38 1ra. Época. Mayo - Agosto 2019. Núm. 38
EDITORIAL
Índice
Dedicatoria Luis Aveleyra Arroyo de Anda1
• Editorial • Artículo - Semblanza y obra de un prehis-
toriador, por Manuel Maldonado
En el año de 1926, en las cercaKoerdell. nías del pequeño poblado de Fol• Efemérides som, Nuevo México, Jesse Dade - Earnest Albert Hooton, Manuel Maldonado Koerdell, Silvanus Figgins realizó el descubrimienGriswold Morley. to que marcó una nueva fase en • Noticias la investigación de la antigüedad - Hernán Salas Quintanal. del hombre americano. Por pri- Yoko Sugiura mera vez se contaba, en forma - xiii Feria del libro antropológico, indudable, con artefactos de pieiia. Don Pablo Martínez del Río dra tallada en clara asociación con (1892 - 1963) restos de mamíferos extintos y en depósitos geológicos no removiluego, niveles culturales anteriores a Folsom en dos, identificados como de edad pleistocénica por Norteamérica, con conjuntos de implementos bien varios especialistas. Desde entonces, a pesar de definidos. Sin embargo, desde un punto de vista –si que posteriores trabajos han ampliado considerase quiere– un tanto sentimental, las puntas Folsom blemente nuestros conocimientos sobre el hombre ejercen hasta hoy un atractivo especial y gozan de primitivo de América y sus industrias líticas, la papopularidad muy justa. labra “Folsom”, asociada a las típicas puntas de proyectil que caracterizan a esta fase paleoindia, Por ello, el autor de este trabajo ha creído se ha convertido casi en sinónimo de la Prehistoria oportuno publicarlo precisamente en este volumen del Nuevo Mundo. En efecto, para cualquier estude homenaje a don Pablo Martínez del Río. Don diante que se inicie en la Antropología, este térmiPablo fue, durante muchos años, la “voz que clano es retenido y relacionado de inmediato con el maba en el desierto” señalando la necesidad de célebre hallazgo que demostró la antigüedad del impulsar los estudios sobre la más antigua prehishombre en el Nuevo Continente. Existen, desde toria mexicana. Veía don Pablo, con esa singular 1. Tomada del artículo: El primer hallazgo Folsom en terripercepción requerida para apreciar los problemas torio mexicano y su relación con el complejo de puntas acarealmente básicos de la investigación científica, naladas en Norteamérica. Publicado en “Homenaje a Pablo Martínez del Río en el vigesimoquinto aniversario de la pritoda la compleja secuela de culturas prehispánicas mera edición de Los orígenes americanos”, inah, México, que nuestros arqueólogos han edificado, como una
1961.
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gran estructura sin cimentación apropiada. Abogaba don Pablo, desde su tribuna en la cátedra de Prehistoria en la Escuela Nacional de Antropología, para que “algunos de sus muchachos” se interesaran en la investigación prehistórica del territorio mexicano en forma sistemática, trazando extensiones hacia el sur de culturas cazadoras y recolectoras ya definidas en la parte sur de los Estados Unidos. Su convicción de la existencia e importancia de estos horizontes en México fue siempre inconmovible. Su palabra gentil, salpicada de buen humor y camaradería pero profundamente sólida y reveladora, contagió con su entusiasmo a un pequeño grupo de estudiantes e investigadores, entre los cuales el autor tuvo la suerte de contarse. Fue así como, a principios de 1952, se fundaba en el Instituto Nacional de Antropología e Historia el Departamento de Prehistoria, con categoría administrativa, presupuesto y equipo propios, gracias en muy buena parte a la comprensión del arquitecto don Ignacio Marquina, entonces director del Instituto, y a la ayuda económica proporcionada a través de las gestiones de nuestro maestro, el doctor don Alfonso Caso.
Es necesaria cada vez más la sistematización racional de las investigaciones prehistóricas en México y la elaboración de un programa de trabajos a largo plazo y con metas definidas, formado a base de una conciencia clara acerca de qué cosa es lo que queremos investigar, en dónde debemos hacerlo, con qué medios y métodos de campo y laboratorio y por qué razones. La tarea es difícil pero no imposible. La creación del Departamento de Prehistoria y los trabajos subsecuentes realizados en él, con inspiración en la personalidad y en la obra de don Pablo Martínez del Río, ha sido ya un gran paso adelante. Su ejemplo de hombre de ciencia íntegro debe constituir el mejor impulso que nos lleve aún más allá, con el convencimiento de que el mejor homenaje que podemos rendirle será el de continuar su obra en la investigación integral de la Prehistoria de México.
La labor realizada en corto tiempo por esa dependencia ha sido fructífera. Se vislumbra ya un conjunto de desarrollos precerámicos en México y se han perfilado posibilidades de investigación insospechadas en un campo de estudio que, cronológicamente, cuadruplica al menos el lapso comprendido por los horizontes cerámicoagrícolas; en cuanto a su significación evolutiva en la historia de nuestra cultura, encierra además, dentro de sí, el mismo secreto del origen de estas civilizaciones. Por todo lo anterior, hemos querido dedicar este informe sobre la primera punta Folsom encontrada en México a don Pablo Martínez del Río. La infiltración de los cazadores de bisonte de las grandes llanuras norteamericanas, el complejo Folsom, en territorio que hoy es México, se confirma por vez primera en este trabajo, el cual no podía dejar de relacionarse en alguna forma con el autor de Los orígenes americanos, precursor de estos estudios en el país.
II
Francisco González Rul y Pablo Martínez del Río, s/f. Fondo documental y fotográfico Alfonso Caso.
ARTICULO
SEMBLANZA Y OBRA DE UN PREHISTORIADOR Manuel Maldonado-Koerdell1
Eduardo Noguera, Pablo Martínez del Río, Isabel Kelly y Juan Comas. México, 1957. Fondo documental y fotográfico Juan Comas.
Hace 127 años nació en la ciudad de México Don Pablo Santiago José María Martínez del Río y Vinent, a quien recordamos en el presente boletín a través de las palabras de dos de sus colegas, el arqueólogo prehistoriador Luis Aveleyra Arroyo de Anda y de Manuel Maldonado Koerdell, biólogo y paleontólogo. Ambos textos fueron publicados en el libro Homenaje a Pablo Martínez del Río en el vigésimoquinto aniversario de la primera edición de Los orígenes americanos, publicado por el inah en 1961. Junto con el historiador Rafael García Granados fundó el Instituto de Historia de la unam en 1945. A partir de ese año y hasta 1949 se hizo cargo de su dirección. Durante el período de 1950 a 1955 lo dirige Rafael García Granados, y debido a su defunción, don Pablo la retoma de 1956 a 1963, año de su propio fallecimiento. Es durante la dirección de estos eminentes historiadores, que ingresan a ese centro de estudios Pedro Bosch-Gimpera, Paul Kirchhoff, Juan Comas, Mauricio Swadesh, Santiago Genovés, Luis Aveleyra y Eduardo Noguera, pioneros de la Sección de Antropología (1963), antecedente del actual Instituto de Investigaciones Antropológicas fundado en 1973.
Un cuarto de siglo ha transcurrido desde la aparición, en 1936, de un libro de gran calidad, Los orígenes americanos, en el cual con rigor analítico se replanteaba un arduo problema todavía insoluto y se apuntaban rutas para su estudio. Ese libro había sido la tesis presentada poco tiempo antes por don Pablo Martínez del Río en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias para recibir el grado de Maestro en Ciencias Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por supuesto, tal documento y la sustentación de otras pruebas que pasó con éxito “por aclamación y con mención honorífica especial” fueron mero formulismo académico para quien se había formado en Stonyhurst y en el Colegio Oriel, de la Universidad de Oxford, y demostrado ya sus conocimientos en la reconstrucción del más remoto pasado humano. Si había un problema difícil de abordar y desgraciadamente paralizado en su estudio por efecto de autoritarios prejuicios, era precisamente el indicado en el título de la obra de don Pablo, como desde mucho tiempo antes se le ha llamado, raras veces agregando su blasonado apellido. Años atrás Hrdlicka había concluido, después de estudiar osamentas humanas de grupos aborígenes del Continente Americano, que su antigüedad no podía remontarse a más de cinco o seis milenios. Así, bajo su influencia y la de quienes a ojos cerrados aceptaban tal idea, prácticamente no podía haber una prehistoria del Nuevo Mundo ni mucho menos aspirarse al estudio de los remotos períodos de la piedra pulida, de la piedra tallada y edades posteriores, como en el Viejo Mundo. Con riguroso método expositivo y elegante lenguaje castellano, donde abundaban los latines (no reñidos, como lo piensan algunos, con la verdad científica), don Pablo analizaba en Los orígenes americanos los diversos testimonios en que iba a fundar sus propias conclusiones. Desfilaban 1. Profesor de Geología y Paleontología del Cuaternario. Escuela Nacional de Antropología, inah.
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uno tras de otro el panorama geográfico y geológico del Nuevo Mundo a fines del Pleistoceno, las características somáticas de los paleoamerindios, sus posibles rutas de migración y las fases iniciales de su desenvolvimiento cultural, las abstractas cuestiones lingüísticas y fisiológicas y en general, todos los aspectos del problema de los más antiguos pobladores del Continente Americano. Con base en tal análisis, don Pablo apuntaba una serie de conclusiones que constituían ya el corpus de una verdadera Prehistoria del Nuevo Mundo y le conferían el carácter de precursor de esa disciplina, que ahora nadie le disputa. Quedaba claro en Los orígenes americanos que la llegada de los grupos humanos al Nuevo Mundo había tenido lugar en un remoto período bajo rigurosas condiciones climáticas y a través de “puentes” y “corredores” de diverso carácter. Dichos grupos humanos apenas alcanzaban grados elementales en su desenvolvimiento cultural, pues eran cazadores y recolectores sin conocimientos agrícolas ni industrias cerámicas. En una palabra, eran positivamente hombres prehistóricos y quedaban por investigar muchos aspectos de su evolución biológica y cultural, migraciones, etc., para esclarecer las etapas más remotas del pasado americano y ligarlas con otras posteriores (arqueológica, histórica) ya mejor conocidas. Puede afirmarse, sin temor a exagerar, que muy pocas regiones de la Tierra han sido examinadas con tal competencia y amplitud como lo fue el Continente Americano en dicha obra, con respecto a sus más antiguos pobladores. Sólo en años recientes, por ejemplo, en el caso del Continente Negro, como resultado de los Congresos Panafricanos de Prehistoria, se han escrito trabajos analíticos de aquella enjundia. Pero tocó al Nuevo Mundo, a través del esfuerzo de uno de sus más preclaros hijos, ostentar aquella presea desde 1936 como piedra angular de su Prehistoria. Nació don Pablo Martínez del Río en la ciudad de México el 10 de mayo de 1892, habiendo sido sus padres el licenciado don Pablo Martínez del Río y doña Bárbara Vinent y Kindelan, a su vez descendientes de distinguidas estirpes colombianas, cubanas, españolas y francesas. Tal linaIV
je, seguramente, determinó en muchos aspectos la propia vida de don Pablo, acostumbrado desde su infancia al trato de gentes de muchas tierras y al uso de lenguas que le abrieron el espíritu al ancho mundo. Vale la pena conocer el nombre completo del prehistoriador mexicano: Pablo Santiago José María Martínez del Río y Vinent, que trasciende la más pura tradición hispanoamericana. También resulta interesante conocer algo del pasado familiar de don Pablo, a lo menos en las generaciones próximas, pues los rasgos hereditarios nunca deben desestimarse al juzgar una personalidad y una obra. El abuelo paterno fue el doctor don Pablo Martínez del Río, nativo de Panamá (en la época en que pertenecía a Colombia) y médico de la Universidad de París, quien se trasladó a México alrededor de 1840 con su esposa y varios hermanos, interesándose en negocios algodoneros y llegando a poseer el Molino de Miraflores. Corre impreso un pequeño opúsculo suyo sobre el cultivo del algodón (1854), tal vez la primera contribución de su tipo en México y fruto de propias experiencias agrícolas e industriales. También por el lado paterno, don Pablo tuvo una abuela ligur-gaditana, quien después de casarse con el doctor Martínez del Río vivió en Italia, en la casa ancestral de los Castiglione que había construido Bramante. Después, la pareja vino a México y habitó por largos años en la capital del país, donde por su profesión y negocios alcanzó una posición social y económica de la mayor importancia. El doctor Martínez del Río perteneció a la Academia Nacional de Medicina, cuyo presidente fue por algún tiempo; el magnífico retrato de época, que cuelga en su sala de sesiones, muestra notable semejanza física con su nieto, y se creería que son la misma persona si no fuese por la diferencia en atuendo. A través de su madre, doña Bárbara Vinent y Kindelan, natural de Santiago de Cuba, don Pablo recibió una variada herencia de rasgos físicos y morales que se combinaron con los transmitidos por vía paterna. Ancestros franceses y españoles (realmente de origen irlandés los segundos, establecidos en España a mediados del siglo xviii) matizaron genéticamente y contribuyeron a definir su compleja personalidad, que sólo puede apreciarse (en el más
lato sentido de la palabra) cuando se conoce esa madeja hereditaria. Beneficiario de tantas sangres, creció en un país en que desde hace siglos la cortesía (aun cubriendo otras actitudes) caracteriza al común de sus gentes, aunque en don Pablo es profunda y natural. Después de realizar estudios privados en su ciudad natal durante los primeros años de su existencia, marchó a los Estados Unidos y luego a Inglaterra para ingresar en el famoso plantel de Stonyhurst. Este colegio de jesuitas, al igual que el de Eton y otros similares de diversa denominación, son los forjadores de la peculiar casta inglesa que constituye la médula de la clase directiva de la nación. En unión de un primo suyo, don Manuel Romero de Terreros, distinguido escritor e historiador mexicano, recibió allá una sólida educación clásica y se distinguió en el cultivo de la lengua inglesa que le valió medallas en varios cursos. Al terminar en Stonyhurst sus estudios intermedios, pasó al colegio Oriel de la Universidad de Oxford, donde permaneció de 1910 a 1914. Claro está que esos años universitarios no hicieron sino redondear y amacizar los conocimientos de don Pablo en las lenguas y la cultura del Oriente y de la Antigüedad griega y romana, así como su dominio de la geografía y de la historia del Viejo Mundo. En el colegio había leído a Schliemann, el descubridor de las ciudades superpuestas de Troya, y a los autores que lo familiarizaron con las minucias del pasado clásico y que lo orientaron francamente a cultivar intereses culturales que requieren esa base. En el verano de 1913 excursionó en Islandia, presenciando las operaciones de caza de las ballenas en los mares próximos y visitando algunos lugares de esa milenaria república establecida por los vikingos. Después, a fines del mismo año y principios del siguiente visitó África y en 1914 aprovechó sus últimas vacaciones europeas para recorrer, a pie, diversas partes de Grecia y contemplar los restos monumentales de aquel pueblo que todo lo supo y cuya grandeza no ha sido jamás igualada, experiencias todas ellas que le prepararon en forma singular para su obra futura. Pero, mientras don Pablo se formaba en Europa, ardía la Revolución en México, como mo-
vimiento popular contra los abusos de un grupo cegado por la ambición que inútilmente trataba de neutralizar algunos espíritus progresistas y justicieros. Particularmente mala era la situación del agro mexicano y por ello, desde los primeros momentos de la lucha, justos (los menos) y pecadores (los más) pagaron por igual aquellos errores. Gusta relatar don Pablo que entre los pocos hombres que ponían de su parte algún esfuerzo para mejorar a los servidores de la gran propiedad familiar en el estado de Durango, la hacienda de Santa Catalina, se contaba su padre, el licenciado Martínez del Río, quien murió en 1907. Los trastornos sociales y económicos acaecidos en México y la franca amenaza de guerra europea en el verano de 1914 determinaron la vuelta al país de don Pablo, quien se encontró con un conjunto de problemas que debió encarar en su condición de primogénito. Con su madre viuda y sus hermanos menores sobrevivió los años más álgidos de la Revolución Mexicana, aunque la posición familiar cambió bastante y no fue tan acomodada como antes. Sin embargo, en medio de tales reveses, don Pablo tuvo el humor y la energía para seguir cultivando sus aficiones literarias e históricas, escribiendo artículos sobre temas clásicos y personajes mexicanos cuya obra es memorable. Volvió a España en 1922, país que había visitado en varias ocasiones, durante las cuales, montañista entusiasta, había realizado diversas escaladas en la Sierra de la Pedriza (Guadarrama). En el mismo año casó con doña María Josefa Fernández de Henestroza y Gayoso de los Cobos, marquesa de Cilleruelo, descendiente de una gran familia española, aunque nacida y criada en el sur de Francia. La ceremonia de su matrimonio fue “reporteada” nada menos que por don Luis G. Urbina, el escritor mexicano residente entonces en Madrid, en una nota publicada al poco tiempo en Revista de Revistas, en la ciudad de México, con una fotografía de don Pablo en plena juventud y otros detalles de interés acerca del evento. Entre 1924 y 1929, al igual que muchas otras familias mexicanas pertenecientes a la alta clase porfiriana, la de don Pablo pudo mantener su rango y desenvolverse por el esfuerzo animoso de su jefe. Además, la estrecha unión existente
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entre la madre y los hijos, manifestada en muy diversas maneras, les ayudó a soportar esa época de dificultades y reajuste a las nuevas condiciones que iban estableciéndose en el país. La gran hacienda de Santa Catalina había sido fraccionada y sólo se salvó el casco con algunas tierras cercanas, lo mismo que ciertas propiedades en la ciudad de México, como base para una reorganización de las finanzas familiares. La vida académica era realmente el señuelo más importante para don Pablo y sus amplios conocimientos históricos y de lenguas (especialmente la inglesa) pronto le valieron cátedras en diversas instituciones. En el mismo año (1929) ingresó como profesor de inglés en el Conservatorio de Música, y de Historia de México en la Escuela de Verano, cargo el último que conserva todavía y que le ha estimulado a interesarse e investigar diversas etapas de nuestro desenvolvimiento social. Desde 1931 ha sido catedrático de diversos cursos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, enseñando Historia Antigua, Medioeval, etc., y escribiendo artículos especializados para varios periódicos universitarios. El tema de la Prehistoria le atrajo desde que inició su docencia y sus actividades como investigador, y puede decirse que nadie antes había reunido tantas capacidades para cultivar aquella especialidad en México. En efecto, tenía un sólido conocimiento de lenguas antiguas y clásicas, había visitado las localidades más famosas del Viejo Mundo para tales estudios y se había familiarizado ya con los problemas similares del Continente Americano. Su producción de aquellos años demuestra ampliamente que era el hombre que podía revisar y plantear en términos modernos la cuestión del poblamiento del Nuevo Mundo, y lo hizo de manera magistral en Los orígenes americanos. A principios de 1939 se estableció el Departamento de Antropología en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, vigorosa dependencia del Instituto Politécnico Nacional que ha sido cuna de importantes movimientos científicos en México, en él ingresó don Pablo como profesor de Prehistoria y Protohistoria. Este nuevo curso se impartía precisamente en el primer año de las carreras de Antropólogo Físico y Antropólogo Social, como base
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para la formación intelectual de sus estudiantes y para señalar rutas de investigación a quienes se interesan por aquellas disciplinas. Naturalmente, Los orígenes americanos y otras contribuciones de don Pablo sobre temas prehistóricos y protohistóricos servían como obras de referencia para sus enseñanzas e iban abriendo el terreno para nuevos desarrollos científicos. En 1942 el Departamento de Antropología de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas quedó adscrito al Instituto Nacional de Antropología e Historia, otra institución surgida durante los años de gobierno del presidente Lázaro Cárdenas, tan prolíficos en fundaciones y en la promoción de actos de la más grande significación para el desenvolvimiento social y económico de México. Continuó don Pablo impartiendo sus cursos (Prehistoria y Protohistoria y Arqueología Clásica) en el nuevo establecimiento, del cual fue nombrado director desde 1944, lo mismo que del Instituto de Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México, dependencia que había fundado con don Rafael García Granados, en 1945. En realidad, con un intervalo de pocos años en que el profesor García Granados lo ocupó, y desde su fallecimiento en 1956, don Pablo ha tenido desde entonces ese cargo en el Instituto de Historia, cuyas labores de investigación alcanzan bajo su influencia gran desarrollo y cuyas publicaciones son bien apreciadas dentro y fuera del país. En ambos puestos y en otros que ha tenido en diversas instituciones nacionales, la ponderación y el buen humor de don Pablo, como peculiares rasgos de su personalidad, han contribuido de muchas maneras a limar asperezas inherentes a los problemas que llevan aparejados. En gran número de ocasiones, sin descender jamás a la vulgaridad ni rendirse a presiones de conveniencia, una historieta finamente irónica o alguna cita clásica (generalmente en griego o latín) han desarmado a violentos opositores o resuelto airosamente difíciles situaciones. Ello sin contar otros rasgos peculiares como el elegante desaliño de su indumentaria (en la que entran el pañuelo eternamente colocado en la manga izquierda del saco y las polainas que no abandona ni en las exploraciones de campo), su rostro de aris-
tócrata de casta y su inagotable cortesía para las gentes de la más diversa extracción social. Entre otros cargos de carácter académico o administrativo, don Pablo ha sido director de la Escuela de Verano de 1932 a 1944, y de la Facultad de Filosofía y Letras de 1944 a 1945, ambas dependencias de la Universidad Nacional Autónoma de México. También actuó como secretario de la delegación mexicana al Congreso de Educación, en La Habana (1929) y como secretario general del xxvii Congreso Internacional de Americanistas, reunido en México para su primera sesión (1939). Desde su creación ha sido presidente del Instituto Mexicano-Norteamericano de Relaciones Culturales y vicepresidente del Consejo Directivo de la Biblioteca Benjamín Franklin, así como consejero del Instituto Anglo-Mexicano de Cultura, también desde su establecimiento. Diversas corporaciones científicas han distinguido a don Pablo por sus relevantes méritos y producción, tanto en el país como en el extranjero, y ha recibido igualmente grados académicos honorarios de otras dos instituciones norteamericanas. Es académico de número de la Academia Mexicana de la Historia y miembro de la Sociedad Mexicana de Antropología, Fellow del Royal Anthropological Institute of Great Britain and Ireland y de la American Anthropological Association, así como miembro de la Sociedad de Americanistas de París. En 1944 fue distinguido con el grado de doctor honoris causa de la Universidad de Nuevo México, en la cual leyó una oración sobre “Las relaciones entre México y Estados Unidos”, y en 1947 con el mismo grado en el Macalester College, teniendo a su cargo el discurso de despedida y recibiendo por los mismos años la condecoración de oficial de instrucción pública y caballero de la Legión de Honor del gobierno de Francia. Una interesante faceta de la vida de don Pablo ha sido su afiliación por largos años con el Banco Nacional de México, S.A., en el cual ocupó el cargo de gerente de la sucursal “Alameda” en la ciudad de México, combinando sus dotes de gran señor, su amplia cultura y probablemente algunas habilidades financieras que sus estudios prehistóricos y arqueológicos no pudieron anular. Son conocidas muchas anécdotas de los años que sirvió en
ese puesto, al que adornaba igualmente con su habitual gracejo y del cual se libró tan pronto como pudo para ocupar un cargo en la Fundación Mier y Pesado, que vino desempeñando con la misma escrupulosidad y señorío. Esencialmente hombre de mundo, refinado y elegante escritor y maestro de muchas generaciones en sus disciplinas preferidas, don Pablo ha dejado transcurrir su vida en el ambiente de la enseñanza superior, especialmente la Universidad Nacional Autónoma de México y la Escuela Nacional de Antropología. Pero nunca negó su colaboración ni huyó responsabilidades en otros planteles u organizaciones que le deben muchos servicios, prestados limpiamente y sin interés alguno, de la manera más valiente en algunos casos, lo que no es poco decir en los actuales tiempos. Aún como hombre de negocios, supo rendir en ese extraño medio de los números negros y rojos y en el cuidado de los dineros ajenos escrupulosa actividad que la envidiarían muchas gentes, redondeando así una personalidad famosa dentro y fuera del país. Amplia y variada es la producción científica de don Pablo Martínez del Río, toda ella alrededor de los dos temas centrales que han ocupado sus energías: la Prehistoria y la Arqueología y Lenguas Clásicas, como lo demuestra la larga lista de sus trabajos. También ha cultivado la Historia de México y producido valiosos estudios sobre la Antigüedad prehispánica, la Colonia y el México independiente, reflejando en ellos obviamente sus personales puntos de vista que no siempre coincidieron con la verdad oficial. Tampoco le son ajenos ciertos estudios literarios producidos en sus años de juventud e inspirados igualmente en sus aficiones a las letras helenas y latinas, los cuales desgraciadamente interrumpió (o ha ocultado) en edad más madura, todo lo cual indica la calidad y profundidad de su cultura y refinamiento espiritual. Mantuvo en la revista Universidad de México, durante algunos años, una interesante sección titulada “Del Extranjero”, como una ventana abierta a todos los rumbos del mundo, ocupándose lo mismo de Astrofísica que de Agricultura prehistórica o de Sociología. Atildado traductor, en aquella publicación aparecieron también versiones
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al español de artículos escritos en otras lenguas y notas bibliográficas sobre libros mexicanos, preferentemente de Historia. Desparramados en varios periódicos literarios vieron la luz trabajos suyos de buen corte y valioso contenido, entre ellos algún cuento que merecería incluirse en antologías ordinariamente formadas con espíritu de capilla o de partidarismo político. Indiscutiblemente su obra maestra ha sido el libro tantas veces mencionado, Los orígenes americanos, inigualado hasta hoy y fruto de un concienzudo examen del problema del poblamiento de América. Otros trabajos similares, aparecidos en diversas lenguas en el último cuarto de siglo, muestran en menor escala esa calidad, sin que ello signifique que no tienen otros méritos apreciables. Pero la contribución de don Pablo, por su gran calidad científica y el conjunto de sugestiones que contiene para nuevos estudios, marcó un importante hito y cambió el rumbo de las investigaciones en su tiempo, lo cual no puede decirse de las otras cuyo alcance es menor. A la luz de esa obra la remota llegada del hombre al Nuevo Mundo, sus primeras etapas de vida dentro de un ambiente de características muy peculiares, sus relaciones lingüísticas y, en general, los rasgos de su cuadro cultural, no dejaban duda acerca de su antigüedad. Nunca nadie más
esgrimiría argumentos ad hominem, como desgraciadamente fueron empleados en ciertos casos, para rebatir algunas ideas que llegaron a considerarse “heterodoxas” dentro de la conformidad general. Además, quedaba marcada claramente la ruta a seguir en las investigaciones prehistóricas y protohistóricas para ir resolviendo los numerosos problemas menores de tan ingente cuestión, básica para el entendimiento de etapas posteriores arqueológicas e históricas. Desde 1936, Los orígenes americanos, trabajo “completo” si los hay, ha constituido la piedra fundamental del edificio de la Prehistoria del Nuevo Mundo en su verdadera acepción, es decir, en el estudio de los más remotos episodios del pasado humano en esta parte de la Tierra. Posteriores ediciones en 1942 y 1954, cambiando un poco el método de presentación que inicialmente tenía, no han hecho sino confirmar esta característica y ahora nadie puede iniciarse en tales investigaciones sin tener a la mano un ejemplar de ese libro. Posiblemente por muchos años más Los orígenes americanos, con su claro análisis del problema y el riguroso método científico de su desarrollo conserve ese rango y, desde luego, siempre permitirá apreciar la obra general de su autor, el prehistoriador mexicano don Pablo Martínez del Río y Vinent.
EFEMÉRIDES
- Earnest Albert Hooton, antropólogo físico, falleció en Cambridge, Massachusetts, el 3 de mayo de 1954. - El biólogo Manuel Maldonado Koerdell falleció el 22 de mayo de 1972 en la ciudad de México. - Silvanus Griswold Morley, arqueólogo y epigrafista, nació en Chester, Pensilvania, el 7 de junio de 1883. NOTICIAS Instituto de Investigaciones Antropológicas: - Hernán Salas Quintanal fue electo presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología Rural (alasru) de Buenos Aires, Argentina, para el período 2019-2022. - Homenaje a Yoko Sugiura en la Sesión inaugural del Seminario Permanente Miradas Interdisciplinarias sobre el Estado de México, inah Estado de México. Marzo 6. - La xiii Feria del libro antropológico Pueblos y lenguas indígenas, se realizó del 27 al 29 de marzo.
DIRECTORIO
Rafael Pérez-Taylor Aldrete Director
Mario Alberto Castillo Hernández Secretario Académico
Alicia Cervantes Cruz Coordinadora de la Biblioteca Alicia A. Reyes Sánchez Recopilación de información, elaboración de artículos y composición Diseño • César Augusto Fernández Amaro Corrección de estilo • Adriana Incháustegui
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