro, ha representado entre nosotros. En este país nuestro, pequeño y desamparado, posiblemente resulte difícil hallar paralelos de tal proyección internacional en otros campos científicos. De fronteras para adentro, es fácil poner otro ejemplo. Si pasamos revista a los catedráticos de prehistoria o de arqueología que en los últimos veinticinco años han desempeñado un puesto en el conjunto de las universidades españolas, se comprueba que la mitad proceden de Barcelona, de la escuela de Bosch-Gimpera, y que parte de la otra mitad han sido formados por profesores también salidos del mismo centro que luego han profesado en facultades diversas. La gran vitalidad inicial y la sólida continuidad han sido las características de Publicado en Juan Comas: In Memoriam. Pedro BoschGimpera 1891 – 1974. UNAM, México, 1976. IV
la Escuela de Arqueología de Barcelona, que, por otra parte, jamás ha dispuesto de una organización estructurada, ni burocrática, ni académica. A las referencias a profesorado universitario cabría añadir las relativas a otros profesionales que trabajan en museos y centros de investigación, o también a las gentes entusiastas que, sin una dedicación profesional, cumplen a menudo una función importante. No hace falta ser un experto para sospechar que las cosas han rodado por este camino gracias al peso específico de los investigadores en cuestión. En este caso no se puede aplicar la terminología de las ventas a crédito: “con facilidades”. El hombre capaz de lanzar un impulso de este tipo tiene que haber sido una figura fuera de serie. Puesto que no hay que olvidar que Bosch-Gimpera se ausentó del país en 1939 y no volvió ni como turista. Y que, además, los últimos años de su tiempo de Barcelona fueron absorbidos por la gigantesca labor de contribuir a poner en marcha la Universidad Autónoma, desde sus puestos de decano de Letras primero y de rector después, lo que sin duda hubo de disminuir su dedicación al trabajo científico, de investigación. Su obra fundamental, como arqueólogo y como fundador de la escuela, la realizó, de modo fulgurante, en poco más de quince años o poco menos de veinte, entre 1915 y los principios de la década de los treinta. Había vuelto de Alemania, a sus veintitantos años, en cuanto comenzó la guerra europea; conocedor de la metodología y de las técnicas de la prehistoria, bebidas en las mejores fuentes de la época, y con una formación políglota que le ayudó mucho en sus lecturas y en sus contactos personales a nivel internacional. Pronto dispuso de dos plataformas ideales: por una parte, la cátedra en la Universidad de Barcelona y por otra el “Servei d’Investigacions arqueologiques” del Institut d’Estudis Catalans, del que, recién creado, fue nombrado director. Los dos puestos se complementaban. Uno le permitía el contacto con los alumnos, despertar y encauzar vocaciones. El otro representaba que, por fin, en Cataluña se podía disponer de un organismo dedicado a la prospección arqueológica y a las excavaciones. Libros y elaboración teórica por un lado, trabajo de campo por el otro. Eran, además y por encima de todo, tiempos de esperanza. La época de las creaciones culturales
de la Mancomunitat. Pensando en la aventura del nacimiento de la arqueología catalana desde nuestra situación de ahora, más de una vez nos hemos preguntado si es posible una creación científica de empuje, en equipo, si no se vive inmerso en el magnetismo que produce una sociedad dinámica lanzada hacia un alto ideal. La tarea era inmensa, pero apasionante. Se trataba de establecer los esquemas fundamentales del pasado más remoto del país. Se partía de bases muy endebles, porque los materiales eran escasos y no procedían, salvo algún caso esporádico, de excavaciones realizadas con métodos adecuados. La gran capacidad de síntesis de Bosch-Gimpera le permitió un montaje teórico que abarcó prácticamente toda la prehistoria posterior al Paleolítico, incluyendo a los iberos. Uno de sus primeros trabajos fue, precisamente, la ordenación por épocas y grupos geográficos, de la cerámica ibérica, donde se pudo establecer algo decisivo para la comprensión de aquel mundo: la civilización ibérica resultaba en gran parte un reflejo del impacto griego sobre las costas peninsulares. En buena parte sus teorías se basaban sobre los materiales que el propio equipo exhumaba en las excavaciones. Basta seguir la crónica arqueológica del Anuari de l’Institut para comprobarlo. Pronto aparecían las primeras síntesis de conjunto: “Prehistoria catalana” (1919), “La arqueología pre-romana hispánica” (1920). Porque si bien la labor básica y directa de Bosch-Gimpera y su gente se centró sobre el país, sus investigaciones se extendieron a todo el conjunto peninsular, del que estableció la primera visión general sólida. Y sin cerrarse en fronteras estatales, se planteó problemas históricos de áreas vecinas: el Mediterráneo occidental, Francia. Por cierto que el esquema del neolítico francés que publicó Bosch junto con su discípulo y colaborador Serra-Rafols ha sido utilizado hasta hace pocos años por los prehistoriadores de Occidente, incluidos los propios franceses. Paralelamente a la excavación y a la síntesis, había que organizar el cuidado y la exposición de las piezas. Es decir, había que estructurar un museo. Se hizo partiendo del general, que bajo la dirección de Folch y Torres se había montado en el Parque de la Ciudadela. Más tarde, ya en tiempos de la República, Bosch-Gimpera pudo poner la última piedra a su programa de organización, es decir, contar con
un museo propio, dedicado a la prehistoria y mundo antiguo. Fue el Museo Arqueológico, instalado, según las directrices del momento, en el Parque de Montjüich. Museo que montó no sólo como un centro de exposición y de depósito de piezas, sino como un núcleo de investigación, ligado a las tareas de su cátedra en la Universidad, por lo que metodológicamente fue superior al resto de los museos de Barcelona. Todo ello se había llevado a cabo a un ritmo prodigioso. Cuando Bosch-Gimpera partió definitivamente de Barcelona, en 1939, no había cumplido los 48 años. Dejaba unas instituciones, parte de las cuales pudieron capear el desmantelamiento de la post-guerra. Dejaba un esquema personal de la prehistoria hispánica, que había sintetizado pocos años antes en su “Etnología de la Península Ibérica”, espléndidamente publicada en 1932 gracias al mecenazgo de Cambó. Y dejaba unos discípulos. En un esbozo biográfico de Bosch-Gimpera como arqueólogo es fundamental dar a conocer que su historia no se clausura en aquel momento, sino que se ha producido un notable fenómeno de pervivencia, que no lleva trazas de acabar. En un aspecto, no podía ser de otra manera. Durante años su montaje de la prehistoria catalana y peninsular se convirtió en la visión general, “ortodoxa”, que sólo profundas investigaciones posteriores y nuevos descubrimientos podían ir modificando. Pero la continuidad de la escuela es un rasgo distinto, que podía no haberse producido, y es evidente que el peso humano de Bosch ha jugado un papel. Resulta curioso que algunos de los que más fieles se han manifestado hayan sido precisamente los que, a nivel científico, más se han distinguido en presentar hipótesis nuevas, que vienen a revisar y a veces a cambiar a fondo las del maestro. O que otros se hayan dedicado a campos que no formaron parte de su programa de trabajo. Así, por ejemplo, el prestigio internacional del profesor Pericot se basa en gran parte en sus investigaciones sobre el Paleolítico, o el del profesor Palol sobre su dedicación a la arqueología paleocristiana, campos que no fueron los propios de Bosch-Gimpera. El viejo maestro que acaba de morir queda, pues, situado en la línea de los grandes fundadores, en la línea de lo que para la lengua ha sido Pompeu Fabra, o para la historia moderna Vicens Vives. Es decir, entre las piezas maestras de nuestra cultura. V
1916. Una escuela de prehistoria. Pedro Bosch-Gimpera
Hace cincuenta años comenzaba mi docencia en la Universidad de Barcelona. En ella me había formado, y mis maestros don Antonio Rubió y Lluch y don Luis Segalá y Estalella debo en buena parte las bases de una preparación histórica y la orientación hacia los estudios de la Antigüedad clásica. Si los cursos de griego y de literatura griega de Segalá parecían encaminarme a ser profesor de griego y me incitaron a traducir los Himnos homéricos y Baquilides, los de Rubió y Lluch y el trato con él me hacían ver la necesidad de enmarcar el estudio de las lenguas y las literaturas con un amplio sentido histórico. Aquellos años de estudiante barcelonés dejaron también inolvidables recuerdos: ante todo, la amistad que me dispensó el gran poeta Maragall, que entonces terminaba su Nausica y que versificó la Olímpica I de Píndaro y mi traducción de los Himnos homéricos, la que dio lugar a numerosas visitas mías y a largas conversaciones sobre temas humanísticos que dejaron en mí profunda huella; luego la convivencia con dos queridos amigos, luego compañeros de docencia: Joaquín Balcells, eminente latinista, y Luis Nicolau d’Olwer, helenista e historiador salido de Luis Nicolau d´Olwer las escuelas de Segalá y Rubió, al que debemos una traducción y estudio de Monandro e importantísimas obras históricas. El año del doctorado en letras en Madrid me hizo descubrir nuevos campos de estudio. Don Francisco Giner de los Ríos –a cuya cátedra asistí– aquel año trató de filosofía griega, y entonces descubrí la existencia de Wilamowitz-Moellendorf, quien más tarde había de orientar definitivamente mi vocación arqueológica. A través de él conocí a don Luis Simarro poseedor de una gran biblioteca que pude aprovechar, de lo cual resultó mi iniciación en estudios etnológicos y mi interés por los pueblos primitivos, cosas entonces desconocidas en nuestra universidad. No quiero olvidar el trato con Menéndez y Pelayo –con el que fuimos introducidos Balcells y yo por nuestros maestros Rubió 1 Publicado en Pyrenae (número 2, 1966, pp. 1-11), revista del
Instituto de Arqueología y Prehistoria de la Universidad de Barcelona.
VI
y Segalá, y que nos invitó a su tertulia dominical, y que, lo mismo que don Francisco Giner, me animó a solicitar una pensión para Alemania− así como a don Eduardo de Hinojosa, el gran historiador del derecho, quien influyó decisivamente para que me fuera concedida por la Junta de Ampliación de Estudios; a don Elías Tormo, que en su curso de historia del arte nos iniciaba en la arqueología griega, y al conde de Casasola –tertuliano de Menéndez y Pelayo−, helenista de afición, con el que sostuve largas conversaciones sobre la cuestión homérica y cuya biblioteca también pude aprovechar, lo mismo que la del Ateneo de Madrid. Mi tesis doctoral en letras fue un estudio y la traducción de los poemas de Baquilides, que ha permanecido inédito. Pensionado en Alemania, fue Wilamowitz quien me aconsejó que, sin olvidar la filología griega, me decidiese por la arqueología, que ofrecía ancho campo de investigación en España y a la que ya me sentía inclinado: en el viaje a Berlín, me había detenido en Munich, donde pasé un par de semanas en la Gliptoteca y en la colección de vasos griegos. Wilamowitz me presentó al entonces encargado de la enseñanza de arqueología clásica, Frickenhaus, gran maestro y gran amigo, que fue mi guía y con el que conviví ampliamente en el seminario de arqueología. Ya decididamente abandoné la idea de ser profesor de griego, y habiéndose creado entre tanto la sección de historia en Barcelona, pensé prepararme para las oposiciones a su cátedra de historia antigua y media. Asistí a cursos de arqueología oriental con Delitsch, de historia de la antigüedad con Eduard Meyer, y en el segundo semestre, al de Hubert Schmidt de prehistoria, quien decidió mi orientación definitiva a la investigación prehistórica. Fruto de este principio de estudios en Berlín fueron mi primera publicación arqueológica La civilización crético-micénica, publicada por la Editorial Estudio en 1920, y el artículo Sobre l’origen de la tragedia grega, en los Estudis Universitaris Catalans. Vuelto a Barcelona a fines del verano de 1912 –después de un largo viaje en el que visité los museos de Estocolmo y Copenhague, el Británico, el Louvre y rápidamente los de Florencia y Roma−, acompañé a Hubert Schmidt, que realizaba un viaje de estudio en España –en Barcelona y en Tarragona–, y al visitar con él a Puig y Cadafalch, presidente del Institut d’Estudis Catalans, fundado
pocos años antes, éste indicó la posibilidad de organizar a mi vuelta el Servicio de Investigaciones Arqueológicas, para intensificar las iniciadas con las excavaciones de Ampurias y las que se habían encomendado en cuevas y dólmenes a don Luis Mariano Vidal y a don Manuel Cazurro, con los cuales trabajaba el que luego fue mi compañero José Colominas. El año que pasé en España hice oposiciones al Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, perdiéndolas, completando los estudios de la sección de historia en Madrid, doctorándome en ella con mi tesis sobre “El problema de la cerámica ibérica”, presidiendo el tribunal don José Ramón Mélida y figurando en él don Antonio Vives, con los que desde entonces me unió cordial amistad. Para su preparación había estudiado el material de los museos andaluces, los yacimientos del Jalón y la colección del marqués de Cerralbo, en Santa María de Huerta, y la colección de don Luis Siret, en Cuevas de Vera. Renovada mi pensión, volví a Berlín, continuando el estudio de la arqueología clásica con Loeschke –el nuevo profesor recién llegado que sustituyó a Frickenhaus, el cual había obtenido la cátedra de Estrasburgo−y con Rodenwaldt, así como de la historia antigua y hasta de su historia medieval, en vistas de las futuras oposiciones. Dediqué mi principal trabajo a la prehistoria en el curso de Hubert Schmidt –quien me hizo admitir como asistente “Volontärisches Hilfsarbeiter” en el Museo Prehistórico- y en el curso y en el seminario de Kossinna de la Universidad. A ambos debo mi formación definitiva. En prehistoria, Hubert Schmidt –que había comenzado como arqueólogo clásico y había publicado el catálogo de la colección Schliemann de antigüedades troyanas del museo de Berlín, participando en la expedición Pumpelly de Anau en el Turquestán y excavado Cucuteni en Rumania− era maestro de gran visión general y cronológica, y su enseñanza se basaba en los materiales del museo, habiéndome hecho trabajar en él en la clasificación de la cerámica de Cucuteni e iniciado en la museología y en los trabajos del laboratorio de conservación de materiales. Kossinna, más bien arqueólogo teórico, y especialista en la prehistoria nórdica, era también un gran profesor; y con él aprendíamos la
determinación de los círculos de cultura y su significado para la reconstitución del proceso de formación de pueblos, que le había llevado a formular sus tan discutidas teorías sobre el origen de los indoeuropeos y de sus pueblos particulares. Tuve ocasión de asistir a excavaciones de necrópolis lusacianas y de visitar diversos museos de Alemania, especialmente el Central romano-germánico de Maguncia y de conocer a muchos investigadores: en Maguncia, a Schumacher, a Behn y a Behrens; en el Museo de Prehistoria de Berlín, a Schuchhardt, a Ebert, a Götze y a Von Luschan; en los museos clásico y oriental, a Zahn, a Anre, así como también al numismático Regling, a uno de cuyos cursos asistí. También, en casa de Schuchhardt, conocí a Koldewey, el excavador de Babilonia. Asistí a las sesiones de la Sociedad de Antropología, en donde por primera vez oí hablar de americanismo, a la de prehistoria alemana, fundada por Kossinna después de sus disensiones con el grupo de Schuchhardt del museo, y a la de arqueología, en donde conocí a Baulle, a Fabricius, a Dragendorff, a Schiff, a Norden, etc. Hubert Schmidt debía hacer, en el verano de 1914, unas excavaciones en Bulgaria, en una localidad de cultura parecida a la de Cucuteni, y yo le debía acompañar, pero la guerra impidió realizar el proyecto, y después de la movilización emprendí el regreso a Barcelona. Y fue uno de los mayores provechos de mi estancia en Alemania la visita a Adolfo Schulten, en Erlangen, con cuya amistad y con el estudio de sus obras pude iniciarme en el trabajo sobre las fuentes históricas antiguas referentes a España. En septiembre de 1914 el Instituto d’Estudis Catalans me encargó el comienzo de la investigación de los poblados ibéricos del Bajo Aragón, que había sido propuesta por Matías Pallarés, excavándose entonces la Gessera de Caseras, en la frontera catalana, y preparándose la campaña del año siguiente. El invierno lo pasé en Madrid, agregado a la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, recién fundada, con Hernández Pacheco, Obermaier, Paul Wernert −hoy profesor de Estrasburgo−, Cabré y el conde de la Vega del Sella, y al mismo tiempo que con el trato con Obermaier, principio de una larga amistad, completaba mi preparación paleolítica, publiqué entonces mi tesis sobre la cerámica ibérica y una traducción de VII
la Hispania, de Schulten, ésta en colaboración con Miguel Artigas, que se completó con el apéndice La arqueología prerromana hispánica, en que traté por primera vez de sistematizar los materiales prehistóricos de la península, en lo que estuve trabajando aquel año, revisando la bibliografía de España y Portugal, estudiando los materiales del Museo Arqueológico del Instituto Geológico y del Museo Antropológico de Madrid. Mucho aprendí entonces en mis visitas a don Antonio Vives y en la utilización de su biblioteca personal. Al mismo tiempo se celebraron las oposiciones a la cátedra de Barcelona, que en aquel momento no logré obtener, quedando desiertas, para ganarlas al año siguiente (1916). Entre tanto se había organizado ya el Servicio de Excavaciones (1915-1916), iniciándose sus trabajos con la de los sepulcros megalíticos de la comarca de Solsona en colaboración con Mosén Serra y Vilaro y con las de los poblados de Urgel, especialmente el de Sdamunt, por Colominas y Durán y Sampere, y del de San Antonio de Calaceite por mí, que se completó el mismo año de 1915 con la exploración de sepulcros ibéricos y del poblado de Vilallonc de Calaceite, por Colominas y Durán, así como se inició la excavación de los poblados de Mazaleón, que se encomendó a don Lorenzo Pérez, secretario del ayuntamiento del pueblo y que había formado parte de un grupo de eruditos de aquella región que mucho nos ayudaron y entre los que hay que mencionar especialmente a don Santiago Vidiella y a don Julián Ejerique, éste entonces alcalde de Calaceite. También entonces comenzó a colaborar en el Servicio Matías Pallarés, quien excavó la cueva solutrense de San Julián de Ramis. Se organizó el laboratorio del Servicio instalado en los altos del Palacio de la Generalidad, en locales de Instituto, y se comenzó a preparar la instalación de la Sección de Arqueología del Museo de la Ciudadela, a donde se llevó el material obtenido en nuestras excavaciones. Me iniciaba a la vez en la docencia, gracias a haberme encargado los Estudis Universitaris Catalans de una cátedra libre de arqueología, que se explicaba en los locales del Servicio. A principios de octubre de 1916 comenzó mi enseñanza en la Universidad. Mi primer alumno fue Luis Pericot, con el que tanto había de colaborar en el futuro. El curso siguiente lo fueron Alberto del Castillo y José de C. Serra-Ràfols. Con ellos organizamos el seminario de prehistoria, modestamente, VIII
en un rincón de la Biblioteca de la Facultad, debajo de la gradería de una aula vecina. Los seminarios eran cosa desconocida entonces en nuestras universidades, y en la de Barcelona sólo hablaban de ellos y trataban de organizarlos Jaime Serra Húnter –el de historia de Luis Pericot la filosofía− y Tomás Carre- (Fondo Juan Comas) ra Artau –quien con José Ma. Batista y Roca fundó el de etnografía y folclore de Cataluña. Luego habían de seguir los de historia de España, de Antonio de la Torre, el de filología latina, de Joaquín Balcells, y el de pedagogía, de Joaquín Xirau. Pero en los primeros años la labor de los seminarios se realizaba al margen de las cátedras oficiales y casi clandestinamente. Organizamos nuestros trabajos con la revisión de los materiales de prehistoria española que se habían recogido y sistematizado provisionalmente en La arqueología prerromana hispánica y en la Prehistoria catalana. De esta revisión habrían de resultar la tesis doctoral de Pericot sobre la “Civilización megalítica catalana”, y la de Castillo –que completó sus estudios en Berlín con Hubert Schmidt− sobre “El vaso campaniforme”. Al propio tiempo estudiábamos la relación de la prehistoria española con la de otros países de Europa, revisando el material del neolítico francés –después de viajes a los museos de Francia míos y de Pericot y Serra-Ràfols, y de éste a Portugal−, cuyo resultado fue el intento de su sistematización, y que se publicó por Serra-Ràfols y por mí en el artículo Ètudes sur le néolithique et l’énéolithique de France en la Revue anthropologique y en el Frankreich del Reallexikon, de Max Ebert. Yo visité de nuevo los museos andaluces, las cuevas del norte de España con el conde de la Vega del Sella, Obermaier y el padre Carballo, e hice un viaje a Portugal para estudiar los materiales de Lisboa, Figucira da Foz, Oporto y Guimaraes, invitándome el profesor Mendes Correa a una conferencia en Oporto, después de la cual mantuve una estrecha y amistosa relación con él.
Terminada la guerra mundial pudo formarse la biblioteca del seminario, adquiriendo numerosos libros, a medida que la Universidad contaba, siempre en medida limitada, con fondos para ello y podíamos disponer de los que en mayor cantidad llegaban a la Biblioteca de Cataluña, cuyo director, Jorge Rubio, atendía amablemente nuestras peticiones. Iniciamos un intercambio de publicaciones con diferentes centros y prehistoriadores extranjeros, enviándoles las nuestras personales que se presentaban como publicaciones del seminario. Nos visitaron Schulten, Obermaier, Pierre Paris, Lantier, Ettor-Pais y otros, dando conferencias en el seminario, y con Schulten iniciamos la publicación de la serie Fontes Hispaniae antiquae, figurando como editores Schulten y yo, y más tarde Pericot. En colaboración con don Telésforo de Aranzadi –que por fin fue profesor de antropología en la Facultad de Ciencias− y con Carreras Artau y Batista y Roca se fundó la Associació Catalana d’Antropologia, Etnologia i Prehistòria, que tuvo por sede Telésforo de nuestro seminario, y que publicó Aranzadi varios volúmenes de su Butlletí, (Fondo Juan Comas) que pudo cambiarse con otras publicaciones extranjeras como “auténtica” publicación nuestra. La relación con otras universidades y grupos de investigación españoles y extranjeros se trató de mantener constantemente, mediante conferencias y asistencia a congresos, así como con la colaboración en publicaciones de diversos lugares. Di conferencias en Madrid, en Córdoba y en San Sebastián –en la Sociedad de Estudios Bascos, de la que era secretario nuestro colega de Barcelona Ángel de Apraiz−. Cartailhac y Bégouen me invitaron a una conferencia en la Universidad de Toulouse. Ya en 1921, la de Berlín, siendo rector Eduardo Meyer, me invitó a profesar en el semestre de verano un curso sobre prehistoria española, al que siguieron conferencias en diversas universidades alemanes, especialmente en Erlangen, invitado por Schulten. Se participó en los congresos de ciencias históricas de Bruselas, en la reunión de Toulouse del Instituto Internacional de Antropología y en el congreso de éste en Ámsterdam –de lo que resultó
nuestra participación en la comisión que dictaminó la falsedad de los supuestos hallazgos del Glozel (1927) en el Convegno Archeologico in Sardegna (1926), en el Convegno Archeologico di Rodi (1928), en el Congreso Internacional de Estudios Etruscos de Florencia (1928), en el Centenario del Instituto Arqueológico Alemán (Berlín, 1928), etcétera. La labor del seminario se completó durante algún tiempo con la asistencia de sus alumnos al curso de los Estudis Universitaris y con el trabajo en los locales de “servicio”, en donde el material disponible era cada vez mayor, así como en las vistas al museo. La sección arqueológica de éste era ya importante, con los hallazgos de la exploración de cuevas y sepulcros megalíticos de Cataluña, de la necrópolis de urnas de Tarrasa, de la cultura de los talaiots de Mallorca, estudiada por Colominas, de los poblados de Cataluña y del Bajo Aragón, de la necrópolis ibérica de Oliva en Valencia, sin contar con los resultados de las excavaciones de Ampurias y otras adquisiciones, entre ellas los materiales posthallstáticos de las necrópolis castellanas de Osma y Gormaz y los hallazgos de Cabrera de Mataró y de Puig Castellar, donados por la familia Rubio de la Erna y por don Fernando de Sagarra. Así la sección arqueológica, que principiaba a completar maquetas y reproducciones obtenidas por cambio con museos extranjeros, ofrecía una base para una visión bastante completa de la prehistoria española y aun para sus relaciones con otras de Europa. Aspirábamos a convertirla en un museo especial de arqueología, lo que había de tardar aún en realizarse. Pericot y Serra-Ràfols colaboraron en los trabajos del servicio, el primero, conmigo en la excavación de los sepulcros megalíticos del Ampurdán, y Serra, en diferentes excavaciones, entrando el último luego a formar parte del personal permanente. Con mis compañeros del seminario, Pericot, Serra-Ràfols y Castillo, colaboramos con numerosos artículos sobre prehistoria española en el Reallexikon der Vorgeschichte, de Max Ebert. IX
Se dio luego a la investigación de la prehistoria peninsular una nueva dirección marcadamente histórica, tratando de reconstituir, a través de la comparación de la arqueología con las noticias de las fuentes antiguas, el proceso de la formación de los pueblos, lo que había de culminar, después de distintos trabajos, en mi Etnología de la península ibérica (1932) y en otras publicaciones especiales sobre los orígenes vascos y sobre los movimientos célticos en España, proseguidos más tarde con el intento de una reconstrucción general de los movimientos célticos en Europa. Los resultados de estas nuevas investigaciones habrían de ser expuestos en las Rhind Lectures, de Edimburgo, que profesamos en 1936 a invitación de Gordon Childe y Graham Callander, y que fueron la base de la revisión de la Etnología que apareció más tarde en México, en 1945, en El poblamiento y la formación de los pueblos de España, así como se expusieron también en la Sir John Rhys Memorial Lecture on Celtic Archaeology, de la Academia Británica, invitado por su presidente sir Frederic Kenyon y que ampliada, fue publicada por ella en el libro Two Celtic Waves in Spain (1942) y los resultados referentes a los orígenes de los movimientos célticos llegados a España, a lo que siguió la reconstrucción general de los de Europa: Mouvements celtiques. Essai de reconstitution, que aparecieron de 1950 a 1956 en Études celtiques de París, a invitación del profesor Vendrycs. El núcleo inicial del seminario siguió en contacto estrecho –que se mantenía también con el “servicio”− aun después que se vio disperso por haber pasado Pericot a Santiago como catedrático, siguiendo luego a Valencia y ocupando entonces Castillo la cátedra de Santiago. Ambos se relacionaron activamente con los investigadores gallegos que, entonces, se agrupaban en la Sociedad de Estudios Gallegos. X
Cuando Pericot se trasladó a la Universidad de Valencia fue uno de los elementos más activos del servicio de investigación prehistórica de aquella diputación, fundado por don Isidro Ballester, que excavó la célebre cueva del Parpalló, en el poblado de Liria, que Cueva del Parpalló produjo una extraordinaria serie de vasos ibéricos, y el de La Bastida de Mogente, con sus plomos con inscripciones ibéricas. Pericot, en su docencia de Valencia, creó una verdadera escuela de prehistoriadores distinguidos. En Barcelona, despué de los primeros años del funcionamiento del seminario, la llegada a Barcelona de Antonio de la Torre, colocada su cátedra de historia de España en el primer curso de la Facultad y sus condiciones de maestro hizo derivar a la historia medieval a los alumnos más brillantes. La relación de nuestro grupo con De la Torre influyó en que la prehistoria fuese tomada en consideración como uno de los elementos esenciales de la historia posterior, y en esa etapa pasó por el Seminario de Prehistoria Jaime Vicens, quien, aunque su campo de investigación no fue el nuestro, mantuvo vivo su interés por la arqueología. En los últimos años de mi docencia en Barcelona, se formaron en el seminario Juan Maluquer y Mercedes Muntañola y en parte también Julio Martínez Santa Olalla, inicialmente discípulo de Obermaier y Francisco Esteve. Con Obermaier, ya poco después de la guerra de 1914-1918, tratamos de revivir el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología prehistóricas que en el de Ginebra en 1912 se había decidido celebrar en Madrid. Hugo Obermaier Se llegó a formar un comité or- (Fondo Juan Comas) ganizador presidido por el duque de Alba, pero no fue posible realizar nuestro intento, a pesar de las gestiones que emprendimos. El ambiente internacional no parecía propicio todavía para la restauración de los antiguos congresos y, durante algún tiempo en cierto modo quería sustituirlos el Instituto Internacional de Antropología, fundado entonces en París; pero para muchos prehistoriadores los congresos del instituto no
resultaban satisfactorios por encontrarse en ellos minimizada la prehistoria y a consecuencia del ambiente de la posguerra, haberse excluido de ellos los investigadores de Alemania y de Austria. Se sentía la necesidad de crear un congreso especial para la prehistoria que fuese verdaderamente internacional, y esta idea tomó cuerpo precisamente en el congreso que el Instituto de París, celebró en Ámsterdam en 1927 –el primero al que asistió una representación alemana− en conversaciones nuestras con los prehistoriadores ingleses, con Béguaen y con Bersu. Entre tanto, ya restablecida la normalidad de las relaciones internacionales, se logró reanudar los congresos internacionales de arqueología clásica, cuya última reunión había tenido lugar en Roma antes de la guerra. Durante el “Convegno” de Rodas, el conde Peliati nos sugirió que España lo tomase a su cargo. La ocasión se presentó con motivo de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, en la que se organizó la sección “El arte en España” con una parte importante dedicada a la prehistoria y a la arqueología clásica españolas, lográndose reunir en aquélla los principales materiales de museos y colecciones particulares, entre ellas la de Siret. Entre los congresos que entonces se celebraron en Barcelona tuvo lugar el de arqueología, que fue organizado por nuestro seminario, publicándose en esta ocasión guías de los museos de Madrid y Barcelona, de Altamira, Mallorca, el Bajo Aragón, Azzila, Ampurias, Tarragona, Sagunto, etc., debidas a Obermaier, Álvarez Ossorio, Bosch, Colominas, Cabré, Castillo, Navascués, González Simancas y Ferrándiz (la dedicada a la numismática antigua). El congreso se celebró en la Universidad, presidido por Mélida, con gran asistencia internacional. Como consecuencia de concurrir a él la mayor parte de los investigadores españoles, se pensó también en la conveniencia de celebrar periódicamente reuniones de ellos, lo que ha sido realizado más tarde. Asimismo se trató de cómo dar mayor eficacia a la organización de las excavaciones arqueológicas, que contaba con organismos eficaces como eran el “servicio” de Barcelona, el de Valencia, las excavaciones promovidas por las diputaciones vascas, encomendadas a Aranzadi y Barandiarán; el Servicio Arqueológico del Ayuntamiento de Madrid,
con Pérez de Barradas especialmente; el núcleo de investigadores gallegos; pero a pesar de la actividad de la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades, que realizó una meritísima labor en muchos lugares de España, gracias a su animador don Francisco Álvarez Ossorio, en muchas regiones la falta de una organización local no permitía un trabajo verdaderamente sistemático en toda España. Como resultado de nuestra experiencia de Barcelona en el seminario y en el servicio y de los viajes al extranjero propugnamos una organización semejante a las “sopraintendeze” italianas, en unos artículos de la revista Investigación y Progreso, de Obermaier, quien sentía la misma necesidad. A realizar algo de este orden había de llegarse más tarde. El Congreso de Arqueología se reunió nuevamente en Argel, en el año 1930. Logrose llevar a él una representación española con Obermaier, Bosch, Taracena, Mergelina y Serra-Ràfols, asistiendo también Puig y Cadafalch. Siendo el congreso predominantemente de arqueología clásica se volvió a suscitar la necesidad de crear el especial de prehistoria, tratándose de ello con Wiegand y Unverzagt. Poco después nos reunimos en el Museo de Saint Germain, con Obermaier, Lantier, Bersu y Unverzagt y nos constituimos en comité organizador −el que se llamó “Comité de los cinco”−, el cual se puso en relación con sir John Myres, en Inglaterra, y con Breuil y Vaufrey –que en Francia se hallaba en relación con el Instituto Internacional de Antropología, el cual trataba de revivir por su parte los antiguos congresos como apéndice a los suyos propios, lo que no parecía satisfactorio−, así como con prehistoriadores de diversos países. De Barcelona partió la convocatoria para la reunión de Berna de 1931, que presidimos y que creó definitivamente el Congreso Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas, el cual se reunió por primera vez en 1932 en Londres. Allí se dieron a conocer, con una comunicación de Pericot, los sensacionales hallazgos del Parpalló. La reorganización de la Facultad de Filosofía y Letras en 1932 y luego de la Universidad Autónoma permitió incorporar a su cuerpo docente a Pericot y a Castillo. Pericot luego había de continuar brillantemente nuestra tradición, lo mismo que sus discípulos de Valencia y de Barcelona, así como Maluquer, años más tarde, al obtener la cátedra de arqueología de Salamanca. XI
El año 1932, después de complicadas peripecias, se logró por fin la creación del Museo de Arqueología de Barcelona, para el que se obtuvo el edificio que ocupa en el Parque de Montjuich, y que tuvo como personal técnico a Bosch (director) y a Colominas, Castillo y Serra-Ràfols, así como a Mercedes Muntañola como bibliotecaria. A él pasaron las excavaciones de Ampurias, que se reanudaron de 1932 a 1936 –y se reunieron el museo, el “servicio” y el seminario de la Universidad−, dándose allí sus enseñanzas. Al nuevo museo le fueron cedidos los materiales del antiguo de Santa Águeda, de la plaza del Rey. Fue posible entonces organizar un museo de tipo moderno que, al abrirse al público, contaba con las instalaciones terminadas de la cultura balear, de Ampurias y de la arqueología romana, que pudo estar dignamente representada con los Ampurias materiales que se pusieron en valor del antiguo museo provincial se Santa Águeda, con los de una “villa” recientemente excavada por Serra en Badalona, y otros. Se proseguían las obras de habilitación del local para otras salas dedicadas al paleolítico y neolítico,
a las pinturas rupestres, a la cultura céltica y a la ibérica. Se instalaron los talleres de conservación y reconstrucción, trabajando en ellos el personal del “servicio” que había ejecutado numerosas maquetas entre ellas las de Ampurias, de monumentos de Mallorca, de los poblados ibéricos de Calaceite y, para la exposición, una reproducción en relieve del techo pintado de Altamira y de un sepulcro de Los Millares. En la biblioteca se reunieron los libros de arqueología del antiguo museo y los del seminario de la Universidad. Se había realizado nuestro antiguo ideal de mantener en estrecha colaboración la enseñanza con la investigación en el campo y con la exhibición de los materiales en el museo que, visitado por numeroso público y por los alumnos de las escuelas, se convertiría en un activo agente de cultura arqueológica. El museo debía colaborar también con los demás de Cataluña, y se planteó una coordinación de ellos con el de Barcelona, así como el servicio –que se había integrado en la entidad oficial de protección del patrimonio artístico y arqueológico de Cataluña− estableció delegaciones comarcales en vista a realizar una labor sistemática.
Ampurias
EFEMÉRIDES - El antropólogo físico, Santiago Genovés Tarazaga falleció en la ciudad de México el 5 de septiembre de 2013, había nacido en Orense, Galicia, el 31 de diciembre de 1923. - Nació Javier Romero Molina, antropólogo físico, en la ciudad de México el 14 de octubre de 1910. - Lorenzo Ochoa Salas, arqueólogo, murió en la ciudad de México el 7 de diciembre 2009. - Carlos Bosch García, historiador, nació en Barcelona, España el 22 de diciembre de 1919. NOTICIAS
- El viii Coloquio Pedro BoschGimpera, organizado por el Instituto de Investigaciones Antropológicas, unam , se realizó del 25 al 29 de agosto. - El Segundo Encuentro Académico de Antropología Audiovisual, organizado por la Red Mexicana de Antropología Visual, el Instituto de Investigaciones Antropológicas y el Programa de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Mesoamérica y el Sureste, se realizará del 16 al 18 de octubre en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
EX-LIBRIS De Pedro BoschGimpera. Pintura rupestre de Roca de los Moros. Calapatá (Teruel), España.
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