BOCA DE SAPO 35 (VOL. 2)

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ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO

35 BOCA DE SAPO

Aguilar - Mendoza

Paredes - Kohan - Del Llano - Dámaso Martínez - Amante - Néspolo

Boito - Huergo - Pereyra - Gascón -González de León - Laudan

Homenaje a Noé Jitrik / Arte La formigonera del Poblenew - Miralda

Informe Emergencia Alimentaria en Argentina

VOL.2

COMIDAS Era digital, año XXIV, Abril 2023.

DOSSIER HOMENAJE A NOÉ JITRIK

UNA VIDA DE EXPERIENCIA Y RIESGO

Por Juan José Mendoza

BOCA DE SAPO 35. Era digital, año XXIV, Abril 2023. [COMIDAS] pág. 26

En noviembre de 1951, encontramos su nombre en el primer número de la revista Centro (1951-1960), revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Firmando un texto que se titula “Poema”. Si recordamos su delicada sensibilidad poética, no es difícil que este gran hombre, verdadero renovador de la teoría y la crítica, haya comenzado precisamente por allí: por la escritura de unos “desapercibidos” versos. Ya desde aquel texto, encontramos que lo fundamental para Noé Jitrik eran las atmósferas. La literatura es una cuestión de atmósfera. Los géneros son algo que viene después. Podríamos decir que es ese uno de los grandes asuntos del escritor polígrafo: encontrar en otra cosa, que no tiene nada que ver con las profesiones o los géneros, el pretexto para que una experiencia tan radical como la escritura se produzca. ¿Y qué encontramos en aquel primer poema de Jitrik? La palabra muerte subrayada, convocando ahora toda una historia circular que este modesto escrito de ocasión no quiere tener responsabilidad de cerrar. Sin mudarse de barrio, el mismo concierto de nombres que acompaña a Jitrik entre las páginas de la revista Centro da vida dos años más tarde a las arltianas páginas de la monumental Contorno . En los años cincuenta, Jitrik es el miembro pleno de una generación: nada menos que de la misma pléyade que ideó el concepto de generación para organizar el siglo. Allí deja estampado para siempre su nombre. Junto a los de Ismael y David Viñas, Jorge Lafforgue, Oscar Masotta, Ramón Alcalde, Juan José Sebreli, Adelaida Gigli, Regina Gibaja, León Rozitchner, Carlos Correas, Tulio Halperin Donghi, Darío Cantón, Adolfo Prieto…

¿Hasta cuánto tira la jabalina de una generación?

Para Jimena Néspolo, investigadora del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA, con Noé nos deja el último contornista, el último miembro de toda una generación. Sólo desde los tiempos de Contorno es posible pensar que, cada generación, se siente interpelada por las marcas de lectura de una troupe anterior. Pero aún así, y también desde Contorno, es posible pensar en jugadores indóciles, supervivientes impertérritos que, ante

cada nueva marca de cada nueva generación, todavía continúan haciendo nuevos lanzamientos. ¿Cómo comprender que, en el fondo, nunca nadie se le haya atrevido de veras a la generación parricida? Di Benedetto fue una marca contornista de Jitrik. Jitrik, que lo leyó en la segunda mitad de los 50, fue el primer gran lector de Di Benedetto. Hasta que en los 60 y los setenta, Juan José Saer primero y la revista Punto de vista después, lo relevaron a Jitrik en ese hito. ¿Por qué no leer como un triunfo que una generación posterior haya hecho suyas las marcas de lectores anteriores? Entreviendo el movimiento, Jitrik debió pergeñar luego una marca nueva. Así, fue sembrando de contraseñas novedosas la historia de las vanguardias. La Historia crítica de la Literatura Argentina es la consumación de todo ese proyecto que se proponía poner a las vanguardias en el centro. ¿Unir a las vanguardias con la historia: no es eso una aporía, una contradicción? Advirtiendo que las nuevas generaciones se retiraban de la vocación por la teoría y la crítica, algunos años después, lo encontramos a Noé trabajando en una nueva concepción de literatura por venir. Así, se comprende mejor el diseño de todo un nuevo concepto de escritura. Si antes que en Contorno o en Saer, en Piglia o en Sarlo, la vocación por la crítica había estado en Echeverría y en Borges, en Juan María Gutiérrez o en Sarmiento, ahora, la crítica para Noé, debía mudarse al interior mismo de la escritura, sin miramientos.

Contorno significó una ruptura con la crítica filológica y estilística que la había precedido. A partir de la empresa contornista, o incluso a partir del trabajo fundamental que dentro de la crítica realizan en la década del sesenta algunos de sus miembros más destacados, se allanará el camino para la contaminación teórica de la ficción, una curiosa empresa sin cuyo verdadero análisis se lee de un modo distinto toda la historia de la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX.

Escrito al filo de la década, Horacio Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo (1959) es el gran hito fundacional de aquella renovación de la teoría que

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Noé está emprendiendo. Leído en una cátedra de Literatura Argentina, el libro puede aparecer como el paradigma mismo de la renovación crítica aplicada a un solo autor. Comparado con Genio y figura de Horacio Quiroga, la ineludible biografía que Emir Rodríguez Monegal concibió en 1967, cuesta creer que el libro de Jitrik se haya escrito antes. Pero¿cómo? Jitrik todavía no ha ido a Francia, no se ha exiliado, no ha sido catedrático en México: ¿a qué bibliografía atribuir esa renovación? A la lectura de Maurice Blanchot, indudablemente, cuyo nombre aparece entre las páginas del libro, pero de quien Jitrik además toma algunos conceptos fuertes: experiencia, escritura –la idea de la escritura como una experiencia límite, la búsqueda de la obra–, la soledad, la relación de la literatura con la muerte. Difícil poner en un sintagma actual todas esas ideas juntas. Son, en efecto, palabras arrancadas de un mundo existencialista. ¿Horacio Quiroga encarna para Jitrik el ideal del escritor blanchotiano por excelencia o, a la inversa, en Quiroga encuentra Jitrik a un escritor con el cual probar sus lecturas últimas? Quiroga, que renuncia al mundo para dedicarse a la literatura, encuentra en la literatura toda la experiencia y el riesgo del mundo.

Entre los años cincuenta y la tercera década del siglo XXI, Noé ha sido el Director del Instituto de Literatura Hispanoamericana (1991-2022), coordinador de

los doce tomos de la Historia crítica de la literatura argentina (1999-2018), autor de libros claves y únicos, como El fuego de la especie (1971) o Destrucción del edificio de la lógica (2009). Y autor de “Las dos tentaciones de la vanguardia” (1995), uno de los ensayos más leídos en las carreras de Letras del país. En 1928, Huidobro huye disfrazado de Chile en limusina y raptando a una doncella. Tras el rapto de Ximena, va camino a Europa para transformarse en cosmopolita. En 1949 Neruda hace lo propio, también disfrazado. A caballo cruza los Andes con manuscritos de sus libros en alforjas. Es de notar –nos dice Noé en el primer párrafo–, que de esas dos experiencias tan radicales y opuestas, hayan salido dos libros fundamentales: Altazor y Canto general. Estudiar la arquitectura a veces equívoca de las oposiciones, es la tarea de ese ensayo.

Francisco Estévez y Enrique Baena, de la Universidad de Málaga, me escriben conmovidos por la noticia sobre Noé. Con Liliana Weinberg –miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y docente de la UNAM–, habíamos compartido hacía unos pocos meses algunos detalles sobre dos actividades recientes: ambas con la participación de Jitrik. Pablo Rocca, desde Uruguay, rememora su encuentro con Noé en los ochenta, cuando regresando del exilio, se alistaba para un ritual que sería una constante desde la recuperación de la Democracia: el de los Congresos de Literatura en las universidades argentinas.

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Fueron muchos los intercambios entre profesores y académicos desde el 7 de septiembre, cuando se conoció en el país la noticia de su delicado estado de salud. Noé no estaba en Buenos Aires. Había viajado a fines de agosto a Pereira, una localidad montañosa de Colombia, para dictar el que, lo sabemos ahora, sería su útlimo acto. Un largo mes comenzó a correr desde entonces. Para muchos, Noé tuvo la delicadeza de demorar su muerte. En el último tiempo, todos soñamos con Noé un poco. A lo largo de este mes, la interrumpida agenda de Jitrik reprogramó las nuestras. El 12 de septiembre, por ejemplo, la Universidad Nacional de las Artes y el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA, comunicaron la suspensión de las Jornadas “A cien años del nacimiento de las vanguardias latinoamericanas”. Las Jornadas eran una ocasión especial para celebrar el reencuentro de toda una comunidad. El propio Jitrik sería homenajeado. Que Noé no pudiera regresar al país para participar del encuentro le quitó mucho de su razón de ser a las jornadas mismas. Y las interrumpieron, de momento, un poco. Así, las palabras del homenaje, del agradecimiento, quedan en el misterioso estadío del suspenso. Las retomaremos pronto, con ese sentimiento indemostrable que da la certeza de que aquel a quien estaban destinadas ya no podrá escucharlas.

Tropezaremos con retazos de artículos suyos en la web. Pronunciaremos su nombre en nuestros cursos de literatura el próximo mes. Rozaremos sus últimos libros con nuestras manos, cuando pasemos la vista por los escaparates de una librería. Pasaremos nuestras yemas, como quien acaricia la piel suave de un animal, por la portada de un volumen suyo cuando ordenemos nuestra biblioteca. O acudiremos, lo sabemos, a las mesas y homenajes que, con justicia, se organizarán la próxima semana, el año próximo, el próximo mes. Con agradecimiento y admiración, del mismo modo en que, de hecho, lo hacemos hoy.

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* El presente texto fue leído el 20 de diciembre de 2022 en el Homenaje a Noé Jitrik organizado desde la Red Iberoamericana de Teoría y Estudios Literarios y la Asociación Universitaria Iberoamericana de Posgrado.

DOSSIER HOMENAJE NOÉ JITRIK

SEIS COMENTARIOS A SU BIBLIOGRAFÍA

Por Demian Paredes

La obra de Noé Jitrik, conformada por un centenar (largo) de títulos, se encuentra homenajeada, estudiada y difundida en la web de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, en un portal dedicado a él, a su vida y sus trabajos. A la completa lista bibliográfica incluida en el “Currículum de Noé Jitrik”, realizada por Roberto Ferro, hay que sumarle ahora los volúmenes aparecidos los últimos años en Brasil, México y Argentina, lo que incluye, también, la traducción de un volumen de relatos autobiográficos publicado en Italia: Luces intermitentes. Contratapas 2003-2019 (2019), Lámpara diurna. Intentos (2019), Ensayos sencillos (2021), I lenti tram (Los lentos tranvías, 2021), La vuelta incompleta (2021) y Un círculo (2022). Entre los múltiples y variados registros, de poesía, narrativa, crítica y ensayo –además de volúmenes híbridos e “indefinidos-indefinibles” (como podrían ser los “filosofemas” de El ojo de la aguja)– hay que agregar también el rol de Noé Jitrik como prologuista, coordinador, editor, y director, de distintos tomos antológicos (Atípicos en la literatura latinoamericana, Revelaciones imperfectas: estudios de literatura latinoamericana, Una enorme y digna libertad –una antología poética de Nicolás Guillén–), revistas (sYc y Zama) y proyectos colectivos e institucionales (como la conducción del Instituto de Literatura Hispanoamericana, perteneciente la Universidad de Buenos Aires), de los cuales la monumental narración coral de la Historia crítica de la literatura argentina –en doce volúmenes, publicados por Emecé entre 1999 y 2018– destaca ampliamente.

A continuación, se comentan, dentro de los tres registros más evidentes, solo un par de títulos, a modo de ligero subrayado. Comentarios, como un modo de acercamiento o recorrido posible para iniciar una lectura de estas obras, relacionando estos libros con otros más, entre tamaña bibliografía, una selva luminosa de palabras y creativas intenciones, invenciones, signos e interrogantes, observaciones, reflexiones, y teorías.

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Feriados es el primer libro que publica Noé Jitrik en 1956. Se inicia, así, lo que será una prolífica vida literaria y cultural, primero como parte del colectivo-revista-editorial Contorno , histórica publicación (reeditada y digitalizada hace algunos lustros por la Biblioteca Nacional) –con su antecedente en Centro– que renovó y relanzó la crítica literaria, y luego, continuando, incesante, un camino propio, siempre dentro del trabajo con la palabra y el lenguaje, en sus múltiples manifestaciones. Feriados es un poemario de 18 piezas –en versos de mediana y larga extensión, ocupando dos, tres y hasta cuatro carillas–, con una nota de Ismael Viñas en la primera solapa (no hay ningún texto en contratapa), saludando los poemas, viendo allí “una lenta, un poco desoladora lucidez, empeñada en reconocer, en recordar, con reminiscencias que parecen presagios. Un Buenos Aires reencontrado”. Efectivamente, las piezas de Feriados contienen simbologías y confesiones, abundantes referencias a la ciudad a Buenos Aires en particular (cabe mencionarse como dato biográfico que la familia de Noé abandona Europa y se instala en Rivera, Provincia de Buenos Aires, en condiciones muy humildes, para finalmente mudarse, algunos años

después, a la Capital Federal, como se cuenta, entre otros libros, en Atardeceres).

La ciudad ¡y cuánto más!, en este fragmento del poema “Domingos”: “Ahora te vas otra vez pensativo/ creyendo que estás oscuro de sufrimientos./ Es como si todo el modernismo,/ el de las casas y aparatos y mujeres,/ usara de tu cuerpo para morirse./ Vas por una calle cualquiera,/ por Lima Oeste junto a los trenes/ o por Entre Ríos vas bajando afiebrado.” Y en “Días de porteño”: “No es la primera vez que pierdo el tren./ [...] Ahora otra cosa: no hay nadie por las calles/ las calles están húmedas los coches implacables:/ es un mar de humedad nauseabundo/ que tapa las luces de mi ciudad sin luz.” Y en “Fin de Buenos Aires”, en un momento: “¡Buenos Aires, Buenos Aires te rescato yo!/ ¿Quién te proteje sinó? Furtivo y/ pálido sin certidumbre allá voy/ a exponer lo que queda de mí aunque es poco,/ [...]/ Buenos Aires y yo/”. Y además de esto, otro poema lleva por título “Jeremías en Buenos Aires”.

Este comienzo, que es de apuesta por la poesía, se mantendrá como una constante, como se puede apreciar con los siguientes poemarios –entre otros intereses, trabajos y lances–, y con la experiencia de Zona de la Poesía Americana , otro colectivo-revista y proyecto editorial, llevado adelante junto a Edgar Bayley, Miguel Brascó, César Fernández Moreno, Alberto Vanasco, Paco Urondo y otros. La ciudad, además, será una constante en sus artículos, e incluso en intervenciones orales. Puede verse al respecto, en el volumen La ciudad viva. Buenos Aires 1963 (2009), “Estrépito y libertad de Buenos Aires”, lectura de un texto en Radio Municipal, ese año. Allí dijo:

seguramente idealizo lo que para muchos es una catastrófica condena y que yo por el contrario siento como un fervor concentrado y luego difuminado, donde aparecen y se transforman todos los rasgos de nuestro ser, algo indefinible pero laboriosamente existente. Idealizo, tal vez, las calles y los bares: me empeño en rescatar hechos vividos allí como si tuvieran una textura heroica, siento a partir de mi recuperación que penetro en las hondonadas de la ciudad y la reduzco a la medida del sentido de mi vida

Poesía 1.
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Tres décadas después, cuando Noé realice para México una selección de su poesía para la serie de cuadernillos Material de lectura de la UNAM (volumen 117, “Poesía Moderna”, 1987), habrá piezas de El año que se nos viene y otros poemas (1959), Addio a la mamma (1965), Comer y comer (1974), y Díscola cruz del sur ¡guíame! (1986), pero ni una sola de Feriados y habrá, además, en el Material, una sección final titulada “Las cartas que no se mandan”. En su “Nota introductoria”, Noé, aduciendo que “no tiene ejemplares” a mano de Feriados, detalla que aquello que hubiera de “confesional” no era (es) una línea de su agrado, y que su apuesta fue insinuándose algo mejor, y aún parcialmente, desde el segundo volumen de poesía, al ir hacia una mayor objetividad, reflexión y brevedad, cuestiones que –como se puede ver en un volumen de varias décadas posteriores– desarrolló y logró mucho más cabalmente en Cálculo equivocado.

2

Publicado en Argentina en 2009 por Fondo de Cultura

Económica, Cálculo equivocado incluye seis poemarios –nada menos–, escritos entre 1983 y 2008: Última copa y no va más , El vals de otro tiempo , El tango del filósofo , Anatomías , Ocasionales y Erráticas . Con un prólogo de Rodolfo Alonso, el volumen fue presentado en la Embajada de México, con la actriz y docente teatral Cristina Banegas y el escritor y crítico Jorge Monteleone.

En la sección anatómica, por ejemplo, campea el humor: “El pelo/ puede estar o no estar/ pero es mejor/ que esté/ donde debe estar”; también en las erráticas, en la autoironía del llamado medio literario en “Canes”: “Afligidos/ por las enormes/ discrepancias/ contradicciones/ disputas/ acerca del tono musical/ del ritmo/ y la voluntad/ de ciertos discursos/ políticos/ o políticoliterarios/ o literarios/ u hospitalarios/ no nos queda otra/ que plañir/ que llorar/ que meternos en la cucha/ y ladrar.” También, entre otros tonos y sentidos, puede leerse en “Lo que queda de vida”, pieza en la que Louis Aragon irrumpe, junto a la voz del poeta que rinde su tributo a los fondos y pulsiones del inconsciente, manteniendo su apuesta por la poesía y la escritura: “pero no sé qué hacer con el tiempo/ que me queda de vida// lo único que puedo hacer/ es escribirlo/ escribir lo que regresa sin haberse ido/ el empeño de unos en cantar/ el de otros en escribir/ esa contienda/ ancestral”.

En su prólogo, Alonso ha destacado, junto a la poesía de Cálculo equivocado y los libros anteriores, la fecundidad del trabajo de Noé Jitrik en los demás registros literarios y en la crítica y la academia. Destacando: “No es habitual que algo así se produzca, y no lo es tan solo entre nosotros.

Deben resultar muy pocos los casos en el mundo de una capacidad tan intensa y tan variada de creación y reflexión, de inventiva y de análisis, de rigor y de lirismo”.

En materia de poesía, Noé Jitrik dejó varios trabajos inéditos: un volumen terminado, como Baladas otoñales, un Cálculo equivocado II, y algunas series de sonetos sin terminación ni orden definitivos. Otro libro, sí terminado pero no de poesía, es Seres de imaginación. Con el subtítulo Escorzos, alude a las pequeñas viñetas o perfiles –medallones, también los llamó–, con recuerdos de vida literaria, donde se invocan amistades y relaciones fraternas de la literatura y la poesía de Argentina y varios países: Augusto Roa Bastos, Elena Poniatowska, Ángel Rama, León Rozitchner, Arturo Cerretani, Octavio Paz, Julio Cortázar, León Ferrari, Michel Lafon, José Saramago, Darío Canton, Adolfo Bioy Casares, Diamela Eltit, Augusto Monterroso, Margo Glantz, entre otros.

Narrativa 3.

Evaluador , publicado hasta ahora solo en México, por FCE en 2002, no casualmente trae de apertura un epígrafe de Kafka: efectivamente, esta es una novela kafkiana , en el sentido de un mundo absurdo e irracional (dentro de supuestas reglas o sistemas “(hiper)racionales”, pero también impersonales, burocratizados), tomando como protagonista a un colectivo de inocentes profesores, convocados a un misterioso “Centro”, instalado en la nada: “Quizás ese territorio fuera la nada, pero no metafóricamente sino realmente, en el sentido de que esa casa tan perturbadora bien podía estar

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construida sobre lo que había sido una laguna que durante siglos se fue desecando y que dejó en su lugar un relente de inexistencia que se podía respirar”. Su función será, justamente, evaluar/avalar absurdidades :

Aquí le traigo algunas resoluciones para su firma, profesor.’ ‘¡Pero si no se resolvió nada!’, protestó, perdiendo la prudencia que había tenido en ocasión del impacto tabacal. ‘No es que se resolviera –explicó con paciencia la doctora Vélez–, ya estaba resuelto cuando llegó y lo que hay que hacer ahora es avalarlo.’ ‘¿Qué? –dijo el profesor Goldstein–, ¿la maestría en lencería de lujo, la beca de Armodio Gómez para su tesis sobre los sueños intermitentes del secretario privado del presidente, la mecánica de los tragamonedas a instalar en las escuelas primarias, el doctorado en la lírica de los bolsistas?’‘Sí’, dijo la doctora Vélez, bajando los ojos.

Esta novela es bien distinta a las anteriores y posteriores, como Mares del sur (1997), “pseudopolicial” ubicado en la ciudad balnearia de Mar del Plata, con un subtexto en forma de notas al pie de página, remitiendo a la época de la última dictadura militar (otra obra que toca el mismo tema, pero desde el exilio argentino en México es Limbo, publicada en 1989 en México, por ERA, y en Argentina en 2017 por Final Abierto); y como Long Beach (2004), nouvelle donde la extranjería, los límites entre idiomas y los silencios y las ausencias y vacíos protagonizan una prosa de la percepción etérea, cauta, silenciosa. Por no hablar de Destrucción del edificio de la lógica (2009), otra nouvelle en la que comienza la prosa narrativa a enrarecerse y enlentecerse, a alterar sus patrones y dinámicas general y habitualmente esperadas, anticipando lo que también se hará en Terminal y algunas obras más.

4.

Terminal (Voria Stefanovsky, 2016) comienza a mostrar una orientación de tipo “deconstructiva” y de “hibridación”, entre la narrativa y el ensayo, entre la metanarración y el juego macedoniano entre autor y lector, forzando (algo “bretchianamente”, si se quiere) las evidencias del artificio discursivo-literario en materia de personajes y demás referencialidades que constituyen los núcleos y desarrollos característicos de lo que se dio en llamar, históricamente, naturalismo y realismo en literatura y otras artes, derivando en una narración que prolifera, apunta, insinúa y hasta desconoce qué está sucediendo (y/o por suceder). Reiterando lo que escribí en una reseña a esta novela –proveniente de obras previas, como Destrucción del edificio de la lógica–, este es uno de los modos posibles de la vanguardia.

Podría pensarse en Terminal, también, como novela-pasaje hacia una serie, una trilogía más precisamente, conformada por obras narrativas cortas y recientes: Tercera fuente, La vuelta incompleta y Un círculo, serie por completo distinta a la de relatos autobiográficos, todos publicados por la editorial platense Al margen: Atardeceres, Libro perdido, Los lentos tranvías, Mediodía, Casa Rosada, El río de las terneras atadas y La nopalera Ensayo 5

La vibración del presente es una antología publicada en México por FCE, en 1987. El subtítulo “Trabajos críticos y ensayos sobre textos y escritores latinoamericanos” postula y reafirma una categoría central en la búsqueda de lo que Noé llamará, en una lección inaugural en una universidad de Colombia, en 2014, “productividad de la crítica”: el concepto de trabajo crítico , ya postulado en la década de 1970 y aún esbozado antes (véase al respecto la entrada correspondiente al término, realizada por Ezequiel de Rosso, en el Diccionario de términos críticos en la literatura y la cultura en América Latina , coordinado por Beatriz Colombi). Un “largo y vasto proceso”, según afirmó el mismo Jitrik en la presentación que hace para La vibración

“Sentimientos complejos sobre Borges”, el primer texto, va de la anécdota casual a las revaloraciones de lo dicho en anteriores trabajos sobre el autor de Ficciones. Incluso recorre, también, la indignación, que en su momento (1974) no exteriorizó: “Fue a propósito de Macedonio Fernández: [Borges] sostuvo que había sido un extraordinario hablador (que decía una

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o dos frases –memorables– por noche, nada más), no un buen escritor”. Y sin embargo, “se sabe que Macedonio le abrió el camino no solo para atacar, entre el 20 y el 30, a Lugones, sino también para escribir: por lo que de revolucionario le enseñó ese viejo –era revolucionario enseñarle la ruptura, la fulguración de lo instantáneo, el chiste, el descreimiento de la verosimilitud– pudo combatir a Lugones, Macedonio era el padre autorizante”. Aquí, muy probablemente, tengamos alguna parte de los fundamentos del por qué el proyecto de la Historia crítica de la literatura argentina que Noé dirigió dedicara uno de sus tomos a Macedonio Fernández, y ninguno así a Borges. El segundo texto de La vibración del presente es sobre Paradiso. Un minucioso análisis de la novela y la novelística en la historia (reapareciendo Macedonio hacia el final). Más temas y autores: otra vez Macedonio, Vallejo y De Rokha como vanguardias en América

Latina, José Emilio Pacheco, Fernández Retamar, Julio Ortega y Héctor Libertella en materia de crítica y discusión sobre estas. Y otros vanguardismos: Gaudí y Lezama Lima, además de Huidobro. Otro texto se concentra en Poesía (1943-1976), de Tomás Segovia: “quiero desplazarme y construir algo, determinar las bases sobre las que se construye un discurso en los textos que hay que ‘ver’; qué de tal discurso así entrevisto podría dar una idea acerca de lo que permite que un discurso se siga prolongando o, mejor dicho, exigiendo su prolongación de modo tal que haya una necesidad de seguir escribiendo poemas y de hacer de cada nuevo poema una renovada experiencia de síntesis entre la ‘coherencia’ que tiene la historia precedente y la ‘diferencia’ que todo nuevo poema postula”.

“Arguedas: reflexiones y aproximaciones”, “Presencia y vigencia de Roberto Arlt” (prólogo a una Antología de Arlt publicada por Siglo XXI de México en 1981) y “Ritmo y espacio” (una intervención en el Foro Internacional de Escritores) son otras tantas incursiones en el espacio literario. Julieta Campos (“Notas sobre textos de Julieta Campos”), Juan Rulfo (un trabajo basado en la presentación hecha en un Coloquio sobre Literatura Mexicana realizado en Austin, Texas, en 1981) y un trabajo sobre la novela El limonero real, de Saer, dedicado a Hugo Gola, completan el amplio panorama de obras literarias y críticas.

Por supuesto, la vastedad de temas, tonos, objetos y motivos de estudio en materia ensayística se puede hacer evidente mencionando otros títulos: los tomos históricos y monográficos (El mundo del ochenta, La revolución

del 90), el análisis discursivo (Conocimiento, retórica, procesos), la literatura en América Latina (La memoria compartida), un escritor en particular (Horacio Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo –su primer libro de ensayo, publicado en 1959, reeditado por Eduntref en 2018–), la historia, la cultura y la política (Las armas y las razones), la lectura de la literatura nacional (Panorama histórico de la literatura argentina –obra producida para el Bicentenario–) y así continuando.

6.

Lógica en riesgo (Voria Stefanovsky, 2020/2021, con un prólogo de Ignacio Uranga) constituye un volumen que podría ser, junto a Ensayos sencillos (17grises, 2021) y Lámpara diurna , inédito en Argentina (publicado en castellano en Brasil por Lumme, y en México como parte de la premiación internacional de ensayo “Pedro Henríquez Ureña”, otorgada por la Academia Mexicana de las Letras), una trilogía ensayística con lo mejor, más dinámico y variado de Noé, en pleno siglo XXI (el subtítulo de este libro es Ensayos heterodoxos ). Por ejemplo: qué hay del espacio mental (el imaginario) al físico (la obra pictórica o visual), de la orden (mental) a la ejecución (manual), en un texto titulado, justa y humorísticamente, “Manos desobedientes”, donde se suma la relación que se puede encontrar entre lo que se denomina “estilo” y la memoria. En otro ensayo, surge el tema de los restos y la transformación en literatura; en otro, las ideas (desde Platón), con las palabras dirigidas al objeto de conocimiento y sus relaciones con el concepto, la imagen, la opinión y hasta la arbitrariedad, junto a las corrientes –se conozcan o no– más establecidas (cartesianismo, einsteinismo, marxismo, psicoanálisis). En otro: el mito en la historia y su necesariedad en la sociedad, junto a su relación con la filosofía y el llamado pensamiento presocrático en la Antigüedad, con su cohorte de variedades: diálogo, conversación, interacción discursiva y teatro; con Platón, hasta las actuales zonas de comprensión y del sentido. En “El escritor y sus sombras”, se discurre a partir de la existencia de esas plataforma digitales (¿ya ahora una antigualla?) llamadas blogs, se trabaja la relación entre literatura y escritura, y los medios técnicos: de la pluma de ganso a la computadora, pasando por la máquina de escribir (analógica) y demás implementos, yendo luego al misterio de la literatura , conformada esta por un conjunto físico de textos, y, también, definida por “valores, reconocidos o establecidos en cada momento social por una confluencia de complejas operaciones, ideológicas, filosóficas, políticas y aun económicas”. Se

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trataría, también, de la literatura como biblioteca , en dos órdenes: el físico mismo, y el imaginario, donde se dan incorporaciones y exclusiones, las “historias de la literatura” que reponen y eventualmente recuperan, etc., y la decisión de entrar allí – hacerse ver – o no, de combatir total o parcialmente esa “biblioteca”, lo que deriva en las experiencias de las vanguardias (y las demás operaciones críticas, opiniones, academizaciones, canonizaciones), etc.

En “Representación” aparece dicho tema, desde Aristóteles, la mímesis y el realismo, a Flaubert, Mallarmé y Cézanne. En “Argumentar”, mirar y el habla, la dirección del discurso y el campo discursivo mismo, que incluye al literario. En “Del diálogo a la conversación”, “Poema con secreto”, “Motivos de la letra” y “El gramma y el vacío”, los textos siguientes, se desenvuelven las temáticas propuestas, incorporando toda clase de autores y teorías, como los que siguen: el inconsciente, Borges y Octavio Paz, Augusto Monterroso, Carlos Fuentes y su Aura, la repetición (con Muerte sin fin de Gorostiza y Alturas de Macchu Picchu de Neruda, con Glosa de Saer y Cuerpo a cuerpo de Viñas) y hasta él mismo, en su novela Limbo, contemplando más autores (Aridjis, Rokha, Todorov) en materia de intenciones, significados y modos, en lo que es la inconclusión –otro nombre para la incesancia– que ofrece toda auténtica literatura; y lo mismo, en otro texto que trabaja sobre la repetición (citando a Asturias y Girondo, a Sabato y Saer –nuevamente–), para destacar aquella mirada (lectura) que intente escapar de lo evidente.

Materiales para navegar en la web:

https://www.cervantesvirtual.com/portales/noe_jitrik/

https://www.cervantesvirtual.com/portales/noe_jitrik/curriculum/

https://www.bn.gov.ar/micrositios/libros/facsimilares/contorno https://ahira.com.ar/revistas/centro/

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php/poesia-moderna/16-poesia-moderna-cat/266-117-noe-jitrik

https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-16125-2009-11-26.html

https://www.clacso.org/wp-content/uploads/2021/11/Diccionario-terminos-criticos.pdf

Auténtico tesoro cultural, la obra de Noé Jitrik, alimentada, alentada por un profundo humanismo, es vasta, monumental. Luis Gusmán, en su texto para acompañar a Ensayos sencillos, lo ha filiado a una tribu literaria compuesta, entre otros nombres, por Sarmiento, Martínez Estrada, Bioy Casares, Piglia, Viñas y Margo Glantz; conjunto no excluyente de otros posibles, como el que yo he propuesto, situado en una constelación donde cabrían (cada quien con su linaje y biografía, temperamento y background, propuestas y libros, etc.) teóricos-narradores-ensayistas como Tzvetan Todorov, Umberto Eco y George Steiner. Parafraseando un conocido trabajo de este último, podríamos decir que tenemos, en Noé Jitrik, una poesía del pensamiento

https://www.revistaotraparte.com/literatura-argentina/terminal/ *Demian Paredes es periodista cultural, crítico y editor. Sus trabajos fueron publicados en libros, revistas y otras publicaciones como Hispamérica, Zama y la Historia crítica de la literatura argentina, Otra Parte, y los suplementos “Radar” y Radar libros” del diario Página/12. Publicó, junto a Noé Jitrik, Siete miradas. Conversaciones sobre literatura (2018), y es autor de Léxico Laiseca. Comentarios bio-bibliográficos (y otros delirios), libro inédito ganador del Concurso de Letras 2022 del Fondo Nacional de las Artes, en la categoría “Ensayo”. Compiló y prologó Canton lleno (2019) y Canton lleno dos (2022), volúmenes colectivos dedicados a la obra literaria de Darío Canton, y editó Sólo lo fugitivo permanece (2022), volumen de cuentos de Margo Glantz.

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DOSSIER HOMENAJE A NOÉ JITRIK

MAESTRO EN MAR DEL PLATA

Por Aymará del Llano

Conocí personalmente a Noé en 1990, casi recién instalado en Buenos Aires luego de los años de exilio en México. Había leído algunos textos que circulaban entre los estudiantes de la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Mar del Plata, en donde cursé mis estudios de grado. El motivo del encuentro fue pedirle que nos dirigiera la tesis doctoral, para ello viajamos con María Coira a Buenos Aires y lo logramos. A partir de su aceptación comenzó un mundo maravilloso de amistad académica que se sustanció en muchos viajes para discutir los avances de la tesis y, los mejores, los de Noé a Mar del Plata para dictar seminarios de la Maestría en Letras Hispánicas y, luego, del Doctorado en Letras. Corrían los años de la década del noventa. En la universidad Nacional de Mar del Plata habíamos creado un Centro de investigaciones, bajo la dirección de Elisa Calabrese y un grupo de colegas. Si bien admirábamos los Institutos de Investigación de la UBA y sus bibliotecas, a los que concurríamos en busca de materiales de escasa circulación en aquella época, nuestras secretas intenciones consistían en crear uno en nuestra Universidad. Con ese fin iniciamos, no sin dificultades burocráticas, académicas y de otros órdenes, la creación de nuestro CELEHIS (Centro de Letras Hispanoamericanas) que albergó a colegas, becarios, tesistas e investigadores de literatura argentina, española y latinoamericana. Si bien el acto administrativo que lo generó data de 1984, la constitución del Centro en cuanto tal con actividades tuvo un proceso lento y discontinuo en los primeros años. De tal modo que el primer número de la Revista del CELEHIS apareció en 1991. El grupo de colegas de las tres áreas de literatura estaba constituido por jóvenes iniciados en la investigación pero que todavía no habían terminado sus posgrados porque no

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existían en nuestra universidad. La creación de la Maestría fue decisiva para el fortalecimiento de la formación de los recursos humanos indispensables en estas tareas, así como para invitar a docentes, críticos literarios, traductores y escritores que comenzaron a nutrir lo que sería el Centro en el futuro, el sueño que todas las jóvenes (éramos casi todas mujeres) ansiábamos mirando los Institutos cincuentenarios y centenarios de la UBA. Esto creó una corriente de contacto con colegas del país y el extranjero.

En ese ambiente de suma ansiedad por absorber saberes, Noé Jitrik comenzó a frecuentar nuestra sede universitaria en Mar del Plata trayendo su capacidad de trabajo, mucha simpleza y, además, una alegría contagiosa que al irse dejaba huellas para la realización de diversos proyectos. La luz de las calles de la ciudad lo embelesaban en las mañanas, cuando recorríamos sectores típicos en algún paseo improvisado durante el lapso antes de un almuerzo con colegas o algunas charla con estudiantes, momentos que lo cautivaban por el contacto con los más jóvenes, por sus inquietudes y planteos. Esa luz marítima aparece descripta en las primeras páginas de Mares del sur, novela que ficcionaliza un crimen cometido en Mar del Plata, información a la que accedió por relatos del grupo de colegas con el que compartíamos momentos en encuentros sociales. La actividad que Noé desarrollaba durante la semana en la que dictaba el Seminario implicaba mucha energía para él , también de nuestra parte, ya que dejábamos de lado todas las actividades colaterales para poder aprovechar sus saberes en el más amplio sentido de esta palabra. De tal modo fuimos enriqueciendo nuestras concepciones académicas respecto de cómo encarar las publicaciones, qué orientación darles a nuestras investigaciones personales o por qué llamar boletín y no revista a una publicación periódica. Comenzó a formarnos, por contacto directo sin un fin prefijado, tanto en la esfera profesional que desconocíamos, como en los saberes adquiridos en su vasta experiencia. Así empezamos a tener criterios propios, en el ámbito universitario, que nos posibilitaron avanzar con la constitución de un centro de excelencia, enriquecer nuestras diferentes publicaciones y reuniones académicas, formando recursos humanos propios para cubrir las cátedras de la carrera, cuyos profesores, hasta esos años, eran viajeros de un día, de tal modo que daban sus clases y se retiraban, sin comprometerse institucionalmente en proyectos de envergadura.

Recorrido improvisado

Además de los seminarios de posgrado que dictaba, también fue invitado a presentaciones de libros en la universidad y en la Feria del Libro o a dar conferencias, no solo por los posgrados sino convocado por agrupaciones estudiantiles. La figura de Jitrik, junto con Susana Zanetti, Nicolás Rosa, María Teresa Gramuglio, Melchora Romanos y otros, circularon en

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nuestra vida académica con mucha frecuencia intercambiando no solo sus conocimientos sino estableciendo amistades, además de un cálido y fluido vaivén de oportunidades para insertarnos en el campo nacional e internacional.

En sus clases de seminario hubo algunas características muy originales durante el dictado que lo distinguían de otros docentes. En primer lugar, el lenguaje sencillo, directo, sin ambages ni regodeos teóricos, pero transmitiendo sólidos conocimientos ya elaborados en otras oportunidades y vueltos a recorrer durante nuestros encuentros. Este tipo de presentación hacía que sus clases fueran también un nuevo recorrido para Noé, de modo tal que nos ofrecía su faena sobre una problemática, trabajándola in situ. Eran invitaciones a acompañarlo en su modo de razonar, una manera de visitar los giros laberínticos de su pensamiento, una perspectiva productiva, diría utilizando sus palabras. Este tipo de aproximación no había sido habitual en nuestras clases y, aunque muchos se alejaban del modo tradicional expositivo, ensayando la discusión de un texto o bien la exposición oral sobre un autor para iniciar el diálogo posterior con el resto, ninguno había expuesto

su modo de aproximación a un problema como Noé. A tal punto fue novedoso, que muchos se desorientaban, porque Jitrik salía de los límites de un contenido, de un tema o de un autor; iba más allá de una disertación e intentaba que nosotros mismos nos explicáramos la escritura y la lectura, presentes como núcleos semióticos proliferantes, desde ellos en un ida y vuelta permanente, por ende, haciendo presente la tarea de la crítica literaria. Era frecuente que Noé trajera sus propios textos inéditos para discutir en nuestras clases. Los primeros ensayos sobre el orden de la escritura, o sobre la corrección, los aportó entre los que éramos sus alumnos. Luego los pudimos leer en los capítulos de Los grados de la escritura. En algunos casos, hasta incorporamos textos inéditos a la bibliografía de la cátedra de Literatura Latinoamericana II sobre las vanguardias en América.

Las conferencias dictadas en los Congresos están publicadas en la Revista del CELEHIS desde el año 2002 en adelante1. Valga una relación directa con lo anterior: todas las presentaciones tratan de la escritura y la lectura, aunque no como centro. Siempre se parte de un autor, Sarmiento por ejemplo, o de un problema, la

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comparatística, para penetrar en esas dos prácticas, como las denomina Noé, la lectura y la escritura, ambas como dos caras de la misma actividad; así las trabaja en sus ensayos. Volver a leer esas presentaciones me devolvió el interés que despertaron en su momento en un congreso a sala llena, con colegas del todo el país convocados por su figura. Sin embargo, me sorprendí porque el recuerdo lejano me traía el nombre de autores como José Hernández, Pablo Neruda, Sarmiento, Macedonio Fernández o Borges, pero en la nueva lectura advertí la presencia constante de la escritura y la lectura en su entrecruzamiento. Se me aparecen los títulos de sus textos, y pienso cómo la lectura es un hacer que se interpenetra en los grados de la escritura y que, a su vez, estos permanecen en lo que queda de la lectura. Podría seguir jugando con los títulos de sus ensayos sobre estas cuestiones, prefiero frenar mi impulso con el objeto de redirigirme hacia una de las conferencias, “Camellos”, texto que trajo como original y luego fue publicado2. Me interesa el recorrido que hace en este breve ensayo sobre lectura-escritura y cómo penetrando la escritura se hace crítica literaria. Inicia aludiendo a una frase de Borges y desde ahí llega a los discursos individuales y los colectivos, es decir, a lo social. También, como siempre, nos invita a seguir un modo de razonamiento, su forma de transitar entre conceptos instituidos para revisarlos, cambiando su ángulo de enfoque, miradas renovadas que provocan miradas renovadoras. Noé nos señaló la senda para saber caminar entre las rupturas dentro y fuera del sistema, en sus clases sobre las vanguardias, por ejemplo.

Noé dejó muchas estelas académicas en Mar del Plata entre quienes éramos alumnos de sus posgrados, quienes lo habíamos elegido como director de tesis en el Doctorado de la UBA o entre alumnos del grado, curiosos y atentos, quienes no perdían oportunidad de conversar con él. Sus viajes a Mar del Plata nos enriquecieron académica y humanamente, nos hicieron entrar en los fantasmas de la crítica literaria.

1 https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/celehis

2 Jitrik, Noé. “Camellos” en: Actas del III Congreso Internacional CELEHIS de Literatura. Num. 19 (2008). Consulta en línea: https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/celehis/ article/view/514/519

*Aymará del Llano es Doctora en Letras (UBA). Profesora Emérita por la UNMdP. Su línea de investigación se centra en el estudio de la literatura latinoamericana y peruana, en especial. Trabaja también cuestiones sobre la escritura académica. Publicaciones: Pasión y agonía. La escritura de José María Arguedas (2004); co-autora de Animales fabulosos Las revistas de Abelardo Castillo (2006); No hay tal Lugar. Literatura latinoamericana del siglo XX (2009); co-autora de Saberes de escritura (2012); Moradas narrativas. Siglo XX en la literatura (coord. 2012); Calentar la tinta, César Moro, Martín Adán y Efraín Miranda (2014). Literatura y política (coord. 2016). Literaturas y derivas semióticas (coord. 2020).

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DOSSIER HOMENAJE A NOÉ JITRIK

PRESENTACIÓN DEL LIMBO

Por Martín Kohan

Cuando esta novela se publicó, en 1989, el limbo todavía existía. Pero ahora, pasados treinta años, resulta que no existe más. El Papa (quién, si no) lo abolió, lo suprimió, declaró su nulidad, sentenció esa inexistencia (no entendí si retroactivamente, en un desde antes o en un desde siempre, o si prospectivamente, es decir, de ahí en más). Puede decirse entonces que el estatuto referencial de Limbo se ha modificado, y de una forma ciertamente inédita (porque ocurrió en el Reino de Dios, donde es infrecuente que algo cambie, y no en el de los hombres). Lo que era correlación, remisión, metáfora eventual, término de referencia, ha cobrado ahora un sentido más inmanente: se ha vuelto más propiamente literario. Y así gana en intensidad, se torna más patente y más firme, ese movimiento tan propio de la escritura de Noé Jitrik, ese que, sin dejar de conectarse con cierta exterioridad (la de la historia, la de la realidad, la del mundo), procura antes que nada que la escritura y el lenguaje se perciban como tales, nos convoquen por sí mismos.

El limbo: ni infierno ni paraíso, un entre (preciso a la vez que difuso) que se postula justamente entre los dos. El limbo de Limbo: el paraíso, si es que existió, ya está perdido, quien regrese y vaya en su busca (Elisa emprende un viaje de esa índole en la novela: un viaje de regreso y de búsqueda) no dará más que con sus ruinas; el infierno, que por cierto existió, es ahora una narración, un relato espeluznante, un monologar de verdugo. Un limbo, entonces, el limbo: “Diría que estoy en el limbo –escribe Elisa–, desalojada del infierno de la memoria, sin alcanzar a ver el paraíso, la tranquilidad, de una recomposición”; y más adelante: “en ese tiempo suspendido ni seráfico paraíso ni infierno aterrador”.

Tiempo suspendido, un tiempo suspendido: el de un largo viaje en avión, que es tiempo suspendido en sentido literal; el de la espera de un

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hombre solo, hasta tanto su mujer regrese; el del país que se ha dejado, del que se sabrá solamente después; el tiempo del propio exilio, que transcurre pero a la vez se estanca, que avanza pero como en detención. Limbo expone todas esas marcas: las marcas del exilio, porque Jitrik escribe “maletas” y no “valijas”, “cajuela” y no “baúl”, “mantequilla” y no “manteca”, su personaje dice “tienes” y no “tenés”, dice “bueno” cuando atiende el teléfono; las marcas de la vuelta, incierta por definición: “nunca se sabe si habrá un retorno”.

Ese tiempo suspendido, ese limbo que compone Limbo, constituye también su poética, que no es la de la narración sin más, sino una deriva blanchotiana desde la narración hacia la significación (lo suspendido, antes que lo quieto, es tanto más significante que narrable, o es narrable en su significación): “seguramente esos, poco y escasamente narrables episodios, son fantasmas engendrados por la soledad, su propia creación; lo que no sabe es que por eso mismo significan” (no es que haya narración y luego deba verse qué significa; es que hay significación, y eso es lo que, escasamente, luego puede narrarse).

Hay en la literatura de Noé Jitrik (en toda su literatura: en sus narraciones, en sus poemas, en sus ensayos, en sus textos críticos) dos palabras, dos nociones, insistentes, decisivas: una es la de resonancia (que remite a un pasado algo próximo, que no está pero resuena); la otra es la de vibración (que remite al puro presente, porque es vibración del presente). Limbo está entre esos tiempos, pasado y presente, memoria y olvido, regreso y partida; habitado por resonancias (“posee una estrategia: contener las resonancias para reducir la inquietud”; “sí por aproximación, por resonancia”; “la resonancia de las cosas, la palabra ‘reverberación’”; “en lugar de inducir a las resonancias las declara”; “yo me imagino un relato en el que todo eso tendría mucho menos importancia que inducir ciertas resonancias”), en estado de vibración (“la inmóvil vibración de la nave”; “las vibraciones del avión”; “la atmósfera del interior del departamento es vibrátil”; “el ‘lo’ vibra ante sus ojos como un obstáculo”; “ve una foto que empieza a vibrar ante sus ojos”).

¿Y qué es una resonancia, sino una perduración presente de lo ausente? ¿Y qué es una vibración, sino el movimiento de lo que de por sí no deja de estar quieto? Jitrik se vale de esas coordenadas para construir el universo de Limbo: la presencia de lo ausente, la inquietud en la quietud. El país dejado, desde el exilio; el regreso al país dejado; el cuerpo quieto en el automóvil que va en camino del aeropuerto; el cuerpo quieto en el avión que surca el cielo para volver por fin. Y en contrapunto, en suave contrapunto, las andaduras, el caminar. Así se dispone la economía de desplazamientos en Limbo: entre los cuerpos quietos que viajan, por una parte, con destinos bien definidos; y por otra, las caminatas en sosiego, por paseo o distracción, porque sí.

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En la prosa de Noé Jitrik, aun en la narrativa, prevalece un reflexionar que algo tiene de esas andaduras. Un poco como cuando en Limbo se dice: “Obsesiones, pensamientos lancinantes pero fugaces puntúan la caminata”; un poco como cuando se dice: “En fin, divagaciones que ayudan a caminar”; un poco como cuando se dice: “Sus reflexiones derivan y si bien son tranquilizantes no tienen mucho destino”. Andar y reflexionar, lo uno con lo otro (a la inversa de “Naranjo en flor”, aquí es andar con pensamiento), van quedando, en la novela, del lado de lo tranquilizante (“la caminata, por el contrario, es tranquilizante”; “la idea de hacer ‘miniensayitos’ le da cierta tranquilidad”). Pero si esa tranquilidad se busca, si esa tranquilidad hay que tratar de procurársela y asegurársela, es porque lo que prevalece a lo largo de Limbo es precisamente lo opuesto: el verse o sentirse intranquilo, un asedio de inquietud (la inquietud de los quietos: de los que permanecen en el asiento de un avión o de un auto, o dentro de un departamento, sin poder largarse a caminar, a barruntar ensayos).

Así, por caso, a través de todo el texto: “¿Es eso, el mal, lo que la inquieta desde que el coche se puso en marcha?”; “‘Quería decirte que estoy, estoy’ llega a decir con la voz estrangulada. ‘Inquieta’, añade”; “Quizás ahora sepa cuál es su inquietud, la de siempre, la de todo el día y la de ahora”; “se diría que la atraviesa una gran inquietud”; “quizás él, a su vez, intente narrar su inquietud”; “se levanta de un salto, otra vez ganado por la inquietud”; “posee una estrategia: contener las resonancias para reducir la inquietud”; “sólo se tiene impaciencia, inquietud, con ese vértigo”; “Elisa llega al colmo de la inquietud física, se mueve intranquila en el asiento”; “que después de un miniensayito se le ocurra que puede seguir traduciendo o al revés lo pone incómodo, inquieto”; ”Inquietante, Elisa siente que esa lógica está en su interior”; “Elisa detiene su mirada en esa frase que al mismo tiempo que le crea una inquietud termina por disipar completamente las sombras que le quedaban”; “al poco rato de mirar con desmesurada atención el césped brillante y perfecto comencé a inquietarme”; “al regresar lo ve tenso o inquieto”; “La cama está como recién estrenada, desconocida; Matías se revuelve en ella repetidas veces. Inquieto”.

En cualquier eventual paraíso imperaría sin dudas la paz. Y en el infierno, que es ni más ni menos que lo que acaba de transcurrir, imperó evidentemente el terror. Al limbo le toca esto otro: la inquietud. Entre el sosiego imposible y el miedo todavía palpable, entre el exilio protector y lo incierto del regreso, queda eso: la inquietud. Limbo es una novela de lectores: está el lector de El extranjero, inquieto ante la impasibilidad del personaje; está el lector-traductor de las crónicas de Courtelin; está el lector de José Bianco.Y está el lector del Nunca más, que lo lee pero buscándose, pues se trata de un represor (también a él, por ende, le toca una forma de inquietud). Es el otro por definición, el nefasto perpetrador de atrocidades; ese otro, sin embargo, no está lejos sino cerca: ahí nomás, en el asiento de al lado del mismo avión, del mismo vuelo; ese otro, siendo tan otro, abre un libro, gesto propio, y expresa su versión aberrante con una sintaxis compleja, con frases no tan distintas. El monólogo del represor, del que no es posible sustraerse, perturba por su contenido, por la naturalidad de su tono, por la convicción con que se lo enuncia, por el hecho mismo de que se enuncia (en el acto de habla se cifra una clave: la de la impunidad). El lector inquieto del Nunca más inquieta a su vez a Elisa, su interlocutora forzosa y muda. ¿A qué vuelve? ¿Qué va a encontrar?

Al comenzar este viaje de regreso, en el auto que la lleva al aeropuerto, Elisa “mira fijo, obstinadamente, hacia adelante”.Y ya llegando, cuando el avión inicia su descenso hacia Buenos Aires, “se pone en actitud de espera, sin mirar para los costados”. Jitrik recorta ese gesto: mirar

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para adelante. Eso mientras se regresa, yendo en busca del pasado, de las huellas de lo que pasó. Reverso del Angelus Novus de Klee leído por Walter Benjamin, que, lanzado hacia adelante por el huracán del progreso, vuelve la vista hacia atrás. El viaje en avión transcurrió así: entre el cielo, que estaba afuera, al otro lado de la ventanilla, y el infierno, que estuvo al lado, en el asiento contiguo. Entre el exilio, que empieza a concluir, y la vuelta, que no se sabe. Limbo se cierra fechada así: “México 1983 / Buenos Aires 1986 / México 1987”. Ese “entre”, que está en lo escrito, está también en la escritura. Y ahora, en la publicación: Limbo, de Noé Jitrik, salió en Era, en 1989, en México, y ahora, treinta años después, en Final Abierto, en Buenos Aires.

El limbo, entre tanto, no existe más. Ahora, como dijimos, es solamente literatura. Nada menos que literatura.

*Martín Kohan nació en Buenos Aires en enero de 1967. Enseña teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires. Su último ensayo publicado es ¿Hola? Un réquiem para el teléfono. Su última novela publicada es Confesión. Su último libro de cuentos publicado es Desvelos de verano. El presente texto fue leído en la presentación de Limbo, en la Institución de Psicoanálisis Freudiana de Buenos Aires, el 24 de noviembre de 2017.

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LA CONTINUIDAD DE LA LECTURA ENTREVISTA A NOÉ JITRIK

A continuación, recuperamos sendas entrevistas realizadas por Carlos Dámaso Martínez, en los albores de comienzo de milenio, en donde Noé Jitrik recuerda sus orígenes, la iniciación en la lectura, sus primeros años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, las polémicas de la época y su relación con las prácticas de lectura y escritura desde lo personal hasta lo académico.

Por Carlos Dámaso Martínez

La prestigiosa trayectoria intelectual y literaria de Noé Jitrik es ampliamente conocida en el ámbito cultural contemporáneo. Ha publicado innumerables obras de crítica y teoría literaria, poesía, narrativa, historia y política. Actualmente dirige el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Entre sus libros más recientes, cabe mencionar Mares del sur (novela, 1998), Evaluador (novela, 2003) y Long Beach (novela, 2004). En junio de 2001, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla le otorgó el título de Doctor Honoris Causa y con ese motivo se celebró en Ciudad de México y Puebla el Congreso Internacional en su homenaje, denominado Universos Discursivos . Conversar sobre su experiencia como lector y escritor, así como entablar un diálogo en torno a sus ideas y conceptos más teóricos sobre la lectura, fue la intención de este diálogo que se realizó en su departamento de Buenos Aires.

–Para empezar, quizá podrías contar cuándo te iniciaste como lector, algo así como tu autobiografía de lector.Yo recuerdo haberte escuchado narrar una anécdota sobre tus lecturas iniciales que se relacionaba con tu primera maestra. –Siempre hay un comienzo, siempre hay un primer momento en toda historia personal, en toda historia literaria y también en la lectura. En mi caso se vincula más bien con una historia de la escritura y sale de algo que me gusta siempre contar, que lo recuperé hace un tiempo, y que consiste en lo siguiente: mi resistencia inicial en la escuela primaria a aprender a escribir.

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No le veía ningún sentido a lo que se estaba haciendo en la escuela, los palotes y todo eso que se enseñaba antes de escribir. Pasaron dos o tres semanas de escuela y yo estaba completamente al margen de todo, era una especie de niño salvaje, resistente. Un día la maestra que estaba ahí creo que me tocó en el hombro y entonces inmediatamente quedé cautivado por ella. Lo único que quería era que me tocara y entonces aprendí a leer y a escribir en instantes, prácticamente. De tal manera que, si las clases empezaron en el mes de marzo, en el mes de julio yo estaba ya leyendo novelas. La primera novela que leí fue La cabaña del tío Tom, y a partir de ahí durante toda mi infancia iba a la biblioteca del pueblo y sacaba esos grandes novelones que todo el mundo había leído y que, obviamente, eran apasionantes. Antes de los nueve años ya había leído Los tres mosqueteros. A Salgari, al que todo el mundo gusta citar, creo que lo leí un poco después.

–¿Eran ediciones abreviadas?

–No, eran ediciones rústicas, populares. Había una editorial que se llamaba “El molino” que publicaba eso y que era lo que estaba en la biblioteca del pueblo. Tal vez leí también la serie de Alejandro Dumas y Julio Verne y otros libros más en el breve tiempo de los seis a los ocho o nueve años. Luego, un lapsus, hasta que llegué a Buenos Aires.

–¿En qué pueblo vivías?

–Rivera, provincia de Buenos Aires, partido de Adolfo Alsina, limítrofe con La Pampa. Bien, te decía que cuando llegué a Buenos Aires en el año treinta y siete hubo una interrupción, un corte que duró un tiempo considerable. Sin embargo, cuando apenas llegué, en la calle Triunvirato, o sea lo que hoy es Corrientes, después de Ángel Gallardo, había pegados en las paredes, sí, en las paredes y en los árboles, unos papelitos que decían: Estreno de Pan Criollo, de César Tiempo. Una obra de teatro de César Tiempo y yo ignoraba quién era César Tiempo. En mi pueblo no había teatro ni nada por el estilo, así que esa imagen me quedó muy grabada, quiere decir que yo sin haber empezado a leer, ya leía. La reposición del universo de la lectura fue bastante más tarde como a los catorce, quince años, y fue

gracias a que mi hermano, que se había quedado en el pueblo y se había robado de la biblioteca una especie de antología de Rubén Darío de cuentos y poemas, no era Azul , estrictamente, sino algunos cuentos y poemas de Azul y me la trajo a mí. Incluso nos tomamos el trabajo de cortarle el sello de la biblioteca para ocultar el robo. Bueno, esa lectura de Rubén Darío fue como una iniciación en la lectura porque por alguna extraña razón me sedujo de inmediato, a punto tal que ahí, aprovechando que en ese momento estaba detrás de una chica que por supuesto ni siquiera me miraba, empecé a borronear algunos versos, algunos poemas y seguí haciéndolo a partir de ese momento.

– ¿Y esos primeros libros estaban en la biblioteca de Rivera? –En la misma biblioteca, sí. La historia del primer libro leído se completa con una aventura que para mí tiene cierta significación, cierto relieve, y es que yo me fui del pueblo en el año 37 y la primera vez que regresé fue en el 95, o sea 58 años después. Con unos amigos que habían vivido también allí, decidimos hacer juntos una expedición al pueblo y visitar la biblioteca, que encontramos muy transformada, muy cambiada. Se había hecho una biblioteca grande y, cuando empecé a mirar en el catálogo y en las fichas, me di cuenta de que no estaba ese libro. Le pregunté a la empleada y ella me dijo: “lo que pasa es que tenemos una sección infantil”. Busqué en la sección infantil y estaba el mismo ejemplar que yo había leído, es decir, que volví a tocar el mismo libro que había tocado con mis trémulas manos de niño que empezaba la lectura. Bueno, digamos, ese episodio fue radical. Yo después me recuerdo en el pueblo, sacando libros de la biblioteca y leyendo sentado contra una pared de un tallercito que tenía mi padre y contra el sol poniente por la tarde. Después de volver de la escuela, estaba ahí solo leyendo, leyendo, y en ese momento quizá vino la miopía que muy tempranamente se me manifestó. En Buenos Aires no fue así sino hasta los catorce o quince años en que Rubén Darío me pone en un camino del que no me bajaré tan fácilmente, a punto tal que pese a haber estudiado en la escuela de comercio y haber terminado los cinco años de esa

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escuela, donde prácticamente no había literatura ni nada por el estilo, decidí entrar a Filosofía y Letras para estudiar literatura. Porque ya con otros amigos estábamos buscando libros, comprándolos, haciendo la biblioteca que era un ideal, un objetivo factible aún para los chicos, porque las librerías de viejo de la calle Corrientes eran una fiesta. Por centavos se conseguían cosas maravillosas, tengo muchas de ellas todavía, las conservé a lo largo del tiempo. Esa es la prehistoria.

–¿Y en la Facultad de Filosofía y Letras ¿comenzaste a leer de otro modo?

–Sí, ya en la facultad el ambiente nos dirigía a leer con más tino, con más criterio, obligados por los programas que nunca me parecieron obligatorios ni horribles sino, por el contrario, un descubrimiento tras descubrimiento. Empecé a entender un poco más lo que era la literatura y a seguirla.

–De esas primeras lecturas ¿qué rescatás?

¿Podríamos hablar de la adquisición de una práctica, de una destreza?

–Claro, era acumulativo, yo soy un poco acumulativo. Por ejemplo, una de las pruebas de esta especie de inclinación por la acumulación era el descubrimiento de Buenos Aires. Tuve un gran deslumbramiento al llegar a esta ciudad, me parecía que caminar por la calle tal o cual, de nombres extraños, era un episodio fundamental. Volvía a mi casa y decía:

“estuve caminando por la calle Boyacá, por la calle Yerbal o por la avenida Santa Fe”. Todos esos nombres de calles me parecían la adquisición de una riqueza, un inventario que yo estaba haciendo y que lo transmitía en mi casa. Después ocurrió con los libros, empecé a vincularme, a tratar de tener libros, a tratar de leer libros.Y leía, leía. Ahora, ¿cómo los leía? El mecanismo de la lectura no sé si ya lo tenía entonces muy afinado, me deslumbraba el contacto con el libro y, muy tempranamente, creo que empecé a saber qué libro había que tener o leer. Por ejemplo, soy un lector bastante temprano de Borges: en el año 45 yo tenía 18 años, era un chico de barrio pero ya leía a Borges, su poesía, no la prosa. Bien, en el año 1948, apenas salido, leí Ficciones sin entender demasiado lo que eso era como literatura, pero yo estaba ya en un lugar en el que la relación era con textos y autores que importaban, no era cualquier cosa. Ahora ¿cómo los leía? No lo sé, no es que tuviera ningún método ni nada, aunque la facultad me educó un poco porque había que dar exámenes entonces, había que ordenar un poco y el profesor daba algunas pautas. Ahí supe que para saber algo sobre literatura no basta la mera y simple lectura de uno, sino que se necesita también la lectura de los demás, ésta hace una especie de confluencia y permite que uno se pueda acercar a un texto leyéndolo aún sin tratar de hacer de eso ninguna concepción ni producir ningún modelo de literatura; es una lectura más saturada, más rica.

–¿Qué aspectos de esa lectura de Darío fueron productivos para esta segunda etapa?

–La intuición de que eso sería para siempre, de que las resonancias de la poesía de Rubén Darío iban a ser inolvidables. Efectivamente, había aprendido, incluso de memoria, poemas de Rubén Darío y eso se prolongó durante mucho tiempo, ya en forma más sistemática mucho después, cuando fui a interesarme, a responder muy naturalmente a una inquietud sobre el modernismo. De hecho, uno de mis libros más complejos, una especie de negociación entre crítica y teoría, es sobre Rubén Darío. Queda para mí como una estructura interna fuerte, del mismo modo que el Cervantes que leí no mucho después, cuando tenía quince o dieciséis años, antes de entrar a la facultad.

–¿El Quijote, entonces?

–Leí el Quijote y también me quedó para siempre. No sé, como un telón de fondo, como algo en lo que uno va y viene. No lo digo para jactarme sino porque se incorpora, se incorpora como un registro. Esa lectura primera va adquiriendo sentido mucho después en una lectura, del barroco español y la relación con el barroco americano, que hace volver al Quijote . Es la memoria que actúa, ¿no?

–En esta experiencia de lector, siguiendo con la trayectoria tuya como escritor y lector, ¿se podría hablar de una lectura de escritor y de una lectura de crítico? ¿Ves alguna diferencia en eso?

–En mi caso, no.

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–Porque confluyen las dos actividades, claro.

–No solo por eso, sino porque el modo que yo tengo de escribir lo que se llama crítica y el modo que tengo de escribir lo que podría ser lo propio de los escritores que no son críticos no difiere. Ahora cuando leo, puedo leer con una distribución de la atención diferente, puedo graduar la atención. La gradúo de acuerdo con exigencias exteriores; por ejemplo, esas exigencias pueden ser de la institución, de la gente y de uno mismo, en el sentido de que el resultado de la lectura está proyectado hacia otra parte o puedo distribuir la atención de una manera más lábil, una lectura que pueda ser también obligatoria y también placentera. En el primer caso, entonces, leo con el ánimo alimentado por una actitud crítica, tratando de ver el punto de diferencia, tratando de encontrar el punto en el que podría penetrar en ese texto y hacer algo con ese texto, que es un poco el fundamento de mi teoría de la crítica. En cambio, en mi segundo tipo de lectura percibo lo que percibo y si se me pasa algo o me olvido no me molesta demasiado, puedo no percibir algo, pero no es importante que no lo haga. Sí, esa sería una diferencia. Ahora, como escritor, no creo que lea como alguien profesional de la escritura narrativa, tipo García Márquez. Leo de estos dos modos: con alguna finalidad o sin finalidad; o mejor dicho, con una finalidad trascendente o inmanente. La trascendente se traduce luego en un proyecto de alguna naturaleza, o continúa algún proyecto, o consolida una intuición; la inmanente se agota en sí misma, puede quedar algo y queda, sin duda, porque de todo acto de lectura queda algo, pero no en el mismo sentido ni con la misma intensidad.

esa lectura de Rubén Darío fue una iniciación en la lectura porque por alguna extraña razón me sedujo de inmediato, a punto tal que ahí, aprovechando que en ese momento estaba detrás de una chica que por supuesto ni siquiera me miraba, empecé a borronear algunos versos...

–Niveles distintos.

–Con niveles distintos. Y no leo específicamente para escribir.

–Tal vez se puede leer viendo cómo el texto está construido, cómo está escrito, realizando un aprendizaje de la escritura.

–No, yo más bien confío en que ese aprendizaje ya lo hice de alguna manera. Sí, exactamente, lo fui haciendo antes.Y, cuando empiezo a escribir, que sea lo que Dios quiera, es decir, que la memoria de mi saber fluya como pueda. Por otra parte, cuando yo intuyo que hay algún libro que está frente a mí y que puede gravitar demasiado en lo que yo estoy queriendo escribir, lo aparto, tengo autores en ese sentido que ya los tengo bien fichados.

–¿Cuáles serían?

–Marguerite Duras si estoy leyendo un libro de ella, ahí me contagio. Es una prosa muy poderosa. Prefiero que esté lejos en el momento que estoy escribiendo.

–En la actualidad, ¿qué estás leyendo, cuáles son tus preocupaciones acerca de la lectura?

–Estoy mal con la lectura, porque estoy muy exigido de lecturas obligatorias. Yo tengo una serie de clasificaciones sobre la lectura, entre lecturas placenteras y obligatorias o rutinarias. Las obligatorias son las lecturas profesionales, aquellas que hay que hacer porque hay que dar una respuesta a un escrito y uno no puede eludirla. Tengo muchas de esas lecturas obligatorias, que son no solo de tipo académico, que son muy abundantes y es un trabajo de loco, sino también de tipo más literario, de gente que quiere mi opinión, mi corrección. Bien, entonces, la lectura con ese carácter obligatorio cierra un poco cierta libertad placentera de otras lecturas.

–Son lecturas exigidas, por una profesión, pero de hecho es una elección, nadie podría obligar a leer.

–Si uno parte de la idea de que la lectura es una de las actividades más libres que hay, no se podría obligar a nadie a leer, esa es una revelación creo que enceguecedora. Si a uno le ponen una pistola en el pecho y le dicen: lea, aunque sea en voz alta, y con más razón si le dicen: lea en silencio, uno puede perfectamente no responder a esa orden y no leer; se puede no leer si se quiere no leer. De hecho, gran parte de la población humana ha procedido de ese modo, no quiere leer y no hay fuerza humana que la obligue a leer. La lectura es una actividad libre, se lee realmente porque se desea leer, porque se ha comprendido en qué consiste esa práctica, esa experiencia.

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–También pasa que cuando se lee, no se puede dejar de leer. –Tengo una teoría sobre ese asunto. Yo decía que la cantidad de lecturas obligatorias hace que yo me sienta en déficit respecto de la lectura electiva. No puedo elegir demasiadas cosas porque estoy todo el tiempo, casi todo el tiempo, casi toda mi vida, condenado a lecturas obligatorias, entonces eso me seca el alma, me seca el espíritu. De todos modos, algo saco de esas lecturas obligatorias; de pronto, pasa alguna cosa que es más del otro orden y que puedo aprovechar, pero no podría decir demasiado sobre este asunto. Por ejemplo, hace poco pasó por aquí Sergio Pitol, leí con ese motivo un libro de ensayos de él, me pareció fascinante, encantador. Tuve que hacer lecturas obligatorias, ahora, para un curso y leí un fragmento de Sarmiento de los Viajes que me fascinó, me volvió loco de alegría, leí unos fragmentos de Fray Servando que me parecieron una maravilla, algo excepcional en materia de escritura, algo que sutura el abismo temporal en lo que me concierne en mis pobres aventuras por la lectura. Yo no podría decir que leí las últimas cosas que salieron porque no es cierto, algunas sí, pero no es lo mío propio, lo mío es entonces una obligación muy fuerte y tengo muy pocos actos de lectura libres. Ahora, acerca de la continuidad de la lectura, esa es una cosa que, digamos, los padres que ven que un niño ha leído un libro y después quiere seguir leyendo otro, en principio, piensan que hay algo ahí de vicioso, de aberrante, que es una escapatoria. No es una escapatoria, es el ingreso en un determinado grupo, ¿pero en qué sentido es un ingreso? Yo creo que leer es una actividad doble o de doble registro. El primer registro es de la incorporación de aquello que el texto escrito provee como imágenes de las cosas y del mundo; al leer se aprende y eso genera un cierto tipo de equilibrio interno, de placer y de satisfacción al mismo tiempo. No es lo mismo el placer de satisfacer una creencia que el de aprender algo que un libro enseña; así no se pueda definir con claridad qué es lo que se aprende, siempre está la esperanza de aprender algo. El segundo registro es más secreto y se verifica una capacidad cuando se ejecuta el primer aspecto: es la verificación de la capacidad la condición para la continuidad, porque cuando hay una capacidad de movimiento siempre se aspira a continuar verificándose. Es algo así como el placer de caminar: no es es el placer de llegar a ninguna parte, eso es subsidiario, sino que es el placer de verificar que uno puede caminar, que hay un poder, una capacidad y lo mismo pasa con la escritura. Es decir, escribir puede tener una continuidad porque nítidamente lo pone a uno enfrente de esa capacidad que es maravillosa, inefable

y que se liga además con el transcurso, con la cadena temporal; es el modo de vencer al tiempo y a la muerte, eso es lo que explica que uno quiera seguir adelante. Uno leyó un libraco de mil quinientas páginas y no le basta, después lee otro igual y después sigue leyendo y leyendo. De hecho, el otro día Sergio Pitol, en una charla en la Facultad, evocó la figura de Henríquez Ureña y decía que cuando vino a la Argentina tenía un plan de leer quince libros mensuales, o sea un libro cada dos días. Pensemos que en un año, si cumplió ese plan, leyó doscientos libros. Henríquez Ureña llegó en el año 1924 a la Argentina y murió en 1946, o sea, estuvo veintidós años. En veintidós años tiene que haber leído cerca de 5000 libros, ¿por qué pudo leer tanto?

–Pasando a una reflexión más académica, ¿podrías señalar algunas de las teorías sobre la lectura que te interesen más?

–Mi propio acercamiento a las teorías sale siempre de una actitud experiencial, no entra en el tablado de las teorías y sus combates respectivos.Yo escribí algo sobre la lectura formal de una prototeoría o teoría, por ese motivo en México me invitaron a dar seminarios y los estudiantes que asistían a los seminarios tenían un conocimiento mucho mayor que yo de las teorías sobre la lectura. Los escritores dicen tener teorías de la lectura pero no las tienen en realidad, simplemente creo que manifiestan lo que les produce una lectura hecha con un cierto nivel de exigencia, de refinamiento, dentro de una perspectiva filosófica determinada. De manera que no podría responder a este punto, porque me excede un poco. Lo que sí puedo decir es que cierta problemática teórica de la lectura me interesó en algún momento determinado y traté de borronear algunas cosas sobre el asunto.

–Has publicado varios trabajos sobre el tema.

–Sí, tengo publicadas algunas cosas. Lo que hice fue, en cierto modo, epistemológicamente poco fundado, porque partí de un impresionismo teórico. Acá tengo un objeto y tengo que tratar de rodear este objeto ¿cómo hago entonces? Empecé a desenrollar el ovillo del tema de la lectura. Simplemente, creo que el primer instante es válido porque convertí en un objeto de reflexión y de reconocimiento un concepto que, en realidad, está en los intersticios de la cultura. Se supone que la cultura es indispensable pero se la admite como un estar ahí ya presente, no necesariamente como un objeto de reflexión en el sentido filosófico y hasta metafísico del asunto, si es que se la puede encarar así. Entonces, me encontré en un ambiente en el que más bien se buscaban técnicas para hacer leer sobre la base de un análisis sociológico de la situación o del nivel de la lectura

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reinante en determinado momento en una capa de población. De hecho, se habla permanentemente de eso cuando se dice que los jóvenes no leen.

–Era una de las preguntas pensadas. –Claro, o cuando se verifica la escasísima venta de libros en relación con la población que hay en el país, o cuando hay intercambios directos con gente que podría ser lectora y que lee mal o que lee cosas que no considera que son demasiado importantes. Bien, en ese ambiente entre pragmático, sociológico, y hasta político, yo doy un paso atrás y digo: “bueno, voy a tratar de saber qué es esto, o de precisar los alcances del concepto de lectura o de rodearlo”. Entonces me hago un plan y va saliendo lo que fue después mi primer libro que se llama La lectura como actividad, alternativas sucesivas de momentos sucesivos y de situaciones de lectura. Cómo se lee, dónde se lee, cómo funciona la luz en relación con la mirada; en fin, todos esos temas que empiezan a proliferar, a interrelacionarse y hacer una suerte de flor de muchos pétalos, de infinitos pétalos inabarcables. Esa es la estructura básica de mi proyecto teórico acerca de la lectura, a esto después se le añade la lectura ya producida en la circulación o posición que ya tiene en la sociedad y el modo de entenderla, de agruparla, de clasificarla. Me da la impresión de que algo de eso sirve, por eso uno de mis objetivos todavía perdurables es contrarrestar ese lugar que reduce la lectura a la existencia de una entidad llamada “lector” y al que se le atribuyen todas las respuestas y las capacidades teóricas. Es como si el concepto de lector desplazara al de lectura que es el que abarca todos los preludios de la relación con los textos escritos. Esta teoría de la lectura permite acercarse a la actividad llamada lectura, permite tratarla filosóficamente, permite ver sus alcances, sus modos, condiciones, frutos y formas. En fin, todo lo que pueda implicar el acercamiento a un objeto, para tratar de indagar su naturaleza y su fin.

–Lectura y enseñanza. Me estaba acordando de lo que leí hace poquito de Steiner, cuando le dieron el premio Príncipe de Asturias. Steiner dice que enseña a leer, que esa es su profesión o se considera alguien que enseña a leer en la universidad. La pregunta sería, ¿cómo enseñar a leer?, ¿qué podrías decir sobre esto?

–Yo desearía tener esa claridad sobre mis objetivos, tal vez sean menos modestos y menos exitosos. Es decir, cuando me pongo ante un texto tengo a alguien que está esperando que salga de eso también una forma que le permita hacer algo, lo digo en términos genéricos y abstractos. Y, sobre todo, trato de dar a entender qué

puede ser un texto, qué es ese objeto llamado texto, qué lo constituye, qué lo caracteriza, qué lo distingue de otra clase de cosas y cifro mis esperanzas en que haya una nueva relación entre los que me escuchan y el objeto que se constituye. Entonces hay también, por supuesto, implícita una teoría del error; lo que sería una equivocación en el modo de leer o una lectura de la cual emanaría una cierta enseñanza pero no sustancial sino modal. Por ejemplo, usted no se ha dado cuenta de que el Quijote es en realidad un sabio y no un loco, los errores no van por ese lado del esclarecimiento; el error es no haberse dado cuenta de que justamente no se trata de eso sino de saber exactamente de qué se trata, pero dejándolo abierto precisamente a lo que podríamos llamar experiencias de lectura que son individuales. Ahora, hay un problema que afecta a la enseñanza de la lectura, al ingreso al universo de la lectura. En lugar de una materia llamada “Enseñanza de le lectura” se podría hablar de una materia que se llamara “Ingreso al universo de la lectura” y que tendría un carácter un poco más amplio, más flexible, menos dirigido, menos escolar y escolástico, menos positivista. Bueno, en el problema o en la cuestión del ingreso a la lectura está el tema de la comprensión, que es un resto muy fuerte de todo pensamiento racionalista o logocéntrico. Pareciera que no hay acto de lectura completo si no hay comprensión; el concepto de comprensión es un concepto muy proteico, que se escapa de las manos porque no se sabe exactamente ni se puede decir en qué puede consistir la comprensión.

–Creo que esto se complica si se habla de la lectura de una obra literaria.

–Claro, si coincidimos en lo que hemos comprendido de un texto pareciera que hemos comprendido. Sin embargo, la comprensión es algo más, algo que supera o que desborda ese acuerdo. Ahora, ¿cómo funciona la comprensión? Precisamente hay que ver cómo funciona socialmente, qué trata de definir, en qué consiste comprender un texto. Socialmente consiste en un conjunto de reglas que tienen a la vez ciertas ideologías, ciertos comportamientos o actitudes filosóficas. En ese sentido, diría que obedeciendo a estas reglas hay un plano más general de la comprensión, aquello que llamo comprensión inmediata y también literal y que supone o que descansa en el primer aspecto del asunto, en la comprensión de elementos conocidos desde antes y que descansarían en las palabras empleadas en un texto. Como yo sé lo que quieren decir todas las palabras que hacen una frase pareciera que comprendo la fra-

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se, lo cual es una cosa completamente loca porque una cosa son los significados de las palabras que uno puede manejar y otra es lo que produce una frase, y una frase siempre produce algo más que la suma de los significados de las palabras. En literatura por supuesto que no es así, comprender es otra cosa. Para mí, comprender es una acción a largo plazo, es decir, de desarrollo profundo, intravenoso si se quiere, que sufre numerosas transformaciones en el camino.Yo puedo haber leído el Quijote cuando tenía quince años, puedo decir que no entendí nada desde el punto de vista de esa comprensión inmediata, pero el Quijote me vuelve en una cierta percepción muy tenue de lo que pudo haber sido el barroco español. Digamos que la comprensión que no se dio en el plano de lo inmediato en aquel momento me da un modo de comprensión de otra cosa. Tal vez siga sin comprender el Quijote, pero ese hueco de comprensión me permite...

–Seguir leyendo.

–Seguir leyendo y sentir que me estoy acercando a determinados tipos de fenómenos, aunque no sea aquel original, a esto yo lo llamaría comprensión diferida, que me parece que es el mecanismo de lectura que además construye los supuestos de la lectura sin los cuales no hay ninguna comunicación posible. Uno necesita compartir supuestos para poder entender, es decir, para poder comunicarse en algún sentido. Entonces, claro, una teoría de la lectura me parece que debe tener elementos de este tipo para poder manejarse en la enseñanza de la literatura y para poder constituirse como fundamento de la posibilidad de construir una teoría del error. Y teniendo a la mano una teoría del error, uno podría también enseñar algo, es decir, enseñar aquello que no puede ser o que no debe ser. Y, por lo tanto, ir construyendo un ideal de lectura que pueda corresponder también a un nivel más alto de las relaciones humanas o de la comunicación humana.

–¿Qué actitud debería asumir la educación con respecto a la transmisión de un canon de lecturas, y qué criterios deberían considerarse en la selección de textos, si es que la escuela, la universidad, las instituciones educativas deben transmitir o imponer un canon?.

–Yo no creo que deban imponer un canon, aunque sé que hay cánones que vienen impuestos, no puedo ignorar eso, incluso que eso no es necesariamente algo negativo. Hay elementos en el canon que son valiosos, el asunto es cómo se crean condiciones para un acercamiento a ellos. Dentro o fuera del canon, lo fundamental es un acercamiento que no implique ni

respetar cánones ni obedecer a reglas que terminen por asfixiar, incluso matar lo fundamental en la dimensión de la lectura que es el deseo de leer; esa es la condición para la continuidad de la lectura. Entonces, sobre la base de que toda enseñanza debería tener por objeto la capacidad virtual del lector ignorada todavía por él mismo, hay que plantearse cómo se hace para despertarla, para convocarla, cuál es el desafío y cómo se lo adopta. En la universidad esto es más frecuente, por suerte, de lo que uno podría pensar, ya que un profesor elige textos, elige puntos de vista y dice “bueno, es lo que yo elegí”; implícitamente dice “desearía también que ustedes lo compartan porque para mí es valioso”. Si esto se pudiera llevar a otros niveles de enseñanza sería un modo de empezar a cambiar.

–¿Cómo era la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en tu época de estudiante? ¿Qué profesores tenían? ¿Cuáles eran las lecturas más importantes?

–Diría que casi recuerdo el primer día que llegué a la Facultad, a Viamonte. Mi decisión de estudiar en Filosofía y Letras estuvo condicionada por unos exámenes previos que tenía de la escuela de comercio. Entonces tuve que hacer Lógica y Psicología, y no me acuerdo con qué éxito lo logré pero sí que, de pronto, en marzo del 47 estaba en la Facultad y me sorprendió que todavía conservaba cierto prestigio, como restos o vestigios del período anterior, tras el abandono forzoso de la Facultad por parte de muchos profesores.

De todos modos, había una secreta continuidad, al menos de atmósfera, y algunos profesores que estaban habían quedado de antes y otros, a los que se llamaba despectivamente “flor de ceibo”, entraron para ocupar algunas cátedras vacías. De los profesores de antes, estaba el inefable Ramón Albeza, que daba latín y griego con bastante éxito en cierto sentido, porque tenía un modo curialesco de enseñar el latín que fascinaba a la clientela de primer año. No eran pocos los alumnos que asistían, como se dijo recientemente, sino muchos, como doscientos o más estudiantes.

Ese primer año de la Facultad fue para mi muy problemático, muy torpe en el sentido de mi rendimiento. Estas materias nuevas para mí, como el latín y el griego, me llevaban demasiado tiempo. Por otra parte, trabajaba y al mismo tiempo quería iniciarme en la literatura, que dejaba un poco para las noches y para las búsquedas ya incipientes de libros. Así que mi rendimiento no fue

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demasiado bueno, tanto que en mi primer examen de Introducción a la Filosofía, que hacía Vasallo, me aplazaron. Fue mi primer fracaso y eso me advirtió que debía ocuparme más sistemáticamente, y tomar los estudios como un trabajo, cosa que después hice, ya habiendo descubierto la otra dimensión que implicaba la Facultad, la del movimiento estudiantil, el centro de estudiantes, el movimiento reformista y el comienzo de una polémica diferente en relación con el establishment. No solo era un debate en relación con una facultad a la que suponíamos, en cuanto a su cuerpo de profesores, de una sumisión al poder político e ideológico, sino también acerca de la universidad, su práctica política y los elementos internos que recorría el movimiento estudiantil: los reformistas clásicos, de centro o tirando para la derecha o para el liberalismo de derecha; los comunistas, los trotskistas, toda esa masa ideológica-política que formaba parte de un debate.

Digamos, poder político: el peronismo y sus articulaciones para la universidad, es decir, la idea que podían tener de la universidad, que no era de ninguna manera clara porque no era ni profesionalista ni tecnológica. Lo que podía entenderse como la práctica política del peronismo en la universidad era, por llamarlo enfáticamente, cierto humanismo debido a fuentes españolas, sumamente sospechoso y encarnado de una manera muy activa por el cura Benítez,

que dirigía la revista de la universidad, y ya desde ese entonces era el confesor de Eva Perón. Una figura muy estentórea, muy vehemente de esa filosofía que era la filosofía del esquema peronista en la universidad. – ¿Había estudiantes que lo seguían?

–No lo creo, la tendencia mayoritaria era opositora, opositora y desconfiada de todas esas articulaciones. De tal manera que escuchaban más a los profesores que venían de antes, y que se habían de alguna manera no plegado al peronismo pero sí aceptado las reglas del juego, como Guerrero en Estética o algún otro que no recuerdo, Sánchez Albornoz que venía transitando por la universidad, por la facultad sin ser molestado por el régimen y otros un poco más tibios que habían quedado. Digamos que estos eran objeto de mayor escucha que los “flor de ceibo” y que los más duros, por ejemplo, del tomismo, como Tomás Casares o incluso del existencialismo, como Carlos Astrada, que era un filósofo brillante, pero los estudiantes lo miraban con muchas reservas. Creo que Astrada pese a que traía algunas novedades filosóficas, en el sentido del existencialismo heideggeriano, jasperiano, que uno podía en aquel momento estimar, su vehemencia nacionalista nos tenía bastante fríos. Ahora, con todo y a pesar de esa cosa gris del compromiso de los profesores de no hacer olas porque esa era la predominancia, yo puedo decir que recuerdo con gratitud una cantidad de clases, lecciones, exámenes y discusiones.

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DOSSIER HOMENAJE A NOÉ JITRIK

JITRIK LECTOR: UNA MÍNIMA APROXIMACIÓN

Por Pablo Rocca

Al borde de los noventa años y con casi siete décadas constantes de entrega a la literatura, Noé Jitrik volvió a sorprendernos cuando publicó un pequeño libro que contiene lo que podríamos llamar la autobiografía de sus lecturas. Mientras seguía publicando poesía, narraciones, ensayos y hasta notas de opinión sobre temas de actualidad, mientras seguía tan campante como profesor y conferencista, luego de dar a conocer varios volúmenes de su autobiografía, para los que había pensado un dispositivo más adentro de la narratividad que de la referencialidad o aun de lo confesional, en su pequeño gran libro Fantasmas del saber (Lo que queda de la lectura ) 1, evaluó otro núcleo, el de sus lecturas que –como repetía Ricardo Piglia– es la mejor biografía de un escritor.

Me detendré en este volumen para plantear una hipótesis básica sobre Jitrik en quien la escritura no sólo depende de la lectura, sino que es una operación simultánea y circular. Un fragmento del capítulo 8, que titula “Teorética”, en el que remite a un pasaje concreto de su vida, el de su contratación como profesor visitante en una universidad francesa a fines de la década del sesenta, servirá para pensar el asunto:

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No vale la pena, en esta historia, recuperar los momentos de distracción lectora o de escritura mercenaria, de modo que más vale reconocer con devoción y agradecimiento a la invocada diosa que vino a sacarme de esa dificultosa situación para ofrecerme un cargo universitario en Francia. Acepté y antes de la concreción del ofrecimiento pude, regresando de otro providencial viaje, a Cuba, visitar la ciudad en la que estaba la universidad que me invitaba a hacer un somero estudio ambiental de lo que nos esperaría si aceptábamos. Estaban en auge los estudios latinoamericanos, circulaban textos consagrados, el hispanismo tradicional retrocedía unos pasos, nombres como Borges o Carpentier o Neruda abundaban en las coversaciones preliminares, de modo que todo parecía favorable pese a que la ciudad estaba envuelta en neblinas invernales, un contraste absoluto con las imágenes soleadas de Cuba que acababa de dejar en la celebración del centenario del nacimiento de Rubén Darío, que había sido (…) mi puerta de entrada a la literatura.

Condicionado por el hecho histórico personal específico, sin embargo tal episodio encuentra su trascendencia, es decir consigue alzarse sobre lo inmediato y, por lo tanto, la cita puede darnos el tono y el timbre general del texto y hasta de la actitud mental de Noé Jitrik ante la vida y la escritura. Fantasmas del saber podría ser un simple recuento narcisista –uno más de los muchos que distraen nuestro tiempo–, un catálogo prolijo y servicial al gusto minoritario. Podría haber sido, incluso, una autoatribución de precursorías, que con todo derecho podría reclamar. En cambio, estas páginas asumen a cabalidad la sentencia borgiana de que es mejor jactarse de lo que se lee antes de lo que se escribe, pero como lo hace desde el espectáculo de la escritura Jitrik vuelve indisociables las dos operaciones. Con la autobiografía ya escrita en varios tomos (Libro perdido, Los lentos tranvías, La nopalera, etcétera), aunque Jitrik apostara en esa serie de volúmenes a la novelización de su vida, se exime de hacerla inteligible –parte a parte– por encima de las lecturas. O, si se quiere, no puede imaginarse a la distancia fuera de su condición

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de lector. De otro modo, puede definir su vida desde algunos fogonazos que siguen vivos en su memoria perfumados o impregnados, mejor, por las lecturas a las que se enlaza una vida, una pasión, una mirada, para decirlo con una palabra que le era tan cara. No conozco caso cercano o remoto en que se haya cumplido con tanta exactitud este equilibrio entre dos series textuales convecinas. Inserto en una colección de la editorial argentina Ampersand –sello especializado en una de sus líneas básicas en problemas de la lectura, en bibliotecas y asuntos materiales de la escritura–, el libro de Jitrik y el proyecto en que se inscribe alumbra y desnuda una carencia: solo el archivo y la especulación nos permiten rellenar a medias, en todo su potencial, lo ganado y lo perdido puesto que no hemos contado en América Latina con prosas semejantes –solo para instalarnos en una pareja modalidad de trabajo– de quienes escribieron diarios o memorias desde el siglo XIX. Salvando épocas y estilos, en páginas autobiográficas como las de Domingo F. Sarmiento, Rufino Blanco Fombona, Manuel Gálvez, Graciliano Ramos, Pedro Henríquez Ureña o Ángel Rama –que, en este último caso, hace apenas unas semanas vinieron a enriquecerse con la publicación de un volumen de casi 900 páginas de su correspondencia entre 1944 y 1983: Una vida en cartas–, las lecturas personales de estos y tantos otros intelectuales aparecen habitualmente como simples datos circunstanciales. Estas, muy esporádicamente se disponen como recursos para el autoconocimiento y la comprensión subjetiva de una experiencia global. En los textos de Jitrik, en cambio, la lectura es parte indisociable de una experiencia en el sentido más íntimo y general.

A través de once breves capítulos, a los que se anexa una lista de los textos citados o evocados, lo leído (o el fantasma de lo leído, como indica en el subtítulo del libro) se convierte en materia viviente y forma de percepción hacia afuera: convencimiento y goce propio, pero también pedagogía, actividad, escritura, creación crítica, nunca cumplimiento de un expediente burocrático o de un simple protocolo.

Jitrik vuelve a ver esa vida que escribe como a través de un espejo convexo, como si fuera una pieza en la que se es actor y espectador a un mismo tiempo. Tal sensación, que está presente en sus ficciones y en sus ficciones-autobiográficas, se amplifica en Fantasmas del saber para dar cuenta de los otros-yo que se suceden con trazos rápidos pero nítidos. Estas serían las etapas que solo alguien que domina una técnica y que tiene un

verdadero estilo puede exponer sin abrumar: el traslado del yo-narrador-personaje desde el interior a la capital con su familia de origen ruso-judío; la adolescencia pobre y algo solitaria; la década del peronismo fundacional que lo encuentra en los cursos de Letras en la Universidad de Buenos Aires, en el ejercicio de una moderada bohemia, en la vida literaria del país desde 1951 cuando contribuye a formar la revista Centro y, luego, las fundamentales Contorno y Zona de Poesía Americana; su primer deslumbrado viaje y estadía en Francia, el retorno y sus comienzos como profesor de Literatura argentina en Córdoba, la larga agonía democrática y los hiatos esperanzados, la resistencia creativa y su aporte al Centro Editor de América Latina de Boris Spivacow; la Revolución cubana y sus sólidas redes culturales americanas; la nueva etapa francesa y el regreso a una Argentina en llamas; los prolegómenos de la dictadura y el exilio mexicano; la vuelta final y los trabajos sin pausa. Cada uno de estos momentos que, desde otra elección, podría expandirse en diferentes perspectivas, en lugar de pautarse por la fuerza de los hechos que lo desafiaron siempre, lleva la marca (o el fantasma) de libros, revistas, editoriales y hasta de agentes mediadores de estos bienes simbólicos como el librero Kohan, quien le recomienda los textos argentinos fundamentales que el inminente profesor debería enseñar en su curso de literatura de ese país en la primera cátedra que desempeñará en Córdoba.

Como en “Correspondances”, de Baudelaire, los libros siempre realizan el milagro de traernos el aroma del pasado y sus imágenes, que se agolpan en nuestra memoria. En la visión de Jitrik la infancia surge, retrospectivamente, como algo perdido que vuelve gracias al descubrimiento de La cabaña del Tío Tom en la humilde Editorial Molino, el mismo sello que proveyó a miles de niños y jóvenes hispanoamericanos de otros tantos títulos; la revelación de la poesía, en la primera adolescencia, llega por una antología de Rubén Darío, que imprime para siempre en la memoria del narrador-crítico-autobiógrafo algunos de sus versos; la magia de Don Quijote de la Mancha se hace patente en una edición popular de Sopena, unos tomazos grandes y alargados, compuestos a dos columnas, que –pido perdón por la intromisión– varias décadas después eran comunes en las librerías de viejo de Buenos Aires y de Montevideo, y por esas ediciones un adolescente de clase media o baja podía descubrir textos fundamentales de tantos autores como Balzac, Flaubert o Dostoiweski. Ya en la década del cuarenta, Jitrik acelera los ritmos de consumo de las

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arrolladoras colecciones de la Editorial Losada, donde se codean clásicos y contemporáneos, franceses y argentinos en mayor grado, pero también Kafka y Rilke. En los tiempos siguientes vivirá renovados asombros, como el conocimiento de la obra de Gastón Bachelard mientras deambula por París –los textos de Maurice Blanchot, siempre admirado, le habían llegado antes, aún en Argentina, y bajo su magisterio había escrito Horacio Quiroga, una obra de experiencia y riesgo (1959)–, más tarde fue el hallazgo de los trabajos de Roland Barthes o el acercamiento a De la gramatología, de Jacques Derrida. Paralelamente, y no en otro andarivel dado su régimen de escritura narrativa, conoció el impacto de Paradiso de Lezama Lima o, antes –en el recuerdo de 2017–, la novela Zama, de Antonio Di Benedetto; por entonces, el confesado conocimiento a destiempo de Bestiario de Cortázar; el estudio y el disfrute de Martín Fierro y de Facundo y los “sentimientos contradictorios” –como lo dice en un célebre ensayo– respecto de Borges, a quien recorrió como tótem a derribar en el campo literario argentino durante el medio siglo y como objeto de estudio universal, cuando Borges se convirtió en clásico.

Estas extraordinarias páginas fronterizas escritas en su autobiografía de lecturas –donde se mezcla la autobiografía con el testimonio, la crónica con el ensayo y la narración–, arriban a una certeza clara: “si leer no problematiza, con la cuota de extrañeza e incomodidad que a veces comporta, no es leer realmente, en la medida, por otra parte, que todas las lecturas proponen, sugieren o imponen algún cambio”.

Por un lado, la vasta trayectoria y la acumulación lectora de Jitrik aparecen como una posible parábola de lo que el escritor latinoamericano fue o quiso ser desde el medio siglo XX hasta el presente. El punto me parece central, sobre todo a tomar en cuenta en este ámbito, en el de una red tan vasta de estudios de teoría literaria. La trayectoria de Jitrik marca el pasaje del autodidacta o casi que se hace escritor antes que crítico en las revistas, el crítico de formación moderna (y con poco sedimento clásico) antes que ensayista y mucho antes que académico, el siempre protagonista de un tiempo que lo acoge o lo desplaza, y en el que nunca renuncia intervenir. Con excepciones, estas reglas se podrían aplicar a la mayoría de sus coetáneos: desde David Viñas a Antonio Candido, desde Lúcia Miguel-Pereira a Emir Rodríguez Monegal.

Pero hay una rara singularidad que Jitrik logra a fuerza de permanecer lúcido, contemporáneo y siempre activo por más de sesenta años, proteico aunque leal a una

visión inconfundible que se multiplica a través de su prosa que elucubra y que conversa a la vez. Esa frescura compleja –valga el oxímoron– surge más allá de las probables reconstrucciones a posteriori, en las que el olvido actual juega tanto como lo hace el poder de lo evocado, algo a confrontar con su vasta obra. Una prosa que se deja llevar por la seducción del texto consigue un efecto que envuelve o, por lo menos, seguramente no deja indiferente a quien lo recibe. Escribir es otra forma de leer.

*Pablo Rocca Doctor en Letras por la Universidad de São Paulo. Profesor Titular de Literatura Uruguaya en la FHCE (Universidad de la República, Montevideo), donde también enseña Literatura Brasileña. Investigador, Nivel II, de la ANII (MEC, Uruguay). Dictó cursos de posgrado en varias Universidades de Argentina, Brasil y México. Traductor del portugués, entre otros, de Machado de Assis y Murilo Rubião. Su último libro: Historias tempranas del libro (Impresores, textos, libreros en el territorio oriental del Uruguay, 1807-1851) (2021).

1 Jitrik, Noé. Fantasmas del saber (Lo que queda de la lectura). Buenos Aires, Ampersand, 2017, 112 págs.

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¿Y LAS PALTAS?

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DOSSIER HOMENAJE A NOÉ JITRIK Por Adriana Amante

Nunca sé exacto cuándo empieza la temporada de paltas. Creo que en un tiempo lo supe; pero acaso eso ya poco importe. Lo que sí sé es que, apenas maduraba en mi jardín, la primera palta ya tenía destino. Reservaba esa primera, y dos, tres o cuatro más, las que podíamos alcanzar en el árbol, para llevarle a Noé.

Desde 2016, por una poda contrariada, el árbol que daba sus frutos cada año –prolífica y acaso también extrañamente, porque parece que los paltos florecen cada dos– se puso errático; y mimetizado quizás con mi propia confusión, trazó su propio ciclo.

Eso a Noé alguna vez lo inquietó. Lo inquietó o lo inquietaba. Porque, en realidad, fue más de una vez. Hace pocos meses me preguntó: “¿Y las paltas?”. Más que el inestable ciclo natural que se daba en mi jardín, tal vez lo inquietara el quiebre de un ritual, de ese ritual que teníamos.Yo le argumenté, con la tranquilidad de quien no tiene dudas, y en un cuasi silogismo que, sin dejar de ser lógico, era también una declaración de amor de discípula a maestro: “Si no te llevo, es porque no hay”. “Si no te llevo, es porque todavía no hay”, le dije ese día por teléfono, medio por el que continuábamos debatiendo las ideas del simposio en el que habíamos estado enfrascados las dos horas anteriores, vía zoom. Pero ahora sí hay. O, al menos, hubo. Esta semana aparecieron las paltas en mi jardín. Y ya es tarde. Como es tarde, irremediablemente tarde; y cuán profundamente lamento que sea tarde ya para decirle lo que debí comentarle el último día que lo vi, a poco de su viaje. Estábamos preparándonos para varias cosas que nos involucraban a los dos; juntos, como tantas veces.Y una era la presentación de su última novela.Yo me hice la graciosa con algo de todos modos cierto e incluso previsible: “apurémonos, le dije, porque tenemos que presentarla antes de que Un círculo se convierta en tu penúltima novela”. Porque Noé, la velocidad de su escritura, su prolífica producción intelectual… ¿quién de nosotros no lo sabe?

Desbordada como habitualmente estoy con y por los compromisos diarios, como nunca él, que era –en su sentido más profundo– un hombre verdaderamente

ocupado, yo había leído la mitad de la novela. Solo necesitaba dos horas más, tal vez menos incluso, de reposo, de poder sentarme, con la tranquilidad que mis actividades me vedaban, y terminarla de un tirón, como debí haberla leído. No me lo reprochó Noé ese último día que nos vimos, porque además de generoso –también lo sabemos–era, como se decía antes de la deconstrucción, un caballero. Pero yo sí me lo reprocho. Y lamento y maldigo no haber compartido con él, reservándome hasta su vuelta, el diálogo sobre su, en efecto, penúltima novela, porque sabemos que ha dejado, lista para publicar, una nueva.

Dos cosas quiero recuperar hoy de Un círculo, esa penúltima novela: en un momento, Ambrosio –el protagonista– comenta: “debimos haberle preguntado, eso me pasa siempre, l’esprit de l’escalier le dicen al que las mejores ideas se le ocurren cuando se está yendo”. L’esprit de l’escalier. Ya se sabe: un witz tardío, una ocurrencia fuera de tiempo; eso es l’esprit de l’escalier. Ahora que por supuesto he terminado de leer la última novela publicada por Noé, ¿siento?, ¿tengo?, quizás padezco un esprit de l’escalier que no es, sin embargo, el de la astucia retórica. No es el de la astucia retórica, sino el de la melancolía. El de la melancolía por no haber charlado con Noé sobre su novela antes del viaje (aunque, claro, hablamos de todos modos de tantas otras cosas antes del viaje). Pero no hablé con él de su novela, con la temeraria tranquilidad de que nada podía pasar, de que nada podía pasarnos, de que la conversación sería infinita. Porque Noé nos había acostumbrado a la eternidad.

Terminé, finalmente, de leer la novela mientras esperaba –paciente e ilusionada– su recuperación. Del mismo modo que había leído la primera parte en la paciente espera de una guardia de hospital en la que aguardé a que me atendieran por una cuestión menor. No era la primera vez, y en alguna ocasión se lo había comentado a Noé: porque Fantasmas del saber , el libro sobre sus lecturas, también lo leí, paciente –como si su escritura fluctuara entre el acompañamiento y el sostén– en una guardia de hospital. Del hospital para el que, también vinculados, como con Sarmiento, Noé y yo habíamos publicado un trabajo sobre Medicina e historia . Un hospital (todo hospital) es, como la lectura, un espacio que cobija, ampara, protege. Muchos hemos leído el bello

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libro de Jacques Derrida y Anne Dufourmantelle; y lo que quiero señalar al respecto es la condición de Noé y de su escritura como hospes . Su escritura y la lectura de sus libros como hospitalarias, reconfortantes. Y, sobre todo, la escritura de Noé como hospes , no solo de la articulación de un pensamiento, sino también de la duda; pero no de la duda como incertidumbre, sino de la duda como inquietud, que es una forma de la indagación. Así es su prosa: deambula por los laberintos de la indagación, buscando afanosa aunque no precipitadamente, llegar a su centro, siempre móvil y activa pero no necesariamente insatisfecha.

Y esto me lleva a confirmar lo que dije hace veinte años en la presentación de otro libro de Noé –Universos discursivos. Obra de Noé Jitrik–, que me sigue pareciendo vigente. La de Noé Jitrik es una escritura que piensa. Que no es lo mismo que una escritura que afirma. Lo que no quiere decir que Jitrik no sepa de qué quiere hablar. Como tampoco significa que no sepa lo que quiere decir. Lo que yo quiero decir es que la de Noé es una escritura plenamente ensayística.Y si el estilo es el hombre, Noé (el propio Noé) era/es un discurso que piensa. Noé mismo era/es un discurso que avanza, se pregunta, retrocede, vuelve a lanzarse como acometiendo, busca, encuentra y pone en duda, indaga y repite como para que la idea provenga del

movimiento de las palabras y de su entramado sintáctico, más que de su propia mente. En el discurso de Noé, el camino del pensamiento era/es largo como sus períodos. El discurso de Noé conserva el tempo de la novela. Y diría más: de la novela de aprendizaje. Del que narra, muy frecuentemente, en primera persona y que —como los jóvenes pícaros que corren mundo— todavía estaba/está (sigue) formándose. Pero el discurso de Noé era/es también, de una manera obvia pero no de menor importancia, una novela de aprendizaje de los que lo rodeaban, lo leían y lo escuchaban. Me corrijo: de los que asistimos, leemos, escuchamos y nos formamos con Noé Jitrik.

No me bastarán sus libros, ya lo sé. Porque me he quedado huérfana; creo que muchos nos hemos quedado, para siempre, huérfanos de su conversación. Pero su escritura seguirá siendo el albergue, el remanso, el vivificante espacio de esa indagación; de una indagación que, no siendo indulgente, era no obstante hospitalaria. Hospitalaria como cuando, anfitrión siempre bien dispuesto, junto con la adorable Tununa, te sentaba a su mesa, después de una laboriosa mañana sarmientina, para reconfortarte con un plato de sopa de palta y después –cómo no, porque Noé, generoso y múltiple, siempre se hacía tiempo para todo–pasarte además la receta, traducida del francés, en Courier New, la tipografía de su dactilopensamiento:

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SOPA DE PALTA

Ingredientes: 1 palta grande y madura; 2 cucharadas soperas de jugo de limón; 1 cucharada sopera de aceite; 50 g. de granos de maíz, sin agua; 2 tomates pelados y sin semillas; 1 diente de ajo picado; 1 puerro en rodajas; 1 pimiento rojo picado; 425 ml. de caldo de verduras; 150 ml. de leche.

Procedimiento

1.Pelar y aplastar la palta con un tenedor; añadir el jugo de limón y guardar.

En aceite caliente, el maíz, los tomates, el ajo, el puerro y el pimiento, durante 2 o 3 minutos en fuego bajo para ablandar las verduras

A la mitad de las verduras incorporarle la palta aplastada y procesarla (en una mezcladora) hasta homogeneizar la mezcla, y ponerla en una cacerola

Añadir el caldo, la leche y el resto de las legumbres y calentar, a fuego bajo, durante 3 o 4 minutos

Hasta aquí su receta, que es otra forma de la escritura de Noé. Esa escritura que, por suerte para quienes fuimos convidados al banquete de su prodigalidad afectiva e intelectual, también nos quedará como legado.

*Adriana Amante se doctoró en Letras en la Universidad de Buenos Aires con una tesis sobre la literatura del exilio en el Brasil en la época de Rosas. Es profesora asociada de Literatura Argentina del siglo XIX en la Facultad de Filosofía y Letras e investigadora del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Buenos Aires. También da clases en New York University en Buenos Aires, en la Universidad Torcuato Di Tella y en la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Publicó Poéticas y políticas del destierro. Argentinos en Brasil en la época de Rosas (2010) y dirigió el tomo sobre Sarmiento de la Historia crítica de la literatura argentina ideada por Noé Jitrik (2012).

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DOSSIER HOMENAJE A NOÉ JITRIK

NUESTRO CHAPULÍN

Por Jimena Néspolo

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Más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga, su escudo es un corazón...

Mi familia conserva el recuerdo intacto de cuando volví de México con la noticia de que allí no conocían a Chespirito, el legendario humorista Roberto Gómez Bolaños. Tenía frescos veinte años, críos pequeños, y ese era el primer Congreso Internacional del que participaba: por ser becaria de doctorado de la Universidad de Buenos Aires, con sede en el Instituto de Literatura Hispanoamericana, fui sumada a la comitiva que acompañó a Noé Jitrik a Puebla y México DF, donde se le otorgó su primer Doctorado Honoris Causa. Corría junio del año 2001, y yo, que conocía al Chapulín Colorado y al Chavo del Ocho, que me había criado como cualquier niñx latinoamericanx junto a icónicos personajes en ese momento aún muy presentes en la tele que veían mis hijxs, no sabía en cambio quién era Noé… Supongo que habré cometido la tontera de preguntar a mis sesudos colegas mexicas por el capo cómico, y supongo también, que por mera cortesía me habrán contestado con una mueca de impasible desconcierto. Aunque la televisión no fue un objeto estudiado especialmente por Noé, no descarto la posibilidad de toparme cualquiera de estos días con un texto suyo que la aborde; ese Congreso Internacional orquestado como homenaje, por su labor como ensayista, editor, docente y articulador de la Casa Argentina en México durante el largo exilio (1974-1987), llevaba por nombre –precisamente– “Universos Discursivos”. No descarto esa posibilidad porque descubro, ahora, en La vuelta incompleta (2021), una de sus últimas novelas publicadas, que sus personajes llevan nombres como “Elpidio”, “Eleuterio”, o que incluso una tal “Clotilde” es la responsable –me disculparán el spoiler– de envenenar la sopa del protagonista, como si de “La Bruja del 71” se tratara.

Noé nos dejó este 2022 y las palabras elocuentes de despedida se manifestaron de inmediato. Y yo, que lo he sentido tan cerca durante mi carrera, que fue mi director de postdoctorado cuando ingresé como investigadora de planta en el Concejo de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, fui invadida por el mutismo y un sentimiento de profundo desamparo. Veinticinco años han transcurrido desde aquel noviembre de 1997 en que lo intercepté en un pasillo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en busca de un instituto donde anclar mi proyecto de investigación sobre la obra de Antonio Di Benedetto… Veinticinco años y aún no puedo responder una pregunta simple: ¿quién es, quién fue, Noé Jitrik? Es cierto que ninguna vida permite responder a ese interrogante de manera sencilla, y la vida de Noé, que fue una vida larga y escrita, mucho menos. De qué Jitrik hablar: ¿del poeta, del crítico, del impulsor de revistas y de grupos, del amigo, del profesor, del cocinero, del funcionario, del novelista, del editor, del columnista, del mentor, del prologuista, del director de la maratónica Historia crítica de la literatura argentina, del director del Instituto de Literatura Hispanoamericana por más de treinta años? ¿Con qué Noé quedarnos?

En esta situación de Homenaje1 quiero hablar del Noé entrañable, ese que parecía saltar cual Chapulín cuando alguien –cualquiera– declamaba “Y ahora… ¿quién podrá defendernos?”, y recordarlo por su humor. Quizás, porque es lo que más extraño de él, y también porque es lo que de inmediato me interpela al leer sus ficciones recientes.

Mencionaba La vuelta incompleta (2021), quiero detenerme especialmente en ella2. En primer lugar, porque es una novela que tensiona o evade la estructura clásica: es un texto que en todo momento desautomatiza los mecanismos de la ficcionalidad a través de la puesta en crisis de sus narradores: tenemos un personaje, intelectual, periodista, y su deseo de escribir una novela, un informe secreto sobre los “vuelos de muerte” realizados durante la última Dictadura Militar que de pronto se convierte en el disparador de una pesquisa cuasi-policial y también en proyecto de nota periodística, enmarcada en otra ficción

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que la envuelve. Así, ese capítulo ominoso de la historia argentina resulta doblemente asediado por una narración oscilante que trama un diálogo fluido con la literatura toda. ¿Pero cómo llamar a esa narración escindida entre varias textualidades, que hace guiños a la vanguardia y, a la vez, se desmarca permanentemente?

¿Y qué tipo de guiños realiza? Porque si “lo real” ominoso es objeto de asedio por esta narración incómoda, la historia literaria argentina es el punto ciego desde donde lo real, hecho relato, se vuelve campo de batalla para definir el carácter político de los géneros y las formas. Así, leemos en la novela de Marcelo Lugano, que Clotilde, que “pudo haber leído La pesquisa de Juan José Saer” (97), es quien informa “con fervor que había aparecido un nuevo volumen de la Historia crítica de la literatura argentina, dedicado íntegramente a Macedonio Fernández” (59). Esos textos, que forman parte de nuestra “realidad literaria ambiente” –como sabemos, ese tomo de la Historia crítica fue publicado en 2007–, se suman a la ficción para ofrecer rasgos capitales sobre los personajes y problematizar la forma misma. Leemos en La vuelta incompleta: “en la perspectiva que habían trazado dioses tutelares como Mallarmé o Flaubert: ¿qué hacer, o mejor dicho, cómo escribir, de un hombre que es o puede estar siendo envenenado en plena soledad, sin parientes ni amigos a la vista, en medio de un silencio aterrador?” (45). Como apuntábamos, es aquella “doña Clotilde”, tan bien informada sobre las revisitaciones de la vanguardia en clave crítica, la responsable de accionar sobre la materia nutricia de quien inicia el relato exclamando, impertérrito, “¡me muero… me envenenaron!” (10).

Toda una petición de principio se condensa en ese binomio que reclama para la vanguardia el protagonismo de la acción (porque “los intentos de vanguardia, eso se sabe, no son fáciles de comprender ni de estimular”, leemos).Y es con esas píldoras de literaria realidad, que reenvián a nuestra “Historia”, a textos, autores y referencias reales, donde el Jitrik-autor se posiciona, para remontar o reescribir su mismo derrotero intelectual y coquetear en clave autobiográfica con un abanico de lecturas. “‘No se trata de esquizofrenia, sino de carnaval’, dijo, ‘disfraces: el policía es el mismo a quien persigue pero no es que sea otro en sí mismo, está en dos causas antagónicas a sabiendas, se siente dueño de un secreto que debe develar como si no lo conociera pero lo conoce y lo produce’” (98): leemos en la novela de Marcelo Lugano, el escritor en ciernes fervientemente alineado

a su contemporaneidad vuelta grupo. Grupo intelectual donde están: Raymundo Nuñez, que trastoca su formación jesuita para sumergirse en los pasillos universitarios, el hedonismo de los cuerpos y las causas políticas; Federico Liniers, que abandona los ideales de juventud para dedicarse al mundo empresarial y los negocios; Lucía Palermo, Florencia Luro, Lucrecia Soldatti, mujeres musas y lectoras exaltadas, todas ellas necesarias para que la gimnasia amatoria despunte en un tiempo –dice el texto– en que el “maravilloso anticonceptivo, el Joconol, [se ofrecía como] la puerta abierta a la libertad” (108). Personajes apellidados con nombres de barrios (Nuñez, Palermo, Luro, Crespo, Soldatti), como si al cartografiar la ciudad de Buenos Aires

y sus alrededores, la novela pudiera mapear a una generación entera; por cierto, cartografía de la que ni siquiera la ficción de Marcelo Lugano puede escapar, puesto que sus personajes llevan por nombres Eleuterio “Devoto” y Clotilde “Saavedra”. Hay en ese mapeo el reconocimiento de un ethos generacional, un “a pesar de sí” que se impone en un abanico de gustos y lecturas que definen, a su vez, un horizonte de pasiones y de luchas. Obsesiones que, desde luego, nos reenvían a los temas abordados una y otra vez por el autor, en ensayos y ficciones.

Como se recordará, ya en la novela Limbo (1989) Jitrik había desarrollado el drama de los argentinos exiliados en trance de volver a un país que acababa de escribir con letra de fuego el Nunca más, transustanciando su propia experiencia vital en materia literaria; en Tercera fuente (2019), por su parte, exploraba la presencia del nazismo en los paisajes insospechados

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de América, tema que en La vuelta incompleta vuelve a ser abordado. Del mismo modo, Un círculo (2022) o los relatos publicados en los volúmenes La Nopalera (2016) y Casa Rosada (2014) abordan distintos períodos históricos de la biografía intelectual del autor, cruzando “personajes reales” –sean éstos el ex presidente Arturo Frondizi, los escritores Julio Cortázar, Juan José Saer o el mismo crítico Carlos Monsiváis– con “personajes literarios”, para componer un friso del siglo XX argentino y latinoamericano imposible de soslayar.

La vuelta incompleta, al volverse una empresa oscilante que desautomatiza los mecanismos de la misma ficcionalidad, descalabra toda pretensión de completud de otras “vueltas” generando conexiones impensadas, haciendo que en una misma obra vibren otras tantas: ahí están La vuelta completa (1966), esa novela de alto contenido existencial con la que Juan José Saer se inicia como narrador, pero también La vuelta al día en ochenta mundos (1967), de Julio Cortázar: peripecias del realismo experimental y del surrealismo rioplatense, irreconciliables hasta entonces, que Jitrik se da el lujo de hacer dialogar al posicionar a la vanguardia argentina en el centro del canon: la Biblia y el Calefón, Sarmiento y Macedonio cada uno con su tomo o volumen, para correr del podio a Borges y desencadenar el vértigo grafómano, haciendo colisionar los opuestos. Solo hace hace falta revisar textos emblemáticos, por ejemplo el artículo “Papeles de trabajo: notas sobre vanguardismo latinoamericano”, para comprobar cómo Jitrik ha desarrollado a lo largo de las décadas el andamiaje teórico sobre el que cimentar un proyecto que aúna crítica y ficción, a través de “una especie de ejercicio de conciencia de sí de la escritura” (1984: 191). Ideas que, desde luego, no se cansaba nunca de exponer y de ensanchar en diálogos permanentes, porque si algo festejaba Noé era el arte de la conversación: un estar atento a la escucha del otro, quien fuera que tuviera enfrente, para tentar una aproximación, un rodeo, capaz de auscultar la vibración del presente. “Una conversación plena —dice en Lógica en riesgo (2021)—, que permita tocar otras zonas, genera lo improbable y preciso de lo poético que brota e ilumina y un intercambio verbal que empieza tal vez con una nada, un toque, poco a poco, cobra un espesor que justifica las presencias y un sentimiento de plenitud indescriptible” (95-96).

Charlar con Noé obligaba a dejarse llevar por la modulación de su voz, sus digresiones nada fortuitas, y entrar al juego, para tentar el dibujo de figuras compartidas que quedaban suspendidas en el aire por varios días, en una suerte de cadáver exquisito que de muerto no tenía nada.

Todos, exactamente todxs, eran invitados al diálogo, los enteros y los rotos, los encumbrados y los desposeídos, como si formáramos parte de esa vecindad utópica que, a pesar de todo, pudo sacar al Chavo adelante. ¿Quién fue Noé Jitrik? Ríanse si quieren, pero tengo para mí la certeza de que Noé fue un pequeño superhéroe de gran corazón, regido por un mantra luminoso: “¡Síganme los buenos!”.

*Agradecemos a Magdalena Jitrik el material fotográfico facilitado.

1 El presente texto fue leído el 20 de diciembre de 2022 en el Homenaje a Noé Jitrik organizado desde la Red Iberoamericana de Teoría y Estudios Literarios y la Asociación Universitaria Iberoamericana de Posgrado.

2 Obras de Noé Jitrik aquí mencionadas: Limbo, México, Ediciones Era, 1989. Casa Rosada, Buenos Aires, Editorial Al Margen, 2014. La Nopalera, Buenos Aires, Punto de Encuentro, 2016. Tercera fuente, Buenos Aires, Interzona, 2019. La vuelta incompleta, Buenos Aires, Interzona, 2021. Un círculo, Buenos Aires, Interzona, 2022. Lógica en riesgo. Ensayos heterodoxos. Buenos Aires,Victoria Stefanovsky Editores, 2021. “Papeles de trabajo: notas sobre vanguardismo latinoamericano” en: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, nro. 15, año VIIII, 1982, Lima, Perú. Recuperado en el volumen: Las armas y las razones. Ensayos sobre el peronismo, el exilio, la literatura, Buenos Aires, Sudamericana, 1984.

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La inclusividad lingüística debe ser radical OPINIÓN

El mantra se repite en tribunas, tertulias y análisis. Se puede escuchar en las pesadillas y en la vigilia. A muy temprana edad una niña recibe la sentencia y la naturaliza, la hace suya. La palabra sin marca en la lengua castellana es la palabra masculina. En plural designa simultáneamente a entidades masculinas y femeninas. A veces es ambigua y a veces discrimina. Se trata de la diferencia gramatical: una manera de discriminar independiente de la de la naturaleza, según dicen. Ya se sabe que esa supuesta neutralidad es una falacia que encubre una herramienta para invisibilizar a la mujer.

El imparable tsunami feminista trabaja sin cesar para que esta evidencia se acepte. Se sabe que la parte semántica carece en buena medida de disputa y que hay causas prescriptivas y descriptivas para insistir en la brecha. Lingüistas de tendencias muy diferentes, en universidades y hasta en la Real Academia, admiten ya las premisas. A veces hacen matices, hablan de la naturalidad de la lengua, del avance y avatares de las palabras del latín a las lenguas francesa, italiana, catalana y castellana. Es un disfraz, un camuflaje que busca deslegitimar el avance tras la excusa de la ciencia.

Se señalan y a veces extirpan las palabras que marcan realidades e imágenes sexistas. Nuevas realidades exigen que se amplíe el caudal y que se creen significantes para las nuevas circunstancias y sensibilidades.

Hay una ausencia grave aún. Muchas más áreas de la lengua de las que habitualmente se admiten muestran huellas sexistas y patriarcales. Sucede en palabras, letras y partículas gramaticales que carecen de carga semántica, según dicen desde academias y universidades. Nada es puramente instrumental en un sistema de estas características. La tara semántica represiva está ahí, se puede descubrir aunque quieran disimularla tras la pretendida neutralidad de las estructuras sintácticas.

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*Daniel Gascón es editor de la revista Letras libres. El presente texto forma parte del libro Fake News recientemente publicado por Debate.

Limitar la tarea inclusiva a eliminar un final que marca, bien la pluralidad bien la especificidad, sería insuficiente, y derivaría en una trampa que indudablemente llevaría a nuevas invisibilidades.

Sería una ingenuidad letal aceptar esa premisa a veces ciega y frecuentemente maligna. De igual manera que la basura en una esquina hace que se degrade una calle entera, que la llave inglesa usada en un crimen es inadecuada para arreglar la cuna en que duerme la criatura lactante en una casa feliz, la huella machista de una partícula en una palabra se traslada a la letra aunque esté exenta de carga semántica. ¿Puede esa letra, esa llave inglesa, dejar de ser partícipe de un crimen? ¿Quién querría bañarse en agua sucia si hay alternativa?

Se dice que en las lenguas las estrategias inducidas únicamente desde arriba fracasan de manera inevitable. Se afirma tajantemente, y se prescinde de sustentar la tesis en pruebas ni nada similar, más allá de la experiencia previa en varias lenguas. Si, antes de ver cualquier prueba, se visten de verdades las herramientas de defensa de un régimen y de una estructura que abarca de la metafísica al episteme y limita la viabilidad de la experiencia y así la capacidad de transmitir la riqueza de la vivencia femenina, ¿qué enseñanza se traslada, qué cadena se desactiva, qué cárcel se destruye?

La resistencia que encuentra este avance exige recrudecer el ataque. La intensidad ha de ser triplicada. Nunca se es excesivamente radical: hace falta llegar hasta el límite, e ir más allá. Dirán que es una quimera: esa vieja etiqueta nunca detiene a las feministas. Advierten de que se perderán palabras habituales, muy útiles en la vida diaria. Habrá que buscar nuevas. La vertiente gráfica habrá de marcar esta vez la ruta de la lengua hablada, la vertiente escrita guiará a la auditiva en esta travesía fascinante.

Imaginar permitirá purificar, empezar desde la línea de salida, crear una lengua nueva. La batalla para resignificar empieza en el significante. La creatividad servirá para hallar maneras alternativas de describir, para descubrir maneras distintas de pensar. Algunas ideas y palabras se perderán: eran antiguallas, inadecuadas para esta era.Y, además, aunque haya a quien le pese y quien se ría de la idea, eliminar palabras que designan realidades desagradables puede eliminar algunas de esas realidades desagradables.

La asfixiante presencia de la letra machista, que simula su naturaleza fálica en su circularidad, ha de ser resistida. La lucha feminista bien merece renuncias. Empezaré naturalmente en esta pieza. Parece a primera vista una tarea fuera del alcance de cualquiera, extenuante. Al final es fácil.Ya se ve: terminé esta página sin ella.Y, sinceramente, perder una quinta parte de las herramientas lingüísticas básicas para fabricar sílabas y una sexta parte de la palabra que me designa es una renuncia asumible en aras del avance de la mitad de la humanidad.

¡Muerte a la letra o!

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LA FORMIGONERA DEL POBLENEW

La Formigonera del PobleNew. Balada para el estómago nace en el marco de Llum 2022, que celebró su undécima edición en el barrio de Poblenou de Barcelona, del 4 al 6 de febrero de 2022. Este Festival de Artes de la Luz invitó al artista Antoni Miralda, en colaboración con la Fundación FoodCultura, para realizar una acción de luces móviles que desfilarán por el barrio. El objetivo de este trabajo performativo fue generar una reflexión sobre la metamorfosis del barrio a través de la figura icónica de la hormigonera. El desfile, con un camión hormigonera transformado en un gran estómago simbólico, representa la transformación, las idas y venidas, y la evolución de un nuevo espacio urbano. El Estómago devorador del Poblenou, en continua digestión, deconstruye y construye un nuevo horizonte en la ciudad, metabolizando el pasado, el presente y transformando la vida de los vecinos.

La Formigonera del PobleNew también quiso rendir homenaje a los orígenes de la popular Fiesta de la Candelaria como celebración del regreso de la luz tras la oscuridad del invierno con ofrendas relacionadas con la fertilidad de la tierra y el ciclo vital de los cultivos.

El desfile poético, Balada para el estómago, compuesto por el camión de cemento del estómago, un séquito de hormigoneras, motocicletas, personajes iluminados y otros efectos de luz, tuvo lugar la noche del viernes 4 de febrero de 2022 a partir de las 19:30 en un vacío solar en la calle Pere IV 115 y duró aproximadamente una hora y media. El itinerario fue Pere IV, Espronceda, Marroc/Tánger, Roc Boronat y Pujades, y finalizó en la Fundación FoodCultura de la calle Joan d›Austria 88 con acciones de celebración.

Se entregó al público una ofrenda-degustación que consistió en una bolsa de fideos indios a la que se le añadió una porción de caldo. Posteriormente se les invitó a ofrecer parte de los alimentos a las mezclas de cemento y con el condensado de estas ofrendas, al final del proyecto se realizó una obra/reliquia que actualmente forma parte del Archivo FoodCultura.

ACCIÓN ARTÍSTICA
BOCA DE SAPO 35. Era digital, año XXIV, Abril 2023. [COMIDAS] pág. 74

https://vimeo.com/690648803?embedded=true&source=video_title&owner=95646380

http://www.foodcultura.org/en/la-formigonera-del-poblenew-2022/

BOCA DE SAPO 35 Era digital, año XXIV, Abril 2023. [COMIDAS] pág. 75
ISSN 1514-8351
BOCA DE SAPO

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