Boletín Alfonso Caso, núm. 40

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40 1ra. Época. Enero - Abril 2020. Núm. 40

EDITORIAL El campo de estudios afromexicanistas tiene sus bases en las investigaciones de Gonzalo Aguirre Beltrán. En 1946 apareció publicado el libro: La población negra de México. Se trata de una investigación de carácter etnohistórico en la cual presenta un análisis detallado, con información obtenida en el Archivo General de la Nación (AGN), sobre la importancia de la población negra en la época virreinal. En sus propias palabras, Aguirre Beltrán señaló en el apartado “Preliminar” de la primera edición: Invitados por el doctor Manuel Gamio, en aquel entonces Jefe del Departamento Demográfico de la Secretaría de Gobernación y a cuyas órdenes trabajábamos, para realizar un estudio integral de la población negra existente en México iniciamos nuestra labor tratando de localizar en el Archivo General de la Nación algunos antecedentes históricos sobre este grupo étnico. La investigación sobrepasó nuestras esperanzas. El material recopilado iluminó con categórica luz el papel insospechado e importantísimo que el negro desempeñó durante nuestra época de coloniaje, en los momentos precisos en que biológica y culturalmente se venía integrando una nueva nacionalidad (Aguirre 1946: IX). Gracias a este importante estudio fue posible contar con datos tan relevantes como la dinámica del proceso histórico de la esclavización y la trata trasatlántica; los lugares de origen de las personas esclavizadas que llegaron a la Nueva España; una http://biblio.unam.mx/iia

Índice • Editorial • Artículo - La población negra de México. Estudio etnohistórico. Prólogo. Por Gonzalo Aguirre Beltrán.

• Efemérides - Guillermo Bonfil Batalla - Blas Taracena Aguirre - John Linton Myres

• Noticias - Ann Cyphers.

descripción de lo que el autor denominó “características somáticas” y sobre todo, la significativa presencia de las castas en el apartado de “preposiciones demográficas”. Más adelante, en 1958 salió a la luz Cuijla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro. Como su nombre lo indica se trata de una descripción etnográfica de la comunidad de Cuajinicuilapa, actual estado de Guerrero, con información sobre los antecedentes históricos de la llegada de las personas de origen africano a la costa del Pacífico, así como ciertas prácticas cotidianas, su sistema de creencias y formas de organización social. Uno de los ejes argumentativos de esta investigación se fundamentó en el registro de algunas supervivencias culturales africanas o huellas de africanía (como cargar cosas en la cabeza o llevar a los niños a horcajadas). La noción de supervivencia fue desarrollada por

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Melville Herskovits en sus estudios con poblaciones de origen africano, de la cual también abrevó Aguirre Beltrán, y que fue una perspectiva teórica desarrollada por diversos investigadores especializados en estudios de la diáspora africana en Latinoamérica. La publicación de estas dos obras se realizó en el contexto de la puesta en marcha de las políticas indigenistas en el país. Al ser las alteridades indígenas consideradas “un problema” dadas sus diferencias culturales, la población de origen africano no fue considerada como tal en ese momento, entre otras cosas por el proceso de mestizaje que experimentó. La denominación de “afromestizos” fue sugerente para destacar la idea de que no había entre los “negros” mayores elementos de distinción (salvo la historia de la esclavización), por lo cual con el transcurrir de los años experimentarían una gradual incorporación al concierto nacional. Si bien en su momento estas investigaciones pioneras para la antropología en México no tuvieron un eco intelectual mayúsculo entre el gremio de especialistas, a partir de la década de 1980 la situación cambió, y desde entonces existe una producción académica creciente sobre las poblaciones de la diáspora africana en el país. Hecho que se ha compaginado con la visibilidad social e histórica que las poblaciones afrodescendientes en México han articulado como móvil de acción política para su reconocimiento como sujetos de derecho. Derivado de ello, en agosto de 2019 fue añadido un inciso “c” al artículo segundo de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en el cual se reconoce a los afromexicanos como un componente más del carácter pluricultural de la nación. Las contribuciones de Gonzalo Aguirre Beltrán han sido el punto de partida para la generación de conocimiento antropológico sobre los afrodescendientes en México. Hoy día ya no estamos en búsqueda de “supervivencias africanas”, pero sí se continúan realizando registros etnográficos en Cuaji (antes Cuijla) y en toda la costa del Pací-

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fico mexicano, conocida como Costa Chica, lugar que permite conocer la complejidad social que caracteriza sus formas de pertenencia, su dinámica interétnica y problemática particular. De igual manera, otras regiones de la república con presencia afro han sido integradas a este creciente universo de investigación, situación que permite conocer a profundidad otras formas de construcción de la alteridad. En este Boletín aparece el “Prólogo” realizado por Aguirre Beltrán 25 años después de la primera edición de La población negra de México, donde señaló que “México sigue negándose a reconocer la importancia de la contribución africana” El reconocimiento constitucional recientemente consagrado en la Carta Magna es un logro que busca transformar de fondo esa negación que ha tenido como resultado procesos de marginación, racismo, discriminación y olvido hacia los afrodescendientes.

Citlali Quecha Reyna Instituto de Investigaciones Antropológicas.

Referencias Aguirre, Gonzalo, 1946, La población negra de México. 15191810. Estudio Etnohistórico, Ediciones Fuente Cultural, México. _____________, 1958, Cuijla. Esbozo tnográfico de un pueblo negro, Fondo de Cultura Económica, México.


Artículo Hace 112 años nació el doctor Gonzalo Aguirre Beltrán en Tlacotalpan, Veracruz, el 20 de enero de 1908 y falleció en Xalapa el 6 de febrero de 1996. Su primera formación fue de médico. Durante una década trabajó como galeno en la Gonzalo Aguirre Beltrán. región del Huatusco, en Febrero de 1979. Fondo donde se hizo cargo de documental y fotográfico la jefatura de la Unidad Juan Comas. Sanitaria. Producto de esa estancia es su libro El señorío de Cuauhtochco. Luchas agrarias en México durante el Virreinato (1940), publicación que lo ubica como uno de los pioneros en el estudio de las luchas agrarias en nuestro país. También como antropólogo, indigenista y político tuvo un papel trascendental en distintas instituciones que enfocaron su quehacer a estudiar las comunidades indígenas en México. Así, fue Director General de Asuntos Indígenas de la SEP (1946); fundador de los Centros Coordinadores y primer director del Centro Coordinador tzetzal-tzotzil en San Cristóbal de las Casas (1951-1952); subdirector del Instituto Nacional Indigenista (1952-1956) y director del Instituto Indigenista Interamericano de 1966 a 1970. El desempeño de todos estos cargos le permitió visitar en repetidas ocasiones y conocer de primera mano la problemática de los grupos indígenas así como proponer soluciones. Entre sus muchas aportaciones a la antropología está, además, haber sido el pionero en el estudio de la población afroamericana en México, con su libro titulado La población negra de México. Estudio etnohistórico, publicado por primera vez en 1946. En el presente boletín presentamos el prólogo de la edición de 1981 publicada por la Secretaría de la Reforma Agraria y el Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México.

LA POBLACIÓN NEGRA DE MÉXICO. ESTUDIO ETNOHISTÓRICO Por Gonzalo Aguirre Beltrán

Prólogo Hace 25 años salió a la luz pública la primera edición de esta obra sobre la población negra de México. Su éxito fue más allá de lo que podíamos esperar; pronto se agotó la edición y el libro pasó a tener la condición de una rareza bibliográfica. En parte, esto se debió a que la monografía inicia en México los estudios sobre la esclavitud, si bien es cierto que con un retraso considerable respecto a otros países del Continente. En los Estados Unidos, donde el negro representa un factor de cuenta en la composición de sus habitantes, los estudios sobre la población originalmente africana tuvieron siempre un lugar destacado entre los desvelos del mundo académico. En el Brasil y en Cuba las investigaciones afroamericanas fueron también substanciales y tempranas. En los países mencionados, a más de la población blanca dominante y de la indígena, muy reducida y de carácter primitivo, el negro representa el único grupo étnico que con mayores aportes concurre a enriquecer el pool genético nacional. Sujetos a dependencia y explotación, los hombres de color desempeñaron un papel trascendente en el establecimiento y operación del desarrollo capitalista. En la mayoría de los restantes países de América, el negro tuvo importancia relativa sólo en algunas regiones, como las costaneras, donde acostumbran establecerse las plantaciones de frutos o materias primas tropicales. En tales casos esos países consienten un dualismo económico y social, con una composición étnica dicotómica de su población. Mientras en las regiones bajas la población negra y sus mezclas predomina, en las sierras y planaltos la población india y la mestiza forman la mayoría. En ambos casos los enclaves de población blanca europea y sus mezclas constituyen la población económica y culturalmente más avanzada. En esos países, los estudios sobre el negro florecen; la literatura, la historia y otras disciplinas más reconocen la importancia del aporte genético y cultural del III


negro al patrimonio biológico y social de la nación. La rebeldía, cada vez en acrecentamiento, de los grupos nacionales minoritarios y las demandas y reivindicaciones que vocean por una participación mayor en los beneficios y en la toma de decisiones, que tienen reservados para si los sectores privilegiados de la sociedad global han dado auge reciente a los estudios sobre la estructura del poder y la acción política. Fernando Ortiz. La Paz, Bolivia, 1954. Fondo documental y fotográfico Juan Comas.

Sin datos. Fondo documental y fotográfico Pedro Bosch-Gimpera A decir verdad, las pesquisas afroamericanas tomaron lugar, como objeto de investigación conducida con rigor científico, al comenzar el presente siglo. En el Brasil un médico, Raimundo Nina Rodríguez, inició la tarea en América Latina; en Cuba un abogado, Fernando Ortiz, fue el pionero de ellas. En ambos casos los estudios médicos y los que contemplaron aspectos diversos de la criminalidad del hampa se analizaron tomando como base de orientación los postulados de la filosofía positiva francesa. En los Estados Unidos el más consistente promotor de los estudios sobre el negro lo fue el antropólogo Melville J. Herskovits, cuyo universo de trabajo comprendió tanto al África cuanto al continente americano. En las Antillas de habla inglesa o francesa, médicos, antropólogos y folkloristas se encargaron de abrir el campo recién descubierto.

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En México la situación fue distinta. A partir de la eclosión del movimiento revolucionario de 1910, el positivismo y el relativismo cultural que propalaba la antropología, sufrieron los duros embates de los intelectuales de principios de siglo y de las ideas y postulados sociales que puso en circulación el movimiento armado, al destruir las viejas estructuras. Uno de esos movimientos de opinión, tal vez el más sólido, fue el que planteó la reivindicación de los derechos del campesino, en su gran mayoría indio, a la tenencia y disfrute de la tierra. Esto dio una enorme importancia a los grupos étnicos de lengua vernácula e hizo pensar que, en gran parte, el movimiento revolucionario se había realizado para satisfacer las carencias de los indios. Nació, entonces, un vigoroso movimiento indigenista que abarcó, y en momentos dominó, algunos aspectos de la literatura, el arte en sus múltiples expresiones, la arqueología, las ciencias sociales, en lo particular la antropología social, y la aplicación de estas últimas disciplinas a la resolución de los problemas de convivencia de grupos humanos opuestos, señaladamente, los que conciernen al desarrollo de la población originalmente americana, sujeta a dependencia y explotación por parte de hacendados y otros personajes menores de la oligarquía territorial. En estas condiciones, cuando las investigaciones históricas, etnológicas y de otro orden adquirieron madurez, fue psicológicamente fácil que los estudiosos se ocupasen de la población indígena que representaba, para esa época, la población mayoritaria


de la nación y el motivo de atención eminente del movimiento revolucionario.

Gonzalo Aguirre Beltrán, Alfonso Villa Rojas y Salomón Nahmad, entre otras personas. INI. S/f. Fondo documental y fotográfico Alfonso Villa Rojas. Basta echar una simple ojeada a la literatura que va de 1910 a 1940, que comprende los años cruciales del movimiento revolucionario, para darse cuenta de la preponderancia de los estudios sociales sobre el indio, y, consiguientemente, de la ausencia de cualquier alusión a los negros como sector de población que de una u otra manera podría haber contribuido en la formación de la nacionalidad mexicana. No es, pues, extraño constatar que en todos los casos en que se habla de mestizaje en México, sus autores hacen exclusiva referencia a la mezcla de la población blanca dominante con la americana vencida. Nadie se cuida de considerar la parte que toca a los negros en la integración de una cultura en México. Ciertamente, no se ignora la presencia del hombre de ébano; para algunos su constatación en algunos lugares de la costa del Golfo de México o del Mar Pacífico les hace suponer una migración reciente originada en la construcción de la red ferroviaria a fines del siglo anterior o en la propagación de las plantaciones de caña de azúcar. Otros, más informados, los aceptan como remanentes de una población inmigrada durante la época colonial; pero, en este último caso, siempre se preocupan por afirmar su convicción en cuanto al escaso monto de

los negros introducidos, con lo que siguen en esto la opinión de quienes les han precedido en el examen del problema. En tales condiciones, la carencia de interés por los estudios afroamericanos parece contar con una base sólida. Si el negro, por su escaso monto como inmigrante colonial o por su reciente ingreso como trabajador libre, no puede alegar una participación significativa en la construcción de la nacionalidad, no tiene por qué aludirse a él en los ensayos históricos o sociales con los que los analistas mexicanos interpretan el desarrollo histórico de la nación. Así las cosas, la publicación de esta obra hace 25 años representó una violenta contradicción a lo que con anterioridad se sostenía. La contribución del negro a la composición genética de la población del país y el aporte de esta población a la cultura nacional, tuvieron, desde entonces, bases firmes de sustentación. El desenvolvimiento de los sucesos fue simple. En 1942, a instancias de don Manuel Gamio, entonces jefe del Departamento Demográfico de la Secretaría de Gobernación, emprendí la investigación de la población negra en México con una orientación que pretendió, en su carácter más no en su escala, seguir el enfoque integral que el ilustre antropólogo había puesto en práctica en el estudio de Teotihuacán. Después de años de esfuerzos, Gamio había logrado incluir dentro del personal de su dependencia a un grupo de investigadores de distintas disciplinas con los que se proponía inquirir sobre los usos y costumbres de las distintas poblaciones regionales del país, entre las que se contaba la negra. El proyecto de Gamio no pudo llevarse a cabo conforme a su planteamiento primigenio, debido a las dificultades con que tropezó para batir la inercia burocrática. Cuando llegó a vencerla, su interés se había trasladado al campo del indigenismo continental que lo solicitó para ocupar el cargo de director del Instituto Indigenista Interamericano. Esto lo hizo limitar el campo de su acción y me propuso, y yo acepté, la responsabilidad de indagar el papel del negro en México, que Gamio tenía por importante. El estudio del negro, según lo acordamos Gamio y yo, debía emprenderse en dos planos: el histórico y el etnográfico, esto es, en el pasado y V


en el presente, para que los hallazgos, en el estudio interdisciplinario, se apoyaran mutuamente. Emprendí la investigación histórica en el Archivo General de la Nación, donde pasé los años de 1942 y 1943 en una búsqueda que resultó productiva. Fruto de ella fue un voluminoso original que, en copias mecanoscritas puse a la consideración de distintos investigadores. La visita al país, en 1944, del antropólogo Alfred Métraux, interesado en realizar el estudio etnográfico de uno de los pueblos negros de México, me puso en contacto con un acucioso afroamericanista. Aun cuando el antropólogo francés no consideró propicias las condiciones para realizar el estudio etnográfico, leyó el manuscrito y me hizo notar las deficiencias de mi preparación antropológica; además, me puso al habla con el doctor Melville J. Herskovits, profesor en Northwestern University, quien se había convertido ya en el líder indiscutible de los estudios afroamericanos. Herskovits, por entonces, estaba tratando de reclutar y adiestrar a estudiosos latinoamericanos para que llenaran las lagunas existentes en el conocimiento del negro en el Continente. Mediante su intervención logré una beca de la Fundación Rockefeller durante el año de 1945, para estudiar e investigar bajo la dirección del eminente antropólogo.

A mi regreso a México, el año de 1946, traía yo totalmente rehecho el manuscrito original. El entrenamiento antropológico que recibí en Northwestern me permitió fundar la correcta ubicación en el África de los negros introducidos a México. Esta parte de la obra es tal vez aquella que, por su solidez, ha sido la de mayor utilidad para los estudiosos afroamericanos; así como la relativa al desarrollo de la trata de esclavos en el país, que no es sino un simple episodio geográfico de ese comercio. En consecuencia, los datos recogidos en el Archivo General de México son válidos como documentos que pueden ser comparados con los de otros países americanos, donde la trata de esclavos tuvo lugar por la misma época, pero que no cuentan con un acervo histórico tan rico como el de México. La publicación de la obra en 1946, no obstante que fue bien recibida, no estimuló entre los estudiosos mexicanos el deseo de proseguir esta interesante línea de investigación; por tanto, continuamos como en el pasado, sin tomar en cuenta el aporte del negro a la composición de la población, a la economía y a la cultura nacionales.

Sin datos. Fondo documental y fotográfico Pedro Bosch-Gimpera

Melville J. Herskovits. Cortesía Northwestern University. Fondo documental y fotográfico Juan Comas.

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En 1948 realicé un conato de investigación etnográfica en el pueblo negro de Cuijla, esto es, en el lugar que había elegido Alfred Métreaux para llevar a cabo su pesquisa cuatro años antes. En realidad, el área de elección de un pueblo negro en México era bien reducida para esa fecha y lo es hoy día aún más. El interés de Gamio por los negros


derivó, precisamente, de la ejecución de proyectos de colonización interior en la Costa Chica de Guerrero, donde los grupos originalmente africanos habitan y permanecen todavía identificables. La reciente apertura de vías expeditas de comunicación está modificando radicalmente el aislamiento que mantiene identificable a esa población. El esbozo etnográfico de 1948 fue publicado diez años más tarde por el Fondo de Cultura Económica; pero su aparición tampoco logró despertar interés entre los antropólogos mexicanos por continuar esta línea de pesquisa. A diferencia de otros países hermanos del Continente donde los estudios etnohistóricos del negro se han desenvuelto de modo sorprendente, México sigue negándose a reconocer la importancia de la contribución africana. Los acontecimientos de los últimos años, el despertar del poder negro en los Estados Unidos, los movimientos de la negritud en los países de habla francesa y el carácter conflictivo que toman los problemas de convivencia con el negro en los de habla portuguesa y española, están haciendo renacer las reivindicaciones de las poblaciones de color y sus culturas. La circunstancia anotada hace posible la segunda edición de esta obra que durante muchos años permaneció fuera del alcance del público en la categoría de un clásico de la literatura afroamericana.

Esta nueva edición no es una simple reimpresión de la anterior; ha sido incrementada con un capítulo final que versa sobre la integración del negro en la sociedad nacional durante el pasado siglo. La adición era necesaria para cerrar el panorama total del transcurrir del negro desde sus lejanos orígenes en el África hasta su completa integración en el Estado mexicano. Sólo me resta agradecer al Lic. Antonio Carrillo Flores y al Lic. Jaime García Terrés, funcionarios del Fondo de Cultura Económica, el empeño que pusieron en la reedición de esta obra, así como al antropólogo Lauro J. Zavala el prolijo cuidado con que atendió la impresión. Gonzalo Aguirre Beltrán 7 de mayo de 1971.

EFEMÉRIDES

- El 11 de enero de 1935 nació el etnólogo Guillermo Bonfil Batalla en la ciudad de México. - El arqueólogo Blas Taracena Aguirre falleció en Madrid, España, el 1° de febrero de 1951. - John Linton Myres, arqueólogo inglés, falleció en Oxford el 6 de marzo de 1954.

NOTICIAS Ann Cyphers, investigadora del Instituto de Investigaciones Antropológicas, obtuvo el premio 2019 en Investigación del 4° Foro Arqueológico de Shanghai, otorgado por el Instituto de Arqueología de la Academia China de Ciencias Sociales, por su investigación en el Proyecto Arqueológico de San Lorenzo.

DIRECTORIO

Rafael Pérez-Taylor Aldrete Director

Mario Alberto Castillo Hernández Secretario Académico

Alicia Cervantes Cruz Coordinadora de la Biblioteca Alicia A. Reyes Sánchez Recopilación de información, elaboración de artículos y composición Diseño • César Augusto Fernández Amaro Corrección de estilo • Adriana Incháustegui

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