36 BOCA DE SAPO
ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO
Guerras
Aruguete - Calvo - Cilento - Escolar - GeistGonzález - Lida - Néspolo - Koss - Perera
Charla con Walter Mignolo
Crónica de Florencia Bonfiglio / Viñetas de Matías Tejeda
Dossier cartas de guerra entre Dámaso y Amado Alonso (1936-1939)
En Boca de Sapo 36 se reproducen imágenes de Marcelo Alzetta , en homenaje al artista tempranamente fallecido en mayo de 2021. Reclutado en las filas del Centro Cultural Rojas durante los años noventa, en su producción aparece un elenco de personajes híbridos, emparentados a la historieta, la ficción especulativa y el kitsch. El editor Francisco Garamona sostiene que su obra “es gentil y total, psicodélica y angélica, campestre y terrible”; Alzetta es “el pintor del futuro porque es el único que puede hacer una flor, un pájaro o a ese par de indios estimulados y despóticos, amarillos, a los que miro todos los días mientras ellos murmuran sus maldiciones y hechizos”.
Esta edición se abre con un ensayo de Diego Escolar, “Los indios montoneros”, que examina de un modo inédito el archivo huarpe; y se continúa con otro de Natacha Koss, “Los dioses salvajes”, abocado a reflexionar sobre el discurso crítico del grotesco en un siglo atravesado por el belicismo. Laura Cilento estudia los Cristos de la guerra, en las producciones artísticas de George Grosz y León Ferrari.
Compilado y presentado por Miranda Lida, en este número publicamos un Dossier de Cartas entre Dámaso y Amado Alonso, escritas durante la Guerra Civil Española (1936-1939).
Por su parte, el artículo de Javier Geist propone un recorrido por varias ficciones argentinas contemporáneas que abordan el conflicto del Atlántico Sur. Con la brújula ofrecida por el pensamiento feminista, Verónica Perera ilumina diversos escenarios de violencias enjambradas, desde la Guerra de Malvinas hasta el presente. Florencia Eva González y Jimena Néspolo analizan la ideología estética de estos tiempos a partir de una reflexión que pivotea, en simultáneo, sobre tres ejes: los videojuegos, las imágenes de guerra y la racionalidad que demandan.
Además, Florencia Bonfiglio comparte la crónica de una batalla académica. Ernesto Calvo y Natalia Aruguete acuden a ese gigantesco laboratorio contemporáneo que son las redes sociales con el objeto de entender cómo y por qué determinados mensajes inciden en nuestro estado de ánimo y polarizan posiciones. Cierran Boca de Sapo 36 una serie de viñetas de Matías Tejeda y una charla relajada con Walter Mignolo.
DIRECTORA
Jimena Néspolo
36
BOCA DE SAPO
Arte, Literatura y Pensamiento
Era digital, año XXIV, noviembre 2023.
CONSEJO DE DIRECCIÓN
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Laura Cilento
Florencia Eva González
Juan José Mendoza
Walter Romero
CONSEJO DE REDACCIÓN
Javier Geist
Hernán Martínez
CORRECCIÓN
Carolina Fernández
ARTE Y DISEÑO
Antonia Scafati
COLABORADORES
Natalia Aruguete
Florencia Bonfiglio
Ernesto Calvo
Diego Escolar
Natacha Koss
Miranda Lida
Verónica Perera
Matías Tejeda
WEB
Salvador Scafati
COMMUNITY MANAGER
Matuziken Knight
Sumario: Guerras
• Los indios montoneros. Diego Escolar /4
• Los dioses salvajes. Natacha Koss /16
• Destinos cruzados: Grosz y Ferrari. Laura Cilento /22
• Dossier Cartas de Guerra: Dámaso y Amado Alonso a dos orillas del Atlántico (1936-1939). Miranda Lida /28
• Cuerpos en guerra. Javier Geist /38
• Acervo feminista y escenarios bélicos. Verónica Perera /48
• Pódcast: Charla relajada con Walter Mignolo /58
• Crónica: Verano del 86. Florencia Bonfiglio /59
• Armas, imágenes y razones. Florencia Eva González y Jimena Néspolo /66
• Nosotros contra ellos. Natalia Aruguete y Ernesto Calvo /78
• Viñetas: Guerras y fake news. Matías Tejeda /85
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ISSN 1514-8351
Editora responsable: Jimena Néspolo
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STAFFun desierto rebelde para la nación argentina
LOS INDIOS MONTONEROS
La historiografía liberal argentina construyó la noción de “pueblo”, durante el período de formación del Estado-nación, sobre una doble negación: por un lado, como no político; por el otro, como no indio. La desestimación de una agencia social con proyectos propios ha contruibuido tanto a legitimar la apropiación de tierras campesinas e indígenas, como a consolidar esa imagen de la Argentina blanca y europea, funcional al proyecto de las elites. El archivo huarpe, acopiado en la zona cuyana de Guanacache, durante los siglos XVIII-XX, permite desarticular ese relato.
Por Diego Escolar
La identidad nacional argentina se proyecta como una película muda, en alta velocidad y escasa definición. Un gesto comienza, se entrecorta. Las guerras empiezan con el estampido de un cañón y acaban cuando el polvo se disipa. El locutor gesticula inaudible: le creemos. Tiene la camisa arrugada, la mirada sufriente y decidida. Evoca las luces de una gran ciudad, con fondo de praderas y gauchos, en el horizonte, montañas, y en los confines, indios. Y en los intervalos ciegos entre fotograma y fotograma, en los intersticios de páginas, sierras y llanuras del interior, los jinetes borrosos, campesinos opacos, obsesivamente ausentes en la historia. ¿Desaparecieron del cuadro por la engañosa nitidez de la Argentina blanca? Estas páginas abordan, precisamente, esa “materia oscura” de la nación. Ni indios (figura extractable del cosmos propiamente nacional) ni criollos (eufemismo etno-racial del pueblo argentino) o ambas cosas a la vez. Los indios criollos.
Pocos meses antes de fallecer en un barrio obrero de la ciudad de Mendoza, Argentina, Sixto Waldino Jofré me entregó con ceremonia las fotocopias de un documento que denominaba La Memoria. Era una reliquia familiar y según él, ahí se contaba “cómo la tierra ha sido siempre de los huarpes”. Se trataba de la copia manuscrita de un siglo de luchas judiciales por parte de los laguneros, pobladores de las áridas planicies de Guanacache, en el norte de la actual provincia de Mendoza y sur de San Juan. Los documentos clave consistían en títulos coloniales y procesos judiciales del siglo XIX en defensa de sus tierras en tanto indios. Hacía más de una década que venía investigando cómo en esta región, supuestamente “libre de indios”, persistieron y reaparecieron identificaciones y discursos indígenas. Ya había accedido unos años antes a esos mismos documentos. Juan Nievas, un joven miembro de una comunidad huarpe de Guanacache, me había presentado una bolsa plástica con los papeles antiguos y rotos, que traté de compaginar sin lograrlo.Y posteriormente fui conociendo más archivos con los mismos documentos en colecciones familiares de otros laguneros que, como Juan, guardaban un respeto casi religioso por ellos y comentaban que “había muerto mucha gente” para protegerlos.
Confrontarme con estas colecciones de manuscritos me conmovió. Era evidente que los textos habían sido copiados, distribuidos y preservados entre distintas familias y reproducidos en detalle por personas casi analfabetas que viven dispersas en un área de aproximadamente un millón de hectáreas, separadas entre sí por distancias de cinco a veinte kilómetros, con caminos dificultosos y donde solo hace unos veinte años comenzaron a formarse ínfimos caseríos. También llamaba la atención la nitidez con que se revelaba la existencia no solo de discursos, sino de demandas concretas, sostenidas y reconocidas, en las cuales pobladores de la campaña árida se identificaban como indígenas. Y, sobre todo, cómo habían mantenido una lucha judicial, militar y en cierto modo historiográfica de dos siglos por un territorio indígena al interior del espacio central de la Argentina criolla.
El grado de detalle de los textos, la continuidad de las demandas y de las familias por casi dos siglos, su atesoramiento en archivos de precarios ranchos del desierto o barriadas pobres de la ciudad contrastaban con la seguridad con que la historiografía y la antropología habían decretado la inexistencia de identidades indígenas en el área desde el período colonial tempra-
no. En efecto, para la mayoría de los antropólogos e historiadores los grupos indígenas de Cuyo, principalmente los huarpes, se habían extinguido un siglo después de las fundaciones de Mendoza (1561) y San Juan (1562) por traslados forzosos a Chile, o por el mestizaje y “aculturación” de los sobrevivientes1. Las numerosas descripciones de las crueles marchas de los huarpes, atados en colleras a través de la cordillera de los Andes2, habían sido el principal tópico de una narrativa de extinción que perdura hasta hoy.
A partir de los hallazgos de los archivos laguneros pude encontrar estos mismos expedientes y muchos otros relacionados con su historia territorial y política en archivos de Cuyo, Buenos Aires, Chile y Francia. El conjunto de documentos más completo encontrado hasta el momento, sin embargo, es el que posee Juan Nievas. Incluye un testamento de 1752 del cacique Jacinto Sayanca legando a sus indios una merced real de las tierras de Guanacache; un proceso judicial desarrollado por el protector de los naturales de las Lagunas entre 1833 y 1835 y un decreto del gobierno de Mendoza en 1838 reconociendo la posesión y propiedad inmemorial por parte de los laguneros de aproximadamente un millón de hectáreas de sus tierras. En el Archivo Histórico de Mendoza (AHM) encontré posteriormente un petitorio de los laguneros de 1879 que adjuntaba los mismos documentos.3
Tal vez por lecturas previas sobre el área y los huarpes, o por mis experiencias anteriores con gauchos, arrieros y baqueanos, durante mi trabajo de campo en Guanacache desde fines de la década de 1990 me había sorprendido la densidad y copresencia del pasado en cada lugar y relato. Entre los laguneros se evocan ensoñaciones de sordas guerras, de caciques, montoneras o simples pobladores cuyos fantasmas degollados penden de los algarrobos o gritan en la noche; de mares desecados que brillan en la siesta; de despojos, esclavitud, bandolerismo e insurrección; también de rituales indígenas y saberes esotéricos camuflados. La estridente vigencia de personajes y sucesos de siglos anteriores comprime el tiempo de la historia sentida y extiende la violencia y la noción de una identidad indígena como causa y eventual respuesta al por qué de esos males. En la narrativa local se insinuaba que estas historias hablaban de la defensa de un territorio indígena. Sin embargo, los historiadores consideraban la sola idea de identidades indígenas en la región como una invención folklórica carente de base empírica. La existencia de documentos sobre conflictos de tierras, movilización
política y prácticas archivísticas protagonizadas por sujetos identificados como indígenas entre los siglos XVIII y XX vino a desmentir estos supuestos y confirmar mis intuiciones. Su “aparición” en el inicio del siglo XXI no resultaba casual y coincidía con un contexto favorable al reconocimiento de identidades y derechos indígenas en el país y, específicamente, la emergencia o re-emergencia de identidades huarpes en Cuyo. Desde la década de 1990, en una veloz dinámica cuyo disparador fue la acelerada crisis social y económica de la Argentina a raíz de fuertes reformas neoliberales , grupos de campesinos y sectores de clase media urbana comenzaron a impulsar por separado el reconocimiento de una identidad huarpe4. Hacia finales de la década, comunidades huarpes organizadas políticamente –sobre la base de la nueva figura legal de la constitución de 1994, que reconoció por primera vez la preexistencia a la nación argentina de los pueblos originarios– comenzaron a reclamar la propiedad colectiva de las tierras de Guanacache, de aproximadamente un millón de hectáreas. El área abarcaba parte de las tres provincias de Cuyo, Mendoza, San Juan y San Luis, aunque su mayor presencia actual es en la primera.
La bibliografía sobre la historia moderna de Guanacache y sus habitantes era bastante escasa, y para demasiados y cruciales aspectos inexistente, y tanto por mis intereses científicos como por el que mostraban mis interlocutores me aboqué a tratar de reconstruirla a partir de la búsqueda de fuentes escritas originales y memorias orales. A lo largo de este trabajo pude apreciar cómo constituyó un escenario permanente y a la vez excéntrico de las largas guerras por la formación del estado argentino. En pleno “desierto argentino”, según caracterizara Halperin Donghi al espacio geográfico y social habitado por una plebe supuestamente sin tierra y políticamente muda, surgía la evidencia de una larga tradición de territorios, archivos, luchas judiciales y proyectos políticos indígenas entre mediados del siglo XVIII y mediados del XX. Esto desmentía algunos tópicos implícitos con que la historiografía argentina había representado al pueblo llano, especialmente rural, durante la formación del estado nación. Se trata de una doble negación. Por un lado, como “no político”, desestimando la existencia de una agencia y proyectos propios de los grupos subalternos movilizados por los caudillos; por el otro, como “no indio” y “no negro”, suponiéndolo étnicamente descaracterizado y por defecto, “criollo” –en contraposición, claro está, a los pueblos indígenas libres allende las fronteras coloniales del
sur y al norte del territorio–. Los documentos y relatos laguneros evocaban por el contrario una antigua saga colonial y republicana de tradiciones políticas indígenas que escapaban a esa imaginación histórica predominante. Existía un subtexto indígena en la gramática de lo popular y una historia indígena de la nación criolla.
Propongo que una historia que podemos considerar indígena o indígena criolla se produjo en el seno –y como parte– de los procesos de formación de la comunidad nacional y el estado en la Argentina, y que no ha sido abordada por una ceguera historiográfica e imaginarios de nación que deben mucho a los intereses seculares de las elites provinciales sobre las tierras, agua y fuerza de trabajo de esas poblaciones. Conocer al menos parte de este pasado, en lo que a Cuyo respecta, ayudaría a explicar en gran medida la historia de la movilización política rural, la formación del estado, la propiedad privada y la reconfiguración ambiental en Cuyo y tal vez inspirar nuevas perspectivas de análisis para otras partes de la Argentina.
Para demostrar este argumento mi investigación aborda la lucha de los laguneros de Guanacache por salvaguardar su territorio, recursos y autonomía desde fines del período colonial hispano hasta la década de 1940. En la antigua travesía cuyana, instituida por Domingo Faustino Sarmiento como el escenario primigenio de la Argentina gaucha y por extensión criolla, existieron prácticas, memorias y tradiciones políticas indígenas. Inicialmente me remonto a la acción de los caciques cuyanos en defensa de sus tierras de reducción a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX. Luego, a los conflictos y demandas de los laguneros al gobierno de Mendoza por sus tierras desde inicios del período independiente hasta la década de 1840. Más adelante, a la militarización de esos conflictos y su importancia en la participación de los laguneros en el alzamiento del caudillo Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho, en 1861, la Revolución de los Colorados en 1866 y la rebelión de Santos Guayama, entre fines de la décadas de 1860 y 1879 pasando por la revolución mitrista de 1874. Más tarde, a los litigios en torno a la merced real del cacique Sayanca y sus usos tanto en la defensa de la tierra comunal como sobre todo para la corrupta constitución de la propiedad privada en Mendoza a fines del siglo XIX y principios del XX. Finalmente, a las disputas por el agua con los inmigrantes europeos y la etnopolítica del riego del estado provincial desde la primera mitad del siglo XX hasta la década de 1940, cuando se desecó el complejo palustre de Guanacache como resultado de
las políticas coloniales internas del pujante desarrollo de la vitivinicultura en la región. Esta periodización abarca doscientos años de continuidad de demandas y movilizaciones asociadas a identidades indígenas en el seno de la “Argentina blanca”.
Guanacache blues
Mi padre era sanjuanino y cuando yo era niño viajábamos con frecuencia desde Buenos Aires a la provincia. Como la mayoría de sus coprovincianos, había sido formado en la visión sarmientina de San Juan como una sociedad moderna y civilizada, fruto de una inmigración europea progresista y pujante sobre el dócil trabajo de los criollos. El largo y tedioso recorrido de mil kilómetros atravesaba la llanura pampeana y luego de pasar las serranías de San Luis se internaba en el fantástico desierto del Encón, no muy lejos del santuario a la Difunta Correa. Al llegar a la zona invariablemente narraba la historia de Martina Chapanay y sus indios, una bandolera del siglo XIX que asaltaba las caravanas de carretas refugiándose luego en las míticas lagunas de Guanacache, a unos pocos kilómetros. Mi curiosidad era grande dado que jamás había escuchado de indios en la región, moderno emporio vitivinícola poblado de descendientes de inmigrantes europeos y criollos. Pero cuando preguntaba sobre los indios de San Juan él entraba en un confuso mutismo luego del cual respondía, tajante, que no había ni había habido indios luego de la colonia. Para mayor confusión, el diálogo seguía habitualmente con su entonación de la cueca “La Martina Chapanay”, del famoso compositor y cantante Hilario Cuadros, que retrataba una heroína popular indígena, una princesa huarpe de Guanacache.
Este desierto era denominado antiguamente “la travesía”, donde padecían las caravanas de carretas y mulas que desde el siglo XVIII hacían el comercio entre las capitales de Cuyo, Córdoba, Buenos Aires y Santiago de Chile. Atravesada por médanos, montes espinosos y enormes salitrales se extendía por la extensa zona árida de San Juan, San Luis y Mendoza y continuaba en los llanos de La Rioja al norte. En Facundo (1845) es descripta casi como una persona moral: el espíritu que determinó la barbarie de los caudillos federales de la región durante el siglo XIX, que para Domingo Sarmiento eran la “cifra” negativa de la Argentina futura. El tropo de la nación y su subrepticia etnicidad fue forjado en gran medida en esta región por el escritor sanjuani-
no. Las ciudades agrícolas sirvieron de emblema para el imaginario civilizatorio de la Argentina blanca y europea en oposición al “desierto” gaucho o indígena, fuera de la soberanía efectiva del Estado. Ese “vacío” interior, sin embargo, estaba lleno de potencia. Una negatividad gravitante, como la “sombra terrible de Facundo” evocada al principio del mismo libro. Alma y usina de la barbarie, amenazadora de las ciudades y el destino apenas probable de la nación, pero que legitimó la misión civilizatoria por la cual ésta fue fundada en el desierto argentino
Contrariando la representación típica de la travesía como un desierto, sin embargo, las lagunas de Guanacache eran un enorme arco de esteros y espejos de agua que se desplegaba durante un par de centenares de kilómetros entre las tres provincias de Cuyo, alimentadas por los ríos Mendoza y San Juan, que nacen en la cordillera de los Andes. Desde las Lagunas partía hacia el sur el río Desaguadero, donde también se formaban lagunas, hasta concluir en los bañados del Atuel entre las actuales provincias de Mendoza y La Pampa. Aún con un clima árido y precipitaciones que no superan los ciento cincuenta milímetros anuales, estaban pobladas por una muy variada fauna y las rodeaban bosques de algarrobos, chañares y estepas arbustivas xerófilas entre interminables médanos de arena. Los ríos provenientes de la cordillera aportaban limos fértiles que cubrían los lechos y bordes de las lagunas, en los que una vez retiradas las aguas se plantaba trigo, alfalfa y otros cultivos que crecían con un rendimiento inusitado. Abundaban juncos y totoras con las que los laguneros confeccionaban chozas, balsas y canoas que utilizaban para la pesca. Por su magnitud, este complejo palustre llegó a ser denominado antiguamente “mar de Cuyo” –término usado aún hoy por los ancianos laguneros para describir el antiguo paisaje–, enorme cauce que, por diversas razones, principalmente la progresiva captación de los ríos aguas arriba para el riego agrícola, se fue secando para casi desaparecer en la década de 1930.
Guanacache fue también desde el período colonial un lugar de refugio para los huarpes y otros grupos indígenas, además de esclavos africanos y criollos fugitivos. Desde el inicio de la colonización se denominó a sus habitantes como “huarpes laguneros”, “indios de las lagunas”, “indios laguneros” o simplemente “laguneros”. Los laguneros adquirieron fama de indisciplinados y rebeldes, al mismo tiempo que fueron desahuciados como la suma del atraso, la perversidad y los colores inconvenientes del sistema de castas colonial. Juan Bia-
lett Massé condensó una de las mejores descripciones de la región y sus habitantes a partir de un viaje realizado en 1875:
Los desagües de los ríos de San Juan, Mendoza y San Luis vienen a caer a una amplísima cuenca, que es como un rosario de lagunas y esteros, cuyo rebalse es el Desaguadero; jamás se puso nombre más apropiado. Hay allí grandes totorales más altos que la manigua cubana; un hombre o un animal que allí se meta no hay quien lo encuentre sino es un baqueano del lugar y no hay más baqueano que el nativo. [...] Desde que se sale de Caucete se percibe bien lo que es esa llanura ondulada y seca, poblada de arbustos espinosos en que el algarrobo levanta su copa como el gigante entre enanos. A medida que se va bajando al sur el suelo es más arenoso, de una arena fina, movediza, gris cenicienta, que el viento levanta y con ella ahoga, sobre todo en horas de sol fuerte, en que parece arena de calorífero, y si es fuerte arena de agujas se clavan en la cara, y dejan en la boca un sabor salado [...].
Ese país estaba al parecer desierto; a lo largo del camino, ni un rancho, ni una casa, nada. Solo de trecho en trecho una cruz, indicando el lugar donde mataron a un cristiano, y en un lugar llamado Las Crucecitas, un sembrado de cruces; porque ese era sitio de paradas, y allí habían sorprendido en tales y tales fechas la tropa y degollado a todos los troperos.Tal era y tal me dicen que es hoy el país [...]. Aquella región no estaba desierta, sin embargo; la poblaba el lagunero. Allí se habían refugiado algunos indios en la conquista, allí iban a parar negros esclavos fugitivos, allí criminales perseguidos de Mendoza, de San Juan, de San Luis, de Córdoba y de La Rioja: habían formado una raza especial inconfundible [...]. El traje chillón, pañuelos de yerbas en fondo rojo; el saco de telas rayadas azules, coloradas, cosa que grite, bota de potro, o el pie desnudo sobre la ojota o sin ella [...] rebeldes a toda idea de civilización; el cuchillo era una prolongación de la mano; la lanza les era tan familiar como el cuchillo. Jinetes pegados a los caballos.5
Guanacache constituyó una anomalía difícil de categorizar y asimilar para los intelectuales y gobernantes de la región. Por un lado, constituyó un sitio que nunca pudo ser completamente controlado desde la fundación de las ciudades cuyanas. Luego, fue considerada un santuario de asesinos y ladrones al mismo tiempo que reducto de tradiciones puras y primigenias. Fue siempre temida como permanente fuente de insurrección y di-
solución del estado y como un desierto viviente que amenazaba los modernos oasis de riego. Asimismo, se la describió como la tumba de los últimos huarpes, pero también como el lugar de su latencia y resurrección. Desde fines de la época colonial, en suma, y sobre durante el siglo XIX, fue considerada una amenaza corrosiva tanto para el orden civilizatorio como para las auto-imágenes blanco-criollas provinciales.
Archivos indígenas en el desierto argentino
En dos momentos cruciales de mis investigaciones tuve el privilegio de conversar con el decano historiador argentino Tulio Halperin Donghi. Primero, durante una presentación sobre la aboriginalidad de las montoneras cuyanas en el discurso sarmientino en Vida del Chacho o El Chacho, último caudillo de la montonera de los Llanos (Sarmiento, 1866). Halperín valoró el análisis del tropo literario de Sarmiento pero desestimó la existencia de cualquier base empírica de ese discurso. Años después, en 2011, en la Universidad de California, Berkeley, comentó un manuscrito sobre las luchas territoriales y políticas de los laguneros durante el siglo XIX, basado en documentación que había reunido. Ponderó el material y el modo en que aportaba a la historia regional, pero al finalizar, mordaz, preguntó: “Y dígame, Escolar, ¿usted cree que existen los huarpes?” No discutió mi fundamentación sino que deslizó una advertencia inesperada: el peligro de avanzar en ese tipo de investigaciones en la medida que podían alimentar demandas territoriales que socavaran un orden nacional considerado siempre precario.
De algún modo esa admonición parecía replicar la perspectiva sarmientina sobre las montoneras cuyanas. Como he analizado en otro libro (Los Dones étnicos de la Nación. Identidades huarpes y modos de producción de soberanía en Argentina, 2007) en las obras del sanjuanino la construcción literaria y antropológica de la aboriginalidad de las montoneras –y especialmente de los laguneros– no fue acompañada por mención alguna de las demandas indígenas de su tiempo, sus luchas judiciales, adscripciones identitarias y tradiciones republicanas. Notablemente, Sarmiento utilizó una imaginería indígena para explicar los levantamientos montoneros durante sus gestiones de gobierno provincial y nacional pero se cuidó de mencionar aquello que los ubicaría como movilización política legítima. Esto es muy claro en Vida del Chacho, especie de continuación de Facundo, donde narra la gran insurrección
de los campesinos de Cuyo y los Llanos de la Rioja a inicios de la década de 1860. El despojo de la tierra y el agua que sufrían es proyectado al pasado colonial cuando en realidad ocurría en su propia época y era tal vez la causa principal de la rebelión. Sin embargo, tanto la identidad indígena como la usurpación de sus tierras está expresada en los textos de los petitorios, presentaciones, juicios y defensas letradas de Guanacache contemporáneas a Sarmiento. La condición indígena o semi-indígena de los pobladores de la travesía fue asociada por el autor a barbarie, espontaneidad insurreccional y resistencia a toda forma de gobierno; pero no mencionó la existencia de una tradición republicana originada en la “República de indios” colonial, que durante la primera mitad del siglo XIX había pugnado por la integración estatal y la aplicación de las leyes. Sus prácticas discursivas fueron condenadas como murmullos irracionales a pesar de que formaron y sostuvieron archivos y produjeron documentos escritos formales basados sobre líneas de argumentación legal e histórica. Las preocupaciones de Halperin Donghi no eran sin embargo ajenas a una realidad emergente en la Argentina actual. Hacia finales del siglo XX resurgieron con inusitada velocidad grupos que, como los huarpes, se manifestaron como parte de pueblos indígenas considerados extinguidos. Un fuerte debate se suscitó sobre la veracidad de estas afirmaciones. En un extremo, fueron consideradas como meras invenciones oportunistas, mientras en el otro, como un sustrato precolonial que se había mantenido idéntico a sí mismo, aunque oculto en lo profundo. Otras interpretaciones apuntaron a significados e historias invisibilizadas. Pero la principal pregunta, en general muy débilmente respondida, era lo ocurrido con tales identidades entre la supuesta extinción y su reaparición. Si bien en el plano académico podía generar suspicacias y controversias teóricas, lo cierto también es que el proceso parecía poner en crisis la manera en que se había legitimado la soberanía estatal y legalizado la propiedad de la tierra en diversas regiones. Y exceptuando algunos antropólogos y un puñado de historiadores vinculados a la historia indígena, el mainstream académico eludía el tema o bien impugnaba abiertamente el asidero histórico de tales demandas.
Desde la década de 1990 grupos de campesinos y sectores de clase media urbana empezaron a discutir la existencia de identidades huarpes y luchar por su reconocimiento. El seguimiento de este proceso en el área andina de San Juan –y en menor medida en otros
distritos urbanos y rurales de la región– fue el tema de mi tesis doctoral (Escolar, 2007), pero solo en la parte final de esas investigaciones conocí Guanacache, lugar que los antecedentes historiográficos y literarios colocaban como emblemático de los huarpes. Desde entonces mi trabajo de campo se realizó principalmente en esta zona, a través de una intrincada red de caminos de arena en el monte, donde pronto percibí lo que refería Sarmiento cuando escribía sobre la travesia: las huellas “casi imperceptibles al ojo” de la historia, que él asociaba precisamente a un sustrato huarpe. Cuando se ha vivido un tiempo suficiente entre los laguneros, el pasado es una presencia sutil pero palpable como una atmósfera líquida. Estos signos y trazos, que pueden apreciarse en parte por lecturas previas, en gran medida se perciben también a través de la experiencia etnográfica misma en las memorias y genealogías, en relatos o actividades, a través de expresiones verbales y gestos; o al transitar lugares donde ocurrieron eventos emblemáticos. Pronto percibí también que para los laguneros la historia era también un saber fragmentado, disperso y expropiado que muchos se empeñaban en preservar.
Esta percepción se potenció cuando conocí lo que provisoriamente denominé “archivos huarpes”6. En un sentido restringido, se trataba de los documentos guardados en archivos de algunas familias laguneras que eran interpretados como prueba de un ser colectivo huarpe. Es decir, como textos que representaban la huarpidad –o indigenidad– del pasado de la que sus poseedores se consideraban herederos, o bien, como analiza Menard7, fetiches que en sí mismos concentraban el aura, la fuerza mágica de las alianzas políticas indígenas o, en el sentido de Gordillo8, de la violencia colonial y estatal. Pero aunque este fue el punto de partida en mi análisis, los archivos huarpes en un sentido amplio no se limitan a esas colecciones familiares y los espacios físicos donde son atesorados sino que se ramifican capilarmente. Se trata de algo mucho más vasto y menos clasificable. Son redes de documentos oficiales y otro tipo de textos –novelas, artículos periodísticos, fotografías, canciones, etc.– que independientemente de su localización, clasificación, autoría o contexto de producción, se conectan a través de los eventos o personajes que refieren en forma más o menos mediata a los laguneros, los huarpes o los actores y eventos asociados a ellos.
Cuando hablo de un archivo huarpe en sentido amplio o los archivos indígenas de la nación, no me refiero a la existencia de un espacio físico o institucional, o a
una serie de colecciones documentales sujetas a regímenes burocráticos de acceso. No se define por esto sino por la perspectiva que enhebra tales relaciones sobre la base de principios axiológicos proyectados desde una pulsión histórica originada en la voluntad de identificación o subjetivación de su pasado por parte de un colectivo. Lo central es el principio articulador que hace del archivo un artefacto que reclasifica el pasado. Esto implica que, en última instancia, todo archivo tiene un componente teleológico que es necesario reconocer para que no se transforme en un principio hermenéutico implícito.
Los indios criollos
Para la mayoría de los argentinos resulta imposible aceptar la existencia de identidades indígenas entre poblaciones tradicionalmente caracterizadas como “criollas” o “gauchas”. La literatura, la escuela y disciplinas académicas como la antropología y la historia abonaron, cuando no fundaron, la idea de la Argentina como una nación blanca y europea expulsando a la población indígena y de origen africano a un espacio liminal de la representación del pueblo, la geografía y la ficcional “raza nacional”. Sin embargo, cuando rastreé la historia indígena en archivos y memorias de la región cuyana aparecían criollos, gauchos y montoneros. Al contrario de la imaginación nacional, los indígenas e indigenidades no eran una alteridad radical sino que se presentaban ligadas a una historia “criolla” fundamental: la de las guerras civiles que desembocaron en la formación del estado nacional y los estados provinciales en Cuyo. La historia de las montoneras cuyanas era también una historia indígena, como una historia criolla o nacional. Dicho de otro modo, los indígenas de Guanacache durante el siglo XIX y principios del XX, como los huarpes actuales, fueron tanto indios como no indios, gauchos y criollos.
Esto contrastaba no solo con el sentido común nacional, sino con la neta división entre mundo indígena y sociedad criolla establecida por la historia y luego la antropología argentina desde tiempos pretéritos. Como ya insinuamos, la historiografía nacional construyó tradicionalmente la representación del pueblo llano durante el período de formación de la nación sobre una doble negación. Por un lado, como no político; por el otro, como no indio. Lo primero desestimó la existencia de una agencia social y proyectos propios, considerando a la movilización de los grupos subalter-
nos como contraprestación militar clientelar a caudillos ricos y terratenientes. Lo segundo, los supuso étnicamente descaracterizados y por defecto “criollos”, en contraposición a los pueblos indígenas libres allende las fronteras coloniales del sur y al norte del territorio de dominio efectivo de las antiguas provincias. Paralelamente, los historiadores han obviado a los indígenas como sujetos de los procesos históricos, recortándolos a lo sumo como telón de fondo sobre el cual se desarrolló la gesta del estado nacional. Ciudades y campiñas insulares interconectadas en un espacio físico, social y político semivacío, ocupado por los indios.
La etnicidad y la indigenidad no fueron factores tomados en cuenta para explicar la historia del período, aunque la condición parcialmente indígena de las montoneras fuera con frecuencia declarada por historiadores como Vicente Fidel López y José María Ramos Mejía 9, en consonancia con algunos contemporáneos como Sarmiento. El punto fue retomado de modo sugerente a fines del siglo XX por Ariel de la Fuente10, Hugo Chumbita 11, y David Rock 12 , aunque a mi entender sin alcanzar a vincular consistentemente la postulada condición o ascendencia indígena con proyectos, estrategias o una historia política expresamente ligada a identificaciones indígenas durante el período13. Exceptuando estos esfuerzos, en la mayoría de los casos la exclusión de lo indígena del cosmos de la formación del estado y las guerras civiles en el interior argentino parece ser correlativa a la minimización de la agencia política de los campesinos o de proyectos políticos populares de base republicana, a escalas más pequeñas, o diferentes, de la provincia o el partido político.
En la Argentina la desestimación de la posible continuidad de identidades indígenas entre poblaciones rurales es y ha sido funcional tanto a la legitimación de la apropiación de tierras campesinas e indígenas, como a la autoimagen blanca y europea que sus elites han elaborado como proyecto de nación, y que las capas medias, intelectuales e incluso sectores populares han terminado sustentando. Pero también deriva de una dinámica más general y antigua de representación etno-geográfica del propio campo académico que imaginó y clasificó como “indios” a las poblaciones fuera de los límites de las áreas consideradas bajo dominio efectivo estatal y como “criollas” a los incluidos en estas últimas. Las fronteras del estado nación se definían en el siglo XIX por el dominio indígena, lo cual daba por supuesta la no indigenidad de las poblaciones del terri-
torio bajo control estatal. En la literatura especializada a menudo se han reproducido estos tópicos considerando como indios a aquellos grupos ubicados fuera de las fronteras coloniales efectivas. Mi opinión es que en la visión de las elites de la época y en la producción académica posterior la calificación indígena o criolla de la población fue dependiendo progresivamente de la evaluación, en general implícita, de su autonomía política respecto de las formaciones estatales, proyectada e inscripta como identidad cultural, biológica e incluso social. Sin embargo, y como parte de la misma dinámica, paralelamente a la indigenización de estas poblaciones y sus prácticas como argumento de exclusión soberana se invisibilizaron las identidades, experiencias y tradiciones políticas indígenas modernas en el seno de la población clasificada como “criolla”.
Como mostró Hernán Otero este criterio orientó las clasificaciones étnicas en los primeros censos nacionales.14 Desde la lógica censal de la “grilla liberal”, quienes aparecen censados como indios en 1869 no lo son a partir de una clasificación sociocultural o racial, sino exclusivamente por una condición política: indio es aquel que habita en el “desierto” y que escapa a todo control del estado. En las provincias más antiguas –como Córdoba y Buenos Aires– por el contrario, la ausencia censal de “indios” derivó directamente de la consideración de su población como argentina. La clasificación –implícita– de los indígenas se basaba entonces en una definición de base geopolítica y no étnica o antropológica. Y en la historiografía y la etnohistoria esta postulada identidad indígena fue a su vez considerada fundamento de la existencia de una sociedad, una unidad política y cultural o incluso un “mundo” alterno. En efecto, contrariamente a esta alterización radical, características culturales, sociales y fenotípicas, o incluso tradiciones y memorias colectivas indígenas podían verificarse tanto en poblaciones “fuera” como “dentro” de las fronteras estatales. Recíprocamente, cuando los ideólogos del estado nacional en las décadas de 1860 y 1870 legitimaron la producción de su soberanía efectiva en el interior más resistente del área “criolla” (en las campañas o travesías de La Rioja, San Luis, San Juan y Mendoza, en el oeste andino), con frecuencia los gauchos o montoneras pasaron a ser indigenizados. En función de esta dinámica he llamado a grupos como los laguneros de Cuyo “indios de intramuros” o “indios criollos”. Por un lado, para llamar la atención respecto de identidades durante el período que fueron mucho más maleables y polivalentes en términos étni-
cos de lo que se ha supuesto desde los análisis históricos fueron. Por otro lado, estas experiencias indígenas de larga duración fueron protagonizadas por poblaciones consideradas criollas en el interior del territorio de dominio estatal colonial y republicano.
Podría suponerse que la ausencia de fuentes determinó el vacío heurístico por el cual el campo académico obvio la existencia de identidades indígenas en el Cuyo de los siglos XIX y XX. Pero la dispersa aunque nutrida documentación que hallé, al igual que lo sugerido por trabajos de colegas en otras regiones del país, dieron cuenta más bien de una fragilidad empírica: la de la nación blanca. Diversas investigaciones han aportado evidencia sobre adscripciones indígenas allí donde se suponía su temprana extinción o asimilación. En Jujuy, Tucumán, Córdoba y Santa Fe, pobladores rurales se identificaron o fueron identificados como tales hasta finales del siglo XIX, a menudo en el marco de luchas judiciales sobre la propiedad de la tierra. Los casos son comparables al de los laguneros de Guanacache en muchos aspectos. Sin embargo, continúa siendo difuso o inexistente el conocimiento sobre algo que me parece crucial tanto para la reconstrucción histórica como para una crítica antropológica de la nación: la relación de estas identificaciones con la historia política, la formación del estado y la nación en el convulsionado contexto político republicano.
Largo tiempo atrás Halperin Donghi15 elaboró su teoría sobre la militarización de la política desde las guerras de independencia en las provincias argentinas. La guerra habría generado un empoderamiento de sectores sociales hasta el momento en teoría ajenos a la política y –lo que podríamos denominar siguiendo a Bourdieu– un habitus militar que explicaría en parte las largas décadas de guerra civil que desembocaron en la formación del estado nacional argentino. La pregnancia de estos análisis se basó también, considero, en la centralidad que adquirieron estas guerras civiles junto con las de independencia en la épica de la narrativa histórica nacional y la etnicidad fictiva16 (Balibar, 1991) de la Argentina criolla y ulteriormente “blanca”. Postulo que el adjetivo “civil” de ese ciclo de guerras y experiencias políticas fue y es subrepticio sinónimo de criolla y a su vez de “argentina”. Fueron concebidas casi por definición como disputas entre criollos y excluyeron a los indígenas, cuyas sociedades y guerras fueron consideradas ajenas al proceso de construcción estatal nacional. En este cuadro las guerras con los indios fueron imaginadas como guerras de frontera; las guerras entre
los indios como guerras tribales; las guerras civiles como guerras propiamente argentinas, entre criollos.
El hecho de que lo “civil” –asociado a lo nacional estatal– se oponga a lo “indígena” señala precisamente hasta qué punto las identidades indígenas y no indígenas se articularon políticamente entre sí como tropos mutuamente excluyentes de la construcción de soberanía estatal y de la comunidad imaginada nacional. A lo largo del proceso de construcción estatal nacional los excluidos de esa “civilidad” fueron indigenizados en la misma medida en que tendieron a ser criollizados cuando se los incorporó políticamente, más allá de su supuesta pureza o mestizaje biológico y cultural. No en vano Sarmiento construyó el argumento del carácter indígena de las montoneras en el marco de un discurso y prácticas de excepción sobre ellas y sus bases, al no considerarlas enemigos políticos sino bestias salvajes incapacitadas para ser gobernadas. En cierto sentido, en el proceso de “naciogénesis blanca”17, las guerras nacionales aparecen representadas frecuentemente como guerras de purificación étnica, mecanismo imaginario de eliminación de “indios”, “negros” e inclusive “mestizos”. Desde la historia indígena del período de formación nacional se han reproducido en parte estas poderosas representaciones. Se han seleccionado casi excluyentemente como objetos de estudio actores con subjetividades indígenas “nítidas”, grupos fuera de las fronteras estatales o en sus frentes de expansión, en la Patagonia y el área chaqueña. En muchos casos, esta elección fue de la mano también de una división esencialista entre el estado y los indígenas, donde el primero llega a ser pensado como una suerte de entidad metafísica, un sujeto con voluntad y proyecto propios, mientras que los indígenas son representados como políticamente homogéneos y poseyendo una voluntad antiestatal primordial. No obstante el hecho de que efectivamente el estado argentino planificó y perpetró, en diversas coyunturas, guerras y políticas genocidas contra los indígenas y otros grupos sociales –las montoneras cuyanas o el pueblo paraguayo, por ejemplo–y que estas fueron resistidas, la distinción radical implícita entre lo indígena y el Estado no permite dimensionar experiencias indígenas o indigeno criollas dentro de los circuitos de la estatalidad y la nacionalidad. Ni, sobre todo, el hecho de que esa alterización taxativa fue también un efecto político de los discursos de legitimación de dichas políticas, como durante las denominadas “Campañas del desierto” a fines del siglo XIX o la represión de las montoneras del Chacho Peñaloza y Santos Guayama. En efecto, su ubicación como excepción de una estatalidad de la que en muchos casos eran también partícipes o a la cual es-
taban integrados fue también un justificativo de su represión o genocidio.
Discutiendo estas representaciones de indigenidad/estatalidad, desde comienzos del período independiente existieron en el corazón de Cuyo, una región tradicionalmente considerada criolla, prácticas, acciones colectivas, discursos e instituciones políticas autodefinidas como indígenas que lejos de posicionarse como contrarias a la estatalidad y la república se identificaban con ellas o procuraban también construirlas.
*Diego Escolar
Doctor en Antropología de la Universidad de Buenos Aires. Realizó estudios postdoctorales en University of California, Berkeley. Miembro de la Carrera de Investigador Científico y Tecnológico del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Director de la Revista CORPUS, Archivos virtuales de la alteridad americana. Es autor de Los dones étnicos de la Nación. Identidades huarpe y modos de producción de soberanía en Argentina (2007), Gendarmería. Límites de la obediencia (2017) y del libro homónimo de donde se desprende el presente artículo.
Obra de Marcelo Alzetta
1 La región fue colonizada desde Chile y perteneció a esa jurisdicción hasta 1776 cuando se creó el virreinato del Río de la Plata. Al respecto ver: Canals Frau, Salvador. “Etnología de los huarpes. Una síntesis” en: Anales del Instituto de Etnología Americana, 7, 9-149, 1946. Michieli, C. T. Los huarpes protohistóricos. San Juan, Universidad Nacional de San Juan, Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo, 1983. Prieto, M. del R. “El proceso de aculturación de los huarpes de Mendoza” en: Anales de Arqueología y Etnología XXIX-XXXI, Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y Letras, 237-72, 1976.
2 Jara, A. “Importación de trabajadores indígenas en el siglo XVII” en: Revista Chilena de Historia y Geografía 124, 1958, pp. 175-212.
3 Archivo Histórico de Mendoza (en adelante AHM), carp. 575 bis, época independiente, doc. 17. Este repositorio está dentro del Archivo General de la Provincia de Mendoza, pero utilizaré la primera denominación por la que es conocido históricamente.
4 Ver: Escolar, Diego. Los Dones étnicos de la Nación. Identidades huarpes y modos de producción de soberanía en Argentina. Buenos Aires, Prometeo, 2007.
5 Bialet Massé, J. Informe sobre el Estado de las Clases Obreras Argentinas a Comienzos de Siglo. Buenos Aires, CEAL, 1985, pp.415-418.
6 Escolar, D. “La naturaleza impura de las cosas folklóricas. Interdisciplina y elaboración de un archivo huarpe” en: Farberman, J. (Coord.) Debate Historia, antropología y folclore. Corpus, archivos virtuales de la alteridad americana, 4(1), 2014.
7 Menard, A. “¿Qué fue primero, el archivo o el fetiche? En torno a los archivos indígenas”. Quinto Sol (23)3, 2019, pp. 1-21. Menard, A. Manuel Aburto Panguilef y los archivos de la Federación Araucana (estudio preliminar)” en: Menard, A. (Ed.). Libro Diario del Presidente de la Federación Araucana de, Manuel Aburto Panguilef (1940-1951), IX-CXXIX. Santiago de Chile, CoLibris, 2013.
8 Gordillo, G. “Fetichismos de la ciudadanía” en: En el Gran Chaco: antropologías e historias. Buenos Aires: Prometeo, 2006, pp. 169-194.
9 Fradkin, R. La historia de una montonera. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p.16.
10 De la Fuente, A. Hijos de Facundo. Buenos Aires, Prometeo, 2007.
11 Ver: Chumbita, H. Jinetes rebeldes, Historia del bandolerismo social en la Argentina. Buenos Aires, Vergara, 2000. “Los rebeldes de Santos Guayama”. Todo es historia, 368, 70-88, 1998. “Martina Chapanay, bandida y montonera”. Todo es historia, 33, 36-42, 1994.
12 Rock, D. “Civil war in nineteenth century Argentina: San Juan 1860-1861”. Anthony MacFarlane and Marianne L. Wiesebron (Comps.) Cuadernos de AHILA, Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos, 4, 1998.
13 Estos estudios identifican la condición indígena con un sustrato racial y cultural y no como una producción activa, ligada básicamente a experiencias políticas. Es decir, la indigenidad –o la etnicidad– es vista como un fundamento y no como un producto inestable de la cambiante constitución de sujetos sociales y políticos. La pregunta más pertinente, en este sentido, no es tanto si había indios en las montoneras, sino en qué medida determinadas indigenidades fueron articuladas o desarticuladas históricamente por experiencias como los levantamientos montoneros.
14 Otero, H. Estadística y Nación: una historia conceptual del pensamiento censal de la Argentina Moderna 1869-1914. Buenos Aires, Prometeo, 2006.
15 Halperin Donghi, T. Revolución y Guerra. Buenos Aires: Siglo XXI, 1995. Una nación para el desierto argentino. Buenos Aires, CEAL, 1995.
16 Balibar, E. “Tha nation form: History and Ideology” en: Balibar, E. y Wallerstein, I. (eds). Race, Nation, Class. Ambiguous Identities. Nueva York, Verso, 1991, pp. 86-106.
17 Ver: Escolar, ob. cit., 2007. Adamovsky, E. El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada. Buenos Aires, Siglo XXI, 2019.
LOS DIOSES SALVAJES
La Primera Guerra Mundial, conflicto que inaugura un siglo bélico de violencia globalizada y permanente encontrará en el grotesco moderno y en su hermandad con el humor una vía para organizar un discurso crítico disruptivo, en la forma y en el fondo. Dos obras convocan aquí el análisis: Ubú Rey (1896) de Alfred Jarry y Las tetas de Tiresias (1916) de Guillaume Apollinaire. Referentes insoslayables tanto para dadaístas como para surrealistas, su arte revela una única certeza: los dioses salvajes toman el timón de un mundo en estado de enajenación.
Por Natacha Koss
El Grotesco como categoría estética transartística y transhistórica entraña una notable cantidad de problemas debido, en un aspecto, a su adecuación por parte de un gran abanico artístico que organiza su sentido de diversas maneras. El grotesco moderno, si bien se apropia de una nomenclatura que lo antecede, organiza el concepto alrededor del problema del encuentro de los contrarios. Victor Hugo, en su famoso Prefacio de “Cromwell” (1827) , es quien propone que no todo en la creación es humanamente bello y que la armonía de los contrarios ya se encuentra en la dualidad del cuerpo y el alma. En esta concepción, la naturaleza esgrime su carácter doble como sublime y grotesca; y así también la figura del genio moderno que la piensa, aunando el tipo grotesco con el tipo sublime.
Según H. G. Schenk1, el romanticismo se constituye en una concepción de mundo en donde está presente una confrontación con el pensamiento del siglo XVIII. El romanticismo descubre que, a causa del racionalismo, una parte esencial de la naturaleza y del mundo estaba siendo descuidada y emprende la recuperación de lo misterioso y lo inescrutable. Es por eso que los románticos sintieron poderosamente la necesidad de reencontrarse con lo numinoso y lo sagrado, por lo que Victor Hugo afirma que “el cristianismo trae la poesía a la verdad. Como él, la musa moderna verá las cosas con una mirada más alta y más extensa. Ella sentirá que no todo en la creación es humanamente bello, que allí existe lo feo al lado de lo bello, lo deforme junto a lo gracioso, lo grotesco al revés de lo sublime, el mal con el bien, la sombra con la luz”2
Si la primera gran característica del grotesco moderno es entonces la unión de los contrarios, la segunda consiste en que su despliegue estético estará íntimamente relacionado a una violencia sobre la norma. Parte de la dificultad que entraña la definición de lo grotesco, radica en que sus manifestaciones estéticas van variando con los períodos históricos. Si bien hay rasgos comunes como la deformidad, la exageración de un rasgo que se utiliza para caracterizar peyorativamente al personaje o la situación, estos responden a un principio normativo que se circunscribe a un doble eje histórico y territorial. Bien podríamos pensar hoy como grotescos algunos desnudos de Rubens que, en su propio período de creación, no fueron sino émulos de la belleza. Por lo tanto, el grotesco adquiere aquí una característica que lo hermana íntimamente con el humor, en los términos en los que lo plantea Umberto
Eco3: para calibrar el grotesco, debemos conocer antes la regla que se está violentando, la norma que se quiebra.
El tercer aspecto del grotesco moderno –como ya se sospechará por su raigambre romántica– es que se trata de una poética subjetiva. Esto quiere decir que se enfatiza la mirada particular del artista sobre el mundo. Si bien toda expresión artística es, en el fondo, una expresión del sujeto que produce ese arte, en las poéticas subjetivistas esta cualidad se desarrolla especialmente y se coloca en un lugar de privilegio. No se pretende ya una distancia científica con la cosa representada, sino más bien es el arte quien se pone al servicio de la expresión del artista. En este sentido, el grotesco puede operar tanto por un subjetivismo de personaje (cuando vemos al mundo a través de los ojos de determinado personaje de la escena) como por un subjetivismo de mundo (cuando más bien asistimos a la manera en que la obra concibe al mundo).
Finalmente, el cuarto aspecto que registramos del grotesco moderno es que esa mirada subjetiva entraña una fuerte crítica, muy vinculada a las causas y consecuencias de los acontecimientos bélicos de fines del siglo XIX y principios del XX –especialmente la Gran Guerra– y los cambios sociales que devinieron de ellos. Los abusos de la burguesía y los estragos de la guerra son materia privilegiada y campo fértil para el desarrollo de un arte, ligado (o no) al campo del humor.
Este es el caso de las dos obras que convocan el presente trabajo: Ubú Rey (1896) de Alfred Jarry y Las tetas de Tiresias (1916) de Guillaume Apollinaire. Si bien Jarry no forma estrictamente parte de las vanguardias artísticas (futurismo, dadaísmo y surrealismo), consideramos que todos los aspectos de la poética de la vanguardia se encuentran presentes en su ciclo ubúico. Asimismo, Jarry devino en referente insoslayable tanto para dadaístas como para surrealistas, por lo que podemos considerarlo un instaurador de discursividad para el período que nos convoca.
Llamamos vanguardias artísticas a aquellas poéticas que, a comienzos del siglo XX, pretendieron aniquilar la institución artística con el doble objetivo de vitalizar el arte y “artistizar” la vida.4 Asimismo, la vanguardia produjo su revolución artística a base de tres acciones: torpedear el arte de la modernidad (vale decir, la concepción de arte burguesa), recuperar los saberes despreciados o descartados por la modernidad y proponer una serie de innovaciones originales en la concepción y producción del arte.
Creemos que tanto Jarry como Apollinaire se inscriben en las características anteriormente mencionadas. Por un lado, Ubú Rey violenta la norma teatral del siglo XIX al poner en franca contradicción el nivel del discurso con la percepción sensible, al deformar el lenguaje, inventar palabras e incluso utilizar como latiguillo del personaje principal un insulto mal pronunciado. Asimismo, la inclusión de muñecos, máscaras y marionetas pone en jaque una división normada de géneros y recursos. Estos y muchos otros procedimientos de la obra se ponen al servicio de la construcción grotesca del personaje de Ubú que, como su propio autor explica, “ni se trata exactamente del señor Thiers, ni del burgués medio, ni del grosero por antonomasia. Más adecuadamente cabría con identificarle con el perfecto anarquista, con lo que impide que nosotros lleguemos nunca a ser el anarquista, quien, al seguir siendo humano, seguiría haciendo ostentación de cobardía, suciedad, fealdad, etc.”5
Como se intuye de la cita, el grotesco se pone al servicio de la crítica hacia la burguesía –a pesar de la negación de Jarry– conjuntamente con la crítica de los movimientos que, a través de la violencia, pretenden acabar con la clase burguesa; y se apoya para ello en la iconoclasia y la irreverencia en el humor.
Gracias a Jarry conocemos también la inspiración y origen del personaje. Como es sabido, está basado en Monsieur Hébert, profesor de física del Liceo. Junto con su hermano Charles Jarry y su amigo Henri Morin, el joven Alfred compuso una comedia satírica llamada Los Polacos en donde Pere Ebé era el rey de una imaginaria Polonia. Esta referencia muy degradada e injuriada devino en boceto que, a su vez, se convirtió en una obra para marionetas que se representaba en la casa de los hermanos Jarry. El personaje puede ser pensado como símbolo (en los términos en los que la escuela simbolista lo concibe) pues encarna la esencia de la atrocidad humana, el mal y la irresponsabilidad. Se constituye como el rostro desenmascarado de la burguesía, a la vez que materialmente es un muñeco, un guignol. Ubú es Ecce Homo, pero atravesado por una multiplicidad de rasgos anti realistas que se extienden a toda la puesta. Como vemos, en tanto concepción dramática, Jarry adscribe a través de Ubú a un pensamiento que reivindica la autonomía y soberanía del arte en los términos de Bürguer y Menke6, vale decir: una voluntad no sujeta a la mímesis realista ni a la ancilaridad ilustradora de saberes previos. El jeroglífico en el que deviene, no sólo el personaje sino la obra en su conjunto, se evidencia como cifra de nuevos conocimientos.
El guignol incluye además a la obra en una poética titiritesca que busca generar el efecto de abstracción, de universalidad y eternidad del símbolo, tal y como sostendrá posteriormente Edward Gordon Craig cuando, a comienzos del siglo XX, publique su emblemático Arte del teatro y su teoría de la Übermarionette
Asimismo, encontramos en Jarry un uso inaugural de procedimientos que luego retomará la vanguardia. En primer lugar, el uso de la violencia destructiva a través del grotesco y la parodia revulsiva. Escribe en 1897:
Lo que pretendí fue que al levantarse el telón, la escena resultase para el público como ese espejo de los cuentos de madame Leprince de Beaumont en que el vicioso se ve con cuerpo de dragón y testuz de toro, según la exageración de sus principales vicios.Y, de tal manera, no es asombroso que el público quedase estupefacto a la vista de su inmundo doble, formado, como ha dicho excelentemente Cetulle Mendès,“de la eterna imbecilidad humana, de la eterna lujuria, de la eterna glotonería, de la bajeza de instintos erigida en tiranía, de pudores, virtudes, patriotismo e ideas de gente bien comida”; de un doble que, hasta entonces, no se le había presentado por completo. En realidad, no había por qué esperar una pieza divertida, y ya las máscaras explicaban suficientemente que, a lo sumo, lo cómico debería ser entendido en el sentido macabro de un clown inglés o de una danza de la muerte.7
Al mismo tiempo, vemos que busca el reconocimiento de la poética realista/naturalista, poniendo en evidencia su reversión. El “¡Mierdra!” inaugural se apoya, como dijimos, en la iconoclasia y la irreverencia del humor, a través de un doble recurso destructivo: violenta el decoro teatral con el insulto y violenta el idioma francés con la palabra deformada. Esto adquiere especial relevancia si consideramos que la modernidad francesa se erigió alrededor de la lengua, gracias a las férreas políticas culturales de Richelieu. Sabemos que el principal objetivo de la monarquía absoluta de derecho divino del siglo XVII era la búsqueda de la centralización del poder y el control de la unificación de Francia. Pero una de las más eficientes formas de hacerlo (además del uso de la violencia) fue la búsqueda de imponerse como el “faro” cultural de Europa y del mundo occidental. Algunas de las políticas estratégicas para este doble objetivo se van a conseguir con la creación de la Academia Francesa (1635), que funcionará como una especia de asamblea de Estado para el gobierno de
las letras. De esta manera la corte, paulatinamente, le va a quitar la preeminencia a los salones en la discusión artística. Este organismo, creado por Richelieu, será el encargado de producir una regulación estética que se sumará a la regulación monárquica y teocéntrica. En consonancia, se crea la Imprenta Real en 1640, encargada de publicar obras previamente aprobadas por la Academia; se organiza la Comédie Française en 1680 y, finalmente, se publica el Diccionario de la Academia en 1694 como herramienta de uniformidad de la lengua (contra la regionalización dialectal). Publicado y escrito por los académicos, busca otorgarle fuerza y pureza a la lengua, a la vez que establece una regulación lingüística que consolida las anteriores reformas.
Los resultados de estas políticas quedan a la vista: a finales del siglo XVII se extiende la lengua francesa a las ciencias (teología, derecho, medicina, filosofía), en reemplazo del latín y venciendo la histórica resistencia de las lenguas vernáculas. Se fortalece el control centralizado sobre las hablas provinciales. Se expande la lengua a través del proyecto imperialista. Se oficializa –hasta el día de la fecha– el uso del francés como lengua de la diplomacia internacional. Pero, además, se puebla el imaginario occidental construyendo a ese idioma como la lengua del refinamiento y del pensamiento elevado. Pese a la crisis que hoy tiene el francés merced a la internacionalización del inglés, mucho de ese imaginario sigue siendo poderoso. Roland Barthes comprendía perfectamente todo esto:
Sea como fuere, incluso si la lengua no es una superestructura, la relación con la lengua es política. Esto quizá no es muy sensible en un país tan “atiborrado” histórica y culturalmente como Francia: aquí la lengua no es un tema político; no obstante, bastaría con sacar a la luz el problema (por medio de cualquier forma de investigación: elaboración de una sociolingüística comprometida o simplemente número especial de una revista) para quedarse indudablemente estupefacto ante su evidencia, su vastedad y su acuidad (respecto a su lengua, los franceses están sencillamente adormilados, cloroformizados por siglos de autoridad clásica).8
El “mierdre” de Ubú, luego de considerar todas estas cuestiones, adquiere la potencia de una bomba atómica lanzada al corazón mismo de Francia.
En segundo lugar, percibimos un gran interés en las estructuras del teatro premoderno, un rattrapage que se distingue no sólo en el guignol, sino también
en la recuperación de la tragedia griega clásica (en la relación Ubú Rey / Edipo Rey ) y del teatro isabelino (la obra es una clara reescritura del Macbeth de Shakespeare). Además, y de manera evidente, Jarry manifiesta su fascinación por la teatralidad grotesca de la novela Gargantúa y Pantagruel de Rabelais y por la farsa popular. Acusamos recibo cuando en otro fragmento del citado texto Jarry se pregunta: “En otro orden de cosas ¿por qué el público, por definición ignorante, se complace en esgrimir comparaciones y citas? A Ubú Rey se le ha acusado de ser una grosera imitación de Shakespeare y Rabelais”.9
Recogemos el guante simplemente para afirmar que, en nuestro caso, no se trata de una valoración sino de una puesta en evidencia de la intertextualidad (por mucho que Jarry quiera negarla). Pero también reconocemos una fundación constructiva a través de los cuatro ejes que Dubatti sostiene como aporte absolutamente original de la vanguardia. Por un lado, la liminalidad presente en la experimentación en un teatro no-ficcional, en la teatralidad pensada desde un cuerpo que produce acción. El escándalo del estreno y del puñado de puestas realizadas por Jarry, el adelgazamiento de lo ficcional, construyen a la escena como un observatorio ontológico en el cual nuestro dramaturgo busca hacer del teatro un acontecimiento excepcional, que contribuya a desautomatizar la mirada.
Yeats, en el libro IV de su Autobiografías titulado “La generación trágica” nos cuenta:
Fui a la primera representación de Ubú Rey, de Alfred Jarry, en el Théâtre de L’Oeuvre (…) El público agita los puños y (Arthur Symons) susurra “A menudo hay duelos después de estas actuaciones”, y me explica lo que sucede en el escenario. Se supone que los actores son muñecos, juguetes, marionetas, y ahora todos saltan como ranas de madera, y puedo comprobar por mí mismo que el personaje principal, que es una especie de Rey, lleva por cetro un cepillo de esos que solemos utilizar para limpiar un excusado. Sintiéndonos obligados a apoyar al grupo más animado, hemos gritado alabando la obra, pero esa noche en el Hôtel Corneille me sentí muy triste (…) Digo, después de Stéphane Mallarmé, después de Paul Verlaine, después de Gustave Moreau, después de Puvis de Chavannes, después de todos nuestros propios versos, después de todos nuestros sutiles colores y nerviosos ritmos, después de las tintas tenuemente mezcladas de Conder, ¿qué otra cosa es posible? Después de nosotros, el Dios Salvaje.10
Jarry inaugura el teatro del non-sense, no racionalista, el teatro del disparate; pero al mismo tiempo se ve en la obligación de organizar una explicitación poética, lo cual se pone en evidencia a través de la profusión de metatextos bajo la forma de programas de mano, proclamas que precedían a las funciones, solicitadas en los diarios. Sólo por citar un ejemplo, nos remitiremos al discurso que Jarry da en el teatro antes del estreno:
El swedenborgiano doctor Misès ha comparado excelentemente las obras rudimentarias con las más perfectas y los seres embrionarios con los más completos, dado que a los primeros les faltan todo tipo de accidentes, de protuberancias y de cualidades, lo que les deja en forma esférica o casi –caso del óvulo y del señor Ubú–, y a los segundos se les agregan tantos detalles para hacerlos distintos, que alcanzan igualmente forma de esfera, en virtud del axioma según el cual el cuerpo más liso es el que presenta mayor número de rugosidades. Razón por la cual quedan ustedes en libertad de ver en el señor Ubú, bien las múltiples alusiones que les vengan en gana, o bien un simple fantoche, la deformación por un colegial de uno de sus profesores, que representaba para él todo el grotesco que en el mundo exista. 11
Considerando completamente inadecuados los esfuerzos de la ciencia, la religión y la filosofía para imponer orden en un universo absurdo, Jarry se propuso, a través de sus escritos, crear un sistema de sinrazón equiparable a lo ilógico de la existencia, tal como se le aparecía. Este sistema no es ni más ni menos que la Patafísica, pero é se es tema de otro ensayo.
Guillaume Apollinaire, ya plenamente inscripto en la vanguardia, pone en escena Las tetas de Tiresias en 1916 (aunque ya había sido escrita casi en su totalidad en 1903). Romano de nacimiento, nuestro autor se traslada a París con el inicio del siglo, se “adapta” el nombre al nuevo país (Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary Kostrowicki) y se inserta fructíferamente en el campo artístico. Pero Francia recién lo “adoptará” concediéndole la nacionalidad cuando, luego de alistarse como voluntario en el ejército francés en 1914, vuelva a casa con la ya mítica herida en la cabeza en 1916. De hecho, cuando muera en París, víctima de la pandemia de gripe de 1918 (convaleciente aún de sus heridas de batalla), será enterrado en el cementerio del Père-Lachaise y declarado Mort pour la France (Muerto por Francia) en honor a su servicio durante la guerra.
La guerra y el teatro se entrelazan en su obra de múltiples maneras, a veces como contenido argumental pero también, más habitualmente, como un despliegue de violencia hacia las poéticas de la modernidad.
Apollinaire define a Las tetas de Tiresias como “drame surréaliste” –drama supra-realista o surrealista– en dos actos y un prólogo. Es la primera vez que se emplea el término, antes incluso de los manifiestos de André Breton (1924 y 1929) y de la fundación del propio movimiento surrealista. Y ya en esta definición, sienta las bases de los núcleos procedimentales que usará en la pieza:
Para caracterizar mi drama usé un neologismo que se me perdonará porque es algo que me sucede muy pocas veces y forjé el adjetivo surrealista que no significa de ninguna manera simbólico, como lo supuso el señor Victor Basch en su folletín dramático, sino que define bastante bien una tendencia del arte que si bien no es más nueva que nada de lo que se encuentra bajo el sol por lo menos nunca se usó para formular ningún credo, ninguna afirmación artística y literaria.12
Esta misma terminología la aplica también al programa de mano de Parade, en donde sostiene que de la alianza entre todos los artistas que participaron de la obra “ha resultado en Parade una especie de surrealismo en el cual yo veo el punto de partida de una serie de manifestaciones de este Espíritu Nuevo”13
Saúl Yurkievich (1968) sostiene que el humor en Apollinaire es un signo de modernidad, lo que lo vincula con su admirado amigo Alfred Jarry, a la vez que lo desvincula del simbolismo: “Su humorismo es, en parte, reacción contra el simbolismo, contra la poesía confinada por exceso de controlador; implica una vuelta a la realidad, una ‘desacralización’ de la poesía, una nueva disponibilidad con respecto a lo vulgar, lo cotidiano, lo ridículo, lo cómico, lo popular; en fin, una verdadera expansión del ámbito poético”.14
Recordemos que, para André Breton, el humor constituía una revolución superior del espíritu. Por lo tanto, dentro de la revolución espiritual que desató el surrealismo, es habitual encontrar diversas formas y teorías de la comicidad. En el caso de Las tetas de Tiresias, esta violencia a través de la parodia podemos encontrarla en diversos niveles. En el lingüístico, a través del quiebre de la lógica interna: por ejemplo, el personaje del marido tiene un acento belga que pierde a partir de la segunda escena. Asimismo, se verifica una violencia hacia el lenguaje que emula la antológica “mierdra” de
Ubú, como ser “merdico” (138). Y, finalmente, podemos ver el uso de los dobles sentidos y el juego de palabras.15 Encontramos también un quiebre de la ilusión de contigüidad con el régimen empírico a través de la ruptura sensorial; por ejemplo, en el hecho de la cara azul de Teresa o el caso del periodista: “su cara está vacía, sólo tiene la boca” (p. 150).
En términos narrativos, se violenta el cronotopo al cruzarse la imagen de la isla de Zanzíbar con el juego de dados del zanzi ya desde la escenografía. Tampoco encontramos personajes con entidad psíquica, pasado, pertenencia social, motivaciones, etc. Aunque lo más llamativo es el quiebre permanente de lo normal y lo posible como categorías narrativas, ya sea con la metamorfosis de Teresa-Tiresias a través del juego de los globos (p. 123), la parición de 40.049 hijos en un solo día por un hombre y sin intervención de mujer (p. 148) o el caso de Presto y Lacof quienes mueren y resucitan sin más explicación.Y, finalmente, las comparaciones disparate, que son desfasajes representacionales entre los objetos y su valor sígnico, como por ejemplo: chata-escupidera-orinal (objetos escénicos) que remiten por efecto verbal al piano, el violín y el plato de la manteca (p. 128).
En último lugar, dentro del aspecto semántico, encontramos un desplazamiento de la tesis realista por un discurso rectivo: no es persuasión, no es tesis, sino que es una dirección rectora para la acción inmediata, destinada a la recursividad de la obra (ej. el tener hijos para repoblar Francia), que a su vez la pieza trata cómicamente. En este caso, el vínculo con la guerra es explícito y el uso del grotesco se pone al servicio de la mostración de un mundo en descomposición, que sólo se salva por la vía de “un mundo del revés”. La transformación de Teresa en Tiresias, o la capacidad del Marido de parir 40.049 hijos en un solo día, organizan una mirada grotesca sobre el mundo que se materializa en la obra a través de la construcción de los personajes.
Después de evidenciar los recursos del grotesco y del humor que tanto Jarry como Apollinaire ponen en juego, no nos queda más remedio que darle la razón a Yeats. Los dioses salvajes toman el timón de un mundo en estado de enajenación. Nada volverá a ser como fue luego de la Primera Guerra Mundial, conflicto que inaugura un siglo bélico de violencia in crescendo, globalizada y permanente. Este inaudito despliegue militar, que hará a mediados de siglo XX retroceder al hombre al “grado cero de Humanidad” –en palabras de Agamben– encontrará en el grotesco moderno y en su hermandad con el humor una vía para organizar un discurso crítico y disruptivo.
1 Schenk, H. El espíritu de los románticos europeos. México, FCE, 1986.
2 Victor Hugo. Prefacio de “Cromwell”. Manifiesto romántico. Buenos Aires, Goncourt. 1979, p. 31.
3 Eco, Umberto. “Lo cómico y la regla” en: La estrategia de la ilusión. Buenos Aires, Lumen / Ediciones de la Flor, 1985.
4 Ver, entre otros: Bürger, Peter. “Avant-Garde and Neo-Avant.Garde: an attempt to answer certain critics of Theory of the Avant-Garde” en: New Literary History 41, 2010, pp. 695-715. Dubatti, Jorge. “Para la teoría y la historia de la vanguardia artística / política en el teatro” en: La Escalera. Universidad Nacional del Centro (UNICEN), Tandil, Nº 16, 2016, pp. 13-50.
5 Jarry, Alfred. Todo Ubú. Barcelona, Bruguera, 1980, p. 7.
6 Menke, Christoph. La soberanía del arte: la experiencia estética según Adorno y Derrida. Madrid, Visor, 1997.
7 Ibid, p. 116.
8 Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura. Barcelona, Paidós, 1994, pp. 93-94.
9 Jarry, ob. cit., p. 115.
10 La traducción es propia. Yeats, Willam B. The collected works of W. B. Yeats.Volume III. Ed.William H. O’Donnell - Douglas Archibald. New York, Scribner, 1999, p. 265.
11 Publicado en un facsímil autógrafo en el tomo XXI de Vers el Prose (abril-mayo-junio, 1910), según consta en la edición de Todo Ubú
12 Apollinaire, Guillaume. El encantador putrefacto. Las tetas de Tiresias. Buenos Aires, Losada, 2009, p. 99. En adelante las citas a la obra corresponden a esta edición.
13 Las citas de Parade corresponden a la traducción que hizo José A. Sánchez. Cfr. José A. Sánchez -Martínez, José Antonio ( coord. ). La escena moderna: manifiestos y textos sobre teatro de la época de vanguardias. Madrid, Akal, 1999, pp. 138-139.
14 Yurkievich, Saúl. Modernidad de Apollinaire. Buenos Aires, Losada, 1968, p. 121.
15 Ya sea en el caso “ASÍ COMO PERDÍA EN ZANZÍBAR / EL SEÑOR PRESTO PERDIÓ SU APUESTA / YA QUE ESTAMOS EN PARÍS”, Apollinaire, ob. cit. p. 131. Juego de palabras entre pari (apuesta) y París.
Obras de Marcelo Alzetta
* Natacha Koss es directora del proyecto UBACyT “Imaginarios y humor grotesco. Teatralidades europeas y Primera Guerra Mundial”. Tiene a su cargo la materia Historia del Teatro 1 de la carrera de Artes (UBA), se desempeña como Secretaria Académica del Instituto de Artes del Espectáculo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Destinos cruzados: Grosz y Ferrari LOS CRISTOS DE LA GUERRA
Dos artistas ubicados en tiempos y escenarios culturales distintos se intersectan en un imperativo: la necesidad de pensar la guerra y la religión bajo la lente crítica del humor. Los Cristos que George Grosz (1893-1959) y León Ferrari (1920- 2013) interpelan desacomodan todos los dogmatismos; al estar intervenidos por la iconografía bélica arrojan una pluralidad de sentidos, desde y para el frente de batalla político.
Por Laura Cilento
“No quisimos romantizar nada del conflicto bélico. Pero es una paradoja, y es muy vívido lo que a mucha gente le pasa en la guerra. Creo que en este sentido podés ir por la senda equivocada con mucha facilidad. Y nosotros tratamos de relatar la guerra desde todos esos puntos de vista. Quiero decir: sabemos que nos encanta mirar violencia y al mismo tiempo, aunque no la deseáramos, visualmente no podemos dejar de ver.”
Entrevista a Lynn Novick Codirectora de la serie La guerra de Vietnam1
Através de uno de sus más difundidos estudios, el microhistoriador Carlo Ginzburg estudió la deriva iconológica (en reversa) que lleva desde un afiche propagandístico de la Primera Guerra Mundial a la figura de Cristo. En el poster, que en 1914 emplazó la mirada penetrante de Lord Kitchener y su dedo señalando al espectador bajo el lema “ Britons wants you ”, Ginzburg encuentra un entramado que invoca dos tradiciones pictóricas. Una, aquella que contiene dedos apuntando, casi saliendo de la imagen; otra, las de figuras cuyas miradas frontales, envolventes, parecen interpelar en todas las direcciones. En esta última tradición, rescata un “eslabón perdido”: el Christus Salvator Mundi , un rostro de Jesús, pintado por Dieric Bouts c. 1464, pero también referencias escritas a efectos que otros cuadros recibieron en diversas épocas. Pero esos artilugios pictóricos, por sí mismos, habrían sido insuficientes para generar el poster de Kirtchener. La efectividad del afiche, que consiguió, en poco más de un año, reclutar un millón y medio de voluntarios ingleses persuadidos por la severidad del dibujo del Secretario de Guerra y su temida “máquina de matar” en el frente egipcio del Imperio, debe situarse –asegura Ginzburg– en un entorno visual diferente: el lenguaje de la publicidad.
Un hombre, detrás de un paquete gigante de cigarrillos Godfrey Phillips & Sons, también mira frontal y torvamente mientras apunta con su índice al futuro, en una publicidad de 1910. Accesibilidades nuevas, multimedialidad y un conjunto de contenidos que remite “más allá o más acá de su referente, a un imaginario”2. Es que “la imagen es el exponente y el catalizador de una serie de intrincados procesos”3; a esto debe agregarse, por supuesto, esos primeros experimentos cinematográficos con imágenes frontales que amenazaban, con mayor crudeza aún, la posición segura del espectador.
Resumir este itinerario imaginístico es más bien una tarea de spoilers, porque Lord Kitchener-gráfico a simple vista no invita a remontarse hasta antecedentes pictóricos tardomedievales. Precisamente, se trata de una tarea subterránea, que sin la colaboración de ojos eruditos oculta el recurso, la tradición y la familia de personajes pictóricos-gráficos puestos en juego. Pero, principalmente en este caso, oculta que la guerra y la religión no son universos desconectados.
Cuando esos universos son intersectados abiertamente desde una potente imagen visual, ponen en la superficie una fuerte contradicción, que se resuelve, en el paso de digerirla con más detenimiento, en lo contrario: lo disgregado se resuelve en alianza, y hay dos efectos de sentido: incongruencia-sorpresa y luego asociación razonada. En la fuerza de presentificación de la imagen, el shock deja ver en lo dispar un apareamiento que surge como revelación, como verdad que ya no es callada porque se deja ver. Y que precisamente necesita de una trayectoria de puesta en forma humorística para poder señalar el contraste como ironía y así poder reconocerlo, en el mejor de los casos, críticamente.
La imagen contemporánea que más perturba, la que produce el shock como sensación de detención del sentido (según la clásica definición de Dorothee Brill4), y como umbral humorístico para la comprensión, es la que demanda auxilios de material y método al montaje: el collage, el assemblage
En ese modo se hicieron visibles algunos particulares Cristos crucificados, como el del artista alemán George Grosz (1893-1959) y el de León Ferrari (1920- 2013). El primero dibujó un Jesús crucificado en un campo de batalla de la Primera Guerra Mundial (IGM), con la tablilla de su título (Jesús de Nazaret, rey de los judíos: “INRI”) de la iconografía católica, así como con una aureola de santidad. Gira su cabeza hacia la mano izquierda, donde porta una cruz, como si ya anticipara que esas
maderas cruzadas serán el emblema de la difusión del cristianismo en el planeta. En la cara, una máscara de gas. El artista argentino, a su vez, optó por la disposición de dos objetos físicos. Un avión cazabombardero norteamericano y un cuerpo de Cristo crucificado. Su ensamblaje por superposición dio forma a un nuevo soporte para la crucifixión, que ya no son dos maderas portantes, sino la silueta homóloga al diseño de la nave destructiva que se revela por yuxtaposición con el cuerpo sacrificial y redentor de la humanidad. En ambos Cristos de la guerra, la cuestión girará en torno de las intervenciones tecnológicas de la iconografía cristiana y la necesidad de tomárselas con las premisas corrosivas del humor, si es que se quiere valorar su alto impacto estético. No son Cristos en la guerra solamente; al estar intervenidos por una maquinaria bélica, se completan con una pluralidad de sentidos, arrojados desde y para el frente de batalla. Así resignificados, por esa “extensión” física del cuerpo humano que es la tecnología, se territorializan política y socialmente y, por estos motivos, adquieren espesor y entidad, y circulan como imágenes globales.
Dime dónde, cuándo y cómo
Vale la pena tomarse el trabajo de observar estas obras como tales, pero también como imágenes y pasar de la representación de aquéllas a la presentación ligada a su emplazamiento y a la intencionalidad, siempre aleatoria y deudora de las diversas coordenadas en las que aparece: “El sentido del trabajo artístico es la intención del artista; el sentido de la imagen es la intencionalidad del mundo”, dice Susan Buck-Morss mientras se pregunta qué hacer con su proliferación indiscriminada en la era de la globalización digital 5
El Cristo de George Grosz fue originalmente una imagen escenográfica, realizada para la puesta del director Erwin Piscator de Las maravillosas aventuras del buen soldado Švejk durante la Guerra Mundial, novela satírica y antimilitarista que el autor checo Jaroslav Hašek había ido publicando por partes entre 1921 y 1923.
Tanto el dibujante como el director teatral creían, en esa década de consolidación de la República de Weimar, en dos premisas que los emparentaban. Una, la necesidad de que el arte se pusiera al servicio de la revolución y –a medida que el furor espartaquista se fue apagando en Grosz– que, como mínimo, desnudara los “pilares de la sociedad” que sostenían el orden tradicional, agravado por el desastre de la guerra: militares, industriales, sacerdotes. De hecho, la degradación moral de estos tres sectores fue una constante en las obras
(caricaturas y, en ocasiones, óleos) con las que Grosz elevó su fama y se hizo reconocible incluso para el círculo dadaísta de Berlín. En aquellas veladas públicas podían visitarse sus originales, que se ocupaban de la vida prostibularia y los “chanchos capitalistas” en la plena literalidad de sus cuerpos de trajes reventados por su grasa, mientras los ex combatientes reposaban, magros y lisiados, en los rincones callejeros de sus puestos de limosna.
La segunda premisa es la que Grosz compartía con otros dos dadaístas como los hermanos Herzfelde (Wieland, el editor de sus portfolios de dibujos, y el otro, que se cambió el nombre a John Heartfield y que sería conocido como el creador del fotomontaje): un rechazo de la trascendencia de las artes mayores, en beneficio de la intervención directa, de un régimen de presente que les permitiera el usufructo de los medios de comunicación más accesibles al público y que hablara de su “momento”. En una conferencia dictada en 1923, que tituló “El arte y la sociedad burguesa”, se inclinó –contra toda consideración a sus oyentes galerísticos– hacia lo que llamó el “arte actual”, y explicó qué significaba la alternativa:
Ustedes pueden objetar, honorable público, que esto no constituye lo esencial del arte: es decir, cómo ve el ojo del artista y cómo traduce lo que ha visto; dirán que en el arte hay un elemento que viene del alma. Entre tanto, aceptemos que el arte está privado actualmente de carácter “informativo”; si quieren saber cómo se manifiesta el mundo ustedes van al cine, no a una exposición de pintura.6
Ambas premisas se potenciaron, corrosivamente, al revisitar teatralmente la Primera Guerra Mundial, fresca en el recuerdo social y recuperable para un escenario que Piscator reformularía con la introducción de un medio nuevo: la proyección de imágenes en escena. Grosz ilustró cinco piezas puestas por Piscator con sus dibujos, que se proyectaban como escenografía, sobre paneles planos de fondo que reproducían, magnificadas, las viñetas en papel de sus colaboraciones en revistas o en ilustraciones de libros. También contribuía con el diseño de vestuario y, en ocasiones de manera muy dominante, con personajes bidimensionales que alternaban con los actores en el escenario y eran el colmo del anti-ilusionismo teatral. Uno de los paneles para Las maravillosas aventuras del buen soldado Švejk durante la Guerra Mundial fue el del Cristo de la máscara de gas7
Ese mismo año de la puesta, la editorial de sus amigos Herzfelde, Malik Verlag, lo publicó conformando un portfolio de diecisiete láminas que llevó el título de Hintergrund (“Telón de fondo”).
En Grosz, la fascinación infantil por la cultura estadounidense se había alimentado de lecturas de novelas de indios y cowboys y terminó, entre 1933 y 1956, en una residencia permanente y en la inserción laboral en ese país. Murió de regreso a Alemania, seis años antes del otro Cristo de la guerra.
Precisamente en 1965, León Ferrari percibió la peculiar diversidad de destinos de los fondos de Estados Unidos: en lo más cercano, auspiciaba y alentaba la actividad experimental del Instituto Di Tella, y en lo más lejano, comenzaba su intervención armada directa en el conflicto de los dos Vietnam, el comunista del Norte y el pro-yanqui del Sur. El Cristo del bombardero, que presentó como “La civilización occidental y cristiana” al Premio Nacional Di Tella, por pedido de Jorge Romero Brest (director de su Centro de Artes Visuales), no fue expuesto. Sí logro que aceptaran exponer tres cajas que contenían también objetos alusivos a la Guerra de Vietnam, pero que no hacían colisionar de una manera tan explícita: guerra y religión.
Pero lo exhibido generó una polémica encarnada por parte del crítico Ernesto Ramallo de La Prensa; Ferrari pudo valerse de la revista Propósitos para que su respuesta fuese una versión sumada a la doble premisa de poner el arte al servicio de la crítica política y hacer consciente el medio que transmitía el mensaje. En “La respuesta del artista”, que la revista publicó el 7 de octubre de 1965, Ferrari no solo no desmiente el objetivo que Ramallo le atribuye insidiosamente: “enjuiciar nada menos que a la civilización occidental y cristiana”, sino que lo reivindica, y amplía su acusación:
Porque creo que nuestra civilización está alcanzando el más refinado grado de barbarie que registra la historia. Porque me parece que por primera vez en la historia se reúnen todas estas condiciones de barbarie: el país más rico y poderoso invade a uno de los menos desarrollados; tortura a sus habitantes; fotografía al torturado; publica las fotografías en sus diarios y nadie dice nada. …8
Buena parte del efecto de “La civilización occidental y cristiana” (LCOC) parte de haber podido materializar de manera impactante esta contradicción.
Algunas incongruencias hechas de materialidades
Localizar la contradicción humorísticamente comienza por señalar la ironía como retórica de la contradicción de sentidos. Se puede observar otra de las viñetas de Hintergrund , donde un soldado que abraza encogido un fusil y se reduce a un esqueleto (una parte muy importante de los combatientes dibujados por Grosz ya son cadáveres), en la lámina 1, asegura “La guerra me hizo un gran bien, como un spa”.
Si bien resulta discutible observar quién (entre Grosz, Hanah Höch, Raoul Hausmann o John Heartfield) tiene el protagonismo fundante en la utilización sistemática del collage y especialmente del fotomontaje, para su circulación pública en Alemania, resulta menos discutible el hecho de observar la actualidad de las técnicas (en el sentido de inmediatez con el ahora de la difusión mediática) que estos artistas tempranamente utilizaron, como método en la pintura y en la poesía.
La incongruencia de materiales y la ruptura de la referencia se producía desde el momento en el que, explicaba Picasso, “la hoja de periódico nunca se usaba para hacer un periódico; se usaba para hacer una botella, o algo así. Nunca se usaba literalmente, sino como un elemento desplazado de su significado habitual a otro significado”9
Bajo el expediente de la incongruencia se alinean nociones comparativas: se presupone que algo es discordante con o respecto de otra cosa, lo que en el collage y otras lógicas del montaje vanguardista va directo a la paradoja. Definible como el empleo de materiales inesperados y heterogéneos para crear una imagen reconocible, el collage traslada materiales de un contexto a otro,
sin que el primero quede borrado, lo que hace que su coexistencia tenga efectos sorprendentes, especialmente si son muy discordantes los materiales de origen; lo mismo ocurre con el entretenimiento cómico, que llega siempre en dos tiempos, con el placer de reconocer, que llega en el momento posterior, “con la aprehensión de la incongruencia”10.
El Cristo de Grosz, actualizado en el fondo del campo de batalla, sin utilizar el collage, replica sin embargo su lógica, insertando los elementos impensados de la tecnología de la guerra en el cuerpo crucificado del “Rey de los Judíos”: desde las botas de combate en los pies hasta la máscara de gas que oculta uno de los enigmas más productivos para las artes visuales de todas las épocas: identidad, género, etnia y gesto en la cara de Dios hecho hombre. Pero, ¿cómo explicar, si no es reconociendo que la paradoja viene de esa mescolanza, las alteraciones insólitas de la narrativa sacra? ¿La máscara de gas, en la cara del que entregó su vida para salvar a la humanidad, anulará ese destino sacrificial? O ¿es un gesto desesperado e inútil de solidaridad, para rescatar al que debía morir por plan divino? Por el contrario, ¿el “sálvese quien pueda” de la masacre en las trincheras es el mensaje que a último momento arroja Cristo? Grosz manejó a conciencia el inestable complejo emocional que auna risa, disgusto y terror11 en un grotesco al que apelaba frecuentemente para explicar sus obras.
Desplazado el montaje rupturista artístico a la acción pública, en la liminalidad entre artes gráficas, periodismo y puesta en escena, la incongruencia estaba cargada de sentido crítico e intensificaba sus credenciales humorísticas.
El assemblage en el Cristo de Ferrari es de la misma liminalidad. Surgido para una presentación ortodoxa en una institución artística privada y prestigiante, el cuestionamiento y su rechazo partieron de la incongruencia extrema de sus dos componentes: Jesús crucificado y redentor, montado sobre una cruz ajena que evoca la forma, pero no la función. Este collage desarmó el bloque Cristo-cruz y su reemplazo trae una incongruencia que impacta visualmente y se resuelve ideológicamente mucho mejor… con humor. Es decir, como Eduardo Grüner expuso para abordar las constantes de Ferrari en la muestra12 retrospectiva de este año:
[Ferrari] recupera irónicamente esas imágenes por lo que son, pero que, al montarse con otras, inyecta en ellas al mismo tiempo lo que no son, instalando un conflicto –un campo de batalla, decíamos, o por lo menos una superficie de tensiones– allí donde en principio no parecía que tuviera que haberlo. O bien rescribiendo, voluntariamente o no, el conflicto secreto que existía en ellas13
Por recurrir al humor, crea una primera distancia: la de la “anestesia del corazón” que predicaba Henri Bergson en La risa; suspender ciertas emociones que generan empatía, desengancharlas en la percepción para poder liberar la fuerza del razonamiento paradójico. Pero “uno está en estado de diversión cómica solo si el objeto de tal estado es una incongruencia percibida como tal”, recuerda Noël Carroll. Y ese “estado de gracia” no estaba en el horizonte de 1965.
El assemblage presentaba dos incongruencias coordinadas, iluminadoras para el propio Ferrari, pero inasimilables para el resto de los participantes: 1) La incongruencia que señala el Cristo aéreo, en la asunción de la relación implícita entre la onda expansiva de la Guerra de Vietnam y la anuencia de la institución eclesiástica. La forma de la inversión, por la que el pasajero redentor ocupa la aeronave de los victimarios, se traduce en la revelación de una ambigua simbiosis o complicidad de poderes. 2) La de la factura novedosa de esa reunión de elementos distantes y materiales heterogéneos, que puso de relieve la artificiosidad y la bajeza industrial de las partes. El collage no hace olvidar el origen de los materiales del mundo que entran a ensamblarse en la obra: el prototipo del caza bombardero y la imagen de santería envían a un mundo de utilería, de galpón o de tienda barata de importados. Así, el material kitsch de los objetos sagrados que ya están banalizados en el mercado es la opción estética irritante porque su “alegría berreta”, de estética menor, significa que Ferrari abandona los materiales nobles y opta por “el elemento diabólico en el sistema de valores del arte”, según tajante definición de Hermann Broch.14
Quienes visiten el Taller de León Ferrari en el barrio porteño de Monserrat se verán embarcados en un recorrido que comienza por una habitación-taller convencional, con escritorio, pinceles, pomos de pintura y algún guardapolvo de trabajo, para desembocar en una parada final, la “tienda de provisiones” del fondo de la casa, donde el cotillón, los muñecos de santería, arman un reino
ordenado por cubículos donde se guardan clasificados los requechos, el plástico, las imitaciones, el yeso, que viven ahora en un limbo eterno a la espera de sublimarse en algún otro ensamblaje.
El verbo y la pérdida del juicio
Una consideración aparte es la que merecen la presencia de las palabras, en estos Cristos de la guerra intervenidos tecnológicamente. Ambas obras están tituladas y esos anclajes de imagen fueron piedra de toque para que se generara el malentendido para aquellos literales que no pueden, o no quieren, leer el segundo sentido humorístico, ese estado de gracia de quienes perciben la ironía y otras incongruencias en una ulterior síntesis crítica.
Grosz afrontó, por su Cristo de la máscara de gas, un juicio por blasfemia que, contra lo que pudiera presuponerse, no se activó por la presencia pública de su obra en los escenarios de El buen soldado Schvejk, sino por su lectura en el portfolio Hintergrund. Fue muy arduo dirimir, en el período del proceso al autor y al editor Herzfelde (1931-1933) quién hablaba en el epígrafe que citaba una voz diciendo “Cállese y siga adelante”. ¿Pudo haber sido capaz de hacer hablar a Jesús? Como ocurre con los juicios a artistas, en la declaratoria hay que arruinar el chiste y cerrar las brechas de la polisemia y así, afortunadamente, Grosz dio con la explicación satisfactoria. No era Jesús.
Ferrari también puso en el título una expresión que no le pertenecía y que creaba un anclaje problemático para su pieza, porque la ironía visual del ensamblaje tenía voces políticas para encarnarla: recortar y asociar con “civilización occidental y cristiana” convirtió la frase cristalizada en una frase problemática, donde la cruz-avión de guerra introducía la verdadera contraparte –no di-
cha– de la barbarie. Retirada de esa primera muestra del Premio del Instituto Di Tella, la pieza sugirió al mismo Ferrari una continuidad por otras vías. Reconociendo su Cristo bélico como un collage en sí mismo, derivó en la composición de un collage verbal con 175 voces de personajes bíblicos, una mujer ficcional (la Justine del marqués de Sade) y las cabezas de las instituciones clave en las grandes guerras del siglo XX (líderes políticos, ministros, militares, sacerdotes, medios de comunicación), que hilvanaban fragmentos efectivamente dichos o escritos, con un efecto de objetividad histórica o periodística para asomarse a las masacres de Vietnam. Palabras ajenas se llamó el primero de sus collages verbales en los que recortó, tradujo y pegó fragmentos de textos previos, pensados para ser leídos en el escenario15, en sintonía con el arte intermedial de los happenings de esa década.
Salido en 1967, con el Cristo occidental en la tapa, le selló el camino como obra faro de su producción (participó físicamente de la mayor parte de sus muestras, hasta la última, Recurrencias, de 2023), así como imagen representativa del giro hacia el arte político, como foto de circulación inagotable, aunque nunca carente de controversias16
1 Pichersky, Nicolás. “Descenso a las dos trincheras” en: Revista Ñ. Buenos Aires, 8/2/2019.
2 Barthes, Roland. “Sociedad, imaginación, publicidad” en: La torre Eiffel.Textos sobre la imagen. Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 97.
3 Todo este desarrollo abreva en: Ginzburg, Carlo. “Your Country Needs You” en: Fear, Reverence, Terror. Calcuta, Seagull Books, 2017, p.145.
4 Brill, Dorothee. Shock and the Senseless in Dada and Fluxus. Londres, Darmouth College Press, 2010.
5 Buck-Morss, Susan. “Estudios visuales e imaginación global” en: Antípoda, 9, julio-diciembre 2009, p. 28. Siguiendo a Walter Benjamin y sus tesis sobre la era de la reproducción tecnológica, la autora redefine la imagen, “ahora entendida no solo como una representación de lo real, sino también produciendo una nueva realidad, una sobrerrealidad (...) la imagen visual como una película extraída de los objetos es reconocida como algo que tiene su propio estatus, así como su propia presencia material”, p. 29.
6 Grosz, George. “El arte y la sociedad burguesa” en: George Grosz, Erwin Piscator y Bertolt Brecht. Arte y sociedad, Buenos Aires, Caldén, 1968, p. 18.
7 La tarea de adaptación había sido emprendida por Piscator en colaboración con Bertolt Brecht, Gasbarra y George Grosz.
8 Ferrari, León. Prosa política. Vicente López, Red, 2021, p. 16.
9 Cit. Perloff, Or Marjorie. “La invención del collage” en: El momento futurista. Madrid, Pre-Textos, 2009, p. 176.
10 Este y otros conceptos sobre incongruencia como definitoria de lo cómico-humorístico surgen de Noël Carroll, Humour. A Very Short Introduction. Oxford, OUP, 2014.
11 Mediante este “complejo emocional” explica Geoffrey Harpham la lógica de esta estética en “The Grotesque. First Principles”. En The Journal of Aesthetics and Art Criticism, n. 4, vol.34 (Verano) 1976, 461-468. Este punto de vista es el que desarrollo en el marco del Proyecto UBACyT “Imaginarios y humor grotesco. Teatralidades europeas y Primera Guerra Mundial” (Dir. Natacha Koss), radicado en el Área de Historia de las Ciencias de las Artes del Espectáculo, Instituto de Artes del Espectáculo UBA.
12 Se trata de Recurrencias, curada por Andrés Duprat y Cecilia Rabossi para el Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires.
13 Grüner, Eduardo. “Palabras ajenas (y elogio de la ironía) para LF” en: León Ferrari. Recurrencias. Buenos Aires, Museo de Bellas Artes y Fundación Augusto y León Ferrari, Arte y Acervo, 2023.
14 Hal Foster se dedica al kistsch político en la era Bush en su What comes after farce? Art and Criticism at a Time of Debacle (Londres, Verso, 2020), y de allí rescato estas consideraciones.
15 Ver la charla virtual de Agustín Diez Fischer con Romina Ciaponi (Fundación Ferrari) (2/7/ 2021). Disponible en https://www. youtube.com/watch?v=h4TjlmqkByk (Canal Fundación Ferrari).
16 Es indispensable, para seguir las controversias y especialmente la línea conflictiva cuyos hitos son la no-muestra de 1965 y la de 2004, consultar Andrea Giunta: “La política del montaje: León Ferrari y La civilización occidental y cristiana” en AAVV. Cultura y política en los años 60. Buenos Aires, Instituto Gino Germani/Publicaciones del CBC UBA, 1997, pp. 299-314 y Andrea Giunta (comp.) El caso Ferrari. Arte, censura y libertad de expresión en la retrospectiva de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta, 2004-2005. Buenos Aires, Licopodio, 2008.
DOSSIER
Cartas de guerra a dos orillas del Atlántico entre Dámaso y Amado Alonso 1936-1939
Presentación y edición de Miranda Lida
El estallido de la guerra civil española en pleno verano de 1936 produjo innumerables consecuencias. En este contexto, los epistolarios siguen siendo una fuente de altísimo valor para reconstruir la vida cotidiana durante la guerra. Las cartas que intercambiaron Dámaso Alonso, desde Valencia, y Amado Alonso, desde Buenos Aires, dos intelectuales españoles de la misma generación, constituyen un excelente prisma en el que leer el impacto de la guerra en dos figuras que se habían formado en instituciones centrales para la España del primer tercio del siglo XX, como fue el caso del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Amado y Dámaso forjaron una estrecha solidaridad en tiempos de guerra: compartieron diagnósticos y reflexiones acerca del contexto europeo atormentado por los fascismos y el levantamiento militar en la península, así como también la angustia por una situación en la que la propia vida estaba en peligro, algo de lo que ambos eran plenamente conscientes dado que compartieron la preocupación por Federico García Lorca, que terminó fusilado por los sublevados, y hasta la misma supervivencia era incierta, dadas las carencias que la guerra trajo consigo.
*Miranda Lida
Miranda Lida es historiadora, profesora en la Universidad de San Andrés e investigadora en CONICET. Es autora, entre otros libros, de Amado Alonso en la Argentina. Una historia global del Instituto de Filología (2019).
Así, las cartas que aquí se transcriben reflejan la angustia por la gravedad de la situación, por momentos también la esperanza de poder encontrar una oportunidad para viajar a América con algún puesto universitario, para lo cual Amado Alonso habría hecho gestiones en la Universidad del Tucumán, donde otros exiliados encontraron refugio en los años de la guerra civil, entre ellos, Lorenzo Luzuriaga y Benvenuto Terracini1. La propuesta estuvo acompañada de un importante número de invitaciones para conferencias en la Universidad de Buenos Aires y en otras instituciones. También desde México comenzaron a llegarle a Dámaso propuestas para instalarse allí, donde se estaba conformando el Colegio de México, nutrido de la savia de los
BOCA DE SAPO 36. Era digital, año XXIV, noviembre 2023. [GUERRAS] pág. 28
exiliados republicanos. Sin embargo, las gestiones para su instalación en alguna institución académica hispanoamericana no prosperaron, dado que desde el propio gobierno republicano comenzaron a aparecer reservas, así como también pedidos de dilación de los compromisos. Con la Universidad de Tucumán las gestiones avanzaron bastante, pero Dámaso optó por posponer todo compromiso efectivo. Mantuvo de todas maneras la preocupación por sostener y eventualmente ocupar una cátedra de literatura española en América, en especial en Argentina, país con el que las conversaciones fueron más fluidas, por intermedio de Amado Alonso.
Sin embargo, no logró concretarse su viaje a América Téngase en cuenta que el gobierno argentino se opuso a una política de apertura al exilio español, en especial en lo que respecta a intelectuales comprometidos con el gobierno republicano, como era el caso de Dámaso Alonso. Solamente habilitó el ingreso de intelectuales que aceptaran evitar intervenciones públicas de carácter político como fue el caso de Claudio Sánchez Albornoz, puesto que se les exigió la obligación de dedicarse “pura y exclusivamente” a sus respectivas disciplinas académicas. Por otro lado, Dámaso Alonso, terminó desestimando la oferta mexicana, a pesar de que el gobierno allí era netamente benévolo con los republicanos; algo más le interesó la que le llegó de Argentina, pero las condiciones fijadas por el gobierno pusieron una traba que las autoridades republicanas instaladas no estuvieron dispuestas a aceptar.
Mientras tanto, la guerra seguía su curso y las penurias crecían: las cartas se demoraban más de la cuenta, las condiciones de vida se deterioraban, los alimentos escaseaban y los riesgos aumentaban, tanto es así que las autoridades republicanas se refugiaron en Valencia, algo menos expuesta a los bombardeos, desde donde escribiría Dámaso Alonso quien continuó en su puesto como profesor, intentando trabajar en proyectos y libros, aunque, en el fondo, no tardaría mucho en admitir que toda actividad académica y científica se vio interrumpida por el conflicto. Sin embargo, es notable que, a pesar de la presión de los bombardeos franquistas y las duras condiciones para la supervivencia que impuso la guerra, Dámaso continuara proyectando libros y artículos, pensara en proyectos de colaboración con editoriales argentinas, buscara oportunidades de trabajo en América, en especial, traducciones de autores de compromiso antifascista, de ahí la preocupación por sostener un intercambio asiduo con Amado, que por esos años integraba el grupo Sur que, bajo la dirección de Victoria Ocampo, no solo
sostenía la revista, sino además una por entonces prolífica labor editorial con la que Dámaso podría colaborar como traductor. Estas colaboraciones le proporcionarían recursos invalorables en tiempos de tantas carencias. Incluso se dedicó a proyectar libros propios que reunieran trabajos previos en versiones superadoras.
Desde la orilla rioplatense, Amado Alonso (sin lazo alguno de parentesco con Dámaso, a pesar del apellido homónimo) demostró sensibilidad y preocupación por la situación de Dámaso y por muchos otros antiguos colegas en Madrid. No solo se interesó por la posibilidad de llevarlo como exiliado a América, preferentemente, a cualquier universidad argentina, sino que además hizo gestiones para colaborar con él, incluso a través del envío de paquetes de víveres que le facilitaran la supervivencia dadas las carencias que atravesaba el bando republicano conforme avanzaba el conflicto. Estos paquetes son celebrados por Dámaso a vuelta de correo. Además de profesor de la Universidad de Buenos Aires, miembro del grupo Sur y de la editorial Losada, Alonso había sido agregado cultural a la embajada de la Segunda República en Buenos Aires, de modo que tenía acceso a canales privilegiados, vía valija diplomática, para el envío de alimentos no perecederos. También colaboró con el envío de dinero a través del comité de ayuda que los cuáqueros establecieron en Inglaterra, el Friends Service Committee, muy activo en Europa en los años de la guerra civil y, luego, la escalada agresiva nazi que desembocó en la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de una colaboración invalorable en tiempos de guerra, y más teniendo en cuenta que hubo lazos de amistad que se interrumpieron debido a la coyuntura signada por la crudeza de las circunstancias y, en ocasiones, el exilio político (en este sentido, Dámaso Alonso se lamenta del silencio de su antiguo amigo Pedro Salinas que se instalaría en los Estados Unidos).
En suma, este epistolario a dos orillas no solo es prueba de una amistad literaria que trascendió fronteras, sino de una viva solidaridad política y humana en tiempos críticos. Lo que se reproduce a continuación son las cartas que se preservan de Dámaso Alonso a Amado Alonso, que actualmente están depositadas en el archivo epistolar de este último, en la Universidad de Harvard. Se seleccionaron los años 1936 a 1939 de un frondoso epistolario que comprende más de 60 cartas. Para facilitar la lectura en esta edición se normalizó la transcripción evitando abreviaturas frecuentes en cartas de guerra escritas bajo carencias, entre otras cosas, de papel.
Las cartas de la guerra de España de Dámaso a Amado
AlonsoValencia, 18 de diciembre de 1936
Amado: supongo en tu poder la que te escribí hace unos 15 o 20 días para contestar a tu pregunta sobre Federico García Lorca. Seguimos sin noticias de él y la impresión general, desde luego muy pesimista, contrasta con la de la familia que al parecer no ha desechado la posibilidad de que esté oculto en algún pueblo de la provincia de Granada. Te decía además que el hermano de Federico, Francisco García Lorca, está en la Embajada de España en Bruselas y que él es probable que te pueda informar algo más.
Acá en Valencia está Montesinos, como sabrás concuñado de Federico, concuñado de Federico y hermano del último alcalde socialista de Granada. Yo le pregunté, y la impresión que te transmito es la que él me dio. Por cierto, que me dijo haber recibido carta tuya con la misma pregunta y que te había de contestar.
Otra cosa: recordarás que el año pasado te escribí varias veces rogándote que te interesaras para que mi primilla pudiera ir a estudiar a la Univ. de Chile. No he tenido contestación por tu parte, aunque me dijiste que me la darías en unos meses. Ahora me llega la noticia de que Gabriela Mistral ha hablado contigo; supongo que será así. Aunque me extraña que G. M. pregunte si la chica querrá ir. Pues ya lo creo, como que lo está deseando. Supongo que ahora si tú lo gestionas se podrá hacer y yo me alegraría
que pudiera ya empezar a estudiar para el principio de vuestro curso austral. Es en marzo, ¿no? No dejes de escribirme lo que haya de esto. A vuelta de correo, Amadísimo.
Dime también si has recibido mi carta anterior, en la que te hablaba de Federico.
¿Qué te diré de la barbarie de esta guerra civil? Supongo que te habrán llegado noticias de los brutales bombardeos. Un horror, Amado.
Saluda a mi maestro.Y no te olvides de tu pobre y solísimo Dámaso.
Estoy por mandato ministerial en mi puesto en la Universidad de Valencia a donde me puedes escribir. Certifica la carta.
Lo malo es que la Mistral anda de viaje de la ceca a la Meca y no puedo ponerme en relación directa con ella.
Valencia, 30 de diciembre de 1936
Querido Amado: Ayer fue día de gran júbilo en esta casa porque nos llegó tu espléndido paquete que ya llorábamos perdido. Según la nota que me enviaron de Ferrocarriles para que pasara a recogerlo, era un
envío remitido el día 8 de octubre pasado. Te lo digo por si acaso hubieras hecho otro anterior, y porque la carta en que tú me anunciabas que me enviabas uno, era (si no estoy trascordado) de principios de setiembre. No sabes cuánto te lo agradecemos todos los de la familia. Eres el único amigo bien contrastado en la prueba. ¿Qué te parece la conducta de Salinas que no me ha escrito ni una postal desde que se fue y ya va para dos años y medio? Claro está que de Castro y Montesinos no hay ni para qué hablar dado su conocido egoísmo. Pero de Salinas no lo hubiera esperado.
En mi última carta te decía que estoy terminando una edición del Polifemo semejante a la de las Soledades y te rogaba que le dijeras a [Alfonso] Reyes, si está ahí, que me remitiera, a ser posible por correo aéreo, mis hojas en la revista Monterrey en que se discutían algunos temas de la Fábula, porque quisiera citar esos trabajos en mi libro. Si no estuviera ahí ya, escríbele. Si no pudiera remitirme las hojas, que me copie por lo menos los pasajes más interesantes, con mención del número en que aparecieron.
Nos ha llegado un número de Nosotros que trae un artículo muy elogioso para ti. Mucho lo celebro. Por el mismo nos enteramos del espectacular suicidio de Alfonsina Storni. ¡Qué nervio de mujer! Lo de mandar un soneto al periódico el día antes es casi increíble. ¿Ha habido en su muerte alguna otra causa? El final del soneto parece darlo a entender.
Bravo, Amado. ¿Querrás creer que a los dos años y medio de guerra -con sus inevitables privaciones- estoy mejor de salud que nunca? No así Eulalia que me tiene preocupado. Saluda a Joan. Un abrazo, Dámaso Valencia, 12 de enero de 1936
Querido Amado:
Recibo ahora la tuya fecha 28 diciembre. Mucho te agradezco las gestiones en pro de los estudios de mi prima en la Universidad de Chile. Pero no olvides que la Mistral está directamente interesada en ello. Por desgracia yo no he podido ponerme en contacto con la Mistral, ni ella sabe siquiera que la chica quiere ir. Pienso que tú ahí podrás enterarte en la Embajada de España o en la de Chile del paradero actual de la Mistral y escribirle por correo aéreo. Es que temo que se empiece el curso en Chile y no hayamos conseguido nada y habría que esperar hasta el año que viene. ¿El curso ahí empieza en marzo, ¿no? Mucho me alegro de que Venezuela vaya a comenzar una cátedra de español y desde luego estoy a vuestra
disposición para todo lo que sea propagación de la literatura española en Suramérica. Debéis insistir con los venezolanos para que nombren catedráticos españoles pues mucho temo (y más en las actuales circunstancias) que nombren extranjeros.Y sería una pena. Decidme cuándo empezará a funcionar esa cátedra. ¿Será cosa para este año o para el que viene?
Aquí la vida académica está interrumpida. Yo trabajo en la ordenación de libros en la biblioteca. De trabajo científico no hago nada, ni en Valencia se puede hacer. Publico algún artículo de pura vulgarización. Eso es todo.
La guerra sigue, temible, con alternativas.Yo, que no sirvo para esto, tengo una depresión nerviosa tal que me habría suicidado ya si no fuera por la familia que pende de mí (y está aquí conmigo). No te ocultaré que vivo con gran estrechez sujeto, exclusivamente, a la mísera paga. En fin, una delicia en que nos han metido esos señores militares y que sostiene la brutalidad del fascismo internacional.
Un asco, Amado, un asco.
Saluda al maestro y que tenga esta por suya.
Recuerdos a Juanita, besos a la prole y para ti un gran abrazo. Dámaso
[P. S.] Me gustaría que te pusieras en relación con mis primos Julio César (¡nada menos!) Cerdeiras Alonso y José Cerdeiras Alonso, que viven en Montevideo. Julio tiene allí una posición importante (pero es algo tarambana); José es catedrático de Química de la Universidad de Montevideo y a este puedes escribir. ¡Me parece que ya era hora de que fundaran una cátedra de español en Uruguay!
Valencia, 23 de abril de 1937 Amado,
Mucho te agradezco tu última carta. He ido a hablar otra vez al responsable de la sección de Universidades del Ministerio (tú lo conoces: es José María Ots) y le he enseñado la carta tuya. Me ha dicho que cree que no habrá dificultad en darme el permiso para el viaje, aunque la actitud del subsecretario (no respecto a mí; sino en general respecto a estos viajes) ha cambiado algo desde mi última carta debido a la lamentable actitud de algún intelectual que ha faltado a su palabra cuando se ha visto fuera (como tú ya sabrás). El subsecretario no está aquí ahora, por eso no me ha podido decir Ots nada definitivo. Aunque su impresión era buena, convendría tal vez que interviniera la Embajada.
Respecto al dinero para el viaje, yo no tengo ahora idea de cuánto podría costar, ni hay manera clara de enterarse aquí, y desde luego me vendría muy bien que me enviarais al Credit Lyonnais, Dépots Étrangers, Paris, esos 4000 o 5000 francos que dices que la Universidad podría enviar. Sin embargo, si hubiera dificultades insuperables por la ley argentina de exportación de moneda, yo creo que encontraría en Francia quien me prestara lo suficiente para completar el pasaje (pues yo tengo aun allí un pico de francos que dejé al volver en junio de mi pensión).
Me dices que prepare media docena de conferencias. Me han traído de Madrid los apuntes de mis clases. Entre ellos está el curso que di en Santander sobre “nuevas condiciones de la lingüística y la ciencia de la literatura”. Era un curso de unas seis conferencias que claro está no sirven sino para público algo especializado, y que además en Buenos Aires no servirían para nada, pues todo lo que yo les pueda decir en este sentido lo conocerán por ti. Creo que sabrás que pensaba hacer un librito con este curso, y en parte lo tengo redactado. Como hace dos o tres años que lo preparé debe estar algo anticuado. Además, tú tendrías otros puntos de vista. ¿No crees que nos podríamos poner a colaborar para publicar juntos el libro? Sería interesante, creo, para todos los estudiantes de lengua española. De las otras conferencias tengo recién escrita una sobre “los héroes épicos y el pueblo” que he dado (con no infeliz éxito, según me dicen) en la Universidad de Valencia. Claro que está escrita para españoles, pero creo que con ligeros retoques la podría dar ahí. Estoy haciendo otra (que será la segunda de mi cursillo sobre “la entraña popular de la literatura española). Tengo un artículo inédito sobre el [arcipreste] de Hita, que con poco cambio daría otra conferencia.Tengo también en papeletas un curso de seis conferencias sobre Lope [de Vega] (pero supongo que después del Centenario estarán saciados ahí).Y claro está que sobre Góngora podré siempre dar varias. En fin, como ves, no creo que me falte materia.
Espero, pues, el cable de la Universidad. Yo preferiría, claro, la de La Plata, pero cualquiera de las otras me vendría bien. La que menos me gustaría sería la de Montevideo: tengo demasiados parientes allí; y con la mayor parte de ellos nula comunidad espiritual, pero tampoco me importaría ir.
Recuerdos a Joan y besos a los vástagos. Un abrazo fuerte, Dámaso.
Valencia, 4 de junio (s/a) [1937] Amado: muchas gracias por tu carta que hoy mismo recibo. Hoy saldrá un cable con mi aceptación para dar el cursillo
de conferencias sobre literatura española en Buenos Aires. Como te he dicho en mis anteriores, en el Ministerio de Instrucción me han asegurado que me darán el correspondiente permiso; de todos modos, es conveniente que el cable de la universidad argentina llegue por medio del Ministerio de Estado.
Me dices en tu carta que habéis visto que el gobierno de México nos ha “contratado” a mí y a otros profesores españoles para desempeñar cátedras universitarias en aquel país. Esto es cierto, en principio.Yo he recibido indicaciones oficiosas en este sentido, pero ninguna oficial. Además, claro está que la invitación mexicana sería para el curso próximo, pues supongo que en México el curso comenzará en el otoño. De modo que aún en el caso de ir yo a México, podría primero dar las conferencias en Argentina y luego ir allá.
Pero, por otra parte, la idea de ir a México no me seduce del todo. La capital está a una altura terrible sobre el nivel del mar y yo no sé si mi corazón, o el de mi madre, lo aguantarían.Ya sabes que estos años últimos he tenido algunos trastornos cardiacos.
De manera que yo veo las siguientes posibilidades:
1. doy las conferencias en la Argentina y me quedo, durante algún tiempo, en la América del Sur, en una cátedra.
2. doy las conferencias en la Argentina y me vuelvo a España (en el caso de que la Universidad de Valencia funcione el año próximo y el gobierno necesite mis servicios).
3. doy la conferencia en la Argentina y luego voy a desempeñar la cátedra de México.
Repito que esta posibilidad es la que menos me seduce. De todos modos, no he querido decir que no, y tener esta puerta abierta. Por tanto, te agradeceré que a Alfonso Reyes (es el embajador de México ahí, ¿no?) le hagas ver que puedo muy bien dar mis conferencias en Buenos Aires y luego en su país. De la otra posibilidad de quedarme algún tiempo en la Argentina no le digas nada.
(Desde luego la invitación mexicana es sumamente tentadora en el aspecto económico).
Sí, me vendría muy bien que me girarais algún dinero a París, pero podéis mandar el cable oficial de invitación e ir haciendo mientras tanto las gestiones para enviarme el dinero. En último caso mediante préstamo de algunos buenos amigos franceses me podría arreglar para el viaje (creo yo). Pero preferiría no tener que acudir a este medio.
Te escribo en Correos, a toda prisa, pues van a recoger para el aéreo.
Un abrazo, Dámaso
Dame informes acerca de la manera de hacer el viaje y coste. Ten en cuenta que con un pasaporte de Valencia no puedo (ni quiero) ir por una compañía de navegación alemana. Desde luego, iríamos en 2ª. Y si hubiera 3ª turista, en 3ª.
Puedes escribirme a donde vivo, Instituto Escuela, calle de Juan Marco, antes Beato Bono.
que tú conocerás el texto del cable, y si no lo conoces di que te lo enseñen, pues trae una curiosa coletilla que casi invalida la invitación, o por lo menos la agua. Enseguida que llegó a Instrucción me llamaron de la Junta de Relaciones Culturales2, hablé también con Ots, que como sabes es el Responsable de Universidades; los dos estaban disgustados por el texto del cable pues revela cuán difícil le es a un profesor español en la Argentina el mantenerse fiel al gobierno legítimo de España; y a completar esta impresión vino una carta de D. Américo dirigida a Navarro que llegó 24 horas después del cable.
Querido Amado:
Hoy, Valencia 24 de junio de 1937
Recibí tu carta fecha 11, en la que me decías que ya había llegado al Ministerio de Estado el cable con la invitación oficial para mí. Sin embargo, hasta la fecha no tengo noticia de que haya llegado. Hoy estuve en Instrucción Pública y hablé con Navarro, y allí no han recibido nada. (Naturalmente si hubiera llegado a Estado habría pasado enseguida a Instrucción Pública, pues como seguramente sabrás, la Junta de Relaciones Culturales funciona ahora en Instrucción.)
Mucho te agradezco tus gestiones y el envío que me anuncias de 1000 pesos argentinos, que me facilitarán mucho el viaje.
Me hablas de conferencias que debo dar en muchas Universidades y centros de cultura de ahí. Supongo que, con tal de ser las ciudades distintas, podré repetir las mismas conferencias. ¿Podré dar las mismas en Buenos Aires y en La Plata?
Contéstame enseguida con lo que haya del cable (perdóname la lata que te doy).
Me alegra el mejoramiento de ambiente con relación a la España democrática que notas en estos últimos tiempos en la Argentina. Yo haré lo posible, con mis conferencias y mis relaciones, para que ese estado de cosas mejore aún más.
Mis recuerdos a Joan y para ti un abrazo, Dámaso.
Valencia, 9 julio de 1937
Querido Amado: te escribo por mano de mi mujer porque estoy en cama con un catarro que no es más que un elemento de una larga cadena de agravios que este clima de Valencia me hace.
Por fin el día uno o dos de este mes llegó el cable con la invitación de la Universidad de Buenos Aires. Supongo
No hemos quedado en nada concreto. Navarro me habló de la posibilidad de que el Ministerio cablegrafiara a Buenos Aires para preguntar qué condiciones políticas me esperarían ahí. Yo temo que Navarro y Ots lo vean todo demasiado negro y te agradecería que si tú ves factible mi plan de figurar ahí como un profesor de Valencia afecto al gobierno democrático que da unos cursos de carácter estrictamente literario escribas enseguida a Navarro y a Ots (señas: Navarro, Junta de Relaciones Culturales; Ots: sección de Universidades. Ambos en el M. de Instrucción Pública, Valencia) haciéndoselo ver.
Yo con todas estas dilaciones de mi viaje a América (recuerda que nuestras gestiones para el condenado viaje empezaron hace casi dos años) estoy del humor que puedes imaginarte. El Ministerio no ha cambiado de criterio con relación a mí; pero es la Argentina la que resulta, al parecer, poco favorable para la estancia de un profesor español republicano.
Queda siempre lo de México (mi nombramiento para la Universidad mejicana ha sido aprobado ya por el Subsecretario) pero creo que el curso no empieza allí hasta enero o febrero y sería, supongo, para esa fecha el comienzo de mi trabajo. Además, te repito que me asusta por mi corazón la altura de la ciudad de México que no es de 700 metros como en tu carta creía, sino de más de 2000. El ideal para mí sería los EE.UU. No te puedes imaginar cuánto te agradezco tus gestiones.
Siento el gasto del cable que me pusiste y que quisiera abonarte. No he recibido aviso del Crédit Lyonnais , del envío de los 1000 pesos que, para gastos de viaje, me adelantabas. Si el viaje, como me temo, fracasa, daré orden para que te los devuelvan.
Recuerdos a Joan, besos a los chicos, saludos de esta familia y para ti un abrazo de Dámaso
Valencia, 24 marzo de 1938 Amado: Hemos recibido un paquete enviado por ti. No sabes cuánto te lo agradecemos ni con cuánta oportunidad llegó. No dejes de tomar nota de todos los gastos que hagas por mí, para abonártelos en su día. En este supuesto, tengo ya libertad para decirte que te agradeceré el envío periódico, pues está visto que llegan perfectamente.
Como te habrá dicho Guillermito de Torre, no he traducido por fin la autobiografía de Chesterton. Supongo que una carta que me escribió Torre urgiéndome para que le enviara la traducción se ha debido cruzar con la mía en que le anunciabas mi desistimiento. De todos modos, yo hablé con Miss Perry (te acordarás de ella, es la de la Anglo-Spanish Society de Londres) que vino con un comité cuáquero de ayuda a España, y le rogué que explicara a Torre los móviles de mi desistimiento. Ahora me entero de que Mis Perry no pudo cumplir mi encargo, porque recién regresada de España se le declaró el tifus y está en Londres enferma aún.
De todos modos, yo no desisto en general de mi propósito de hacer traducciones: ahora que la obra de Chesterton no me gustaba traducirle porque no me parecía oportuna.
Estoy pensando en publicar en un tomo todos mis estudios gongorinos (como hizo Alfonso Reyes con los suyos), y pienso si ahí el Instituto [de Filología de la UBA] o alguna entidad científica querría editarlos. También quisiera publicar pronto (porque es cosa que tengo pensada de antiguo) una edición del Polifemo, con comentarios, notas, comparación con los modelos, etc.: algo que fuera como mi segunda edición de las Soledades (que supongo en tu poder): de hecho, este tomo del Polifemo iba a ser el segundo de “Obras mayores de Góngora”. Pero no creo que Bergamín edite libros... en mucho tiempo. Si tú crees que ahí pudiera interesar ese tomo dímelo.
Queda en fin mi libro de “La nueva filosofía” (título provisional) escrito a medias, y el resto en notas, que yo pensaba haber rehecho contigo para el “Instituto”. Pero como no hemos podido colaborar tendré que publicarlo yo solo. (Escrito hace 4 años, necesitaría una revisión a fondo).
Es una pena: tú y yo podríamos haber colaborado en muchas obras (una historia de la lengua; un manual –bien amplio– de lengua española, especie de “ómnibus” que tengo pensado).Y, sobre todo, la Historia de la Literatura, en tres tomos, que hay que escribir. Hubiéramos sido los hermanos siameses de la filología española. Aún puede ser que lo podamos hacer algún día.
Yo, aparte mis clases (un curso general y una introducción al francés antiguo) trabajo ahora en árabe: a ver si logro aprender bastante para valerme.
Tengo también en preparación la edición de un cancionero inédito del siglo XVII, pero encuentro muchas dificultades por no tener a mano la Biblioteca Nacional. Pienso si tal vez en Buenos Aires podrías usar las obras del poeta del siglo XVII Robles Carvajal (que vivió en América). Si es así, trata de identificarme esos sonetos y canciones, cuyos primeros versos van en lista adjunta.
Muchas gracias. Muchos recuerdos para Joan y un abrazo para ti de Dámaso
P.S.: te ruego que remitas a mis primos (cuyas señas actuales ignoro) la adjunta carta.
Valencia, 3 de setiembre, s/a [1937] Amado:
Recibí hace algunas semanas un cable del Rector de la Universidad de Tucumán invitándome para una cátedra. También me anunciaba una carta que por fin ha llegado hace dos días.
Supongo que conoces los términos de la invitación: desde marzo del 38 las cátedras que tendría que desempeñar serían tres, con una retribución total de 1000 pesos mensuales.
La invitación es indudablemente muy tentadora; pero ya sabes que, por ahora, no puedo aceptarla.
Volví a hablar con el responsable de Universidades del Ministerio, el cual me aconsejó que solicitase de la Universidad de Tucumán un plazo de varios meses para decidir la aceptación, pues piensa él que tal vez para el comienzo del próximo curso sudamericano las condiciones habrán cambiado y será posible mi ida.
Sigo su consejo y escribo al rector de Tucumán dándole las gracias y el ruego que, dado mi interés por colaborar en esa empresa de expansión cultural, me espere algunos meses. No creo que les fuera difícil proveer interinamente la única cátedra que ahora está vacante, y esperarme hasta que vaquen las otras dos ofrecidas (marzo del 38). Tal vez pudieras tú convencerle para que lo hiciera.
Lo vamos pasando bastante bien. Ya no vivimos en el Instituto- Escuela; puedes escribirme a la Universidad o, aun mejor, a la Casa de la Cultura, calle de la Paz, Valencia.
En la Casa de la Cultura trabajo ahora todos los días. Allí ocupa el Centro de Estudios Históricos tres habitaciones: Navarro [Tomás] y yo compartimos un despacho,
pero él no suele venir casi nunca, porque está cargadísimo de trabajo en el Ministerio, con juntas, comisiones, etc. En otra habitación trabajan para la Revista de Filología Española (Alarcos, Moñino y Rosenblat para Tierra Firme); en la tercera están los eméritos de Emérita, con el “bonfante” Bonfante a la cabeza. Hasta ahora tenemos pocos libros, pero dentro de poco los traeremos de las bibliotecas de Madrid. (Por cierto, que una de las mejores obras que podríais hacer los agregados culturales a las embajadas sería organizar el envío de libros y revistas, pues de esto estamos bastante faltos).
Al principio del verano pasé dos meses mal con fiebre diaria, pero después me he aliviado y ahora me encuentro fuerte. La guerra, lenta. A pesar de los contratiempos del norte, tenemos inconmovible fe en la victoria. La internacional me parece mucho mejor. No creo que Inglaterra se deje pelar las barbas en el Mediterráneo y hay que esperar que Ginebra no resulte una farsa esta vez. Recuerdos. Un abrazo fuerte Dámaso
P.S.: 10 de setiembre. No eché esta la semana pasada porque me dijeron en Correos que no llegaría al avión. Gracias por haber hablado a la Ocampo. Yo estoy muy desconectado de novedades de librería. Lo mejor sería que me propusieran ellos alguna traducción. De Hemingway me gustaría traducir The sun also rises (este es el título de la edición americana; la inglesa se llama Fiesta). Lo que más me gustaría traducir sería Conrad (mi novelista predilecto) pero es una cosa calada y ya lo han traducido en serie. No sé si para América serían derechos distintos.
Si no lo habían traducido todo, Dile a Victoria Ocampo que me envíen las revistas a cuenta de mi futuro trabajo. Lo de las cátedras de Tucumán es una verdadera lástima.
Casa de la Cultura, calle de la Paz, Valencia, 14 octubre de 1937
Amado: adjunta te envío una carta para Guillermo de Torre. He perdido sus señas. Haz el favor de decirle que no las omita en su próxima.
Voy a traducir enseguida esa obra de Chesterton. Quisiera también colaborar en Sur, puesto que me lo han ofrecido. ¿No podrías decir a la dirección de esa revista que enviara algunos de los últimos números para que yo me oriente en lo que puede ser mi colaboración? Indícame, si no, tú qué temas podrían interesar ahí. Dile también a la directora que si tiene algunos libros en inglés, francés o alemán cuya traducción le convenga hacer, que
me envíe aquellos que cree que me pueden interesar. Me gustaría, para no oxidarme, traducir algún libro alemán: claro está que sólo de escritores antifascistas (entre paréntesis, no hay hoy día más escritores alemanes que los emigrados antifascistas; pues los desgraciados que escriben a sueldo de los nazis no han logrado salir del anonimato).
Otra cosa. Escribí hace tiempo a la Universidad de Tucumán con ruego de que me conservaran el puesto hasta marzo de 1938. No me han contestado y temo que la carta se haya perdido. Díselo tú de mi parte.
Mi salud unas veces renquea; otras, mejora. He vuelto a pasar una temporada de fiebre.Ya estoy mejor.
Saludos a Joan. Besos a los chicos (envíanos una foto) y para ti un abrazo, Dámaso.
Cuando no se trate de cosas urgentes no me escribas por avión que resulta muy caro. Escribe cartas certificadas, y basta.
Valencia,
15 de setiembre de 1938
Querido Amado: hace ya muchos meses que no sé de ti. Aquí estamos como siempre. Eulalia con su colitis habitual nos produce muchas preocupaciones por su régimen especial de alimentación.Yo estoy hasta cierto punto mejor de mis ganglios y solo de vez en cuando tengo unos amagos de febrícula por las tardes. Como sabes, recibimos el primer paquete, pero el segundo que me prometías en una carta se ha perdido. Debías hacer una reclamación.
Pienso que sería mejor seguir este procedimiento que te voy a exponer.
He hablado con una señora del comité cuáquero de ayuda a España y me dice que tú podrías hacer con periodicidad un pago al comité de cuáqueros en Londres y que ellos entregarían aquí de sus depósitos una cantidad de alimentos correspondientes al pago. El pago tendrías que hacerlo a Friends Service Council, escribiendo al mismo tiempo una carta en que especificaras que esa cantidad es para que me entreguen alimentos en Valencia.
Mis señas aquí son Calle de Libreros, número 3 (núm. tres). Es mejor a estas señas que a la Universidad, pues allí se pierden bastantes cosas.
Las señas del comité en Londres para que tú escribas son Spain Committee, Friends Service Council, Friends House, Buston Road, London N. W. 1.
Podrías especificar en tu carta que convendría, de ser posible, que los alimentos que me entregaran fueran
como los de tu primer envío, pues son los que mejor le vienen a Eulalia, pero sin insistir sobre este punto, pues a veces tienen de unas cosas y otras veces de otras. Algo como tu primer paquete cada mes o mes y medio sería de magnífica ayuda por la que te quedaría muy agradecido. Claro está que debes apuntar todos estos gastos que te ocasiono, que te pagaré cuando termine la guerra, o antes en el caso de que los proyectos editoriales de nuestras cartas anteriores tuvieran realización. Te hablaré de ellos.
Desde luego yo puedo preparar una edición del Polifemo y un extenso apéndice que comprende distintas versiones del texto, un comentario estrofa por estrofa, y un extenso apéndice sobre las distintas versiones del tema desde los modelos grecolatinos hasta la literatura española. Desde luego, esto haría un volumen de 300 páginas más o menos. ¿Quieres ofrecérselo a la editorial de Sur? Claro que todo esto lo haría yo mucho mejor en condiciones normales, pues ahora siempre me faltará algún texto importante. Pero me vendría bien ganar algún peso argentino.
Respecto al otro libro, que recopilaría mis trabajos gongorinos, como siempre estamos a tiempo de que me lo editéis en el Instituto, no creo que haya prisa por ahora.
Podría sí hacer alguna traducción de inglés, francés o alemán, pero preferiría hacerla de textos que no fueran demasiado difíciles, pues ni tengo facilidad para resolver tropiezos ni la cabeza demasiado clara para trabajos intensos. El no traducir el libro de Chesterton fue porque creí que no fuera conveniente hacerlo ahora. Supongo que conoces el libro y comprenderás mis razones. Pasó por aquí miss Perry de Londres a la que encargué que escribiera a Guillermín y le dijera mis motivos, pero esta señora pescó el tifus en España y se pasó tres meses en cama a su regreso a Inglaterra (un caso como el de Joan). Claro está que no pudo cumplir mi encargo ni yo me enteré sino mucho después. Supongo que Guillermín estará echando leches y llamándome informal. Recibí hace mucho tiempo tu libro. Esperaba el paquete de alimentos para agradecerte los dos a la par, porque esto del correo aéreo no puede ser cosa de todos los días para mi bolsillo. El libro es estupendo. Lo que más me admira es tu gran dominio de la lengua, tu maestría de estilo. Creo que no hay hoy entre los que se dedican a nuestras chifladuras quien te eche a la zanca en esto. Luego, tu matización y apuramiento de los temas: las suaves maneras como los engarzas y los das vuelta para verlos por todas las caras. La parte de Herrera y Fray Luis es
un verdadero modelo. Los últimos capítulos, por falta de perspectiva histórica, son sí muy interesantes, pero menos trabados. Yo espero hacer una reseña en la Revista de Filología Española. No la puedo hacer para el número en prensa porque lleva fecha 1937 y tu libro 1938. Pero bien en la RFE o en otra revista, quisiera tratar por exento de tus trabajos, recogiendo entonces lo que a su tiempo debí decir de “Los problemas del español en América” y tus otras publicaciones. No dejes de enviarme lo que hagas. Por cierto, que no tengo el segundo volumen de la Estilística Romance que creo habéis publicado ya.
¿Cómo decirte de lo agradecido que estoy de tu conducta generosísima conmigo? En esta guerra, lo que más me han fallado son las amistades. Salinas ni me ha escrito desde que salió de España, Américo ni hay que decir, aunque en este no me extraña nada dado su egoísmo repugnante. Tú en cambio has tenido atenciones que no podré olvidar en la vida, como que soy hombre acabado y que no haré ya nada. Toda mi vida la he pasado viajando incesantemente sin un espacio razonable para escribir ni casi para leer. Cuando por fin parecía que tocaba la meta (tenía firmada la cátedra de Filología Romance y era probable que la obtuviese), cuando podía pensar en tener un poco de pausa de meditación y de trabajo fructífero, viene esta catástrofe a hacerme polvo.Ya ni puedo pensar en mis libros porque mi biblioteca no existe. He perdido contacto con la producción científica última y en volverme a oponer al día y encarrilarme se han de pasar muchos años.
Comprende que, ante la magnitud de la tragedia nacional, es muy egoísta el pensar y decir esto. Pero creo que todos los literatos y los científicos hemos sido y seremos siempre muy egoístas.
En fin, feliz tú que has podido tener tan largos y tranquilos años de ordenada preparación que ahora están fructificando espléndidamente. Porque tú en realidad eres un autodidacto. Es mucho más lo que has ganado en tu aislamiento argentino que lo que debes a tus maestros del Centro.
Tenme al corriente de tus proyectos literarios. Por cierto, que cuando estuve a punto de ir a la Argentina tratamos por carta de una posible colaboración nuestra en una obra sobre problemas de filología contemporánea.Y en una carta me decías que te enviara mis apuntes. No lo hice porque no los entenderías, pues eran apuntes míos para la clase (salvo una parte que estaba ya redactada) y además porque no tenía copia y temía que se perdieran en el correo. Pero tú enfocabas la obra como una filosofía del lenguaje. Yo de un modo menos ambicioso,
como un libro de información sobre métodos modernos de investigación lingüística y destinado a estudiantes universitarios. Pero alguna vez podemos hablar personalmente de esto y creo que te convenceré: no debemos meternos en el terreno de los filósofos, sino aprovecharnos de sus trabajos.
Supongo que verías mi artículo en la Universidad de la Habana (donde se publicó también un capítulo de tu libro). Mi artículo en realidad no lo es sino un ejercicio de mis oposiciones a cátedras que escribí en 1933 en cuatro horas encerrado en un aula de la Univ. Central. Al ofrecerme la revista 30 dólares por un trabajo, mandé ese (del que había hecho sacar una copia) sin más que hacerle unas adiciones. Así y todo, como en las primeras págs. trato temas generales me alegro de haberlo publicado ahora porque expresa bien mi pensamiento que en el fondo (basta leer tu libro) coincide con el tuyo.
He perdido las señas de tu casa. ¿Vives ya en ella? Afortunado mortal. Mándame pues tus señas y el apellido de Joan, a quien saludarás en mi nombre.
Besos a los chicos. Supongo, dada tu actividad, que ya tendrás otro nuevo.
Un abrazo fuerte, Dámaso.
Valencia, 25 de noviembre de 1938 Recibí a su debido tiempo tu carta de comienzos de octubre. Desde entonces esperamos el paquete que me anunciabas, y que todavía no ha llegado. Tú sabrás mejor que yo el tiempo que debe tardar y, en el caso de que haya transcurrido demasiado, hacer la reclamación. Debías decirme por qué procedimiento lo mandas, porque yo ignoro si lo deben llevar a la casa, o si hay que ir a buscarlo a algún sitio.
Mucho me alegra verte ocupado con tantos proyectos de libros (los que me anunciabas no han llegado tampoco). Yo aquí me he decidido a publicar la edición del Polifemo de la que te hablé. Quiere editarlo la Junta y tenemos unas resmas de muy buen papel. Estoy preparándola. Pienso que sea un libro más o menos parejo del de las Soledades, con un prólogo, una versión en prosa, unas notas y comentarios, y como apéndice la edición de los principales tratamientos del tema, desde la literatura griega, y a través de la española, hasta las consecuencias inmediatas del poema de Góngora. No saldrá todo lo perfilado que quisiera porque lucho ahora con bastantes dificultades por la escasez de bibliografía a mano. En conexión con este trabajo te quiero hacer un ruego. Yo no sé si sigue ahí de embajador de México Alfonso Reyes. Si está ahí aún, quiero que le digas de mi parte que
desearía que con la máxima urgencia me enviara (a ser posible por avión) los números de su revista Monterrey en los que se trata del Polifemo, o si fuera demasiado peso para la correspondencia por avión, las hojas de la revista en que se trató el tema. Yo tenía la colección completa, pero con la guerra, la he perdido. En el caso de que a él se le ocurriera alguna sugestión que pudiera mejorar la edición mía, tú sabrás su paradero y me harás el favor de transmitirle mi ruego todo lo más de prisa que puedas. Yo voy a empezar la impresión del texto y la versión en prosa en seguida, y temo que estos datos no lleguen a tiempo. Salúdale con el afecto que de antiguo le tengo.
Amadísimo: tú en tu carta me das ánimos, y yo te lo agradezco, pero no me hago ilusiones. Por aquí seguimos con salud cambiante y defendiéndonos como podemos de esta horrible calamidad que ha caído sobre España. ... En quo discordia cives perduxit miseros.
¡Y pensar que el condenado Virgilio se lamentaba por boca de Melibeo por una triste repartición de tierras! Estaba fresco.
Envíanos fotografías vuestras: queremos ver cómo estás tú y Joan y los chicos. Respecto a estos, me parece mal que os hayáis detenido: yo creí que llegaríais a la docena del fraile. Eulalia y mi madre os envían recuerdos, y tú recibe un abrazo apretado de tu viejo alter ego, Dámaso
[P.S.] Por cierto que si quieres ver otra curiosa confusión de nuestras dos personas, puedes mirar el artículo Dámaso Alonso del Diccionario Ilustrado de la lengua española, de Alemany. Allí inmortalizan (¡muchas gracias!) mi nombre, pero me atribuyen tus acciones. Hemos de ser, aunque no queramos, los hermanos siameses de la literatura española.
Se me olvidaba: si Reyes no puede desprenderse de esos números de la revista, porque no le quedan ejemplares, siempre podrá hacer que un empleado de la Embajada copie para mí lo que me pueda interesar.
1 Al respecto, Miranda Lida, Amado Alonso en la Argentina. Una historia global del Instituto de Filología (1927-1946), Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2019.
2 Fue Navarro quien me llamó [nota de D. A. en el original].
NARRATIVA RECIENTE SOBRE MALVINAS
CUERPOS EN GUERRA
El artículo que presentamos propone un recorrido por varias obras de la literatura argentina contemporánea que abordan el conflicto de Malvinas a cuatro décadas de acaecida la guerra del Atlántico sur; estas ficciones realizan diversas operaciones discursivas en las que convergen problemáticas tanto literarias como socio-históricas.
Por Javier GeistDesde la invasión de las islas por parte de los británicos el 8 de enero de 1833, tanto la lucha por la recuperación de la soberanía argentina sobre el territorio como las manifestaciones culturales al respecto se han ido multiplicando incesantemente. El imaginario popular abunda en referencias a distintos eventos previos y posteriores a la guerra de 1982: la gesta del Gaucho Rivero, por ejemplo, homenajeado en el actualmente casi en desuso billete de cincuenta pesos argentinos; la epopeya de los jóvenes del denominado “operativo cóndor” que en 1966 secuestraron un avión e izaron seis banderas nacionales en Puerto Argentino, entre otras. Las manifestaciones en el campo del deporte también son memorables. Desde la icónica remera que portaba el boxeador Oscar “Ringo” Bonavena en 1974, con la leyenda “Las Malvinas son argentinas” que aparece referenciada en la serie “Ringo” estrenada recientemente, hasta el canto popular, compuesto por Fernando Romero, que acompañó a la selección de fútbol nacional en su conquista del tercer título mundial, cuya letra rezaba “de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”. Los innumerables ejemplos que quedaron afuera también contribuyen a conformar lo que Patricia Ratto, escritora e investigadora sobre la causa Malvinas, menciona en “Pensar Malvinas, desde el campo de la ficción literaria, cuarenta años después de la guerra” 1 como “La construcción de un imaginario social en torno a las islas, que es previo a la guerra, se vio reforzado por ella y luego de algún modo se sigue sosteniendo”. Uno de los rasgos distintivos de este imaginario social es, para la autora, la existencia de una verdad incompleta, un manto de neblina, valga la referencia a la Marcha de Malvinas, que empaña la visión y la percepción tanto del territorio como de los hechos que allí acontecieron. Por ende, es quizás la literatura uno de los ámbitos que más contribuyen a la revisión, problematización y reconstrucción de este imaginario. Las obras publicadas luego del conflicto bélico de 1982 han llevado a cabo una serie de operaciones discursivas que propusieron su resignificación, abordándolo desde diferentes perspectivas e impidiendo la cristalización de un relato único. Ratto (2022) menciona al respecto: “La literatura sobre Malvinas se ha vuelto eso que nos saca de un tirón el abrigo, el manto protector, para dejarnos solos y con los ojos bien abiertos, en la más pura intemperie”. De esta forma el campo literario permite un acercamiento a las contradicciones internas de un hecho tan incomprensible que
constituye un sinsentido. Siguiendo esta línea teórica, Martín Kohan, en “A dónde volver” 2 menciona que “Esa ausencia de sentido plantea un desafío visceral a las narraciones de la guerra”, sobre todo a las que intenten relacionarla con la épica, y continúa:
¿Cómo recuperar la gesta y la causa justa, si se piensa que todo ese fervor patriótico, y no solo por el uso abusivo que puedan haber hecho los militares, cobra un carácter nefasto, regresivo, reaccionario, más útil a la dominación que a alguna clase de liberación social? Si la posibilidad de erigir una gesta heroica con Malvinas se complica tanto, no es por el origen espurio de la guerra, impulsada por la dictadura, ni es porque estuviese tan mal preparada y conducida, ni es porque no se la pudiese ganar (aunque, en efecto: era imposible), es porque no convenía ganarla (porque su triunfo hubiese significado la perpetuidad en el poder de la dictadura más sangrienta y nefasta que ha tenido el país). ¿Cómo resolver, así sea narrativamente, semejante contrasentido?
Es justamente esa imposibilidad de resolución lo que propicia un abordaje constante desde diferentes miradas, enriqueciendo así la problematización del fenómeno.
El presente artículo propone un recorrido por las diferentes narrativas sobre Malvinas, en particular algunas de las publicadas durante esta última década, y su representación de los cuerpos. Tal recorrido, por cuestiones de extensión, no pretende ser exhaustivo ni abarcar completamente el fenómeno, sino configurar un ejemplo de la variedad narrativa y su potencia. La selección efectuada comprende a las obras: Nación vacuna (2017) de Fernanda García Lao, Puerto Belgrano (2017) de Juan Terranova, Heroína: La guerra gaucha (2018) de Nicolás Correa y Ovejas (2021) de Sebastián Ávila.
Antecedentes: Pensar una tradición narrativa Mucho se ha escrito sobre los relatos centrados en Malvinas que han tenido lugar luego de la guerra. Destaco las palabras de Mariano Veliz y Marcela Visconti al respecto, quienes en Relatos sobre Malvinas: guerra memoria y archivo 3 afirman: “Las Islas Malvinas ocupan un lugar privilegiado en el imaginario nacional (…) en torno a su figura reconocible quedó articulado uno de los mitos más potentes de la identidad argentina”. Y continúan: “Funciona, así, como un territorio en blanco sobre el que es posible proyectar anhelos, rencores, combates, duelos”. Para ilustrar cómo funcionan estas proyecciones resulta necesario
revisar algunos ejemplos, al menos brevemente, para configurar las características de esta tradición.
En primer lugar, cabe mencionar una obra que también inaugura, para muchos, la narrativa post guerra: Los pichiciegos (1983) de Rodolfo Fogwill, escrita durante la guerra, en vísperas de la rendición argentina y en tan solo unas semanas, llevándole la contra a la voz de la prensa y su “estamos ganando”. Silenciada por la censura y publicada recién con la vuelta de la democracia, ya desde su título nos plantea una operación sobre los cuerpos: una metafórica equiparación hombre-animal. Los soldados devenidos en manada de animales subterráneos, comerciando e intentado abandonar el sinsentido de la guerra, pero sin poder escapar del sinsentido capitalista, obligados por la necesidad a negociar para sobrevivir.
Posteriormente, Jorge Luis Borges publica “Juan López y John Ward” incluido en Los conjurados (1985). El poema presenta una construcción de los cuerpos de los soldados como utilitarios de un sistema estatal que nuevamente recae en el sinsentido del que hablaba, en este caso el de los nacionalismos, sobre los que alguna vez debatió en sus ensayos de mediados de siglo. Remarco los versos finales: “El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender”4
En 1993 Marcelo Eckard publica El desertor, donde la violencia sobre los cuerpos se manifiesta de manera anterior a la guerra y esta solo implica una continuación. Un protagonista marginado socialmente que debe movilizarse para “defender” a una sociedad victimaria y, posteriormente, opta por la deserción junto a un soldado inglés. Otra novedad en este caso es que está planteada para un público juvenil.
Llegado este punto es necesario abrir un paréntesis para destacar la importancia tanto de la narrativa como de las obras documentales, ya sean en formato audiovisual o en papel, ya que –citando a los antes mencionados Veliz y Visconti (2019)– “la derrota militar condujo a un proceso de ‘desmalvinización’ que halló su primera figuración en el ocultamiento de los excombatientes en el momento del retorno”; así, el retorno democrático fue inicialmente solidario con el régimen de invisibilidad impulsado por la dictadura: en esos tiempos las diferentes expresiones artísticas ayudaron a impulsar el reclamo de legitimidad y visibilización por parte de los excombatientes y sus familias.
En 1998 es publicado Las Islas de Carlos Gamerro. En este caso la narrativa enarbola la bandera del sarcasmo y narra en clave policial la vida de un ex combatiente devenido en hacker. Malvinas es más un
recuerdo que algo tangible, quizás como síntoma político de la época menemista, ese “dejar atrás el pasado y continuar” sostenido a fuerza de represión por parte de las fuerzas de seguridad. En Gamerro los cuerpos tienden hacia lo caricaturesco, propio del sarcasmo narrativo y de una época caracterizada de esta forma. Martín Kohan (1999) menciona en “El fin de una épica” que una de las herramientas de la obra es el disfraz: “disfraza lo verdadero, no lo falso, para que se lo pueda ver en su verdad” 5
Casi una década después, Trasfondo (2007) de Patricia Ratto, vuelve a la clave realista. Si en Fogwill los combatientes veían en lo subterráneo una oportunidad, en Ratto lo que subyace es una condena. Los soldados en un submarino, sin lugar adónde ir y sin forma de escapar, deben enfrentarse a la condición hermética, tanto del lugar como de la información que circula. De hecho la guerra no se menciona sino a través de frases que es preciso contextualizar: “Están negociando, dice ahora una voz que llega desde el compartimiento de control, están negociando y no se va a llegar a luchar”6. Una narrativa en donde lo que sucede afuera debe ser reconstruido desde la quietud del interior y la interminable espera. La última obra de esta breve lista es La construcción (2014) de Carlos Godoy, quien desde su prosa comparte con la obra de Carlos Gamerro un tiempo ficticio e inexacto, y la crítica a un orden político carente de sentido, con la de Rodolfo Fogwill. La obra de Godoy es, tal como su nombre lo indica, un producto. Un retrato donde lo importante parecieran ser los trazos y no la imagen que configuran. Imagen difusa y poco clara, que acompaña esa incomprensión sobre Malvinas ya referenciada. Desde el inicio con: “Nuestra tierra puede verse desde el cielo como dos manchas de un test de Rorschach separadas por apenas un pequeño espacio en blanco” hasta las reflexiones finales:
Las personas que vienen de afuera por negocios, visitas, investigaciones, vuelven a sus tierras sin saber qué son las manchas. Pensando que son algo que está depositado en sus mentes, algo parecido a la memoria. Pero las manchas no son memoria. Las manchas son silencio. Un oscuro río que no permite ver el fondo. 7
Quizás esta última cita defina mejor la idea sobre la que se erige la mitología sobre Malvinas,
el desconocimiento y la potencia de las posibilidades, no solo las posibilidades de un qué podría ser, sino las posibilidades de un qué sucedió en verdad.
Resulta importante destacar que toda selección es arbitraria, y esta no deja de serlo; las obras elegidas constituyen un retrato general de la potencialidad del mito: aún así no puedo dejar de destacar Las otras islas (2012), un volumen compilado por Marcelo Birmajer, que reunió cuentos de diferentes autores sobre la temática.
Los cuerpos en guerra
La guerra como tal puede ser pensada como la máxima expresión de la violencia sobre los cuerpos, ya que abarca múltiples formas de esta: física, psicológica, económica y un largo etcétera. ¿Cómo pensar entonces los cuerpos en guerra? Desde la generalidad, pensar el cuerpo en guerra remite directamente a la figura del soldado, el cuerpo en batalla por excelencia: “El soldado es alguien a quien por principio de cuentas se reconoce de lejos. Lleva en sí unos signos: los signos naturales de su vigor y de su valentía”8. Así comienza el apartado titulado “Los cuerpos dóciles” de Vigilar y Castigar (1975) de Michel Foucault. Es el ejemplo con el que comienza
a estudiar el disciplinamiento de los cuerpos por parte de las instituciones modernas. En líneas generales el cuerpo del soldado es el objeto por excelencia de la tradición disciplinaria, debe mantener una contextura física, una postura, una uniformidad con sus pares, obedecer hasta en lo esencial a sus superiores, moverse si se lo ordenan o mantenerse en posición de firme si se le da esa directiva. Pero en el campo literario argentino las cosas cambian. El soldado no representa la élite de un grupo y de su fuerza, sino la marginación, y casi de manera crónica. Bastaría trazar una línea imaginaria desde los fortines descriptos por José Hernández, en El gaucho Martín fierro (1872), hasta las cuevas de Fogwill en Los pichiciegos (1983). En esta línea el intento de épica lugoniana de La guerra gaucha (1905) quedaría reducido a una historieta que recupera las leyendas de tradición oral sobre las montoneras gauchas. No obstante, el soldado argentino comparte un rasgo con los soldados de Foucault: Es alguien a quien se reconoce desde lejos. En el imaginario popular está la imagen de los combatientes de Malvinas en fotos: jóvenes, casi adolescentes, delgados, pálidos, sucios, padeciendo el frío por la falta de equipo adecuado y... sonrientes. No en todas las fotos, pero en muchas de ellas se aprecia
la sonrisa en los rostros jóvenes. Un detalle no menor porque abre las puertas al humor dentro del territorio de la calamidad, algo que retoman algunas de las obras seleccionadas.
A mitad de camino entre los cuerpos disciplinados de los soldados de élite y los desertores se ubica la novela de Juan Terranova, Puerto Belgrano (2017). La novela narra con tono autobiográfico los recuerdos del teniente de navío y cirujano Eduardo Dumrauf, durante su expedición a bordo del Crucero ARA General Belgrano. El navío hundido por un submarino nuclear británico cuando se encontraba fuera de los límites fijados para el conflicto bélico, algo sobre lo que nunca se rindieron cuentas. Desde la perspectiva del narrador se pueden observar las huellas de la disciplina en sus comportamientos públicos: alguien de aspecto formal, que habla solo lo necesario y con continuas alusiones al deber de un militar, adepto a la música de cámara, que mantiene sus dudas respecto a la guerra y mentalmente emite juicios de valor al respecto, por ejemplo, al ver las multitudes escuchando el discurso de Galtieri: “Pensé en la neurosis argentina, ese detritus que inunda las instituciones, las academias, las escuelas, los consultorios. El argentino es demasiado salvaje”. Sin embargo, en la esfera privada, mantiene su pasividad a fuerza de anestésicos: “El sábado fui a la plaza y por la noche me inyecté dos mililitros de fenobarbital sódico”. La disciplina en el cuerpo de este soldado no se mantiene por el rigor de las órdenes, sino a través de una serie de programadas intoxicaciones químicas. Respecto al orden de los cuerpos ajenos, son fácilmente apreciable las marcas de la desorganización militar, al momento de abordar el tren que llevaría al protagonista al puerto, por ejemplo:
El tren lo despachaba el ejército, conscriptos y suboficiales llenaban los descansos. No vi armamento de ningún tipo. El equipo básico, mal embalado, esperaba en las dársenas. La situación me resultó desorganizada. No me había terminado de orientar cuando hubo una pelea y un soldado cayó a las vías y se abrió la frente, pidieron un médico. Fui. El soldado estaba borracho. Tenía una contusión en un ojo. Me acercaron un botiquín. Empecé a limpiar la herida cerca de la ceja. No entendía por qué el soldado estaba tan manchado con grasa. Un cabo se metió. Lo insultó y lo tiró de la manga. Le pedí que me dejara trabajar. Me insultó a mí. Me paré y le di mi nombre y graduación. Le ordené que se cuadrara. Dudó (…) lo hice responsable de su tropa y me fui9
El relato mantiene siempre un tono realista. En cuanto a la violencia ejercida sobre los cuerpos, esta aparece de manera explícita y en relación a la ausencia de equipamiento. El cirujano debe operar utilizando los elementos básicos y en ocasiones improvisar. Y tras el hundimiento, el escape en los botes salvavidas muestra las paupérrimas condiciones de estos que se inundan por malas reparaciones y no son suficientes. No obstante, durante el período en el bote salvavidas y hasta ser rescatado del naufragio aparece una de las características citadas en las fotos: el humor. La solemnidad del teniente que intenta “mantener los ánimos” contando una leyenda del siglo XVI siendo interrumpida constantemente por las burlas de los conscriptos que ridiculizan la trama: “A ver, marineros, dijo Marconi imponiendo la voz, vamos a darle un aplauso al teniente que se animó y nos contó una historia que nadie entendió”. Puerto Belgrano (2017) muestra que, a pesar de las diferencias de los cuerpos en guerra (aún cuando pertenecen a un mismo escuadrón), la violencia opera sobre todos ellos, tanto física como psicológicamente. Anteriormente se mencionó la frase de Martín Kohan (2020) donde el sinsentido de Malvinas radicaba en que esta era una guerra que no era conveniente ganar, porque la victoria traería consigo la perpetuidad en el poder de la dictadura. Fernanda García Lao parte de una idea similar para construir una ucronía en Nación vacuna (2017). Una novela caracterizada por el estilo de la escritora, una trama hecha de fragmentos en la voz de un narrador tan extraño como el universo que habita. La narración avanza desde la voz de su protagonista, Jacinto Cifuentes, empleado administrativo del gobierno e hijo de un magnate de los frigoríficos, que va dejando datos sobre el estado actual del país mientras reflexiona sobre lo absurdo de su existencia. Aquí Malvinas tiene el mismo rasgo de incomprensión que en nuestra realidad, los personajes no ven el triunfo argentino como una victoria, sino todo lo contrario:
Hace dos años que tenemos las M pero perdimos la defensa, el control de los cuerpos. El enemigo antes de su rendición estratégica, emponzoñó en secreto las aguas, derramando hasta la última gota de nuestro combustible. Nuestra plana mayor se trasladó para la celebración, ignorando la maniobra sucia. Nadie quería perderse la foto de la supuesta victoria. De este lado, ni un oficial. Los adversarios,
esos falsos caballeros, bajaron su bandera, subieron a sus barcos y abandonaron el lugar. (…) Nuestros generales pasaron la noche festejando sin sospechar su destino. (…) ya en la mañana comenzaron los primeros síntomas. Mucosidad, contracción de las pupilas, contrariedades respiratorias (…) tras los espasmos, el coma. (…) a veces me entretengo imaginando a los envenenados de las M. Tan parecidos a nosotros pero cautivos en la cámara frigorífica del destierro oceánico. La victoria les duró un instante. Enseguida, el suicidio de los débiles. Los que aún siguen con vida no llegan a cincuenta. Pero se sabe, quedarán allá para siempre en sus barrancones helados10
Aquí los cuerpos de la guerra permanecen marginados geográficamente, recluidos en las islas que lograron reconquistar, presos de ellas, acosados por la epidemia, sin posibilidad de retorno. De la dictadura cívico militar, ahora queda una junta civil, ejerciendo el mismo poder y la misma violencia económica sobre los cuerpos del resto de la población proletaria. Nación vacuna pone en escena los otros cuerpos de la guerra, aquellos que no aparecen en las planas militares, y sobre quienes también se desencadena la violencia, de forma diferente. La presión constante de la economía en crisis por la posguerra azota a los habitantes de esa nación que no tienen vínculos con el poder. Por otra parte aparecen los colaboradores civiles, un grupo de mujeres seleccionadas para llevar una supuesta cura a las islas, que en realidad terminarán cumpliendo el rol de las jóvenes ofrecidas en sacrificio a los sobrevivientes, cual efebos al minotauro en el clásico mito griego. Como afirma Kohan (2020):
La sangrienta dictadura militar argentina, implantada el 24 de marzo de 1976 y ya ciertamente muy desgastada en 1982, habría encontrado una firme ocasión de prolongarse en el caso de que la guerra se hubiese ganado. El fervor patriótico de una eventual victoria en Malvinas no habría resultado en otra cosa que en un vehemente capital político de adhesión con el cual extender el mantenerse en el poder de los dictadores11
La novela de García Lao problematiza este supuesto y ofrece un qué hubiera pasado si, solo que en otra dirección, una donde la victoria no implica un triunfo de la junta militar sino su completa desintegración al caer en su propia trampa y derrumbarse por su propio peso. La autora construye un futuro que, como toda posguerra, resulta atroz en todos los aspectos.
Así como Puerto Belgrano ofrece una mirada a los hechos desde el punto de vista de un profesional instruido en las cuestiones bélicas y que ha dedicado su vida a esa profesión, Nicolás Correa en Heroína: la guerra gaucha (2018) elige la otra cara de la moneda para narrar su historia. Su protagonista encarna la marginalidad de un sector de la sociedad que solo por entrar en un rango etario debió movilizarse por una causa que hasta el momento le resultaba indiferente. La premisa de El desertor de Eckard, de un paria obligado a defender a su patria es llevada aquí al extremo. El protagonista de Heroína… es un joven trans que a través de un relato en primera persona, fragmentado y por momentos difuso, reconstruye su vida antes, durante y después de la guerra. Al hablar de los testimonios de los veteranos suele hacerse una comparación entre aquellos citados por Walter Benjamin (2010), en los ensayos “Experiencia y pobreza” y “El narrador”12, sobre esos soldados que volvían mudos del campo de batalla, destrozados mentalmente por lo que habían visto, lo que les hacía perder su capacidad de expresión, y los nuestros. Si aquí fue diferente, además de las condiciones sociohistóricas completamente disímiles, se debió, quizás, a que el pueblo venía de años de censura dictatorial y presentaba una necesidad desesperada de expresión. Uno de los primeros libros testimoniales publicados sobre Malvinas es El otro frente de la guerra. Los padres de Malvinas (1982) de Dalmiro Bustos. Allí los testimonios recogidos demuestran lo ilógico de la operación bélica y su sinsentido, desde la mirada de los familiares: “Nuestros hijos fueron enviados a una lucha que no eligieron, decidida por un gobierno que no eligieron, para la cual no estaban preparados. Había en la Argentina cuarenta mil profesionales preparados por vocación y estudio para una guerra. No es fácil entender por qué se envió a diez mil muchachos de 18 a 20 años que carecían de la preparación necesaria”13. Federico Lorenz también analiza estas cuestiones en Las guerras por Malvinas (2006), donde refiere que “la idea de una generación afectada por la guerra es interesante porque desde bien temprano en la posguerra estuvo presente, no tanto en respuesta a la cantidad de jóvenes que habían participado en el conflicto, como en el peso simbólico que habían adquirido para la época”14 El período de posguerra se volvió entonces una disputa simbólica entre un gobierno que intenta silenciar una derrota y a sus víctimas y la innumerable cantidad de testimonios que buscan darse a conocer. Nutrido de estas experiencias y sumando la histórica marginación del colectivo trans, la obra de Correa expone no solo la
violencia del cuerpo en la batalla sino en la cotidianidad de sus días. El escritor en una entrevista para Revista Colofòn menciona estas cuestiones:
Malvinas es un marco, es una de las tragedias de este personaje, porque la tragedia no es sólo Malvinas, es ser puto, y cómo cuento esta cosa que me pasa por el cuerpo, este deseo que tengo. Y que no tengo un contexto para contar, y siendo un niño de una familia típica opresiva, super patriarcal, ni en la guerra, ni con los compañeros, subalternizado por todo tipo de situaciones, se lo llama «marica», el personaje nunca encuentra un lugar donde estar.15
Durante la novela, contada en la voz de su protagonista, los elementos citados por el escritor son fácilmente apreciables y dan cuenta de su marginación constante, por ejemplo sobre el pasado y la relación ausente con su madre: “Es tan trágico pensar que tu mamá, la mujer que te dio la vida, que te parió, esa persona que te llevó en su vientre durante tanto tiempo, se mata por tu culpa”, o la carga de violencia en la relación con su padre: “El muy hijo de puta me decía: No seas marica, querés, cuando yo evi-
taba la pelota que él me pateaba, y entonces el enojo y los gritos”. Pasando desde allí a las reflexiones sobre su paso por Malvinas y el proceso de enfrentar la vida posterior:
No puedo pedir más de lo que viví. Fui y volví de Malvinas. Soy una lady hecha y derecha (…) Eso no se le hace a una woman como yo, que fue a la guerra y volvió enterita (…) Los recuerdos no te dejan, se quedan ahí, manoseando tus pensamientos, te hunden y si no salís te vas para abajo como el Belgrano.16
La ironía es quizás la única herramienta que posee esta heroína de Correa para enfrentar su realidad y hacer transitables sus días. La novela arroja luz sobre otro aspecto marginado de Malvinas durante mucho tiempo, opacado quizás por la construcción de una imagen heroica del veterano que da la vida por su patria, o de un victimismo simplista que deja de lado los matices de las secuelas de la guerra en los sectores más marginados. El humor también figura en las comparaciones, llegando a una expresión más oscura y retorcida, que va de la mano con el nivel de marginalidad de su protagonista.
Florencia Chiaretta y Elisa Filippi (2015) en “Representaciones antiépicas de la guerra de Malvinas” proponen una lectura de las ficciones producidas sobre esta temática en las que entienden que la guerra se presenta a la vez con un doble sentido representativo: como drama y como farsa. Dicotomía que deriva en la imposibilidad de fijar un sentido sobre Malvinas, sobre lo que la literatura trabaja para desarticular cualquier intento. También refieren que “mediante recursos como el cinismo o la ironía se corroen los supuestos patrióticos y se muestran las fisuras de la identidad”, herramienta útil para desarticular los discursos heroicos que buscan imponerse. Sobre estos refieren, además que:
El malestar que genera Malvinas desde la derrota hasta el presente funciona como un estímulo para la producción literaria que está lejos, sin embargo de resolverlo: su intento en todo caso va dirigido a mostrar lo hueco de los discursos que ignoran el malestar.17
En el caso de Correa, el malestar en el relato lo es todo, punto de partida y de llegada, para su heroína antiheroica el malestar es su modus vivendi, adoptado a la fuerza y sobre el que levanta bandera.
Así como Heroína… muestra la marginalidad y el malestar desde su perspectiva identitaria y Puerto Belgrano desde su contraparte elitista, Ovejas de Sebastián Ávila encuentra un punto a mitad de camino: el soldado de clase media. Ese que también es movilizado hasta ese terreno obligadamente, aquel que puede verse retratado en más de una película al respecto, como Iluminados por el fuego (2005) de Tristán Bauer o Soldado argentino solo conocido por Dios (2016) de Rodrigo Fernández Engler. La novela de Ávila, ganadora del premio Futurök de novela 2021, comienza construyendo una realidad cruda y cargada de enigmas. Un grupo de soldados a cargo de un teniente deben proteger un punto estratégico en el que pueden ver la guerra desde la distancia. En la cotidianidad de esos días comienzan a vislumbrarse el abandono por parte de los superiores, la escasez de alimentos, la falta de recursos, y hacia la mitad de la novela, la incomunicación (el último general que los visita se lleva el único radio comunicador que tienen). Aquí la violencia sobre los cuerpos de los soldados comienza a tender a la desintegración psicológica. Primero, un grupo de sueños premonitorios son objetos de apuestas sobre el devenir de la guerra, luego las alucinaciones invaden lo cotidiano haciendo difícil distinguir lo real de lo onírico; y por último,
la deserción del teniente que deja a los soldados a su suerte completan el cuadro para el desastre. La voz del protagonista ilustra algunos momentos:
Todos los días eran iguales. Esperar sin saber qué esperar. Soñar con barcos, helicópteros, aviones. Ya ni siquiera jugábamos al truco.Tampoco había bombardeos a las diez o zumbidos de Harriers. El tiempo parecía detenido (…) las noches son más largas que antes (…) Prefiero estar de guardia, fumar, mirar los mapas, recordar historietas en mi mente, con los ojos abiertos. A veces me quedo sin tema y empiezo a buscar formas en los ladrillos. Caras o dibujos, flores, nubes. Y algunas veces eso también se termina y llego a donde nunca quiero llegar…18
La novela de Ávila explora, entre otras cosas, la violencia psicológica de la guerra. Las alucinaciones por la tensión, la insoportable calma que no deja saber en qué momento será interrumpida. La trama no avanza hacia un después, porque parece no haberlo. Se queda detenida en un momento, en un instante, como muchos lo han hecho, un tiempo del que les es imposible retornar. Cabe destacar que el escritor también es investigador sobre la causa Malvinas y lleva a cabo una tarea de archivística y arqueología sobre la que menciona en una entrevista para TELAM (2022): “Trabajamos todas las semanas con veteranos, los entrevistamos en base a sus objetos referidos a Malvinas. Y hablamos de sus historias a partir de esos objetos. Juegan un rol crucial porque sacan a las personas de los testimonios aislados. Los objetos siempre contienen algún recuerdo que en el relato casete no aparece”19.
Incendiar la oscuridad, moldear las cenizas: reflexiones finales
La imposibilidad de construir un discurso de consenso sobre Malvinas una vez terminada la guerra ha servido como escenario para la producción de múltiples obras literarias que, lo busquen o no, van en contra de la posibilidad de cristalizar la primacía de un discurso. Estas obras nacieron en un principio de la oscuridad impuesta por los gobiernos de turno y se han diversificado a tal punto que hoy constituyen un faro. Un faro que ilumina y desfigura, no como término peyorativo, sino como virtud creativa.Las ficciones de los últimos tiempos han proporcionado múltiples miradas sobre la guerra y la violencia ejercida sobre
los cuerpos, ayudando a su problematización y a la deconstrucción de cualquier tipo de discurso generalizador, ya que cada experiencia corporal es única e irrepetible. Lograron iluminar creativamente un vacío de sentido y de verdad. Es destacable que muchas de las ficciones citadas tienen como autores a investigadores que a su vez llevan a cabo tareas de archivo y arqueología sobre esta guerra, de la que nadie es ajeno. Tal como mencionó Patricia Ratto (2022): “A cuarenta años de la guerra hay una buena cantidad de ficciones sobre Malvinas pero aún hacen falta otras: para buscar sutilezas, para indagar en las zonas que aún permanecen a oscuras, para ver con la complejidad que tanto el tema como los argentinos y argentinas nos merecemos” 20 Es evidente que Malvinas es una herida abierta, un tema que no deja de generar controversias y reinterpretaciones a cuarenta y un años del conflicto, actualizando además un reclamo de soberanía que lleva casi doscientos años, y sobre el que la literatura no ha dejado de ampliar su potencia. Hoy en día, con el afloramiento de discursos negacionistas pareciera que la oscuridad y el silencio contra los que se combatió desde el principio intentan una vez más imponerse. Aún así, bastan los ejemplos dados para saber que la literatura seguirá dando batalla contra cualquier intento de cristalización de sentido.
1 Ratto, Patricia. “Pensar Malvinas desde el campo de la ficción literaria, cuarenta años después de la guerra” en Cuarenta Naipes revista de cultura y Literatura, Año 4, Núm 6, 2022, pp. 205-212.
2 Kohan, Martín. “Adónde volver” en ITINERARIOS revista de estudios lingüísticos, literarios, históricos y antropológicos, Nº 32, 2020, pp. 9-21.
3 Visconti, Marcela. Relatos sobre Malvinas: guerra, memoria y archivo; Edición Marcela Visconti y Mariano Veliz. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras Universidad de Buenos Aires, 2019.
4 Borges, Jorge Luis. “Juan López y John Ward” en Los Conjurados, Buenos Aires, Emecé, 2005.
5 Kohan, Martín. “El fin de una épica”, en Punto de Vista, nº 64, Agosto de 1999, pp. 6-11.
6 Ratto, Patricia. Trasfondo. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2012.
7 Gamerro, Carlos. Las Islas. Buenos Aires, Edhasa, 2013.
8 Foucault, Michel. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Buenos Aires, Siglo veintiuno editores Argentina, 2005.
9 Terranova, Juan. Puerto Belgrano. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Random House, 2017.
10 García Lao, Fernanda. Nación vacuna. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Emecé, 2017.
11 Kohan, Martín, op. Cit. (2).
12 Benjamin, Walter. “Experiencia y pobreza” y “El narrador” en Ensayos escogidos Buenos Aires, El cuenco de plata, 2010.
13 Bustos, Dalmiro. El otro frente de la guerra. Los padres de Malvinas. Buenos Aires, Ed. Ramos Americana, 1982.
14 Lorez, Federico. Las guerras por Malvinas. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Edhasa, 2022.
15 Ocampo, Karina “Una Heroína que vuelve de la guerra: entrevista a Nicolás Correa” en Revista Colofón 16 de enero de 2019, recuperado de: https://revistacolofon.com.ar/una-heroina-que-vuelve-de-la-guerra/
16 Correa, Nicolás. Heroína: La guerra gaucha. Buenos Aires, Kintsugi Editora, 2018.
17 Chiaretta, F., & Filippi, E. “Representaciones antiépicas de la guerra de Malvinas” en Síntesis, 2015, pp. 217–231.
18 Ávila, Sebastián. Ovejas. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Futuröck ediciones, 2021.
19 Racciatti, Emilia. “Sebastián Ávila: Con Malvinas hay prejuicios y pruritos como no hay en otros temas” en Telam, 2022. Recuperado de https://www.telam.com.ar/notas/202202/583747-ficcion-novela-ovejas-sebastian-avila.html
20 Ratto, Patricia, op. Cit.
Imágenes del archivo Télam
* Javier Geist es Profesor de Lengua y Literatura por el Instituto Superior de Formación Docente Nº 51 y estudiante de la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
ACERVO FEMINISTA Y ESCENARIOS DE GUERRA
Allí donde el neoliberalismo de décadas anteriores alardeaba de formas más etéreas de control, la noción de “guerra” impulsada desde los feminismos permite discutir su carácter autoritario y represivo de hoy. Al calor de las luchas de los últimos años y con la brújula de distintas pensadoras feministas, surge un acervo conceptual y político para atravesar escenarios de violencias enjambradas, desde la guerra de Malvinas de 1982 hasta el presente.
Por Verónica Perera
Para Michel Foucault la guerra podía leerse como el punto de máxima tensión de las relaciones de fuerza. Pero de modo más extendido, argumenta la teórica y activista feminista Verónica Gago, para el filósofo francés la guerra evocaba una trama “de cuerpos, de casos y de pasiones”1. Es que antes de acuñar las nociones de gubernamentalidad y biopolítica para analizar el neoliberalismo, dice Gago, Foucault subrayaba la guerra como “el sonido y filigrana detrás de todo orden”. Allí donde el neoliberalismo alardea de formas más etéreas de control, suponiendo la interiorización del poder como un fenómeno de autoempresarialidad de masas o la destreza de una regulación que modula exitosamente subjetividades para volverlas funcionales a los mandatos de la valorización del capital, la noción de guerra –impulsada desde los feminismos– recupera vigencia y anticipa lo que hoy se discute bajo “neoliberalismo autoritario”.
Aunque se remonte a un temprano Foucault, entonces, la insistencia en la idea de guerra para leer el presente neoliberal viene de la mano del feminismo masivo y radical; tan teórico y académico como político y callejero. Una idea de guerra actualizada por un conjunto de debates feministas que consideró, continúa Gago, que las violencias por razones de género, violencias contra los cuerpos de las mujeres y los cuerpos feminizados, son una clave estructural de una guerra en curso; de un nuevo tipo de guerra2 Se trata, en última instancia, de una capacidad para leer la intensificación de las violencias, volverlas inteligibles, comprenderlas en su modo maquínico,
intersectado y enjambrado. Se trata de una guerra que ya no ocurre entre dos bandos en un único campo de batalla, sino que más bien se desplaza y se despliega en el terreno de la reproducción social3. Una guerra por las condiciones para la vida y las posibilidades de lo viviente, como anunciaba ya en el año 2000 la Guerra del Agua en Cochabamba, Bolivia, cuando la Coordinadora del Agua y de la Vida junto a la movilización popular impidieron la privatización del acceso al agua potable recetada por el Banco Mundial. Se trata de una guerra como la que libra el Jujuy que nos Arde hoy, evocando palabras de Ana Longoni4
Hay dos claves importantes para leer estos nuevos escenarios de guerra. En La Potencia Feminista, Gago sugiere mirar las luchas que confrontan los proyectos neo-extractivistas en América latina, lideradas mayoritariamente por mujeres, para abrevar de allí la noción de “cuerpo-territorio”, surgida al calor del activismo. Se trata de una idea de cuerpo que es singular y colectivo a la vez; que excede el confinamiento de la individualidad garantizada por los derechos individuales y evoca, en cambio, una “materia ampliada, una superficie extensa de afectos, trayectorias, recursos y
memorias” (p. 92); un ensamble mutante de relaciones y de fuerzas entre lo humano y lo no humano del que se es parte. No “se tiene”, no “se posee”, se es parte de un cuerpo-territorio: se lo habita, se lo defiende, se lo resguarda en común. La producción y la ampliación de la riqueza es compartida. Desde este prisma, surgen los diagnósticos más certeros sobre las formas de desposesión, despojo y explotación del extractivismo ampliado que hacen a la máquina de valorización capitalista y colonial contemporánea5
Jujuy nos Arde
En De la biopolítica y la guerra… Gago advierte (y esta sería la segunda clave para leer nuevos escenarios de guerra) que la tarea es mucho más compleja que sumar o listar violencias ocurridas en distintos lugares o planos de la vida social. La clave está en “cartografiar la simultaneidad y especificar la interrelación”6. Como lo vienen haciendo las luchas feministas de los últimos años en América latina, lo fundamental es conectar las violencias imbricadas que minan el terreno de la reproducción social; el terreno del trabajo no pago, invisibilizado, obligatorio y asociado a mandatos de
género; terreno donde se combate, también, en torno a lo común, a los bienes y servicios públicos. La tarea conceptual y el trabajo político es engranar violencias –económicas, coloniales, patriarcales, institucionales, policiales, racistas– como lo señala con lucidez la feminista comunitaria y popular jujeña, Adriana González Burgos. Al referirse a la reforma constitucional reciente, que se salteó el Convenio 169 de la OIT, borrando así el derecho de las comunidades originarias a participar en las decisiones que les afectan en sus territorios ancestrales, la referenta de la comunidad indígena, kolla y activista por la diversidad sexual dijo:
…esta reforma libera el mercado. Es una reforma neo-extractivista, que regala los recursos mineros, que se adjudica autoridad política y de gobierno para ir por los territorios de los pueblos originarios, por el agua, claramente traccionado por la explotación de litio y otros minerales que sabemos que tienen que ver con las nuevas tecnologías. La minería siempre ha sido motivo de conquista y colonización en nuestros territorios.Y esta reforma es una reforma colonialista. Es una reforma de muerte, es una reforma de hambre.7
Contra esa reforma de muerte y de hambre, centenares de comunidades de pueblos originarios, organizados en el Tercer Malón de la Paz en su desplazamiento de protesta a Buenos Aires en agosto del 2023, exigen que se declare la inconstitucionalidad y se promulgue, en cambio, la ley de propiedad comunitaria indígena. Contra esa reforma de hambre y de muerte, desde la Casa Mama Quilla en Tilcara, el espacio para mujeres y el colectivo LGBTAndino que coordina González Burgos proponen actualizar la crítica que “las feministas hacemos del amor romántico”, para trasladar esa alerta a la relación con un Estado provincial que violenta y permanentemente desilusiona. Con “autonomía epistémica de los pueblos”, en el espacio de Mama Quilla se ensayan vocabularios en torno al “rol de las mujeres en la defensa del territorio” y los Feminismos Comunitarios Campesinos y Populares en Abya Yala8
Este Jujuy que nos Arde, entonces, también nos refracta una maquinaria enjambrada de violencias y despojos a cielo abierto. La estadounidense Livent y Sales de Jujuy –cuyo nombre local distrae del capital australiano (66.5%), japonés (25%) y, en menor medida, gubernamental provincial (8.5%) que la conforman– hoy extraen el litio en Argentina mientras gozan de un sistema privilegiado de deducción de impuestos y tributan
solo el 3% de regalías9. Aquí no cuesta advertir cómo el saqueo del litio y del agua se anuda con una brutal represión cuyos modos clandestinos se asemejan a los de la última dictadura cívico-militar10; una represión que, ahora apunta a enceguecer, literalmente, directo a los ojos de les manifestantes, emulando a carabineros chilenos11. Aquí no es difícil conectar el arrasamiento del territorio y la violencia del ajuste con una resistencia feminizada de maestras y activistas de derechos humanos que agregando capas a sus reclamos laborales, los integran en el grito “arriba los salarios y abajo la reforma”; y de mujeres de comunidades originarias en la protesta cuyos cuerpos resisten gases y balas de goma al tiempo que preparan comida y distribuyen la despensa para los turnos rotativos en los cortes de ruta 12 . Esta habilidad para evidenciar las conexiones y poner de manifiesto los modos en que se enjambran la violencia colonial, extractivista, patriarcal, racial, ha sido un “saldo” cognitivo y organizativo de las movilizaciones y huelgas feministas de los últimos años, volviendo a la brújula teórica de Gago: un acervo del movimiento que hoy es necesario para leer los nuevos escenarios de guerra. La clave está en anudar distintas violencias o, mejor dicho, desentrañar sus modos concretos y específicos de conexión, para advertir que el campo de batalla no es otro que el de la reproducción social, aquellas actividades que son “necesarias, aquí y ahora, para garantizar el flujo cotidiano del hacer”.
El hacer de las mujeres
Entre las herramientas para repensar la violencia en nuevos escenarios de guerra, el acervo feminista nutrido al calor de las luchas de los últimos años, acopia la visibilización y valorización del hacer de las mujeres y cuerpos feminizados; del trabajo todo, productivo y reproductivo, “como un territorio común en su multiplicidad” 13. Por supuesto que el trabajo estuvo siempre en el centro de las luchas políticas y los debates académicos feministas. Alcanzaría señalar la muerte de las trabajadoras textiles en 1911 en la huelga de Nueva York en la genealogía del “Día Internacional de la mujer”. O bastaría recordar la noción de “división sexual del trabajo” como fundante de la economía feminista en los años 8014. Pero los feminismos populares, masivos y radicales, que en los últimos años transfiguraron “de manera irreversible la noción y la práctica de
16 de julio, 2023. Fuente: El ciudadano, 17 de julio 2023-10-29
lo político”15, en Argentina y en otras latitudes, han puesto la valorización del hacer de las mujeres en el centro de la escena política, entre sus conquistas más importantes. A pesar de persistentes diferencias salariales y naturalizadas jerarquías laborales, aún por desandar, el proceso de la huelga feminista del 8M reveló y saboteó formas de explotación y extracción de valor que no ocurren solo en ámbitos definidos como “laborales”. Pero hizo aún más: permitió a los feminismos populares atravesar el duelo y la victimidad por los femicidios contra los que se habían organizado en 201516.
Este repertorio del movimiento en el presente afecta también –quiero sugerir– los modos de leer escenarios de guerras pasadas, “guerras convencionales” libradas entre dos Estados, como la guerra de Malvinas de 1982 entre Argentina y Gran Bretaña. El acervo feminista de hoy también oxigena las memorias del conflicto del Atlántico Sur. Su fuerza tentacular revitaliza la potencia para saber algo más de esa guerra dilemática, como la nombró tempranamente León Rozitchner, ocurrida hace cuarenta y un años pero que aún permea la argentinidad, el sentimiento popular, una enorme producción cultural y la conversación pública
dentro y fuera de instituciones de gobierno. El acervo feminista del presente, nutrido al calor de los últimos años, fue también condición de posibilidad para transformar ese régimen de (in)visibilidad de “las mujeres de Malvinas” que sostenía la fantasía patriarcal de una guerra protagonizada exclusiva o fundamentalmente por hombres17. Voy a referirme más abajo especialmente a algunas de estas mujeres, a las aspirantes a enfermeras de la Armada en la Base Naval de Puerto Belgrano, quienes empezaron a buscarse y agruparse alrededor de 2013, alentadas por ese campo de confianzas ampliado de los feminismos populares; documentadas en 2019 por una joven cineasta conmovida por aquella experiencia bélica femenina y soterrada. No es casual que uno de los primeros –y pocos– reconocimientos públicos al hacer de las aspirantes durante la guerra ocurrió en 2015, dentro de esa asamblea feminista y festiva que fue el Encuentro Nacional de Mujeres en Mar del Plata.
Cuidar allí: otras guerras de Malvinas
Los testimonios de las enfermeras y aspirantes a enfermería, instrumentadoras quirúrgicas, radioperadoras
y radiotelegrafistas que, desde las tres fuerzas armadas, participaron en la guerra de Malvinas de 1982, empezaron a aparecer treinta años después de ocurrida. En 2012, la instrumentadora del Hospital Militar Central, Norma Navarro, que trabajó como voluntaria a bordo del buque hospital Irizar a metros de las islas, brindó su testimonio junto a otros diez ex combatientes en la colección Malvinas del archivo oral de Memoria Abierta18. Dos años después, lo hizo en el Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur. En 2014 también la periodista, historiadora y esposa de un oficial militar Alicia Panero publicó las experiencias de mujeres argentinas, británicas e isleñas durante la guerra en su libro pionero Mujeres Invisibles. En 2017, aparecieron otros dos libros testimoniales: Crónicas de un olvido. Mujeres enfermeras en la guerra de Malvinas de Alicia Reynoso y Mujeres olvidadas de Malvinas de Sandra Solohaga. Reynoso narra sus propias vivencias y las de sus compañeras enfermeras militares de la Fuerza Aérea en el hospital reubicable de Comodoro Rivadavia, y Solohaga recoge la experiencia de enfermeras civiles en el Hospital Naval de Puerto Belgrano en Punta Alta.
Además de testimonios, también desde 2012, las experiencias de estas mujeres aparecen en obras de teatro y películas documentales. Inspiraron, por ejemplo, a la dramaturga y directora Mariana Mazover a reescribir libremente Los Pichiciegos en Piedras dentro de la piedra (2012). Aunque basada en la novela fundacional de Rodolfo Fogwill, la obra de Mazover no se organiza alrededor de un colectivo homosocial y homoerótico de soldados, sino que la presencia de mujeres, quienes también se sustraen de la guerra en una pichicera, bajo el mando firme y amoroso de Mabel, son una clave de esta trama19. La experiencia de “las enfermeras de Malvinas” también inspiró a Roxana Aramburú a escribir Mares de piedra (2014) para el ciclo Teatro Abierto 2014 en el Teatro del Picadero20. En 2020 el documentalista Federico Strifezzo acompañó a Ana Massito, Alicia Reynoso y Stella Morales al hospital reubicable donde habían trabajado durante la guerra en Comodoro Rivadavia, mientras filmaba el documental Nosotras también estuvimos. En 2021, la dramaturga Gabriela Aguad creó Mujeres al frente. Historias de Malvinas; y a partir de la fotografía documental de Ivy Perrando Schaller, la directora teatral Victoria Lerario creó Valientes: una historia de mujeres, estrenada en Ushuaia, el 2 de abril de 2022.
No hay registro unificado ni archivo que permita establecer exactamente cuántas fueron las mujeres que participaron directamente en la guerra de Malvinas, quienes casi siempre, como el grupo de soldados llamado “movilizados”, lo hicieron desde el continente. Paula Salerno estima que fueron casi cien: algunas militares, la mayoría civiles. Hay una tendencia a homogeneizarlas en la esfera pública, dice Salerno, pero sus experiencias pasadas y sus reclamos presentes están lejos de ser los mismos21. Una minoría de ellas fue reconocida como veteranas y cobran pensiones vitalicias de guerra. En mayo de 2021, Alicia Reynoso logró más que eso. Al otorgarle una pensión honorífica de guerra debido a “su servicio brindado desde el propio hospital de revista (en Comodoro Rivadavia) donde tanto la contención brindada como la aplicación del arte de curar a cada uno de los caídos en combate sin dudas merece el reconocimiento”, la Cámara Federal de la Seguridad Social No. 2 modificó la propia definición de veteranía en la restrictiva y heterosexista legislación argentina sobre Malvinas22
Las voces de “las mujeres de Malvinas” suelen aparecer en los medios de comunicación y en las redes sociales especialmente alrededor del 2 de abril. Las enfermeras de la Fuerza Aérea (enfermeras militares que suelen expresar mayor afinidad con la institución, exaltar valores patrios y no cuestionar a las autoridades castrenses) suelen tener mayor presencia y visibilidad. Son portadoras de una “memoria laudatoria” centrada en los reconocimientos; una memoria que clausura fricciones sobre el pasado bélico y los reclamos vigentes23. Las enfermeras navales, y especialmente Las aspirantes –como lee el título del cortometraje de Gretel Suárez (2021)– suelen tener mucha menor presencia y visibilidad en los aniversarios de la Operación Rosario. Al momento de la guerra contra Gran Bretaña, eran adolescentes de entre quince y diecisiete años recibiendo capacitación como enfermeras militares, al tiempo que vivían y terminaban sus estudios secundarios en la Escuela de Sanidad Naval en la Base de Puerto Belgrano. Sus familias no podían costearles una educación profesional y las impulsaban a ingresar. Cuando las fuerzas armadas desembarcaron en las islas, ese Estado que “las había tomado bajo tutela… en lugar de mandarlas a casa, a (sus) familias, (las obligó a) pasar la guerra en una base militar amenazada...”, como me dijo una de ellas, Nancy Castro, en entrevista24. La Armada extrajo de estas menores en formación trabajo de cuidado para los heridos de guerra. En el documental de Suárez, Patricia Lorenzini, lideresa de la organización colectiva insiste:
Todas las estudiantes de una manera u otra participamos. Desde la sanidad, desde el recargo de guardias, desde el armado de gasas, desde la contención, desde darle de comer, ayudar a cambiar una azalea. ¡Las chicas del 82 también estuvieron participando! No estuvieron bajo bandera, porque el 20 de junio... pero la labor la cumplieron y a rajatabla. Tal vez con mucho más valor, porque las del 82 eran todas menores.
La amenaza que vivían no eran solo los armamentos de la Marina Real británica: dos de ellas narran en el documental de Suárez haber sido amenazadas con la vida de sus padres (por cuadros militares argentinos) si brindaban información sobre su experiencia en Puerto Belgrano. Algunas fueron abusadas sexualmente, como lo denunció públicamente Lorenzini25. Son portadoras, así, de una “memoria combativa”, escribe Salerno, que no oculta los reclamos del presente y que “evidentemente”, se trata de voces “menos propicias a las efemérides” .
Hacer cine
Pero Gretel Suárez hizo cine con sus memorias. En el documental con el que completó su tercer año en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica, estrenado y premiado en el 9° Festival Internacional de Cine Político, en 2019, la joven directora decidió “mostrar un dolor y un silencio que nadie estaba mostrando”, como me dijo
en entrevista 26 . El estrago del dolor fue evidente cuando Patricia Lorenzini, lideresa de las aspirantes en su organización durante la posguerra, se quitó la vida durante el proceso de filmación. El silencio al que se refiere Suárez es institucional, militar, patriarcal, tiene múltiples capas. Allí donde todavía se oculta el funcionamiento de la Base Naval de Puerto Belgrano como centro clandestino de detención durante la última dictadura militar 27 , las voces de las aspirantes vuelven cognoscible otro secreto: el de la (sobre)exposición de mujeres jóvenes –menores de edad en 1982– al escenario de la guerra y la extracción de sus labores de cuidado para la maquinaria bélica. Sus voces vuelven legibles otros cuerpos afectados a y por la guerra de Malvinas, desarmando una abstracción imposible: la que supone que una guerra es protagonizada o padecida exclusive o principalmente por hombres, volviendo a las palabras de Paola Ehrmentraut 28 .
“Me interesaba poner el foco ahí, ‘en el sector más marginado del ambiente de Malvinas’ y no en la gloria...”, me dijo Suárez en entrevista. Y agregó refiriéndose a su equipo de filmación: “es muy loco que un grupo de estudiantes sea tan importante para estas mujeres”. La importancia del cortometraje de “un grupo de estudiantes” se deriva, probablemente, de su encuadre por fuera de la victimización de las aspirantes. Una cámara que traduce la empatía del vínculo generado y la confianza con el equipo de filmación dirigido por
una mujer joven, abiertamente conmovida y escuchando sus vivencias, registra las denuncias de Lorenzini y de Stancato sobre la violencia sexual padecida, las bajas “deshonrosas” y la imposición de silencio con amenazas. Pero, tal como decidieron la directora y las participantes filmadas, la narración audiovisual, no se agota en una victimidad privada de agencia sino que logra nutrir un lazo agenciador alternativo con ese pasado29, a partir del trabajo de cuidado
Las imágenes del documental junto a los testimonios surgidos dentro y fuera de cámara subrayan los horrores del archivo de maltratos a lxs propixs, que conocemos desde los primeros testimonios de ex combatientes apenas terminada la contienda30. Esas denuncias que desde 2007 se tradujeron en causas judiciales por crímenes de lesa humanidad cometidos por cuadros militares contra soldados conscriptos durante la guerra31. Pero junto a ese duelo y a esa elaboración del dolor, de esas imágenes y testimonios también emerge una fuerza insumisa; se escucha un deseo de agencia para visibilizar y valorar un trabajo de cuidado largamente obliterado. Castro me dijo:
Tuvimos otra guerra, de silencio y dolor (...) más que nada por haber vivido la experiencia de haber tratado con cuerpos mutilados, con sufrimiento... muchos eran (soldados) del interior, estaban solos, pasaban por eso solos, el único contacto que tenían éramos el personal del hospital, enfermeras, médicos y mis compañeras aspirantes... Y una sabe que los médicos son médicos, indican, tratan pero la que da la contención, la calma, la que lleva la tranquilidad, la que escucha, la que lleva todo eso es la enfermera, ¿viste?
Pasada la denuncia y el momento catártico, tal vez terapéutico, aparece en los testimonios la fuerza para poner en escena un trabajo de cuidado físico y emocional, intensivo y extenuante, y traducirlo hoy en sustento para el lazo social. Las aspirantes junto a las enfermeras ya formadas del Hospital de Puerto Belgrano contribuyeron, sin saberlo, a adaptar el Buque Bahía Paraíso según la normativa de la Convención de Ginebra, como buque hospital para la guerra. De esa misma embarcación recibieron a los sobrevivientes del Crucero General Belgrano, hundido el 2 de mayo fuera de la zona de exclusión, incluido el primer caído en combate, el capitán Pedro Giachino, años más tarde identificado como parte del grupo de tareas de la
ESMA32. Atendieron a innumerables heridos de guerra, acompañándolos hasta el alta, en muchos casos bien pasada la rendición argentina, “cuando la guerra se traslada al hospital”, como me dijo Castro. Y agregó: “Para nosotras, la guerra no terminó el 14 de junio. Dentro del hospital, los heridos no se van, siguen tratamiento y rehabilitación por mucho tiempo más”. En otras palabras, para estas jóvenes mujeres, su propia experiencia de la guerra, el trabajo de cuidado que realizaron, no terminó cuando los mandos militares anunciaron el cese al fuego y firmaron la capitulación en las islas. Aunque probablemente disminuyó la intensidad o las tareas no fueron las mismas –ya no existía la urgencia del herido recién llegado–, el trabajo de las aspirantes y enfermeras en el Hospital de Puerto Belgrano continuó hasta diciembre de 1982, cuando el último combatiente Daniel Paredes se fue de alta a su hogar en Florencio Varela en la provincia de Buenos Aires. “Que lo digan los libros de Historia” respondió en la entrevista cuando le pregunté qué le gustaría, “porque las mujeres trabajaron a la par”.
El deseo de mostrar y la fuerza para valorar su propio hacer en la guerra desafía, también, la restrictiva legislación argentina y se suma a los esfuerzos historiográficos incipientes por indagar escenarios más amplios de la guerra33. Con un largo historial de marchas y contramarchas iniciado en 1983, el Estado argentino reconoce como “Veterano de Malvinas” a oficiales, suboficiales y soldados de las fuerzas armadas y de seguridad que “participaron en efectivas acciones bélicas de combate en el conflicto del Atlántico Sur y a los civiles que se encontraban cumpliendo funciones en los lugares donde se desarrollaron estas acciones”. Esos “lugares donde se desarrollaron las acciones” se refieren al Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), establecido por el régimen militar entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, cuya jurisdicción comprende la Plataforma Continental, las Islas Malvinas, Georgias, Sandwich del Sur y el espacio aéreo y submarino correspondiente34. La agencia femenina de las aspirantes a enfermeras navales –entre otras y otros– cobijada en la confianza feminista de los últimos años, recordando y recuperando su trabajo de cuidado durante y después de la guerra, transforma las coordenadas de tiempo-espacio del teatro de operaciones.
Escenarios de guerra
Los feminismos que irrumpieron en los últimos años, sin duda heterogéneos y cargados de tensiones y diferencias,
recogieron los hilos de tramas más añosas. Esa marea que se tiñó del verde con el que conquistó la ley del aborto legal, seguro y gratuito en diciembre de 2020 alimenta, no solo en Argentina, la posibilidad de subjetividades emancipadas al tiempo que es atacada “con encarnizamiento por la creciente oleada de la nueva reacción”, como escriben Dieguez y Longoni35. Pero en estas latitudes, esa “revolución de las pibas” no podría concebirse sin legados fundamentales: el movimiento de mujeres con casi cuatro décadas en Argentina; las luchas de las disidencias sexuales desde los años 70; los organismos de derechos humanos y sus liderazgos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y el protagonismo feminizado de los movimientos sociales36
En ese acumulado histórico, en los últimos años y especialmente a partir del proceso de la huelga del 8M, los feminismos reposicionaron el hacer de las mujeres y cuerpos feminizados en el centro de la escena política.También para renovar desde allí un lazo colectivo que las sostenga. El proceso de la huelga feminista reveló y saboteó formas de explotación y extracción de valor que ocurren dentro y fuera de los espacios laborales. Pero eso no fue todo: así como las Madres de Plaza de Mayo apostaron a colectivizar el duelo y socializar la maternidad (cada hija buscada era –políticamente– la de cualquier madre y cada condena es justicia para todas), los feminismos que irrumpieron en el 2015 con Ni una menos, también afirmaron lo común en el duelo público de los femicidios. Eso fue solo “el punto de partida”, como dice María Pía López37. Con todo lo que se agita alrededor de la huelga del 8M, los feminismos atravesaron la victimidad para abrirle carriles a la agencia femenina y para construir lazos alternativos, también con el pasado.
Ese acervo feminista reposicionó, así, la noción de guerra. La militancia de la calle y la práctica política resuenan con un conjunto de debates donde teóricas feministas advierten que las violencias por razones de género, violencias contra los cuerpos de las mujeres y los cuerpos feminizados, son una clave estructural de nuevos escenarios de guerra. De esa constelación político-académica, surge una claridad, una capacidad para leer, intersectadamente y desde el cuerpo-territorio, la intensificación de las violencias, volverlas inteligibles y comprenderlas en su modo enjambrado y maquínico.Y en esa narración, se disputa lo que entendemos tanto por guerra como por violencia. Se trata de algo que ya no ocurre entre dos bandos en un único teatro de operaciones, sino que más bien se desplaza y se despliega al terreno de la reproducción social: de trabajo no pago, invisibilizado, obligatorio y asociado a mandatos de género; terreno donde se
combate, también, en torno a lo común, a los bienes y servicios públicos; en torno a las condiciones y posibilidades para lo viviente.
Este acervo nos impulsa hacia temporalidades distintas, argumenté. Se nos ofrece como vocabulario para desentrañar diversos escenarios. Por un lado, tenemos herramientas (léxico, estrategia, sensibilidades) para contrariar el despojo y la explotación de la máquina de valorización capitalista y colonial contemporánea; para mirar los escenarios más autoritarios y represivos del extractivismo ampliado del presente neoliberal, como ese Jujuy que nos Arde. Pero esa inteligencia colectiva para conectar violencias también nos habilita, o mejor dicho, habilita a las propias protagonistas, a seguir leyendo guerras pasadas, las convencionales, como la de Malvinas. En el territorio de complicidades y confianzas ampliadas de los feminismos populares de los últimos años, “las mujeres de Malvinas” comenzaron a hablar sobre su hacer en el medio de la guerra, iluminando experiencias soterradas e impugnando la fantasía patriarcal de una guerra padecida o protagonizada solo por hombres. Las aspirantes a enfermeras navales lo hicieron, además, frente a la cámara joven y empática de Gretel Suárez. Ponen una lupa insumisa sobre capas de silencios, secretos y violencias anudadas: lo ocurrido en la Base Naval de Puerto Belgrano en esos años de dictadura y guerra.Y con esa agencia femenina también transforman los escenarios de la guerra de Malvinas.
Las Aspirantes de Gretel Suárez, 2018.
1 Gago, V. “De la biopolítica y la guerra hacia la reproducción social: ¿Un desplazamiento feminista?” en: Las sobrevidas de la biopolítica. LASA Forum 54.1, 2023, pp. 37- 42.
2 Contra procesos de ocultamiento, segmentación y aislamiento de las violencias, procesos propios del capitalismo teorizado, por ejemplo, por María Mies o Denise Ferreira Da Silva, dice Gago, surge un conjunto de teóricas feministas que construyen nociones para nombrar la intersección de las violencias a partir de la idea de guerra: Silvia Federici se refiere a “un estado de guerra permanente”; Rita Segato a “las nuevas formas de la guerra”; Cavallero y Gago investigan “la guerra de las finanzas”, etc. Ver Gago, V, ibid, p. 40.
3 Ver Gago, op. cit., p. 41.
4 Tomadas de su muro de Facebook.
5 Por extractivismo ampliado, Gago se refiere tanto al extractivismo histórico, literal, de materias primas como al extractivismo más reciente, al digital y financiero. Ver Gago, V. La potencia feminista O el deseo de cambiarlo todo Buenos Aires: Tinta Limón, 2019, p. 93.
6 Gago, V. Las sobrevidas… Op. cit., p. 39.
7 Ver Corvalán, E. “Kolla, feminista y defensora de la diversidad sexual y cultural: Adriana González Burgos y la resistencia en Jujuy”, 2023. [Consulta en línea: https:// agenciapresentes.org/2023/07/11/jujuy-dicen-que-loskollas-somos- callados-pero-cuando-nos-joden-nos-rebelamos/]
8 Ver Corvalán, E. Ibid.Ver López, M. “Tilcara: abrió la Casa Mama Quilla, un espacio para mujeres y personas LGBTIQ+” en: Página 12, 24 de octubre, 2022. [Consulta en línea: https://www.pagina12.com.ar/492025-tilcara-abriola-casa-mama-quilla-un-espacio-para-mujeres-y- ]
9 Desde la Reforma Constitucional de 1994, el dominio de las minas es de los gobiernos provinciales. Las poderosas transnacionales negocian directamente con gobiernos locales, en principio más débiles que el Estado federal.Ver Ortega, J. “El litio y el avatar. La Reforma Constitucional en Jujuy”. El Co-
hete a la luna. 25 de junio, 2023. [Consulta en línea: https://www. elcohetealaluna.com/el-litio-y-el-avatar/]
10 Ver Malinovsky, N.Y Hurtado, D. “Reforma, represión y litio”, 25 de junio 2023. [Consulta en línea:https://agenciapresentes. org/2023/07/03/jujuy-las-mujeres-en-la-primera-linea-de-lucha-contra-la-reforma-constitucionalhttps://www.elcohetealaluna.com/reforma-represion-y-litio/]
Ver Meyer, A. “Jujuy: Las mujeres en la primera línea de lucha contra la reforma constitucional”, 3 de julio 2023. [Consulta en línea: https://agenciapresentes.org/2023/07/03/jujuy-las-mujeres-en-la-primera-linea-de-lucha-contra-la-reforma-constitucional ]
11 Ver Satur, D. . “Brutalidad estatal Jujuy: al menos cuatro manifestantes perdieron sus ojos a manos de la Policía de Morales”, 2023. [Consulta en línea: https://www.laizquierdadiario.com/ Jujuy-al-menos-cuatro-manifestantes-perdieron-sus-ojos-a-manos-de-la-Policia-de-Morales]
12 Ver Meyer, A. “Jujuy: Las mujeres en la primera línea de lucha contra la reforma constitucional”, 3 de julio 2023. [Consulta en línea: https://agenciapresentes.org/2023/07/03/jujuy-las-mujeres-en-la-primera-linea-de-lucha-contra-la-reforma-constitucional]
13 Ver Gago, V. La potencia feminista… Op.cit., p.22.
14 Pienso, por ejemplo, en el trabajo pionero de Lourdes Benería y Martha Roldán sobre el trabajo industrial y la subcontratación de mujeres en Ciudad de México. Ver Benería, Lourdes y Roldán, Martha, The Crossroads of Class and Gender: Industrial Homework, Subcontracting, and Household Dynamics in Mexico City. Chicago: Chicago University Press, 1987.
15 Dieguez, I. y Longoni, A. Incitaciones Transfeministas, Buenos Aires: Ediciones Documenta Escénica, p 15, 2021.
16 Gago. Op.cit., p.22-23.
17 Ehrmentraut, P. “Nosotras también estuvimos: masculinidad femenina en la memoria de la guerra de Malvinas”. Ponencia presentada en las Jornadas “Repensar Malvinas/Rethinking Falklands. Visiones y versiones en las culturas argentina y británica”, organizadas por el IIGG-UBA y la Universidad de Cardiff,
el 7 de abril de 2022.
18 Ver Perera, V. y Laino Sanchís, F. “Memoria Abierta de Malvinas: archivo, ex combatientes y derechos humanos” en: Revista Sudamérica No 14, Julio 2021, pp. 366-397.
19 Perera, V. “De Mujeres y de Pícaros: Memorias de la guerra de Malvinas” en: Revista Caracol, Revista del Programa de Posgraduación en Lengua Española y Literaturas Española e Hispanoamericana. Universidad de São Paulo, No 12, julio-diciembre 2016, p.88.
20 Ver Perera, V. Ibid. p.80.
21 Ver Salerno. “Memorias sobre mujeres en la Guerra de Malvinas: hacia un estado del discurso social (2014-2019)”. Refracción. (5), 2022, pp. 19-47.
22 Ver Perera, V. Las Aspirantes de Gretel Suárez (2018): Memorias subterráneas de Malvinas y una fuerza insumisa” en: Historia Regional. Sección Historia, Villa Constitución, Año XXXVI, Nro. 48, enero-abril 2023, pp. 1-14.
23 Ver Salerno. Op.cit., p.39.
24 Entrevista personal, 2 de septiembre de 2021.
25 Además de alusiones, en el documental de Suárez, ver por ejemplo, Parrilla, J. “La historia jamás contada de las enfermeras abusadas durante la Guerra de Malvinas”, 28 de mayo 2015, Infobae. [Consulta en línea: https://www. infobae.com/2015/05/28/1731513-la-historia-jamas-contada-las-enfermeras-abusadas-la-guerra-malvinas/]
26 Entrevista personal, 5 de agosto, 2021.
27 Ver Rama, C. “Sobrevivir. Experiencias de “sobrevivientes” de la represión clandestina de la última dictadura en la Sub-Zona 51 (1975-1987) (Tesis de Doctorado) Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, Argentina, 2020.
28 Ehrmentraut. Op.cit.
29 Macón, C. “Giro afectivo y reparación testimonial: El caso de la violencia sexual en los juicios por crímenes de lesa humanidad” en: Mora, (21), p. 71.
30 Ver Kon, D. Los chicos de la guerra. Buenos Aires, Galerna, 1983.
31 Ver Perera,V. y Laino Sanchís, F. Op.cit.
32 Ver Lorenz, F. Unas Islas demasiado famosas. Malvinas, Historia, Política. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2013, pp.196208.
33 Ver, por ejemplo, Federico, L. “Presentación del dossier ‘Memorias y experiencias de la guerra y la posguerra de Malvinas. Miradas locales y regionales para una causa nacional a cuarenta años del conflicto armado’” en: Prácticas de Oficio, v 1. N 28, enero-junio, 2022.
34 Ver Chao. ¿Qué hacer con los héroes? Los veteranos de Malvinas como problema de Estado. CABA: sb Editorial, 2021, p. 59.
35 Dieguez, I. y Longoni, A. Op.cit., p.15.
36 Gago,V. La potencia feminista… Op. cit., p. 22.
37 López, M.P. Apuntes para las militancias. Feminismos: promesas y combates. La Plata, EME, 2019, p. 35.
*Verónica Perera Doctora en Sociología por la New School for Social Research, Nueva York. Desde 2013 es Profesora titular e investigadora en la Universidad Nacional de Avellaneda. Coordina el Grupo de Estudios sobre Memorias, Política y Cultura de la Argentina Reciente en UNDAV. Es docente de seminarios en distintos posgrados. Es integrante del Grupo de Estudio sobre Arte, Cultura y Política coordinado por Ana Longoni y Cora Gamarnik en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA. Sus artículos académicos y publicaciones aparecen en revistas especializadas en Argentina, Brasil, Estados Unidos, España, Inglaterra, México y Turquía.
Charla relajada con Walter Mignolo
Compartimos una charla con el prestigioso semiólogo, acaecida el sábado 7 de octubre de 2023, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en el marco del seminario “Reverberaciones indígenas en las textualidades del mundo colonial al contemporáneo”, dictado por Jimena Néspolo y Vanina Teglia.
Walter Mignolo es semiólogo y uno de los fundadores de la red modernidad/colonialidad, desde 1993 trabaja en la Universidad de Duke y es director del Center For Global Studies and the Humanities. Entre sus aportes más importantes se cuenta la producción de categorías de análisis tales como “geopolítica del conocimiento”, “pensamiento fronterizo”, “colonialidad del ser”, “herida colonial y sanación decolonial”.
Algunas de sus publicaciones más sobresalientes dan cuenta de sus intereses diversos: Teoría del texto e interpretación de textos (1986), El lado oscuro del Renacimiento (1995), Historias locales/diseños globales (1999), La idea de Latinoamérica (2007) y Desobediencia Epistémica (2010). Acaba de recibir el Doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Nacional de Formosa y de la Universidad Nacional de Córdoba.
Verano del 86 CRÓNICA
Por Florencia Bonfiglio
VA María Inés Sarraillet, por su mayéutica
einte de febrero de 1986: mi madre, ensimismada, redacta su segunda carta de impugnación al concurso de su cargo universitario en la Facultad de Humanidades de La Plata, donde ha enseñado, desde sus inicios como Ayudante alumna, por más de 22 años. Es Profesora adjunta interina en Introducción a la Filosofía, en cuyo concurso ha quedado cuarta en el orden de méritos, habiendo solo tres cargos disponibles. Integraron el jurado, como Profesores: Ezequiel de Olaso, Margarita Costa y Mario Presas. Mi madre es la única mujer de los cuatro profesores que se han postulado, tiene tres hijas, pero entonces los argumentos no se dirigen a denunciar la inequidad o dominación de género –que hoy nos resultaría el camino más evidente–, sino a rebatir, una por una y con rigurosa lógica analítica, la escandalosa serie de inconsistencias y parcialidades que han quedado de manifiesto en el proceso, y que han sido asombrosamente refrendadas en la resolución que ella acaba de recibir. Allí se le informa que su primera impugnación a los dictámenes de mayoría y de minoría emitidos por el Jurado ha sido rechazada. Desde esa primera carta, escrita en noviembre, ha pasado el verano más extenuante de su vida. Apenas nos ha prestado atención, simulando interés por los anodinos programas de la televisión abierta de los ochenta. Su decepción es total; ha soportado, además, la traición de su colega y amigo Mario Presas, quien, simulando favorecerla con su dictamen en minoría – que le otorga el tercer puesto en el orden de méritos – , ha dejado en evidencia su cobardía,
la incoherencia de que hace gala quien comparte con sus pares los juicios peyorativos con que se califica el desempeño de la suscripta, para luego expresar que “ha contribuido al buen rendimiento de una disciplina tan importante como Introducción a la Filosofía”, al tiempo que sostiene –nueva incoherencia– “que se le debe dar mayor importancia a la experiencia docente de la Profesora”, cuando antes compartió implícitamente la afirmación de que en su caso ésta “no puede computarse como título probatorio de su competencia ”.
Hace mucho calor estos días de febrero y ahí en el campo nada parece justificar la acción, pero los golpes en la máquina de escribir son constantes y suenan cada vez más fuertes. Esta vez su atención se dirige al decano normalizador Dr. José Panettieri: Si el señor Decano se toma la molestia de releer con prolijidad la impugnación originaria, advertirá claramente que el párrafo que la Comisión Asesora transcribe como prueba del desconocimiento de la suscripta de lo que significa un concurso universitario se esgrime al sólo efecto de que le sean ponderados sus méritos, dentro de un contexto que tiene por objeto rebatir a la Comisión Asesora cuando ésta le reconoce “mayor antigüedad docente en la especialidad” pero ateniéndose al artículo 29 del reglamento de Concursos entiende que en su caso “ello no puede computarse como título probatorio de competencia”. La interpretación incomprensiblemente errónea de ese párrafo induce a la suscripta a sospechar mala fe por parte de quienes se aplicaron a juzgarla.
En efecto, según el párrafo en cuestión, la competencia de mi madre había sido confirmada no solo en previos concursos y promociones docentes, sino también en el pedido, formulado apenas el año anterior, de que ella y quien obtuviera el primer lugar en el orden de méritos, el Prof. Rodolfo Gaeta, dictaran la materia también en calidad de Propedéutica. Como bien recuerda, mientras enciende un cigarrillo y retoma la escritura, citada ante la Vicedecana normalizadora Blanca S. Pena, luego del dictado del curso de 1985, y ante la pregunta sobre cuál había sido el criterio de selección utilizado, teniendo en cuenta que la cátedra contaba entonces con cuatro profesores, la señoraVicedecana respondió a la suscripta “Quisimos que fueran los mejores”. Toma un trago del café ya enfriado y responde la provocación del Jurado: Tenga la seguridad, Señor Decano, de que la suscripta no albergaba duda alguna sobre lo que significa un concurso universitario. Tenga también la seguridad de que, al presente, y como resultado de esta experiencia, no tiene duda alguna sobre en qué cosa puede llegar a convertirse un concurso universitario.
A la realidad le gustan las simetrías y los anacronismos. Mientras ella escribe, yo voy con mis 10 años y el peso del aburrimiento de la casa a la pileta o de
un chin chon a otro con mis hermanas. Difícilmente podría imaginar que, a la misma edad que ella tiene entonces, no solo tendría también hijas reclamando compañía y atención, sino además ocuparía el mismo cargo de Profesora adjunta interina y en la misma Facultad de Humanidades de La Plata. Como otra ironía del destino familiar (¿esta historia privada es solo eso?), entre los papeles que voy desempolvando descubro que, en la misma Comisión de Interpretación y Reglamento en la que mi mamá depositaba, ese agónico febrero, sus últimas esperanzas, cumple hoy funciones mi pareja. Él, profesor de Letras al igual que yo, comenzó a integrar esa comisión el año pasado, luego de la muerte de mi mamá en septiembre, y me pregunto cuál hubiera sido su actuación en ese contexto universitario de la vuelta de la democracia. ¿Qué hubiera hecho él, quien tantas veces compartió conmigo el enojo ante las posiciones políticas de mi mamá, pero quien también le deseó en su agonía –a ella, la loca del chocolate– que a donde fuera no encontrara sino lo dulce?
Entre los papeles, un recorte del diario El día de La Plata me confirma que mi madre siempre sospechó que ese concurso amañado respondía a los cambios de gestión, el radicalismo a cargo de la normalización institucional. Burla al pluralismo universitario, se titula la columna, y refiere a una denuncia de principios de febrero del mismo 1986, ante “la situación en la Facultad de Humanidades”, donde habían cesanteado a docentes de Historia, con “acusaciones de manipulación ideológica. […] si es como se publicó, los concursos han sido en muchos casos una burla, y el pluralismo universitario, uno de los postulados de la Reforma del 18, una farsa. […] es muy importante que las autoridades superiores investiguen sobre la denuncia realizada y si es cierto pongan fin a ese tipo de maniobras ideológicas protagonizadas por gente que, sin duda, no es la que vota la inmensa mayoría del pueblo argentino cuando hay elecciones”.
No estoy segura de que mi mamá haya votado a Alfonsín, amén de poder evocar el entusiasmo familiar por la vuelta de la democracia y encontrar aquellas fotos de todos, absolutamente todes, posando sonrientes con las dos manos cruzadas y hacia la izquierda, en vísperas de las elecciones. Recuerdo también que mis padres se habían conmovido con La historia oficial. Ahora que volví a ver la película, reconozco en mi mamá un perfil similar al del personaje de Norma Aleandro, mujer extremadamente sensible, aunque habituada a mostrarse fuerte, rígida e impasible. Mi mamá podría
haber sido esa misma Alicia tras el espejismo de la época. En casa los posicionamientos nunca fueron claros, no se nos hablaba de política, en lugar de la dictadura se hacía referencia al “Proceso” y se oía de tanto en tanto la palabra “subversión”, cuyo significado se me hacía oscuro y abstracto. Con los años pasaría yo a cuestionar ese implícito apoyo civil y a no comprender tampoco cómo, de pronto, únicamente yo había podido saltar al otro lado de la llamada ‘grieta’, que según mi mamá existía desde que ella tenía memoria. Mi papá, nacido en 1931 y una persona tierna, apacible y llena de bondad –en eso, no comparable al Roberto (Héctor Alterio) de La historia oficial– justificaba su posición explicándome que, desde que él tenía memoria, la vida en dictadura había sido lo normal. Ninguno de los dos pudo o quiso entender el genocidio más allá de la cómoda teoría de los dos demonios. No heredé de mi mamá su correcta prescindencia ni su mesurada y discreta abstención de las discusiones políticas, pero tampoco me resulta fácil imaginar cómo hubiera actuado o pensado yo en tal contexto de violencia. Hubiera sin duda rehuido las armas. Aunque preferí las Letras latinoamericanas a la Filosofía occidental, y a Fanon antes que a Sartre, heredé de mi mamá su ideal pacifista de justicia (muchos lo atribuirían al signo zodiacal de la balanza), el amor por el conocimiento y sobre todo por la docencia, que también ejercí desde muy joven, apenas me di cuenta de que era el cable a tierra que me conectaba con el mundo.
Con el ritmo del teclado, entre fotos y documentos, la memoria involuntaria se acelera, no sé si es ella o yo quien, arrojada al pasado, escribe ajena a todo otro sonido o movimiento. Como en el eterno retorno de Nietzsche que alguna vez me explicara, ese febrero de 1986 toda su vocación está puesta allí de súbito, como si en esa carta de impugnación confirmara el deseo de vivir una y otra vez su vida docente, como si quisiera hacer valer nuevamente el esfuerzo suprahumano de levantarse de noche, en sus tiempos de maestra de grado, para llegar a horario a la escuela de turno. Mientras escribe, una multitud de imágenes acrecientan el vértigo de la impotencia. Elemento joven posee entusiasmo y espíritu de colaboración, revelando capacidad, orden y disciplina. La tarea cumplida con cariño docente puso de manifiesto las brillantes cualidades que adornan su personalidad y dejan estimables frutos. En efecto, mi madre no ha dejado de disfrutar de su trabajo desde sus inicios como Maestra Normal Nacional, cuando nuestra ciudad, ya muerta Evita, aún se llamaba Eva Perón –mi madre hizo la extensa fila para verla en el multitudinario velatorio–, y ella, con apenas 17 años, tomaba el tren de 5:52 en la estación de La Plata para dirigirse a la escuela de Monte Grande, consciente de su misión y responsable. Este resultado tiene más valor, si tenemos en cuenta la distancia que viajaba diariamente, y los inconvenientes del transporte; pero eso no fue obstáculo para su diario cumplimiento del deber; ni una tardanza, siempre puntual y excelente asistencia. Entre los objetos que me he traído, ahora que su casa –la nuestra– fue ya desmantelada, su Cuaderno de actuación se mantiene intacto, lleno de estas evaluaciones caligráficamente manuscritas con tinta negra o azul, forrado en papel verde estampado con margaritas y, atada con cinta bebé, su tarjeta personal Martha Esther Nogueira, 68 -1469 La Plata A fines de los años cincuenta, con el Peronismo derrocado y cuando nuestra ciudad había vuelto a llamarse La Plata, mi madre luchaba por mantenerse despierta en las clases de Introducción; cursaba la carrera de Filosofía luego de viajar diariamente a alguna de las escuelas del Conurbano en las que ejerció la docencia por esos años. A eso se sumaba la casa familiar a su cargo –incluida la huerta y el gallinero–, y su madre enferma de los nervios, como se decía entonces, Perdona Papi si es muy deshilvanada mi carta, pero la circunstancia esta de cada tanto prestar atención al
profesor, es muy accidentada.Tan poco es el tiempo que tengo libre, que te escribo sentada en mi butaca, finjo tomar apuntes. La enfermedad de mami nos tiene locas de trabajo. Su padre, recibidor de granos siempre demasiado lejos, su hermana que partiría al interior de la provincia como maestra rural, allá por Junín, por donde había nacido Eva, aunque de las dos, solo mi madre se conmovía con la abanderada de los humildes. Mi madre provenía de esa clase trabajadora, hija de inmigrantes, primera generación universitaria en su familia. No puedo contestar tu carta como quisiera, papi, me trajo a la Facultad Yeni en la motoneta, llegó a casa justo, hice la comida, di de comer a los animalitos y partimos raudas. El tempo lento del verano de 1986 se ha trastocado: Señor Decano, una reflexión, a manera de epílogo: “Es preferible padecer una injusticia, que cometerla”. Lo dijo Sócrates. Pagó con su vida la fidelidad a sus principios.
Mi madre no pagó con su vida, a diferencia de tantos jóvenes desaparecidos durante la ‘guerra sucia’ – otra de las denominaciones engañosas que también en mi infancia se escuchaban – . Sin embargo, con ese concurso universitario, sobre el cual ella nunca más pudo o quiso volver a hablar, se fue gran parte de su personalidad. Animosa, de buen carácter, de buenos modos, con firme formación intelectualista y sanos principios democráticos . Quien firma ahora el Cuaderno de actuación es el director de la Escuela Nº 128 de Bella Vista, Juan José Gualberto Pisarello. Dio nombre –investigo por el buscador– a un Instituto Superior de Formación Docente en la provincia de Chaco (¿qué orientación política tendría este hombre para ser así homenajeado?
¿O solo se habrán tenido en cuenta sus antecedentes profesionales?
¿Esos “sanos principios democráticos”, luego de la Fusiladora, indicaban su afiliación con la resistencia, con el gobierno electo de Frondizi? Intuyo que sí, aunque sabemos que también la derecha se apropia hipócritamente de los conceptos republicanos y libertarios). El Director Pisarello despide a mi madre en 1958 Con deseos de mayores éxitos profesionales para prestigio de la escuela que tanto necesita levantar su jerarquía institucional por el bien del pueblo argentino. Para quien ama la enseñanza, esta se vuelve un privilegio antes que un servicio, ya no existen limitaciones ni condicionantes. Para mi madre, el aula devino el cuarto propio. Había arreglado el salón de clase, con motivo de la primavera, con muy buen gusto, dándole un ambiente alegre y cordial. Ella, que nunca se afilió a ningún gremio docente y menos se interesó, después, por la política universitaria, pero leía a Virginia Woolf y Simone de Beauvoir, encontraba allí su libertad. Tanta vocación no podía no ser reconocida, tantos nobles sentimientos que despierta hacia su persona; si hasta podría evocar a su alumna Silvia Durante de Villa Celina, que hasta la muerte de mi madre el año pasado, la saludó todos los día s del maestro (¡desde 1958!), y también a aquel alumno al que su compañero de banco, con la punta de su compás, había dejado ciego de un ojo en la Escuela de Bella Vista, espantosa paradoja. Mi madre fue varias veces a visitarlo a su casa, preocupada por su salud, y cada vez que recordaba la humilde vivienda con piso de tierra se le nublaban los ojos. Era implacablemente exigente, mi madre, y creo que nunca se perdonó semejante distracción, como si sus ojos hubieran podido evitar la desgracia. Como si sus ojos hubieran podido prever la punzada que ahora la estaba dejando afuera del mundo académico de la Filosofía, sustrayéndole su fuente de placer y de trabajo – Arbeit macht frei , rezaba el cínico letrero de Auschwitz–. Acomodo más papeles y cartas. Vuelvo a la carpeta donde guardó todo lo relacionado con ese concurso docente, leo los dictámenes plagados de inconsistencias y no salgo de mi asombro: ¿ cómo pudo mantener la compostura? Pero bien, si ya aquella directora de Villa Celina lo destacaba: ella misma se expresa en forma correcta. La estimulo a continuar cuidando su lenguaje, ya que el habla de la maestra influye tanto en el aprendizaje de los alumnos . Mi madre ha hecho revisar el borrador de su impugnación por un jurista destacado, integrante entonces de la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires, el Dr. Martocci, quien le escribe al dorso: “Decir más sería redundante. Si hay vocación de justicia, con lo escrito sobra; si no la hay, es tirarse contra la pared”. El calor es agobiante esos días de febrero, pero mi madre no se amedrenta, insiste con elementos de juicio concretos y vigila su expresión; pasa al ítem antecedentes: le han cuestionado, no el número de publicaciones, ya que ning ú n candidato ostenta ese n ú mero en el área específica, siempre 11 será mayor que 3 , sino que haya interrumpido su producción en los últimos años, y golpea con mayor ahínco las teclas de la Royal portátil que se ha traído al campo: A la Profesora Nogueira se le reprocha haber interrumpido su actividad científica durante más de quince a ñ os. Si aplicamos igual criterio al Profesor Gaeta (primer puesto en el orden de méritos) , egresado en 1969 y que recién publica su primer trabajo en 1985, ¿puede hablarse de ‘continuidad’ en su caso? Bien claro quede que estas argumentaciones se formulan con el mayor respeto al colega.
Sigo leyendo. Es el propio ( ¿amigo? ) Presas quien en su dictamen de minoría ha deslizado: “No es casual, quizá, que el abandono por parte de la Prof. Nogueira de su actividad como publicista coincida en parte con épocas en que no existió esa vida académica. Creo que ahora, con reuniones de claustro, examen y discusión de los programas, exigencia de presentación y exposición pública de trabajos, a quien acredite méritos docentes como la Prof. Nogueira, debe dársele la oportunidad de reafirmar sus facultades creadoras.” Me he traído a casa los hermosos libros de Arte para Niños que Presas y su esposa nos regalaban para los cumpleaños, pero no quise conservarlos. Su deshonesto dictamen me subleva. El profesor Presas, que no tenía hijos, y en épocas en que tampoco existía el movimiento de mujeres, no estimó aún menos casual la coincidencia del abandono por parte de mi madre de su “actividad como publicista” con el desarrollo de sus otras “facultades creadoras”: su maternidad y la crianza de sus hijas, sumado al cuidado de sus padres ya mayores: mi abuela, que murió en 1982 luego de años postrada y bajo diversos tratamientos; mi abuelo, que moriría en 1988.
La Srta pone muy buenas ilustraciones gráficas que realiza ella misma, reza otra de las observaciones del Cuaderno de actuación. Y, en efecto, en uno de los márgenes del borrador de su carta al Decano normalizador, mi mamá ha dibujado el famoso jarrón de Rubin de la Gestalt. Ella, que todo podía racionalizarlo, era consciente de las visiones subjetivas, sabía que el todo es mayor a la suma de las partes; pero ¿era consciente de su dolor? Durante esos últimos años de mi infancia y mi adolescencia, la recuerdo ofuscada y abstraída; nunca triste, sino enojada con el mundo. Al despedirla en nombre de la dirección y compañeras, hago votos para que mediante su entusiasmo, dedicación y técnica profesional, logre el mayor de los éxitos , habían sido los augurios en sus comienzos. Por eso, lo que más hiere de esos dictámenes de su Concurso es la impune crítica a su “clase de oposición” y a su desempeño en la “entrevista personal” –ambas instancias orales, más fáciles de subjetivar y, en este caso, falsear y tergiversar–, aduciendo “rutinización” y “desactualización” y sugiriendo que la “vastedad” de su plan de enseñanza era contradictoria con la recomendación de “estimular en el alumno la aptitud problemática a efectos de que él mismo plantee las cuestiones e intente darles respuestas”.
Recuerdo una de mis primeras meditaciones filosóficas. Así me lo hizo notar mi mamá. Fue antes del concurso, me doy cuenta, porque yo acababa de tomar la Primera comunión. Es 1985. Mientras ella
se maquilla frente al espejo del botiquín del baño, yo le charlo sentada en el inodoro (privilegios de la femineidad). Le doy razones para sostener la existencia de Dios (soy la única de la familia que asiste a misa y habla bien de la Iglesia, y realmente creo, entonces, que Dios existe). Mi mamá, quien solo en sus últimos años pareció volver a creer en algo, se toma en serio mi argumentación –eso es filosofar, me dice– y me dicta una de sus clases de introducción (me habla del asombro y de Jaspers y del genio maligno de Descartes… algo así recuerdo). Pero de aquella seguridad pasamos a hablar de la dificultad de mantener las amistades –le cuento lo que me hizo Mariana en la escuela–, y de las diversas personalidades que asumimos en la vida –“son como máscaras”, me dice; hablamos de cómo nos vemos a nosotras mismas a diferencia de cómo nos ven, vamos y volvemos de los Seis personajes en busca de un autor al existencialismo de Sartre, la existencia precede a la esencia , me repite una y otra vez moviendo su mano de adelante hacia atrás con el cepillito del rimmel entre sus dedos que enfatizan el precede , la existencia es anterior , me explica, a la esencia, en verdad no hay esencia, no somos, devenimos, nos creamos en cada elección o decisión que tomamos... Mi mamá me enseñó esa mañana no solo la actitud filosófica, sino un camino de libertad, también de compromiso y responsabilidad.
Ahora que conozco el paño, y con todos estos papeles desparramados, entiendo que atacar su “clase de oposición” era la única vía para dejar a mi madre en el último lugar del orden de méritos, ya que en antecedentes y publicaciones superaba a quien quedaba en el tercer puesto, e incluso, en varios ítems, a quien quedaba primero. Estimo que ella lo sabía, y de allí su furia. Pero considerando su perfeccionismo y su orgullo, significó su talón de Aquiles. Ella no pudo admitir ese agravio, la puesta en duda de sus capacidades intelectuales. Antes que cuestionar los grandes relatos, reparar en el marco de este concurso –las relaciones tensas entre la filosofía y la política– o considerar el más infame relato de las trampas laborales –que podía incluir alguna vivencia de acoso sexual–, se autoinfligió la culpa. Recuerdo que, con el tiempo, las pocas veces que se refirió al concurso, se lamentó de no haber podido preparar mejor su clase de oposición. Ella, que no tenía en casa su cuarto propio, incluso nos reprochó no haberle dado la tranquilidad y el silencio necesarios a su concentración. Ese otro pequeño relato de su falla, de nuestras fallas, la llenó de resentimiento. Siempre se
enorgulleció de mis logros académicos y de mi carrera docente pero nunca más demostró interés en la disciplina de la Filosofía ni quiso saber absolutamente nada más de la Facultad.
Me sorprendo de la alegría y la frescura que encuentro en sus cartas juveniles, de la prolijidad en sus apuntes, y de los materiales de clase que conservó inútilmente y por décadas, hasta su muerte el año pasado. Y entiendo un poco por qué, otro caluroso día de verano años más tarde, y en la misma casa de campo, mi mamá tuvo un ACV que la dejaría sin más ganas de vivir su ya mutilada vida.
Nueva meditación del marco
En los tiempos de la memoria minimalista y en que todo es cremado, he decidido conservar estos papeles; los he guardado instintivamente en una antigua caja de cuero marrón con esquineros protectores de metal que estimo debía ser de mis abuelos. Encuentro un ensayo que sé que a mi mamá le gustaba, la “Meditación del marco” de Ortega y Gasset. Sigo entonces, con ella, filosofando. Esa caja que seleccioné no es cualquier caja; su material noble, su aspecto vetusto la distingue bien de otras cajas más modernas donde guardo objetos de uso cotidiano, documentos y hasta mis propios papeles de clase. Como el marco dorado de Ortega y Gasset que separa el arte de su entorno vital, esta caja antigua adquiere un cierto halo, me advierte del valor especial de estos papeles que para otros serán insignificantes e inservibles; me alerta sobre el ánimo necesario para su apertura. Como si allí dentro estuviera la madeleine de Proust, la caja cumple bien su función de marco; su contenido, como la isla del arte, me lleva por fuera del tiempo cronológico y del espacio circundante, me traslada al tiempo fuera del tiempo del duelo, a los sitios donde afinca la nostalgia. Construyo mi propio archivo del archivo de mi madre, hago el duelo que ella no sé si se atrevió a hacer. Sin embargo, en esta isla hay algo de inquietante. ¿Qué es un archivo? A diferencia del marco de un cuadro, frontera o trampolín al cuerpo imaginario y presuntamente irreal del arte, esta caja es una ventana al pasado y a la historia de nuestro país, o por lo menos a la historia de mi ‘lugar de trabajo’, como se escribe en el currículum, y de los individuos que la hicieron. El 26 de marzo de 1986, dos días después de la premiación de La historia oficial cuya televisación vimos en familia, el Consejo Superior de la Universidad de La Plata resolvió rechazar la impugnación presentada por mi madre y dar por finalizado el proceso.
Dos años antes, en el mes de febrero de 1984, el Jefe del Departamento de Filosofía, Osvaldo Guariglia, había solicitado a mi madre dar cumplimiento a una resolución del Decano Normalizador que la obligaba a optar por uno de sus tres cargos docentes, y ella, para mantener su puesto interino como Profesora adjunta, había decidido renunciar a sus cargos concursados de menor jerarquía (Ayudante y Jefa de Trabajos Prácticos), retenidos con licencia. Esa extemporánea ingenuidad de su parte, su confianza en las instituciones y sin duda también en sus colegas, le costó su definitiva cesantía en la Facultad de Humanidades ese abril de 1986. Duele guardar ese último documento sellado: Hecho, pase a la Facultad de origen para su oportuno ARCHIVO
Este ARCHIVO con mayúsculas mueve el sentido de la historia, cuya verdad, me dice mi madre, debe ser aún buscada. Una transcripción de su puño y letra me conmina a continuarla. Es la Apología de Sócrates: No tengo ningún resentimiento contra mis acusadores ni contra los que me han condenado […]. Pero sólo una gracia tengo que pedirles. Cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hostiguéis, los atormentéis como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren la riqueza a la verdad…
El contenido de este arcón es algo más que un túmulo privado; la historia, personal o colectiva, nunca puede ser aislada –tampoco la filosofía, aunque mi mamá aún creyera en sus ideales universales y sus imperativos categóricos–.
En la biblioteca de mi madre encontré las Actas del Primer Congreso Nacional de Filosofía celebrado en Mendoza en 1949, cuyo discurso de clausura fue pronunciado por Juan Domingo Perón, y me asombré de la importancia social que tenía la disciplina por esos años, su alta misión como discurso fundamental de la Modernidad. Pero más me asombró descubrir que mi madre asistió al III Congreso Nacional, celebrado en Buenos Aires en 1980, y que fue cerrado con un discurso del Dictador Jorge Rafael Videla. Entre la confirmación del reprochable posicionamiento político de mi madre, que su presencia allí fundamentaba, y la búsqueda de información iniciada inmediatamente después, encontré también otra verdad sobre los protagonistas de su concurso universitario; y del gran relato sobre las tensiones de la Filosofía con el Poder, que hasta mi madre llegó a creer estaban en el origen de su cesantía, decantaron las pequeñas vilezas en el manejo de los cargos universitarios.
El controversial número 3/4 de la revista Dialéktica, editada en 1993 por un grupo de docentes de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, publicó, a modo de escrache, la lista de participantes del Congreso de 1980,
y entre los expositores denunciados se encuentran nada menos que Osvaldo Guariglia, jefe del Departamento de Filosofía al momento de la “Normalización” que cesanteó a mi madre, así como los tres miembros del Jurado de su
Concurso: Ezequiel de Olaso, Margarita Costa y Mario Presas. También participó como asistente quien remplazara a mi madre en el cargo: Edmundo Camaly. Sin llegar a los extremos –de la extrema izquierda– que sostienen los editores de Dialéktica, que convocan al debate para dirimir de modo maniqueo, o cuando menos simplista, si las tareas de la filosofía y de los filósofos “deben seguir siendo las de legitimación de la clase dominante o las de la crítica implacable del orden establecido”, está claro que quienes expusieron en ese Congreso –quienes, junto con tantos otros asistentes, continuaron luego de la Normalización–, no tuvieron ningún reparo mayor al de mi madre en la aceptación legitimante de la dictadura; por el contrario, hasta le dieron letra con sus ponencias. Resulta obscena la asociación que los editores establecen entre la metafísica en cuanto búsqueda de universales abstractos, ajenos al tiempo y al espacio, y la tortura ‘metafísica’ implementada por los militares; estimo que mi madre, acudiendo a la teoría de los valores de Max Scheler, refutaría rápidamente tal absurdo malintencionado, que omite el fundamental placer o dolor involucrado en una u otra experiencia ‘metafísica’. Pero es indudable que quienes juzgaron tan parcialmente a mi madre, lejos de poder representar los ideales democráticos y pluralistas de la Reforma del 18 entonces invocada, fueron los acomodaticios o “favorecidos por la ‘amnistía universitaria’” –incluso algunos de ellos, en lugar de aceptar el debate crítico en los noventa, responderían con persecuciones–. Lo más lamentable es que el Profesor de Ética Osvaldo Guariglia, responsable de la “normalización” de la Filosofía en la Facultad de Humanidades, publicó un año después del punto final a la carrera de mi madre una apología del otro Punto final, el de la Extinción de causas y la Obediencia Debida desde “un punto de vista ético” (el texto es reproducido por Dialéktica). En este caso no es necesario acudir a Max Scheler para constatar la falta de honestidad del escrito. Durante los años en que la tarea de los filósofos se volvió difícil –marco ineludible– mi mamá se refugió en sus clases. Me gusta pensar que esa fue su elección política, en aquel contexto en que escribir dignamente no era posible. En el borrador de su impugnación encuentro que decidió tachar, de su referencia a Sócrates, la alusión a que había sido Nada más que un maestro. No escribió nada. Estimo que la comparación sugerida
le resultó torpe y pedante; con juicio borró eso que desviaba, además, de la relevancia de la cita: Es preferible padecer una injusticia, que cometerla. Intuyendo el desgarro, no tachó, empero, la siguiente formulación: Pagó con su vida la fidelidad a sus principios.
*Florencia Bonfiglio es Profesora en Letras, Profesora en Lengua y Literatura Inglesas (UNLP) y Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires (2012). Investigadora adjunta del CONICET y profesora adjunta de Literatura Latinoamericana II en la Universidad Nacional de La Plata. Entre sus trabajos, centrados en la literatura caribeña, se destacan La unidad submarina. Ensayos caribeños de Kamau Brathwaite (2010) y el volumen colectivo, compilado junto con Francisco Aiello, Las islas afortunadas. Escrituras del Caribe anglófono y francófono (2016). En 2019 se le otorgó el primer premio de ensayo hispánico Klaus D. Vervuert por The Great Will/El gran legado. Pretextos y comienzos literarios en América Latina y el Caribe, publicado en 2020 en Madrid por Iberoamericana-Vervuert.
Armas, imágenes y razones JUEGOS DE GUERRA
Cada vez con más frecuencia, las guerras son mostradas como un espacio de virtualidad, donde la muerte se deshumaniza bajo la lente impasible de los drones. Simultáneamente la conectividad de nuevos deportes estimula una hiperrealidad que homologa al gamer con el soldado. Aquí ofrecemos una reflexión que pivotea, en simultáneo, sobre tres ejes: el juego, las imágenes de guerra y la racionalidad que demandan.
Por Florencia Eva González y Jimena Néspolo
Antes de que el mundo fuera otro, en julio de 2019, se desarrolló en el estadio Arthur Ashe de Nueva York –donde anualmente se suele disputar el Abierto de tenis de EE.UU.– el Mundial de Fortnite. Treinta millones de dólares en premios puso sobre la mesa la productora Epic Games. De las varias partidas realizadas en días sucesivos, se desprendió el ránking de los diez mejores jugadores, ocupado mayormente por jóvenes estadounidenses, salvo alguna que otra excepción, como la de ese pibito argentino que en varias partidas logró colarse en el podio. La copa se la llevó, al final, un chico de dieciséis años apodado Bugha, que volvió a su casa con tres millones de dólares. El argentino, de trece años y oriundo de la localidad de Tigre, quedó en el quinto lugar y se hizo con novecientos mil dólares. King, el nickname del pibe de Tigre, le entregó orgulloso el premio a su padre, que lo llevó al evento. La noticia explotó en los portales y por varios meses reemplazó a las narrativas de éxito y superación encuadradas en el género “el pibe futbolista”, que salva a los suyos de la pobreza con el austero milagro de hacer rodar bien la pelota. Familias que antes observaban con preocupación que “el pibe se pasara el día enchufado”, de pronto empezaron a evaluar la posibilidad de contratar entrenadores para que sus hijos mejoraran su desempeño. De un tiempo a esta parte, junto al gaming se impuso la palabra stremear y, con la transformación de los modos de sociabilidad mediada que la pandemia de Covid-19 terminó de afianzar, sobrevinieron otras maneras de interacción que anudan belicismo, masividad y un culto inédito a las libertades individuales de los sujetos. ¿Qué ha pasado en estos años para que no solo sean considerados como “deportes” estos juegos en red sino
que incluso permeen prácticas comunicacionales antiguamente aferradas a lo referencial? Explicar el cambio por la presión de intereses económicos ligados al “semiocapitalismo” no parece suficiente.
Paulatinamente, cada vez con más frecuencia, las guerras son mostradas como un espacio de virtualidad, donde la muerte se deshumaniza bajo el tamiz de los visores y los videojuegos de guerra; tal es el caso del Minecraft, diseñado con un naturalismo visual extremo, como si fueran personas reales combatiendo. Otro juego como Grand Theft Auto (GTA), con millones de seguidores, consiste en actuar como un criminal, produciendo acciones violentas con el objetivo central de conseguir dinero: huir de la policía, atropellar perros, torturar, dinamitar edificios o autos, alentar la prostitución, etc. Los cuerpos se despedazan en una propuesta hiperrealista, sin escatimar sangre y trozos de órganos volando por los aires, desatando así las pulsiones más individualistas y destructivas de los sujetos, aquellas anteriores al contrato social.
Hay una ideología de época que parece manifestarse en el fenómeno. El año en que King y Bugha se hicieron con su botín, llegó a haber 10,8 millones de personas jugando simultáneamente en todo el planeta. Sin duda,
esto es algo insólito en la historia de la humanidad, tantas personas, en general jóvenes, reunidas en simultáneo haciendo “algo”: jugar. Pero, ¿jugar es solo “jugar”? Desde luego, ningún juego es inocente. Hay una lectura ideológica y cultural que puede hacerse tanto sea del Ajedrez como del Fútbol, el Estanciero o el Truco. Pero la novedad es que además de esta lectura, en el jugar del juego en red, hay también un proceso de socialización planetaria que excede las fronteras y las instituciones históricamente ligadas a los estados-nación y su cuerpo doctrinario (llámese “conciencia ciudadana”, “literatura nacional”, formación histórica de clase, etc.) que exige ser pensado de manera urgente. Algo de lo humano en estado espectral, que no puede reducirse a un mero algoritmo, desencadena otros modos de pensar la relación de las personas y su entorno.
La escena recuerda a esos fantasmas renderizados de los que habla Hito Steyerl, al observar una ciudad que podría localizarse en Siria o en Irak, donde se proyectan imágenes virtuales de la reconstrucción mientras todavía dura la guerra. Los patios de juego del futuro se superponen al presente de las ciudades devastadas. “La construcción –dice Steyerl– se transformó en la continuidad del conflicto armado por otros medios”.
Pero a la pérdida de la huella de lo real que la imagen analógica ha sufrido con el devenir de la imagen digital, se le suma ahora la desestabilización del marco de realidad, último eslabón de anclaje antes de que el sentido sucumba. La fuerza seductora de la pérdida de la huella transforma formas físicas en puntos de fuga, entregando al arte visual y a la propagación viral el régimen falsificado de la publicidad. “El arte contemporáneo, por tanto, no solo refleja sino que también interviene activamente en la transición hacia un nuevo orden mundial de Posguerra Fría”1. En el fondo de este proceso, la vida real desaparece en el agujero negro de la virtualidad y la acumulación financiera. Y la virtualización de la guerra –lejos de ser considerada como sintomática de una banalización de la violencia o su narcotización– se ofrece como desguace, una obra hecha con fragmentos del mundo verdadero.
Juegos serios
Distintas instalaciones artísticas con material de video sobre las guerras, entrenamientos o sus consecuencias, muestran los vínculos entre tecnología, política y violencia. Harum Farocki ha dedicado gran parte de su obra a esta relación. Serious Games I-IV (2010), una de sus instalaciones emblemáticas, muestra ejercicios de guerra de la vida real que se alternan con recreaciones virtuales, explorando en esa conexión entre la realidad virtual y los escenarios de ficción que se utilizan en el entrenamiento de las tropas antes de actuar en combate y que reducen los operativos militares a un videojuego. De esta manera, tras las pantallas de visión, tamiza la imagen real transformándola en virtual. En ella, se pierde la noción de que los disparos son de verdad al igual que las personas son de carne y hueso y que pierden su vida. En otra instalación de Farocki, I thought I was seeing convicts (2000), se ve un patio con presos, donde pasan media hora al día, vestidos con pantalón corto y la mayoría sin camiseta. De repente, uno de los presos ataca a otro y los demás no hacen nada. Saben que cuando se desata una pelea, los guardias primero disparan balas de goma, y luego, balas de verdad. Las imágenes están en silencio y el rastro del humo de los disparos se desplaza por todo el cuadro con un punto de vista donde cámara y pistola se sitúan del mismo lado. Las imágenes son de una cárcel estadounidense de máxima seguridad en Corcoran (California). Con este video, Harun Farocki introduce el concepto de “imagen operativa”, en ella distingue entre aquellas imágenes
cuyo fin es la contemplación y aquellas que forman parte de un proceso de operación técnica. Las primeras tienen una función estética, las segundas centran su efectividad en el cumplimiento de determinados objetivos, como de control, vigilancia o disciplinamiento2. Es el caso de las imágenes ofrecidas por las cámaras de seguridad de uso público o privado, las imágenes de reconocimiento militar brindadas por satélites, los mapas o las cartas de navegación. La “imagen operativa” es un concepto próximo al de “imagen instrumental”, ofrecido por Allan Sekula al reflexionar sobre el trabajo fotográfico de Edward Steichen, para caracterizar esas imágenes de reconocimiento aéreo realizadas durante la Primera Guerra Mundial3. La cantidad de imágenes que pueblan las redes sociales al presente, hacen que los límites entre el carácter hedónico o estético y el uso operativo/instrumental se difumine en pos de una automatización que pondera la visión maquínica, la primacía del algoritmo y la deshumanización. La automatización de la percepción visual, generado por ese tipo particular de imágenes operativas, es el colchón de entrenamiento ideológico que desensibiliza a los sujetos en aras de la reconversión del gamer en soldado.
En otro film documental de Farocki, Reconocer y perseguir (2003), mediante grabaciones de los puntos de mira de los misiles estadounidenses durante la guerra de Irak, demuestra cómo funcionan estas “armas inteligentes”; un nuevo modo de producción de imágenes. Las imágenes creadas por las máquinas de matar se basan en procesos aritméticos que se reducen a algoritmos y operaciones técnicas para disparar. Como zombis, las imágenes se autonomizan de la mano humana y su voluntad creando nuevas realidades exacerbadas en su crueldad, sustituyendo a los antiguos mapas que demarcaban “teatros de guerra”. Estas imágenes, entonces: nos miran. Y no solo en las zonas de conflicto bélico, sino cada vez que encendemos los teléfonos móviles donde quedan registradas ubicaciones geográficas, gustos y actividades, monitoreando “zonas de paz” al igual que las zonas bélicas o en conflicto. La capacidad de estas máquinas de registrar imágenes, sin intervención humana, redunda en un acopio de información que solo pueden ser analizada por otro algoritmo. En palabras de Steyerl: “Las máquinas se muestran unas a otras imágenes ininteligibles o, de modo más general, conjuntos de datos que no pueden ser percibidos por la visión humana”.
Las huellas analógicas
Desde mediados del siglo XIX, existe una alianza indestructible entre imagen y guerra, que incluye gatillo, mira, disparos con forma de cámara y fusil. Así lo
observan, entre otros, Susan Sontag y John Berger: entre el acto de matar y de fotografiar hay una contigüidad, una analogía central que hace pie en el disparo y en la acumulación. “Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en imágenes. Necesita proporcionar grandes cantidades de diversión –escribe Sontag, y retoma Berger– a fin de estimular a la gente para que compre y anestesiar las heridas de clase, raza y sexo. Y necesita reunir una cantidad ilimitada de información para explotar mejor los recursos naturales, aumentar la productividad, mantener el orden, hacer guerrasy dar trabajo a burócratas” 4
Una máquina capta imágenes, la otra sirve para matar: ambas fueron necesarias para el desarrollo del capitalismo, al punto que su interrelación se convirtió en un asunto de Estado. Así, cómo mostrar la guerra se volvió tanto o más importante que la guerra misma y, junto a la proliferación de registros en términos tecnológicos, se impuso el control del sentido que los mismos generaban.
La verdadera revolución técnica en la Guerra de Crimea (1853-1856), por ejemplo, no fue la ametralladora y su capacidad de multiplicar las muertes en el campo de batalla, sino la aparición de la lente fotográfica capaz de captar con gran sofisticación a los soldados muertos. La difusión de esas imágenes de cuerpos mutilados, nunca vistas hasta entonces, causó
un escándalo de proporciones tales que cambió la percepción de la muerte y los usos políticos de la imagen. A partir de mediados del siglo XIX debió reformularse la manera de cómo iba a ser contada la guerra a través de ese nuevo dispositivo visual. Entre los registros generados, se destacaron los fotógrafos británicos James Robertson y Roger Fenton, este último preocupado en mostrar imágenes complacientes de los soldados ingleses, dentro de un marco estrictamente comercial, para la venta de las fotografías a un público deseoso de información de primera mano. Robertson, en cambio, mostró la crudeza de las trincheras británicas y francesas, con un sentido más testimonial.
En esa misma época, uno de los retratistas más afamados de Estados Unidos, antes de decidir documentar la Guerra de Secesión (1861-1865), fue Mathew Brady. Su nombre había sido elevado a marca comercial al retratar a Abraham Lincoln, en esa imagen icónica utilizada luego por el pintor Francis B. Carpenter para el billete de cinco dólares. A tal punto Lincoln entendió la importancia de la fotografía como medio de comunicación política y de masas que llegó a declarar: “Brady y el Instituto Cooper me hicieron presidente”.
Más cerca, tenemos el caso del pintor Cándido López, reclutado para la Guerra de la Triple Alianza en 1865. Junto a los bocetos, tomó fotografías de los campos de batalla y, aunque en unas de las contiendas
perdió la mano derecha con la que pintaba, luego logró educar la izquierda con la que creó cincuenta y dos cuadros de esa guerra. En sus obras pueden verse novedosos encuadres en grandes planos generales, minuciosos detalles de los campamentos y del paisaje, y un tipo de emocionalidad justa para retratar esa tragedia entre hermanos. El documental Los campos de batalla de Cándido López (2005), de José Luis García, va tras los pasos del pintor, los puntos de vista tomados por López y, también, de historiadores que subrayan la deshonra de esa guerra realizada por conveniencia de Gran Bretaña. Por su parte, El cielo del centauro (2016), la última película de Hugo Santiago, es una ficción que muestra los cuadros como parte de una serie de intrigas. Asimismo, en 1976 Augusto Roa Bastos escribe a pedido la nouvelle El sonámbulo, para acompañar una muestra de Cándido López en el extranjero. Allí, vemos aparecer al artista en la pluma del narrador paraguayo, como una figura espectral: “Pretextando recorridas de exploración, salía a buscar a ese fantasma que pintaba fantasmas. Con el catalejo tardaba en ubicarlo. Absorto, hacía su trabajo con apuro entre los reverberos del sol y el aire manchado por el humo de la pólvora y los incendios. Solo cuando el sucio crepúsculo comenzaba a caer, parecía acometerlo cierta inquietud, como preocupado de que los millares de cadáveres se levantaran de pronto, recogieran sus carroñas y se fueran caminando hacia un lugar oscuro y desconocido”5
Al cumplirse el primer año de la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) la casa montevideana Bate & Cía. decidió, con los antecedentes de la Guerra de Crimea y Guerra de Secesión, enviar un equipo de fotógrafos al frente de batalla. Sus trabajos se conservan en la Biblioteca Nacional del Uruguay, en una colección de copias originales (contactos de placas de 24 x 30 cm) carentes de condicionamientos, donde la posible simpatía del autor hacia los ejércitos aliados llega a convertirse en un testimonio cruel de los hechos6
Siguiendo en la región, el conflicto bélico conocido como la Guerra del Chaco (1932-35), entre Paraguay y Bolivia, se cobró la vida de más de cien mil soldados. Esa guerra fue cubierta por varios fotógrafos: un alemán llamado Willi Ruge, Roque Funes y un cameraman argentino, todos tan olvidados como el conflicto que retrataron. Ruge comenzó su trabajo como fotoperiodista durante la Primera Guerra Mundial y posteriormente realizó reportajes sobre la
situación en las calles en la posguerra. Durante la Segunda Guerra Mundial vuelve a ser corresponsal para la aviación alemana, pero gran parte de su archivo quedó destruido. Por su lado, Roque Funes (nacido en 1897) es uno de los directores de fotografía más importantes del cine argentino. En julio de 1932, apenas declarada esa guerra por el Chaco boreal, tomó la iniciativa de viajar al Paraguay y acompañar con su cámara al ejército de ese país durante los primeros episodios importantes del conflicto. Meses más tarde, de regreso en Buenos Aires, declaró: “Nadie puede darse cuenta cabal de lo que es aquello. Los combates se suceden dejando un tendal de cuerpos despedazados y un ambiente rarificado por la podredumbre de los cadáveres en rápida descomposición”. Funes seleccionó el material registrado, con mapas y textos explicativos, y compaginó un largometraje documental de unos sesenta minutos, llamado En el infierno del Chaco . El film se encontraba perdido, pero una copia original en nitrato fue conservada por la familia Estragó, en Paraguay, y se recuperó hace poco tiempo.
Doscientos años han transcurridos desde los primeros experimentos proto-fotográficos y los actuales usos de la imagen; si bien a lo largo del tiempo los cambios tecnológicos han determinado distintos desafíos, ninguno había atentado tan rotundamente contra el carácter de indicialidad que la fotografía portaba, tal como ha sucedido en las últimas dos décadas. El registro de la imagen analógica suponía la existencia de una huella, resto e indicio de lo real imposible de soslayar. A través del pensamiento de autores como Philippe Dubois, Roland Barthes y Rosalind Krauss, la concepción de la fotografía como huella se volvió, hacia 1980, central. Desde herencias y recorridos distintos, pero con el transfondo común del estructuralismo y la teoría semiótica de Peirce, la reflexión sobre la imagen fotográfica redundaba siempre en torno a su carácter indicial: “La foto es ante todo índex. Es solo a continuación que puede llegar a ser semejanza (ícono) y adquirir sentido (símbolo)”7 El carácter testimonial de la fotografía y el documental de guerra se volvía la cualidad intrínseca de un arte capaz de captar lo real en estado puro, a un tiempo preciso y fugaz. Algo que el surgimiento de la fotografía digital comenzará a desestabilizar a comienzos del milenio, generando un desacople reversible cada vez más exacerbado: esto es, creando imágenes referenciales de referentes inexistentes.
Del documentalismo a la publicidad bélica
En efecto, ese carácter indicial, de testimonio imbatible que ofrecía la imagen fotográfica en sus inicios, fue lo que definió la necesidad de controlar el o los sentidos que esta ofrecía. Quizá haya sido la Guerra Civil Española (1936-1939) el primer conflicto bélico que obtuvo un registro audiovisual completo. En el 2004 un notable documental utiliza material capturado de la época y realiza un collage que retrata la barbarie del conflicto español. Se trata de El perro negro, de Péter Forgács, que da muestra de la calidad del material (profesional y amateur) con el que esa guerra fue cubierta. En sus imágenes puede notarse la convicción y valentía del frente republicano así como su menor capacidad técnica de fuego.
En la Segunda Guerra Mundial, las imágenes fueron –como nunca antes– un verdadero asunto de Estado. Estados Unidos, Alemania, URSS y Gran Bretaña destinaron sus mejores cineastas para realizar documentales de guerra con fines propagandísticos. El objetivo era que el trabajo de camarógrafos y documentalistas sirviera como testimonio de lo que ocurría en el frente de guerra y, que los respectivos Estados, pudieran utilizar ese material para alentar/desalentar la empatía, construyendo amigos/enemigos como conviniese. Sin embargo, algunos de sus trabajos estuvieron censurados durante décadas por los mismos gobiernos que los habían financiado ya que se juzgaban como imágenes de lectura poco unívoca.
El pintor Walter Ruttman dirigió en 1927 Berlín, sinfonía de una gran ciudad , uno de los clásicos de la historia documental, encuadrada dentro de los movimientos artísticos de vanguardia que le daban aire fresco al arte decimonónico, vetusto y burgués que venía desde la Ilustración. Sin embrgo, más tarde renunció a sus ideas de izquierda para convertirse en un fervoroso defensor del nazismo, hecho evidente en el cortometraje Tanques alemanes (Deutsche Panzer, 1940), un despliegue de esteticidad industrial que canta loas a la nación. Cuando en septiembre de 1939 el ejército alemán invadió Polonia, llevaba consigo camarógrafos que debían filmar las acciones que luego redundarían en un nuevo estilo de documental, dado en llamar “toque de clarín”. El objetivo era exacerbar las pasiones nacionalistas en sus compatriotas y doblegar en el enemigo la voluntad de resistirse. Se le atribuía tanta importancia a las películas de guerra que los alemanes retrasaron su avance a la ciudad polaca de Gdynia para que los camarógrafos pudieran posicionarse delante de las
Estados Unidos, Alemania, URSS y Gran Bretaña destinaron sus mejores cineastas para realizar documentales de guerra con fines propagandísticos
tropas de asalto y así documentar plenamente el impacto. Ruttman, que resultó un pionero en filmar la guerra, murió en el frente oriental junto a las tropas alemanas.
Alemania no fue la única. Ni bien se vieron involucrados en la guerra, Gran Bretaña y URSS comenzaron a producir documentales de “toque de clarín” y a reclutar camarógrafos entre las fuerzas. Una de las figuras inglesas más relevantes fue Humphrey Jennings, quien dirigió Londres puede soportarlo, cubriendo la noche del 14 al 15 de noviembre de 1940, cuando aproximadamente quinientos bombarderos alemanes atacaron la ciudad industrial de Coventry en el centro de Inglaterra, destruyendo gran parte de la ciudad, fábricas de armamentos y la histórica catedral de San Miguel. Esta película se estrenó ese mismo año, exaltando el valor de los civiles ingleses. Escuchen a Gran Bretaña (1943), otra obra del mismo director, es un documental poético, que ofrece un viaje por Gran Bretaña, centrándose en sonidos de guerra. Comenzaron los incendios, realizada un año después, es otro registro de la guerra in situ. Estas tres películas se diferencian de otros documentales de guerra porque no explican ni arengan el odio por el enemigo, sino que su argumento se basa en subrayar el coraje del pueblo inglés para exaltar el valor y la moral de los civiles.
Cuando los rusos se replegaron ante el avance alemán, dejaron ciudades desiertas. Grupos de partisanos ofrecieron resistencia y luego contraatacaron a los alemanes: numerosos camarógrafos registraron esa proeza. Así fue cómo los cineastas rusos fueron los primeros en mostrar soldados alemanes prisioneros y vencidos. Se calcula que el gobierno soviético utilizó aproximadamente cuatrocientos camarógrafos de los cuáles más de cien perdieron la vida en las acciones bélicas. Al parecer, en las estaciones de subte de Moscú, durante los bombardeos, había proyectores que reproducían films a la gente que allí se guarecía. Las películas de guerra rusas tuvieron mucho impacto en los Estados Unidos y contribuyeron a cambiar el punto de vista antisoviético que tenía el pueblo estadounidense. Sentimiento para nada menor teniendo en cuenta que se trataban de aliados.
En la primavera de 1943, Roosevelt y su gabinete se encontraban preocupados por no lograr convencer al pueblo americano de la necesidad de intervenir en la guerra. Ni siquiera el ataque nipón a Pearl Harbor y la decisión de Hitler de declarar la guerra a los Estados Unidos alcanz ó para que la opini ó n p ú blica se inclinara a favor de la intervenci ó n. A diferencia de la mayor í a de los pa í ses europeos, el pueblo norteamericano no conoc í a de primera mano lo que estaba sucediendo a miles de kil ó metros de su pa í s. El hambre, el dolor y la muerte quedaban muy lejos y esa distancia del frente, no ayudaba a cambiar la forma de pensar. Adem á s, las im á genes e informaciones de la guerra se ocultaban o eran mostradas a medias. El gobierno norteamericano toma, entonces, la decisi ó n de comprometer a la poblaci ó n manipulando sus emociones: las imágenes de los soldados muertos en combate se multiplican, se incrementa el caudal de informaci ó n ofrecida a trav é s de documentales montados sobre el tópico del heroísmo a fin de estimular la sensibilidad y el compromiso, ante el imperativo de reclutar, soldados y fot ó grafos. Desde luego, los registros ofrecidos no fueron del todo satisfactorios. Por eso para el desembarco en Italia de septiembre de 1943, se decidió encargar la producción del material a directores y guionistas reconocidos. John Houston, que ya hab í a filmado El halc ó n malt é s y era un director de renombre en la constelaci ó n hollywoodense, fue uno de los elegidos para cubrir las circunstancias de la guerra. Con esas im á genes, realiza La batalla de San Pietro , retrato de los soldados de infanter í a estadounidenses durante la recuperaci ó n de Italia, en una batalla cuya victoria result ó p í rrica. El documental impresion ó a la audiencia y fue ensalzado por la cr í tica; entre las escenas m á s espectaculares se encuentra la de los soldados defendiendo con explosiones de granadas que caen a pocos metros del operador, sacudiendo violentamente la c á mara. Dram á ticas im á genes de la tropa avanzando por los campos de olivos y de la entrada de los norteamericanos a un pueblo, que ha sido abandonado por los alemanes, impactan igual que los habitantes saliendo de sus refugios despu é s de la batalla. Sin embargo lo que más impacta es una escena en la que los soldados rescatan de entre los escombros el cuerpo de una mujer, ante la mirada del desconsolado marido.
Para poder filmar esa batalla, Houston se apostó junto a los soldados. La tropa aparece reptando cau -
telosamente entre los matorrales con tomas supinas con el camar ó grafo de pie. A pesar de los esfuerzos del afamado director por retratar la guerra lo más “real” posible, reflexiona sobre los límites de la imagen todavía en tiempos analógicos, pues juzga que una cámara no alcanza para que los espectadores entiendan qué es estar en un campo de batalla: “Se les deb í a someter a un ruido ensordecedor, llenar la sala de humo y polvo hasta dejarlos casi ciegos, exponerlos a los olores de cad á veres en descomposici ó n y disparar al azar hiriendo a unos cuantos. Entonces s í conocer á n lo que es una guerra, pero me temo que poca gente estar í a dispuesta a entrar en una sala de cine” 8 .
Frank Capra tambi é n fue convocado y estuvo en el frente japon é s desde diciembre de 1941, unas semanas despu é s del ataque a Pearl Harbor. Su misión era crear una serie de siete pel í culas tituladas Why We Fight ( Por qu é luchamos ), que explicaran a la poblaci ó n y a sus soldados las razones de la intervenci ó n norteamericana en Europa. Con fragmentos de pel ículas como El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl, mezclados con documentales de guerra realizados por ingleses y rusos, y animaciones realizadas especialmente por los estudios Disney, en conjunto brindan emotivas lecciones de historia aptas para todo p ú blico, con dudosas cuotas de entretenimiento. Los norteamericanos reportaron otros conflictos internos dentro de la fuerza militar, por ejemplo: la segregación racial. En ese sentido, Capra realizó El soldado negro (1944), para concientizar a la ciudadanía, sobre todo porque eran, y aún son, junto con los latinos, los que engrosan las filas.
Pero hubo más célebres directores que acompañaron a las tropas. Por ejemplo, John Ford estrenó La batalla de Midway, en 1944, sobre un conflicto aeronaval en medio del Pacífico. Fue herido en combate, condecorado, y elevado al grado de contralmirante de la Armada de los Estados Unidos. William Wyler, nacido en la ciudad alemana de Mühlhausen, filmó Memphis Belle en el mismo año. John Huston, por su parte, fue el responsable de cuatro títulos más al finalizar la guerra. Deja que haya luz, por ejemplo, que gira sobre el drama de los soldados con estrés de postguerra, lo crea a pedido del ejército con el objeto de que los empleadores industriales empatizaran con ellos y les dieran trabajo. No obstante, la cinta fue retirada por el ejército y se prohibió su distribución sin dar ninguna explicación (recién se exhibió en 1980). Gran parte de este
material, que originalmente estaba en blanco y negro, se colorea y se restaura para la realización de una serie francesa para televisión de seis capítulos de 52 minutos, llamado Apocalipsis: la Segunda Guerra Mundial, en 2009, dirigida por Daniel Costelle e Isabelle Clarke. La música del documental, compuesta por Kenji Kawai, el minucioso cuidado y calidad del material y el montaje, hacen de esta saga un material único. El último capítulo culmina con estas palabras: “Horrible aunque familiar, esta guerra es el conflicto armado más grande y sangriento de la historia universal, responsable de la muerte de más de 60 millones de personas en todo el mundo”.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los documentales creados por los gobiernos aliados y las imágenes producidas, con los partisanos de Europa del Este que combatieron a los nazis, se volcaron a mostrar los crímenes de guerra y las crueldades cometidas en los campos de concentración. Las películas se utilizaron como prueba irrefutable de las atrocidades cometidas por los nazis y, a la vez, como testimonio para que el pueblo alemán pudiera ver los crímenes cometidos con sus propios ojos. La producción y difusión de esas imágenes se justificaba a partir de su carácter indicial: huella tangible de lo real, probaban la existencia de los campos de exterminio.
A lo largo de más de una década, el documental fue utilizado por los gobiernos, como un instrumento de propaganda y como catalizador para la aceptación de las penurias; un catalizador que, más tarde, después del conflicto bélico, podría usarse como prueba en juicios de lesa humanidad o ante tribunales internacionales. Los documentales fueron exhibidos en salas cinematográficas pero tam-
bién en cuarteles, clubes, escuelas, iglesias, bibliotecas, oficinas y fábricas. Fueron el arma perfecta de los gobiernos para influir en la opinión pública, tanto durante como después de la guerra.
Marcos de guerra
La Guerra de Vietnam produjo una nueva intimidad con la muerte, un día a día del infierno replicado en la construcción de cientos de películas de ficción y series, que concentraron una importante reprobación del conflicto bélico. La lección fue aprendida: ese conocimiento exhaustivo de una contienda armada debía ser evitado. La intensidad de esa guerra, entre personas que no la habían vivido, se trasladó a las nuevas generaciones y a quienes simplemente no eran parte implicada logrando que el impacto de esas imágenes aún perdure, aunque fueran las últimas registradas con tal emocionalidad y profusión.
EE.UU., así como la burguesía en todas sus expresiones, ha ejercido con enorme eficiencia el objetivo de hacer creer que sus intereses, patrióticos y/o económicos hegemónicos, son los del mundo occidental. De la misma manera, la industria hollywoodense ha logrado acumular hitos, héroes y proezas en las conciencias de las personas del mundo, haciendo pasar como propias guerras que solo los beneficiaban a ellos y cuyo objetivo era consolidar su posición dominante, propagando sus historias e involucrando en sus glorias y fracasos al mundo entero.
A partir de 1991, año en que aparecen los primeros misiles portando una cámara, se materializa esa alianza indestructible tempranamente evidenciada entre imagen y poder de fuego. La tecnología armamentística diseña entonces los drones suicidas, presentando una muerte tecnificada, ascética, sin sangre, cuerpos ni heridos, tal como se presentó la Guerra del Golfo. En esa contienda, se eliminó a 243 mil iraquíes, mostrando los blancos de ataque como centelleos que semejaban un videojuego. Un uso de la fuerza militar por parte del Estado norteamericano que no buscaba sensibilizar sino, más bien, producir una cobertura televisiva global y fría que encapsulara la muerte en una pantalla privada de pathos: una guerra sin agentes responsables que devenía en puro acontecer de un ojo mecánico prescindente de cualquier voluntad humana. Un registro anónimo de cuerpos, ajeno al dolor y lejos de los documentales que amontonaban muertos. No televisar los estragos de la Guerra del Golfo, suponía –ante todo– restarle entidad y existencia a la crueldad, no ceder ante las opiniones negativas que la mostración de los cuerpos destrozados eventualmente pudiera acarrear. Por negación, se trabajó en ese encuadre ético que está en la base de cualquier acción política. Que en la Guerra del Golfo “no se hayan visto los cuerpos” corresponde a una política comunicacional altamente exitosa, que se repetirá a posteriori. Los medios de comunicación, aunque apoyaron esa guerra con entusiasmo, no propiciaron la emocionalidad. A lo largo del régimen de Bush, se asistió a un claro esfuerzo por parte del Estado norteamericano por regular el campo visual; se impuso, entonces, el consenso de informar solo desde la perspectiva establecida por las autoridades gubernamentales y no mostrar los cadáveres arrojados por la contienda. A partir de entonces, en las últimas dos décadas, paulatinamente se naturalizó una estética bélica basada en la lógica del videojuego: una guerra deshumanizada donde los destellos de
luz son el mínimo indicio del acontecer de las muertes generadas por los misiles. Las guerras en Siria, Ucrania o en la Franja de Gaza responden a este patrón estético que exige una cobertura mediática mínima, reducida a breves intervenciones de corresponsales, de modo de ejercer un estricto control sobre la información que manejan, y a una visualidad deshumanizada, que torna al conflicto en un mero discurrir de pixeles. Aceptar esta ideología estética, sin más, supone resignar el último encuadre ético que la reflexión humanística puede ofrecer sobre la guerra.
En varias de sus intervenciones, Judith Butler9 conjetura sobre qué significa volverse éticamente receptivo al dolor y sufrimiento de los demás, qué marcos concretos permiten la representación de lo humano y qué otros no. La aceptación, por parte de los medios de comunicación, de no mostrar imágenes de los muertos de la guerra sobre la base de que esto socavaría todo esfuerzo bélico desplazó la reflexión sobre lo indicial (propio de la imagen analógica) al marco: más allá de la reversibilidad de la imagen digital, hay un marco de inteligibilidad de la imagen a partir del cual los Estados construyen los consensos y la legitimidad de su accionar. El marco es lo que permite que la guerra se acepte o no, ofreciendo una cantidad de certezas sobre esa visualidad decodificada en tanto “realidad”. Esto significa que el marco está siempre excluyendo algo que queda afuera, en términos de des-realización: un buen ejemplo de esto es observar cómo los medios occidentales, una vez desatada la Guerra de Ucrania, excluyen de la grilla a la cadena internacional de noticias RT (Russia Today) por ofrecer una explicación sobre el conflicto que se contrapone a la que intentan imponer.
Pero en la era de la circulación digital, los marcos no se mantienen estáticos. Aún cuando la prensa hegemónica ofrezca un marco certero sobre cierta versión del acontecer bélico, esa no-realidad fugitiva que circula por fuera del marco aparece de manera espectral, en forma de realidades perdidas que no dejan huellas pero que atentan contra el monopolio del sentido. Las formas contemporáneas de reproductibilidad y circulación de la imagen hacen que todo intento por controlarla dentro de un marco estático se vuelva vano, el precio de esa libertad es la pérdida definitiva de su espesor referencial: todo el poder de la imagen se desvanece en la incerteza. Entonces se impone una pregunta –¿esto es real?– junto a un único imperativo: jugar.
Aceptar esta ideología estética, sin más, supone resignar el último encuadre ético que la reflexión humanística puede ofrecer sobre la guerra.
El pabilo del juego
La idea desarrollada por Alessandro Baricco de que la revolución digital, operada en la bisagra de entre siglos, se desarrolló sobre la lógica de un videojuego es convincente, en gran medida porque recuerda la contundente tesis desarrollada por Johan Huizinga en Homo ludens : la cultura surge del juego, es juego y se desarrolla jugando. Si el historiador holandés se abocó al estudio de las sociedades arcaicas sobre las que acopió abundante documentación, para afirmar que incluso la vida comunitaria “se juega” –el derecho, la poesía, el culto, la guerra, la danza y la música inclusive habrían nacido como formas de competencia noble y fue a través de ese espíritu lúdico que se desarrollaron y perfeccionaron10 –, el escritor italiano se aboca a la élite cibernética de Silicon Valley para observar un nuevo despuntar del juego como función motora de la cultura. Para Huizinga, la formación de clubes clandestinos y el gusto por los salones, típico del Siglo de las Luces, sus asociaciones literarias y la afición por las sociedades secretas serían los últimos destellos de esa matriz lúdica de occidente que luego, en el siglo posterior, con su ideal utilitario de bienestar burgués terminaría encorsetando en la noción de “niño” y en los dispositivos disciplinares que con ella se impone. El despuntar lúdico que observa Baricco, en The Game 11, podría ser pensado, entonces, no como “un colapso de paradigmas” sino como un resurgir, una actualización o refresh del motor mismo que singulariza lo humano.
Con todo, de algo no cabe dudas: la revolución digital de las últimas décadas solo puede cabalmente explicarse una vez que se observa que todas las herramientas y proyectos tecnológicos pergeñados entre los años 1999 y 2006 fueron ideados con la lógica de un videojuego: instrumentos fáciles de utilizar, coloridos y de resolución sencilla guiados por el imperativo del divertimento de “pasar al siguiente nivel”.
Los sujetos nacidos en el siglo 21 han sido tempranamente escolarizados en esa lógica gaming. Usamos ordenadores, smartphones, herramientas digitales que simplifican nuestra existencia diaria y que se crearon so-
bre la ideología estética de los primeros videojuegos. Hoy, por ejemplo, para jugar a Fortnite solo basta con descargarse el juego, abrirlo en el télefono o la tablet y comenzar. Los pibes se entrenan, en este juego o en cualquier otro, a sabiendas de que la vida competitiva que tienen es corta: a los veintitantos ya “el juego” los descarta, porque pierden velocidad y reflejos. Fortnite es uno de los tantos juegos que pululan, y como la parte vale por el todo, sirve detenerse en la ideología estética que lo sostiene. Primeramente retengamos que se trata de un TPS (Third-Person Shooter, es decir un videojuego en 3#D en el cual el personaje que juega aparece también en la pantalla) online, multiplataforma, que se ofrece en tres modalidades distintas: Salvar el mundo, Battle Royale y Modo creativo. En la primera modalidad, cuatro jugadores cooperan entre sí, con el objeto de salvar a los pocos humanos que sobreviven en una Tierra postapocalíptica, y que son perseguidos por criaturas misteriosas. En la segunda modalidad, Battle Royale, cien jugadores se encuentran en una isla desierta, para combatir todos contra todos (el arma que tienen al comienzo es un pico –sí, como el arma con que asesinaron a Trotsky–). En la tercera, es el jugador el que crea mapas y modalidades de acción a su gusto. Hay, por tanto, según el juego, tres lógicas posibles que definen el accionar de las personas: salvar, destruir, crear.
La espiral del tiempo nos lleva a la milenaria China, a un antiguo juego de mesa, llamado Go, parecido al ajedrez pero más complicado, porque de los veinte movimientos iniciales que posee el ajedrez el go los lleva a trescientos sesenta y uno. Si se consigue superar la primera jugada, en la segunda habrá a disposición no ya 400 soluciones, que ofrece el ajedrez, sino 130.321. Los programadores de AlphaGo crearon un ordenador capaz de memorizar las 30 millones de partidas de go registradas por humanos y, más luego, crear movimientos por su cuenta. AlphaGo tiene un nivel de juego superhumano, porque aplica estrategias y crea jugadas impensadas aún. A este tipo de inteligencia se la llama “inteligencia artificial” ya que se construyó sobre una red neuronal similar a la de los seres humanos, como la máquina de Turing. La IA ahora desquicia imágenes, tritura y reversiona textos, evade todo tipo de controles. Puede todo pero no puede nada, porque el pabilo del juego sigue siendo lo humano. I can´t shoot them anymore, canta Bob Dylan en el film Pat Garret y Billy the Kid (1973), como pidiendo que el mundo se detenga mientras golpea las puertas del cielo.
1 Steyerl, Hito. Los condenados de la pantalla. Buenos Aires, Caja Negra, 2014, p. 97.
2 Farocki, Harun. Desconfiar de las imágenes. Buenos Aires, Caja Negra, 2015.
3 Sekula, Allan. “The Instrumental Image: Steichen at War” en: Photography Againts the Grain. Nova Scotia College of Art Press, 1984.
4 Cit. Berger, John. Mirar. Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1998 (1980), p.76. Ver también: Sontag, Susan. On Photography. New York, Farrar, Straus and Giroux, 1977.
5 Roa Bastos, Augusto. El sonámbulo. Córdoba, Caballo negro editora, 2020, p. 58.
6 Ver: Imágenes del Río de la Plata, crónica de la fotografía rioplatense 1840-1940, textos de A. Becquer Casaballe, edición gráfica M.A. Cuarterolo, Editorial del Fotógrafo, 2da. edición, Buenos Aires, 1986.
7 Dubois, Philippe. El acto fotográfico. De la representación a la recepción. Buenos Aires, Paidós, 1994, p.50. Ver también: Krauss, Rosalind. Lo fotográfico. Por una teoría de los desplazamientos. Barcelona, Gustavo Gillim, 2002. Barthes, Roland. La cámara lúcida. Buenos Aires, Paidós, 1990. Ver, además, el Dossier Fotografía, de la edición nro. 11 de Boca de Sapo.
8 Huston, John. A libro abierto Memorias. Madrid, Espasa Calpe, 1989.
9 Ver de Judith Butler: Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Barcelona, Paidós, 2009. Violencia de Estado, guerra, resistencia. Por una nueva política de la izquierda. Buenos Aires, Katz, 2011.
10 Huizinga, Johan. Homo ludens. Buenos Aires, Emecé, 1968.
11 Baricco, Alessandro. The Game. Barcelona, Anagrama, 2019.
NOSOTROS CONTRA ELLOS REDES Y POLARIZACIÓN
Una nueva forma de polarización se impone con las redes sociales y acrecienta la intensidad con que las personas vivencian sus apegos o discrepancias. ¿Cómo y por qué determinados mensajes inciden en el estado de ánimo, para incentivar el odio o la calma? ¿Qué sucede cuando alguien refuta o afirma nuestras creencias? Basado en decenas de experimentos en el uso de redes sociales realizados en la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, los Estados Unidos y México, los autores reflexionan sobre ese gigantesco laboratorio contemporáneo que son las redes sociales.
Por Ernesto Calvo y Natalia Aruguete
“Todo lo que existe en este vasto universo es un pato o no es un pato.”
Anónimo
Habitamos un mundo polarizado en en el cual cada ciudadano percibe a las y los otros como extraños, distantes, extremos. En cartografía, las antípodas son puntos que se encuentran en lados opuestos del planeta. Una interpretación frecuente de la polarización es que más gente vive en cada uno de estos extremos. Estamos polarizados porque el resto de los ciudadanos ya no son lo que eran, han cambiado y expresan preferencias extremas, radicalmente distintas a las nuestras. Entre Corea del Norte y Corea del Sur hay solo una franja angosta en la que no vive nadie, jocosamente denominada Corea del Centro. Esta es la visión más frecuente de la polarización política.
Existe otra interpretación de la polarización que no pone el énfasis en el cambio de preferencias sino en la intensidad de nuestros afectos, conexiones, espacios. Cuanto mayor es el diámetro del planeta, mayor es la distancia entre sus lados opuestos, no importa si permanecemos inmóviles. Si inflamos la Tierra como si fuera un globo y aumentamos su circunferencia, las distancias entre todos los puntos dispuestos sobre el planeta se acrecientan aun si todos permanecen inmóviles, clavados en sus posiciones originales. La polarización aumenta porque el espacio de la política se expande, porque crece la visibilidad e importancia de la esfera pública. En cosmología esto se denomina inflación. Las galaxias se alejan entre sí porque el universo se expande y no porque las galaxias viajen en direcciones opuestas. La polarización aumenta si el espacio político se vuelve más intenso, se infla. La angosta franja de Corea del Centro es un espejismo, resultado de no entender esos vastos espacios que se abren entre todos los puntos dispuestos sobre el globo terráqueo. Esta es la polarización afecti-
va. Un tipo de distancia que depende de cuán intensas son nuestras preferencias y no de cuáles son las políticas públicas que nos gustan.
Nos interesa explorar estas dos visiones del distanciamiento político. Describimos una polarización que es resultado de cómo cambian nuestras preferencias y otra polarización que depende de nuestros afectos, de cuán importante es la política en nuestras vidas. Retomamos preguntas nodales que habíamos discutido en nuestro libro anterior, Fake news, trolls y otros encantos (Calvo y Aruguete, 2020), donde indagamos sobre la conformación de comunidades afectivamente polarizadas en las redes sociales y sobre sus consecuencias en el consumo de noticias, en nuestro comportamiento comunicacional.
En esta oportunidad buscamos tornar “legibles” a las redes sociales. Explicar cómo circulan distintas narrativas sociales en el mundo digital, qué mensajes aceptamos y cuales queremos amplificar. Sin embargo, quedaron sin responder muchas preguntas importantes. No explicamos cómo el enojo incide en un aumento de la polarización, o en qué medida la alegría disminuye dicha polarización. No analizamos el efecto de nuestro estado de ánimo en la interpretación de los mensajes políticos o cómo podemos intervenir activamente en las redes sociales para reducir la polarización política y afectiva. No analizamos estrategias para minimizar la circulación de contenidos tóxicos o para reducir las dosis de desinformación que consumimos.
Aquí pretendemos recoger el guante y levantar la apuesta: necesitamos comprender cómo cambia la polarización cuando se interviene de forma activa para reducir la dosis de noticias falsas que se consumen o cuando se informa a los usuarios que algunos contenidos son verdaderos y otros, falsos; es decir, discutimos cómo las intervenciones en las redes sociales modifican la percepción de que existen amigos que apoyan o enemigos que atacan.
Estos interrogantes son centrales para reducir los niveles de violencia discursiva en la comunicación digital. Son también clave para reparar la confianza perdida en las instituciones democráticas y en el valor social del debate público. En su libro La construcción del enano fascista (2023), Daniel Feierstein explora la potencialidad de que los argentinos seamos “hablados y actuados por el odio, (que habitemos) formas de violencia específicas que logran redirigir nuestras frustraciones hacia determinadas fracciones sociales”1. Odiar el ágora, odiar ese espacio en el cual debatimos públicamente, es
una de las principales formas de debilitamiento de las instituciones democráticas. La proliferación de noticias falsas y la desconfianza en la intención comunicativa de nuestros semejantes tienen consecuencias inmediatas y negativas en los niveles de intolerancia e incivilidad política. Esto nos preocupa, nos interpela como académicos y como sujetos políticos. Dar respuestas sociales a estos problemas requiere intervenir de forma activa, generar alianzas con colegas y trabajar colaborativamente.
A mediados de 2019, seis meses antes del primer brote de Covid-19 y en vísperas de la elección presidencial en la Argentina, nos reunimos con nuestros colegas de Chequeado Argentina (liderado en ese momento por Laura Zommer), y con el Grupo de Investigación para el Desarrollo [Development Research Group] del Banco Inter-Americano de Desarrollo, conducido por Carlos Scartascini. El interés común era evaluar el tipo de intervenciones que reducen la incidencia de noticias falsas y que aumentan la confianza en el valor del discurso público. Para ello, discutimos extensamente experimentos e intervenciones para entender por qué los votantes de América Latina comparten textos, imágenes y noticias en las redes sociales y en qué medida la actividad en redes afecta el nivel de confianza de las y los votantes en las instituciones democráticas.
Confirmar nuestras creencias y refutar las creencias de los otros
Si bien nos moviliza la preocupación práctica sobre cómo disminuir la violencia discursiva y la polarización social, creemos que nuestra contribución teórica es igualmente relevante. El mundo binario que describimos en las siguientes páginas está caracterizado por dos tipos de proposiciones: confirmaciones y refutaciones. Para entender por qué los mensajes políticos nos polarizan, describimos en detalle las consecuencias políticas, discursivas y afectivas de confirmar nuestras creencias o de refutar las creencias de los otros.
Vale la pena reforzar el sentido de nuestra propuesta. Pensemos en un mundo en el cual siempre tenemos la razón, pero esta viene en dos posibles encuadres: confirmaciones o refutaciones. Podemos tener razón porque confirmamos lo que nos gusta: “Es cierto que dije la verdad”, o podemos tener razón porque refutamos aquello que no nos gusta: “Es falso que dije una mentira”. La primera versión disminuye las distancias afectivas entre nosotros y el mundo. La segunda versión las aumenta.
Las confirmaciones nos producen placer, alegría, optimismo. Las refutaciones, en cambio, acrecientan nuestro enojo, asco, desazón. Las confirmaciones son compartidas entre los nuestros, son motivo de celebración
Las refutaciones están dirigidas a los otros, son dichas con tono agraviante y defensivo. Cuando analizamos las consecuencias políticas, cognitivas y afectivas de mensajes que confirman nuestras creencias o que refutan las creencias de los otros, podemos observar que la polarización disminuye, en el primer caso, y aumenta en el segundo, como si el globo de la Tierra se volviera más pequeño o como se agigantara.
Una confirmación es una proposición que toma la forma “Es cierto que p ” y, al hacerlo, decide el resultado de un argumento (o un conflicto) entre dos o más individuos. La confirmación de una creencia es también una validación del individuo o grupo: “Usted tiene razón”.
Una refutación es una proposición que toma la forma “Es falso que no p ” La refutación denota un perdedor en la contienda: “Usted no tiene razón”, y es la otra cara de la confirmación: “Yo tengo razón”. Estas dos proposiciones, aunque lógicamente equivalentes, no lo son en lo comunicacional. “Yo tengo razón” es comunicada con mayor frecuencia que “Usted no tiene razón”. Si tomamos el ejemplo anterior, la proposición “Es cierto que dije la verdad” es comunicada con mayor frecuencia y en un tono más optimista que “Es falso que dije una mentira”.
¿Por qué preferimos las confirmaciones y rechazamos las refutaciones? Porque aceptamos y compartimos aquello que celebra nuestros aciertos, valida nuestras creencias e identidades, nos premia y nos incluye. La confirmación es una validación del individuo o grupo, una “vuelta olímpica” para celebrar que nuestras creencias ganaron. En cambio, nos resistimos a diseminar mensajes que acrecientan nuestro enojo, asco o desazón, como ocurre con la gran mayoría de las refutaciones.
Para demostrar el efecto despolarizante de las confirmaciones y el efecto polarizante de las refutaciones, introducimos al lector en un tipo particular de experimentos basados en encuadres equivalentes, es decir, experimentos en los cuales el mismo contenido es presentado como confirmación o como refutación. ¿Qué distingue a un vaso medio vacío de un vaso medio lleno?
¿Son idénticas las paradojas del mentiroso (“Yo siempre miento” y “Yo nunca digo la verdad”)? ¿Son equivalentes la confirmación “Es verdad que las vacunas son efectivas” y la refutación “Es falso que las vacunas no son efectivas”?
En estos tres ejemplos comunicamos el mismo contenido. Un vaso medio lleno o medio vacío contiene la misma cantidad de agua. La paradoja del mentiroso de Bertrand Russel es igualmente contradictoria si “yo siempre miento” o si “yo nunca digo la verdad”. Las vacunas son un bien público si, en efecto, confirmamos que inmunizan contra una enfermedad o si negamos que no inmunizan.
Por más que los encuadres equivalentes describen un mismo dato de la realidad, sus efectos comunicacionales difieren. Una misma información es compartida frecuentemente cuando es presentada como confirmación, pero es compartida en forma limitada cuando es presentada como refutación. Al confirmar nuestras creencias, las distancias políticas y afectivas se perciben como pequeños arroyos que podemos atravesar con un salto. En cambio, la refutación es un río ancho e intransitable.
Un mundo binario no es simplemente un mundo donde todo es negro o blanco; se trata, además, de un mundo donde reaccionamos positivamente cuando negro es confirmado y negativamente cuando blanco es refutado. En un mundo binario, “El objeto es negro” resulta idéntico a “El objeto no es blanco”. Sin embargo, “Es cierto que negro” se comparte con distinta frecuencia que “Es falso que blanco”. En el corazón de este ensayo hay una asimetría, que es fundamental para entender la comunicación en un mundo polarizado.
Adjudicación
Un mundo binario es un mundo de litigados, litigantes y jueces. La decisión “Usted tiene razón” o “Usted no tiene razón” debe ser enunciada por un actor externo. Jean François Lyotard discutió extensamente el problema de la adjudicación en su clásico La diferencia (1988).2 La adjudicación decide un diferendo entre dos argumentos que describen distintos universos de creencias y no admiten una resolución o acuerdo. No hay consenso, hay lucha, agonía, triunfo y derrota. El adjudicador da la razón a una de las partes; pero, al hacerlo, violenta al sujeto que es negado.
Hay dos creencias sobre el mundo: las nuestras y las de los otros, y un adjudicador que decide quién tiene la razón. En ocasiones, la decisión es aleatoria o, como se dice en economía, “es tomada por la naturaleza”. Cuando tiramos al aire una moneda y el resultado es cara o ceca, uno de los apostadores gana y el otro pierde. Otras veces la decisión queda en manos de los votantes,
quienes eligen a sus representantes o le dan mayor cantidad de votos al sí o al no en un referéndum. En otras, es dictaminada por un juez, quien absuelve o condena al acusado y, de esa forma, premia o penaliza al acusador. Un mundo binario no es solo un mundo de creencias en conflicto: se trata, además, de uno de adjudicaciones. El día después de las elecciones, los medios de comunicación explican por qué el ganador debía ganar; los fact checkers explican por qué la publicación en Facebook era falsa, el juez justifica el castigo dado al condenado. En el acto de adjudicar, individuos e instituciones anuncian: “Usted tiene razón y, en cambio, usted no”. Desde el punto de vista comunicacional, no interpretamos del mismo modo “Es cierto que es negro” y “Es falso que es blanco”, porque “Yo estoy en lo correcto” no es equivalente a “Usted está equivocado”.
A lo largo de tres años, realizamos decenas de experimentos en la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Estados Unidos y México para entender el efecto de las confirmaciones y las refutaciones en un mundo polarizado. Estos experimentos ofrecían un mismo contenido a distintos encuestados, a veces como confirmación y a veces como refutación. Mientras algunos leyeron mensajes de Facebook que afirmaban “Es cierto que las vacunas son efectivas contra la variante Omicrón”, otros leyeron el mismo contenido como refutación “Es falso que las vacunas no son efectivas contra la variante Omicron”. Dos formas de decir que las vacunas son efectivas, como confirmación o refutación, producen efectos comunicacionales completamente distintos.
Al diseñar cada uno de estos experimentos, discutimos durante horas cómo confirmar o refutar el universo de las políticas públicas existentes: aborto, voto universal, impuestos, crimen, racismo, xenofobia. En el estudio
Esto no es una pipa: ensayo sobre Magritte (1975), Michel Foucault utiliza el conocido cuadro de René Magritte La traición de las imágenes para criticar la arbitrariedad del lenguaje y describir su relación con el conocimiento. Hoy es posible utilizar la obra de Magritte para demostrar la arbitrariedad afectiva del lenguaje. A la versión original de Magritte (ligeramente adaptada con la leyenda “Es cierto que esto no es una pipa”), las redes sociales contemporáneas agregarían otras versiones alternativas (“Es cierto que esto es una pipa”, “Es falso que esto es una pipa”, “Es falso que esto no es una pipa”, ver figura P. 1), cuyos efectos comunicacionales difieren. En estas páginas, queremos entender por qué los individuos dan “me gusta” y comparten “Es cierto que esto no es una pipa” con distinta probabilidad que sus versiones alternativas.
Gustar, compartir, comentar De todas las cosas que son verdaderas o falsas y de aquellas que sabemos y nos gustan, decidimos compartir solo algunas en las redes sociales. ¿Por qué compartimos solo algunas versiones de Magritte? Los experimentos que presentamos a continuación explican los distintos mecanismos por los cuales cliqueamos en “me gusta”, compartimos y comentamos publicaciones. Las versiones equivalentes de La traición de la imagen difieren en su simpleza cognitiva y en su belleza proposicional, en nuestra interpretación de lo verdadero y lo falso e, incluso, en nuestra intuición sobre el valor intrínseco de la palabra “verdadero” y “falso”. Estas diferencias afectan nuestra intención comunicativa, nuestro acto de compartir en el mundo y, en definitiva, nuestra decisión de amplificar contenidos en las redes sociales.gen” de Rene Magritte: las diagonales muestran encuadres equivalentes
En las redes sociales, el acto de “gustar”, “compartir”, “comentar” e “ignorar” habilita contenidos en los muros de nuestros contactos. Un mundo binario, dominado por confirmaciones o por refutaciones, altera las dosis de información consumida a diario. El mundo se ve dis-
La refutación Esfalso que esto esunapipa es lógicamente equivalente a la confirmación Es cierto que esto no es una pipa . La confirmación Es cierto que esto es una pipa es lógica y semánticamente equivalente a Es falso que esto no es una pipa Sin embargo, las equivalencias lógicas no necesariamente son comunicadas con la misma probabilidad. Aquí mostramos que estas equivalencias también nos interpelan política y afectivamente.
tinto si está dominado por confirmaciones o por refutaciones, porque estas proposiciones no circulan con la misma probabilidad y no tienen las mismas consecuencias políticas y afectivas. El mundo de las refutaciones no solo es áspero y agresivo, sino que tiene una menor probabilidad de ser compartido que el mundo de las confirmaciones.
Un mundo binario puede ser un mundo de batallas agónicas que definen nuestra supervivencia, aunque también de mensajes identitarios relativamente banales. “Todo lo que existe en este vasto universo es un pato o no es un pato”, dice el epígrafe de este prefacio. Esta frase anónima, que circula en las redes sociales, describe sarcásticamente el mundo proposicional binario en el cual, si se ve como un pato, si camina como un pato y si grazna como un pato, es un pato. Todo lo que existe en este vasto universo puede ser arbitrariamente descripto en forma binaria, tanto lo que es fundamental para nosotros, como nuestras preferencias pro- o anti-aborto, o aquellas cosas que son triviales, eso que se ve, camina y grazna como un pato. No todo mundo binario es agónico, pero está conformado por refutaciones y confirmaciones.
Es cierto que esto es un agradecimiento
Con la convicción de que afrontar un mundo digital plagado de violencias requiere trabajar con colegas y otras instituciones, en los últimos años realizamos una serie de estudios sobre la circulación de sentido en el entorno digital de manera colaborativa. El trabajo inicial que realizamos con Chequeado y con el BID consistió en el diseño de cuatro encuestas en la Argentina, Brasil y México, ejecutadas entre diciembre del 2019 y abril del 2020.
La recolección de datos observacionales y los experimentos de esta primera colaboración produjeron resultados esperados y algunas sorpresas. Dentro de lo previsto, verificamos que los usuarios comparten, con mayor probabilidad, los mensajes que se ajustan a sus creencias (cognitivamente congruentes) y, con menor probabilidad, aquellos que difieren de sus ideas (cognitivamente disonantes). Asimismo, corroboramos que los usuarios en redes sociales aceptan con entusiasmo las correcciones (fact checks) que confirman sus creencias, pero dudan de la validez de aquellas que las cuestionan. Coherentes con estas reacciones, los mensajes que disputan nuestras creencias producen enojo, asco y pesimismo, los que las validan provocan alegría, entusiasmo y, en algunos casos, optimismo.
Otros resultados fueron inesperados: los mensajes polarizantes no
solo generaron enojo, también aumentaron la percepción subjetiva de riesgo sanitario. En el contexto de la pandemia, observamos que la percepción de vulnerabilidad por parte de la ciudadanía ante el Covid-19 aumentaba o disminuía en función del alineamiento político con el oficialismo o con la oposición, del nivel de enojo ante los posteos que les mostramos y de la distancia política con el contenido del mensaje. La pregunta “¿Me puedo enfermar de Covid?” interpeló de manera disímil a los encuestados que se identificaron con uno u otro partido. Sus expectativas de enfermarse fueron más consistentes con sus preferencias políticas que con riesgos propiamente sanitarios.
La mayor sorpresa de esta primera ronda de encuestas, sin embargo, fue la diferencia que observamos en la propensión de los usuarios a compartir mensajes que confirmaban las creencias propias en comparación con aquellos que refutaban las creencias de los otros. Estar en lo correcto respecto de las verdades propias es más importante que estar en lo correcto respecto de las mentiras ajenas. Aun cuando los encuestados confirmen creencias previas, tener razón respecto de aquello que “correctamente creo” fue elegido frente a tener razón sobre aquello que el otro “equivocadamente cree”. Esta fue la primera indicación de que, como señalamos, confirmar y refutar no son equivalentes.
En los experimentos de la encuesta nacional realizada en noviembre de 2021 en Argentina, los mensajes preferidos de los oficialistas eran distintos a los mensajes preferidos por los opositores. En el 2021 y 2022, con nuevos experimentos acordados con Chequeado y el BID, analizamos el efecto de las
confirmaciones y refutaciones que expresan la misma idea en forma distinta: “Es cierto que las vacunas son efectivas” o, alternativamente, “Es falso que las vacunas no son efectivas”. El objetivo era evitar la ambigüedad de que las confirmaciones y las refutaciones fueran las preferidas de los distintos grupos de votantes. En los nuevos experimentos, un votante que quiere compartir “Es cierto que las vacunas son efectivas” también debería compartir “Es falso que las vacunas no son efectivas”. Por lo tanto, la única diferencia en la decisión de compartir tiene que ser explicada por motivos que no tienen que ver con la efectividad de la vacuna.
Nuestra intención es entrar en diálogo con el lector informado que busca entender cómo se expresa y reproduce la polarización política en las redes sociales. En los últimos años hemos tenido la suerte de vivir notables avances en el estudio experimental y de los grandes datos en las áreas de comunicación, ciencia política y computación. Sin embargo, el material es a menudo presentado en forma técnica y con un lenguaje que está dirigido a colegas que se dedican profesionalmente a “correr los datos”. Los resultados más interesantes suelen estar ocultos o escritos en un lenguaje críptico, en el esfuerzo de probar nuestras teorías.
¿Cómo comunicar en forma accesible docenas de
casos y experimentos que describen la estructura comunicacional de la polarización en las redes sociales? Nuestra apuesta es ofrecer una reflexión que permita entender cómo funciona la polarización en redes sociales. Comenzamos explicando cómo las plataformas interpretan nuestra decisión de dar “like”, “compartir” y “comentar” contenidos en las redes. Continuamos analizando una serie de experimentos con refutaciones y confirmaciones. Luego mostramos cómo dichas confirmaciones y refutaciones nos interpelan afectivamente. El objetivo es presentar una descripción de las proposiciones que circulan en un mundo binario, en el cual existen tan sólo dos clases de objetos: los que se ven, caminan y graznan como un pato, y aquellos que no.
1 Feierstein, Daniel. La construcción del enano fascista. Buenos Aires, Capital Intelectual, 2023, p. 14.
2 Aun cuando Jean-François Lyotard (1988) utiliza el término “dif-
erendo” [Le différend], la versión en español titula su traducción, erróneamente, “La diferencia”. Sin embargo, el estudio de Lyotard no busca analizar las diferencias entre grupos sino los diferendos legales, donde no es posible un acuerdo comunicativo. Cfr. Lyotard, J. La diferencia, Barcelona, Gedisa, 1988.
* Natalia Aruguete es profesora de la Universidad Nacional de Quilmes, de la Universidad Austral y del Instituto Universitario CIAS. Es investigadora independiente del Conicet. Doctora con mención en Ciencias Sociales y Humanidades por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Ha dictado cursos en niveles de grado y posgrado en universidades nacionales y extranjeras. Es colaboradora especializada en Página/12 y en la edición Cono Sur de Le Monde Diplomatique. Entre sus libros publicados se destaca El poder de la agenda. Política, medios y público (2015) y, junto a Ernesto Calvo, Fake news, trolls y otros encantos (2020) y Nosotros contra ellos. Cómo trabajan las redes para confirmar nuestras creencias y rechazar las de los otros (Siglo XXI, 2023), ensayo que enmarca la presente reflexión.
* Ernesto Calvo es Doctor por la Universidad Northwestern, profesor de Gobierno y Política de la Universidad de Maryland y director del Laboratorio Interdisciplinario para las Ciencias Sociales Computacionales (iLCSS). Sus trabajos han sido publicados en las principales revistas de Ciencia Política de Europa, Estados Unidos y América Latina. Sus más de sesenta artículos sobre política legislativa, elecciones y comunicación política han sido premiados en tres ocasiones por la Asociación Norteamericana de Ciencia Política (APSA). Entre sus libros más recientes se destacan Anatomía Política de Twitter en Argentina (2015) y Non-Policy Politics (2019).
Obras de Marcelo Alzetta
Por Matías Tejeda
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