BOCA DE SAPO Nº26

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BOCA DE SAPO 26 ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO

Era digital, año XIX, Abril 2018

GINECEO

Acevedo, Croce, Federici, González, Mizraje, Néspolo

HOMENAJE a Ana María Barrenechea / ACTUALIDAD Las Veladas Literarias DOSSIER de minificción / ADELANTO Fantasmal:Viaje al corazón del cine argentino 1897-2017


Sobre las obras y los artistas reunidos en BOCA DE SAPO 26: GINECEO La obra de tapa y las imágenes que corren en la actualización web de Boca de Sapo: GINECEO pertenecen al arte textil de Jorge Sánchez. Asimismo, obras de Natalia Suárez ilustran los ensayos de Silvia Federici y María Gabriela Mizraje. Utilizando viejas prendas y elementos de la naturaleza, el arte textil de Natalia permite pensar la transformación de lo viviente a partir del vestido, esa segunda piel con la que habitamos la cultura: “El vestido como metáfora de los desplazamientos del cuerpo, la piel otra que revela significados sin palabras”, comenta. El dossier de minificción reúne producciones de Ernesto Tancovich, María Laura Pérez Gras, Mario Goloboff, Javier Campos y Mariana Docampo; mientras que el ensayo fotográfico “El bosque inmanente” de Mariela Pietragalla acompaña visualmente estas páginas. Estudiosa de las músicas del mundo y del cine periférico, Pietragalla desarrolló esta serie dentro del colectivo Erótica; se trata de una serie donde los tonos rosas y el flagrante negro se enseñorean para poner en discusión el mundo vegetal y los colores impávidos de la carne. Pliegues que suman drama y misterio, y expanden el enigma sobre la feminidad como celebración de la existencia. Obras del colectivo de arte Entresuturas ilustran el artículo “Las amigas vivas y las amigas muertas”. Integrado por las artistas visuales Valeria Budasoff, Myriam Jawerbaum y Viviana Romay, el colectivo se conformó en el año 2012 con el objeto de reflexionar sobre la problemática de la violencia de género en la sociedad actual y colaborar con su desnaturalización. La primera acción pública consistió en un abrazo al Palacio de Justicia de la Ciudad de Buenos Aires con ochocientos corpiños entrelazados, corpiños que fueron donados por el público a través de una convocatoria desplegada en redes sociales. A partir de esta acción se desarrollaron otras, como la realizada en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires cuyo registro aquí publicamos, donde se exponen cincuenta y seis bodies intervenidos y sublimados con noticias sobre femicidios. El homenaje a Ana María Barrenechea, realizado por Marcela Croce, dialoga visualmente con obras de Cecilia Arias confeccionadas a través de la técnica del fieltro. Allí, las fibras del vellón de lana se entrecruzan con ductilidad y ligereza para formar una tela capaz de calcar, como si fuera un papel carbónico, cuerpos y rostros de diversos personajes. Completa esta edición N°26 de la revista, un panorama sobre la historieta feminista vernácula, elaborado por Mariela Acevedo, y un adelanto del nuevo ensayo de Florencia Eva González que recorre ciento veinte años de cine argentino.


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BOCA DE SAPO Arte, Literatura y Pensamiento

Era digital, año XIX, Abríl 2018.

STAFF

DIRECTORA Jimena Néspolo CONSEJO DE DIRECCIÓN Claudia Feld Florencia Eva González Nicolás Guerschberg Walter Romero Laura Vazquez CONSEJO DE REDACCIÓN Felipe Benegas Lynch Hache Pavón CORRECCIÓN Carolina Fernández ARTE Y DISEÑO Jorge Sánchez Diseño Gráfico Victorio Scafati COLABORADORES Mariela Acevedo Marcela Croce Silvia Federici María Gabriela Mizraje COMMUNITY MANAGER Matuziken Knight

S u m a ri o: Gineceo • Mujeres, luchas por la tierra y globalización. Silvia Federici /2 • Matriarcas literarias. María Gabriela Mizraje /14 • Actualidad: Ciclo Las Veladas Literarias. /24 • Adelanto: Las mujeres a la cama. Florencia Eva González /28 • Pasado y presente de las creadoras de historietas. Mariela Acevedo /36 • Homenaje a Ana María Barrenechea. Marcela Croce /44 • Las amigas vivas y las amigas muertas. Jimena Néspolo /54 • Dossier de minificción. /64 Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de cada número sin la cita bibliográfica correspondiente y/o la autorización de la editora. La dirección no se responsabiliza de las opiniones vertidas en los artículos firmados. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. Boca de Sapo no retribuye pecuniariamente las colaboraciones. Impresa en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. www.bocadesapo.com.ar redaccion@bocadesapo.com.ar suscripcion@bocadesapo.com.ar ISSN 1514-8351 Editor responsable: Jimena Néspolo Dirección: Casilla de Correo N°60, Pedro Lagrave 451, CP (1629) Pilar, Provincia de Buenos Aires, Argentina. TE: +54 (230) 4459 599


UNA PERSPECTIVA INTERNACIONAL

MUJERES, LUCHAS POR LA TIERRA Y GLOBALIZACIÓN Por Silvia Federici Traducción de Carlos Fernández Guervós y Paula Martín Ponz Pese a los intentos sistemáticos de los poderes coloniales de destruir los sistemas femeninos de agricultura, las mujeres constituyen el grueso de los trabajadores agrícolas del planeta y forman la primera línea de resistencia en las luchas por un uso no capitalista de los recursos naturales (tierra, bosques y agua). Mediante la defensa de la agricultura de subsistencia, el acceso comunal a la tierra y la oposición a la expropiación de tierras, las mujeres están construyendo el sendero hacia una sociedad no explotadora, una en la cual hayan desaparecido las amenazas de hambrunas y de desastres ecológicos. ¿Cómo podemos salir de la pobreza si ni siquiera disponemos de un pedazo de tierra para cultivar? Si tuviésemos tierras para cultivar, no necesitaríamos que nos enviasen comida desde Estados Unidos. No.Tendríamos la nuestra. Pero mientras el gobierno se niegue a proporcionarnos las tierras y otros recursos que necesitamos, continuaremos teniendo extranjeros que decidan cómo gobernar nuestra tierra.

Elvia Alvarado1 Las mujeres mantienen el mundo con vida Hasta hace poco, los temas relacionados con la tierra y las luchas por la defensa de esta no habían logrado generar interés entre la mayor parte de norteamericanos, a no ser que fuesen granjeros o descendientes de nativos americanos para quienes la importancia de la tierra como cimiento para la vida es, al menos culturalmente, todavía primordial. Muchos de los conflictos por la defensa de la tierra parecen haberse esfumado en un pasado borroso, que se nos escapa. En el periodo subsiguiente a la urbanización

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masiva, la tierra ya no parecía ser uno de los medios básicos para la reproducción social, mientras que las nuevas tecnologías proclamaban ser capaces de proveer toda la energía, la autonomía y la creatividad que una vez se asociaron con el autoabastecimiento y la agricultura a pequeña escala. Esto ha supuesto una gran pérdida, empezando porque esta amnesia ha creado un mundo en el que las cuestiones más básicas acerca de nuestra existencia –de dónde surge la comida, si nos alimenta o si, en cambio, nos envenena– permanecen sin respuesta y, lo que es peor, sin que nadie se las cuestione. Esta indiferencia entre los urbanistas respecto al territorio está tocando a su fin. La preocupación por la ingeniería genética en los cultivos agrícolas y el impacto ecológico provocado por la destrucción de los bosques tropicales, junto con el ejemplo que suponen las luchas llevadas a cabo por los pueblos indígenas, como los zapatistas levantados en armas para oponerse a la privatización de su territorio, han provocado un aumento de la concienciación en Europa y en Estados Unidos sobre la importancia de la “cuestión del territorio” que hasta hace poco se identificaba como un problema del “Tercer Mundo”. Como consecuencia de este cambio conceptual, hoy en día se asume que la tierra no es un factor irrelevante

para el capitalismo moderno. La tierra es la base material esencial para el trabajo de subsistencia de las mujeres, que a su vez es la principal fuente de “seguridad alimentaria” de millones de personas en todo el mundo. Es en este contexto que hay que analizar las luchas que las mujeres desarrollan en todo el planeta no solo como manera de reapropiarse de la tierra, sino también como forma de impulsar la agricultura de subsistencia y la utilización no comercial de los recursos. Son esfuerzos extremadamente importantes no solo porque gracias a ellos sobreviven miles de millones de personas, sino porque nos señalan los cambios que tenemos que realizar si queremos construir una sociedad en la que nuestra reproducción no tenga lugar a expensas de otras personas y que tampoco signifique una amenaza para la continuidad de la vida en este planeta. Mujeres y tierra: una perspectiva histórica Es un hecho indiscutible, pero a la vez de difícil cuantificación tanto en las áreas urbanas como en las rurales, que las mujeres son las agricultoras de subsistencia del planeta. Es decir, las mujeres producen la mayor parte de los alimentos consumidos por sus familiares (directos o indirectos) o que se venden en los

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mercados para el consumo cotidiano, especialmente en África y Asia, donde vive el grueso de la población mundial. Es difícil estimar el alcance de la agricultura de subsistencia, ya que en su mayor parte no es un trabajo asalariado y a menudo no se produce en granjas formales. A esto habría que añadir que muchas de las mujeres que lo realizan no lo perciben como un trabajo. Esto camina en paralelo con otro factor económico bien conocido: el número de trabajadoras domésticas y el valor de su trabajo es difícil de calcular. Dado que el capitalismo está orientado a la producción para el mercado, el trabajo doméstico no se contabiliza como trabajo, y aun muchas personas no lo consideran un “trabajo de verdad”. Las agencias internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y las mismas Naciones Unidas a menudo han hecho caso omiso de las dificultades que presenta el cálculo de la agricultura de subsistencia. Pero sí que han reconocido que depende mucho de la definición que se utilice en cada momento. Por señalar un ejemplo, afirman que en Bangladesh la participación de las mujeres en la mano de obra era del 10 % según la Encuesta de Población Activa de 1985-1986 y, sin embargo, cuando en 1989 esta misma investigación incluyó en el cuestionario actividades específicas como la trilla de cultivos, el procesamiento de alimentos y la cría de aves, el índice de actividad económica creció hasta un 63 %2. No es sencillo entonces evaluar exactamente, en función de las estadísticas disponibles, cuántas personas y cuántas mujeres en particular están involucradas en la agricultura de subsistencia; pero lo que está claro es que suponen una cantidad importante. En el África subsahariana, por ejemplo, según la FAO: “Las mujeres producen hasta el 80 % de todos los alimentos básicos para el consumo doméstico y para el comercio”3. Teniendo en cuenta que la población del África subsahariana es de casi setecientos cincuenta millones de personas, y que un gran porcentaje de la misma está compuesto por niños, esto significa que más de cien millones de mujeres deben de ser agricultoras de subsistencia4. Tal y como señala el eslogan feminista, “las mujeres sujetan más de la mitad del cielo”. Se debería reconocer lo asombroso de la persistencia de la agricultura de subsistencia si consideramos que para el desarrollo capitalista ha sido prioritaria la

separación de los productores agricultores, en especial las mujeres, de la tierra. Y esto tan solo puede ser explicado por las tremendas luchas que las mujeres han llevado a cabo para resistir la mercantilización de la agricultura. Evidencias de esta lucha se encuentran a lo largo de toda la historia de la colonización, de los Andes a África. Como respuesta a la expropiación territorial de los españoles (apoyados por los jefes locales), las mujeres de México y de Perú durante los siglos XVI y XVII escaparon a las montañas, reunieron allí a las poblaciones para resistir a los invasores extranjeros y se convirtieron en las defensoras más devotas y acérrimas de las antiguas culturas y religiones, basadas en la adoración a los dioses de la naturaleza5. Más tarde, durante el siglo XIX, en África y Asia, las mujeres defendieron los sistemas agrícolas femeninos tradicionales de los ataques sistemáticos que los colonizadores europeos lanzaron para desmantelarlos y redefinir las labores agrícolas como un trabajo masculino. Como Ester Boserup (entre otras) ha demostrado en relación a África Oriental, no solo los funcionarios coloniales, los misioneros y después los granjeros impusieron el cultivo comercial a expensas de la producción alimentaria, sino que también excluyeron a las mujeres africanas, que realizaban la mayor parte de los trabajos agrícolas, del aprendizaje de los sistemas modernos de agricultura y de asistencia técnica. Invariablemente privilegiaban a los hombres en lo tocante a las asignaciones de terrenos, incluso cuando se ausentaban de sus casas6. Gracias a esto, además de erosionar los derechos “tradicionales” de las mujeres en relación con su participación en los sistemas de tierras comunales y como cultivadoras independientes, los colonizadores y los granjeros de este tipo introdujeron nuevas divisiones entre hombres y mujeres. Impusieron una nueva división sexual del trabajo, basada en la subordinación de las mujeres a los hombres, que según los esquemas colonialistas incluía la cooperación no remunerada con sus maridos en la labranza de los cultivos comerciales. De todas maneras, las mujeres no aceptaron sin protestar este deterioro de su posición social. En el África colonial, cada vez que temían que el gobierno fuera a vender sus terrenos o a apropiarse de sus cultivos se rebelaban. Ejemplar fue la protesta de las mujeres que se organizaron contra las autoridades coloniales en Kedjom Keku y en Kedjom Ketinguh (noroeste de Camerún, entonces bajo mandato británico) en 1958. Furiosas por los rumores que afirmaban que el gobierno iba

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a poner a la venta sus tierras, 7.000 mujeres marcharon repetidas veces sobre Bamenda, capital de la provincia en aquel momento, y en su más larga estancia acamparon fuera de los edificios administrativos de los colonos británicos durante dos semanas, “cantando fuertemente y haciendo sentir su alborotadora presencia”7. En la misma región, las mujeres lucharon contra la destrucción de sus cultivos de subsistencia debido al forrajeo del ganado propiedad de la élite masculina local o por los nómadas fulani a los que las autoridades coloniales habían garantizado derechos de pastoreo estacionales con la idea de recaudar impuestos por el ganado. También en este caso las bulliciosas protestas de las mujeres impidieron el plan, obligando a las autoridades a sancionar a los pastores trashumantes que lo incumpliesen. Como escribe Susan Diduk: Durante las protestas las mujeres percibieron ellas mismas que estaban luchando por la supervivencia y las necesidades de su familia y sus allegados. Su labor agricultora era indispensable y continúa siéndolo para la producción diaria de alimentos. Los hombres kedjom también enfatizaron la importancia de estos roles tanto en el pasado como en el presente. Hoy en día todavía es frecuente escuchar:“¿No sufren las mujeres labrando y gestando a los niños durante nueve meses? Sí, lo hacen por el bien del país”.8 Se produjeron luchas similares durante los años cuarenta y cincuenta por toda África, en las que las mujeres se resistían a la introducción de cultivos

Se debería reconocer lo asombroso de la persistencia de la agricultura de subsistencia si consideramos que para el desarrollo capitalista ha sido prioritaria la separación de los productores agricultores, en especial las mujeres, de la tierra. comerciales y al trabajo que este cultivo les imponía y que las apartaba de sus cultivos de subsistencia. La resistencia de la agricultura de subsistencia de las mujeres tiene que ser valorada, desde el punto de vista de las comunidades colonizadas, como la contribución que hicieron a la lucha anticolonial, en particular para la supervivencia de los luchadores por la libertad en los bosques (por ejemplo en Argelia, Kenia o Mozambique)9. También después de las independencias, las mujeres lucharon para no ser reclutadas para los proyectos de desarrollo agrícola como “ayudantes” no remuneradas de sus maridos. El mejor ejemplo de esta resistencia es la lucha intensa que mantuvieron en Senegambia contra la cooperación obligada en los cultivos comerciales de arroz, que se producían a expensas de la producción agrícola de subsistencia10. Gracias a estas luchas ―a día de hoy reconocidas como principal causa del fracaso de los proyectos de desarrollo agrícola de los años sesenta y setenta―, una proporción considerable del sector de subsistencia ha sobrevivido en muchas regiones del mundo, pese al compromiso de los gobiernos, pre- y post- independencia, de impulsar un “desarrollo económico” de corte capitalista11. La determinación de millones de mujeres en África, Asia y en las Américas de no abandonar la agricultura de subsistencia debe ser enfatizada para contrarrestar la tendencia, común incluso entre los científicos sociales radicales, de interpretar la supervivencia de la agricultura femenina de subsistencia como una necesidad del capital internacional tanto de abaratar el coste de la reproducción de la mano de obra como de “liberar” trabajadores masculinos para el cultivo de las plantaciones comerciales y otros trabajos remunerados. Claude Meillassoux, marxista partidario de esta teoría, ha defendido que la producción femenina orientada a la subsistencia, o la “economía doméstica” como él la denomina, ha servido para asegurar un suministro de trabajadores baratos para el sector capitalista doméstico y exterior, y como tal, ha subsidiado la acumulación capitalista12. Según su argumentación, gracias al trabajo de los “poblados”, los trabajadores que emigraron a París o a Johannesburgo proporcionaron mercancía “gratuita” a los capitalistas que les empleaban; ya que los patrones no habían tenido que pagar por su desarrollo ni tenían que proporcionarles seguros de desempleo cuando ya no necesitasen de su trabajo. Desde esta perspectiva, el trabajo de las mujeres en la agricultura de subsistencia supone un añadido para los gobiernos, las empresas y las agencias de desarrollo, que les permite explotar más efectivamente el trabajo asalariado y obtener una constante transferencia de riqueza de las áreas rurales a las urbanas, degradando consecuentemente las vidas de las mujeres agricultoras13. En su favor, decir que Meillassoux reconoce los esfuerzos invertidos por los gobiernos y las agencias

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de desarrollo para “subdesarrollar” el sector de subsistencia. Es consciente del constante expolio de los recursos de este sector así como también reconoce la naturaleza precaria de esta forma de trabajo-reproducción, pronosticando el advenimiento de una crisis a corto plazo14. Sin embargo, no es capaz de identificar la importancia de la lucha soterrada por la supervivencia del trabajo de subsistencia ni lo necesario de su continuidad, pese a los ataques lanzados sobre él, desde el punto de vista de la capacidad de la comunidad de resistir la invasión de las relaciones capitalistas. En la línea de los economistas liberales, su visión del “trabajo de subsistencia” lo degrada completamente al nivel de actividad “antieconómica”, “improductiva”, de la misma manera que los economistas liberales se niegan a considerar el trabajo doméstico no remunerado de las mujeres como trabajo. Por eso, los economistas liberales, incluso cuando parecen tomar un posición feminista, proponen como

alternativa “proyectos generadores de ingresos”, el remedio universal a la pobreza y presumiblemente la clave para la emancipación de las mujeres en la era neoliberal15. Estas dos perspectivas, aun siendo diferentes, obvian la importancia estratégica que tiene para las mujeres y sus comunidades el acceso a la tierra, por mucho que las empresas y los gobiernos consigan utilizarla algunas veces para sus propios fines. Aquí podemos establecer una analogía con la situación que prevaleció en algunas islas del Caribe (por ejemplo Jamaica) durante la esclavitud, donde los dueños de las plantaciones cedían parcelas de terreno a los esclavos [provision grounds]16 para que las cultivasen para su propia alimentación. Los propietarios tomaron esta decisión para ahorrar en los alimentos que tenían que importar y reducir los costes de reproducción de sus trabajadores, pero esta estrategia también aportó beneficios a los trabajadores, ya que les permitió un mayor grado de movilidad y de independencia hasta tal punto que ―según algunos historiadores― incluso antes de la emancipación se había alcanzado en algunas islas un protocampesinado con un remarcable grado de libertad de movimiento, y que incluso algunas veces lograba obtener ciertos ingresos de la venta de sus propios productos17. La extensión de esta analogía para ilustrar la importancia de la agricultura de subsistencia en el periodo capitalista postcolonial nos permite afirmar que este tipo de agricultura ha supuesto un importante método de supervivencia para miles de millones de trabajadores, al dar la oportunidad a los asalariados de obtener mejores condiciones laborales y de sobrevivir a las huelgas laborales y a las protestas políticas; es por esto que en algunos países el sector asalariado ha tenido una importancia desproporcionada respecto a su tamaño numérico18. El “poblado” ―una metáfora para denominar la agricultura y la ganadería de subsistencia en un asentamiento comunal― también ha supuesto un punto cru-

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cial en las luchas de las mujeres, proporcionándoles una base desde la que reclamar la riqueza que el Estado y el capital les estaban arrebatando. Estas luchas han adquirido muchas y diversas formas, dirigidas tanto contra los hombres como contra los gobiernos, pero siempre reforzadas por el hecho de que las mujeres tenían acceso directo a la tierra y, de esta manera, podían mantenerse ellas mismas y sus hijos y obtener ciertas ganancias de la venta del excedente producido. Por eso, incluso cuando se han visto urbanizadas, las mujeres han continuado cultivando cualquier pedazo de tierra al que lograsen acceder, con la idea de poder alimentar a sus familias y mantener cierto grado de autonomía del mercado19. La importancia de los poblados y la fuente de fortaleza que suponían para los trabajadores masculinos y femeninos dentro del antiguo orden colonial puede medirse en relación con los radicales ataques que desde principios de los años ochenta y durante la década de los noventa el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Internacional del Comercio (OIT) han lanzado contra las raíces de estos asentamientos bajo la guisa del ajuste estructural y la “globalización”20. El Banco Mundial ha hecho de la destrucción de la agricultura de subsistencia y de la promoción de la mercantilización de la tierra la pieza central de sus omnipresentes programas de ajuste estructural21. Al final de los años ochenta y durante los años noventa, no solo se han cercado tierras sino que también se han inundado los mercados de las recién liberalizadas economías de África y Asia (países a los que no se les permite subsidiar a sus granjeros) con alimentos “baratos” (por ejemplo, los subsidiados, provenientes de Europa y Estados Unidos), expulsando aun más de los mercados locales a las granjeras. Mientras tanto, grandes porciones de las antiguas tierras comunales han sido absorbidas por las empresas agroindustriales dedicadas a la producción de cultivos para la exportación. Por último, las guerras y las hambrunas han forzado a millones de personas a abandonar sus tierras. Todo esto se ha visto seguido de una gran crisis reproductiva cuyas proporciones no se habían alcanzado ni siquiera durante el periodo colonial. Incluso en regiones que antaño fueron famosas por su productividad agrícola, como el sur de Nigeria, los alimentos son escasos hoy en día o demasiado caros para la mayor parte de la población, que como consecuencia de los ajustes estructurales ha tenido que enfrentarse simultáneamente a la escalada de precios, la congelación salarial, la devaluación de las divisas, el desempleo masivo y los recortes en los servicios sociales22. Aquí radica la importancia de las luchas de las mujeres por la tierra. Las mujeres han supuesto el principal paracho-

que del mundo proletario frente a las hambrunas provocadas por el régimen neoliberal del Banco Mundial. Ellas han sido las principales oponentes frente a la exigencia neoliberal de que sean los “precios del mercado” los que determinen quién debe vivir y quién debe morir, y son ellas las que han proporcionado un modelo práctico para la reproducción de la vida bajo un modelo no comercial.

Las luchas por la subsistencia y en contra de la globalización en África, Asia y Latinoamérica Enfrentadas a una renovación del impulso de la privatización de tierras, de la extensión de los cultivos comerciales y del incremento en los precios de los alimentos durante la era de la globalización, las mujeres han recurrido a diferentes estrategias para oponerse a las instituciones más poderosas del planeta. La estrategia primordial adoptada por las mujeres para defender sus comunidades del impacto del ajuste económico y de la dependencia del mercado global ha sido la expansión de la agricultura de subsistencia incluso en los centros urbanos. El caso de Guinea Bissau resulta bastante ilustrativo: desde principios de los años ochenta las mujeres han plantado pequeños jardines con verduras, mandioca y árboles frutales alrededor de la mayor parte de las casas en la capital de Bissau y en otras ciudades, y han elegido renunciar en tiempos de carestía a las posibles ganancias que pudiesen obtener de la venta de sus productos para asegurarse que sus familias no sufran por la falta de alimentos23. También en referencia a África, Crista Wichterich señalaba cómo, durante los años noventa, la agricultura de subsistencia y los huertos urbanos (cooking pot economics [economía de puchero]) resurgieron en muchas localidades, y que las responsables de todo esto eran mujeres de clase baja, en su mayor parte:

En Dar-es-Salaam, en lugar de arriates de flores frente a las viviendas de protección oficial de los mal pagados funcionarios, había cebollas y árboles de papayas; pollos y plataneras en los jardines traseros de Lusaka; huertos en las medianas de las calles principales de Kampala, y especialmente en Kinshasa, donde el sistema de suministro de alimentos hacía mucho tiempo que se había derrumbado [...] [También] en las ciudades [keniatas] [...] las franjas laterales de las carreteras, los jardines frontales y los descampados fueron ocupados inmediatamente con maíz, plantas y sukum wiki, la col más habitual de esta zona.24

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Pero para expandir la producción de alimentos, las mujeres deben poder ampliar la cantidad de tierra a la que tienen acceso, y este acceso peligra debido a las campañas impulsadas por las agencias internacionales.. Pero para expandir la producción de alimentos, las mujeres deben poder ampliar la cantidad de tierra a la que tienen acceso, y este acceso peligra debido a las campañas impulsadas por las agencias internacionales para mercantilizar el uso del suelo y crear un mercado de bienes raíces25. Para mantener las tierras de cultivo, otras mujeres han preferido quedarse en las zonas rurales, mientras que la mayor parte de los hombres han emigrado, lo que ha provocado una “feminización de los poblados” y que los trabajos los realicen mujeres que cultivan solas o en cooperación con otras mujeres26. La necesidad de mantener o expandir la tierra para cultivos de subsistencia es también en Bangladesh una de las principales luchas de las mujeres rurales, hecho que condujo en 1992 a la formación de la Landless Women Association [Asociación de Mujeres Sin Tierra], que desde entonces ha llevado a cabo innumerables ocupaciones de tierras. Durante todo este tiempo, la asociación ha conseguido realojar a 50.000 familias, enfrentándose a menudo con los propietarios de las tierras en violentos choques. Según Shamsun Nakar Doli, una de las líderes de esta organización y a la cual le debo esta información, muchas de las ocupaciones de tierras se producen en chars, pequeños islotes poco elevados formados por el depósito de barro y tierra que se acumula en los cauces de los ríos e incluso en el mismo río27. Estos nuevos lotes de tierras, tal y como recoge la ley bangladesí, deberían ser entregados a agricultoras sin tierras, pero debido al aumento de su valor comercial, los grandes propietarios de tierras se apoderan cada vez más de ellos; aun así las mujeres se han organizado para detenerlos, defendiéndose ellas mismas con escobas, lanzas de bambú e incluso cuchillos. También han instalado sistemas de alarma, para avisar a otras mujeres cuando se acercan los botes de los propietarios o sus matones, y así resistir su ataque o evitar que lleguen a desembarcar.

mente sus parcelas de terreno. Como relata Geraldina, una de las primeras fundadoras del CMC:

Trabajamos todo el rato, ahora más que nunca, pero también cambiamos la manera en la que trabajábamos. Experimentamos con el trabajo comunal para ver si nos permitía tener tiempo para más cosas. También nos da la oportunidad de compartir nuestras experiencias y preocupaciones. Es una manera muy diferente de vivir. Antes, ni siquiera conocíamos a nuestras vecinas.30

Las luchas de las mujeres por la tierra han incluido la defensa de las comunidades amenazadas por los proyectos de construcción erigidos en nombre del “desarrollo urbano”. Los conceptos “vivienda y realojo” tradicionalmente han conllevado la pérdida de “tierra” para la producLuchas similares por la defensa de la tierra se han mantenido en Sudamérica. ción alimentaria. Un ejemplo de En Paraguay, la Coordinación de Mujeres Campesinas (CMC) se formó en 1985 resistencia de este tipo es la lucha en alianza con el Movimiento Campesino Paraguayo (MCP) para reclamar la dis- sostenida por las mujeres en Kawatribución de tierras28. Como señala Jo Fisher, la CMC fue el primer movimiento ala, un barrio de Kampala (Uganda) de mujeres campesinas que salió a la calle para defender así sus demandas y que en el que el Banco Mundial, junto incorporó a sus reclamaciones las preocupaciones de las mujeres, condenando al con el ayuntamiento de Kampala, mismo tiempo “su doble opresión, como campesinas y como mujeres”29. patrocinó, durante 1992 y 1993, El punto de inflexión de la CMC llegó cuando el gobierno prometió grandes un gran proyecto de construcción lotes de tierras al movimiento campesino en las zonas boscosas cercanas a la fron- de viviendas que amenazaba con tera con Brasil. Las mujeres tomaron estas cesiones de terreno como una oportu- destruir buena parte de las tierras nidad para organizar una comunidad modelo, juntándose para cultivar colectiva- agrícolas de subsistencia alrededor

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o cerca de las casas de los habitantes de la zona. No sorprende que fuesen las mujeres las que se organizaran más enérgicamente contra el proyecto, mediante la formación de un comité de vecinos, Abataka Committee, obligando finalmente al Banco Mundial a retirarse del proyecto. En palabras de una de las mujeres que lideraba el movimiento: Mientras que los hombres evitaban el conflicto, las mujeres tuvieron la fuerza de decir todo lo que pensaban en los encuentros con representantes del gobierno. Las mujeres eran más ruidosas porque les afectaba directamente. Es muy duro para las mujeres estar sin ningún tipo de ingresos. [...] la mayor parte de esas mujeres son las encargadas de alimentar a sus hijos y sin ningún tipo de ingreso o comida no pueden hacerlo. [...] Si vienes y les arrebatas su tranquilidad y sus ingresos, van a luchar y no porque lo deseen sino porque las han oprimido y reprimido. 31 Aili Mari Tripp señala que la situación en el vecindario de Kawaala dista mucho de ser única. Se tiene noticia de al menos trece luchas parecidas en diferentes partes de África y Asia, donde las organizaciones de mujeres campesinas se han enfrentado al desarrollo de zonas industriales que amenazaban con desplazarlas a ellas y a sus familias y con dañar el entorno. El desarrollo industrial y urbanístico choca frecuentemente con las necesidades de la agricultura de subsistencia de las mujeres, y todo esto en un contexto en el cada vez más mujeres, incluso en las ciudades, se dedican a cultivar el terreno que tienen a su disposición (en Kampala las mujeres producen cerca del 45 % de los alimentos para sus familias). Es importante añadir que al defender la tierra del asalto de los intereses comerciales y reafirmar el principio de que “la tierra y la vida no están en venta”, de nuevo las mujeres, tal y como hicieron en el pasado frente a la invasión colonial, están defendiendo la historia y la cultura de su gente. En el caso de Kawaala, la mayor parte de los residentes de la tierra en disputa llevaban viviendo allí generaciones y allí era donde estaban enterrados sus familiares –evidencia final para muchos ugandeses de la propiedad de la tierra. Las reflexiones de Tripp sobre esta lucha por la tierra vienen al caso en este análisis: Volviendo atrás en el desarrollo de los hechos en conflicto, se hace evidente que los residentes, especialmente las mujeres que han formado parte de él, intentaban

institucionalizar nuevas formas de movilización comunitaria, y no solo en Kawaala sino con miras más amplias, de cara a proporcionar un modelo a seguir por otros proyectos comunitarios. Buscaban una alianza que recogiese las necesidades de las mujeres, las viudas, los niños y los mayores como punto de partida y que reconociese su dependencia de la tierra para la supervivencia.32 Hay que mencionar otros dos tipos de desarrollo junto a la defensa de las mujeres de la producción de subsistencia. Primero, la formación de sistemas autosuficientes regionales dirigidos a garantizar la “seguridad alimentaria” y a mantener una economía basada en la solidaridad y en el rechazo a la competitividad. El ejemplo más impresionante a este respecto nos llega de la India, donde las mujeres han formado la National Alliance for Women’s Food Rights [Alianza Nacional por los Derechos Alimentarios de las Mujeres], un movimiento nacional compuesto por treinta y cinco grupos de mujeres. Uno de los principales esfuerzos de la alianza se ha centrado en la campaña en defensa de la economía basada en el cultivo de las semillas de mostaza, un cultivo crucial para muchas mujeres de la India, tanto del ámbito rural como urbano. Este cultivo de subsistencia se ha visto amenazado por los intentos de las corporaciones multinacionales radicadas en Estados Unidos de imponer la soja genéticamente modificada como fuente de aceite de cocina33. En respuesta a esto, la Alianza ha desarrollado “vínculos directos entre productor y consumidor” con el objetivo de “defender el modo de vida de los granjeros y las diferentes elecciones culturales de los consumidores”, tal y como declaró Vandana Shiva, una de las líderes del movimiento. En sus propias palabras: “Protestamos contra las importaciones de soja y reclamamos que se prohíba la importación de productos de soja genéticamente modificada. Como cantan las mujeres de los guetos de Delhi: «Sarson Bachao, Soya Bhagao», que quiere decir: «Salvemos la mostaza, abandonemos la soja»”. Segundo, a lo largo del planeta, las mujeres han liderado las luchas contra la tala comercial y por la protección y la reforestación de bosques, pilares de las economías de subsistencia de los habitantes de cada zona afectada, ya que les proporcionan alimento además de combustible y medicinas, y también actúan como eje de las relaciones comunitarias. Vandana Shiva, haciéndose eco de testimonios que provienen de todas las partes del planeta, afirma que son la “mayor

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expresión de la fertilidad y productividad del planeta”34. De esta manera, cuando las selvas caen bajo el ataque de la tala intensiva también significa una sentencia de muerte para los miembros de las tribus que en ella viven, especialmente para las mujeres. Por ello las mujeres hacen todo lo que pueden para evitar estas talas. En este contexto, Shiva cita a menudo el movimiento Chipko: un movimiento de mujeres, en Garhwall, a los pies del Himalaya, que a principios de los años setenta utilizaban la táctica de abrazarse a los árboles que iban a ser talados interponiendo sus cuerpos entre ellos y las sierras cuando aparecían los leñadores. Mientras que las mujeres de Garhwall se movilizaban para evitar la tala de las selvas, en los pueblos del norte de Tailandia se protestaba contra las plantaciones de eucaliptos, impuestas a la fuerza en los terrenos que anteriormente les había expropiado, con el apoyo del gobierno militar tailandés, una compañía papelera japonesa35. En África, ha supuesto una importante iniciativa el “movimiento cinturón verde” que bajo el liderazgo de Wangari Maathai crea zonas verdes alrededor de las principales ciudades, y que desde 1977 ha plantado decenas de millones de árboles previniendo la deforestación, la pérdida de suelos, la desertización y la escasez de madera para combustible36. Sin embargo, la lucha más sorprendente por la supervivencia de las selvas tuvo lugar en el Delta del Níger, donde los manglares se encuentran en constante peligro debido a la extracción de crudo. La oposición lleva veinte años organizada, y comenzó en Ogharefe, en 1984, cuando miles de mujeres del área sitiaron la planta de la empresa Pan Ocean demandando compensaciones por la destrucción de los acuíferos, de los árboles y del terreno. Para demostrar su determinación, las mujeres amenazaron con desnudarse en el caso de que se ignorasen sus reclamaciones, amenaza que cumplieron cuando llegó el director de la empresa, quien se encontró rodeado de miles de mujeres desnudas, una grave maldición a los ojos de las comunidades del Delta del Níger, que le convencieron para que aceptase efectuar los pagos de compensación37. La lucha por la defensa del territorio también se desarrolla desde los años setenta en el sitio más insospechado del mundo: la ciudad de Nueva York. El movimiento de protesta ha adquirido aquí, entre otras formas, la de huertos urbanos. La iniciativa surgió de un grupo capitaneado por mujeres llamado “Green Guerrillas” que comenzó limpiando parcelas abandonadas en el Lower East Side. En los años noventa, ya había ochocientos cincuenta huertos urbanos en toda la ciudad y se habían organizado docenas de agrupaciones comunitarias, como la Greening of Harlem Coalition, que fue fundada por

mujeres que deseaban “reconectarse con la tierra y darles a los niños una alternativa a las calles”. Hoy en día cuenta con treinta y una organizaciones y treinta proyectos38. Es importante resaltar que los huertos no solo han supuesto una fuente de verduras y flores sino que han servido para promover la construcción comunitaria y otras luchas como la ocupación de viviendas y el homesteading39. Debido a esta implicación con otras luchas y a su papel instigador de las mismas, bajo el mandato del alcalde Giuliani, los huertos urbanos han estado en el punto de mira de sus ataques, y desde hace algunos años uno de los principales retos del movimiento ha sido la lucha contra los bulldozers. Durante la última década, el “desarrollo” ha hecho que desaparecieran cien huertos, más de cuarenta de ellos arrasados por los bulldozers, y las previsiones de futuro son bastante sombrías40.

La importancia de la lucha Como hemos podido ver, en muchas ciudades del planeta los habitantes de las ciudades dependen de los alimentos que las mujeres producen mediante la agricultura de subsistencia. Por ejemplo, en África, un cuarto de la población residente en las ciudades afirma que no podría sobrevivir sin la producción de la agricultura de subsistencia. Esto lo confirma el Fondo de Población de las Naciones Unidas, que afirma que “cerca de doscientos millones de residentes de las ciudades cultivan alimentos, proporcionando gran parte de los alimentos necesarios a casi mil millones de personas”41. Si tenemos en cuenta que la mayor parte de los productores de subsistencia son mujeres, podemos entender por qué los hombres de Kedjom, Camerún, dicen: “Sí, las mujeres que mantienen cultivos de subsistencia lo hacen por el bien de la humanidad”. Gracias a ellas, los miles de millones de personas, tanto de zonas rurales como urbanas, que ganan uno o dos dólares al día no se van a pique incluso en tiempos de crisis económica. La producción de subsistencia de las mujeres se enfrenta a la presión de las compañías agroalimentarias para reducir las tierras de cultivo ―una de las principales causas del aumento de los precios y de las hambrunas― mientras que aseguran cierto control sobre la calidad de los alimentos producidos y protegen a los consumidores de los cultivos manipulados genéticamente y envenenados con pesticidas; la producción de subsistencia de las mujeres representa una forma de agricultura segura, consideración crucial en un momento en el que los efectos de los pesticidas sobre los cultivos están causando altas tasas de mortalidad

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y de enfermedades entre los campesinos de todo el mundo, comenzando por las mujeres42. Por eso, el cultivo de subsistencia otorga a las mujeres los medios esenciales de control sobre su salud y la salud y las vidas de sus familias. También podemos observar que la producción de subsistencia contribuye a la creación de un modelo de vida no competitivo basado en la solidaridad, básico para la creación de un nuevo modelo de sociedad. Esta es la semilla de lo que Veronika Bennholdt-Thomsen y Maria Mies denominan la “otra” economía la que “sitúa la vida y todo lo necesario para reproducir y mantener la vida de este planeta en el centro de su actividad económica, y social” frente a la “acumulación sin fin del dinero muerto”43.

Obras de Natalia Suárez

*Silvia Federici es profesora en la Hofstra University de Nueva York. Militante feminista desde 1960, fue una de las principales animadoras de los debates internacionales sobre la condición y la remuneración del trabajo doméstico. Durante la década de 1980 trabajó varios años como profesora en Nigeria, donde fue testigo de la nueva oleada de ataques contra los bienes comunes. Ambas trayectorias confluyen en su obra. El presente texto ha sido recientemente publicado en su libro Revolución en punto cero.Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas y se reproduce aquí gracias a las editoriales Tinta limón (de Argentina) y Traficantes de sueños (de España).

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1 Benjamín, Medea (ed.). Don’t be Afraid Gringo: A Honduran Woman Speaks from the Hearth:The Story of Elvia Alvarado. NuevaYork, Harper Perennial, 1987, p. 104. 2 Naciones Unidas, The World’s Women 1995: Trends and Statistics, NuevaYork, Naciones Unidas, 1995, p. 114. En 1988 la OIT definió a las personas que trabajan en la agricultura y la pesca como aquellas que “proveen alimentos, cobijo y un mínimo de ingresos económicos para ellas y para sus familiares” (ONU, ibídem) –una vaga definición en función de la noción de “ingreso económico mínimo” y de “suministro” que use cada uno. Más si cabe, su significado clave se deriva de las intenciones, por ejemplo, de la falta de “orientación mercantil” de los trabajadores de subsistencia y de las carencias que experimentan como el acceso al crédito formal y a la tecnología avanzada. 3 Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Gender and Agriculture [Consulta on-line: http:// www.fao.org/Gender/agrib4e.htm]. 4 El impacto social y económico del colonialismo varió profundamente dependiendo (en parte) de la duración del control colonial directo. Podemos incluso tomar las actuales diferencias en la participación de las mujeres en la agricultura de subsistencia y en la agricultura comercial como medida de la extensión alcanzada por la apropiación colonial de las tierras. Tomando como referencia las encuestas de población activa de la OIT-ONU, y teniendo en cuenta la problemática anteriormente señalada acerca de la cuantificación de la agricultura de subsistencia, podemos observar que el África subsahariana posee el mayor porcentaje de mano de obra femenina dedicada a la agricultura, 75%, mientras que en el sur de Asia es del 55%, del 42% en el sudeste de Asia y en el este del 35%. Por el contrario, América del Sur y América Central muestran los índices más bajos de participación en la agricultura, similares a los encontrados en aquellas regiones “desarrolladas” como Europa, que oscilan entre el 7 y el 10%. Esto quiere decir que los índices de participación en la agricultura tienen cierta correlación con la duración del colonialismo formal en cada región. 5 Silverblatt, Irene. Moon, Sun, and Witches: Gender Ideologies and Class in Inca and Colonial Peru, Princeton (NJ), Princeton University Press, 1987; Silvia, Federici. Calibán y la Bruja, Madrid-Buenos Aires, Tinta limón-Traficantes de Sueños, 2010. 6 Boserup, Ester. Women’s Role in Economic Development. London, George Allen and Unwin Ltd., 1970, pp. 53-55, 59-60. 7 Diduk, Susan. “Women’s Agricultural Production and Political Action in the Cameroon Grassfields” en: Africa. Vol. 59, núm. 3, 1989, pp. 339-340. 8 Diduk, Susan. “Women’s Agricultural Production” en: Op. cit., p. 343. Sobre las luchas de las agricultoras en el Camerún occidental de los años cincuenta, véase también el estudio de Margaret Snyder y Mary Tadesse, quienes escriben: “Las mujeres persistieron en sus actividades económicas durante los tiempos coloniales pese a las inmensas dificultades a las que se enfrentaban. Un ejemplo es la manera en la que se movilizaron para construir asociaciones para moler el trigo en el Camerún occidental en los años cincuenta. En esos momentos se formaron más de doscientas sociedades de este tipo con un total de 18.000 miembros. Utilizaban molinos que se poseían en común, vallaron sus terrenos y construyeron depósitos de agua y almacenes cooperativos (...). En otras palabras, durante generaciones las mujeres establecieron formas de trabajo cooperativo para incrementar la productividad grupal, para llenar los vacíos socioeconómicos de la administración colonial, o para protestar contra las políticas que les privaban de los recursos necesarios para proveer a sus familias”. Snyder, Margaret - Tadesse, Mary. African

Women and Development: A History. Londres, Zed Books, 1995, p. 23. 9 Davidson, Basil. The People’s Cause: A History of Guerrillas in Africa, Londres, Longman, 1981, pp. 76-78, 96-98, 170. 10 Carney, Judith - Watts, Michael. “Disciplining Women? Rice, Mechanization, and the Evolution of Mandinka Gender Relations in Senengambia” en: Signs. Vol. 16, núm. 4, 1991, pp. 651-681. 11 Moser, Caroline O. N. Gender Planning and Development: Theory, Practice and Trainnng. Londres, Routledge, 1993. 12 Meillassoux, Claude. Maidens, Meals, and Money: Capitalism and the Domestic Community. Cambridge (Reino Unido), Cambridge University Press, 1975 [ed. cast.: Mujeres, graneros y capitales: economía doméstica y capitalismo, México, Siglo XXI, 1993]. 13 Ibid, pp. 110-111. 14 La crisis consistiría en que si la economía doméstica pasa a ser poco productiva, no podría asegurar la reproducción del trabajador inmigrante, mientras que si es muy productiva, aumentarían los costes del trabajo ya que el trabajador podría evitar el trabajo asalariado. 15 Un buen ejemplo es Caroline Moser, una “feminista del Banco Mundial” que lleva a cabo un sofisticado análisis del trabajo de las mujeres y cuyo enfoque es, en sus términos, “emancipatorio”. Tras presentar un cuidadoso análisis de las diferentes perspectivas y enfoques teóricos sobre el trabajo de las mujeres (incluyendo el enfoque marxista), los casos que examina son dos proyectos “generadores de ingresos” y un programa de “comida por trabajo” (Gender Planning and Development, Ob. cit., pp. 235-238). 16 Los provision grounds eran terrenos cedidos para la agricultura de subsistencia de los esclavos, tierras no aptas para el cultivo de la caña de azúcar en los alrededores de las plantaciones. Pese al trabajo extra que les suponía, los esclavos encontraron en estos terrenos espacios de solidaridad y complicidad, de seguridad alimentaria, de transmisión de información, de la cultura y de tradiciones propias, y de conspiración para la rebelión. Los terrenos se trabajaban habitualmente de manera colectiva y en base al apoyo mutuo. [Nota de los traductores] 17 Bush, Barbara. Slave Women in Caribbean Society, 1650-1838. Bloomington, Indiana, Indiana University Press, 1990; Morrissey, Marietta. Slave Women in the New World. Lawrence, University Press of Kansas, 1989. Pese a todo, tan pronto como el precio del azúcar aumentó en el mercado mundial, los propietarios de las plantaciones redujeron el tiempo que otorgaban a los esclavos para el cultivo de sus terrenos. 18 Federici, Silvia “The Debt Crisis, Africa, and the New Enclosures” incluido en Midnight Oil:Work, Energy,War, 1973-1992, Nueva York, Autonomedia, 1992. Véanse, por ejemplo, los textos de Michael Chege en los que escribe acerca de los trabajadores africanos: “La mayor parte de los trabajadores africanos mantienen un pie en las zonas agrícolas; la existencia de trabajo totalmente alienado de la propiedad de la tierra todavía no ha ocurrido” (“The State and Labour in Kenya” en: Anyang’Nyong’o, Peter (ed.). Popular Struggles for Democracy in Africa. Londres, Zed Books, 1987, p. 250). Una de las consecuencias de esta “falta de alienación es que el trabajador africano puede confiar en una base material solidaria (especialmente la provisión de alimentos) de parte de la gente de los poblados en el momento que él/ella decidan ponerse en huelga”. 19 Fahy Bryceson, Deborah. Liberalizing Tanzania’s Food Trade: Private and Public Faces of Urban Marketing Policy, 1930-1988. Londres, Zed Books, 1993, pp. 105-117.

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20 El ataque lanzado por el Banco Mundial mediante los planes de ajuste estructural falsea la argumentación de Meillassoux de que la economía doméstica es funcional para el capitalismo, pero sin embargo, verifica su predicción de que se aproxima una crisis “final” del capitalismo debido a su incapacidad de preservar y controlar la economía doméstica. Cfr. Meillassoux, Maidens, Meal and Money, Ob. cit., p. 141. 21 Cfr. Federici, “The Debt Crisis”, Op. cit.; Caffentzis, “The Fundamental Implications of the Debt Crisis for Social Reproduction in Africa” en: Dalla Costa, Mariarosa - Dalla Costa, Giovanna Franca (eds.). Paying the Price:Women and the Politics of International Economic Strategy, Londres, Zed Books, 1995, pp. 15-41; Turner, Terisa E. Brownhill, Leigh S. “African Jubilee: Mau Mau Resurgence and the Figth for Fertility in Kenya, 1986-2001” en: Gender, Feminism and the Civil Commons: A Special Issue of Canadian Journal of Development Studies. Núm. 22, 2003. 22 Nigeria es un claro ejemplo del dramático declive del “salario real” y del incremento en el índice de pobreza. Este país se consideraba un país con “clase media” pero hoy en día un 20 % de la población vive con menos de dos dólares al día y un 70 % con menos de un dólar diario; estadísticas extraídas de la web de Programas de Desarrollo de la ONU. 23 Galli, Rosemary - Frank, Ursula. “Structural Adjustment and Gender in Guinea Bissau” en: Emeagwali, Gloria T. (ed.). Women Pay the Price: Structural Adjustment in Africa and the Caribbean, Trenton (NJ), Africa World Press, 1995. En Bissau, las mujeres plantan arroz durante las temporadas de lluvia en parcelas situadas en las periferias de las ciudades; durante los periodos de sequía más mujeres emprendedoras intentan acceder a parcelas cercanas para plantar alimentos que necesitan irrigación y obtener alimentos no solo para el consumo doméstico sino también para su venta. Ibidem, p. 20. 24 Wichterich, Christa. The GlobalizedWoman: Reports from a Future of Inequality. Londres, Zed Books, 2000, p. 73. 25 Una vez que la tierra se tipifica como mercancía se considera que existe un mercado de bienes raíces [land market]. Este tipo de mercado se encarga de las transacciones sobre todo tipo de bienes inmuebles (viviendas, terrenos, locales, etc.). [Nota de los Traductores] 26 Cfr. Galli y Funk. “Structural Adjustment and Gender”, Ob. cit., p. 23. 27 Este informe se basa en un testimonio oral escuchado durante la contracumbre que tuvo lugar en Praga en el año 2000. 28 Fisher, Jo. Out of the Shadows:Women, Resistance and Politics in South America. Londres, Latin America Bureau, 1993, p. 86. 29 Ibid, p. 87. 30 Ibid, p. 98.

tribunales y haciendo un llamamiento a los consumidores y productores a no colaborar con el gobierno. Shiva,Vandana. Stolen Harvest: Hijacking of the Global Food Supply, Boston (MA), South End Press, 2000, p. 54 [ed. cast.: Cosecha robada: el secuestro del suministro mundial de alimentos. Barcelona, Paidós, 2003]. 34 Shiva, Vandana. Staying Alive: Women, Ecology and Development. Londres, Zed Books, 1989, p. 56 [ed. cast: Abrazar la vida: mujer, ecología y supervivencia. Madrid, Horas y Horas, 1995]. 35 Matsui, Women in the New Asia. From Pain to Power. Londres, Zed Books, 1999, pp. 88-90. 36 Maathai, Wangari. “Kenya’s Green Belt Movement” en: Ramsay, F. Jeffress (ed.). Africa. Guilford (CT), The Duskin Publishing Group, 1993. 37 Turner, Terisa E. - Oshare, M. O. “Women’s Uprisings Against the Nigerian Oil Industry” en: Turner, Terisa (ed.). Arise!Ye Migthy People!: Gender, Class and Race in Popular Struggles. Trenton (NJ), Africa World Press, 1994, pp. 140-141. 38 Wilson y Weinberg. Ob. cit., p. 36. 39 El término homesteading se refiere a las prácticas por las que un hogar puede ser autosuficiente, en la medida de lo posible, tanto en la producción de alimentos como en relación a la sostenibilidad energética. Aunque el modelo se ha extraído del mundo rural, es decir, de aquellas pequeñas granjas dedicadas al autoabastecimiento, se ha exportado a las zonas urbanas y a sus extrarradios. En función del espacio disponible en la vivienda se llega a pasar de la agricultura en macetas a la producción de miel y biocombustible. Es una tendencia bastante extendida tanto en EE. UU. como en los países del norte de Europa. [N. de los T.] 40 Wilson y Weinberg. Ob. cit., p. 61. 41 United Nations Population Fund, State of the World Population 2001, Nueva York, 2001. 42 Benjamín, Medea (ed.). Don’t be Afraid Gringo: A HonduranWoman Speaks from the Hearth:The Story of Elvia Alvarado. NuevaYork, Harper Perennial, 1987, p. 104. 43 Naciones Unidas, The World’s Women 1995: Trends and Statistics, Nueva York, Naciones Unidas, 1995, p. 114. En 1988 la OIT definió a las personas que trabajan en la agricultura y la pesca como aquellas que “proveen alimentos, cobijo y un mínimo de ingresos económicos para ellas y para sus familiares” (ONU, ibídem): una vaga definición en función de la noción de “ingreso económico mínimo” y de “suministro” que use cada uno. Más si cabe, su significado clave se deriva de las intenciones, por ejemplo, de la falta de “orientación mercantil” de los trabajadores de subsistencia y de las carencias que experimentan como el acceso al crédito formal y a la tecnología avanzada.

31 Tripp, Aili Mari. Women and Politics in Uganda. Oxford, James Currey, 2000, p. 183. 32 Ibid, p. 194. 33 Este intento de introducir el aceite de soja sufrió un espaldarazo en 1988 cuando se descubrió que el aceite de cocina de mostaza de producción local había sido misteriosamente adulterado hasta tal punto que cuarenta y una personas murieron como resultado de su consumo. El gobierno prohibió entonces su producción para la venta. La Alianza Nacional respondió llevando el caso ante los

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MATRIARCAS LITERARIAS

Las pioneras de la Argentina ilustrada Un recorrido por la caligrafía esmerada y decidida de mujeres capaces de sacrificarse por amor a la patria pero también de saltar los rígidos muros hogareños del siglo XIX para ganar las calles. Allí están las cartas de Mariquita Sánchez, plenas de ideales emancipatorios; el desvelo por la educación femenina en los escritos de Juana Paula Manso; el nacimiento de la novela y la construcción del rol social de la mujer de letras que encarna Juana Manuela Gorriti; y la embajada cultural con los nuevos mapas textuales instituidos por Eduarda Mansilla.

Por María Gabriela Mizraje BOCA DE SAPO 26. Era digital, año XIX, Abril 2018. [GINECEO] pág. 14


Hay héroes porque hay mujeres. Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles (1870)

Gente de ley Desde Mariquita Sánchez de Thompson afirmando “Qué loca estoy por ir a ver a todas mis patriotas! Voy a escribir la historia de las mujeres de mi país. Ellas son gente”1 hasta Juana Paula Manso que es precisamente una de esas mujeres y se propone escribir nada menos que la historia de este mismo país de una forma accesible para los más jóvenes y los niños, la escritura –historiográfica y mucho más intensamente ficcional y poética– de la Argentina reconoce en las plumas empuñadas por mujeres, a partir del siglo XIX, una huella que pasa a contrapelo y con frecuencia a la deriva, hasta constituir un contracanon de la cultura nacional. Los mortales que originariamente habían oído el grito sagrado de la libertad mantenían encadenadas al palenque de sus dormitorios, sus cocinas y –en el mejor de los casos– sus salones a las mujeres que los acompañaban. Y las rupturas constituían actos revolucionarios en el terreno político y abandonos unilaterales –y demasiado frecuentemente irresponsables– en el doméstico. Mayo de 1810 y Julio de 1816 se convirtieron en los paradigmas ineludibles frente a los cuales medir y contra los cuales contrastar toda acción de la sociedad o del gobierno; la memoria de aquellos días amplificó en papeles y relatos orales los acontecimientos hasta entreglosar la leyenda con el parte oficial, el recurso mnemotécnico con el discurso epidíctico, la ejemplaridad hagiográfica con la arenga. Entre las flechas que salen de La Aljaba, la primera revista que redactada por manos femeninas está destinada a las mujeres, leemos “Amor a la patria”, una constante en el ideario maya retomado por su fundadora, Petrona Rosende de Sierra (1787-1845). Tras explicar lo que ese amor no es (o, al menos, lo que no es en primer lugar o profundamente: no es la ternura por los antecesores ni el afecto por los compatriotas), define qué debe entenderse por tal concepto fundamental: “Amor a la patria es esa fuerte e irresistible adhesión a las leyes que nos rigen, cuando estamos convencidos de sus ventajas benéficas”. Así se expresaba esta mujer rioplatense el 26 de noviembre de 18302. El texto se completa con los siguientes conceptos:

El amor que debemos tener a nuestra patria no es aquella ternura de que no podemos prescindir con respecto a los que nos han dado el ser o a los que estamos ligados por vínculos de la sangre: sentimiento algunas veces muy fuerte pero siempre limitado. Tampoco es el amor a la patria el afecto que tenemos a los que han nacido en nuestro propio país: amor a la patria es esa fuerte e irresistible adhesión a las leyes que nos rigen cuando estamos convencidos de sus ventajas benéficas. Amor a la patria es el aprecio y respeto que profesamos a los que gobiernan y son los verdaderos representantes de las leyes a quienes estamos adictos. Amor a la patria es esa repugnancia noble que nos afecta contra todo lo que la deshonra o degrada. Amor a la patria es ese sentimiento que nos impele simultáneamente a repeler con nuestras fuerzas, con nuestros caudales y hasta con nuestra sangre y vida a cualquier invasor que intenta uncirnos al yugo de su ambición y tiranía... ¡Amor heroico! ¡Amor muy grande en las almas nobles!!! Resulta impecable el discernimiento de Rosende de la fatalidad, obligación o determinación por un lado y la adhesión voluntaria y responsable por otro. Sobre él gravitan el apuntalamiento de la soberanía, la defensa (con atributos casi utópicos) del sistema representativo, el par conceptual conformado por impeler y repeler (sentimiento para impeler a la patria y su defensa, el primero, y para repeler a cualquier invasor, el segundo) y todo el procedimiento de antítesis sobre el cual articula su pensamiento y exhortación. Solía repetirse por convención que la afectividad de las mujeres está por encima de su racionalidad.Y esta idea estructurante va a resultar fundamental a la hora de pensar en su alfabetización. En el caso de Rosende y sus definiciones del amor a la patria, se demuestra que la racionalidad debería tener ventajas sobre la afectividad. Dicho aspecto precisamente se promueve desde esa pieza magistral que es el artículo citado: adhesión a las leyes más que a los sentimientos por los ancestros o los compatriotas. Ni la historia ni la contemporaneidad –desde el punto de vista afectivo– deberían obnubilar la objetividad necesaria para evaluar las posibilidades de la “Patria” y pertenecer a ella. Sin embargo, los adjetivos que rigen esa “adhesión a las leyes” son atributos marcadamente emocionales: “fuerte” e “irresistible”. Así, entre discernimientos y precauciones, pero también entre impulsos incontrolables, se van armando las racionalidades pasionales femeninas: estrategias políticas y literarias de las mujeres argentinas.

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Resulta evidente que sin dichas transgresiones no habría sido posible la revolución. Que no hay cambio profundo político-social y sexual de género sin transgresión. Las independentistas del siglo XIX [Las mujeres] son columnas de los Estados Petrona Rosende, “Nación y mujer”, La Aljaba, n° 2, 19/11/1830 Pues, las pioneras, las nuestras, son las matriarcas literarias de la Argentina independiente. En una fundación cultural para la que resultaron imprescindibles las transgresiones, los nombres a menudo tuvieron que torsionarse o velarse (con el seudónimo viril o el anónimo que las desterraba del país de las letras) y lo que ahora reconocemos como la historia mayúscula se fue amasando paso a paso entre las puntillas y los baúles de mujeres tan lúcidas como audaces. Resulta evidente que sin dichas transgresiones no habría sido posible la revolución. Que no hay cambio profundo político-social y sexual (de género) sin transgresión. En ese escenario recorremos, tras el telón de masculinos ecos cargados de los juramentos de muerte en nombre de la gloria patriótica, la caligrafía esmerada y decidida de mujeres capaces de sacrificarse pero también de ir haciéndose lugar, de modo que los muros hogareños cedieran sus encerrados perímetros hasta ganar las calles, permitiendo el ingreso de voces alternativas, no solo porque irrumpiera un ideario amante de la emancipación, sino además porque podían ser portadores del mismo tanto los hombres como ellas. Así hallamos las cartas de la patria, con los valores libertarios y las culturas femeninas de manos de Mariquita Sánchez3; el desvelo por la educación de las mujeres, la literatura y el periodismo en los insomnios de Juana Paula Manso4; el nacimiento de la novela y la construcción del rol social de la mujer de letras que encarna Juana Manuela Gorriti5; la embajada cultural con los nuevos mapas textuales y los nuevos géneros instituidos por Eduarda Mansilla6. Estas son las más destacadas, prolíficas, precursoras, ejemplares. Pues, entre muchos otros rasgos trascendentes de todas, con Sánchez advertimos el delicado equilibrio entre poder político, poder doméstico, diplomacia y autoexilio; a través de Manso somos testigos del peso de la autonomía y la militancia, con la pedagogía en ciernes; mientras que junto a Gorriti advertimos el resplandor de la herencia haciendo pie en la propia historia –literaria–; y con Mansilla, las claves de la pampa ilustrada y la conquista de la prensa a gran escala.

Pero circularon muchos más nombres femeninos por esos territorios del periodismo y la literatura, en general reacio a la inclusión de las mujeres, no solo porque eso no era lo esperado por parte de la sociedad decimonónica y del público lector en su conjunto, sino porque incluso las personalidades con gran autonomía intelectual, como Lucio Victorio Mansilla, planteaban reticencias de variada motivación. “Otra mujer. ¡Literata y poetisa! ¡Y argentina por añadidura, al parecer!”, se inquietaba ese escritor sagaz en una de sus charlas, mientras alertaba preguntando: “¿Cuándo se convencerán nuestras familias que en América es precario el porvenir de las literatas y que es mucho más conducente el logro de ciertas aspiraciones que escribir con suma gracia, saber coser, planchar, cocinar? ¡Y cuándo se fundará un gran establecimiento de educación en el que estas cosas se enseñen científicamente bien!”7. Entre nosotras –este es también un título de la escritora y educadora Carlota Garrido de la Peña–, Josefina Pelliza, Rosa Guerra, Agustina Andrade, Manuela Villarán, Luisa Pujol, Adela Castell, Ma. Eugenia Echenique, Matilde Elena Wuili, Lola Zinny, Carolina Freyre, Celestina Funes, Eufrasia Cabral, Edelina Soto y Calvo, Silvia Fernández y Lola Larrosa (nacida del otro lado del río) son algunas de las autoras de poemas, narrativas, ensayos y páginas periodísticas del siglo XIX. Otra es Mercedes Sasor –cuyo apellido constituye un anagrama de Rosas–, la hermana del Restaurador, que presenta María de Montiel, Novela contemporánea (1861), poco después del par de obras inaugurales de su joven sobrina Eduarda Mansilla, El médico de San Luis y Lucía Miranda (1860).

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La publicación de Mercedes Rosas de Rivera es varios años posterior a la caída de Juan Manuel, pero la memoria estaba muy fresca y la palabra Rosas era aun un imán en las mentes. Lo sanguíneo y lo sangriento de las pasiones seguía dándose cita. De hecho, la bella y lúcida Eduarda tuvo que soportar con dificultad ese peso del nombre, pero lo compensó entre la herencia y la pertenencia de los Mansilla y los García. Con lazos familiares o no, es preciso destacar que Rosas adquiere un protagonismo indiscutible en la vida intelectual y en la producción escrituraria de las mujeres más relevantes hasta fines del siglo XIX. Su pasaje por Palermo deja una estela frente a la cual ellas se irritan o se encandilan, o ambas cosas, pero que resulta insoslayable: Mariquita, Manso, Gorriti, Eduarda cumplen con ese programa voluntario o fatal. (No estamos diciendo que el Gobernador propiciara una atmósfera cultural luminosa sino que estas mujeres, precisamente por estar atentas a un campo de saberes e inquietudes, no pueden obviarlo, pero además –y esto sí es una elección– no quieren callarlo.) Rosas está no solo en sus cartas y diarios privados, sino además en sus novelas, en sus obras de teatro y en textos más programáticos. Complementariamente, Domingo Faustino Sarmiento no puede ni quiere dejar de hablar de estas mujeres. En especial de Juana Manso, su colaboradora más allegada, pero también de varias de las otras; aunque en algún momento lo hace para discutir algún hecho o concepto, se refiere a ellas sobre todo para alentarlas en su defensa de la instrucción y en los espacios que van ganando. Plantados así los escenarios, los colores autóctonos en las páginas de tales mujeres operan como índices inequívocos. De su tierra natal surgen a menudo el celeste y el blanco y el rojo punzó. Y los paisajes son, en general, andinos para Gorriti, llanos para Mansilla, urbanos para Manso y la refinada Mariquita, delimitando así una geopolítica de la literatura atenta a lo propio y sensible tanto a los matices citadinos como a las paletas rurales, tanto a las obras de la civilización como a las determinantes de la naturaleza indomable. En sus escrituras íntimas (palabra siempre ambigua si de escrituras se trata), donde entran los diarios y las cartas, además de sus páginas de recuerdos, podemos observar las primeras inscripciones de la persona femenina y singular empujando oscilantes hasta acertar con el mejor tono para las conjugaciones del yo –ese “enfadoso pronombre”, tal cual lo llamó

Gorriti. De ahí que vayan presentándose a jirones, como fragmentos de las vidas que asoman, atentos a la pulcritud y el decoro que deben guardar las damas (sujetas a su propio control y censura). Sus obras permiten ver el desfile del romanticismo hasta lo tardío y géneros literarios aun en boga, como la narrativa histórica (en la que Gorriti es maestra, en la que Manso y Mansilla también se destacan y que Rosa Guerra prueba) o la de viajes (en la que Eduarda Mansilla viene a descollar con memoria fotográfica y gracia indudables). Pero de manera previa, paralela –y en ocasiones simultánea– a sus plumas sorprendentes engalanando los anaqueles de la patria difícil, para remontar vuelo también están las otras, las que en lugar de ensuciarse con lacres sobre los papeles se manchan con sangre de los cuerpos. Ellas ponen los suyos en las luchas por la emancipación. Así van habilitando el camino de las que seguirán, porque sin las armas y las entregas decididas de la teniente coronel Juana Azurduy de Padilla desde el Alto Perú, sin la generosidad de Gregoria Pérez a los pies del Ejército del General Manuel Belgrano, sin la alférez Manuela Pedraza, “la tucumanesa”, heroína frente a los ingleses, o sin el arrojo de la sargento mayor Remedios del Valle, cuando en Sudamérica toda ha sonado la hora de liberarse, ninguna ficción –histórica o no– habría logrado alumbrar, con tanto derecho, desde las entrañas de estas tierras, las voces irreemplazables de las mujeres argentinas. Las que pasaban Nada hay más despiadado para una mujer como su sexo Juana Manuela Gorriti, Lo íntimo, c.1893 El visionario Manuel Belgrano ya aconsejaba, a fines del siglo XVIII, la instrucción de las mujeres en escuelas gratuitas. Melchora Sarratea, Joaquina Izquierdo, Flora Azcuénaga se cuentan entre las primeras en procurársela y distribuirla. José Antonio Wilde, en Buenos Aires desde setenta años atrás (1908), llegó a señalar la pobreza en tal sentido que padecieron las mujeres: “Entonces se les enseñaba a leer mal, a escribir mal, las cuatro reglas de la aritmética, y, en casos raros la música y el baile; perdiendo, por consiguiente, la oportunidad de reportar todas las ventajas que ofrece el talento natural de la mujer argentina”8.

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Y con gracia sin par, en Las beldades de mi tiempo (1891), Santiago Calzadilla, quien supo recordar en la madurez no solo la belleza sino también la inteligencia de las mujeres de su infancia y juventud así como de aquellas otras que las precedieron, se refiere a la señora Azcuénaga como “una personalidad que actuaba en política, y sus opiniones eran respetadas y atendidas por aquello que dice: «que lo que la mujer quiere, Dios lo quiere»”9. Este mandamiento cuasi-religioso, de divino humor, sirve como ícono. En 1823 se crea la Sociedad de Beneficencia con sus escuelas para niñas, donde M. Sánchez cumple un rol decisivo. Tal cual la conciben muchas madres e hijas de aquella Argentina fundante, de la emancipación patriótica se desprende la emancipación femenina, pero a su vez la educación de las mujeres (de la cual depende la emancipación femenina) puede ser, debe ser y es uno de los mejores instrumentos para lograr dicha emancipación de la patria. Para contribuir a ello fue que en 1830 la poeta Petrona Rosende de Sierra gestó y redactó aquella combativa revista La Aljaba, que sobrevivió, hasta enero de 1831, arrojando un total de dieciocho ejemplares. Significativamente se lanzaba por la Imprenta del Estado,

dos veces por semana y al precio de dos reales. Rosende se convierte así en nuestra primera periodista, la cual, convencida de que gran parte de las penurias de entonces se debían a la ignorancia, había decidido difundir la urgencia de la necesidad de contar con mujeres instruidas. Al rastrear sus textos perdidos o empolvados en hemerotecas y al intentar recomponer sus biografías, puede observarse hasta qué punto, como un rasgo de coquetería femenina o un descuido legal y censal, la historia de muchas de nuestras mujeres comienza con una imprecisión de su ingreso en el mundo. Llegar –no cabe duda– llegaron, pero no se sabe bien cuándo ni cómo, con latidos inaudibles y llantos que se pierden. Una metáfora de inserción que implica un destino pujante para definir lo identitario y el lugar en la sociedad. Así, los diccionarios, historias de la literatura o libros críticos, las pocas veces que las registran no suelen ser unánimes con las fechas de nacimiento ni con los datos en su conjunto10. Algo se esfuma, se escapa de las manos, mucho más que lo que suele perderse en cualquier típica reconstrucción historiográfica, simplemente porque se desatendió y se desentendió el valor que constituían esas vidas y esas obras para la cultura nacional.

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De esas reconstrucciones, resulta imprescindible resaltar cómo el espíritu de Mayo, la gesta patria donde muchas de estas mujeres han visto participar a sus padres o a sus maridos o a sus hermanos, es el altar de sus imaginarios. Toda ficción heroica allí hallará su verdadero molde, y todo hombre que se cruce en su camino (literario o vital) en definitiva resultará pequeño por comparación. Esto es lo que construyen sus textos y lo que tejen sus entrelíneas. La nobleza que siguen persiguiendo ha quedado ahí como una meta a ser repetida, no en el anhelo de los enfrentamientos bélicos, en absoluto, sino en el deseo del desinterés y la valentía al servicio del bien común, en la firmeza de los ideales y en el estímulo de las libertades para el Estado-Nación. La patria, como una gran familia, requerirá también de sus femeninos cuidados. Y sus relatos no se cansarán de armar la propia historia, aquella que incluye el sacrificio hogareño, como la que narra Gorriti contando la hacienda cedida por su padre a las arcas de la Independencia o la entrega a la causa gloriosa por parte de sus tíos en el Noroeste, o aquellas otras que construyen una fantasía siempre ejemplificadora de esas mismas virtudes de renunciamiento y de coraje. En el caso de la excepcional Mariquita Sánchez (1786-1868), que ubica sus memorias en la época del Virreinato que le tocó vivir para contrastarlas con los ideales que siguieron, se trata de alguien que no busca compensaciones exteriores (“el que obra bien tiene la recompensa en su propia conciencia y corazón. Hagamos pues el bien”)11; sin embargo su orgullo es legítimo por haber sido, en los tiempos resplandecientes, acreedora de las medallas de la Independencia que “ninguna dama de mi país tuvo”12, recibidas de las manos de Belgrano y de San Martín. Por todo lo demás, fue una mujer que amó tanto que se atrevió a pedirle al Virrey Sobremonte, en contra de todo mandato familiar, que la autorizara a casarse con Juan Thompson.Y lo consiguió. Presentó y recomendó a tantos que contactarla y visitarla era un hecho obligado para cualquiera que pasase por Montevideo o Buenos Aires, en sus estadías de uno y otro lado del río, según subían o bajaban las mareas de la política argentina y de sus ánimos. Y fue la referencia de los unitarios en el exilio. Pensó, leyó y enseñó tanto que las jóvenes generaciones de los librepensadores del Plata la tuvieron por tutora y maestra, por madre espiritual y jefa intelectual. Escribió tantas cartas que se convirtió en una corresponsal de lujo de la vida pública y en la amorosa guardiana, llena de delicadezas y esmeros, de las intimidades de la prole. En unas y otras páginas, tanto en aquellas destinadas a los hombres del poder presente o futuro, simbólico o gubernamental, como en aquellas otras enviadas a los miembros de la familia, Mariquita Sánchez –rasgo destacable– es una mujer que busca y propone soluciones. En ocasiones, enfrentada con los límites de lo real, estas revisten formas utópicas, pero en la mayoría de los casos, sus ideas tienden a considerar lo empírico y tomar atajos para los mejores accesos, hasta domesticar lo posible. Resulta por ello tanto una mujer de experiencia como siempre actualizada. “Vuelva usted los ojos a los compatriotas” –le sugería a Esteban Echeverría en 1840, desde su diario (más político que íntimo), escrito desde el exilio en Montevideo y dirigido a este amigo (de su hijo Juan Thompson y, de otro modo, acaso aun más de ella).

Obras de Natalia Suárez

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Por su parte, la valiente salteña Juana Manuela Gorriti (1816-1892), como respondiendo al título de su gran compilación de relatos, Sueños y realidades (1865), equilibra el potente llamado de la historia y el eco envolvente de la leyenda. Mucho de la historia, antes o después, llega desde Buenos Aires o hasta esa ciudad inquieta, creciente; mucho de la leyenda bajará de los Andes, del altiplano, de esas pausadas soledades. Insoslayable “El pozo del Yocci” –una de sus mejores piezas, de 1869– para lo uno; inolvidable “El guante negro” (1861) para lo otro. Gorriti se ubica en el centro del romanticismo y toda su narrativa se despliega bajo ese sello. La languidez, la tristeza, las sombras, los contrastes son rasgos que la caracterizan. Está atenta a los movimientos y sucesos culturales del mundo y es anfitriona de viajeros que visitan nuestra orilla con sus partituras de música, sus voces, sus obras de arte o sus libros. Dentro del campo literario argentino, Gorriti es quien prueba realmente el formato de novela, desentendiéndose del modelo del folletín y alcanzando la “nouvelle”. La herencia oral la ha marcado para siempre, tanto como la cultura letrada; dicha oralidad a menudo es legada por la gente de servicio que circula por su familia a lo largo de su infancia y adolescencia. Gorriti es fiel a esos testimonios en el interior ya de sus ficciones, ya de sus recuerdos autobiográficos, como La tierra natal (1889), donde entra Martín Güemes. En Bolivia y Perú vive no solo largos períodos sino acontecimientos decisivos, puesto que llega a ellos escapando de sendas persecusiones políticas a los hombres con los cuales le toca compartir su vida, aunque quizá con signo inverso: en el primer caso huye de un caudillo –Facundo Quiroga– junto a su padre (1831); más tarde, en 1847, huye con un caudillo que es su esposo –Manuel Isidoro Belzú, futuro Presidente de Bolivia. Una historia de exilios que la desarraiga y la arraiga sustitutivamente, en eslabones que son puertos que acabarán por formar su libre cadena literaria, como se advierte en una especie de diario fragmentario que escribe hasta su muerte bajo la carátula de Lo íntimo. En contraste con los escritores locales canónicos de su época, el rescate y la resolución literaria del universo aborigen colocan a Gorriti, dentro del paradigma de la literatura argentina, en la punta de lanza de una corriente que solo dará sus frutos mucho más tarde, y a su vez en diálogo intenso con colegas de América Latina con preocupaciones ideológicas y estéticas similares,

como Clorinda Matto de Turner (quien luego, a partir de 1895, residirá en Buenos Aires). También Juana Manso (1819-1875) tuvo un pasaje importante por el resto de nuestro continente, y una capacidad singular para observar allí donde los territorios analíticos y críticos parecían quedar vírgenes, ya por la indiferencia, ya por el desencadenamiento de teorías inaceptables. Fue, sin duda, la más rara entre las raras mujeres excepcionales de nuestro siglo XIX. Quizá también la más solitaria, por fatalidad o por elección, o mejor dicho por la fatalidad a la que la condujeron muchas de sus elecciones, en las que se mantuvo con coherencia y franqueza. Una disidente, como el cementerio en el que debieron descansar sus restos tras haberse prohibido su ingreso al de la Chacarita. De las giras de conciertos junto al violinista Francisco de Saá Noronha, su marido, resultaron grandes escenarios ficcionales, en especial para la novela sin precedentes en nuestro país, titulada La familia del comendador, la cual transcurre en territorio brasileño. Allí la sensibilidad humana sin reblandecimientos literarios, combinada con la claridad conceptual y la comprensión de los paradigmas políticos, le hizo reparar en la problemática de la “raza negra” y de la esclavitud en forma extraordinaria. De hecho, la vocación política de Manso es insoslayable, y hasta podríamos afirmar que es la primera mujer realmente militante de nuestra república democrática. Su causa era la de D. F. Sarmiento, a quien le brindó apoyo de campaña en el camino a la Presidencia y fue su colaboradora más fiel en el terreno pedagógico. Igualmente fundó y escribió varios periódicos, entre ellos, el Álbum de señoritas. Y lloró sobre su cierre igual que ante la evocación de la tumba de su padre en inevitable suelo extranjero. No por audaz menos desgarrada, Juana Manso saltó ostracismos y violencias, y llegó a conocer dulzuras en el magisterio. Ya antes, a escaso tiempo del Facundo, se atrevió a su propio desciframiento con Los misterios del Plata definidos como “Episodios históricos de la época de Rosas”, suerte de novela histórica que funciona como signo de la generación de 1837. Pero tanto fresco epocal, tanta voz sin titubeos y tanta calle la estigmatizaron. Sarmiento la previene y la anima: “Una mujer pensadora es un escándalo. Ay, pues, de aquel por quien el escándalo venga. ¡Y usted ha escandalizado a toda la raza!” –sostiene desde Nueva York en 186713.

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Pero ella, desde sus rincones en Buenos Aires, siempre parece responder como el personaje que no quiere emigrar, en su drama de 1864 sobre La Revolución de Mayo, 1810: “No me pertenezco, ¡soy de la patria!”. En cuanto a Eduarda Mansilla de García (18341892), llega a la escena literaria con todos los atributos: es bella, es inteligente, es elegante; despliega gracia y es dueña de talentos probados en diferentes disciplinas. Sabe del hogar y del mundo, tiene calle, campo y salón, como pocas mujeres de su época. Sarmiento advirtió públicamente desde El Nacional en el otoño de 1879: “Ne touchez pas a la reine!”. Y sí, era una reina de las pampas. Sus señas personales se encubren en general con un nombre masculino; publica sus primeras novelas bajo la firma de “Daniel” en el diario La Tribuna, propiedad de los hermanos H. Florencio y Mariano Varela, amigos del clan Mansilla. Nicolás Avellaneda, que conoce el secreto de la verdadera autoría pero no lo divulga, exclama desde las columnas de El Nacional que se trata de una “bella y brillante perla de la literatura argentina”. Desde París, Eduarda tiende un tercer folletín a doble voz –la adoptada y la propia, la lengua francesa y la castellana–, que es, a la vez, una premonición y una denuncia. Denuncia de la arbitrariedad y los juegos de la política que hunden a los más pobres. Premonición porque en ese terreno cabe la locura materna, en la plaza incesante, ante la injustificable desaparición de un hijo a manos del poder de turno.

De esa novela increíble dada por entregas en L´Artiste en 1869 y titulada Pablo ou la vie dans les Pampas, repercuten los ecos en la Argentina. Un año después, Buenos Aires la sigue paso a paso en las sucesivas apariciones de La Tribuna que prepara su propio hermano, encargado de vertirla al español, permitiendo un recíproco lucimiento . Los Cuentos infantiles (1880) con los que acompasó las cunas de sus seis hijos y en los que fue pionera de alta penetración psicológica, gran fuerza visual, universos lúdicos y perspectivas éticas; los relatos recogidos en Creaciones (1883) donde volverá a advertirse el buceo en las subjetividades y el despunte de lo fantástico; las obras de teatro, como La marquesa de Altamira (1881), y los diálogos inesperados de una novela como El amor (1885) donde la pasión se vuelve esquiva; la música, las tertulias, en fin, el gran caudal invaluable va a unirse a la soledad de los últimos tiempos, su desilusión traducida en el deseo explícito de que nada suyo se reedite, el baúl póstumamente extraviado con sus escritos conocidos e inéditos, como otra gran metáfora de la (mujer) argentina. Inaugurando el siglo siguiente, todos aquellos esfuerzos letrados y vitales de las mujeres previas parecen hallar un hito que las resume y las redime dentro del campo cultural, al menos en cuanto al suceso de su indiscutible repercusión. Asistimos a la transición travestida como medio de la conquista del éxito femenino que lleva a cabo Emma de la Barra (1861-1947), con una novela (Stella, de 1905) en la cual la autora se

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Pero circularon muchos más nombres femeninos por esos territorios del periodismo y la literatura, en general reacio a la inclusión de las mujeres, no solo porque eso no era lo esperado por parte de la sociedad decimonónica y del público lector en su conjunto. enmascara en un enigmático señor llamado “César Duayén” y se convierte en best-seller, alcanzando cifras de venta sin parangón en el medio literario. Quedamos, ahora sí, frente a las independientes del siglo XX. Desde entonces y más tarde seguirán llegando las rupturistas, continuadoras firmes en la Argentina literaria, donde se sumerge Alfonsina Storni. De cara a la profesionalización y a la apertura de las vanguardias, donde sonríe Norah Lange y Victoria Ocampo acaba convirtiéndose en gestora cultural, muchos cambios habrán de producirse. Son otros tiempos, son otros cuentos.Y otras revoluciones. De las mujeres argentinas, para todos. Hasta el estallido presente, a gran escala, con una nueva voz, que no podría gravitar sin los ecos tendidos y sostenidos desde aquellas, su fuerza acaudalada, su convicción y su esperanza.

*María Gabriela Mizraje es filóloga, crítica literaria y escritora. Profesora e investigadora en diversas universidades e instituciones argentinas y del extranjero, y actualmente en la UNTREF (Instituto de Ciencia y Tecnología). Publicó numerosos libros de investigación, crítica y rescate de autores argentinos, entre otros tópicos, así como múltiples artículos, dispersos en libros académicos, revistas especializadas y publicaciones de divulgación. Entre sus obras se destacan: Argentinas de Rosas a Perón (1999), Mujeres. Imágenes argentinas (1993), Norah Lange, infancia y sueños de walkiria (1995).Y la reciente edición del volumen Katherine S. Dreier, Cinco meses en la Argentina desde el punto de vista de una mujer (2016). El presente artículo retoma de manera abreviada el capítulo “Literaturas y políticas de mujeres. De las letras de Mayo a los lustres del Centenario”, publicado por Hugo E. Biagini y Arturo A. Roig en el volumen Del Bicentenario a las Luchas Emancipadoras (Historia alternativa, autonomía y etnicidad), Editorial Académica Española, 2013.

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1 Dice exactamente, en carta a su hija Florencia Thompson (sin fecha), en el verano de 1852, tras el triunfo de Urqui­za en Case­ros: “¡Qué loca estoy por ir a ver a todas mis patriotas! Voy a escri­bir la historia de las mujeres de mi país. Ellas son gen­te”. Véase Mariquita Sánchez, Intimidad y política. Diario, cartas y recuerdos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004, p. 260 (edición crítica a cargo de María Gabriela Mizraje). 2 Véase La Aljaba, Buenos Aires, Imprenta del Estado, n° 4, 26 de noviembre de 1830, p. 4, columna 1. (He actualizado ortografía y puntuación en la transcripción posterior). 3 Cfr. Mariquita Sánchez: Intimidad y política. Diario, cartas y recuerdos, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004 (edic. crítica a cargo de María Gabriela Mizraje). Recuerdos del Buenos Aires virreynal, Buenos Aires, Ene, 1953 (edic. a cargo de Liniers de Estrada). Cartas de Mariquita Sánchez, Buenos Aires, Peuser, 1952 (comp. y prólogo de Clara Vilaseca). 4 Cfr. Juana Manso: La familia del Comendador, Buenos Aires, Impr. Bernheim, 1854. Los misterios del Plata, Buenos Aires, Impr. Los Mellizos, 1899; y Buenos Aires, López Muñiz, 1924. Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Buenos Aires, 1862, y edic. sucesivas. La Revolución de Mayo, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1864. 5 Cfr. Juana Manuela Gorriti: Sue­ños y rea­li­da­des, Buenos Aires, Casavalle, 1865 (2 vols.). Introducción de José María Torres Caicedo, edición y epílogo de Vicente Gil Quesada. Panoramas de la vida, Buenos Aires, Casavalle, 1876 (2 vols.). Prólogo de Mariano Pelliza. Mis­celáneas, Bue­nos Aires, Impr. de Biedma, 1878. Introducción y biografía a cargo de Pastor S. Obligado. El mundo de los recuerdos, Buenos Aires, F. Lajouane, 1886. Oa­sis en la vida, Buenos Aires, F. Lajouane, 1888. La tie­rra natal, Bue­nos Aires, F. La­jouane, 1889. Prólogo de Santiago Estrada. Cocina ecléc­tica, Buenos Ai­res, F. Lajouane, 1890. Perfi­les, Buenos Aires, F. Lajouane, 1892. Vela­das lite­ rarias de Li­ma, 1876-1877, Buenos Aires, Impr. Euro­pea, 1892. Lo íntimo, Buenos Aires, Ramón Espasa, s/f (aparecida póstumamente [c.1893]). Prólogo de Abelardo Gamarra.

6 Cfr. Eduarda Mansilla: El médico de San Luis, Buenos Aires, 1860 (seudónimo Daniel). Editado como El médico de San Luis: novela americana, Buenos Ai­res, La Biblioteca Popular de Buenos Aires, 1879. Edic. utiliza­da: EUDEBA, 1962 (novela). Lucía Miranda, Buenos Aires, 1860 (seudónimo Daniel). Segunda edición con su propio nombre, Buenos Aires, Impr. de Juan A.Al­sina, 1882 (novela históri­ca). Pablo ou la vie dans les Pampas, Paris, E. Lachaud, 1869 (nove­la). Cuentos, Buenos Aires, Impr. de la República, 1880. La marquesa de Altamira, Buenos Aires, 1881 (drama en prosa). Recuerdos de viaje, Buenos Aires, Impr. de Juan A. Alsina, 1882. Creaciones, Buenos Aires, Impr. de Juan A. Alsina, 1883 (relatos y teatro). Un amor, Buenos Aires, Impr. de El Diario, 1885 (novela). 7 Mansilla, Lucio Victorio, Entre-nos. Causeries del jueves, Buenos Aires, Hachette, 1963. (Primera edición: Buenos Aires, Casa Editora de Juan Alsina, 1889 a 1890, 5 vol). 8 Wilde, José Antonio, Buenos Aires desde setenta años atrás, Buenos Aires, Imp. y Estereotipia de La Nación (serie “Los Clásicos Argentinos”), 1908. 9 Calzadilla, Santiago, Las beldades de mi tiempo, Buenos Aires, Sudestada, 1969 (Primera edición: 1891). 10 Ver al respecto: Percas, Helena, La poesía femenina argentina (18101950), Ma­drid, Edic. Cul­tura Hispánica, 1958. De Sosa de Newton, Lily: Las argentinas de ayer a hoy, Buenos Aires, Zanetti, 1967. Diccionario biográfico de mujeres argentinas, Buenos Aires, Plus Ultra,1986. Auzá, Néstor Tomás, Periodismo y feminismo en la Argentina. 1830-1930, Buenos Aires, Emecé, 1988. 11 Carta de M. Sánchez a Félix Frías (sin datación), recogida en Mariquita Sánchez, Intimidad y política, obra cit., p. 330. 12 Carta de M. Sánchez a Juan Bautista Alberdi, datada en Buenos Aires, 13 de marzo de 1863 y recogida en Mariquita Sánchez, Intimidad y política, op. cit., p. 352. (En bastardilla en el original). 13 Ver: Sarmiento, Domingo F. Obras, Buenos Aires, Imprenta Mariano Moreno, 1899, XXIX.

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ACTUALIDAD

LAS VELADAS LITERARIAS Idea y Coordinación de Ana Ojeda y Jimena Néspolo Producción audiovisual de Carolina Rosaspini

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l 23 de marzo arrancó el ciclo Las Veladas Literarias, creado con el objeto de reunir a escritoras, especialistas y público a fin de reflexionar, leer, discutir y/o polemizar sobre problemáticas inherentes al quehacer literario, así como también difundir las propias producciones individuales de cada una de las panelistas. Conscientes de la fuerte impronta patriarcal que articula el canon de la literatura argentina (y de la literatura en general), estos encuentros están motorizados por la necesidad de poner en valor la literatura escrita por mujeres a lo largo de dos siglos y hacer dialogar ese rico acervo con las producciones del presente, creando vasos comunicantes. Arrancamos con un encuentro-homenaje a la literatura de Juana Manuela Gorriti, recordando las míticas “veladas” limeñas del siglo XIX que la escritora argentina supo fraguar con fervoroso espíritu republicando: civismo y republicanismo fueron dos conceptos fuertemente operativos alrededor de los cuales se configuró un modelo de educación femenina. A partir de la introducción de nuevos hábitos, la ceremonia de la lectura y la escritura como práctica grupal, las veladas literarias de Juana Manuela supieron proyectar el espacio sim-

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bólico de la casa familiar en un hogar ilustrado donde las mujeres pudieran dialogar a la par con los hombres sobre cuestiones acuciantes de la Patria Grande. Este primer encuentro se articuló pues en torno al eje Las veladas: Juana Manuela Gorriti. “Lo femenino” como dimensión interior, y contó con la presencia de Tununa Mercado, Graciela Batticuore y Mariana Docampo. Gracias al registro y la edición audiovisual de Carolina Rosaspini, aquí ofrecemos a los lecto-espectadores la posibilidad de deleitarse con algunos minutos de aquella espléndida velada acaecida en la librería Caburé.

Seguí Las Veladas Literarias por el canal YouTube de Boca de Sapo (https://www.youtube.com/channel/UCTg_A-oBBP6hSlYoGgGPXdw)

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Las próximas veladas estarán dedicadas a reflexionar sobre los siguientes temas: * Fantasy y adolescencia: Liliana Bodoc. El público infantojuvenil. * Cine y literatura: Beatriz Guido. Guionar el presente. * Rosa Guerra entre malones. La cuestión del indio ayer y hoy. * Chicas modernas: Sara Gallardo y Libertad Demitrópulos de viaje. * Ser peroncha: Aurora Venturini. Desparpajo y literatura. * La línea militante: Fina Warschaver. * Las niñas malas de Silvina Ocampo. Infancia, feminismo y crueldad. * Picar en punta: Eduarda Mansilla. El comienzo de la novela argentina y el fin de la grieta.

*Ana Ojeda es escritora, editora y traductora. Licenciada en Letras (Diploma de Honor) por la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado –entre otros– las novelas Modos de asedio (2007), Falso contacto (2012), No es lo que pensás. Sobre la imposibilidad de viajar (2015), Mosca blanca mosca muerta (2017).Y los libros de relatos Motivos particulares (2013), La invención de lo cotidiano (2013), Necias y nercias (2017).

*Jimena Néspolo es poeta, editora e investigadora de CONICET. Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado –entre otros– los poemarios Papeles cautivos (2002) y La señora Sh. (2009); las novelas El pozo y las ruinas (2011) y Episodios de cacería (2015); los ensayos Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio Di Benedetto (2004) y Tracción a sangre. Ensayos sobre lectura y escritura (2014). Dirige desde 1999 la revista Boca de Sapo.

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ADELANTO

Las mujeres a la cama Ofrecemos un adelanto de Fantasmal. Viaje al corazón del cine argentino 1897-2017, el nuevo ensayo de Florencia Eva González que publicará en breve editorial Colihue. Boca de sapo, con motivo de la edición dedicada al Gineceo, adelanta un capítulo sobre el nuevo rol de la mujer a partir de la década del sesenta. Más activas sexualmente, se desplaza el lugar de diva o de trabajadora a personajes contradictorios, jaqueando también el lugar de los hombres y poniendo sobre el tapete temas que aun hoy son controvertidos, como el aborto, la monogamia o la prostitución.

Por Florencia Eva González

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l cine desde sus comienzos es un espacio de dominio masculino. Tanto desde la perspectiva técnica, el poder de creación y la manipulación de máquinas es un terreno casi exclusivo de hombres que componen un todo en el paisaje de los artefactos. Esos dispositivos de captura de imagen y de cuerpos han sido potestad privilegiada del ejercicio de poder masculino tanto en la pantalla como en las guerras, módulos de una misma estrategia en lo que refiere a una apropiación del punto de vista detrás de la mira de la cámara. El mecanismo de interpelación del discurso cinematográfico funciona para la platea como un rasgo que reproduce el discurso sexista legitimado tautológicamente a través de los filmes. Este procedimiento también remeda formas en que se impone la violencia cuando se reproducen los comportamientos de una sociedad en la que predominan la instrucción y la ley del hombre. A las mujeres como objeto sexual, naturalizando las relaciones de desigualdad, se las presenta como personas que aprenden a ceder, pactar, cooperar, entregar, obedecer, cuidar... y casi nunca a luchar, a mandar ni a desobedecer. Las acciones que se asocian con lo femenino no conducen al éxito ni al poder. Los años sesenta, con la pastilla anticonceptiva y la revolución sexual, inician un período de progresiva libertad y una paulatina independencia amatoria-erótica de la mujer, disociando el acto sexual de la reproducción. Allí se produce un primer quiebre sobre el que me interesa reflexionar. Que otros personajes femeninos copen la pantalla en la década del sesenta, desplazando a Mirta Legrand, Tita Merello y Zully Moreno por Elsa Daniel, Graciela Borges y María Vaner, expresa más que un cambio fisonó-

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mico. Y si bien comienza a virar el lugar femenino, de divas o trabajadoras a mujeres con una sexualidad más activa, en ningún caso significa necesariamente que se aborden temas desde el punto de vista de una mujer. Más bien parece la apuesta de un cine argentino que se renueva y que apunta a la actuación, a perfiles de personajes más profundos y atribulados que logran poner sobre el tapete, de a poco, conflictos más contradictorios y sin final feliz. Olga Zubarry, la actriz joven que más filmaba en la década del 40, reconocida por público y crítica (nunca actuó en teatro, era puro producto cinematográfico y después pasó a la TV), protagoniza el presunto primer desnudo del cine argentino1 posando para un escultor (Guillermo Bataglia) en El ángel desnudo (1946) de Carlos Hugo Christensen, sobre guión de César Tiempo. Un flashback en unas vacaciones en Río de Janeiro2 donde ella juega en la playa explica los motivos por cuales el padre entrega a su hija adolecente a Renard, el consagrado artista. La espalda desnuda fue demasiado para la época y bastó para que la actriz se convirtiera en un ícono sexual de los estudios Lumiton. Y repiten fórmula Christensen-Tiempo-Zubarry en 1948 en Los Pulpos. Luego le siguen El extraño caso del hombre y la bestia (1951), donde una aparición de cinco minutos alcanza para mostrar su sensualidad, y La muerte camina en la lluvia (1948), entre otras. Anteriormente Christensen había filmado Safo, una historia de pasión (1943), película que muchos críticos coinciden en apuntar como el film inaugural en el género erótico. El punto de vista en el cine impone y legitima una mirada, aunque esta conformación no decante necesariamente en un discurso lineal y uniforme. En esta configuración, el punto de vista femenino ha sido subsumido en una perspectiva masculina como armazón

hegemónica, repartiendo roles en un manojo de posibilidades. El abanico abre rótulos que van de la prostituta a la monja, de las vampiresas a las amas de casa, de las víctimas a las brujas, y así. En la década del sesenta, con el Nuevo Cine Argentino, el abordaje adquiere otro peso dramático y se ponen en jaque las instituciones del ámbito privado –la pareja, el matrimonio, la maternidad– colocando lentamente en cuestión valores del patriarcado y antiguas tipologías sexuales. Este viraje coloca el cuerpo –principalmente el femenino, con todas las derivaciones que esta exposición contiene–, desnudo y sexual, en un nuevo lugar. Las películas dramáticas y eróticas de Isabel Sarli, que debuta en 1958 con El Trueno entre las hojas, co-protagonizada y dirigida por Armando Bo, mueven el avispero. La dupla realizará una larga lista de películas, todas destinadas de manera descarnada al público varonil. ​La cámara la maneja un hombre y la sumisión queda por parte de la mujer, aunque con resistencias. Son conocidas las tretas de Bo para poder filmar el desnudo frontal de Sarli, el primero de estas características en el cine argentino. Según testimonios de los protagonistas, en el guión figuraba una escena donde el personaje se bañaba desnuda en el río, pero le habían aclarado a Sarli que la escena se haría con una malla color carne. En el momento de hacer las tomas, la malla no apareció. Luego de una larga discusión el director la convenció, diciendo que “no se le iba a ver nada”. De lo que no se percató la Coca de que Armando Bó le había mostrado la toma con una lente 35 pero luego la filmó con una de 150, lo que dio como resultado que su cuerpo desnudo cubriera toda la pantalla. Con los años, en esta anécdota, de evidente contenido machista y de distribución de poder respecto a quien posee los medios delante y detrás de cámara, se sigue traduciendo el flagrante engaño en fogosa gracia. Indudablemente, que los directores y productores –y demás roles predominantes– sean ocupados por hombres refuerza casi sin excepción el punto de vista masculino en el cine, y lo torna todavía en los años sesenta, hegemónico, patriarcal y naturalizando la desigualdad, también en el set. De todas maneras, más allá de los pocos matices de los personajes ideados para Sarli por parte de Armando Bo, quien además fue su pareja, marcan poca linealidad de la mirada y variabilidad de los puntos de vista con carga identificatoria. En ese sentido, se puede observar cómo Sarli ha logrado convertirse en icono pop,​icono gay y activo símbolo sexual de varias generaciones.​Su trabajo ha sido revalorizado décadas más tarde por su contenido camp, naif,

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kitsch y grotesco, lo que a su vez convirtió a sus filmes en películas de culto. Lentamente también en esta época se abren espacios detrás de cámara. Es el caso de Eva Landeck, la primera cineasta argentina, que sale del total anonimato y filma en 1974 Gente en Buenos Aires, según su propio guión, una historia donde las relaciones puede que no sean como se esperan. Un vendedor (Luis Brandoni) conoce a una estudiante (Irene Morack), se gustan y se encuentran en las reconocibles calles de Buenos Aires, pero descubren que se llevan mejor telefónicamente. Volviendo a las películas de la Generación del sesenta, las temáticas siguen relacionando a las mujeres con el espacio íntimo, por mucho que sus vidas hayan logrado intervenir en el espacio público. Pero en este nuevo contexto aludido, se involucra a los varones, lo que redunda, necesariamente, en una visión que extiende otra mirada sobre la familia, el futuro, los vínculos en general y sobre la sexualidad, las relaciones pre y extramatrimoniales, la prostitución, el debut sexual, las prácticas anticonceptivas y el aborto. Estos temas fueron incorporados significativamente en los contenidos argumentales del cine nacional de los años sesenta. Aunque no sin problemas de censura y autocensura. Es el tiempo en que el gobierno de Onganía afianza sus consignas conservadoras en el ámbito privado y apunta, principalmente, a los jóvenes. El ideal de familia que tiene como pilar al matrimonio monógamo y heterosexual es la respuesta a la subversión de “la moral y las buenas costumbres” que muchas publicaciones y películas muestran. Desde el Estado se va construyendo, de esta manera, una definición de “cultura legítima” y “verdadera” que protege a la nación católica de la penetración ideológica extranjera y de un modelo de sexualidad que induce a la perversión, al adulterio, y al desorden en las relaciones.

Se deben apretar las clavijas morales. Para ello en enero de 1969 se establece una ley (N° 18019), más severa que otra anterior, donde se aduce la preocupación de los poderes públicos por la influencia del cine sobre las costumbres de la población. En este contexto de censura y control social, algunas películas ponen a disposición del público una serie de datos e informaciones que no suelen ofrecerse en otros ámbitos y se nombran hechos que antes se callaban, como aborto o sexualidad libre. Este gesto de censura contrasta con la ausencia total de una política de educación sexual y el nulo apoyo estatal hacia los programas de planificación familiar, a lo que se suma la influencia de la Iglesia Católica que solo acepta las relaciones sexuales dentro del matrimonio y con fines procreativos, proponiendo la abstinencia como única solución para limitar la natalidad. Fuera de este marco, tan temido y estigmatizado, no solo se viene el comunismo sino que desde el cine europeo ataca una “nueva” sexualidad, exponiendo pensamientos y prácticas que una gran parte de la opinión pública considera “inmorales”. Intercambio de pareja, sexo grupal, oral, anal y otras formas fueron vistas en La Dolce Vita, Amarcord y 8 y medio de Federico Fellini, Los amantes de Louis Malle, El silencio de Bergman, Masculino femenino de Jean-Luc Godard, La luna y luego Último tango en París de Bergman, entre otras de Pasolini como Saló o los 120 días de Sodoma, por ejemplo. Sobresalen especialmente en esos años producciones suecas, como Adorado John de Käre John y Matrimonio sueco de Ake Falck, que logran asociar a las mujeres suecas con experiencias más desprejuiciadas. Influenciado por el cine europeo, el renovado cine argentino coloca como protagonistas a jóvenes de clase media, y media alta, que no quieren repetir el modelo de familia, status y trabajo de la generación anterior, pero no logran imaginar otro. Como se dijo, una de las películas más emblemáticas de este movimiento es Los jóvenes viejos (1962) de Rodolfo Kuhn, donde el hastío y la desorientación invaden la vida de tres jóvenes varones que asumen no tener nada para hacer.

Los que parecen más abiertos sexualmente se revelan como los más conservadores.

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–Hoy es una de esas noches que me gustaría tener mucha guita –¿Para qué? –Para filmar –¿Qué filmarías? –Una historia de tipos jóvenes, tipos como nosotros. – Qué aburrido. Ellos son Carlos (Emilio Alfaro), un estudiante universitario de Derecho que dejó la facultad y le oculta el hecho a su posicionada familia, Roberto (Alberto Argibay), un cineasta que no consigue financiamiento para sus proyectos, y Ricardo (Julio Rivera López), vinculado a la industria de la televisión. Hijos de profesionales, comerciantes e industriales que viven y piensan de manera snob, leen la “Justine” de Lawrence Durrell, frecuentan a las modelos de televisión y se pierden en los night-clubs de Olivos, jugando a cambiar parejas o disparando ironías fáciles contra sus padres. Indudablemente, no se trata de una camada de rebeldes: es una generación tempranamente deteriorada, carcomida, castigada. Kuhn filma, a los 28 años, una historia en espejo, con Roberto, el personaje que quiere filmar a sus contemporáneos, los jóvenes viejos. Como deporte y sin mucha convicción, emprenden aventuras sexuales y de conquista que no logran satisfacerlos. Son insaciables en eso de buscar insatisfacción. A la noche en la boite le siguen el vacío y el hartazgo, y así resuelven una escapada imprevista a Mar del Plata. Planean un viaje que más bien parece una huida.

de esas películas extranjeras. Roberto: –Pasan la vida diciendo que la guerra los puso así. Carlos: –Por lo menos tienen las guerras. Ricardo: –¿Qué decís? ¿Estás loco? Carlos: –Por lo menos pueden usar las guerras para justificarse. Pero nosotros, ¿qué podemos usar? Ricardo: –¿Para justificar qué? Carlos: –Para justificar. El remate proviene del personaje que posee más conciencia de sus contradicciones, tal vez el más escéptico y quien termina paradójicamente creyendo, como ninguno: Roberto: –Usémoslo a Perón. Es lo más cómodo y bastante influyó. Camino a Mar del Plata, comen bocaditos de caviar riéndose del hambre mientras pasan por una villa miseria. Roberto:–Este país depende de nosotros. Carlos: –Pobre país. Cuando llegan al mar, conocen a tres jóvenes mujeres que parecen vivir el mismo tedio y ensimismamiento. –¿Qué hacen en Mar del Plata en invierno? –Estar.

Y así están las cosas para los jóvenes de los sesenta. Los Ricardo: –¿Y qué vas a hacer cuando tu mamá se dé que parecen más abiertos sexualmente se revelan como cuenta que no estás ahí? los más conservadores. Roberto, el más interesado en llevar Carlos: –¡Viví el presente! Hacé como los muchachitos señoritas a la cama, exige que su futura esposa sea virgen.

El trío de muchachos atribulados en Los jóvenes viejos no saben qué hacer de sus vidas más allá de lo que sus familias bien posicionadas y las convenciones tienen previsto para ellos. A las chicas les pasa lo mismo.

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Carlos: –¿Cómo te imaginás tu futura esposa? Roberto: –Virgen. Ricardo: –Lo dice en serio, eh. Las mujeres de estas películas parecen tener las cosas más claras. O por lo menos, ensayan cuotas menores de hipocresía. –¿Me vas a llamar? –¿Y tu noviecito? –Me voy a casar con él, no me acuesto con él. Los inconstantes (1963), película de Kuhn del año siguiente, tiene un prólogo de pocos minutos sin relación aparente con el resto del film, que podría ser una declaración de principios de la época. En esa escena una criatura descubre que Santa Claus es su padre y se aviene a simular que no lo sabe. La doble cara es lo que prima en esta época, dejando en evidencia que la mentira rige desde los primeros años de vida, pero al mismo tiempo, intenta formular una crítica contra esa educación burguesa. En este film se observan puntos de contacto con Los jóvenes viejos. También dos muchachos salen hastiados de una fiesta porteña y resuelven desintoxicarse en la playa, en este caso, en la inexplorada Villa Gesell. La fuga acaba en desencuentros amorosos, en conversaciones vacías y en un mismo conato de suicidio. Las mujeres de estas películas se muestran activas, capaces de desafiar a los muchachos y de devolverles sus ironías. Al igual que ellos, están atrapadas en la angustia de la existencia y en mandatos sociales, a lo que suman diferencias de género, pero que solo ocasionalmente son cuestionadas, porque finalmente se naturaliza que ellos deben triunfar en sus carreras y ellas, lograr un buen matrimonio. El doble juego puede notarse en cómo se vive la sexualidad en Los jóvenes viejos, donde ellas parecen más liberadas de ataduras, pero finalmente siguen las reglas de la doble moral, que separa firmemente el noviazgo de las relaciones íntimas. Las protagonistas que transgreden esa norma viven la desdicha condenatoria de quedar embarazadas de un novio a quien quisieran abandonar. Sofía (María Vaner) se enamora de Roberto (Alberto Argibay) y decide continuar amargamente su embarazo y su relación anterior, desistiendo de vivir su nuevo amor. Trance similar vive Ana (María Vaner) en Tres veces Ana (1961) de David José Kohon. Ana accede a vivir sexualmente

un tórrido romance con su pareja (Luis Medina Castro), en hoteles de 200 pesos la hora. Incluso es ella quien lo invita al hotel. Pero poco a poco le recrimina que la relación se reduzca al sexo. El reclamo no dura mucho ya que llega la noticia del embarazo. Entonces la decisión de él es taxativa: no quiere ese hijo y le propone abortar. Ante la negativa de Ana, la abandona. Pero, finalmente, superada por las circunstancias, ella accede a practicarse un aborto, facilitado, sin escamotear sermones, por un tío médico. Esta intervención se presenta como una salida costosa en términos monetarios: “Se necesita plata para tener un hijo y se necesita plata para no tenerlo”. Esta frase pertenece a Los que verán a Dios (1963) de Rodolfo Blasco, cuya historia se basa en una pareja de jóvenes que se casa “de apuro” y sin contar con el apoyo de sus familias. A los tres meses de embarazo y sin posibilidades económicas, la pareja con desigual opinión –quien empuja a esta resolución es él– opta por un aborto, palabra que no será nunca nombrada y se reemplaza por “operación”. El problema es que es muy caro y no tienen el dinero. Juan trata de conseguirlo y se cruza con personajes estereotipados, muy sombríos, que combinan con la sordidez de los escenarios, y así, termina desistiendo de la idea. La mujer ya había renunciado a la idea del aborto, pero el film parece más interesado por el derrotero de quien parece tener la última palabra, que es el varón. El final los muestra felices, sin casa ni trabajo pero con la placidez en el rostro de la lección aprobada. Estos filmes terminan portando dosis enormes de moralina y de alineamiento de las conciencias consternadas por la puesta en escena de una intimidad ordenada. En la segunda parte de Tres veces Ana, “El aire”, se describe el encuentro de un joven con un grupo de personajes librados al azar, y ahí Ana encarna a una mujer voraz de sexo pero también de contención, siguiendo el doble juego de la época. Y el tercer episodio, “La nube”, se centra en un retraído empleado de un diario, que imagina un posible amor en un rostro femenino que asoma tras un ventanal. Pero Ana resulta ser un maniquí. En 1968 se estrena Maternidad sin hombres de Carlos Rinaldi, que intenta otra vuelta de tuerca, poniendo sobre el tapete los nuevos métodos anticonceptivos, también el aborto, el infanticidio, la falta de educación sexual, la “explosión” demográfica, la corrupción de menores, el comercio de niños y las fallas legales en el sistema de adopción.Todo eso y además, la

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–Hay dos tipos de salida, uno cobarde y otro valiente: yo elijo el cobarde

En Tres veces Ana se habla de aborto.

problemática de la “madre soltera” y una consideración “patológica”. El centro de la acción se da en una clínica: el médico, la nueva asistente social y las pacientes van a su turno desplegando distintas historias, dando voz a los especialistas, un panel de médicos, psicólogos, juristas y asistentes sociales. El guión, escrito por Ulises Petit de Murat, dice estar elaborado por documentos basados en la crónica policial, archivos carcelarios, fichas de tribunales y registros de centros de asistencia social, mientras que fotografías y escenas de un parto por vía vaginal y por cesárea refuerzan la osadía y el realismo de la película. A pesar de parecer loable y “moderna”, la exposición de estos temas y las historias referidas finalmente acentúan los diseños clásicos de discriminación. Por ejemplo, en los casos más complicados, las mujeres son analfabetas, obreras, tienen hijos de diferentes padres y se hace alusión a “hogares bien constituidos” o hijas “de padres normales”. De este modo, el embarazo no buscado se justifica por las malas condiciones sociales y económicas, suponiendo que estas carencias generan un comportamiento particular entre quienes las sufren, tal como se escucha de boca de una “experta”: “¿Qué moral se puede tener en la miseria?”. Las mujeres que se animan a transgredir teniendo sexo por fuera del matrimonio, queda claro en estos films, son castigadas. Aquella que es abandonada embarazada mata a su hija con la excusa de “salvarla” del destino de ser mujer logrando que el suyo sea la cárcel. Otra que participa de una fiesta y que está dispuesta a intimar con uno de los organizadores muere escapando de un intento de violación. Hasta la asistente social será madre soltera, aunque no le faltan recursos para pagar un aborto seguro, pero decide flagelarse por su “error” y renunciar al “verdadero” amor.

Esa reflexión sale de la boca de una de las mujeres de Los jóvenes viejos, atraída por Carlos para decirle que volverá con su novio rugbier quien tiene la virtud de asegurarle un buen pasar económico. En el mismo sentido piensa Sonia, aunque su embarazo, que destruye moralmente a las demás jóvenes parejas, no solo le impide vivir su reciente amor, sino que colisiona de frente con la posibilidad de libertad del cuerpo femenino para vivir el placer. En ningún momento se alude a la píldora –que ya comenzaba a existir– ni a ninguna forma de anticoncepción que no sea la abstinencia. De hecho, las jóvenes, antes de conocer a los tres muchachos, juegan con la idea de que Gertrudis, la sirvienta de la casa, tenga como verdadera misión cuidar su “virtud”. Estos filmes, como también los de Antín, proponen una nueva mirada sobre la corporeidad femenina, un punto de vista a desarrollar. Pero hay un film, menos referido, que plantea otra mirada.Varios años antes que Señora de nadie y planteando una perspectiva exclusivamente desde la mujer, Los días que me diste (1975) de Fernando Siro trata sobre la infidelidad de Amalia (Inda Ledesma), con Mario (Arturo Puig), el carnicero del mercado, bastante más joven que ella. Más allá de la culpa que tiene Amalia con su marido, al que atiende desde el desayuno hasta el último plato lavado de la cena, y de los intríngulis por la diferencia de edad, el film subraya el hastío de las relaciones sumidas en la rutina, la misma férrea inercia que torna a los vínculos inquebrantables, y las inquietudes sexuales de una mujer que agotó las posibilidades con su marido. Lo que sostiene es lo que agobia y Amalia lo va comprendiendo a través de la relación con Mario. Mientras, los fines de semana se escapan y viven su historia de amor con un sabor trágico, ya que ambos saben que es una relación que no podrá sostenerse, lo que aumenta su intensidad. Cuando Amalia lo encuentra saliendo con una chica de su edad y llora, el desconsuelo no es tanto por sentenciar la relación que ya sabía que se iba a terminar(Ya lo sabía, repite), sino porque tendrá que volver a los días cansados, marcados por el compás de la mesa servida, los recurrentes diálogos evasivos y la misma camisa para planchar. De ahí en más, vivirá sin el respiro de los fines de semana, la adrenalina de la mentira y el peso del pecado, que al fin de cuentas la despabilaba del automatismo familiar. Una familia que se muestra con

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todos los tics que una familia de clase media de barrio puede pretender de sí misma: casa propia, el marido que trabaja, ella se ocupa de la casa, los hijos que estudian, y además, son buenos vecinos que no tienen conflicto con nadie. ¿Qué más se puede pedir? De alguna manera, en el espejo de cómo las relaciones con el tiempo pierden brillo, Amalia vislumbra –sin malicia, casi inconscientemente– el futuro del reciente noviazgo de Alicia (Ana María Picchio), su joven amiga. Pero si de perspectiva trágica en las relaciones que más interesan se trata, David Kohon se lleva todos los lauros. Con la misma fórmula espaciotemporal (Buenos Aires en el transcurso de veinticuatro horas) que había utilizado en Prisioneros de la noche, realiza Breve cielo, un film premiado, que basa su factura en un guión original, en actuaciones en el punto justo de desborde y control, y en una puesta cinematográfica virtuosa. La figura de Delia (Ana María Picchio), la chica que viene de una villa de Lanús, escapando de los abusos de su padrastro para vivir como prostituta en Constitución, resignifica a los personajes de clase media afligidos por su existencia, opacos en el pensamiento del presente y pesimistas respecto a su futuro. Delia: –Si te gusto, hay que ponerse. Paco: –¿Y cuánto? Delia: –Tres lucas. Es lo que se cobra, ¿no? Estos personajes, antitéticos respecto a Delia, son apáticos, disconformes con sus acomodadas vidas y cobardes para modificar el presente que no les place. Viven en un mundo que les disgusta, pero no tienen el más mínimo impulso para poder cambiarlo. Paquito (Alberto Fernández de Rosa), huérfano, vive con sus tíos en un almacén de barrio. Una inercia aplastante, a pesar de su juventud, lo hace vislumbrar el futuro con desgano, con la carga negra de los días que vendrán iguales y previsibles. El fugaz encuentro entre Delia y Paco avizora un cielo que puede contener algo más, pero a él le falta el coraje y a ella los recursos para poder armar otra vida. Paco no se da cuenta pero comienza a ver el mundo con los ojos de Delia. Paco: –La gente, la calle... todo me suena raro. Delia: –¿Nunca venís por acá? Paco: –No… hoy me parece así. Delia provoca ese extrañamiento frente al paisaje

Los días que me diste (1975), temprana historia sobre la infidelidad de una señora casada con hijos (Inda Ledesma), con un hombre menor (Arturo Puig)

tantas veces visto. Ella tiene una irreverencia a la que otros no se animan y una conciencia feroz de sus imposibilidades, lo que le permite hacerles frente, con la fuerza que les falta a sus contemporáneos jóvenes de clase media. Han recorrido durante el día las calles de Buenos Aires y se han quedado sin dinero para entrar al baile. Ella busca opciones. Delia: “–¿Por qué tenés miedo? Tenés miedo de todo. Hay que hacer algo.” Su impulso de sobrevivencia es incontenible y ante cualquier obstáculo, Delia opta por la acción, “hay que hacer algo”, no lamentarse ni acatar las estúpidas reglas que rigen y no convienen. Así despliega un abanico de estrategias: seducir o provocar, según las condiciones que se presenten. Su capacidad es arrolladora, al punto también de entender sus limitaciones sociales. Cuando se despiden a la mañana siguiente, luego de pasar la noche juntos –lo que significó el debut sexual de Paquito–, saben que no volverán a verse. Él le pide que se quede un poco más, pero ella sabe que los milagros no existen. Delia: –Sí, me podría quedar unos días pero los vecinos… O si no, a lo mejor tus tíos me aceptan de sobrina.Yo también podría atender en el almacén. Estudiaría de noche como vos. Pero inglés no me hace falta. Yo ya sé decir:“Ailabiu”. Ai –la –biu. La evaluación sobre sus opciones es feroz y exacta, mientras Paco siente algo que no pueden definir. Apenas logra entender, y eso se torna en una nueva faceta de su imposibilidad. La línea que los divide puede ser más

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o menos tenue pero es determinante. Ella se va y él se queda pensativo. De repente, lo ha entendido todo: esa breve relación, esas 24 horas lo han sacudido. Por primera vez, se decide a actuar y sale a buscarla. Pero ella, con su fatal lucidez, está en búsqueda de clientes y niega conocerlo. Su nueva vida no permite claudicar a falsas ilusiones ni a románticos planteos. Las condiciones de existencia de Delia, delineadas con sutileza, subrayan su decisión de exponer el cuerpo como mercancía, sin juicios al respecto. Su denuedo incluye entender su cuerpo como el único territorio donde puede decidir. La vida de Delia luce igual de condicionada que la de Paco y aunque parece llevar el mismo tono gris que vis- Uno de los puntos más altos de la filmografía argentina. Kohon cuenta en Breve cielo una historia con personajes convincentes, lumbran los otros personajes jóvenes de otras pelícubasado en un guión original. las, es evidente que no son situaciones equivalentes. La pesadumbre de los niños y niñas bien sobre su futuro, regulado por las formas y las tribulaciones sobre la sexualidad, queda jaqueada, algo disminuida, ante Delia, quien, al no tener nada que perder, está en condiciones de poner en crisis un mundo con flagrantes diferencias sociales. Esa sensación no se desprende de otros personajes jóvenes de los filmes de la Generación del sesenta. Breve cielo amplifica la mirada desde el momento en que el punto de vista que Kohon propone no es ponerse en el lugar de Delia, entender sus falencias, juzgar sus elecciones o bregar por sus derechos. El film no habla por Delia, de ahí que multiplica su potencia. Tampoco se pone en el lugar de Paco, más cerca, posiblemente, de la posición del espectador. La pericia del director radica en la decisión de posarse en la relación, que luce inconclusa, imposible, entre ellos. Atravesar, vivir esa distancia, corta o larga entre dos personas, haciendo pie en sus marcas sociales sin naturalizarlas, ni pretendiendo hacer reflexiones rápidas.

1 Vestía una malla color carne que resulta imperceptible para un vistazo breve y recortado como el que ofrece la rápida toma sobre sus espaldas, con los brazos pegados al cuerpo. 2 En 1954 decidió irse del país. Primero se fue a México, pero en el camino, el productor Roberto Acacio lo convenció para que hicieran una película juntos en Brasil: Manos sangrientas y fue un éxito. Se queda en Río de Janeiro, donde había filmado algunas escenas de El ángel desnudo, y luego basará su filmografía en la adaptación de textos de autores brasileños, desde Guimaraes Rosa hasta Drummond de Andrade.

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Por más viñetas feministas

Pasado y presente de las creadoras de historietas Desde los míticos “Alfilerazos” de Niní Marshal, las recetas dibujadas de Blanca de Cotta de los años cuarenta y las tiras pioneras de Cecilia Palacio y Ada Lind publicadas en los cincuenta en la revista Tía Vicenta, este artículo recorre el siglo XX y ofrece una genealogía de la historieta feminista argentina.

Por Mariela Acevedo

H

ubo un tiempo en el que se discutía la inserción de las mujeres en los cómics: cuántas, quiénes, por qué tan pocas. La erótica de la excepción1 funcionaba como legitimadora de las que llegaban a publicar en un espacio evidentemente masculinizado. El feminismo era percibido entonces como una estrategia errónea: el talento haría que las excepcionales compartieran el éxito con los colegas. Hoy las autoras se organizan en eventos propios como festivales y muestras, se editan de forma autogestiva o venden su trabajo a editoriales que lo publican individualmente o en antologías colectivas. Ser tildada de feminista ya no parece ser un problema del que deban desmarcarse. La marea feminista en las historietas tiene su historia y en este texto repasamos cómo hicimos para que hoy hasta quienes hasta hace poco afirmaban sin ponerse coloradas “yo no soy feminista ni machista” se sientan a gusto con el tsunami violeta. Escenas de la vida historietil Descorremos un imaginario telón e iniciamos este recorrido con una escena. Corre el año 2000… El diario La Nación entrevista a la autora de Mujeres alteradas y señala: “Maitena dice que mejor hablemos de trabajo. Hablemos, entonces, de la única dama que ha alcanzado la masividad de los medios en el mundo macho de la historieta nacional” y le da la palabra a la entrevistada: “A veces me dicen: «Ay, ¿no te gustaría que las mujeres dibujaran más historietas?» Y yo digo que sí, me gustaría, pero mata ser la única. Es más, parte del secreto de mi éxito creo que se lo debo a estar sola. Si hubiese tres o cuatro, ya se habrían dado cuenta hace rato y esto no me hubiera pasado nunca. Ser la única está muy bien”. (En “Maitena: Muchacha Punk”, La Nación, 27/02/2000, el resaltado es añadido).

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Esta primera escena nos permite pensar algunos problemas en torno a la presencia/ausencia o (in)visibilidad de las autoras de historieta y humor gráfico. También pensar en las posibilidades que el feminismo abrió en un campo donde el individualismo, la meritocracia y el sexismo permean el trabajo de autoras y autores. En primer lugar, una observación: de “única dama que ha alcanzado la masividad” a “mata ser la única” hay un desplazamiento de sentidos: la entrevistadora la ubica como la única que ha superado fronteras nacionales, marca su éxito en términos de ventas y reconocimiento, pero la autora se autoadjudica una soledad en términos de ausencia de colegas y de un plumazo se borra así una genealogía de autoras de historieta y humor gráfico que resulta difícil de reconstruir. Se pasa de la más exitosa a la única existente sin escalas. La invisibilización de las colegas nos enfrenta de lleno con un problema sobre la valoración de los aportes de las creadoras de historieta y humor gráfico. Tal como ya lo planteara Linda Nochlin en su clásico ensayo ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres? (1971), la pregunta nos pone a las críticas feministas a buscar modestas contribuciones para demostrar que estábamos ahí y que también aportamos en la creación del medio. Reponer los nombres de las pioneras de quienes terminaron optando por la ilustración infantil como medio menos hostil, o evocar los esfuerzos frustrados de autoras rechazadas se convierte así en un acto de justicia que lista nombres (a veces con una somera descripción de personajes o revistas) pero no llega a cuestionar o a responder sobre el porqué de esa injusticia. Entiendo que la crítica no puede dedicarse solo a desempolvar la historia sino que también debe comprender el fenómeno y hacer visibles a las contemporáneas, las que hoy –y desde hace varias décadas– están produciendo y son invisibilizadas. En este sentido, es posible arriesgar que “Maitena” como tropo o significante opera en la construcción del campo de las historietas obturando la presencia de otras autoras. Podríamos plantear una analogía con el “efecto Curie” que se describe en el campo científico: lo que podríamos denominar el “efecto Maitena” actúa como una suerte de comodín donde, a la hora de incluir autoras, el espacio –material y simbólico– es ocupado por “la única”, “la mejor”, sin generar una verdadera apertura del espacio hegemonizado por varones. Así, el “efecto Maitena” –que en 2000 enfoca sobre una y así obtura la presencia de otras– puede ser desmontado desde una publicación contemporánea a esa

nota, donde Paulina Juszko (2000) bucea en el “humor de las argentinas” y pone como ejemplos –además de las tiras de Maitena– los trabajos de Patricia Breccia, Diana Raznovich, Ana von Rebeur, Alicia Guzmán (Petisuí) y Silvia Ubertalli, entre las autoras que publican en el mismo período. Un poco de historia de historieta “con nosotras” En rigor de verdad, mujeres en las historietas hubo siempre y hubo muchas. Como personajes e incluso como protagonistas, las mujeres dibujadas por plumines masculinos abundaron en papel: cuando se piensa en las “Chicas Divito” de cintura avispa que impusieron el uso de corset o en las eternas novias –dulces o malvadas– intuimos la “funcionalidad” de su presencia: vender un estilo de vida, atestiguar de las aventuras de los muchachos y cumplir con el rol de acompañantes y damiselas en apuros que toda aventura requiere. Esto fue en el inicio, luego a mediados de siglo XX con el “comic de autor” se apeló a un protagonismo de lo que Roman Gubern llamó las heroínas “fantaeróticas”: chicas fuertes, que cargan con el peso del relato pero en donde poco importa lo que hacen o dicen si lo hacen con poca ropa y muchas curvas. Pero también hay otra historia: una que nos incluye desde las primeras décadas del pasado siglo XX, cuando ser mujer e historietista o humorista gráfica era una combinación muy improbable en estas geografías… pero no imposible. Porque que las hubo las hubo y así lo demuestran rastreos que rescatan las viñetas de Niní Marshall, que firmaba como Mitzi sus “Alfilerazos” para la revista Sintonía (1933).

“Alfilerazos de Mitzi” (1933) Fuente: Sonrisas argentinas (blogspot)

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La pesquisa de Paulina Juszko recupera también El tema no pasa por discutir acerca de la cantidad a las guionistas Matilde Velaz Palacios y Laura de mujeres que hayan hecho del humor su profesión. Quinterno (Ada Lind) y a la dibujante Cecilia PaSería bizantino. Sin embargo, ante la evidencia de los lacio, quien publicaba en Tía Vicenta en los cincuenta, hechos, ante la no proliferación de mujeres humoristas entre varios de los aportes de las pioneras. A este lisen comparación con sus pares varones, habría que hacer tado podemos agregar los nombres de Blanca Cotta, una pregunta sobre cuál es el lugar de humor que nos que en los años cuarenta dibujaba sus recetas en tiras asignamos y permitimos.4 de historieta, y los de Idelba Dapueto y Martha Barnes, cuyos trabajos en distintas editoriales en los Aunque una acuerda en parte con este planteo, es cincuenta, les valieron la referencia de “primeras auto- necesario señalar que esta misma situación de las autoras” de historieta. ras de humor gráfico se extiende a las autoras de historieta no humorística, aunque no así a las ilustradoras dedicadas al público infantil. Por lo que al cuestionamiento sobre el humor es necesario repensarlo también desde la percepción que editoras y editores tienen de la construcción de su público lector. Tal como señala Patricia Breccia en entrevista:

Página ilustrada por Blanca Cotta (fuente: blog de Blanca Cotta)

Juszko elabora un registro muy breve de autoras humoristas y reconoce que se trata de una “esmirriada lista para un período de 180 años, durante el cual hubo en el país más de doscientas publicaciones humorísticas”, algunas de las cuales se prolongaron por más de una década2. En su listado no incluye a autoras de historieta porque su búsqueda se orienta a mujeres humoristas. Aun así, la reconstrucción de los aportes de las autoras de historieta y humor gráfico puede trazarse debido a estos aportes dispersos en publicaciones. Una contribución considerable sobre el acceso restringido de las autoras de humor gráfico es la que realiza Silvia Itkin (1988) en el segundo número Feminaria. Itkin señala allí: “(...) las humoristas no son un caso específico de discriminación, sino que ocupan y comparten el porcentaje de espacio que todas las mujeres tienen –generalmente– en los medios”3. Itkin repara además en la trampa de discutir “cuántas”:

Hay muchas ilustradoras y dibujantes en el campo de la ilustración infantil, historietistas somos pocas. Hay algo de eso de subestimar a las minas de que solo pueden hacer el dibujo ñoño, que tiene que ver con lo maternal, lo infantil. Me parece, hay algo de lo inconsciente entre comillas o invisible de que la mujer como es mamá puede dibujar mejor el mundo de los niños. Pero en el campo de las historietas hay pocas minas dibujando, pocas mujeres historietistas.Yo creo que tiene que ver con que es un laburo bastante imbancable, es un laburo muy solitario, cuesta mucho lidiar con el mundo masculino.5 A la escasa inserción de las autoras en las páginas de diarios y revistas, tenemos que sumarle la ausencia de temas vinculados al humor político: los tópicos que proponen las autoras suelen vincularse a la relación de las mujeres con el entorno afectivo. En este sentido, Ana von Rebeur explica que las veces que ella ha intentado publicar sobre otros temas que no abordan la trinidad “pareja, belleza, consumo” y ha ido al editor con una viñeta de humor político, la respuesta recibida ha sido “De esto ya tenemos. Hacé de lo tuyo”6. El interés de Silvia Itkin por comprender este y otros fenómenos desde una perspectiva feminista lleva a la periodista a abordar la representación sexista de historietas y viñetas de humor gráfico escritas y dibujadas por autores, y señala cómo las autoras no están exentas de la reproducción del sexismo, lo que adjudica a los condicionantes del medio y el público: “Amén de las

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razones de «mercado»: las revistas publican y aceptan lo que el público consume y en este sentido podríamos pensar que [las autoras] desarrollan su oficio acotadas por estas razones”7. Ciertamente no se puede achacar el sexismo exclusivamente a la acción individual de autoras/es ni obviar la propuesta editorial y el contexto de circulación, pero es posible suponer –tal como sostiene Marika Vila– que la ausencia de autoras en las páginas y la falta de historias que incluyeran a las mujeres como protagonistas antes que como meras acompañantes o espectadoras alejó a potenciales lectoras de las historietas8 (y también impidió la construcción de una genealogía visible de autoras, agregaría). Podemos pensar entonces que la propuesta editorial construye a sus lectoras/es en lugar de pensar que se trata de un grupo previamente constituido con gustos que hay que satisfacer y que se resiste a otras propuestas. Otro aspecto a destacar en las indagaciones de Itkin sobre las autoras que publican en las revistas de los ochenta es que reconoce la complejidad que implica abordar el objeto revista como un espacio coral, múltiple y contradictorio. Afirma: Inevitablemente sexista, por cuanto recoge el humor circulante sobre sexo, SexHumor da cabida sin embargo, a historietas como “Butifarra” (María Alcobre) o “Sexualidad y Familia” (Petisuí) que son sin ninguna duda, expresiones no sexistas, vertientes humorísticas que rechazan los arquetipos de mujeres y ayudan a la titánica tarea de reírnos de nosotras mismas.9 Tanto Itkin como Juszko señalan que fue en los años ochenta cuando en Argentina la presencia de autoras permite pensar en la auto-representación de las mujeres en los cómics. La democratización del campo historietil se acelera con Internet y el activismo feminista del último decenio generará a partir de 2015 un incremento en la participación de las autoras en todos los espacios. ¿Es el plumín un pene metafórico? La pregunta es una reformulación de la realizada por Sandra M. Gilbert y Susan Gubar en La loca del desván (1979). Allí las autoras intentan comprender el lugar excéntrico (en el doble sentido del término) de las escritoras decimonónicas y se preguntan irónicamente por el canon masculino que excluye a las mujeres de la creación literaria. De igual manera, y saltando la distancia, podemos acordar que este fenómeno no está determinado por ca-

racterísticas del medio. Es decir, el lenguaje historietístico no posee rasgos intrínsecos que determinen la posición dominante de los varones como autores, editores y lectores. Se trata –como caracterizó Toril Moi (1985)– de una “política sexual/textual”10 que sucede en las historietas y en otros terrenos creativos: en las bellas artes, las letras, la música, la industria cinematográfica podemos rastrear un conflicto sexual que se resume en la sentencia de Giulia Colaizzi: “Todo imaginario social es sexual”. Así, la firma del “autor” se puede pensar en paralelo a la figura del “maestro” que difícilmente se hace extensiva a las autoras. A pesar de eso, hoy las autoras de cómics publican en periódicos o en revistas especializadas, han sido editadas en libros propios o son incluidas en antologías con otras autoras y autores. La pregunta que se hacía Paulina Juszko en El Humor de las Argentinas (2000): “¿Por qué hay tan pocas humoristas?”, tal vez hoy haya mutado a: ¿cómo cambiamos esto? Aunque el paisaje compartido entre autoras de historieta y humor gráfico delinea la percepción de que –tanto la expresión humorística como las narraciones de aventura dibujadas– escenifican un territorio masculinizado… Entonces, el horizonte se tiñó de violeta. Panorama actual Listar nombres, investigar sobre el lugar social de las autoras, recuperar parte de una historia olvidada es un acto de justicia pero no suele alcanzar para cumplir con el fin al que se aspira: el de reconocer e incorporar a la historiografía a quienes hace unas décadas atrás abrieron un camino para las que la peleamos hoy. La tarea arqueológica –siempre necesaria e incompleta– permite demostrar que estuvimos ahí y habilita a pensar qué de sustantivo aporta una mayor participación de autoras en el medio en las últimas décadas y cuáles fueron/son/siguen siendo los obstáculos para nosotras como creadoras. Este apartado quedará en deuda con muchas autoras. El panorama es incompleto y todos los días podríamos sumar nuevas creadoras. Ana Merino (2016) señala que entre las nuevas historietistas: Se van asentando las voces gráficas de autoras como Powerpaola, Maliki, Sol Díaz, Julieta Arroquy, Sole Otero o Agustina Guerrero. Creadoras que profundizan en el intimismo autobiográfico, el humor reflexivo y que se proyectan muchas veces en el espacio digital con blogs y webzines, donde su trabajo está en continua evolución”.11

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Merino no da cuenta de que algunas de estas autoras ya saltaron a la publicación profesional con una opera prima de alta calidad. A las ya mencionadas podríamos sumar los nombres de Nacha Vollenweider, María Luque, Paula Sosa Holt y Jazmín Varela y agregar un apartado de autoras que en breve ocuparán los escaparates de novedades como Gato Fernández, Florencia Pernicone, Delfina Pérez Adán y Natalia Lombardo, entre otras. Los avances son notorios: La inserción de autoras es progresiva desde los años ochenta y exponencial desde 2010. Han proliferado nuevas voces y miradas que cuestionan y presentan otro tipo de relaciones entre los géneros en el plano simbólico, espacio de lucha por el sentido de prácticas y discursos que tienen efectos concretos en la vida de lectoras y lectores. Además, una mayor cantidad de autoras disputan el reconocimiento de su labor historietil en redes sociales y publicaciones profesionales. Pero lo cierto es que aun hoy la inserción en el campo es desigual. Aun así, diferentes proyectos y espacios se han hecho eco de la obra de las historietistas en los últimos años. Cuando entre 2010 y 2013 encaré la edición de revista Clítoris12, parecía existir una vacancia: la publicación se proponía llevar al papel la producción de autoras que estaban publicando solo en la web. La intención era

generar una propuesta gráfica desde coordenadas feministas. En 2007 había encontrado las Siestas de Mirta Lamarca, una autora de historietas que autopublicaba sus fanzines eróticos acompañados de una arenga sobre la importancia de la historieta para transmitir imaginarios sobre sexo, género y sexualidad. Encontré sus publicaciones en el Encuentro Nacional de Mujeres de Córdoba. Quedé alucinada. No sabía que existía una desproporción tan marcada entre autoras y autores de historieta. Mi segundo encuentro con autoras, esta vez organizadas, se produjo unos años después. Investigaba para mi tesis de grado sobre la representación de lo femenino en las historietas y encontré la propuesta de las revistas feministas de comix norteamericano como It Ain’t Me, Babe (1970) y Wimmen’s Comix (1972-1992) de la mano de la magnética Trina Robbins. Luego di con la compilación de comic antisexista editada por la catalana, Marika Vila, Cambio polvo por brillo de los años noventa y con la más cercana –en el tiempo y en el espacio– experiencia de las chilenas de Tribuna Femenina Comix (2009-2014) comandada por Melina Rapimán. Clítoris entronca en esa genealogía, pero también sin conocer de la existencia de la francesa Ah Naná! (revista de historietas de la editorial Les Humanoides en los años setenta) una puede percibir las motivaciones que desde hace cuarenta años

Portada de Siestas de Mirta Lamarca (2005)

Tapa de Clítoris. Relatos gráficos para femininjas (ilustración de Gato Fernández para Hotel de las Ideas, 2017)

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parecen conectarse y reactualizarse. Otras iniciativas en las que una reconoce objetivos, piensa estrategias comunes, se ve reflejada en debates que se ponen en discusión en el Colectivo de Autoras de Comic (España, 2013) y el Colletif des Creátrices de Bande Desineé (Francia, 2013). Ambas iniciativas se encuentran hermanadas y sostienen entre sus objetivos “hacer del mercado del cómic un espacio igualitario, donde se reconozca a las autoras por su trabajo, por sus méritos, sin hacer alusión a su género o supuesta «sensibilidad»”, y entre sus principales líneas de acción la recuperación de una genealogía de autoras de cómic, la divulgación de su obra y labor. En nuestro país (y en la región) este trabajo es incipiente y se encuentra disperso en distintas iniciativas, entre las que podemos mencionar el Encontro Lady Comics (Belo Horizonte, 2014 y 2016), una reunión de trabajo y socialización de estrategias para dibujar, editar y vender nuestros materiales, para pensar en cómo plasmar nuestras luchas en viñetas y visibilizar nuestra presencia en el medio. Tuve la oportunidad de participar en su segunda edición y conocer allí a la colega chilena Supnem, integrante de la colectiva feminista Tetas Tristes Comics y –junto a otras colegas– impulsora del Festival Feminista de Autoras de Historieta “Comiqueras” (con dos ediciones en 2016 y 2017). A mediados de 2016, una iniciativa de la que formé parte emergió como propuesta de articulación feminista con autoras de historieta, humor gráfico e ilustración. Llevó por nombre CarnesTolendas. Política sexual en viñetas y tuvo la intención de ponerles imágenes a las demandas del movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Entre algunas de las intervenciones colectivas que realizaron se encuentra el Decálogo para el correcto tratamiento periodístico del derecho al aborto de Católicas por el Derecho a Decidir ilustrado por Muriel Frega, Maia Venturini, Gato Fernández, Mariana Salina, Pilar Emitzin, Dana Brignone, Julia Inés Mamone, Carla Detal, Mariana Baizán y Valeria Araujo.

Las viñetas de autoras haciendo humor gráfico político son una irrupción novedosa como puede verse en la página Esto es poco serio de Mora Saramson o en las colaboraciones de Nani en la página de humor político Alegría. También resulta refrescante la llegada al campo historietil de autoras que no vienen desde el mundo del dibujo sino que utilizan el medio para comunicar sus prácticas militantes o identitarias. Las experiencias son variadas pero destacan la de Maia Venturini Szarykalo, creadora de Escenas de la vida lésbica, y las historietas de Chica Trans de Gaby Binder.

Ilustración de Mariana Salina para el Decálogo de Católicas por el Derecho a Decidir

A principios de 2017, el colectivo internacional de autoras Chicks On Comics se reunió en Buenos Aires en la sexta muestra de su producción tras ocho años de trabajo. Las integrantes del colectivo realizaron un censo que registró a más de 300 autoras dedicadas al medio. De ahí surgió Arte, un fanzine a la carta que refleja un inmenso universo gráfico en el que indagar. También en 2017, Agustina Casot y Andrea Guzmán se pusieron al hombro el Primer Festival de Autoras de Historietas Vamos las Pibas, que tuvo su segunda edición en marzo de 2018. El Vamos las Pibas permitió el encuentro de autoras, lectoras y editoras del medio y llevó a otras colegas, como la formoseña Carla Detal, a promover festivales similares en las provincias o armar espacios de producción explícitamente feministas como el Taller de historietas para femininjas que lleva adelante Gato Fernández. En la web, páginas aguerridas como Femimutancia de Julia Inés Mamone, o las incógnitas Fisión ciruja y Equis, apelan a un discurso descarnado y misándrico para reclamar “muerte al macho” y apelan a la viralización de memes humorísticos o páginas satíricas como El fetito para parodiar campañas conservadoras de sectores antiderechos. Desde una retórica más tradicional, las muestras “A flor de piel” y “Cargando las tintas” expusieron la obra de autoras de forma colectiva. La primera reunió originales de cuarenta autoras en el Centro Cultural Recoleta. La segunda, apeló a una

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Femimutancia de Julia Inés Mamone

politización de la obra de autoras a las que reunió bajo la consigna “Arte feminista como estrategia de cambio” en el Centro Cultural La Casa del Árbol. Todas estas imágenes nutrieron un marzo feminista que llenó las calles de pañuelos verdes –símbolo de la campaña por el aborto seguro, legal y gratuito– y las redes de iconografías de lucha y reivindicación de las feminidades combativas. Escena de cierre

series de aventuras y tradicionalmente se pensaba que la aventura de la mujer era el hogar. Yo les robé historietas a mis hermanos y a mis vecinos, a los que les compraban todo. Ahora se levantaron ciertas barreras de un género tradicionalmente masculino”. Y ante la pregunta por el trabajo de otras autoras que sigue, la entrevistada responde: “Soy fan de Power Paola, de su universo. Me encanta Sofía Watson, Alejandra Lunik, todas me pasan el trapo mal. Igual yo me doy cuenta de que lo mío eran los textos. Ahora el dibujo se depuró muchísimo y hay dibujantes con un nivel más alto”. (En “Maitena: Con el humor ves el sistema de pensamiento de una sociedad”, La Nación, 2/9/2017; el resaltado es añadido). Las dos escenas separadas por casi dos décadas en el campo de las historietas argentinas nos permiten pensar algunas cuestiones sobre el trabajo de las autoras en el país y en la región, y la llegada de un concepto que se instala entre las colectivas de autoras: la sororidad

La escena que concluye con este recorrido transcurre hace algunos meses. Han pasado diecisiete años de aquella entrevista con la que abrimos el recorrido textual. La misma autora es entrevistada nuevamente por el diario La Nación. Ella es madrina del evento de historietas Comicópolis y señala: “Es un momento altísimo del cómic. Hay un montón de librerías; hace diez o quince años en Buenos Aires había dos revistas nomás y ahora hay pequeños sellos, fanzines divinos, me parece que es potente, hermana. está muy vivo el género”. Ante la pregunta del diario de a qué se debe esta efervescencia, la autora responde: “En parte, porque se abrió a las mujeres. No era un espacio tradicionalmente tan femenino el del cómic. Los consumidores originarios eran los varones que leían

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1 Agradezco este concepto a Elisa McCausland que investiga el campo de las autoras de historietas en España. 2 Juszko, Paulina (2000) El humor de las argentinas, p. 28, Buenos Aires, Biblos. 3 Itkin, Silvia (1988) “Mujeres humoristas: Hacia una sonrisa sin sexismo” en Feminaria #2, p. 25, Buenos Aires 4 Ibídem p.25 5 Entrevista a Patricia Breccia en Clítoris #1 p. 13. 6 Entrevista personal citada en Acevedo, Mariela (2010) Imago Fémina. Ensayo sobre fábulas de heterodesignación y textos de resistencia en las historietas, p. 65,Tesina de grado para optar por la licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. 7 Itkin, Silvia (1988) Op. Cit. p.25

8 Marika Vila (2017) El COS OKUPAT. Iconografies del cos femení com a espai de la transgressió masculina en el còmic, Barcelona. Tesis doctoral inédita bajo la dirección de Marta Segarra, cedida para su lectura por la autora. 9 Itkin, S. (1988) Op. Cit. p.24. 10 Moi, Toril (1985) Sexual/Textual Politics. Feminist Literary Theories, Londres: Methuen. 11 Merino Ana (2016) “El eje femenino americano y la consolidación de sus miradas” en McCausland, E. y Berrocal. C. (2016) Presentes: autoras de tebeos de ayer y hoy, p.35, AECID. 12 Los cuatro números de Clítoris fueron posibles a partir del premio que financió diez proyectos de Nuevas Revistas Culturales (Secretaría de Cultura de la Nación, 2010) y su continuidad se logró con la asociación del proyecto a la editorial autogestiva Hotel de las Ideas con la que publicamos dos antologías en formato libro: Clítoris. Sex(t)ualidades en viñetas (2014) y Clítoris. Relatos gráficos para femininjas (2017).

* Mariela Acevedo es feminista y licenciada en Ciencias de la Comunicación. Editora de Revista Clítoris. Historietas y exploraciones varias, coordinadora de antologías de historietas feministas e integrante de Carnes Tolendas. Política Sexual en viñetas.

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HOMENAJE

Magister dixit: Ana María Barrenechea Ana María Barrenechea marca con La expresión de la irrealidad en la obra de Borges un punto de referencia ineludible para la crítica argentina y latinoamericana. Investigadora y docente, ejemplar y generosa, Barrenechea abrió paso a las voces femeninas dentro de los estudios literarios.

Por Marcela Croce

H

ay géneros que inevitablemente están vinculados a las personas mayores, bien porque responden a cierto cúmulo de experiencias estrechamente asociado a la edad de sus practicantes, bien porque entre los mayores encuentran la gracia apropiada para su desarrollo. Supongo que la lista es extensa pero me restrinjo a los dos que identifico más inmediatamente con tales aspectos: el consejo y la anécdota. El primero soporta múltiples canonizaciones y tergiversaciones, desde la seriedad impostada con que Martín Fierro declama “Un padre que da consejos / más que padre es un amigo” hasta el desenfado con que se desbarata esa proclama pretenciosa en “Un viejo que da consejos / más que padre es un pesado”. El segundo ha devenido una forma pedagógica privilegiada, ya que la anécdota registra singular plasticidad para adosarse a la memoria e integrar casi de inmediato un repertorio que todo docente debería tener disponible. Más eficaz que el ejemplo, más apta para la dramatización, es una “forma simple”1 que puede deslizarse con la misma aptitud hacia la concisión del epigrama y hacia la iluminación irónica. Cuando evoco a Ana María Barrenechea se me imponen esos dos géneros. Anita –me acostumbré a llamarla así en la confusa intimidad que genera la frecuentación del edificio de la Facultad de Filosofía y Letras de la calle 25 de Mayo, ante el estupor de cualquier extranjero que fuera a entrevistar a “la doctora Barrenechea”– no era profusa en consejos pero sí era fecunda en anécdotas. De los primeros conservo alguna advertencia como la que lanzó sobre la crítica en tanto género que envejece, aunque no sería justo atribuir a ese apotegma la preferencia que adquirí por las

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libertades del ensayo frente al rigor crítico. En cuanto a las anécdotas, entiendo que eran un rasgo propio de su magisterio, y también sería un síntoma de inequidad volverla responsable de mi adopción de semejante método didáctico. No obstante eximirla de cualquier contribución a mis excesos, reconozco en Anita a una maestra a quien no solo recupero sino a quien extraño profundamente, por su humor, por su calidez y sobre todo por desplegar una generosidad insobornable en una institución que abunda en hostilidades, envidias y competencia narcisista desaforada. Hay dos anécdotas que merecen ser referidas como reliquias de un segmento de la labor institucional de Anita, la de jurado de concursos docentes (por no expandirme en su función como directora de la revista Filología y de equipos de investigación como el que formó para editar el epistolario de Sarmiento con Félix Frías, o el que organizó para los estudios sobre memoria que ocuparon el último período de su vida universitaria). En la primera, una aspirante que había sido relegada frente a otra de mejor desempeño en una prueba de oposición le formuló un reclamo. Una día, a la salida de la iglesia –“esos lugares pecaminosos a los que yo voy”, ironizaba–, la desplazada señaló que quien había ganado el concurso no tenía doctorado y ella sí,

como si tal condición fuera el único requisito a considerar. La respuesta de Anita, que toleró impertérrita la acusación por una injusticia inexistente, hizo una mínima concesión para rematar con la contundencia de un martillazo: “Es cierto.Yo leí su tesis, y le pido por favor que nunca más me la vuelva a recordar”. En la segunda, ya libre de la virulencia del hartazgo que campeaba en la anterior, la situación de concurso generaba una inesperada confesión. Al preguntarle a una postulante cómo evitaría que los alumnos copiaran sus trabajos, apenas percibió que la interrogada se enredaba en su respuesta, declinó el papel de jurado estricto y la salvó del atolladero recurriendo a una historia personal. La anécdota involucraba a Susana Thénon, poeta fallecida en 1990, de la que se sabía que había sido gran amiga de Barrenechea. Cuando era estudiante de Letras, debía hacer una monografía sobre Cervantes y no lograba pasar de la biografía del autor. Entonces Anita decidió encarar el trabajo deduciendo que si no ayudaba a Thénon “no nos acostamos más”. La amistad, según revelaba ese mínimo episodio, había mutado a vínculo amoroso hasta entonces silenciado. Descreo de la insistencia con que los estudios de género exaltan tales datos para enrolar a alguien en una corriente a la que seguramente haya sido ajena. Anita

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había estado rodeada de mujeres cuya sexualidad formaba parte del comentario chismoso antes que de intereses corporativos o académicos en los años 60 y 70. Baste recordar las cartas que le escribe Alejandra Pizarnik –sometida a vínculos femeninos que la hostigaban, fuera por presión excesiva o por relativo desinterés–2 junto a la relación de revelación tardía con Thénon3. Pero Barrenechea también había estado circundada por hombres brillantes que la habían elegido como discípula destacada. José Ferrater Mora dirigió su tesis doctoral, Amado Alonso la integró al Instituto de Filología Hispánica que fundó en la Facultad de Filosofía y Letras (y que ella dirigió durante dos décadas), Pedro Henríquez Ureña fue su interlocutor a la vez que co-organizador del instituto, y Raimundo Lida operó como un referente apenas opacado por la erudición igualmente superlativa que mostraba su hermana María Rosa. En ese grupo de filólogos inició su formación, con la relativa desventaja que representaba ser egresada del Instituto Superior del Profesorado y no de la Facultad de Filosofía y Letras. La decisión paterna había permitido la asistencia a un espacio de formación docente mayoritariamente femenino para descartar el ambiente universitario que estimaba menos propicio para una dama. Tales prejuicios no hicieron mella en el ánimo de Anita, quien desde su labor en el profesorado moldeó a un discípulo como Enrique Pezzoni y que por sus méritos académicos logró insertarse en la facultad, realizar un doctorado en el Bryn Mawr College (universidad norteamericana de concurrencia básicamente femenina) y convertirse en catedrática de la Universidad de Columbia. Su labor docente en Introducción a la Literatura en los años 60 –cátedra paralela a la que ocupaba uno de los figurones más resistidos de la UBA, el doctor José María Monner Sans– le permitió divulgar en la Argentina los trabajos de los formalistas rusos, que luego se convirtieron en una moda y contribuyeron a los enfoques inmanentes de los textos que dominaron la carrera de Letras durante muchos años. Las inquietudes por el lenguaje que acarreaban los formalistas la llevaron a desarrollar artículos gramaticales con los que yo solía ironizar, confesando en tono bromista mi ineptitud para escoger entre el trabajo sobre el pronombre y el de la voz pasiva con “se”, provocaciones que ella devolvía con una acusación de “pícara”. Acaso porque las polémicas de esos años estaban hegemonizadas por temas políticos, a los que no fue ajena, Anita evitó convertirse en una polemista. Renunció a la UBA en 1966 cuando sobrevino la Noche de los Bastones Largos y, ante el reconocimiento que merecía su

acto, lo minimizaba sosteniendo que contaba con una familia que la respaldaba, al tiempo que evitaba cualquier juicio sobre los colegas que no la habían seguido en su decisión por entender que muchos tenían una familia que mantener y tal vez carecían de la libertad que la asistía a ella. Pero sin llegar a la polémica, sostuvo una discusión con Tzvetan Todorov en un artículo famoso que descalabra la Introducción a la literatura fantástica que el crítico franco-búlgaro había publicado en 19704. El argumento de Barrenechea es que el libro de Todorov solamente se aplica a la literatura europea y, a fin de denostar esa cerrazón, convoca múltiples ejemplos latinoamericanos –algunos de ellos acopiados en el libro que escribió a dúo con Emma Speratti Piñero durante una productiva estadía mexicana–5 que seguirá indagando en lo sucesivo: los nombres de Julio Cortázar y de Felisberto Herrnández son los más relevantes en ese sentido. Al primero la unía una amistad cultivada en reuniones en la confitería del edificio Comega que le deparó al cabo de los años el obsequio de los originales de Rayuela con los que Anita escribió el Cuaderno de bitácora en 1983. La elección de Felisberto integra el extenso recorrido “de Sarmiento a Sarduy” que traza en sus Textos hispanoamericanos6. Sin embargo, su libro más representativo por lo que implica para la historia de la crítica argentina –y por la decisión con que consagra un objeto de estudio que hasta entonces había sido desdeñado por las instituciones oficiales y atacado por los intelectuales críticos que exigían una literatura inmersa en la realidad– es La expresión de la irrealidad en la obra de Borges. Con él, Barrenechea se afirma en la función que había iniciado años antes en el orden de la literatura argentina, que es la de inauguradora de objetos críticos. La astucia de la fundación Un método original para organizar la crítica literaria en la Argentina, más fructífero que la identificación de corrientes sucesivas (con frecuencia estrictamente emparentadas con ejercicios metropolitanos), es la identificación de objetos privilegiados que cumple cada crítico. Si en la década de 1980 David Viñas fue el inventor de la literatura de frontera7, Beatriz Sarlo la consagradora de la vanguardia8 y Josefina Ludmer volvió a centralizar la gauchesca tras el ejercicio pionero de Ricardo Rojas sobre el Centenario9, Barrenechea los precedió en el impulso desde los años 50. Fue entonces cuando en el n° 9 de Buenos Aires Literaria dio a conocer un

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texto sobre Macedonio Fernández que lo instaló como figura clave de la literatura argentina mediante la indagación de su “humorismo de la nada”. Esa práctica continuó cuando El Colegio de México publicó La expresión de la irrealidad en la obra de Borges (1957)10. Podría especularse que existe una división de dominios detrás de la doble dedicatoria del libro, según la cual mientras Alonso aporta el rigor del método, Henríquez Ureña ofrece un modelo para su aplicación americana. La resonancia continental de Henríquez Ureña llevó a Barrenechea a editar los ensayos del dominicano para ese emprendimiento filológico extraordinario que es la Colección Archivos11. Más apegada a Alonso, en cambio, parece haberse mantenido María Rosa Lida, cuyo libro sobre La Celestina12 resulta de una erudición inaudita y deja al lector la impresión de situarse ante un monumento, un ejercicio estricto de la escuela filológica alemana capaz de rastrear las fuentes más heterogéneas y recónditas. Aunque hay momentos en que Barrenechea incurre en ciertas prácticas similares –básicamente en las notas al pie que restituyen fuentes y referencias borgeanas en un arco que abarca las bíblicas, las clásicas y las sajonas (así en EIB 23, 27, 49, 106)–, es indudable que su trabajo preserva la proximidad con el receptor que sostiene la voluntad pedagógica de la cual prescinde la labor de Lida. Si existe un punto de neta coincidencia entre ambas críticas es el afán omniexplicativo que lleva el rastreo hasta lo escandaloso: a la summa de Lida es posible oponerle una observación como “ese cielo tan azul que pudo parecerme de púrpura […], referencia a la adjetivación homérica del vinoso mar” (103).

Un método original para organizar la crítica literaria en la Argentina, con frecuencia estrictamente emparentadas con ejercicios metropolitanos, es la identificación de objetos privilegiados que cumple cada crítico. La crítica filológica era la primera escala obligada de Barrenechea, dado que se había formado en esa tradición, en la cual el conocimiento de las lenguas (y ante todo de la lengua como sistema, exacerbado en su papel de jefa de la cátedra de Gramática en la UBA) y el rigor de las demostraciones textuales de todas las intuiciones hasta elevarlas a hipótesis inmediatamente confirmadas son requisitos ineludibles. Precisamente el vocabulario filológico aparece sembrado de palabras como “característica”, “rasgo”, “dominante” que habilitan el ajuste estilístico de una corriente que toma a la lengua como modelo y se ocupa de los usos peculiares que identifican a cada escritor. Obsesionada por el concepto de “norma” y alerta ante el avance del “desvío” –nociones radicales que perturbaban ya el examen saussureano sobre el sistema lingüístico–, la filología acude siempre al lenguaje como espacio de comprobación de lo temático. Los extensos catálogos en que Barrenechea registra las elecciones léxicas borgeanas referidas a las preocupaciones que atraviesan su obra ofrecen una muestra del “estilo apartadizo” que, al tiempo que desarrolla una originalidad creativa, se muestra renuente a las modas intelectuales, como certifica la reticencia de Borges a las teorías existencialistas. Tal resistencia, junto con la deliberada ignorancia política y la frecuente inclinación hacia opciones reaccionarias por parte del autor, motivó el ataque feroz encarado por Adolfo Prieto contra Borges13, que Barrenechea apenas menciona, favoreciendo con ese desinterés el olvido de un volumen que apenas si destaca por su encono. Es cierto, no obstante, que en la confrontación inmediata que le depara con Raimundo Lida y con Pezzoni –quienes admiten “la hondura de sus preocupaciones humanas bajo el aparente juego” (61) en lugar de la pretendida superficialidad que halla Prieto–, queda condensado todo juicio sobre semejante tentativa14. Fuera del campo político en que otras críticas aspiran a ubicarlo, Barrenechea no solamente mantiene a Borges en los límites de lo textual sino que postula una superposición del escritor con uno de sus personajes, el intelectual Jaromir Hladík del cuento “El milagro secreto”. Así como el condenado a fusilamiento que solicita a Dios la gracia de un año de plazo para terminar una obra que debe completar y corregir mentalmente mientras el tiempo se detiene con los soldados empuñando las armas, también Borges acude a procedimientos que facilitan la memorización como si fuera viable prescindir de la escritura: “Por eso se volcó a la invención de prosas muy breves […] o de poemas con medida y rima muy marcadas” (12). Sin embargo, la circunstancia de que Hladík sea una víctima del nazismo reclama un

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elemento extratextual que permite extender la analogía con el autor y sus especulaciones analíticas sobre la propia práctica. Pero para llegar a tal concordancia entre escritor y personaje es preciso establecer en qué momento queda diseñada la figura autoral. Barrenechea marca la génesis de la escritura borgeana en 1935, cuando “El acercamiento a Almotásim” y los ensayos de Historia de la eternidad “definen plenamente las características que han dado renombre a sus relatos” (11). Sylvia Molloy coincidirá parcialmente con dicha indicación: entregada a reconstruir la operación de invención y trastorno de fuentes que cumple Borges, se fija en el año 1935 por la aparición de Historia universal de la infamia, el texto donde mejor se trasluce el manejo fraudulento de los materiales a fin de producir una literatura original15. Los ensayos, en cambio, orientan a Barrenechea en la persecución de temas y estilo. En ellos se despliega “un lenguaje que une lo criollo y lo conversacional con cultismos muy acentuados” (13), una “discordia” que en verdad opera como síntesis simétrica a la que instala el concepto de inmensidad en el Río de la Plata, en la frontera del Brasil y del Uruguay, donde Borges encuentra “la esencia de lo criollo” (24) en consonancia con los orientales Enrique Amorim y Pedro Leandro Ipuche. En la proliferación de dualidades, lo criollo y lo universal se expresan en un estilo que es a la vez riguroso y apasionado y cuya mejor definición proveyó el propio autor al instalar El idioma de los argentinos (1928) como un libro “enciclopédico y montonero”. La preocupación filiatoria de los textos borgeanos promueve el análisis genético empeñado en rastrear borradores, esbozos, adelantos y otras formas de anticipación del texto definitivo. Todavía en los preliminares de lo que años después (y especialmente a partir de las teorizaciones de Gérard Genette) Barrenechea adoptará como método de crítica genética, en este libro se limita a procedimientos más tradicionales. La agrupación del vocabulario referido a un tema –una constante del libro– se define como “parentesco” (exacerbado en el caso de la familia de palabras, incluso cuando su aparición no responda a la virtualidad de la gramática sino a la arbitrariedad autoral: así se explican los derivados de “fantasma” como “afantasmado” y “afantasmar”, 105). En estos vínculos de corte genealógico, la rigidez filológica se va atemperando en función de la estilística. Los temas ya no se restringen a los topoi cuyo rastreo más minucioso remite a Ernst Robert Curtius y, de hecho, en el desajuste entre las previsiones de la literatura

europea y las creaciones locales queda confirmada la originalidad borgeana en la expresión de la irrealidad. También al orden de la familiaridad corresponden los contactos –a veces reconocidos en tanto “influencias” y otras veces como “plagios”, como ocurre con Shakespeare (89)– que el estilo borgeano establece con los usos propios de otros autores. Si en el orden angloparlante el más frecuentado es Thomas De Quincey (49, 64), en el dominio hispánico son Quevedo y Unamuno los más evidentes, con un fugaz paso por Torres Villarroel en los ensayos de la década de 1920. No obstante, no es el acomodo del estilo borgeano al de otros autores, sino la plasticidad que exhibe y su capacidad de transformación la base de su productividad. A veces la variación se ofrece entre dos explicaciones de distinto orden, como la psicológica que en “Historia del guerrero y de la cautiva” equivale a la teológica de “Los teólogos” (76); otras veces se desliza de lo estilístico a la construcción del relato, como cuando las categorías retóricas se adoptan en tanto principios narrativos; así, en “El Aleph”, “existe una aventura que es en sí una especie de ‘oxímoron’” (66). La amplitud de los léxicos recogidos confirma la voluntad catalogadora de una crítica que construye inventarios y articula colecciones de palabras, previo a dedicarse a estudiar las repercusiones de ciertos usos sintácticos en la obra borgeana.Y precisamente el concepto de “obra” presupone una definición que, antes que enunciada como punto de partida, se va conformando en el transcurso del libro. Congruente con el método inductivo que aspira a explicar la totalidad –la obra– a partir de las parcialidades que la componen, los textos considerados no se limitan a los que Borges escribió y firmó, sino también a aquellos que seleccionó para la Antología de la literatura fantástica (1940). Como el adjetivo borgeano (ella insiste en adoptar “borgesiano”, propuesta que no ha registrado ningún eco) recurrente cuya raigambre encuentra en Quevedo, el propósito abarcativo que sostiene Barrenechea incurre en lo desaforado y a través de ese vocablo recorre toda la textualidad: “Desaforado es palabra que trae el aire sensacional y desbaratador de Quevedo; aunque abunda más en su primera época, se prolonga hasta las últimas obras” (20). En cambio, una palabra que le ha sido insistentemente atribuida a Borges es situada por Barrenechea como una elección lateral. De este modo el tópico estudiado por Beatriz Sarlo y elevado a “ideologema de las orillas”, que instala en el título Borges, un escritor en

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las orillas (original: Borges in the edge, libro que resultó de una serie de conferencias dictadas en la Simón Bolívar Chair de Cambridge), parece haber desoído la advertencia inaugural acerca de la frecuencia de “arrabal (en pocos casos orillas)” (22)16. La distancia entre Sarlo y Barrenechea, sin duda, excede la que podría presumirse entre quien inaugura un objeto y quien busca reinstalar su originalidad una vez que dicho objeto ha sido –retomando una frase admonitoria que consta en la “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”– pasible de incontables “repeticiones, versiones, perversiones”. En el hiato entre ambas críticas se advierten las notorias diferencias de estilo y de propósito. Barrenechea cultiva la modestia de la crítica como esperanza antes que como calculada revelación. En ella no se asiste nunca a la suficiencia con que Sarlo enunció sus pretendidos descubrimientos. “Quédenos la esperanza de no haber destruido torpemente el milagro de su arquitectura” (17), inscribe con una cortesía en la cual late la posibilidad de moderar los excesos en que incurrieron las prácticas estructuralistas, posestructuralistas y deconstructivas en que cayeron algunos de sus discípulos y sobre las cuales ella misma alerta en dos de los apéndices que se adosan a la reedición en 1984 de su libro inicial. El adelanto de esa labor revisora se vislumbra tanto

en la modalización de ciertas observaciones para sustraerse al estilo asertivo, como en la formalización de algunas conclusiones mediante la elaboración de una fórmula. En el primer caso abundan los adverbios de duda y los subjuntivos (que destaco mediante itálicas): “La forma de presentar los objetos concentrados en el Aleph está quizás inspirada en la Biblia…” (68) / “Podría interpretarse la frase como un medio indirecto” (72); en algún ejemplo la modalización es seguida por el imperativo, de modo de no disolver el discurso crítico en la incertidumbre (“En este pasaje se combinan quizás… Compárese La invención de Morel de A. Bioy Casares”, 85). En lo que respecta a la constitución de fórmulas, el recurso se confirma como postulación simplificada de conclusiones. La multiplicidad desplegada en el estudio exhibe sobre el final el carácter comprobatorio, demostrativo y no meramente acumulativo y erudito. Si bien la fórmula será un enunciado concreto en la década de 1970, cuando Barrenechea revisite la obra borgeana, en el libro de 1957 adquiere una enunciación algo rudimentaria, de corte más especulativo que apodíctico: “Si quisiéramos resumir en una fórmula general los múltiples valores […] nos encontraríamos con la misma comprobación que hemos realizado en otros aspectos…” (111).

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Actualizar, anticipar Tres apéndices acompañan la reedición de 1984 del libro sobre Borges. El primero es un artículo de 1953 cuya sección final resultó incorporada a uno de los capítulos. Los otros dos fueron publicados en la segunda mitad de los años 70. La distancia entre el primero y los finales es abismal. Sin embargo, hay un aspecto formal que afecta a los tres por igual: los capítulos anexados aparecen abarrotados de notas en contraposición a la escansión grácil del libro. Varias de ellas remiten a Henríquez Ureña. Una es la que refiere la reseña que el dominicano le dedicó a Inquisiciones cuando apareció en 1926; otra es la que en “Borges y el idioma de los argentinos”17 comienza emparentando la búsqueda de la expresión local con los Seis ensayos en busca de nuestra expresión de Henríquez Ureña. La preocupación de Borges por la lengua nacional trasunta inquietudes típicas del ensayo esencialista propio de los años 20 y 30 en que escribió sus primeros libros. Anticipando lo que Sarlo establecerá como la vocación borgeana de crearle un mito a Buenos Aires, Barrenechea define los dos tópicos centrales de la época, que pueden sintetizarse

en “lo criollo”: “la pampa, ya fijada literariamente por Ascasubi, Del Campo, Hernández, Hudson, Güiraldes, y la ciudad, que espera su Dios” (117). Las disquisiciones acerca del idioma argentino atraviesan una serie en que Barrenechea no resuelve en lo exclusivamente gramatical sino que expande en términos de política de la lengua. Es así como integra desde Esteban Echeverría hasta Lucien Abeille, salteando inexplicablemente las Cartas de un porteño en las cuales Juan María Gutiérrez polemizó con el periodista español Juan Martínez Villergas y sostuvo con una vehemencia no exenta de humor su decisión de rechazar el diploma concedido por la Real Academia Española. Atenta a las repercusiones literarias de tales indagaciones, Barrenechea hace constar que Borges descarta la lengua “caricaturesca” de sainetes y tangos y desprecia “el arrabalero, por su misma indigencia, como inepto para las grandes aventuras del espíritu” (119). En este sentido, el ejercicio borgeano de la literatura se inserta en la línea de quienes Viñas llamó “gentlemen-escritores”, miembros de la oligarquía argentina del siglo XIX, entre quienes el favoritismo de Borges se orienta hacia Eduardo Wilde.

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La estilística opera en este trabajo como axiología que se detiene en los usos léxicos cuando acarrean valores. El ejemplo que ofrece Barrenechea es el de “lástimas, con valor parecido, en Lugones” (119). Pero la aplicación del método no es tan estricta como en el libro, de allí que apele a una categoría dudosa como la de “gusto” donde era esperable un concepto con cierto rigor para explicar el uso dialogal del “vos” en Borges, que termina “coincidiendo con el gusto general” (122). Lo que en el libro forma apartados bajo el título general de “Vocabulario” aquí se extiende en una desmesurada nota al pie con el catálogo léxico de Inquisiciones, entre cuyas categorías más convocadas figuran –asistidas por los cuantificadores imprecisos que les asigna la crítica– “pocas voces criollas”, “bastantes creadas por él”, “muchos latinismos”, “más tecnicismos teológicos y filosóficos”, “expresiones quevedescas y de otros clásicos”, “ciertas formas muy españolas de la lengua oral o de la escrita, y poco usuales en el Río de la Plata, que Borges luego va eliminando” (125-126). El afán cuantificador del texto naufraga en la multitud de indefinidos y se dedica a enumerar los manejos de Borges con el léxico: derivación, separación, traslación, etimologías. La conclusión estima que el abandono borgeano de ciertos desvíos de vocabulario responde menos a un acriollamiento que a “una estética de formas más simples, con el convencimiento de que la rareza idiomática perturba al lector y envejece el estilo” (129). Acaso en eso radique la convicción de Barrenechea –elevada a consejo práctico, como ya referí– según la cual la crítica, el género más sometido a la jerga y al tecnicismo, inevitablemente envejece; tal vez se trata del discurso que peor soporta las marcas del momento de enunciación. Como confirmación de semejante aserto sobrevienen los otros dos apéndices, entregados a la actualización crítica mediante la incorporación de nuevas teorías. “Borges y la narración que se autoanaliza” aparece en un homenaje a Raimundo Lida18, y a modo de dedicatoria tangencial Barrenechea indica su lectura de “Notas a Borges” del crítico: “Me perdonará que en homenaje suyo siga algunos de esos caminos sugeridos por él” (130). El cambio metodológico se advierte en que ya no atiende solo o principalmente al vocabulario sino que se especializa en los procedimientos. La modernización del modelo filológico y estilístico practicado en los años 50 proviene de la incorporación de conceptos e ideas del formalismo que enseñaba en la cátedra universitaria. Las huellas formalistas se advierten no exclusivamente en el método sino también en ciertos conceptos característicos: los listados léxicos son reemplazados por elementos de construcción textual; las elecciones narrativas de Borges siempre apuntan a la posibilidad más poética. En el orden del vocabulario crítico aparecen frases inesperadas en 1957: “el arte como artificio” (137) en torno a las versiones barajadas en el cuento “El muerto”; “la autonomía del texto con respecto a su referente externo” (139); “el hecho estético” (139); “la existencia de un extra-texto con el cual el texto mantiene relaciones ambiguas” (140), que es el modo más simple de traducir los vínculos entre la serie literaria y otras series, como la social, que identifican los formalistas rusos. Sin embargo, las resonancias de Tinianov, Eichenbaum y Shklovski no carecen de tensión con otros modelos (sobre todo los lingüísticos) que Barrenechea no abandona por completo sino que busca sumar a las novedades, como el de Louis Hjelsmlev, explícito en el caso en que “por tratarse de una forma, las sustancias (Hjelmslev) pueden ser intercambiadas sin afectar el diseño” (139). Incluso los ejemplos aparecen ahora como enumeración de diversas manifestaciones de una misma forma (138). El último apéndice, “Borges y los símbolos”19, se detiene en “las metáforas y las fábulas esenciales” (141), lo que otorga al artículo cierto aire antropológico sub-

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rayado por el reconocimiento explícito de tal enfoque. Al formular sucesivas correcciones, Barrenechea exhibe el recorrido crítico cumplido, que apenas por exceso positivista podría llamarse “evolución”. La nueva propuesta supera los estratos hjelmslevianos para tratar “diversos niveles en tensión” que constituyen el “artefacto” literario (142-143).Y aunque la inmersión en lo antropológico evita al previsible Claude Lévi-Strauss, resulta innegable que el vocabulario empleado en este artículo está en sintonía con el provisto por la antropología estructural. A su vez, aunque sigue siendo evidente la impronta saussureana, se verifica el paso de Saussure a Peirce, de la semiología a la semiótica. El cierre del artículo, como la clausura del libro, se inclina por lo formular. En los intereses que establecen estos apéndices no solamente se asiste a la renovación de la crítica sino a una nueva inauguración, que ya no atañe a instalar un objeto sino a establecer un itinerario local. Así, si al referirse al mito porteño Barrenechea abre el campo para los trabajos de Sarlo sobre la vanguardia martinfierrista –con el indeclinable protagonismo de Borges–, en el afán formulista que impuso el estructuralismo convoca los esfuerzos formulares que plasmará Ludmer en El género gauchesco. Y concomitantemente: si en la línea filológico-estilística del magisterio de Alonso su discípulo notorio es Pezzoni, en la serie americanista promovida por Henríquez Ureña la descendencia de Barrenechea es femenina. El papel creciente que adquieren las mujeres en la crítica argentina y especialmente la decisión de adoptar a América Latina en tanto tema de indagación y como objeto sobre el cual postular renovaciones y ajustar modelos –de los cuales el comparatismo intraamericano es acaso el más discutido y el más necesario– es otro de los impulsos eficaces que derivan del múltiple carácter inaugural de La expresión de la irrealidad en la obra de Borges y de una labor docente para la que los grados honoríficos de la universidad – profesora emérita de la UBA y catedrática jubilada en Columbia– son apenas un reconocimiento nominal de la tarea de formar discípulos y de la figura de consulta permanente que encarnó Anita.

*Marcela Croce es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña al frente de la cátedra Problemas de Literatura Latinoamericana. Ha sido profesora invitada en universidades brasileñas, chilenas, italianas y españolas y directora de varios proyectos de investigación UBACyT, de los cuales se encuentra en curso el que corresponde a la Historia comparada de las literaturas argentina y brasileña. Es autora de los libros Contorno. Izquierda y proyecto cultural (1996), Osvaldo Soriano, el mercado complaciente (1998) y DavidViñas, crítica de la razón polémica (2005). También ha producido el ensayo cultural El cine infantil de Hollywood (2008) y el ensayo biográfico Jacqueline du Pré, el mito asediado (2009) y preparó una colección introductoria a clásicos latinoamericanos para la editorial Eudeba entre los que se cuentan Martín Fierro, Esteban Echeverría, Rubén Darío y Sor Juana Inés de la Cruz.

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Obras de María Cecilia Arias 1 La categoría fue elaborada por André Jolles en su libro Formes simples (París, Seuil, 1969) y se refiere a aquellas formulaciones mínimas en las que se encuentra condensado un desarrollo narrativo. 2 Cfr. Bordelois, Ivonne. Correspondencia Pizarnik. Buenos Aires, Seix Barral, 1998. 3 Relación acallada en la cotidianidad pero rastreable en la elección de objeto por la cual se convierte en prologuista de su obra completa, publicada en colaboración con María Negroni. Cfr. Thénon, Susana. La morada imposible. Buenos Aires, Corregidor, 2001. 4 Barrenechea, Ana María. “Ensayo de una tipología de la literatura fantástica”. Revista Iberoamericana Vol. XXXVIII n° 80, julio-septiembre 1972, pp. 391-403. 5 Barrenechea, Ana María y Emma Susana Speratti Piñero. La literatura fantástica en Argentina. México, Imprenta Universitaria, 1957. 6 Barrenechea, Ana María. Textos hispanoamericanos: de Sarmiento a Sarduy. Caracas, Monte Ávila, 1978. 7 Viñas, David. Indios, ejército y frontera. México, Siglo XXI, 1982. 8 Sarlo, Beatriz. Buenos Aires 1920 y 1930. Una modernidad periférica. Buenos Aires, Nueva Visión, 1988. 9 Ludmer, Josefina. El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires, Sudamericana, 1988. 10 En lo sucesivo, EIB. Aunque el libro original es de 1957, la edición que manejo en este artículo es la que publicó el Centro Editor de América Latina en su colección “Bibliotecas Universitarias” en 1984. En la “Advertencia” la autora aclara que ha suprimido un esbozo biográfico de Borges que entonces le parecía innecesario y agrega tres apéndices que confirman al escritor como un Aleph de la propia crítica ya que a través de ellos “quedan reflejadas en esta edición mis últimas lecturas de Borges, al que siempre retorno en forma inagotable” (9).

11 Henríquez Ureña, Pedro. Ensayos. Edición de José Luis Abellán y Ana María Barrenechea. Buenos Aires, Sudamericana, 2001. 12 Lida de Malkiel, María Rosa. La originalidad artística de La Celestina. Buenos Aires: Eudeba, 1962. 13 Prieto, Adolfo. Borges y la nueva generación. Buenos Aires: Letras Universitarias, 1954. 14 Resulta sintomático que Barrenechea no instale el libro de Prieto como lo que pretendió ser: un pronunciamiento del grupo nucleado en torno a la revista Contorno sobre la literatura borgeana. Se advierte así la renuncia a cualquier discusión que tendiera a instalar el objeto de estudio fuera de lo estrictamente estético. 15 Molloy, Sylvia. Las letras de Borges. Buenos Aires, Sudamericana, 1977. 16 Sarlo, Beatriz. Borges en las orillas. Buenos Aires, Ariel, 1995. Es cierto que Sarlo no estaba obligada a elegir el término que tuviera mayor frecuencia de aparición en Borges y es probable que en la preferencia por “orillas” en lugar de “arrabal” incidiera la voluntad de apartarse de cualquier asociación con el “arrabalero” como tipo urbano. No obstante, es válido suponer que la inclinación por “orillas” responde más a una construcción de lectura que a un vocablo habitual en Borges. De hecho, el libro arrastra otros elementos de difícil justificación, como el trueque de la “Historia de Rosendo Juárez” por la presunta errata (reiterada) “Historia de Rosendo Suárez”. 17 La primera versión consta en el Homenaje a Amado Alonso de la Nueva Revista de Filología Hispánica añoVII n° 3-4, 1953 (551-565), con el título “Borges y el lenguaje”. 18 Originalmente publicado en Nueva Revista de Filología Hispánica, XXIV, 2, 1975. Homenaje a Raimundo Lida pp. 515-527. 19 La primera edición consta en Revista Iberoamericana, XLIII, 100101, julio-diciembre 1977, pp. 601-608.

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FORMAS DE SUBJETIVACIÓN Y PRÁCTICAS DE RESISTENCIA

LAS AMIGAS VIVAS Y LAS AMIGAS MUERTAS La aparición del cuerpo como escenario de tensiones y reivindicaciones permite observar la emergencia a escala internacional de un agenciamiento político inédito. Contrariamente a esto, el abandono por parte del Estado de políticas que trabajen para erradicar la violencia de género y el brote ultraconservador de cierto sector de la sociedad multiplican los interrogantes frente al tratamiento mediático y ficcional del “caso”.

Por Jimena Néspolo BOCA DE SAPO 26. Era digital, año XIX, Abril 2018. [GINECEO] pág. 54


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O ellas me miraron y comprendí y también empecé a soltar. Tres velas blancas. Mi adiós a las chicas. Selva Almada

n los últimos años han ido creciendo en convocatoria, masividad y articulación transnacional las marchas y reclamos contra la violencia de género. A la histórica conmemoración del 25 de noviembre (Día Internacional contra la Violencia de Género en recuerdo de las hermanas Miraval, activistas políticas asesinadas por la dictadura de Trujillo en el año 1960) y del 8 de marzo (Día Internacional de la Mujer Trabajadora, institucionalizado por la ONU desde 1975), debe sumársele desde el año 2015 la fecha 3 de junio con la marcha de “Ni Una Menos”, organizada desde Argentina, en repudio de la creciente cantidad de femicidios. En apenas tres años estas marchas y reclamos han agigantado su efectividad y convocatoria, aunque –curiosamente– en vez de disminuir la violencia hacia la mujer parece haberse exponenciado: las estadísticas oficiales hablan de un incremento que, en el caso del cono Sur, va de la mano de un reformismo conservador que amenaza incluso con derribar los derechos adquiridos. Me interesa reflexionar sobre este doble eje (efectividad de convocatoria vs. ineficacia de sus alcances) a partir de las formas de subjetivación y de las prácticas de resistencia desplegadas desde las diversas organizaciones feministas, sobre los alcances biopolíticos de las mismas, pero también sobre las implicancias ético-conceptuales del ideario denuncialista desplegado en algunos textos recientes. En las marchas a las que me he referido, lo que primero puede observarse del registro fotográfico1 es la cartelería que –además de condenar la violencia de género en todas sus formas (violencia machista, violencia obstétrica, violencia de las políticas de Estado, etc.)– hace referencia a la aparición del cuerpo como escenario de tensiones y reivindicaciones políticas. Sabemos que el control de la sociedad sobre los individuos no solo se efectúa mediante la conciencia o la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo –“para la sociedad capitalista es lo bio-político lo que importa ante todo, lo biológico, lo somático, lo corporal”, afirmaba Michel Foucault2 en una de sus conferencias de fines de la década de 1970–. La sexualidad, las tecnologías ligadas a la reproducción de los cuerpos, los dispositivos discursivos que dictan su (in)visibilización

son algunas de las dimensiones de la positividad del poder pensadas por la “bio-política” foucaultiana. No obstante, la puesta en escena del cuerpo como espacio de resistencia invita a pensar de nuevo la relación entre biopoder y neoliberalismo, a la luz de las nuevas formas de poder securitario y de los modos en que los Estados hoy administran la vida y/o la muerte, decretando qué cuerpos valen y qué cuerpos son pensados como meros despojos. Tiradas a la basura, desgarradas, en pelotas: en la montaña asquerosa, un cuerpo como una cosa, como una cosa ya rota y que no sirve para nada, los restos del predador, la carne que le sobró de su festín asesino. Horas antes o después a la chica la buscaron la familia, los amigos, al final la policía y casi siempre la encuentra el que hace de la basura su trabajo cotidiano: un cartonero, el chofer de un camión recolector, alguien que anda por ahí. Después viene la ambulancia, le cambia la bolsa a blanca, se la llevan a la morgue y un auto lleva a los padres a ver si la chica es suya. Afuera espera la prensa: las cámaras y micrófonos buscando mostrarle al mundo el dolor más lacerante, la frase más torturada, la cara más arrugada por la angustia que la arrasa. Tiradas a la basura en la bolsa de consorcio: igual que se tira un forro, la cáscara del zapallo, los papeles que no sirven y los huesos del asado entre tantas otras cosas. Tiradas como si nada, como objetos de consumo que ya fueron consumidos. Agarrarlas, asustarlas, verlas rogar, desnudarlas, humillarlas, violarlas, después matarlas, meterlas en una bolsa, tirarlas a la montaña de restos de la ciudad.Ya terminó el predador. Seguirán la policía, los abogados, los jueces y las cámaras de TV: sigue la carnicería en una especie de show que explica los femicidios.3 Precisamente, es el cuerpo como “basura” el símil con que Gabriela Cabezón Cámara piensa los femicidios de Araceli Ramos, Serena Rodríguez, Noelia Akrap, Ángeles Rawson, Melina Romero y tantas otras. La lista es interminable y el show del horror desplegado en los medios que pretenden cubrir la noticia se supera cada día en cada muerta: un promedio que –valga decir– no es privativo de Argentina. Entre la proliferación de datos e hipótesis falsas, el despliegue de opiniones machistas o idiosincráticas sobre las víctimas, el regodeo en la violencia y el morbo, la creación de escenas melodramáticas de alto impacto,

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A la productividad del cuerpo vivo de la mujer se le opone, ahora, en el viraje fúnebre y sombrío de esta etapa final del neoliberalismo, la explotación pecuniaria de su cuerpo muerto. los medios hegemónicos han acrecentado sus arcas y su audiencia a base de estas muertes. En líneas generales, al analizar la cobertura gráfica y radio televisiva de estos asesinatos y la construcción de los “casos” en distintos países de América Latina donde el monopolio mediático es un agente clave de poder, se observa la obscena malla de negociaciones y disputas a través de las cuales el Capital interpela a la opinión pública y, principalmente, al poder político a través de estas chicas muertas. A la productividad del cuerpo vivo de la mujer se le opone, ahora, en el viraje fúnebre y sombrío de esta etapa final del neoliberalismo, la explotación pecuniaria de su cuerpo muerto. Las amigas vivas En efecto, la enorme cantidad de estudios feministas que se han producido desde la década de 1970 han puesto de relieve cómo a través del cuerpo femenino es que se ha consolidado el poder patriarcal de explotación capitalista. Erróneamente, este poner el foco en el análisis de la sexualidad, la procreación y la maternidad en la historia de las mujeres, así como la denuncia de la violencia o el maltrato, o la imposición de la belleza como condición de aceptación social, se lo ha atribuido al autor de Histoire de la sexualité (1976), cuando más bien ha surgido de un diálogo ríspido. Hoy parece innecesario u obvio apuntar que si Michel Foucault hubiera estudiado la caza de brujas en lugar de concentrarse en la confesión pastoral hubiese debido admitir la imposibilidad de escribir su historia de la sexualidad desde un punto de vista universal, abstracto y asexuado. ¿Sería erróneo observar, en este no tan sutil silencio, la connivencia y funcionalidad del gay power francés frente a estructuras patriarcales de la más rancia ralea? Es que el análisis de Foucault sobre las técnicas del poder y de las disciplinas a las que el cuerpo fue y es sometido ignora el proceso de reproducción, funde la historia femenina y masculina en un todo indiferenciado y se desinteresa por el “disciplinamiento” de las mujeres que el capitalismo debió desplegar para convertir sus cuerpos en mera matriz de reproducción de fuerza de trabajo4. El debate sobre la despenalización del aborto, que al día de hoy se sucede en Argentina, no es más que el necesario corolario en esta larga historia de desposesiones a la que la mujer fue históricamente sometida para que la ciencia médica moderna y su higienismo androcéntrico pudieran erigirse. Los ochenta son, entonces, años en que se suceden ensayos críticos más agudos que refuerzan la idea de la radical complicidad entre el patriar-

cado y la acumulación del capital: los ensayos Il Grande Calibano: storia del corpo sociale ribelle nela prima fase del capitale (1984) de Leopoldina Fortunati y Silvia Federici, Patriarchy and Accumulation on a World Scale (1986) y Working Women in Renaissance Germany (1986) de Maria Mies y cantidad de estudios y monografías ponían en evidencia la presencia de las mujeres en las economías rurales, así como también la vastedad del proceso de dominación desplegado en las colonias durante los siglos de expansión capitalista. Desde otra perspectiva de análisis, también en esos años, Luisa Muraro publicaba un ensayo clave: Maglia o uncinetto. Racconto lingüisto-politico sulla inimicizia tra metáfora e metonimia (1981). Primeramente, me interesa detenerme en Il Grande Calibano… y su continuación Caliban and the Witch:Women, the Body, and Primitive Accumulation (2004) de Silvia Federici, porque ambos estudios piensan y fusionan la teoría marxista de la acumulación originaria del capital y la crítica a la teoría del cuerpo de Michel Foucault desde una perspectiva feminista; es decir, observando el proceso de transición del feudalismo al capitalismo sin correr el foco del ataque más monstruoso contra el cuerpo que ha sido perpetrado en la era moderna: la caza de brujas. Es que el capitalismo, en tanto sistema económico-social, está necesariamente vinculado con el racismo y el sexismo: solo pudo sostenerse justificando y mistificando las contradicciones incrustadas en sus relaciones sociales (la promesa de libertad frente a la realidad de la coacción generalizada, la promesa de prosperidad frente a la realidad de la penuria) denigrando la “naturaleza” de aquellos a quienes

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explotaba: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos, inmigrantes desplazados por la globalización. Con todo, en el torbellino discursivo de la modernidad, la figura de la “bruja” se asoma siempre como epíteto infamante de la feminidad empoderada y sigue siendo la más eficaz forma de demonizar a la mujer en la arena política del presente. Sólo hace falta recordar la polémica tapa de la revista Noticias con que la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner finalizó su mandato en diciembre de 2015: en primer plano aparece un grupo de monjes (personajes poderosos tanto de la política como del mundo empresarial: Ricardo Lorenzetti, Daniel Scioli, Sergio Massa, Hugo Moyano, Héctor Magnetto, Mauricio Macri); detrás, la figura de la mandataria atada con cadenas por la cintura a un poste y en llamas, tal y como la Inquisición quemaba a las brujas; y más abajo el titular: “El pacto para que Cristina no vuelva nunca más”. La tapa –condenada en un escrache público realizado por el colectivo “Ni una Menos”–, con su simbología efectista da cuenta del nicho de creencias presentes aun hoy en los sectores más diversos de la sociedad5. Un año más tarde, en noviembre de 2016, la llegada de la filósofa Judith Butler a Brasil desencadena la ira del ala ultraconservadora de la sociedad que, también, abrevando en un pantano medievalista para nada extinguido por las promesas de la modernidad, la acusa públicamente de “fea”, “bruja”, “pedófila”, “asesina de niños”, etc., y junta cientos de miles de firmas condenando la visita. En su descargo, un texto publicado en la revista Folha de Brasil y en el diario Página/12, Butler insinúa los peligros para la democracia contemporánea que tales escarnios contienen: Tal vez aquellos que quemaron una esfinge que me representaba como una bruja trans no sepan que aquellas que fueron llamadas brujas y quemadas eran personas cuyas creencias no encajaban con el dogma católico. Históricamente a las brujas se las ha acusado de tener poderes que era imposible que tuvieran y se convirtieron en chivos expiatorios cuya muerte se suponía que iba a limpiar a la comunidad de la corrupción moral y sexual. Se creía que habían cometido herejía, en cooperación con el diablo (…). El fantasma de estas mujeres como el diablo o sus representantes resuena en la ideología “diabólica” del género. La tortura y el asesinato de esas mujeres a lo largo de la Historia como brujas representaban un esfuerzo por reprimir las voces disidentes, aquellas que cuestionaban ciertos dogmas de religión. (…)

Quizá el foco de “género”, al final, no estaba tan alejado de la pregunta que hacíamos en la conferencia, titulada “¿El fin de la democracia?”. Cuando la violencia y el odio se convierten en instrumentos de la moralidad religiosa y política, entonces la democracia está amenazada por aquellos que desgarran el tejido social, castigan la diferencia y socavan los lazos sociales necesarios para que se sostenga nuestra coexistencia aquí en la tierra.6 Es que lejos de pertenecer al etéreo reino de las ideas, la teoría de Judith Butler7 –con su lectura cruzada de Austin, Foucault y Derrida, su definición del “género” como sistema de normas sociales y prácticas institucionales, discursivas y corporales capaces de producir performativamente al sujeto– es la base conceptual de los colectivos feministas del presente. Si el sujeto adquiere inteligibilidad social y reconocimiento político, al hacer de su cuerpo un agente de ocupación política, la toma lúdica y performática de las calles se vuelve un imperativo a la hora de articular prácticas de resistencia. «¡Performateo, luego existo!» parece ser la premisa de la multiplicidad de trajes y disfraces vistos en las últimas marchas del 8M en Buenos Aires y otras ciudades del país. La paradoja es que, a los brutales femicidios y al linchamiento mediático, ahora parece sumársele una novedad: la ejecución pública y performática de las supliciadas, perpetuando en la esfera simbólica la violencia material con la que el patriarcado disciplina a las mujeres. Rita Segato8 observa, al analizar los casos de violación y los femicidios de Ciudad Juarez, que el patriarcado naturaliza la violencia hacia la mujer como un modo de exhibir el prestigio entre los pares: el capitalismo, en tanto economía de poder basada en la conquista del estatus masculino, se mantiene a través de un repetitivo ciclo de violencia que, estructuralmente, organiza las relaciones de poder y subordinación entre los sexos. Frente a la articulación de prácticas de subjetivación femenina que intentan revertir la inequidad de las posiciones, no sorprende entonces comprobar una respuesta que recrudece la violencia, y afirma la circularidad del rito y la persistencia sacrificial de la muerte. ¿Qué hacer entonces? En busca de alguna respuesta, me voy a detener en el análisis de la obra Chicas muertas, de Selva Almada9.

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Las amigas muertas En primera instancia, hay que decir que Almada asume como tal la existencia del “caso” y se sumerge en la investigación sobre tres muertes que marcaron su infancia y juventud. A la memoria de las chicas muertas está dedicado el libro: Andrea, María Luisa y Sarita. Tres muertes que entran en la categoría de “casos” al permitir que los pongamos en serie con tantos otros: como el “caso María Soledad”, el asesinato de la joven de 18 años en la provincia de Catamarca que desenmascaró el horror de los “hijos del poder”; el “caso Candela”, esa nena que apareció asesinada nueve días después de su desaparición dentro de una bolsa en Hurlingham; o el más reciente “caso Lola”, la adolescente de 15 años que apareció muerta en las playas de Uruguay cuando vacacionaba con sus familiares… Multiplicidad de casos vienen a nuestra memoria, y Almada se desliza diestra y sigilosa entre ellos10. Aníbal Ford señala que esta proliferación de casos mediáticos ocurrida en la década del noventa se vinculó con un corrimiento de lo informativo y lo argumentativo hacia lo narrativo: interesa el estudio del caso “por su utilización como ingreso o en reemplazo de la información y la argumentación en los temas de interés público” y por su “creciente peso en la construcción y circulación del sentido en la cultura masmediática”11. Por su parte, Ryszard Kapuscinski apunta que mientras el crecimiento de los medios se ha exponenciado, la relevancia del periodista ha decrecido, se ha devaluado o disgregado a favor de la imposición de un “discurso fragmentado y superficial” anclado en “la noticia como negocio”: un negocio que se mueve en pos el dinero y la competición en el mercado12. Sin duda, esta tendencia se ha agudizado en los últimos años por influencia de los canales de noticias que transmiten las veinticuatro horas, y por el surgimiento del periodismo online y las redes sociales. El libro de Almada viene a ofrecerse, entonces, como un capítulo más de esta serie necrótica que orbita en torno a estas muertes –una serie que la autora se encarga de actualizar a diario en su Facebook, registrando cada nuevo femicidio. Sintonizando, entonces, con la feroz competencia desplegada entre las empresas de comunicación por ofrecer eficacia y espectacularidad en la cobertura de estas muertes, la narración de Almada se levanta. Pero, contrariamente de lo que pudiera suponerse, el texto no se presenta como crónica periodística o de investigación porque, en rigor, las casi doscientas páginas del libro no ofrecen una pista cierta que permita dilucidar quiénes asesinaron a las chicas y por qué. Más bien, la narradora recolecta testimonios de amigos, parientes y allegados de las víctimas, rememora vivencias propias vinculadas al consumo mediático de los casos, se detiene en el relato puntilloso de cómo fueron asesinadas las chicas y visita los lugares donde sus cuerpos fueron hallados con la curiosidad-morbo del voyeur. Claro que el morbo no es lo que primero salta a la vista: es lo que el lector se queda quizás rumiando finalizada la lectura, un mal sabor que quizá no llegue a definir si está demasiado obnubilado por las buenas intenciones y la corrección política de una prosa que se presenta como sencilla y honesta. Pero no. La figura de la bruja, la “Señora”, a la que la narradora “Selva Almada” visita en busca no de alguna certeza sino de letra y relato sobre las

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muertes revela el trasfondo de esta apuesta que, ante todo, precisa que las muertas se mantengan como tal para que el relato impostado pueda existir. Llego a la Señora por recomendación de unos amigos escritores que la consultan cuando deben tomar decisiones importantes. Confían en su buen juicio y en las cartas de tarot. Cuando la llamo para pedirle una cita, le explico que mi pedido tal vez le resulte inusual: no es por mí por quien quiero verla, sino por tres mujeres que están muertas. Me dice que es más habitual de lo que pienso y arreglamos día y hora. Nunca me tiraron las cartas y la idea me pone un poco nerviosa.Tengo miedo de que ella no haya comprendido que no es de mí de quien quiero averiguar cosas sino de María Luisa, Andrea y Sarita. No quiero conocer mi futuro. No quiero que saque a la luz ningún quiste del pasado. (…) Le repito lo que le conté por teléfono y me explayo un poco más: en dos de los casos sus familiares consultaron a videntes, pero de esas experiencias sacaron poco y nada.Tal vez era demasiado pronto y tal vez ahora sea demasiado tarde, aventuro. Nunca es tarde. Pero yo creo que en el más allá todo debe estar junto y enredado, como una madeja de lana.

Hay que tener paciencia e ir tirando despacito de la punta. ¿Conocés la historia de La Huesera? Niego con la cabeza. Es una vieja muy vieja que vive en algún rincón del alma. Una vieja chúcara que cacarea como las gallinas, canta como los pájaros y emite sonidos más animales que humanos. Su tarea consiste en recoger huesos. Junta y guarda todo lo que corre el peligro de perderse. Tiene su choza llena de huesos de todo tipo de animales. (…) Una vez que se decide, levanta los brazos sobre el esqueleto y empieza su canción. A medida que canta, los huesos se van cubriendo de carne y la carne de cuero, y el cuero de pelos. (…) Tal vez esa sea tu misión: juntar los huesos de las chicas, armarlas, darles voz y después dejarlas correr libremente hacia donde sea que tengan que ir. (46-50) La narradora vuelve una y otra vez con la Señora, no para “conocer su futuro” ni sacar a la luz un “quiste” de su pasado, no quiere asomarse a un abismo de verdad, solo quiere asegurar su “misión” en historias que le son ajenas: ella es la “huesera”, la taxidermista –diría más bien–, la encargada no de darle voz a las chicas muertas –de hecho no hablan, ni siquiera en las sesiones espiritistas– sino de presentarlas como efigies animalizadas

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Es el canto de sirena de las identidades fosilizadas y fosilizantes en la condición de víctima: primero banaliza el dolor, luego te invita a cantar a coro, ¡Me too!, y después te manda al más allá, donde todas las culeadas somos exactamente: Ninguna. en un relato relleno de paja y veneno antipolillas. Imaginemos que una de las chicas, Sarita –de quien nunca se encontró el cuerpo, por ejemplo–, no está muerta; imaginemos incluso que la muchacha se apersona en medio de la presentación o irrumpe en algún evento de promoción del libro… ¿Cómo reaccionaría la autora? Lejos de parecer bizarra, esta situación es contemplada en el mismo libro: la madre de la chica nunca creyó que estuviera muerta, incluso “un llamado misterioso que recibió su cuñado le advirtió que Sarita estaba en un prostíbulo de Valladolid, España. Yo creo que Olivero se la vendió a una red de trata, para sacársela de encima” (127). Pero la narradora no sigue esta pista –so riesgo de que se le caiga toda la serie y el libro mismo–, sino que como la hermana de Sarita, prefiere darla por muerta y ser portavoz (también) de una historia: Los hermanos, en estos tres casos, tienen un papel fundamental.Yogui Quevedo es el portavoz de su hermanita asesinada, se ha convertido en una figura pública tras la muerte de María Luisa y se lo consulta cada que ocurre un caso parecido en la provincia del Chaco. Mirta Mundín fue la confidente de Sarita, su protegida, la que terminó de criar al hijo de la hermana desaparecida. Ella prefiere no hablar en público, no exponer su dolor que es solo de ella, un acto íntimo que defiende con uñas y dientes.Y Fabiana, la hermana de Andrea Danne, que ahora prefiere callar. (163) Es en el punto exacto en que la representación, o el significante, “mata a la cosa” o supone –siguiendo a Lacan– que para entrar en el mundo de la significación debe matarla, donde las intenciones denuncialistas de cierto feminismo que se dice militante hacen aguas y muestran su cara más conservadora: su falo-logocentrismo. Es el canto de sirena de las identidades fosilizadas y fosilizantes en la condición de víctima: primero banaliza el dolor, luego te invita a cantar a coro (“¡Me too!”) y después te manda al más allá, donde todas las culeadas somos exactamente: Ninguna.

Movimiento y metonimia Recapitulemos: Michel Foucault registra la mutación en la Europa del siglo XVIII de un tipo de poder construido sobre el derecho de matar hacia un poder diferente que se ejerce a través de la administración y promoción de las fuerzas vitales. No obstante, si ubicamos esta mutación en el contexto del surgimiento del capitalismo, el enigma sobre el bio-poder se desvanece: la promoción de las fuerzas de la vida no es más que el resultado de una nueva preocupación por la acumulación y la reproducción de la fuerza de trabajo. La observación del trabajo esclavo y el doméstico, la organización de la vida a partir de la familia nuclear burguesa, la sexualidad y sus regímenes de prohibiciones brindan una nueva comprensión del lugar de las mujeres en el proceso de expansión del capital y de su sinestesia global. Como viene señalando la historiografía feminista desde hace décadas, el modelo androcéntrico de una economía y de una sociedad basada en la superioridad del “hombre blanco” supone el uso y la explotación de la mujer, de los recursos naturales y de la gente extranjera en términos de expoliación. En un sistema donde la vida está subordinada a la producción de ganancias, la acumulación de fuerza de trabajo solo puede lograrse con el máximo de violencia para que la violencia misma se transforme en la fuerza más productiva. Desde una perspectiva global, esta parece ser la explicación más efectiva para comprender el rebrote de la violencia de género en contextos donde prima, sin embargo, un discurso modernizador en términos de liberación sexual y consumo. Así, observar que el tan mentado “progreso”, lejos de concebírselo como un movimiento lineal de superación, debe pensárselo como un proceso polarizante en pos de un mundo dualista que presenta lo contingente y lo histórico como un orden natural, universal e inamovible, supone también apuntar el sistema de alianzas patriarcales que sellan a través del cuerpo de la mujer, asumido básicamente como mercancía, la reproducción de un sistema de valores pensados en torno al Capital: “El dinero es el Dios real del capitalismo, aparece como el creador y preservador de toda la vida”, afirma Maria Mies13. Con todo, nuestra sociedad capitalista tiende a pensar que solo el fetiche de la mercancía entra en el circuito de la producción y el consumo, sin observar que el lenguaje en tanto semiosis es parte clave de las fuer-

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zas productivas, y que, como dice Elsa Drucaroff reformulando a Voloshinov, “el signo es la arena de la lucha de clases y de la lucha de géneros”14. Habrá que poner en tensión permanente ambos órdenes, el “orden de clase” y el “orden de género”, para iluminar otros estados del Lenguaje y, quizá, otros lenguajes del Estado: otro logos. Como se recordará, para Lacan es en el nombre donde se cifra la Ley del Padre: la identidad duradera y viable se adquiere pues mediante la sumisión al patronímico y la sujeción que este ejerce sobre la persona. Sin embargo, solo hace falta sumergirse en el mundo de las villas, allí donde la ley del Estado entra en suspenso y las fuerzas policíacas se amilanan, para observar la existencia de otro orden de tipo consuetudinario que nada tiene que ver con la organización patrilineal. Ni demonizar la cultura villera, ni hacer de la pobreza estructural una épica demagógica, mucho menos se trata de sumar pintoresquismo y notas de color a la ciudad letrada. No. Se trata más bien de observar cómo es que en contextos donde los Estados propenden a la muerte, el abandono o la aniquilación por gatillo fácil, lo viviente aun así se levanta. Ese otro orden existente podríamos llamarlo, usando palabras de Luisa Muraro, el “orden simbólico de la

Madre”15. Si la normativa de nuestro Estado capitalista y patriarcal impone en primera instancia el apellido del padre como marca identitaria, cualquiera que se interne en una villa en busca de una persona sabe que debe conocer ante todo el apellido de la madre: es a partir del nombre de la madre que podrá abrirse camino en esos laberintos de ladrillos y pobreza y llegar a destino. ¿Por qué? La respuesta es tan contundente como sencilla: porque son las mujeres las primeras que, en situaciones de extrema vulnerabilidad, tejen redes de subsistencia y articulan bio-políticas del cuidado. Desde la perspectiva de la filósofa feminista Luisa Muraro, la clave estaría pues en el movimiento que ofrece la figura de la metonimia, en oposición al régimen simbólico de la hipermetaforicidad que sostiene la Ley del Padre (el logos hegemónico). Frente a este orden, y discutiendo con Lacan, Muraro propone pensar la figura de la metonimia como estructurante del lenguaje, ya que no supone “la muerte o la desaparición de la cosa” sino el movimiento continuo entre el orden de lo real y el orden significante16. Sabemos, desde el estudio ya clásico de Roman Jakobson, que metáfora y metonimia son las estrellas de la significación: mientras la primera ordena el mundo reemplazándolo, la segunda produce sentido a tra-

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vés de contigüidades semánticas en permanente movimiento17. Pero lejos de observar las potencialidades de la segunda, nuestra cultura falocéntrica se plantó en el régimen metafórico: todavía hoy se repite el sermón lacaniano de que el signo “mata” lo real, que el lenguaje “reemplaza” al mundo, que entre los signos no hay más que abismo. Y sin embargo… La garante del régimen simbólico no hipermetafórico a través del cual los seres humanos todos ingresamos al lenguaje fue y sigue siendo la madre: es su potestad, amor y autoridad la que sostiene el puente metonímico que nos permite entrar al mundo de las significaciones. Me interesa esta ficción teórica porque asume el proceso significante del lenguaje como una matriz productiva, revolucionaria, en permanente movimiento, que establece puentes con lo real e inmediatamente continúa su fuga. Así es, al menos, como yo concibo la orfebrería del relato: no como un animal fosilizado y muerto, sino como una animal vivo y feroz que bastante seguido logra que la palabra perra muerda.

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Obras de colectivo Entresuturas

1 Por razones de brevedad, remito al Instagram de Boca de Sapo (donde se relevan imágenes de marchas acaecidas en Buenos Aires, el interior de Argentina, Madrid y Venecia desde marzo de 2015 al presente) y también al artículo de Florencia Abbate “Imágenes del desacuerdo. Una lectura del Ni Una Menos” en: Boca de Sapo 22: Activismos. Agosto de 2016, pp. 58-66. [Consulta en línea: http:// www.bocadesapo.com.ar] 2 Foucault, Michel. “Conferencia El nacimiento de la medicina social” en: Revista centroamericana de Ciencias de la Salud (1977); conferencia en la Universidad del Estado de Río de Janeiro, octubre de 1974. Dits et Écrits, II, (1976-1988). París, Gallimard, 2001, p. 210. 3 Cabezón Cámara, Gabriela. “Basura” en: Anfibia. Revista de la Universidad Nacional de San Martín, Marzo/abril de 2015. Ver también su ficción Le viste la cara a Dios (Buenos Aires, La isla de la luna, 2012), dedicada a la “Aparición con vida de Marita Verón y de todas las nenas, adolescentes y mujeres esclavas de las redes de prostitución”. 4 Silvia Federici señala incluso el carácter “defensivo” del pensamiento foucaultiano que a la vez que considera al cuerpo constituido por prácticas discursivas se preocupa por describir cómo se despliega ese poder antes que identificar su fuente: “Así, el Poder que produce al cuerpo aparece como una entidad autosuficiente, metafísica, ubicua, desconectada de las relaciones sociales y económicas, y tan misteriosa en sus variaciones como una Fuerza Motriz divina”. Cfr. Federici, Silvia. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Buenos Aires, Tinta Limón, 2010, p. 29. 5 Según queda asentado en: Moreno, María. “Ahora sí: Entrevista a María Pía López” en: Página 12, 14 de abril de 2017. [Consulta en línea: https://www.pagina12.com.ar/31624-ahora-si] Como antecedente y refuerzo conceptual del “escrache”, véase también la tapa de Boca de Sapo 3 (Otoño/invierno de 2001) y mi artículo “Magia, brujería, escritura” publicado en Boca de Sapo 5 (Enero de 2010). [Consulta en línea: http://www.bocadesapo.com.ar/ revistas.html] 6 Butler, Judith. “El fantasma del género” en: Página 12. Suplemento Soy. 24 de noviembre de 2017 [Consulta en línea: https://www. pagina12.com.ar/77673-el-fantasma-del-genero] 7 Ver, entre otros títulos: Butler, Judith. El género en disputa. Feminismo y subversión de la identidad. Buenos Aires, Paidós, 2007 (1990). Cuerpos que importan. El límite discursivo del sexo. Buenos Aires, Paidós, 2002 (1993). 8 Cfr. Segato, Rita. Las estructuras elementales de la violencia. Buenos Aires, Prometeo, 2010 (2003). La crítica de la colonialidad en ocho ensayos. Buenos Aires, Prometeo, 2015. La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Buenos Aires,Tinta Limón, 2013. 9 Almada, Selva. Chicas muertas. Buenos Aires, Random House Mondadori, 2014.

10 Puntualmente, recomiendo el pormenorizado análisis de la cobertura periodística sobre la muerte de Ángeles Rawson (acaecida en junio de 2013) realizada por Luciana Garbarino y Nadia Paparazzo, “La mujer frágil y la fragilidad de la noticia” en: Boca de Sapo 19: Fragilidad. Abril de 2015, pp. 18-36. 11 Ford, Aníbal. “La exasperación del caso” en: La marca de la bestia, Buenos Aires, Editorial Norma, 1999. Ver también: Pedemonte Fernández, Damián. Conmoción Pública. Los casos mediáticos y sus públicos. Buenos Aires, La Crujía Ediciones, 2010. 12 Kapuscinski, Ryszard. Los cinco sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar). Buenos Aires, FCE, 2003, p.16. 13 “Marx y Engels y la mayoría de otros progresistas de los siglos XIX y XX pensaron que el patriarcado era una relación social que pertenecía al feudalismo y que desaparecería con el auge de la burguesía y la relación de producción capitalista. El dominio del hombre sobre la mujer no está basado en el poder del padre sino en el poder del dinero. Pero, de nuevo, este poder del dinero no puede hacerse, en un último análisis, sin violencia, coerción y colonización.” Mies, Maria. “Globalización de la economía y violencia contra la mujer” en: Fermentum. Mérida, Venezuela, N°23, Año 8, sept-dic. 1998, p. 16. 14 Drucaroff, Elsa. Otro logos. Signos, discurso, política. Buenos Aires, Edhasa, 2015, p. 108. 15 Muraro, Luisa. El orden simbólico de la madre. Madrid, Horas y Horas, 1994. 16 “El orden simbólico que Lacan concibe como inmodificable, organizado bajo un único principio, el de la metaforicidad, frente a la cual no hay otra alternativa que la locura. Un orden simbólico que no tiene alternativa y, sin embargo, requiere de ciertas condiciones para funcionar. El principio metafórico, sabemos, es aquel que las teorías reconocen con ganas porque es el que mejor se conforma con ellas.Y porque (agregamos) da a las teorías siempre una nueva razón para incrementarse en la tarea, por definición interminable, de superar el resto que queda entre ellas y lo otro de ellas. En esto otro debemos sin embargo suponer, siguiendo a Jakobson, que exista también el trabajo simbólico metonímico. Sobre la directriz metafórica del discurso puede desarrollarse hacia su meta, que parece ser la de sustituir el mundo con palabras –y así callarlo–, confortado, evidentemente, por la certeza señorial de que habrá siempre algún aplicado al oscuro trabajo de pegar las cosas a las palabras”. Muraro, Luisa. Maglia o uncinetto. Racconto lingüístico-político sulla inimicizia tra metáfora e metonimia. Milán, Feltrinelli, 1981. Cit. y trad. de Elsa Drucaroff, ob. cit., p. 173. 17 Cfr. Jakobson, Roman. “Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasias” en: . Jakobson, R. - Halle, M. Fundamentos del lenguaje. Madrid, Ayuso, 1973

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DOSSIER DE MINIFICCIÓN En las ficciones breves que componen este dossier, la mujer aparece a través de un espejo fragmentado. Ernesto Tancovich nos acerca a las inflexiones de las voces latinoamericanas en tres apuntes breves. María Laura Pérez Gras nos permite asomarnos a las transformaciones que trae la maternidad. Mario Goloboff apuesta a la inversión con sus “Enredos de comedia” y Javier Campos y Mariana Docampo traen a escena la violencia en manos femeninas. Invitamos a nuestros lectores a recorrer estas páginas y a dejarse capturar por los destellos que proponen estos autores en sus múltiples miradas sobre la mujer.

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FOTOGRAFÍAS DE MARIELA PIETRAGALLA DE LA SERIE EL BOSQUE INMANENTE

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Escenas Por Ernesto Tancovich Ecuatoriana En la selva, recostada en un árbol, amamanta. Su habla, dulcecita y pausada, se lleva bien con el rumor de las aguas que discurren a su lado. “Tengo mi huertita con papayas, con mandioca”, dice. “Gallinitas tengo. Del río sacamos el agua, pescamos”. El bebé rezonga, lo cambia de teta. “A mi ver, eso es ser ricos”, dice. El sol atraviesa el follaje en haces de luz viva. Colombiana “La luz es peligrosa”, dice. “Trae muerte”. Resguardada en un rincón sombrío, abre la mirada y cuenta. Las incursiones de unos y otros han llevado la vida de su hombre. Y la casa, a la que sabe devorada por la selva. En un metro cuadrado cabe ahora su mundo. La castigada maleta de falso cuero, algunas ropas, fotografías de tonalidad sepia y otras recientes en kodacolor, cartas liadas con cinta desteñida, souvenires de comunión y bodas, medallitas que dejaron ir sus oros. Y lo que tiene puesto. El vestido de tela estampada, un collar de semillas, vincha y pulseras tejidas, sandalias de mucho andar. “En la vida todo es ganancia”, dice. Cierra la mirada y calla. *Ernesto Tancovich vive en Campana, provincia de Buenos Aires. Ha recibido el 1° Premio La máquina que hace Ping - España por Cine piojo (microficción), una mención en el Premio Provincia de Córdoba por El niño stalinista (poesía) y otra por Universidad de Cali por Las playas del tiempo (narrativa), entre otras distinciones. Publicó en diversas revistas literarias de Argentina, México y España.

Argentinas Vestidas como para ir al cine dos chicas pasean, conversando. Empujan un carrito sustraído de Supermercados Norte. Cada tanto ríen. “Estoy leyendo un libro buenísimo”, dice una. “Se llama Como resistir un ataque de extraterrestres”.Y mira hacia el fondo de la calle donde flota una luna dorada, inmaterial, hecha de pura luz. Los ojos de su compañera, en cambio, exploran, ávidos, el interior sombrío de un volquete. La crisis no les ha hecho perder gracia. El carrito rechinante las hermana. Cada tanto se detienen a recoger cartón, plástico, algo de metal.

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Ancestral Por María Laura Pérez Gras A Elena

*María Laura Pérez Gras es investigadora del CONICET y del Instituto de Literatura Argentina de la UBA; docente a cargo de las cátedras de Literatura Argentina en la sede de Pilar de la USAL, donde también dirige proyectos de investigación sobre literatura argentina. Publicó más de sesenta artículos en revistas científicas, ha coeditado un volumen de ensayos críticos sobre literatura argentina, y dos ediciones críticas de obras rescatadas de los hermanos Mansilla con María Rosa Lojo. Es la autora de dos libros que estudian la literatura que aborda el fenómeno del cautiverio en la Argentina del siglo XIX: Relatos de Cautiverio (2013) y Cautiverio y prisión de Santiago Avendaño (en prensa).

Nació. Era tan incomprensible como el origen del universo. Y, sin embargo, tenía mi boca y sus ojos miel. No podía responder a todos los saludos, tantos buenos deseos. No podía ni atender los propios. ¿Había deseado yo realmente esa experiencia o era otro inevitable suceso en el devenir de mis días? Llegaba ropa lavada a mano con jabón neutro. Sopa recién hecha. Un amohadón milagroso que evitaba el dolor de espalda. Pero nada evitaba mis lágrimas. Venían de la nada y a la nada iban, inexplicables, como la vida nueva. El cordón visceral que habían cortado en el sanatorio seguía latiendo. Sangraba. El ardor en la boca del estómago me daba la sensación de que esa herida no se cerraría nunca. Su supervivencia dependía de mí. Completamente.Y, de a ratos, la garganta se me estrechaba tanto que el aire de la habitación no me entraba en los pulmones. Mi rutina de días atrás parecía de una vida anterior, que alguna conexión astrológica me permitía rememorar. Había reencarnado. En otro cuerpo. Uno que no reconocía frente al espejo. Hasta mi voz se hizo otra, grave. Como si el peso de los pechos y del vientre arrastrara todo lo demás. Los pies anchos, más grandes, para cargar el nuevo cuerpo propio y el nuevo cuerpo ajeno, como un apéndice. Mis brazos se hicieron insospechadamente fuertes y hábiles. Podrían cagar a trompadas a un ejército de pedófilos. Me volví monstruosamente enorme, poderosa. Pero seguí llorando. La tarde en que ella me encontró amamantando en la penumbra, me regaló sus manos callosas, su voz ronca y un insondable abrazo. Las palabras más dulces de savia vieja y sabia se derramaron sobre el ardor de la herida abierta y mis lágrimas se secaron. Entonces, de los pies me crecieron extremidades fibrosas, tan resistentes como sutiles. Así descubrí las raíces que escondían mis plantas, y que, desde esa tarde, irrigan el tronco y también las ramas que mecerán, eternamente, el fruto de mis entrañas.

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Enredos de comedia Por Mario Goloboff El hombre (alto, buen mozo, de ojos negros y pañuelo al cuello) se llama Berta. La mujer (rubia, exageradamente delgada, interesante), José Antonio. Están muy enamorados o, al menos, mutuamente atraídos. Pero los padres de José Antonio no quieren a Berta. Él, dicen, es un malevo, un sujeto del hampa. Nada apropiado para José Antonio, una muchacha educada en la música, las buenas costumbres, el pudor. Berta, en cambio, no tiene familia, aunque sí amigos: de muy mala calaña. Una noche, estos llegan a casa de los padres de José Antonio para raptar a la muchacha a punta de cuchillo. Pero reciben una andanada de golpes de no se sabe quién. Al fin, huyen despavoridos, y prometen meterse en la primera biblioteca que encuentren para leer mejor a Goldoni, a Molière, o a quien los padres de José Antonio indiquen.

*Mario Goloboff Escritor y docente universitario. Ha publicado poesía (Entre la diáspora y octubre, Toujours encore, Los versos del hombre pájaro, entre otros títulos); cuentos (La pasión según San Martín, Recuadros de una exposición), novelas (Caballos por el fondo de los ojos, Criador de palomas, La luna que cae, entre otras), y ensayos (Leer Borges, Julio Cortázar. La biografia, entre otros). Integró la Cooperativa Editorial Hoy en la Cultura, el consejo de redacción de El escarabajo de oro, fundó la revista Nuevos Aires, y fue director del Museo Casa de Ricardo Rojas. Colabora con las revistas Hispamérica, Convergencia, y el diario Página/12.

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Salón de baile con espejos Por Javier Campos Aun no había mucha gente en la sala. Los tres que habían llegado temprano, dos mujeres y un hombre, estaban sentados en lugares distintos, en sillas lejanas unos de los otros. Si se miraba en los grandes espejos de la sala, aumentaban a seis o si se miraba el otro espejo que reflejaba a los seis aumentaba el número de las dos mujeres y el del único hombre. En un espejo una mujer de mediana edad comenzó a ponerse los zapatos de baile. Su vestido parecía de color rojo pero como la luz no era totalmente brillante podría ser un vestido de otro color. La otra mujer, o las varias que aparecían en el espejo que se reflejaban en los otros dos espejos, se miraban en sus espejos de mano y se pintaban los labios. O parecía que se pintaban los labios. Los hombres reflejados ahora, todos vestidos de negro, miraban a las mujeres que se pintaban los labios y mecánicamente iban sacando sus zapatos de baile de bolsitas semejantes y se agachaban todos a la vez como si hubieran perdido algo debajo de sus sillas. Las mujeres de vestidos rojos habían terminado de ponerse los zapatos de baile. Parecían zapatos negros pero podrían ser de otro color. Las mujeres que se miraban en sus espejos de mano dejaron de mirarse en el espejo porque al mismo tiempo giraron sus cabezas a un lado, al lugar donde se escuchaba el primer tango de la noche. El tango rompió el silencio de una manera que a todos los reflejados en el espejo los conmovió una especial felicidad. Las mujeres vestidas de rojo, o parecidos a ese color, miraban de reojo a los hombres sentados y vestidos de negro. Los hombres sentados también miraban hacia el lugar de donde venía la música y parecían inquietos en sus sillas porque se movían como si les dolieran sus espaldas pues giraban sus torsos todos a la vez, de izquierda a derecha. Alguien pasó corriendo por un espejo pero como había otros espejos que reflejaban al primer espejo parecía que eran varios hombres corriendo o en busca de algo con mucha urgencia. Las mujeres que tenían los diminutos espejos en sus manos, y ahora eran muchas más mujeres con un espejito en las manos por efecto del reflejo de los espejos unos en otros, dejaron de mirarse y pintarse los labios. Vieron a los hombres correr hacia donde venía la música y súbitamente se hizo un silencio porque el primer tango había terminado. Todos, los hombres y las mujeres, miraban hacia el DJ y pensaban con qué tango continuaría. Estaban ansiosos por bailar. Entonces fue en la mitad del tango, exactamente al minuto y diez segundos, cuando sucedió lo inesperado en la sala de baile, la noche de milonga, porque las mujeres con sus espejos, las que se pintaban los labios, dejaron caer todas al mismo tiempo esos diminutos objetos que se quebraron en cientos de pedacitos reflejando a cientos de hombres y mujeres que se levantaron desesperados de sus sillas para bailar el segundo tango de la noche. Eso dijo la policía cuando llegó al lugar para averiguar la inexplicable tragedia que había ocurrido antes de terminar el segundo tango que se llamaba “El adiós”. Entraron cinco

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minutos después cuando una sola pareja que bailaba en la sala abrazada, resistiéndose caer al piso, iba desplomándose en cámara lenta y un hilo de sangre corría como una rayita roja desde sus ojos mientras una solitaria mujer permanecía somnolienta, sentada, mirándose los labios en un diminuto espejito quebrado y luego guardaba lentamente en su cartera algo muy parecido (“o igual”, dijo la policía) a una diminuta pistola que momentos antes tenía dos balas de plata.

*Javier Campos es poeta y narrador chileno. Ha ganado varios premios a nivel internacional. Es profesor de la Universidad de Fairfield, Connecticut, Estados Unidos. Tiene varios libros publicados tanto en poesía como narrativa. En abril 2018 sale su novela El bailador de tango, editada en EEUU por la editorial Casasola. En la actualidad investiga sobre el tango en el Río de la Plata.

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Querosén Por Mariana Docampo Cuando llegó del colegio, la esperaba detrás de la puerta. Le tiró del pelo y la metió en la casa. —Vení, asquerosa. La niña gimió y trató de separarle los brazos a la madre, para que la soltara. Pero la mujer apretaba fuerte, y la arrastró hasta la cocina. La ató a la silla y luego sacó el querosén de dentro del armario. —Te voy a prender fuego. La niña se resistía, pero los nudos eran fuertes. La otra la roció con el querosén y fue a buscar la caja de fósforos. —Puta yegua maldita que te acostás con mi hombre. La niña lograba desatarse pero la otra ya había encendido la cerilla y se la arrojó sobre el cuerpo mojado. En un instante, la hija estaba envuelta en llamas y corría a los gritos por toda la casa. Se chocó contra un mueble y cayó en el suelo. La madre se quedó mirándola, hasta que en un momento la llama se apagó.

*Mariana Docampo es escritora y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Tiene publicados seis libros de ficción (Al borde del Tapiz, El Molino, La fe,Tratado del Movimiento, La familia y V) y algunos de sus textos forman parte de antologías. Coordina talleres literarios de escritura, lectura y discusión de textos. Desde el año 2011 dirige la colección “Las antiguas” de la editorial Buena Vista dedicada al rescate de obras de las primeras escritoras argentinas. Es coguionista del largometraje Marilyn (68 Berlinale Film Festpiel Berlin, Panorama - 19° Laboratorio de Guiones de Oaxaca - Opera Prima del INCAA 2012) y coautora, junto con Guillermo Gasió, del libro de entrevistas Sara Facio. La foto como pasión (2016). Desde 2007 es una de las organizadoras del Festival Internacional de Tango Queer que tiene lugar anualmente en Buenos Aires.

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BOCA DE SAPO ISSN 1514-8351


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