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La culpa, despierta tu poder personal

Por Ma. del Carmen Pérez Valdés Psicoterapeuta y fundadora de Nube |Nutrición y Balance Emocional

Ya iniciado el año y con los retos que ello implica, en esta ocasión hablaremos del sentimiento de culpabilidad y de cómo este puede ser destructivo y paralizante. Primero, cuando hablamos de culpa, hablamos del sentimiento que surge a partir de sentir que las cosas se hicieron mal, o que estas se pudieron hacer mejor, o que de una u otra manera simplemente se cometió un error, y que en lugar de seguir avanzando, se termina lleno de remordimientos y de cargas encima.

La culpa va de la mano con la incongruencia, surge cuando creemos que somos cierto tipo de personas o cuando aspiramos a ser algún tipo de persona y, entonces, de pronto, hacemos algo que no es congruente con esa clase de persona, con esa identidad.

Además, el sentimiento de culpabilidad también quiere decir que se despilfarra el tiempo presente mientras se está inmovilizado a causa de un comportamiento o de un hecho que ocurrió en el pasado. Y al respecto, Robert Jones Burdette escribió en su obra Golden Day: “no es la experiencia del día de hoy lo que vuelve locos a los hombres. Es el remordimiento por algo que sucedió ayer, y el miedo a lo que nos pueda traer el mañana”.

El mundo está poblado por miles de personas que se sienten mal por algo que no deberían haber hecho. Con la culpa, prestas atención a sucesos del pasado, te sientes abatido o molesto por algo que dijiste o hiciste, y gastas tus momentos del presente con un sentimiento de aflicción relacionado a lo que ya pasó y que no puedes cambiar.

Sin más, es un sentimiento inútil que consume energía emocional. Pero, independientemente de eso, algo sí podemos asegurar: no existe culpabilidad, por grande que sea, que pueda cambiar la historia.

¿Qué provoca la culpa?

Es necesario destacar que en sí, la culpabilidad no es solamente una preocupación por un hecho que ocurrió antes, es, también, la inmovilización del momento presente que la misma preocupación originó.

Lo peor es que dicho parálisis puede ocasionar desde una pequeña incomodidad, hasta una severa depresión. Si simplemente estás aprendiendo lecciones de tu pasado, y prometiendo evitar la repetición de algún comportamiento específico, eso no es suficiente para señalar que se trata, propiamente, de culpa. Experimentas culpabilidad sólo cuando este sentimiento te impide actuar en el ahora.

La contraparte de la culpabilidad, podría ser, desde otra perspectiva, el aprender de tus errores, ya que esto es absolutamente necesario para tener un mejor crecimiento y desarrollo.

Existe una amplia diferencia entre sentirse culpable y sentirse responsable, decir “es mi culpa” o “es mi responsabilidad” hace que cambie por completo nuestra forma de sentir y percibir, y también hace que nuestro comportamiento tenga un cambio.

Por una parte, cuando decimos “es mi culpa”, adoptamos una posición de debilidad; nos sentimos mal con nosotros mismos, el sentimiento en ese momento no nos sirve para mejorar ni tampoco tiene algún tipo de utilidad para la persona que se está viendo perjudicada por nuestro error. Adoptamos una posición de víctima y de impotencia. Quedarnos atrapados en el pasado. Nos apartamos del presente.

Por la otra, cuando decimos “es mi responsabilidad”, adoptamos una posición de poder, aceptamos que somos humanos y que, a veces, es inevitable equivocarse; nos perdonamos a nosotros mismos los errores que podamos cometer pero, lo más importante, estamos dispuestos a hacer lo posible para solucionar el problema y aprender de lo sucedido, para así evitar que se vuelva a cometer en el futuro. Nos sentimos dueños de nosotros mismos, de nuestros actos y del destino, también nos sentimos comprometidos con nosotros.

¿De

dónde viene el sentimiento de culpabilidad?

La mayoría de las veces viene de la infancia. Toma fuerza en entornos donde la comparación y la competitividad son los valores primordiales. Cuando el camino a la felicidad es tener éxito en lo social, económico o laboral, habrá decenas de nuevas razones para sentirse culpable a diario. Viene también por ese ideal de perfeccionismo marcado en el “deber ser” y poco marcado en el “ser”. Hemos aprendido a ser severos con nosotros mismos, a tener una autoexigencia desmedida que produce daño, ansiedad, angustia y hasta dolores estomacales o problemas de sueño. Porque siempre estamos con la sensación de falta, en vez de estar con la sensación de abundancia.

En el consultorio, veo la culpa en mis pacientes que quieren recuperarse de una alimentación desordenada o de un trastorno alimenticio. Es entonces cuando trabajamos para cambiar la perspectiva que las personas tienen acerca de las recaídas que, por cierto, son inevitables. Tienen un tropezón en su camino y se quedan atoradas en la culpa y la vergüenza y piensan: “nunca saldré de esto”, “otra vez ya lo hice”.

Mi intervención con estos pacientes va en el sentido de ayudarlos a comprender que las recaídas están para enseñarles que todavía hay lugares en ellos, en su manera de percibir las situaciones, en su manera de creer respecto a una situación, que debe ser observada. Es cuestión de cambiar el mundo interior para poderlos ver, también, en el exterior.

Pero si están en la culpa, en este diálogo interno destructivo, jamás podrán llegar a recuperarse, pues la única manera de cambiar verdaderamente es a través del amor y la aceptación, de comprender y corregir. No pueden corregir si se están culpando porque no van a tener la capacidad de aprender qué les está pasando y, lo más importante, por qué. La perspectiva es que dejen de culparse y vean sus recaídas como oportunidades y como lecciones, pues en realidad son situaciones que traen información nueva con la que podrán observar, aprender y salir adelante.

Y quizá el problema más grande o la consecuencia más dura de la culpa es que esta motiva a sentir que se tiene que pagar por haber obrado mal. En otras palabras: la culpa busca castigo.

¿Qué podemos hacer para soltar la culpa?

Acepta: las cosas ya están hechas y no puedes hacer nada al respecto, ya pertenecen al pasado, ninguna cantidad de sufrimiento lo va a cambiar. Todo es causa y efecto. Acéptalo, a fin de cuentas, terminas aprendiendo algo nuevo. Tenemos que pasar a veces por situaciones que no nos gustan para aprender.

Aprende: todas las experiencias guardan o suponen un aprendizaje, sobre todo las que consideramos negativas. Toda crisis trae un regalo. Entonces pregúntate: ¿cuál fue el regalo que había dentro de esta crisis? Porque si viviste una experiencia y sufriste y no aprendiste nada de ella, entonces sí fue un desperdicio de experiencia, ¿por qué? Porque esa experiencia negativa te regresará, te volverá a pasar hasta que aprendas.

Construye : una vez que aprendes la lección, ahora puedes continuar con tu vida construyendo. No podemos cambiar el pasado; lo acepto, aprendo y con todo esto que tengo, lo que sea (ruptura amorosa, pérdida de empleo, discusiones, etcétera) debo ver cómo puedo construir sobre ello. Es decir, de lo que pasó ¿cómo puedo crear algo positivo para mí y para otros? ¿Cómo puedo enriquecer mi vida con este aprendizaje? ¿Qué voy a crear? ¿Qué voy a resolver?

Procura hacer estas tres cosas cada vez que algo “malo” te pasa y verás cómo progresivamente se va haciendo más y más placentera tu vida. Un paso a la vez.

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