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LA ESENCIA DEL ARTE, HISTORIA Y TRANSFORMACIÓN DE LA PINTURA EN MÉXICO
Por Silvia Alba Luján
Como muchas y muchos otros jóvenes en nuestro país, tuve mi primer contacto con la pintura mexicana mediante la escuela y no precisamente fue durante las clases, antes, de alguna manera, también ya había tenido un acercamiento casi inconsciente. Fue, más o menos, cuando tuve la consciencia suficiente de saber que regresaba a clases, a segundo de primaria, que ya estaba grande y que íbamos a ir a recoger los libros de la Secretaría de Educación Pública (SEP) para forrarlos con ese plástico de olor omnipresente en mis memorias infantiles.
Imagino que no debe existir algún lector o lectora que no sepa a lo que me refiero, pero por si acaso: llamamos en breve los libros de la SEP, específicamente, a la serie de materiales didácticos proporcionados a todas y todos los alumnos inscritos en escuelas primarias y secundarias públicas. La edición que me correspondió fue tal vez una de las primeras en venir, la mayoría, engalanadas con una muestra o la reproducción total de una obra de arte mexicano.
Ni hablar. Fui la clase de niña que se queda mirando por largo tiempo alguna cosa que le gusta o que no sabe explicar del todo. De alguna manera, no he dejado de serlo, aunque por supuesto como adulto se trata de un proceso mucho más complejo y menos obvio. Miro e intento partir de la textura y la forma en que me atrapó esta. Intento, ahora, explicar a partir de sentimientos. Busco nombrarlos. No recuerdo cuántas noches pasé un poco enamorada de un hombre calvo, apenas con vestigios de cabello en las sienes que abría grande la boca en el gesto de un alarido que me causaba algo de escalofrío, de asombro.
Ya había aprendido a leer. No sé cómo, pero mucho antes de saber de lo que se trataba, yo ya había hojeado el libro lo suficiente para saber que aquella pintura era un fragmento de un mural. También sabía que ese momento, ese mural, se llamaba el grito de Dolores. Ya la palabra dolor me explicaba un tanto el tono del rostro, el gesto, casi ceremonial. Y así me quedé, durante mucho tiempo, hasta mi primera clase de historia.
¿Cómo comenzamos a hablar de la historia de la pintura de un país? Mejor: ¿cómo comenzamos a hablar de la historia de cualquier arte, en cualquier país determinado? La pregunta es tramposa porque ofrece una respuesta: por su historia, claro está. Y su historia es una suerte de recuerdo difuso que las más de las veces, para las generaciones sucesivas que nacen y crecen en una región, es solamente adquirible mediante el arte. El arte así se vuelve un vehículo de la historia, una cápsula del tiempo. O como dirían en el Espinazo del Diablo, de Guillermo del Toro, un fantasma, un insecto atrapado en ámbar: un sentimiento congelado en el tiempo.
Pensé en muchas maneras de abordar este tema, que es, como el lector podrá imaginarse, otra de las cosas que me he quedado mirando por largo tiempo. En esencia, el arte es provocado por la vida, pero hay buenas razones para pensar en la dirección contraria también: que la vida es provocada por el arte, que nuestra historia es provocada por el arte. Y en ese paso, de la historia al arte y del arte a la historia, México es indivisible de su propia pintura.
Así pues, si bien tengo interés por repasar por algunos momentos clave de la historia de la pintura en nuestro territorio, aquí no buscamos agotar el tema, asunto que no solo a mí, sino que al más templado especialista en el tema le terminaría causando un sentimiento similar al del prócer de la patria en esa portada de segundo o tercero de primaria, en ese mural.
Reglas para una paleta de colores: de lo prehispánico a los murales de Rivera
Si alguien algún día intentara dar con una forma de reunir todas las grandes transformaciones por las que nuestro país ha pasado, desde sus pueblos originarios hasta la decisión de volvernos una nación libre, soberana, democrática e independiente estaría en un grave aprieto respecto de los posibles bosquejos que terminaría creando.
Me explico: en esencia México en movimiento puede ser retratado como un cúmulo de decisiones que parten desde lo político y que van hacia los rasgos previamente establecidos de la nación o un fragmento de la misma, en un momento determinado y con una combinación de carencias determinadas que se buscan resolver, siendo la más de las veces su resolución una necesidad urgente. Estas decisiones llegan, en el mejor de los casos, a mejorar la calidad de vida de todas y todos, a corregir hasta cierto punto el ritmo, pero también provocan un regreso en inversión de consecuencias con las que luego deben lidiar.
Antes de poner aquí un subtítulo genérico (me encanta recorrer un libro de historia hasta llegar a la palabra "antecedentes") creo que la mejor forma de hablar de lo prehispánico, y en general de los movimientos nacionales que dieron forma al país hasta comienzos del siglo XX, y creo que la mejor forma de entrar en tema y recorrer el periodo prehispánico (o mejor dicho, de nuestro concepto de 'lo prehispánico') se encuentra precisamente entre las primeras décadas del siglo XX. Para ser más prudentes y específicos, hacia los tiempos de la posrevolución, cuando José Vasconcelos básicamente se encargó de resolver un problema que no parecía urgente, pero que resultaba esencial.
El acto, por sí mismo un hito, venía empujado por las tendencias que en ese entonces arribaban del viejo continente y también de países con una cultura -así se creía- más sofisticada e iluminada que la nuestra. En los estudios especializados estaban en boga las ideas que luego darían paso al estructuralismo y el estructuralismo sistémico, entre una de las más importantes estaba el concepto de la identidad nacional. Vasconcelos, encargado en ese momento de fundamentar lo que llamaríamos luego SEP (y aquí aparece de nuevo el extraño enemigo) quiso comenzar por determinar la identidad nacional que el plan de educación nacional sostendría.
Como es de esperarse, no lo hizo solo, y para ello contó con todo un grupo colegiado, proveniente de lo que en aquellos tiempos decidieron llamar el Colegio de México. Gran nombre. Fue en esas reuniones en donde se decidió, a partir del material de estudio disponible que una de las maneras más rápidas de garantizar una convivencia organizada y sana entre distintas comunidades reunidas alrededor de un mismo territorio es encontrar un antepasado común, pues esto relativiza los conflictos dentro de un marco de familiaridad: si todos provenimos de la misma rama no tenemos, en realidad por qué pelear.
La idea no fue originalmente suya, ya otro personaje unos siglos antes había levantado a las poblaciones originarias del territorio, aquellas sometidas por los conquistadores europeos, literalmente, como un estandarte, para reunir a la población alrededor de un mismo símbolo e iniciar ese largo camino hacia la búsqueda de la identidad, conflicto que puede ya encontrarse entre criollos y mestizos, y también entre la bola y los federales, y también entre las distintas formas que tenemos de reconocernos hoy en día a partir de las ideologías disponibles. El pasado remoto, el antepasado noble se definió entonces dentro de los aztecas, que ni fueron los únicos, ni necesariamente pueden verse como nuestros antepasados remotos; pero que para el hecho sistémico, se volvieron.
El hilo corrió desde ahí y para ilustrarlo, Vasconcelos contó desde ese momento con un enorme pasado pictórico para reunir y zurcir nuestro tejido social: los ecos prehispánicos habían estado presentes desde siempre, en la forma de códices precolombinos preservados para el estudio de un pueblo que en una primera instancia se consideró sin alma por parte de los invasores. Los códices ingresaron como parte del gen cultural simbólico de nuestro país y con ellos vinieron también los murales que los propios aztecas ya consideraban todo un misterio, surgidos en la cultura maya hacia el sur de nuestro país.
México en tecnicolor
Y mucho más importante: se otorgó un color a nuestra historia, en un momento histórico en el que de otro modo solamente habríamos contado con la aparición de la fotografía en nuestro territorio y los vestigios de la misma para explicar y recordar a todos los que han venido antes que nosotros. En La invención del color mexicano, Rodriguez Döring (2015) lo dice mucho mejor que yo:
Casi todas las imágenes que tenemos de la Revolución Mexicana son en blanco y negro. Eso no significa que el mundo haya sido gris, aunque sí podemos imaginar un paisaje polvoriento con los cielos fuertemente contrastados de la cinematografía de Gabriel Figueroa, con magueyes negros o plateados, trenes verdosos y oxidados y soldados vestidos de blancos calzones de manta con raídos y oscirecidos sombreros de palma. (Döring, 2015)
Para decirlo con más claridad, se nos otorgó la necesidad de adquirir un color propio, cuestión que involucró una sinergia entre distintos actores artísticos y culturales, pues desde los bodegones y las naturalezas muertas fuertemente influidas por la herencia española, México debió desprenderse de esta tendencia a lo opaco mediante sus propios medios, construir una visión que ajustara un poco más a su cotidianidad y creara un ideal imaginario que todas y todos pudiéramos compartir, al que todas y todos podríamos pertenecer.
Y ese es uno de los mayores secretos de nuestra cultura: que el alcance del color fue un hecho solamente alcanzado durante el desarrollo del siglo XX y antes solamente coexistió como un ideal un tanto inalcanzable, desde los pueblos originarios, la fase de la conquista y los diversos conflictos armados, México logró estallar en colores, como idea, hasta mediados del siglo pasado. Otro de los grandes secretos es que parte de esta imagen y de este color no se corresponde necesariamente con nuestra producción nacional, con la perspectiva que el propio mexicano tiene de sí mismo, sino de la perspectiva extranjera que luego se ha adoptado como un ideal definitorio.
La historia de México es, desde este punto de vista, un enorme collage en donde distintas confluencias regionales, comunitarias y extranjeras coinciden para crear una nota nueva que nunca se distancia del todo de su punto original, pero que alcanza una nueva dimensión en lo soñado, en lo necesario. Así podemos hablar precisamente de la vinculación que hay entre nuestra identidad y los hechos históricos que solamente concebimos en lo imaginario, a partir de lo pictórico y lo visual.
Notas finales
La historia de la pintura, como ya decíamos al principio del artículo, es indivisible de la historia del país al que pertenece. La contiene. O para ser más claros: se contienen. Las razones para que esto resulte así son multifactoriales y para volver el cuadro mucho más complejo: colectivas.
Un mayor estudioso que su servidora escribió alguna vez que el arte imita a la vida. Por el otro lado, cuando tomamos en cuenta nuestra identidad individual, que forma parte de una colectiva y asimismo, se corresponde con una serie de valores que se extienden a través de los siglos en los que hemos habitado el mismo territorio, siendo tal vez diferentes, pero llamándonos del mismo modo, es imposible no llegar a la conclusión de que en efecto, la relación es recíproca: también la vida imita al arte.
En esa relación, por la que también se han atravesado conflictos armados, diversas formas de pensar y sistemas de valores incluso equidistantes, es importante observar el baile que ha ocurrido entre ambos polos: la vida de una nación está en su arte y su arte, es la vida de la nación: la representación pictórica fue, es y probablemente será uno de los mayores vehículos de nuestra identidad como mexicanos, en tanto ha sido capaz de salvaguardar las semillas esenciales de lo que consideramos valioso y que a su vez nos define.
Es a ese baile, entre las incesantes manifestaciones culturales del país y la realidad que atravesamos todos juntos, como miembros de una misma tripulación, reunidos nuestros destinos en el mismo barco, al que podríamos definir como la esencia del arte en sí mismo: un movimiento perpetuo y pendular entre la consciencia histórica del mexicano y las decisiones que toma día con día, en lo particular y en lo colectivo.
Referencias
1. https://icaa.mfah.org/s/esitem/1125171#?c=&m= &s=&cv=&xywh=-182%2C339%2C3195%2C2361
2. http://www.jstor.org/stable/27809515.
3. https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ dialogo-sobre-la-historia-de-la-pintura-enmexico--0/html/dcb3663f-669f-4cf2-b650345475d9bfea_8.html#I_0_
4. https://www.timeoutmexico.mx/ciudad-demexico/arte/las-15-pinturas-mexicanas-masfamosas-de-la-historia
5. https://doi.org/10.22201/iie.18703062e.1965.34.799
6. https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sc i_arttext&pid=S0185-12762001000100008&lng=e s&nrm=iso&tlng=es
7. http://132.248.9.195/ptd2015/junio/0730497/Index.html
8. http://www.historiadelasinfonia.es/naciones/ la-sinfonia-en-mexico/vida-musical-en-mexico/ la-pintura/d
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