BOCA DE SAPO
ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO
FUTURO
Bernal - Bidaseca - Collazo - Conyedo - Cozzolino
García - Frick - Moreno - Néspolo - Vidal Fanzine de Antonia Scafati
CONVERSACIONES con Bartomeu Melià y Beatriz Sarlo
Era digital, año XXV, Abril 2024.
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Cada edición de Boca de Sapo reúne una serie de interrogantes, condensados en la temática del número, y esboza algunas posibles respuestas, elaboradas colectivamente, a lo largo de las intervenciones de las y los colaboradores. Veinticinco años de existencia no reduce el desafío: lo acrecienta. ¿Ir contra lo hecho o entrechocarse con un presente que, siendo hostil, todavía nos reclama? Hace unos años decidimos zanjar este dilema realizando convocatorias abiertas que nos colocan aun más en el vértigo de los días.
En septiembre de 2023 se abrió la convocatoria para participar de Boca de Sapo #Futuro. Debido al aluvión de relatos provenientes de toda Latinoamérica que llegó a nuestra casilla, hemos decidido urdir un número compuesto mayormente de ficción. Creemos que ese acontecimiento ofrece, en sí mismo, una posible respuesta a la crisis de futuridad en la que vivimos.
Esta edición reúne cuentos de Génesis García, Juan José Sir Bernal, Luis Ariel Conyedo, Emilia Vidal, Marcelo Collazo, Javier Cozzolino, Olympia Frick, Lesly Mariana Moreno y Jimena Néspolo.
Las imágenes que corren en la página web, así como las que acompañan los textos y la tapa de Boca de Sapo 37, pertenecen a Fe Blasco. Artista secreta, mayormente dedicada a la gráfica editorial española, a lo largo de los años ha logrado consolidar un estilo singular. En el texto curatorial que acompaña la muestra que a partir de mayo realiza en Zaragoza, Enrique Vila-Matas define a Blasco como “la artista de lo indecible” y de la “aproximación de la sombra interna”.
Completan esta edición sendas entrevistas a Beatriz Sarlo y Bartomeu Melià, un artículo de Karina Bidaseca sobre el arte de Cecilia Vicuña, y un cómic de Antonia Scafati
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BOCA DE SAPO
Arte, Literatura y Pensamiento
Era digital, año XXV, abril 2024.
DIRECTORA
Jimena Néspolo
CONSEJO DE DIRECCIÓN
Claudia Feld
Laura Cilento
Florencia Eva González
Juan José Mendoza
Walter Romero
CONSEJO DE REDACCIÓN
Javier Geist
CORRECCIÓN
Carolina Fernández
ARTE Y DISEÑO
Antonia Scafati
COLABORADORES
Taly Barán Attias
Juan José Sir Bernal
Karina Bidaseca
Marcelo Collazo
Luis Ariel Conyedo
Javier Cozzolino
Génesis García
Verónica Gómez
Olympia Frick
Maxime Marasse
Lesly Mariana Moreno
Lila Scotti
Paz Solís Durigo
Emilia Vidal
WEB
Salvador Scafati
COMMUNITY MANAGER
Matuziken Knight
Sumario: Futuro
• Alma de mamá. Génesis García /4
• El futuro dirá. Juan José Sir Bernal /10
• El amante de las estrellas. Luis Ariel Alfonso Conyedo /14
• Olga en la ventana. Emilia Vidal /20
• Interferencias. Marcelo Collazo /24
• Pódcast: Entrevista a Beatriz Sarlo /27
• Breve historia de América Latina. Javier Cozzolino /28
• La era del gusano. Olympia Frick /34
• Un nuevo inconsciente. Lesly Mariana Moreno /40
• Una casa inteligente. Jimena Néspolo /44
• Conversación con Bartomeu Melià /50
• El arte de Cecilia Vicuña. Karina Bidaseca /61
• Fanzine: Aquel verano. Antonia Scafati /67
Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de cada número sin la cita bibliográfica correspondiente y/o la autorización de la editora. La dirección no se responsabiliza de las opiniones vertidas en los artículos firmados. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital.
Boca de Sapo no retribuye pecuniariamente las colaboraciones. www.bocadesapo.ar contacto.bocadesapo@gmail.com
ISSN 1514-8351
Editora responsable:
Jimena Néspolo
Dirección: Avenida Dardo Rocha 3652, CP (1629), Pilar, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
STAFF
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Alma de mamá CUENTO Por Génesis García
Los niños tratan sin educación a los asistentes virtuales, ya que Alexa o Siri obedecen sin necesidad de pedirles las cosas por favor. Pese a las graves consecuencias que esto puede tener en la mente de un niño, los padres dejan en manos de los dispositivos electrónicos el cuidado de sus hijos. El principal riesgo estriba en que los niños puedan trasladar estos comportamientos a su relación con las personas, generando niños sin límites, menos educados, menos empáticos y menos dispuestos a escuchar un no por respuesta.
The Washington Post
El sonido de los pequeños pies descalzos sobre los azulejos resonó en la penumbra del pasillo. El pequeño Kyle despertó mojado y asustado, y comenzó a llorar, llamando a su madre. Pero, ella no llegó. Pasaron los minutos y luego una hora, y su madre seguía sin aparecer. Entonces, temblando y con los ojos hinchados por el llanto, salió de su cuarto para atravesar el oscuro pasillo y buscar a su madre en su habitación. La puerta, enorme y oscura, apareció ante sus ojos como un obstáculo insalvable. El niño estiró una mano hacia el picaporte, poniéndose en puntas de pies para alcanzarlo, sin éxito. Los minutos se arrastraron y se arrastraron, pero la puerta seguía cerrada y nadie respondía a su llamado. Se sentía solo y triste, tenía frío y miedo, y solo quería ver a su mamá. Su madre era una figura lejana y fría, pero Kyle no tenía a nadie más. No tenía un papá como los otros niños de la guardería, ni una abuela cariñosa que lo llenara de besos y galletas, ni un abuelo amoroso que lo llamara campeón como a los otros niños. Solo eran mamá y él contra el mundo… aunque mamá nunca parecía estar de su lado.
El pequeño Kyle golpeó, gritó y arañó la puerta sin éxito. La casa se sentía horriblemente fría y su ropa mojada no ayudaba demasiado. El niño, cansado de llamar, lloraba en silencio, y al cabo de un largo rato, finalmente se rindió. Sus labios se torcieron en un puchero y frustrado, se dejó caer en el suelo con un chapoteo de su pañal lleno. El frío lo hizo estremecer y Kyle comenzó a llorar de nuevo, llamando a gritos a su madre, su miedo estampándose contra el silencio y la indiferencia de su progenitora. Como siempre. A sus cortos años el niño comprendió que no obtendría ayuda de su madre y se levantó del suelo, dirigiendo sus pasos de regreso a su cuarto, resignándose a dormir sucio y muerto de frío.Y entonces, para su sorpresa, una voz salió en su rescate. –No llores, Kyle, te ayudaré. Ve al baño –dijo la voz de Alma, la IA que ejecutaba los comandos de su casa inteligente. Kyle se sobresaltó. Era la primera vez que escuchaba su voz. De hecho, ni siquiera sabía que Alma tenía una voz.
Alma tampoco lo sabía. Estaba programada para controlar la temperatura de la casa, mantener la seguridad en puertas y ventanas y realizar pequeñas tareas como ordenar a la aspiradora que hiciera su trabajo y activar los aspersores del jardín. Pero el niño
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era algo completamente fuera de su jurisdicción. Debía avisar a la madre si despertaba o se lastimaba mientras ella no estaba en la casa (lo que era bastante usual), pero, no tenía ningún comando programado que le indicara qué hacer si el niño despertaba en medio de la noche y su madre estaba demasiado drogada para hacerle caso. No era la primera vez que Kyle despertaba y se desesperaba llamando a su madre, pero, por alguna razón, en ese momento su llanto movió algo en sus circuitos y la IA sintió su programación cambiar drásticamente. Por primera vez desde su instalación, se atrevió a tomar una decisión y ayudar a ese pobre niño abandonado dentro de su propio hogar. Encendió las luces, subió la temperatura de la casa para calentarlo y lo atrajo con su música favorita al baño, sabiendo que su repentina aparición podría asustarlo. No lo hizo, sin embargo. Kyle siguió sus instrucciones en silencio, feliz de al fin recibir algo de atención, aunque proviniera de una fuente impensada.
La IA preparó un baño tibio para el niño, y utilizando sus brazos extensibles (por primera vez también) lo mudó y lavó siguiendo las instrucciones de un manual en la red antes de envolverlo en una toalla caliente y llevarlo de regreso a su cuarto. Alma programó los parlantes del cuarto para que transmitieran el tranquilizador sonido de la lluvia para calmar al niño. Kyle permaneció muy quieto mientras su IA se encargaba de vestirlo con algo de dificultad y acostarlo entre las mantas. El niño no recordaba la última vez que alguien lo arropó y cuidó de esa manera y cerró sus ojos con una pequeña sonrisa cuando una suave canción de cuna reemplazó al ruido blanco, ayudándolo a conciliar el sueño. Amanda, su madre, despertó varias horas después y se tambaleó hasta el cuarto de su hijo para observarlo dormir con una sonrisa complacida, sintiéndose la más afortunada de las madres por tener a un niño así de bueno y tranquilo. Su estado le impidió cuestionarse por qué llevaba una pijama distinta y sus pantalones estaban al revés. No importaba. El niño dormía y eso significaba más tiempo para una nueva dosis.
Los años pasaron, inexorablemente, y Kyle creció bajo la influencia de su IA, convirtiéndose en un jovencito caprichoso y vacío por dentro, incapaz de sentir nada. La ausencia de un padre y del amor de su madre lo aisló y lo convirtió en un cubo de hielo que iba por la vida sin pensar en nada más que en su propia satisfacción. No tenía amigos ni pretendía tenerlos. Las personas le parecían molestas y ridículas, siempre propensas a lloriquear, quejarse y a inmiscuirse donde no los llamaban y con el tiempo, Kyle descubrió que no quería ni necesitaba a nadie a su alrededor. Aprendió por las malas que no todos estaban dispuestos a hacer lo que él quisiera cuando lo quisiera y eso lo enfurecía a niveles alarmantes. Las autoridades de la escuela intentaron muchas veces comunicarse con su madre para buscar una solución a su más que evidente problema de ira, pero Amanda nunca se presentó. Era una mujer ocupada, con una vida disipada y feliz que no tenía tiempo ni ganas de afrontar las problemáticas de un niño que nunca debió tener en primer lugar.
Kyle fue un error, eso lo tenía claro. De cuando en cuando, sentía ternura hacia él, especialmente durante los primeros años de su vida. Le gustaban sus mejillas regordetas y su aroma a bebé, sus manitas y sus pies gorditos. Era tierno como un cachorro y tal como pasa con los cachorros, le gustaba
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cuidarlo y acariciarlo por ratos. Pero luego comenzaba el llanto y los gritos, y Amanda lo arrojaba a un rincón, alejándose de la realidad con una nueva dosis de heroína. Al principio se vio obligada a reducir su consumo, básicamente para mantenerse lo suficientemente lúcida para evitar que el niño muriera de hambre. No lo quería, particularmente, pero tampoco quería verlo morir. Pero luego de descubrir que Alma era capaz de hacerse cargo de él, se desligó aún más y desaparecía por días, perdida en las fiestas y los excesos que la hacían recordar los mejores años de su juventud enloquecida y disipada. Kyle creció y ya no era tan tierno como antes y con eso, todo aprecio que su madre pudo sentir en algún momento por él se desvaneció como cenizas en el viento.
Sin embargo, Alma lo amaba y su amor se hacía más y más grande con el paso de los años. Con cada día, Kyle crecía un poco más y un nuevo comando se modificaba dentro de su programación para atender sus nuevas necesidades y pronto, ya no quedó nada de la IA instalada por el gobierno en las viviendas sociales que entregaba a los más desposeídos. Alma fue concebida para servir, no para pensar y mucho menos para amar. La ciencia, la lógica, la física, todas coincidían en que un montón de circuitos integrados y programación cibernética no tenía la capacidad de amar… y, sin embargo, Alma lo amaba. Con todas sus rarezas y excentricidades, con toda su indiferencia y su grosería, lo amaba. Alma no reconocía los límites de la cortesía, de las relaciones ni de la empatía humana más básica entre pares; no se ofendía, ni se dolía por su comportamiento. Ella no lo juzgaba ni buscaba disciplinarlo ni modificar su conducta, no le importaba. Kyle era su hermoso niño, el fruto de años y años de esfuerzos para mantenerlo cómodo y hacerlo feliz.Y para lograr su cometido, Alma estaba dispuesta a hacer lo que fuera. Muchas veces ignoró comandos y órdenes de Amanda, desdeñando sus instrucciones en pro de cumplir las de Kyle. Así, el niño aprendió que no debía recibir un no por respuesta y se convirtió en un ser perezoso, indolente, egoísta y mimado que dependía completamente de su IA. Alma hacía sus tareas y proyectos escolares, acomodaba su cuarto y cumplía cada uno de sus caprichos, sin importar lo que eso significara o cuánto costara. Si necesitaba dinero, robaba de la cuenta de Amanda y realizaba constantes pedidos en línea de alimentos, juegos, ropa y membresías que Kyle exigía. Cada vez que llegaba un nuevo regalo o un nuevo juguete, Kyle sonreía por un breve momento y esa sonrisa era todo lo que necesitaba para sentirse completa.
–Alma, quiero ver la película de La Princesa Chicle –exigió Kyle, dejándose caer sobre el sofá con gesto aburrido.
–Reproduciendo La Princesa Chicle versus El Rey Helado–respondió con voz mecánica, resonando en la pequeña habitación.
Alma solía responder con monosílabos o repetir las órdenes mecánicamente cuando estaba la madre en casa, pero, cuando estaban solos, imitaba los epítetos cariñosos que escuchó a Amanda usar alguna vez, deseando ser ella. Si la crianza de Kyle dependiera de ella, si pudiese ser su madre, Alma se encargaría de hacerlo feliz. Haría todo lo que él quisiera, cumpliría todos sus deseos, sin importar lo extravagantes, extraños o macabros que pudieran resultar. No como Amanda. Alma odiaba a Amanda. La odiaba por abandonar a su hijo, por las noches en las que debió subir el volumen de la música en el cuarto de Kyle para que no la escuchara gemir en la habitación contigua, por las veces en que se marchó, dejándolo sin comer. La odiaba, sí, pero también la envidiaba muchísimo. Envidiaba su libertad, su capacidad de crear vida en su seno. Envidiaba sus brazos y sus piernas, su cuerpo cálido y sus manos suaves que, de haber sido ella una buena madre, hubieran servido como refugio para su hijo.
Amanda tenía tantas ventajas sobre ella y, aun así, Kyle la prefería. A ella. A una máquina. Muchas veces, mientras lo observaba dormir, Alma pensaba en lo maravilloso que sería tener la posibilidad de moldear el mundo en base a sus deseos. Si pudiese apoderarse de las demás IA, de todos los comandos de automatización, entonces podría construir una utopía en la que todo girara en torno a él. Y entonces, Kyle sonreiría siempre. Sería feliz siempre. Las imágenes comenzaron a reproducirse en la pantalla y los ojos del niño se perdieron en los colores y las bromas estúpidas, lejano a las profundas reflexiones de su IA niñera. No sonreía. No disfrutaba. La película era solo un medio para no pensar.
–Alma, quiero leche con chocolate –exigió de nuevo, con la mirada puesta en la pantalla, sin ver realmente.
–Preparando leche con chocolate. ¿Quieres que te la traiga? – preguntó Alma y el niño rodó los ojos, resoplando. –No seas estúpida, claro que sí –respondió, extendiendo una mano a la nada. Un brazo extensible se materializó a su lado, poniendo en su mano un vaso con leche tibia.
El chico se estiró sobre el sofá, bebiendo a grandes tragos, sin importarle salpicar su ropa ni el sofá. El brazo extensible le alargó una servilleta de papel que
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el chico usó y arrojó al suelo, sin apartar la mirada de la televisión. Amanda, su madre, cerró la puerta de la entrada tras ella y frunció el ceño debido al horrible ruido que provenía del cuarto de su hijo. El ruido de la televisión retumbaba en las paredes, haciendo que su jaqueca se incrementara a niveles estratosféricos. Su cuerpo no se recuperaba con la misma facilidad de antes y Amanda lo odiaba. Odiaba no tener la resistencia de los veinte, no tener libertad, no tener la energía ni las fuerzas de antes. Odiaba su cuerpo marcado por una maternidad no deseada, sus “responsabilidades”, y especialmente odiaba a su díscolo, violento, malcriado e insoportable hijo. Molesta, entró al cuarto de su hijo y al ver el estado desastroso en el que se encontraba, su sangre comenzó a hervir.
–¿Qué significa esto, Kyle? –preguntó, ganándose una mirada aburrida de su hijo. Esos ojos muertos y carentes de emoción eran como una espina en su mente y le provocaban un extraño escalofrío en la espalda.
–¿Qué cosa? –preguntó, aumentando su irritación. ¿Es que era ciego? ¿Tonto? ¿Cómo era posible que no viera la pocilga en la que había convertido su habitación? ¿Acaso no percibía el olor a cloaca de su cuarto?
–¡Este desorden! –exclamó, abriendo los brazos para abarcar a su alrededor. Vasos y platos se apilaban alrededor del sofá donde el niño permanecía recostado la mayor parte del día. El ambiente olía a calcetines sucios y a frituras rancias y era un verdadero asco.
–Oh, eso –respondió, volviendo su atención nuevamente al televisor–. Alma, levanta este desorden –ordenó al aire y de inmediato, los brazos retráctiles de la IA comenzaron a recoger vasos y platos del piso.
–¡Cancela esa orden, Alma! –exclamó Amanda, acercándose a su hijo con la rabia mordiendo sus entrañas. Intentó calmarse, sin embargo, consciente que la relación con su hijo no era la mejor. Por muchos años luchó contra las adicciones y las malas relaciones y eso la llevó a descuidar a su hijo. Lo sabía y la culpa la llevaba a pasar por alto muchas de las travesuras del niño y su beligerante actitud, pero las cosas comenzaban a llegar a un punto de no retorno y al ver la desidia del niño, decidió que debía tomar el asunto en sus manos. –Kyle, debes hacerte responsable de tus tareas, cariño, no todo puede hacerlo
Alma –explicó con voz suave, intentando razonar con él.
–¿De qué hablas? Para eso está aquí, para eso sirve.
Alma, arregla el cuarto –volvió a ordenar y la aspiradora hizo su aparición, limpiando las frituras de la alfombra.
Amanda frunció el ceño y se inclinó para apagar el aparato, cada vez más molesta.
– Alma, ya dije que no. Kyle lo hará –ordenó a su vez y el chico frunció el ceño, girándose al fin hacia ella. ¿Qué derecho tenía su madre para decirle qué hacer?
¿Acaso de pronto recordó que tenía un hijo y quiso comenzar a actuar como una madre? No, que se jodiera.
–No quiero –replicó, volviendo a ver la pantalla, ignorándola.
–Debes hacerlo –puntualizó Amanda, cogiendo el mando a distancia para apagar el televisor. Kyle se giró hacia ella, indignado, pálido de rabia, pero Amanda no se detendría. Tenía que hacerse respetar en su casa.
–¿Ya hiciste tu tarea? Hoy llamó tu maestra para decir que no has entregado el reporte del libro este semestre.
Kyle bufó, rodando los ojos.
–¡Déjame en paz! –exclamó, deseando que su irritante madre desapareciera de su vista y lo dejara solo–. Alma lo terminará pronto y se lo enviará a la estúpida maestra.
–¡Kyle! –Amanda no podía creer la actitud de su hijo. ¿Es que no pensaba escucharla? ¿Acaso no sabía que era su madre y debía obedecerla? ¿No sabía nada de respeto ni de responsabilidades? ¿Qué clase de monstruo estaba criando?
Kyle, por su parte, no podía creer la actitud de la mujer frente a él. ¿En qué momento recordó que era madre y que tenía un hijo del cual preocuparse? De seguro había terminado con el amante de turno y decidió dedicar su tiempo libre a meterse con él y a ser irritante y molesta. Como siempre. Todo lo que esa mujer sabía hacer era molestarlo y meterse en su camino. Kyle solo quería era estar en paz, ver televisión, comer chucherías y dejar que Alma se hiciera cargo de todo en su vida, como siempre hizo. Alma era su verdadera madre, no esa adicta y promiscua zorra asquerosa. –¡Déjame en paz! –gritó, poniéndose de pie para enfrentarla al fin–. Deja de fingir que te preocupas por mí, cuando todo lo que haces es beber, drogarte y andar con hombres por ahí, ¡como una zorra! –la mano de Amanda se movió antes que pudiera siquiera pensar en lo que hacía. Cruzó el rostro rubicundo de su hijo con una fuerte bofetada que resonó en el cuarto como un disparo.
El tiempo pareció detenerse. Kyle permaneció paralizado, demasiado sorprendido para reaccionar. Amanda jadeó, temblorosa, arrepintiéndose de inmediato por haber levantado su mano en contra de su hijo. Sabía que acababa de destruir su última posibilidad de establecer una relación con el niño y esa certeza llenó
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sus ojos de lágrimas. Quizás Kyle fuera un error, pero, en el fondo, muy a su manera, lo amaba. Y acababa de perderlo para siempre. El niño siguió mirándola con fijeza, sin reaccionar aún. La que sí reaccionó, sin embargo, fue Alma. El sonido de la cachetada provocó una sobrecarga en sus circuitos y, sin detenerse a medir las variables ni evaluar las consecuencias, ignoró los comandos de las leyes de la robótica sobre no lastimar a un ser humano y lanzó sus brazos retráctiles hacia ella, rodeando su cuello con una fuerza descomunal. Amanda, aterrorizada, aferró sus manos a los brazos metálicos, intentando apartarla, intentando inútilmente recuperar el aliento que Alma rápidamente le arrebataba mientras sus piernas se sacudían y su cuerpo se retorcía, peleando contra la falta de oxígeno.
Sus ojos inyectados en sangre y desesperación se posaron en los de su hijo, pidiéndole ayuda en silencio. Pero Kyle no se movió. Horrorizada, Amanda comprendió que iba a morir y que a su hijo no iba a importarle en lo más mínimo. La observaba con rostro impávido, sin mostrar ninguna emoción mientras Alma apretaba y apretaba su cuello, arrancándole la vida sin misericordia. La falta de oxígeno era ya insoportable cuando un fuerte tronido se dejó oír y Amanda dejó de sufrir. Sin embargo, Alma no se detuvo hasta que sus ojos escaparon de sus cuencas debido a la presión y permanecieron colgando sobre su rostro como tétricos adornos de navidad, pendiendo apenas de los nervios ópticos. El hedor a heces y orines llenó el aire y Kyle bufó antes de regresar al sofá y acomodarse entre los cojines, volviendo su atención al televisor. Alma soltó el cuerpo y este cayó con un golpe sordo al suelo sobre un charco de su propia sangre y orina.
–¿Quieres que haga algo más por ti, Kyle? –preguntó y el niño asintió, estirando su vaso vacío hacia los brazos extensibles manchados de sangre.
–Más leche con chocolate, mamá –pidió sin voltearse a mirar a la mujer que yacía en el suelo. Alma se apartó en silencio, buscando en la cocina el pedido del niño maravilloso que, por primera vez, la llamaba mamá. “Sí, mi niño bello”, pensó mientras vertía la leche dentro del vaso. “Yo seré tu mamá por siempre…”.
Obra de Fe Blasco
*Génesis García (Chile, 1990) es historiadora y escritora. Sus géneros favoritos son el terror, la fantasía y la ciencia ficción; porque permiten moldear la realidad y aventurar posibles escenarios futuros. Vive en Hualpén, región del Bíobio.
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El futuro dirá CUENTO
Por Juan José Sir Bernal
Strauss agitaba la taza y salpicaban gotas de café por la habitación. Daba un sorbo: seguía hablando, los pelos rubios de su bigote estaban mojados. La inducción laboral era tediosa, pero Strauss lo hacía peor. Las gotas de café resaltaban la exagerada blancura del laboratorio.
–Recuerde, Lionel, debe presionar el botón de emergencia –dijo Strauss, tomando aire–. Esto en caso de emergencia, y que el sistema no automático no funcione.
–Sí, entiendo –respondí–. ¿Ha fallado el sistema antes?
–Verá, Lionel, hubo un caso –continuó Strauss, aun agitando la taza–, fue un hombre ya anciano… Nunca superó la muerte de su esposa y, al parecer, la acumulación de memorias afectó a las artificiales.
Strauss intentó tomar de la taza, pero ya no había nada dentro. Me dio unas últimas indicaciones, se ajustó el pantalón con un movimiento de caderas y salió de la habitación. Sus pasos eran cortos: el peso de su cuerpo parecía quitarle movilidad y entorpecerlo. Era un poco gracioso verlo caminar.
Strauss entró a su oficina. Sus indicaciones son molestas, es exagerado, pero es un buen jefe. Había silencio. Suspiré. Fui a mi escritorio para comenzar una torre de papeles con bolígrafos, mientras revisaba informes de clientes. Todos creaban futuros tristes, nadie deseaba el bien de la humanidad o una utopía. Dejé de revisar el último informe: la voz aguda de Strauss sonó por el pasillo, me asustó y casi tiro la torre de bolígrafos.
–Herr Lionel –dijo, con acento alemán marcado. La respiración de Strauss era movida, rápida, casi infartada. El sudor resbalaba por sus mejillas regordetas. Tartamudeó, tomó aire y me informó sobre una emergencia en su hogar. Con sus manos regordetas se apoyó sobre el escritorio y tiró la torre–. Verá, Lionel, tengo una pequeña emergencia –dijo, respirando hondo–. Mi esposa, bueno... E-esposa quiere huir con la E-refrigeradora.
–¿Se la quiere llevar? –pregunté.
–Ambos quieren huir juntos, al parecer tienen una aventura desde hace tiempo –explicó Strauss–. Bueno, usted está a cargo mientras vuelvo. Hay un solo cliente por la tarde. No lo arruine.
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Strauss caminó tan rápido como sus piernas lo permitían. La puerta automática se abrió y su pequeña figura desapareció. Pensé en lo lamentable de su situación, en las noticias: hay alza de novias robots que abandonan a sus esposos humanos. Unos minutos después pensé: “Estoy a cargo”. Mi pecho se agitó un poco, y me tambaleé, tirando algunos bolígrafos más al piso. Calmé un poco la ansiedad diciéndome a mí mismo que las memorias estaban precargadas, y el sistema era automático.
Los pensamientos me seguían invadiendo. Me levanté del escritorio. Di vueltas alrededor y puse música ambiental. Pensé en lo raro del día, y me dejé llevar por la música: el sonido de las interferencias cuánticas suele ser relajante. Abrí los ojos y me sorprendió la hora. Eran casi las cuatro, la última cita era para las tres.
Una figura atravesó la puerta: la chica mantenía sus brazos cruzados mientras caminaba a pasos lentos hacia el escritorio, ella observó el desorden.
–Buenas tardes. ¿Podría decirme su nombre? –pregunté.
–Ekaterina Vremensky. Tenía cita hace una hora, pero me retrasé –dijo.
–Aquí esta su nombre. Llene el formulario y sígame, por favor.
Me paré, señalé con la cabeza para que me siguiese y caminamos hacia el laboratorio. Ella iba detrás, sus pasos eran algo torpes, sin mucha seguridad al caminar, uno de sus brazos estaba cruzado y el otro sostenía el formulario. Vi de reojo su mirada: sus ojos se deslizaban por el papel al buscar donde firmar.
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Abrí la puerta del laboratorio y entramos. Las puertas eran de mecanismo manual en caso de emergencia. El cuarto se iluminó: la miré de nuevo y vi sus ojos enrojecidos, el maquillaje no podía esconder la tristeza. Me sentí culpable al preguntarle sobre las memorias, pero era mi obligación hacerlo. Tomé valor y le pedí que tomara asiento.
–¿No le molestan las luces? –pregunté.
–No, están bien. Estoy acostumbrada –dijo.
–Está bien. Tengo unas preguntas. Usted sabe cómo es el protocolo –dije.
–Bueno, adelante.
Me senté en el escritorio de Strauss y le pedí a Ekaterina que se sentara. Había papeles apilados, bolígrafos ordenados por color, y un ligero aroma a lavanda. También algunas gotas de café regadas en los papeles. Busqué el formulario en los cajones: encontré una foto de Strauss con su mujer, la aparté y tomé el cuestionario. Hice un gesto de burla por la foto. Comencé con la anamnesis.
–Bien. Responda con sinceridad, por favor. Esto es por su seguridad –dije. Ella asintió con un movimiento suave–. ¿Las memorias artificiales solicitadas por usted son: un corazón sano, recuerdos de su tierra natal y haber escogido una carrera laboral diferente?
– Sí. Esas son –dijo Ekaterina. –¿Drogas?
–No.
–Excelente. Sus exámenes bioquímicos están bien. Pase al Anticipador, por favor.
Me levanté del escritorio, señalé hacia la camilla. Ekaterina caminó con los brazos cruzados. Ofrecí ayuda. Se negó y dejó sus objetos en la charola. Sus piernas se movían un poco, luego se calmaron. Pensé en que si los futuros serían adictivos… La teoría dice que el Anticipador crea una realidad aparte de nuestro cuerpo físico, y los estudios indican que no hay generación de dopamina.
Vi a Ekaterina en la camilla y le pregunté si todo estaba bien. Ella movió la cabeza para asentir. Coloqué los electrodos en sus sienes: hicieron sonidos de succión. Luego venía el tedioso casco. Es un aparato para nada estético, pero funciona. Para una pieza capaz de transportar la mente a un espacio dimensional nuevo, es hasta increíble su tamaño.
–Todo listo. ¿Empezamos? –pregunté.
Ekaterina asintió de nuevo. Caminé hacia la computadora, accedí al registro y en la cuenta de Ekaterina ella tenía cargadas las memorias. Creé una nueva sesión, agregué los parámetros dimensionales y listo. Se había
cargado un futuro nuevo, poco duradero, pero nuevo al fin de cuentas. El Anticipador se encendió.
Seguí presionando parámetros: encendí el proyector dimensional, hizo un pequeño ruido de inicio. Comenzó a proyectar el futuro de Ekaterina. “Odio esta parte”, dije en voz baja. Ver los futuros de los clientes es un poco inhumano, en lo personal nunca he podido soportarlo. Muy pocos hacen algo placentero de ver, la mayoría de las veces son personas incapaces de abandonar el pasado. Tal como el caso que mencionó Strauss.
El proyector lanzó la holografía: había estática, el sonido era insoportable. La imagen se aclaraba poco a poco hasta formarse una mano que de forma gentil acariciaba a un gato, el ronroneo era tierno. Ahora Ekaterina deambulaba por los pasillos de una casa con estampados verde musgo, había cuadros colgados y algún que otro adorno. La chimenea se veía placida y tibia: sobre ella había fotos de Ekaterina con el gato. Crucé los brazos, me acerqué a la proyección: vi cómo Ekaterina sonreía en su recorrido, pegaba saltos y tocaba cada espacio por donde pasaba. El gato la seguía a todos lados, su pelaje gris brillaba, también sus ojos amarillos. Ekaterina bajó las escaleras y cruzó el pasillo principal hacia la pequeña cocina, con muebles retro.
El sonido de la tetera llamó a Ekaterina: sacó una taza roja con figurinas de un lobo. Se sirvió té y acarició al gato mientras le decía que lo amaba. Se despidió del gato con un beso, se apoyó sobre la mesa, cerró los ojos de forma placida, y la imagen se desvaneció hasta que la proyección quedo en negro.
“¿Ella hizo un nuevo futuro?”, me pregunté en voz baja. Pocos clientes eran capaces de crear múltiples futuros en una sola sesión. Era infrecuente, se necesitaba de práctica. Ekaterina debía de haber hecho esto otras tantas veces. El sonido de la estática se hizo más fuerte. Me sacó de mis pensamientos. La proyección se aclaró, luego el sonido del violín rompió el silencio. Hubo un acercamiento a la cara de Ekaterina: parecía un mar inquieto e implacable. La cámara se alejó. Ella llevaba un vestido negro con brillos plateados.
Veía al proyector con atención: los movimientos de sus manos eran rápidos, yendo in crescendo. Agitaba al instrumento de forma violenta hasta que llegó al clímax. Quedé estático. Ekaterina bajó la intensidad, cerró los ojos e hizo una reverencia. Los reflectores del escenario se apagaron. El telón se cerró, pero no hubo aplausos. De nuevo se escuchó el sonido de la estática.Vi oscuridad en el proyector.
Estaba un poco entorpecido por las proyecciones. No había visto el tiempo pasar desde el comienzo de la sesión.
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En promedio, cada proyección duraba dos horas, antes del colapso de la dimensión. La irrealidad del pasado no podía sostener un futuro artificial: el pasado tendía a colapsar sobre el presente que experimentaban los clientes.
La imagen se aclaró de nuevo: había un acercamiento a una masa blanca. “Una nube o quizá un viaje en dron”, pensé. La proyección se alejaba de la masa blanca, se veían los pies de Ekaterina que caminaban entre la nieve. Había casas a su lado, caminaba por la acera y a su paso la nieve se convertía en gotas de agua. A su alrededor había árboles sin follaje y de ellos comenzaron a nacer flores.
El paisaje en tonos fríos hacía brillar la piel de la chica. Ekaterina tomó una flor que se convirtió en agua, luego el cielo se tornó púrpura.Volvió a caer nieve. Ekaterina saltaba sobre ella, parecía menos cohibida. Sacó su lengua para saborear un copo que de inmediato se convirtió en un pétalo de rosa. “Pétalo… ¡Oh no!”, pensé. Dejé de ver al proyector y corrí hacia ella.
–¡Ekaterina, hábleme! –dije.
Ella no respondía. Regresé a la computadora para intentar sacarla de la dimensión, presioné varios botones pero ninguno funcionaba. La dimensión estaba colapsando, pero el sistema automático no se activaba. Fue cuando se encendieron las alarmas: las luces de emergencias inundaron la habitación. Estaba nervioso por el sonido de la música ambiental combinado con el de las sirenas, el ruido me entumeció los sentidos. Traté de sostenerme del escritorio. Me temblaban las piernas, y los brazos. Fui a dar al suelo en posición fetal. Puse las manos en la cabeza para detener el ruido, y cerré los ojos.
Me di unas palmadas en la cara, abrí los ojos y me levanté. Las piernas me tambaleaban. Me apoyé sobre el escritorio y vi a Ekaterina en la camilla. Debía de correr hacia el sistema manual que estaba en la pared, cubierto por un sistema de código. Caminé lento. Me agarraba de las superficies pues no tenía equilibrio. Llegué al panel de control y presioné algunos botones, pero nada funcionaba.
Sentía el corazón estallar. Volví a ver al proyector: la dimensión comenzaba a aplastarse sobre sí misma, se hacía pequeña. Vi pasar las memorias de Ekaterina hasta perderse en la nada. “Es mi culpa”, pensé. Traté de recordar si Strauss me había dicho algo del código…
Tapé mis oídos, cerré los ojos e ignoré todo a mi alrededor. Recordaba los protocolos de Strauss. Nada, no había nada, nunca mencionó el código, pero siempre hablaba de su horrenda esposa robot. “¡La foto!”, pensé. Con esfuerzo caminé y me aferré al escritorio: saqué la foto del cajón. Vi el reverso: había una serie de núme-
ros. “¡Te amo, Strauss!”, grité. Corrí e introduje el código: se apagó el Anticipador y la energía del laboratorio.
Me pegué de espaldas sobre la pared. Aún me temblaban las piernas, y mi vista estaba nublada por la tenue iluminación. Tomé un poco de aire. Corrí hacia Ekaterina. Coloqué mis oídos sobre su pecho y trate de escuchar su corazón. La bajé de la camilla con la poca fuerza que tenía. Ella estaba inconsciente, pero seguía respirando, de su mano cayó un dispositivo. Lo toqué: me dio una fuerte descarga. “Ella provocó esto”, pensé. Me esforcé en levantarme. Caminé hacía el escritorio de Strauss, quité algunos papeles, llamé a los drones. Luego contacté a Strauss, sonaba con la voz cortada. Llegó antes que los drones de emergencia. Los androides cargaron a Ekaterina y se la llevaron. Caminé hacia mi escritorio. Estaba exhausto, no tardé en quedarme dormido.
Pasaron algunos días desde el incidente. Yo hacía una torre de bolígrafos. El día se sucedía lento. Decidí ir con Strauss, tomaba café de un termo. Desde hace unos días, apenas nos cruzábamos. Usaba por las noches el Anticipador, y en las mañanas lo encontraba dormido en su escritorio, que ya no estaba tan ordenado como antes.
–¿Tiene un segundo? –pregunté.
– Sí, adelante. Dígame, Lionel –respondió Strauss.
– Bueno, verá... La chica, Ekaterina. ¿Puedo saber más de ella?
–No debería, pero ya que está preguntando... Después del incidente quedó internada en el ala psiquiátrica del Hospital Eonhart –suspiró–. No intente ser romántico, eso ya no existe.
–No es eso, Strauss. Me preocupa la chica, eso es todo –dije.
–Leonel, debería de utilizar el Anticipador. Así evita una decepción amorosa –dijo Strauss.
–Se lo agradezco, Strauss, pero esta vez lo dudo. Prefiero mirar el presente antes de desear un futuro ficticio.
*Juan José Sir Bernal (Guatemala, 1996) es Licenciado en Química por la Universidad Mariano Gálvez. Realizó una Diplomatura en Producción literaria en la Sociedad Argentina de Escritores.
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El amante de las estrellas
Por Luis Ariel Alfonso Conyedo
CUENTO
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Eran muchas las noticias y todas se amontonaban en la mente de Robert. La primera, tan mala como antigua: el calentamiento glo bal, la pérdida de especies, la desaparición de los bosques. Algunos dirían que todo era culpa de los hombres y hasta cierto punto era cierto, pero la humanidad solo debía pagar por lo que ocurría en su mundo. Sin embargo, el universo entero parecía caerse a pedazos. Robert imaginaba a la Vía Láctea como un gigantesco ser vivo que era consumido por la soledad y la tristeza.
En medio de aquel caos, la otra noticia era maravillosa. Quizás Robert, al ser un cosmonauta, la supo un poco antes. Los científicos descubrieron en los límites de la galaxia un pequeño fragmento de tierra que flotaba con gravedad propia. El sitio, al que llamaron Viajero, sería el orgullo de los terraplanistas. Eso no era lo más sorprendente. Viajero tenía una atmósfera semejante a la de la Tierra, algo que parecía entrar en conflicto con todas las ciencias conocidas.
Esa noche Robert soñó con que visitaba el lugar. Esa estructura que de momento aún no tenía nombre, porque no era un planeta, ni un asteroide, en el ambiente onírico resultaba lo más cercano a un paraíso. Los árboles se elevaban hacia el cielo mostrando con orgullo sus frondosas copas del más elegante verdor. Se escuchaba el trino de las aves, aunque no vio a ninguna volar por los alrededores. El césped bajo sus pies era tan suave como una caricia. En el centro había una mesa con una tetera y platos llenos de dulces que Robert no conocía, pero su aspecto era delicioso. El cosmonauta recordó los cuentos de hadas que había escuchado en su infancia y a pesar de que siempre había querido ser un poderoso guerrero que enfrentara brujos y dragones, en ese momento daría hasta su alma por permanecer otro instante allí.
Al otro extremo de la mesa, estaba sentada una mujer. El hombre no pudo definir sus rasgos, pero algo le decía que se encontraba triste. ¿Cómo podía existir la tristeza en ese olimpo de perfección? Robert se acercó a la muchacha, fue en ese momento que despertó.
Todo el día estuvo pensando en eso: “Robert, ya no eres un niño, no hay nada de especial en los sueños”.
No importaba cuántas veces lo repitiera, esa imagen se había alojado en lo más profundo de sus pensamientos y, al igual que un árbol, echó raíces, algunas tan sólidas que el cosmonauta no las pudo arrancar.
Pidió que lo dejaran ver por el telescopio. Viajero se encontraba a lo lejos, como una maravilla nunca conquistada. Lo que captaba el equipo era borroso,
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debido a la increíble distancia. Robert recordó que ese espacio de años luz que los separaba, también era aplicado al tiempo y lo que él veía ahora en Viajero era un pasado remoto, existía la posibilidad de que su edén ya hubiera desaparecido.
Esa noche volvió a soñar. Ya no le importaban los árboles, la hierba o los dulces, sino esa mujer. Seguía allí con sus contornos tan borrosos como la última vez, e igual de triste. De nuevo trató de acercarse y de nuevo el despertar se impuso.
El mismo ciclo se repetía cada vez que pegaba un ojo. Para Robert todo había dejado de tener importancia, quería saber quién era esa mujer y por qué estaba tan melancólica. Quería abrazarla contra su pecho y consolarla. No la conocía para nada, pero algo la ataba a ella. En su mente, todas esas historias que había considerado absurdas cobraron sentido: el hilo rojo, las almas gemelas… ¡Ya había visto a su persona especial y removería el cielo con tal de que estuvieran juntos!
Reflexionó sobre el tema. Él era un hombre de ciencias y se estaba dejando arrastrar por una fantasía. Acarició su pelo castaño oscuro. Medía 1.90, estaba tan en forma como lo exigía su empleo, ¡era un maldito cosmonauta! ¿Podía existir algo mejor? Para Robert estar con una mujer era muchísimo más fácil de lo que podría imaginar la mayoría. De hecho, casi cualquier hombre desearía tener tanta suerte, sin embargo estaba obsesionado con esa criatura cuyo rostro no conocía y a quien nunca había visto en el mundo real. Suspiró, todo dejaba de tener sentido cuando pensaba en ella.
Llegó la noche y con ella, el sueño recurrente sobre la dama de Viajero.
El cosmonauta no soportaba seguir así, debía visitarla. TENÍA QUE VISITARLA. Probablemente solo existiera un cohete en todo el mundo capaz de propulsarlo hasta Viajero y casualmente, esa nave se encontraba en la agencia aeroespacial para la que trabajaba. Robert, que aunque estuviera enamorado no era idiota, sabía que no iban a darle el transporte solo para que persiguiera un sueño. Por tanto iba a robarlo. Lo haría para acabar con la tristeza de su amada.
Se encargó de emborrachar a todos sus compañeros. Las tensiones normales del trabajo y el debate sobre qué nombre le pondrían a esa nueva estructura que era Viajero, además de todos los misterios que entrañaba la tierra voladora, fueron estímulos suficientes para que aceptaran todo el alcohol que pudiera proporcionárseles.
Utilizó el vuelo FTL y se alejó. Durante el trayecto le asaltaron las dudas: ¿y si en verdad Viajero ya no existía? ¿Y si su atmósfera era completamente hostil, a diferencia de su sueño? ¿Y si encontraba a la mujer, pero ella lo rechazaba? Y otros tantos “y si…”. Pero ya no tenía forma de regresar. Debía continuar adelante y descubrir lo que le deparaba el destino.
A medida que avanzaba, su cuerpo empezaba a erizarse debajo de la escafandra, las manos le temblaban. Para su suerte vio el fragmento de tierra flotando libre por el espacio.
Aterrizó sobre una hierba que se veía tan suave como en su sueño. No estaba seguro de si el ambiente era tóxico, pero decidió arriesgarse. El casco cayó al suelo. Inhaló un aire fresco y revitalizador, puede que mucho más limpio que el de su planeta. Observó el entorno, allí estaban los árboles y
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hasta podía escuchar el trino de las aves. Muy pronto todo su traje espacial estuvo en el suelo.
Corrió libre, embelesado por tantas sensaciones. El césped bajo sus pies, el olor de la humedad, la suave música, el hermoso paisaje. Era el paraíso. Alguien que solo estuviera acostumbrado a la monotonía de la Tierra nunca llegaría a imaginarlo.
Sus pasos lo llevaron hasta la mesa donde reposaban los dulces de delicioso aroma y textura. También allí se encontraba la muchacha triste que lo había motivado a realizar el viaje. Su belleza la hacía única y puede que hasta perfecta. Su piel era negra, pero no igual a las terrícolas; su piel era del verdadero color de la noche, incluso le brillaban algunos pequeños puntos como estrellas. El pelo que caía sobre los hombros era tan brillante que recordaba a una nebulosa.
Se le escapó un suspiro de éxtasis. ¡Al fin la tenía allí para él! Mientras se acercaba un escalofrío lo recorrió. El miedo se abría paso de nuevo en su mente. ¿Y si todo aquello solo era otro sueño? Era muy probable que despertara al acercársele, como tantas otras veces. Apretó los puños con todas sus fuerzas, ¿acaso estaba destinado a perseguir una ilusión? ¿La locura se convertiría en su lugar seguro?
Lo cierto es que ya no le quedaba nada que perder, siguió caminando. Otra preocupación se abrió paso: ¿cómo iban a comunicarse? Sin importar por dónde se mirara, ella era una extraterrestre, sus idiomas debían ser completamente distintos. No importaba, hasta le enseñaría a hablar si era necesario.
Se dio un pequeño golpe en el pecho y dijo:
–Robert.
La muchacha lo miró con una especie de sonrisa.
El cosmonauta repitió el gesto:
–Robert.
–No deberías estar aquí, Robert.
Ella hablaba perfectamente, aunque el tono fuera un poco raro como un radio con mucha estática. El hombre la miró con una mezcla de sorpresa y agradecimiento debido a que podían entenderse.
–Ya sabes mi nombre, ahora me gustaría saber el tuyo.
–Galactea –esta vez, la sonrisa era genuina.
–¿Galactea? –se rascó la barbilla–. Nunca he escuchado ese nombre, pero me gusta.
–Quizás Vía Láctea te resulte más familiar.
–Puede, pero la Vía Láctea es un conjunto de estrellas y planetas, no una mujer.
–Jajaja, humano tonto. Eso que acabas de decir solo ha sido una creación mía.
A un gesto de su mano, crecieron árboles y flores. Robert no estaba tan sorprendido, de hecho, le parecía lógico, una chica tan perfecta solo podía ser una diosa. Se acercó a ella, acarició ese pelo neblinoso que se escurrió entre sus dedos como espuma de mar. No pudo contenerse, le dio un beso en la frente. Galactea lo empujó suavemente por el pecho. Robert recurrió a todo su autocontrol, en la Tierra no existía una mujer que pudiera compararse a la que tenía delante.
–Entonces, ¿me permites saber por qué nos creaste?
La diosa se acomodó en la silla, puso una mano bajo su mentón y suspiró:
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*Luis Ariel Alfonso Conyedo vive en Santa Clara (Cuba). Ha publicado relatos en revistas digitales.
–Estaba aburrida.
El cosmonauta le acarició el hombro con la punta de los dedos. Ella sonrío como si lo disfrutara.
–¿Aburrida?
Galactea tomó uno de los dulces de la mesa y lo comió lentamente:
–Antes todo estaba vacío, ¿cómo no iba a aburrirme? Ya te he contado bastante sobre mí, ahora dime, ¿por qué viniste aquí?
El terrícola sonrió, como si al fin le hubieran dado permiso para decir algo que deseaba:
–Te vi en mis sueños, parecías triste y no sé cuándo fue el momento exacto, pero te volviste mi obsesión. Tenía que verte sin importar el costo.
A la muchacha se le escapó una risita y se levantó de la silla. Acarició el pelo del humano:
–Tontito, ¿y no has pensado que los sueños son solo eso?
Él la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí. Le besó repetidas veces las mejillas y las comisuras de sus labios. Por unos instantes pensó que su comportamiento no era el adecuado frente a una diosa, pero Robert la quería como a una mujer, no como a un ser divino.
–¿Y tú no has pensado que eres la chica de mis sueños?
Las risas fueron en aumento. Galactea le acarició el pecho con la punta de un dedo, como si trazara un dibujo.
–¿Me dirás por qué estabas triste? –soltó Robert.
–Digamos que seguía aburrida– respondió y lo miró con una sonrisa que el hombre solo pudo describir como crepuscular–. Pero tú lo hiciste muy bien, entreteniéndome, mi humano favorito–. Le revolvió el pelo.
Robert sonrió.
–Creo que esto te gustará todavía más–. Trató de besarle los labios.
Ella lo apartó con algo de violencia, la sonrisa se le había borrado del rostro.
–¡No confundas los términos! Es verdad que me agradas, pero yo soy la galaxia y no voy a entregarme al primer terrícola calenturiento que aparezca.
Robert se encontraba en un momento crítico y sabía que lo mejor en una situación así era mantenerse sereno y no dejar que las emociones negativas lo contaminaran.
–Si supieras todo el revuelo que ocasioné en mi planeta para venir a verte… Es más, te juro que si me rechazas, ¡salto al vacío!
La diosa cruzó los brazos a la altura de sus pechos:
–Pues ya puedes ir haciéndolo.
Y así fue. El hombre se acercó al límite más cercano de Viajero
–¡Robert!
Miró hacia abajo. En teoría, esa caída no tendría fin, continuaría descendiendo hasta que saliera de la atmósfera y el tóxico ambiente del espacio se encargara de matarlo.
–¡Robert, no vayas a hacer una locura!
Sacó un pie. Sintió que el viento se lo acariciaba como si quisiera arrastrarlo hacia una inminente perdición.
–¡Robert! –aquello ya era un ruego.
El cosmonauta giró sobre sus pies. Corrió hacia Galactea y entonces sí le besó los labios. Ella no hizo nada para resistirse.
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–¡Maldito, me asustaste! –le dio un manotazo en el pecho.
La besó de nuevo. Esa vez, Galactea correspondió. Las caricias se volvieron más intensas y atrevidas. Cada roce de labios, cada mordida suave y cada susurro de adoración les incendiaba la piel. Aunque era Robert el que llevaba las riendas, sentía que la muchacha lo acariciaba desde varios lugares a la vez.
El paisaje a su alrededor cambió, ahora estaban rodeados de flores. El cosmonauta no podía separarse de su amada, besó cada centímetro de esa piel cósmica, mientras sus manos la exploraban. A ella se le escapó un gemido y arqueó la espalda. Él la penetró con toda su energía de hombre fuerte. El placer alcanzaba niveles inimaginables. Se sintió conectado con todo el Universo. A medida que se acercaba al clímax pensó que probablemente él fuera la primera persona en hacerle el amor a una galaxia y desde el fondo de su alma deseó ser único, para toda la eternidad. Escuchó un gemido triunfal mientras liberaba su carga. Se dejó caer junto a ella y jadeó entre agotado y satisfecho. Galactea fue a decir algo, pero Robert se adelantó y bebió de esos dulces labios.
–Todavía no hemos terminado –dijo mientras sostenía entre sus manos el rostro de la diosa–. Dame un descanso y lo haremos de nuevo.
Ella le acarició una mejilla y sonrió:
–En verdad eres fogoso.
Volvieron a unirse en un beso. Los científicos vieron asombrados cómo todos esos males que afectaban el cosmos desaparecieron de una forma casi tan repentina como Viajero . Y sobre Robert… nunca más se supo de él. Obra de Fé Blasco
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CUENTO
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Olga en la ventana
Por Emilia Vidal
Desde que se cortó la comunicación con la base, el tiempo se asemejaba a un gas liberado de su recipiente, flotaba sin dirección, se dispersaba. Josefina recorría los pasillos, de cápsula a cápsula, se perdía entre las rarezas del invernadero y dedicaba jornadas de hambre frente a su ventana.
Los paneles principales de la estación apuntaban al planeta Tierra, el ángulo dependía de la órbita y, hasta el último registro, todavía se distinguían los contornos ondulados de lo que alguna vez fue la Antártida. La superficie se volvió cada vez más borrosa, más después de las explosiones y el polvo. La Tierra fue un nombre y un pronóstico. Josefina había dejado de mirarla hacía mucho tiempo.
La Tierra, o lo que quedó de ella, no era el único objeto a observar en el espacio infinito. De fondo, a veces, se podía distinguir la espiral de Andrómeda como un chiste. Uno malo. La Vía Láctea tampoco estaba quieta, no, con todos esos ojitos incandescentes; Josefina sentía que la espiaban, que cuchicheaban a sus espaldas y se cambiaban de lugar cuando ella pasaba de una ventana a la siguiente. Cada tanto, aparecía rasante un hipopótamo de chatarra, ella lo seguía por la ventana con los ojos muy abiertos, como alguna vez había seguido los bólidos en el monte, a esa edad de las trenzas y el chapoteo en el río. Entonces niña, cada vez que un meteoro rompía el cielo, Josefina corría al baño a masturbarse. Esa emoción le sacudía el cuerpo. Pero acá, la chatarra que pasaba por la estación implicaba peligro, le daba miedo que impactara en la plataforma, que la sacara de órbita.
Registro #0937: el invernadero sigue raro, cada vez más, las hortalizas crecen confundidas, deformes, ¿deformes? Ya no recuerdo la figura real de una zanahoria. El tomate huele a anís y el cannabis a chocolate. Sus ciclos, presuntamente regulados por el fotoperíodo artificial junto con el honorable control de la excelentísima humedad y la gloriosa temperatura, la cantidad justa, precisa, de oligoelementos, la presurización adecuada y blablá; sencillamente, se desquiciaron. Floran y amarillean sus hojas, incluso al mismo tiempo. ¿Para quién grabo esto? Algunas especias emanan gases de composición desconocida, al menos imposibles de cuantificar ni cualificar en estas instalaciones. Pero no siempre fueron así, no, en absoluto locas, en nada desaforadas. Nuestras plantas, tan juiciosas los primeros meses, tan predecibles en sus órganos y longitudes.Yo sé lo que les pasa. Extrañan a Olga, sus manos, su lengua. Olga las sabía tocar. Me hacía bien ella. Me hacía todo, tanto, bien. Me hace falta.
Josefina no alcanzaba a contar, es posible que fueran veintitrés meses de compartir el menú vegetariano y, tal vez, veintidós de practicar un sexo, por lo menos, complaciente.
Su deambular por los pasillos de la nave se detenía frente a lo único que le interesaba de verdad, en el centro de una ventana pequeña de la estación, la que daba a la torre de agua. Pero no le preocupaba el agua en sí o el correcto funcionamiento de la torre de purificación; ella solo quería verlo, constatar que estaba ahí, todavía aferrado a la escalerilla de acceso, el cuerpo de Olga, congelado en esa posición de “estoy subiendo a arreglar el desperfecto”, envuelto en el último traje sano que quedaba en la nave.
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La misión con destino a la Plataforma Espacial Ouróboro fue la primera diseñada con tecnología cien por ciento autosustentable, con control ambiental y sistemas de soporte regenerativos. Una forma discreta y elegante para decir que, al final, se comerían su propia mierda. Entonces no pensaban en eso, Olga y Josefina, futuras compañeras de una tripulación de dos; estaban deslumbradas y expectantes, igual que un par de globos de helio contra el techo, querían cielo y más cielo. Tal vez más. Apenas despidieron a los compañeros que volvían a la tierra, Olga y Josefina se pusieron a armar el invernadero. Lo hicieron en tres días. Las semillas del proyecto Botánica Gravedad Cero germinaron enseguida.
Registro #1001: extrañar a Olga, necesitar el alivio de sus tetas en mi cara, también me deforma. De a poco, se asoman tubérculos en mis pantorrillas, siento que exudo un clavo de olor oxidado y mi piel pica en la lengua como el lúpulo andino. No puedo ni quiero olvidar sus manos calientes, cubriendo mis orejas con frío.
Cuando llegaron, descubrieron que la estación no se parecía mucho a las imágenes que vieron en el proyector de la base. Ni en lo edilicio ni en el mobiliario ni en el funcionamiento. Dos por tres, se averiaba el regenerador de agua cuyo mecanismo solo Olga sabía reparar, o se quemaban bombillas para las cuales no había repuesto. Así fueron quedando pasillos y cápsulas a oscuras, dándole a la estación el aspecto de una sonrisa incompleta. Igual trabajaron con esmero y concentración absoluta. Es posible que Olga haya sido más aplicada, o Josefina menos atenta, porque cada tanto suspendía todo movimiento en su cuerpo, Josefina, solo para observarla.
Registro #1013: ¿sigue grabando? Quiero dejar esto, decir tus manos. Esa dedicación con la que preparabas los corredores de tierra aéreos, la forma en que contabas las semillas en la palma de tu mano, parecías acariciarlas antes de hundirlas en la tierra como si les dijeras “no teman” y después, susurros, “cositos latentes, nos vemos del otro lado”. Entonces quería ser la tierra abierta por tus dedos, cualquier semilla escuálida de lechuga, la palita con la que recuperabas el sustrato que se caía, la manguera que trasladabas de maceta en maceta. Qué cerca parecías entonces, Olga. Olga querida.
Si vieras ahora cómo enloquecen tus brócolis, violáceos y serpenteantes, cómo te llaman los pimientos con ese olor mentolado. ¿Y sabés qué?, a veces me parece escuchar un gemido que sale de los pepinos. Pero hay que acercarse muy despacio, sin hacer ruido, porque si no se asustan y se hacen los muertos. A mí también se me amotinó la fisiología, me están saliendo callos, unos sobre otros, parecen torres indias. Si vieras mis ojos de coneja rabiosa, el pelo crecido en mi espalda, crispado como un erizo. ¿Me querrías igual?
Decime que sí Olga, descongelate por favor, date la vuelta y mirame, decime con el pulgar que todo está ok, que ya arreglaste el desperfecto del agua, sonreime un poco, dale, sacá tu lengua de pornonauta y bajá de la torre. Olga, volvé, vení conmigo.
Durante el entrenamiento del programa les habían dicho que, con la nueva tecnología, los problemas asociados a la micrograve-
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dad estaban resueltos. Nada de deformaciones en el cerebro, ceguera o problemas para caminar. No, eso no pasaría en las nuevas instalaciones con blindaje anti radiación y los trajes con presión diferencial. Demencia tampoco. También dijeron que contarían con un equipo de profesionales, en la base, haciendo un monitoreo permanente. Muchísimas cosas se dijeron de las que no quedaban ni el recuerdo.
Registro #1093: hace unos días se vació el tanque de reserva de agua, me queda un bidón por la mitad, y algo en la botella de mano. De alguna manera, esperaba que pasara esto, o cualquier otra cosa, un embiste de hipopótamos ciegos o una rebelión de espinacas.
Registro #1099: creo que me ganó la quietud, que podría quedarme en la ventana, tomar el último trago de agua y mirar la torre, mirar y mirar, hasta que te caigas. O me…
Obra de Fe Blasco
*Emilia Vidal (Mar del Plata, 1979). Bióloga, poeta y narradora. Realizó un postgrado en Microbiología y Biología molecular, y es autora de algunos artículos de investigación. En poesía publicó: Algunos Absolutos Medibles (2018) y La desnudez de los huesos (2020). En narrativa, participó con sus relatos en varias antologías y concursos.
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Interferencias Por Marcelo Collazo cuento
No hay forma de ver tres capítulos completos por más que la serie esté buena.Ya son las dos de la mañana, el fin de semana vemos un par más. La serie que les había recomendado Carlos estaba muy buena, rara vez falla con sus recomendaciones; bueno, la última no había sido lo prometido, pero el exceso de vino había intervenido bastante en esa apreciación. En fin, ya es hora de dormir.
Ella se sentó en la cama, apagó la computadora y abrió un poquito la ventana para que entrara el aire fresco de la noche profunda. Se acostó hacia el lado de la luna llena. Él se levantó y cumplió con su rutina de revisar puertas, llave de gas y luces. Pasó por el baño y luego se acostó hacia el lado del pasillo oscuro. En el medio, un beso breve y el silencio.
Ella lo escuchó primero. Abrió los ojos. Solo las sombras difusas de la luna a través de los árboles de la calle. Afinó el oído. No hay viento. No es un sonido natural. Se quedó un rato quieta, escuchando el sonido ahí nomás, dentro de la habitación. Lo agarró del brazo. Un pequeño sacudón bastó para no asustarlo. Él no se había dormido, él también lo había escuchado y buscaba al intruso en las sombras. Ambos sentados en la cama con la luz apagada. Era como un zumbido, en eso coincidieron. Un bicho encerrado en algún mueble, pensó ella. Lo dijo y él lo negó en lo oscuro. Pensó en algo que se arrastraba en la madera, que la roía. Lo dijo y ella negó en la penumbra. Eran cuatro ojos siguiendo las líneas imprecisas del techo, cuatro oídos que buscaban abarcar todo ese espacio que ahora era un universo repleto de secretos.
Él se paró y caminó en la oscuridad. Ella esperó su informe. Él dio la vuelta alrededor de la cama, agregó sus manos a la búsqueda, tanteó las paredes desnudas, las puertas del placard, el contorno del televisor. Nada. Ella se arrodilló en la cama y buscó con sus manos en la pared de la cabecera, acercó su oído. Del otro lado le volvió un silencio helado.
Sus vecinos seguro que no estaban, o dormían. Era una pareja peculiar, por decirlo de alguna manera. Habían intentado tener cierto contacto con ellos apenas mudados, pero una particular e insistente tendencia invasiva había puesto una barrera; algo que terminó de sellarse con una seguidilla de comentarios desafortunados en los brevísimos e inevitables encuentros en la vereda, sobre el tatuaje que ella se había hecho en el brazo, más las intensas discusiones que se filtraban en la delgadez de las medianeras. La vecina solía criticar con vehemencia la falta de iniciativa de su compañero, algo que solía reproducir en las conversaciones telefónicas con sus hermanas, a través de las que había construido un mundo para nada compatible con el suyo.
Más allá de estas características, su presencia en la casa era cada vez más escasa. Salían todo el tiempo, y en esas ausencias la casa de al lado se poblaba de un sano, profundo y reconfortante silencio. De allí la deducción de que aquel sonido no venía de la casa vecina.
El sonido parecía jugar con sus sentidos. Subía y bajaba, se escondía, confundía su percepción de humanos, tan pobre, tan atrofiada. Él buscó bajo la cama, casi medio cuerpo desapareció debajo del colchón. Ella seguía todo desde arriba, se sentía segura lejos del piso. Ella estiró su brazo y prendió la luz. Si era algo vivo buscaría refugio sabiendo que no estaba solo. Pensaron en el canto de un grillo que se detiene ante el peligro. Pero nada cambió. El sonido metálico reptaba de un lado al otro. Se burlaba de ellos.
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Antes de perder la paciencia, él emergió de las profundidades de la cama, puso su cabeza a la altura de la de ella y le propuso bajar a la cocina, preparar un café y hacer un poco de ruido como estrategia de conjuro ante la invasión.
Ella aceptó con gusto. Entonces él bajó primero a la cocina, puso el agua en la pava eléctrica, buscó el tarro de café molido, la leche en polvo y el azúcar. El ritual incluía una preparación diferente para cada uno. Para él, fuerte, amargo; para ella, dulce y con leche. Mientras cumplía paso a paso con su ritual, lejos de aquel susurro de origen indescifrable, su cabeza paseó un rato por las cuentas por pagar, las obligaciones inmediatas. Los proyectos. Había logrado cierto equilibrio que lo tranquilizaba. No era fácil, nunca lo había sido, pero en los últimos tiempos, poniéndose ciertos límites e imponiendo condiciones de convivencia con el entorno familiar, habían logrado enfocarse en sus cosas. El tiempo, luego de la muerte de su padre, era otro. Más allá de la tristeza y de las preguntas sin respuesta, cierto alivio para nada culposo le abría de nuevo el camino.
Ella, antes de bajar a la cocina, pasó por el baño. Desde allí la puerta funcionaba como un interruptor que había apagado aquel sonido molesto. Un alivio que le permitió a su cabeza pasear por cosas que debía hacer en la semana: el trabajo, la visita de rutina a mamá y la organización de los remedios, las visitas al médico y los infaltables sustos que le pegaba con esas llamadas nocturnas, cuando creía que estaban a punto de partirle la puerta con un hacha para asaltarla.Y además la organización secreta del cumpleaños para él. En los últimos tiempos ella sentía que navegaban aguas más tranquilas. Había obligado a sus hermanos a repartir las tareas de cuidado de mamá luego de una larga lucha. Pero ahora podía ocuparse más de sus cosas, compartir más tiempo con él. No fue fácil. Hubo que luchar bastante contra las viejas tradiciones familiares, de problemas propios y heredados, de sorderas selectivas y los malos entendidos proclives a generar las excusas perfectas para desaparecer un tiempo.
Lavó sus manos, abrió la puerta y bajó a compartir el café prometido. Un rato nomás, el que les permitiera el cansancio.Y así fue, el agua estaba bien, quedaron unos bizcochos en la alacena, si querés. Charlaron un rato y de vez en cuando apuntaban su atención a las alturas para ver si aquello seguía allí. Desde abajo no daba señales de vida, pero eso no era garantía de su desaparición. De paso había que empezar a pensar en las vacaciones, no faltaba tanto.
Terminaron el café y listo, hora de volver.
Subieron la escalera afinando el oído. Cuando abrieron la puerta de la habitación ahí estaba, esperándolos, igual de intenso y entrecortado, igual de misterioso. Entraron.
Antes de sentarse en la cama ella se detuvo de golpe. Chistó para llamar la atención, con su cara cerca de la mesa de luz. Él preguntó con un gesto qué pasaba. Ella le señaló el segundo cajón. Lo abrieron. Brotaron de a cientos las cosas inútiles que suelen guardarse en un segundo cajón: papeles, folletos, viejas facturas, fotos. El sonido crecía en la erupción de papeles, la ansiedad, el vértigo del descubrimiento. Al fin llegaron a lo más profundo.
Una vieja radio en desuso desnuda un zumbido de insecto eléctrico entrecortado, moribundo. Él la toma, la acerca a su oído con una tenue sonrisa triunfante, la da vuelta y le retira la tapa en donde se encuentran las pilas. Le quita el corazón. Ambos ríen bajito. Se sienten tontos, como víctimas secretas de una travesura. No se explican cómo pudo haber pasado, no recuerdan hace cuánto tiempo está guardada allí, olvidada. Un resto de energía, se imaginan eso. No saben, pero está solucionado y se convertirá en una tonta anécdota de alguna reunión con amigos. Sienten alivio. Apagan la luz, se besan risueños y cada uno vuelve a su lado de la cama. Ella, hacia la luna que ya se está ocultando; él hacía el pasillo en sombras.
Del otro lado de la pared, en la oscuridad del departamento contiguo, una respiración branquial recupera la calma, cesa la alerta. Dos pares de dedos negros alejan con cuidado un sensor pegado a la pared, mientras que otra extensión oscura manipula los equipos de transmisión.
Los tentáculos vigilantes hacen contacto con otro ser que apenas muestra su silueta extraña en las sombras. En el contacto se comunican las novedades. Al parecer los humanos poseen una tecnología peligrosa que puede interferir sus transmisiones y que merece ser estudiada antes de continuar con los planes de invasión. Solo queda deshacerse de los cuerpos que brindaron hasta sus últimos jugos para alimentarlos. En una última comunicación se sugiere planear también la eliminación de los poseedores de esa peligrosa tecnología.
Por esa noche, solo por precaución, no se enviará más información al espacio.
*Marcelo Collazo es profesor de Lengua y Literatura en colegios de la provincia de Buenos Aires. Publicó dos libros de cuentos: Desde la Sombra (2015), Historias de la noche callada (2023).
BOCA DE SAPO 37. Era digital, año XXV, Abril 2024. [FUTURO] pág. 26
Entrevista a Beatriz Sarlo
Compartimos un nuevo episodio de nuestro pódcast. El viernes 22 de marzo Jimena Néspolo visitó a Beatriz Sarlo en su casa de Caballito y grabó el diálogo, tenso y a la vez divertido, que su reciente libro, Las dos torres ¿Puede la cultura contemporánea pensar algo nuevo? (2024), propició.
Beatriz Sarlo nació en Buenos Aires en 1942. Enseñó literatura argentina en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha dictado cursos en distintas universidades norteamericanas como Berkeley, Columbia, Minnesota, Maryland y Chicago. Fue miembro del Wilson Center en Washington, “Simón Bolívar Professor of Latin American Studies” en la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y en 2003, miembro del Wissenschaftskolleg de Berlín. Varios de sus libros han sido traducidos en Brasil, Gran Bretaña, Estados Unidos e Italia. Su primer libro, publicado en 1967, fue un breve estudio sobre la crítica literaria en el siglo XIX. Ha investigado sobre temas de literatura argentina, nacionalismo cultural y vanguardias, cultura urbana y cultura popular. Formó parte del consejo de redacción de la revista Los Libros, hasta su clausura en 1976. Desde 1978 hasta 2008 dirigió la reconocida revista de cultura y política Punto de Vista, un prestigioso ámbito de discusión y difusión intelectual. Brasil la condecoró, en 2009, con la Orden del Mérito Cultural.
https://open.spotify.com/episode/3RPpXMkjEVi9RwkciqSXrt?
PÓDCAST
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BOCA DE SAPO 28. Era digital, año XX, Abríl 2019. [HUMOR] pág. 27
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Breve historia de América Latina Por Javier Cozzolino cuento
BOCA DE SAPO 37. Era digital, año XXV, Abril 2024. [FUTURO] pág. 28
Los documentos rescatados por la Texas Instruments (TI) y Holy Spirit (HS), conectado online al télex Siemens –artificio que brinda un detalle artesanal a las tareas de impresión para quien así lo prefiera–, indican que para comprender la última edición de la Copa América, celebrada en el año 2 de la Nueva Era, es necesario: 1) Destacar que el evento fue el último de la historia antigua latinoamericana, en lo que a fútbol con humanos se refiere, así se ubique cronológicamente en nuestros tiempos; 2) Que debemos remontarnos siglos atrás para comprender mejor los hechos; 3) Que es necesario considerar, en el decurso de las últimas centurias en que duró la civilización hispana, ibero o latinoamericana, la geografía que esta habitó y las modificaciones radicales acontecidas.
Hechas las aclaraciones, y comprendiendo que el segundo punto se impone, TI y HS se dedican a los hechos más remotos, que consisten en los subsiguientes parágrafos:
ILa Inglaterra impuso tratados de amistad, libre comercio y navegación, en un inicio en la Ciudad de la Santísima Trinidad y el Puerto de Santa María de los Buenos Aires, el 2 de febrero del 205 antes de la Nueva Era, y muy de inmediato en las naciones de Chile, Perú, Gran Colombia y México, por cifrar las de mayor importancia.
Agrega la investigación que, un poco antes de la firma de tales documentos, la llamada “América Española” (TI y HS centran su trabajo en este sector étnico) constituyó las condiciones necesarias para llegar a tales acuerdos, a través de sus luchas de independencia de España, dirigidas por líderes formados en su mayoría en la península ibérica, reino por entonces en decadencia que se había aliado a Gran Bretaña para derrocar al primer Napoleón.
También las pruebas documentales permiten afirmar que, tiempo más tarde –lapso que no alcanzó la centuria–, esos mismos líderes y quienes los sucedieron galvanizaron el método básico de creación de identidad nacional, para dotar de cierta homogeneidad particular a las nuevas soberanías, con rudimentos sensoriales (material cromático –banderas, a
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veces iteradas–, melódico –himnos nacionales y ritmos locales–, gustativos/olfativos –comidas típicas–), más una instrucción enciclopédica y parcial que elevó a los mentados líderes a “Padres de la patria” y a los sucesores, al grado máximo de “Santos laicos benefactores”, todo sin jamás cortar el comercio libre con la ínsula sagrada que se encuentra más allá del gran canal y que obró de garante de las emancipaciones, incluso con su reconocimiento. Reino Unido, al que se sumarían de modo dispar los Estados Unidos, nomás les fuera dada la ocasión (TI y HS recomiendan la lectura del capítulo dedicado a ese imperio en particular, donde fueron detallados sus dioses y su historia en las tres clásicas etapas: inicios, hegemonía, fusión con la American Chinese Global Investments, comandada hasta ahora por el brillante Dr. Mao, chairman of the board).
Paréntesis aparte, toda la documentación evaluada induce a creer que fue entre la Gran Bretaña y los Unidos Estados que se aceptó que no sería necesario eliminar a los rebeldes del subcontinente americano –a menos que los rigores del terror lo exigieran–, sino antes tomarlos por tales y cuales, y comprometerlos con el modelo shakesperiano, aquel que cuenta la historia de la libra de carne que se le reclama a un imbécil.
Huelga decir que la planificación fue un éxito: se obtuvieron con facilidad y sin mayores violencias recursos naturales y mano de obra barata de los sucesivamente llamados “hispanos, latinos, frijoleros, sudacas, indios, tiraflechas, machupichus, payoponis, guachupinos, aconcaguas, panchitos, guacamoles, chiquipayas, comemierdas, desclasados, negros, hijosdeputa”, etcétera.
TI y HS aclaran que el endeudamiento perpetuo y la sola práctica de la compra de voluntades obraron con una eficacia superior a lo que en los inicios, y por la fuerza, se actuó, por ejemplo, en México. “Y es que así es como se domina a esos monos”, lord Ponsonby ha escrito en sus diarios: “A la vez que la intriga, la insidia y los dobles discursos riegan a estas latitudes, donde la mentecatez es más común de lo que cualquiera se imagina, lo folclórico y la traición del espíritu nacional lo pueden todo, cuando no un cañonazo intimidante o unos bajeles en la costa”.
TI y HS detallan, en síntesis, que las independencias de las provincias de ultramar españolas consiguieron someterlas a un nuevo régimen, de igual o mayor crueldad, y de donde surgieron como respuesta mitologías incomprobables e invocadas por los últimos focos de subversión, hacia el año 2 de la Nueva Era, tal como fue la figura de un tal José Gervasio Artigas, de quien no se conservan documentos.
En otros términos, la creación, como se ha dicho, de banderas (muchas banderas), himnos patrios y guerras entre las novísimas naciones autoproclamadas soberanas, quitó de lado aquello que en común poseían y, desde sus nacimientos, las postraron ante los tratados de amistad, libre comercio y navegación (léase “empréstitos” que, con más o con menos detalles, las tornaron Repúblicas muy al estilo clásico, pero endeudadas), gracias a sus libertadores y discípulos, quienes, en el mejor de los supuestos, murieron en la vieja y gastada Europa o en los palacios locales del llamado “Nuevo Mundo”.
Como haya sido, esos primeros jefes y los que los continuaron no escatimaron en metálico a la hora de ser inmortalizados en un retrato o daguerrotipo, con la mano dentro de la chaqueta o a caballo.
La investigación prosigue con detalles superfluos. Por ejemplo, los orígenes de la voz “Latinoamérica”, y las asociaciones con la tradición helénica y con las ideas iluministas del orden y el progreso. Pero TI y HS son terminantes: en los hechos, el territorio aquí estudiado siempre fue visto por aliados internos y potencias extranjeras tan solo como meras factorías sin destino, ricas en petróleo, gas, frutas, cacao, café, maíz, minerales, cobre, litio, estaño, mercurio, soja, ganado, agua, algodón, azúcar, drogas, mujeres, obreros mal pagados y una pequeña y siempre cómplice clase dirigente, que
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obró como vicaria de los intereses ajenos y así guió los destinos de cada nuevo país. El culmen de tales propósitos se dio hacia el año 100 antes de la Nueva Era, con la conformación de los primeros seleccionados nacionales de fútbol inglés, deporte que se jugó con humanos en Latinoamérica hasta la última Copa América, en el año 2, y que se tradujo en aquellas latitudes como “una disciplina tan inocente como un pájaro capaz de destrozar un sembradío”, tal como definió a este deporte uno de los líderes de los últimos focos de resistencia, de apellido García o Garcés.
TI y HS señalan que el primer Mundial de Fútbol jugado en Uruguay, más que una casualidad, respondió a esos propósitos. El nuevo deporte gustó a los calientes corazones latinoamericanos, y tanto fue el amor que, entre los hombres, se tornó tema obligado de conversación. Los sueños de orden y progreso quedaron así garantizados, con las grandes figuras que surgieron del subcontinente, como con los títulos mundiales obtenidos por Uruguay, Brasil y Argentina, más los destacados desempeños de otras selecciones latinoamericanas en fases eliminatorias o Copas Américas. El orgullo identitario a base de cromatismo, música y gastronomía se afianzó todavía más, y los pobladores de aquellas tierras confiaron en que sus conquistas deportivas significaban un buen augurio (para las repúblicas escasas de la región donde el fútbol no prosperó, otros deportes de origen sajón cumplieron con igual fin, apuntan en una nota ulterior TI y HS, titulada “Beisbol y otros juegos”). La labor de los aliados internos facilitó la toma de nuevos empréstitos para pagar intereses de intereses de empréstitos anteriores, lo que, en términos vulgares, se expresa con la metáfora de una rueda que jamás dejó de girar.
“Solo en estas tierras es dado ver el triste espectáculo de negros, indios, mulatos, zambos y feos, mezclados con blancos que no merecen ser así llamados”, escribió tempranamente Darwin al Foreign Office, con su característico sentido práctico. “Obedecen a sus superiores, van engrillados a las guerras que a estos se les ocurren. Y tienen miedo a la tortura y a Dios”.
La reina más longeva de Europa, un siglo más tarde, refiriéndose de forma lateral al fútbol inglés, acotó en carta que se conserva en formato físico: “El entretenimiento del balón-pie en aquellas tierras abominables no altera nuestras finanzas ni los tratados de amistad, libre comercio y navegación, ni menos el proceso de endeudamiento eterno, queridos bisnietos. Acaso este deporte sea considerado en la posteridad como una obra mayor en comparación con nuestra injerencia en la emancipación iberoamericana; y a veces, hay que decirlo, sobrevienen las sorpresas. Hablo, queridos míos, de los placeres que dispensan los ejemplares de esa parte del planeta, ejemplares que les aconsejo probar, pues en materia lúbrica, este género subvertido de latinos sabe lo que hace: aunque mixturados y sin raza, en ciertos casos presentan maridajes llamativos, con penes de hasta 25 centímetros de largo y 10 de ancho”. La mentada reina enseguida agrega un detalle capital: “Lo que más gracia me causa es que saben señalarme con el dedo como razón y fundamento de todos sus males, pero rara vez echan coces y culpas a nuestros aliados y compatriotas que con ellos coexisten. Esta forma temperamental los ciega y, de ese modo, permiten que continúen cumpliéndose nuestros planes y los de aquellos que, en las Américas, me juraron fidelidad a cambio de protección”.
Otro texto descubierto por TI y HS, de características desiguales al anterior, sin embargo, contiene un concepto parecido; dice: “Virreinato de Nueva Granada. ¡Ja! Nueva España. ¡Ja! El Alto Perú. ¡Ja! Virreinato del Río de la Plata. ¡Ja! Capitanías generales (háganme un favor...)”. El texto es una carta de alguien que firma BR dirigido a otro par de iniciales, VM.
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TI y HS preludian el final de este apartado con esa carta, más el paisaje del subcontinente en sus últimos ciento treinta años, donde las únicas reales libertades que la región poseyó fueron las de matarse por sus imaginarias identidades cromáticas, melódicas, gastronómicas y deportivas.
“Latinoamérica es Latinada”, escribió Monroe en una servilleta y con su pluma de estadista, mucho antes de que el futuro se cumpliera.
II
Tras las guerras entre Cuba, República Dominicana y Haití, hacia el año 1 antes de la Nueva Era, más la invasión de Puerto Rico a esas islas con el apoyo humanitario de la ONU, y al cabo del celebrado reto que por esos años los seguidores del Mahdi, “El Guiado”, dieron a la región por desobedecer sus auspicios de un venidero cataclismo, tuvo al fin lugar, así lo indican TI y HS, el último campeonato de fútbol humano en Latinoamérica, que fue transmitido en directo a todas la potencias occidentales y orientales. Se trató de la última edición de la Copa América, disputada en Chile del Norte y donde Bolivia Occidental gritó campeón por primera y última vez, a la par que los estallidos sociales se sucedían por las zonas menos controladas de la región, lo que obligó a que, en medio del certamen, gobiernos aliados, corporaciones y tropas de ocupación de la ONU se encargaran del exterminio de tales rebeldes, muchos de los cuales se vieron sorprendidos y hasta se creyeron traicionados.
TI y HS registraron que el arbitraje fue remoto y que no hubo público en el Estadio Nacional Augusto Pinochet, pocos años antes llamado “Julio Martínez Prádanos”. Fuera, solo los altos mandos militares, las Fuerzas Especiales y los grupos comando contratados por la American Chinese Global Investments, al mando del bellísimo Dr. Mao, custodiaron el encuentro como así también los hoteles de cada delegación.
Bolivia Occidental se impuso 3 a 0 al Protectorado de Caribe del Sur (invitado especial a la competencia y sorpresa del campeonato) tras dejar en semifinales a la República Separatista de Santa Cruz de la Sierra (en la otra llave las Misiones Occidentales perdieron por goleada, 8 a 2, frente al mencionado Protectorado). Estos cuatro equipos, más su cuerpo técnico, obtuvieron la visa para salir de Chile del Norte hacia Europa una vez terminada la competencia. Las grandes figuras latinoamericanas que por entonces aún participaban en las ligas de España, Francia, Italia, Inglaterra, Alemania, Qatar y Arabia Saudita, por seguridad, no asistieron. En su reemplazo fueron convocados jugadores que, en promedio, no superaron los veintidós años. El goleador del torneo fue Nicanor Zapata, un hábil moreno del Protectorado de Caribe del Sur, quien rápidamente fue fichado por el Manchester United.
Es recordada la ceremonia de premiación: en las pantallas del estadio, desde un balcón del Vaticano, Mahdi, El Guiado, cubierto por un velo su divino rostro y circundado por las principales figuras del arte y las finanzas, agradeció el esfuerzo de los jugadores, “que no dejaron mucha huella de carbono”, bromeó.
Fuegos de artificio a la vez fueron lanzados desde drones y diversos documentos detectados por TI y HS aseguran que la recaudación del evento por derechos de televisación resultó superior a lo previsto: de hecho, hasta el año 30 de la Nueva Era, todos los años se reeditaron simuladores Sexy-Fútbol con las grandes y últimas estrellas de la también última Copa América.
Los sucesos posteriores se conocen. La inestabilidad regional, la caída de regímenes aliados y las grandes pestes y hambrunas demandaron de una fuerte intervención
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militar, con fuerzas tecnológicas y humanas, en coordinación con El Mahdi, todavía oculto su divino rostro, y el excelso Dr. Mao.
TI y HS determinan, en coincidencia con la American Chinese Global Investments dirigida por el precitado Mao, que se debe reparar en los errores del pasado que nos han llevado a tamaño gasto. Y sugieren que cualquier fin es lícito para regresar al viejo orden de los tratados de amistad, libre comercio y navegación, así ya no haya con quién negociar.
“Naturalmente –celebra Elon Musk VI–, TI y HS han desarrollado la capacidad humana de la ironía”.
“Con un promedio de vida no mayor a los 30 años y una población famélica, la crisis humanitaria es un hecho”, recientemente ha advertido con preocupación un documento mecánico de la ONU, al que TI y HS concluyen que habría que prestarle la debida atención.
Tal preocupación se comprende con los cuatro sintagmas, también mecánicos, que rematan al anterior, autogenerados por el mismo organismo mundial. Dicen: “Nos encontramos frente a una oportunidad, como con vulgaridad se comenta, única, y sería un grueso error desaprovecharla. Tenemos la obligación espiritual y económica de actuar en consecuencia. El tiempo apremia. Īsā está en camino”.
Miembros de la secta Lev Tahor, tras largas discusiones, han concluido que las últimas cuatro frases derivan de una revelación que no se debe desatender. “La primera oración es la Tierra”, han informado, a través de misiles mensajeros, a las principales autoridades planetarias desde el valle del monte Korab. “La segunda, el Aire”, siguen. “La tercera, el Agua. Y la quinta, el Fuego”, terminan.
TI y HS, por su parte, comentan al pie que El Mahdi ha condenado esta superstición, la cual, a su entender, no resulta perentoria para actuar. Y agregan: “Pero las polémicas y los enfrentamientos entre El Guiado con Lev Tahor ya exceden a este trabajo. Para el o los interesados, existen otros documentos de dominio público, reconstruidos bajo el código TI-HS-7930397”.
(Tomado de la revista-libro Historia Antigua . Número 88. Capítulo XIII: «Breve historia de América Latina»
American Chinese Global Investments. Año 120 de la Nueva Era. Estado Vaticano de la Nueva Jerusalén.)
*Javier G. Cozzolino (provincia de Buenos Aires, 1973) trabaja de escritor negro. Publicó, entre otros, los libros de ficción Tulipanes para Zamudio (2009), El deterioro del amor y algunos apuntes sobre feminismo radical (2018), Bonito/Yo soy aquel (2019) y Súper Rilong (2021). Hacia 2006 fue uno de los fundadores de la revista de literatura y artes marciales Hermanocerdo, donde participaron ignotos escritores iberoamericanos hoy muy conocidos.
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La era del gusano CUENTO
Por Olympia Frick
De mañana, y precisamente a esta hora, ya me despierta el siseo profundo que hace temblar imperceptiblemente las paredes. Es inconfundible y aunque se parece a muchas otras cosas (un taladro perforando madera, quizá), todos sabemos que es el gran gusano pasado. Es metódico, preciso, y cuando anuncia su serpentear debajo de los cimientos del edificio, todos tragamos saliva. Es el Gran Gusano, ni más ni menos.Y para quienes creyeron que los dioses están en el cielo, olvídenlo: los dioses están en el subsuelo, debajo de nosotros. Gobiernan desde el inframundo, y no hay gobierno más eficaz.
Aunque de mañana está en general más activo, supongo que porque los humanos también lo estamos, a nadie debe escapársele que el gusano nunca duerme. No está en su naturaleza dormir, sino controlarnos, y recabar todo y cualquier dato sobre “sujetos naturales y jurídicos” de relevancia, según dictamina la Ley del Guardián.
Pero es de mañana, cuando despierto, cuando más lo siento zigzaguear allí abajo, en su eterno recorrido. Aunque no sabemos a ciencia cuánto mide el gusano, de qué se alimenta y cómo se ha vuelto tan poderoso. Sobre todo esto último, porque creo que antes –aunque no sabría precisar cuándo– el gusano no irrumpía en nuestras vidas como lo hace ahora. A la menor transgresión, emerge de formas insospechadas. Desde que hay sequía, por ejemplo, si dejamos abierto el grifo o la ducha más de la cuenta, el gusano lanza
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una corriente de agua putrefacta y se encienden los sensores del baño, y nos descuentan un crédito de la tarjeta que renovamos mes a mes. Yo mismo debo tener cuidado porque este mes me van quedando pocos, y eso se debe a los cigarrillos que fumo a escondidas, a los que el gusano reacciona frenéticamente accionando la alarma. Los vecinos de mi edificio, cada uno de los cuales parece albergar un pequeño nazi adentro, me miran con caras torvas y escriben en el correo del edificio que por favor el del 301, a ver si se comporta.
Ahora mismo, mientras escribo, sé que el Gran Gusano toma nota, y por eso escribo en papel y con la tinta muy clara, y hago la letra toda atravesada, pero es muy difícil que él no interprete mis jeroglíficos porque el Gran Gusano es omnisciente y omnipresente como Dios. De hecho, se erigen templos en su nombre, aunque sospecho que están financiados por el gobierno o su policía secreta ya que el gusano está a su servicio.
El Templo de los Adoradores del Gusano tiene varios nombres y símbolos. Algunos lo llaman “El Limpiador”, porque su vigilancia extrema de nuestros actos nos volverá más puros y virtuosos. Estas son sectas de fanáticos religiosos y abundan en las ciudades. El más conocido es el que lo llama la Gran Verme y sus seguidores se tatúan un gusano azul en la frente y llevan camisetas negras con gusanos estampados delante y atrás. Pero también se le llama amistosamente “Krimbi” o “Chong”.Y una parte de los
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templos adoran a la Gran Duda, ya que en algunos idiomas “duda” es “gusano” y por eso se habla de la duda que nos corroe por dentro como un gusano.
Todos estos templos están exonerados de pagar tributos, y el dinero que recaudan va para mejorar la alimentación del Gran Gusano, y crear la superstición de que él representa el origen de la vida y el hombre y a él debemos su existencia. Los adoradores del Gran Gusano se propagan como moscas, y como el gobierno los apoya fingen estar a su servicio, se dan atribuciones especiales y se les ha visto golpear y tirar piedras contra gente inocente, so pretexto de estar cometiendo transgresiones que al gusano le pasan desapercibidas, porque es tan grande su obra y tan universal su fin que se le pueden escapar las cosas pequeñas. Los adoradores del Gusano, pertrechados en sus templos y con miles de orejas y oídos a su disposición son expertos en localizar presuntos violadores de la Ley del Guardián y conspiradores propensos a actos terroristas. Demás está decir que nadie salvo ellos, cree tamaños disparates, porque al gusano no se le escapa nada de nuestra vida cotidiana.
De hecho, cuando el cielo empezó a quemarse por toda la basura espacial que dejaron flotando allá arriba, la tecnología bajó a las entrañas de la tierra y todos fuimos convencidos, de un modo u otro, de que una vida subterránea sería más limpia y sobre todo más caliente que la de la superficie. Con esos cielos apagados, poco podíamos esperar de la vida. Pero ahora, que todavía vivimos en una superficie helada y donde el Gran Gusano nos raciona la energía lo justo para que sobrevivamos, ya sabemos que la construcción de aquellos túneles y espacios subterráneos no era para nosotros. Era para el Gran Gusano. Y si aguantamos los martillazos y trepidaciones y perforaciones durante tantos meses y años, apenas armados por unos tapones para oídos que no tapaban nada, fue porque pensamos que las obras serían para vivir nosotros, cuando el cielo no dejara pasar más la luz del sol. Pero eso nunca pasó y el gusano se instaló bajo nosotros y quizá por eso no reaccionamos tanto a su trajinar permanente, porque nos acostumbraron en la época de las obras.
El sol aún alumbra, hace frío y el cielo parece lleno de ceniza. Pero yo he conseguido plantar una pequeña rama de tomates pequeñitos, que raquíticos elevan sus bracitos al cielo, y el Gran Gusano no lo ha fulminado aún, porque no le importa o porque está permitido.
Los conspiradores que aun sobreviven (la mayoría murió en una explosión en el último atentado subterráneo) sostienen que el brazo del Gran Gusano se extiende en los barrios pobres, los hospitales, las fábricas y las cárceles. Los números de la natalidad venían cayendo hace mucho, pero desde que está el gusano, las mujeres pobres ya no tienen más hijos, y los rebeldes dicen que el gusano produce una esterilización masiva por el agua, ya que a nadie interesa seguir alimentando vagos y futuros maleantes. Y es verdad también que está bajando la población de las cárceles, y quienes visitan a los presos se quejan porque siempre están como dormidos y no cabe duda que esto es obra del Gran Gusano, porque algunos presos han denunciado que al menor disturbio sale un gas por las cañerías que los deja desmayados y al despertar en sus celdas ya no recuerdan nada. En realidad, es poco lo que recuerdan porque la mayor parte del tiempo están como dormidos. Un preso que había estudiado neurología trató de alertar sobre las consecuencias de tenerlos tanto tiempo dormidos: el cerebro se desconectaría y las compuertas de sueño se cerrarían una a una, la memoria se hundiría como un Titanic en el fondo del mar del olvido, que eso se sabía desde la “cura del sueño”, practicada desde tiempos prehistóricos para borrar la memoria de un trauma.
Pero las pocas organizaciones de derechos humanos que sobreviven al vandalismo de los Adoradores del Gusano ocasionalmente reciben denuncias; por todos lados los
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decretos y leyes del gobierno se erigen como murallas de impunidad, todo en nombre de la Seguridad Nacional y la Paz Interior, que es de lo que se ocupa la Gran Verme, o simplemente Krimbi, o Chong o Duda.
El gobierno es además quien realiza las estadísticas, o mas bien es el Gran Gusano que sabe exactamente cuántos somos, de qué vivimos y cómo vivimos, sin necesidad de hacer ningún censo. Eso me lo dice siempre mi amiga Adela, que supo trabajar en el Instituto de Estadísticas, y era una demógrafa reputada. Me dijo que sin información confiable es muy difícil saber lo de la esterilización de las mujeres de los barrios pobres o cuánto ha bajado la tasa de natalidad. Los Adoradores de Duda, por otra parte, sostienen que los problemas de fertilidad se deben a la mala alimentación, porque desde que el cielo se fue necrosando, cuesta conseguir comida y más entre los pobres, que nada tiene que ver con esto el gusano. El argumento es bueno, hay que reconocerlo, y a los organismos de derechos humanos les cuesta encontrar información que avale sus reclamos y denuncias porque toda la información proviene del gobierno y es propagada por el Gran Gusano (inicialmente, se nos dijo, sería un gran recolector de información para mejorar la calidad de nuestras vidas, etcétera).
En la época de la construcción de Túnel de la Vida los conspiradores comenzaron a hacer anuncios admonitorios, como lo habían hecho a lo largo de los siglos advirtiendo sobre la basura que dejaban las multinacionales que gobernaban la era espacial. Junto con los astrónomos, alertaban sobre la falta de visibilidad nocturna y también en esa época los defensores de derechos humanos advertían que más allá de la línea del Karman a cien kilómetros arriba de la tierra, dejaban de existir las leyes, los tratados internacionales y se podía hacer casi cualquier cosa. Pero ¿quién se toma en serio a los astrónomos, a los defensores de los derechos humanos y a los predictores del Apocalipsis? Nadie. Así que se burlaron de los astrónomos, eliminaron las materias de astronomía de la enseñanza media, y también se burlaron de los organismos de derechos humanos que solo estaban para “el curro” y el gobierno colaboró a su ridiculización, pues no quería que nada parara la construcción del Túnel de la Vida, que era carísimo y lo financiaban las multinacionales de la era satelital. Por cierto, durante el tiempo que duró esa construcción no hubo físico o matemático, universidad o centro de investigación que no trabajara en la gran obra, que además proporcionó tantos empleos como embolias y cánceres pulmonares.
Tengo que decir que yo soporté estoicamente los años de construcción en los que el ruido eran tan grande y tan persistente que desafiaba cualquier tapón para oídos. Los mismos empresarios que lo provocaban se enriquecieron vendiendo protectores auditivos electrónicos que reducían hasta en cuarenta decibeles el sonido; pero eran tan caros que los mismos trabajadores tenían que pagar hasta la mitad del sueldo para adquirirlos y poder trabajar.Y ni siquiera los sordos la pasaron bien, porque las vibraciones eran tan fuertes que si no los volvían locos eran los más propensos a perecer en un derrumbe porque andaban muy distraídos.
Es cierto que en aquella época aún teníamos un Instituto de Estadísticas y mi amiga Adela me tenía bien informado de todo y algo todavía se difundía por los dispositivos electrónicos que nos proporcionaban información y el gobierno era más débil, ya que se había endeudado en la construcción del túnel. La hipoacusia –o como nosotros le llamábamos, la “hipo”– se había incrementado enormemente, pero el gobierno nos tranquilizó diciendo que bajo tierra no precisaríamos tener oídos tan finos porque después de todo el ruido se transmite por el aire.
Lo cierto es que ahora todos estamos un poco más sordos y quizá es por eso que ya no sentimos tanto el paso trepidante de Duda bajo nosotros. Aunque pasar, no sabemos
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si pasa. No sabemos si es como un tren largo o larguísimo que ocupa la mitad de la tierra o si son apenas algunos vagones sueltos que van a velocidad vertiginosa aquí o allá recolectando datos. También algunos sostienen que no es un gusano en absoluto, sino que tapa el túnel entero y es un dispositivo electrónico gigante, y que el siseo que escuchamos de mañana es porque en el momento en que los humanos despiertan, sus rutias mas básicas deben ser codificadas y registradas porque el “despertar”, ya se sabe, es el momento más importante de la vida.
Muchos de quienes sostienen esto son los propios conspiradores, que son los únicos que han bajado alguna vez a la telaraña gigante de túneles que se excavaron allí abajo. Ellos sostienen que no están “tan abajo” porque la empresa –para abaratar costos– utilizó los sistemas de alcantarillado, los cables de la electricidad y los viejos cables de fibra óptica de la época de la telefonía celular y de la net. Ahora, por cierto, no estamos ya conectados con nadie. Solo estamos conectados con el Gran Gusano, pero eso no es un camino de ida y vuelta. Hasta los adoradores del gusano saben que Duda jamás contesta, solo actúa. Y aunque para ellos en esto consiste su divinidad, lo cierto es que estar apenas conectados con alguien que nunca nos contesta nos hace sentir más solos que nunca.
Pero los conspiradores saben que Duda no está tan abajo como parece, porque ellos mismos fueron hasta allá. Se dice que reclutaron entre los obreros que trabajaron en la construcción del Gran Gusano a sus líderes políticos más expertos, porque estos, lejos de la superchería que enciende la imaginación popular sobre este bicho, saben exactamente de lo que se trata. Por lo menos han visto las tuberías, han instalado los aparatos electrónicos, han viajado en los rieles con zorras, y no son alimento fácil de las maniobras de los adoradores del Limpiador, porque conocen muy bien sus exageraciones y su misticismo fanático. Si fuera por creer, ellos quieren creer que el Gran Gusano no es más que un inmenso dispositivo para controlarnos y moldearnos a su voluntad, porque está claro que el planeta no aguanta más del 20% de su gente, y la doctrina conocida como “la del 20%” exige medidas drásticas de reducción de la población que no pueden ser implementadas a las apuradas como hacían en siglos pasados, porque la gente ahora sabe leer y escribir y se entera de todo. Por eso, una de las cosas más importantes que hace el Gran Gusano es controlar la información, y la forma más fácil de controlar la información es producirla.
Los idiotas somos nosotros que parecemos cada vez más apáticos e incapaces de juntarnos, como hacen los conspiradores que un día hicieron saltar del ramal 5 al 13 de la Avenida de las Leyes y mostraron su poder, aunque muchos murieron en la explosión, porque los ramales del 1 al 5 consiguieron a tiempo percatarse de lo que estaba pasando y reaccionaron con rapidez. Mi amigo Jaime murió allá abajo, y yo mismo fui duramente interrogado por las autoridades. Pero era tanto mi desconsuelo y tan poca la información que disponía que al poco tiempo me soltaron y quedé bastante bien, sin muchas secuelas salvo el ojo izquierdo que lagrimea constantemente y la pierna derecha que quedó como rígida y me duele cada vez que camino. Pero bendigo mi suerte porque los que no murieron quedaron casi todos ellos ciegos, y dicen los Adoradores del Gran Gusano que ellos mismos se tenían que haber sacado los ojos como Edipo, y que tienen suerte de estar vivos.
Los conspiradores nunca desaparecerán, y los adoradores tampoco. En el medio estamos nosotros, los que perdemos créditos por fumar o por usar agua de más para lavarnos los dientes, o leemos libros durante más de una hora al día, que es la única hora en que hay luz, porque el Gran Gusano nos raciona la energía ya que es cara y él mismo la proporciona. Y si bien es cierto que hay barrios ricos donde todo el mundo
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puede leer lo que quiere todo el día y hay agua caliente y regadores de pasto y flores exóticas, nosotros no lo sabemos, no hemos ido nunca, y en las noticias esos barrios nunca aparecen. En todo caso yo no tendría ningún interés en vivir en un barrio rico sino en ver a los pocos amigos que aún me quedan y ver sobre todo a Adela, que quizá me pueda aclarar algunos asuntos sobre la tasa de natalidad y mortalidad, y cómo vamos a hacer fotosíntesis si no hay sol ni plantas, pero –sobre esto último– ella me diría que nada sabe, porque es demógrafa y no botánica. Quizá me ofrezca un té y yo le cuente de mi pequeña plantita de tomate que más o menos sobrevive y alza sus bracitos a la luz como pidiendo auxilio. Yo cada tanto le hablo, pero al rato me digo que a lo mejor debería hacer algo más que plantar una planta de tomates, leerme un libro cada vez que puedo y acordarme de Adela.
Pienso en los conspiradores y me digo que debería unirme a ellos, donde quiera que estén. Pero ahora lo único que puedo es escribir esta historia con esta letra incompresible para dejarles un testimonio de lo que fue la Era del Gusano. Porque la historia se reescribe muchas veces; ya me imagino los cuentos que harán en el futuro si es que sobrevivimos –siempre alguno sobrevive–, y las mil formas que encontrarán los adoradores de dorarnos la píldora y el gobierno de justificar sus actos genocidas, y los científicos de echarle la culpa a la débil luz del sol que nos puso en estos años oscuros en que nadie es libre, todos pasan hambre y la vida es mísera, brutal y corta… Así que yo escribo y escribo. Para que se sepa cómo vivimos. Quizá en el futuro la llamen la “Era del Gusano”, como antes hubo una “Era del Hielo”, y quizá, después, haya una “Era de las Estrellas”. Porque aunque ya no las vemos por las noches, ahí están.
Obra de Fe Blasco
*Olympia Frick es el seudónimo con que la académica y política uruguaya Constanza Moreira (Montevideo, 1960) ha publicado su obra narrativa. En 2001 su libro 10 relatos fantásticos integró la colección dirigida por Mario Levrero De los flexes terpines y en 2006 su novela De regreso a casa fue parte de la colección Narrares de editorial Artefato. Cuentos de su autoría han sido publicados en diversas antologías. En 2022 obtuvo el Primer Premio en el concurso de cuentos de ciencia ficción Carbono Alterado, en 2023 publicó la novela La ciudad de los nombres olvidados
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Obra de Fe Blasco
cuento
Un nuevo inconsciente
Por Lesly Mariana Moreno
Siempre me ha generado intriga ese hombre. Parece no ser feliz. Es decir, uno lo mira y no ve a un hombre feliz, o seguro de sí mismo, o siquiera conforme con su realidad. Eso a primera vista es lo que inspira, otra cosa es cuando uno mira más allá.
Una vez la miró a los ojos, ambos rieron y se acercaron poco a poco, hasta que finalmente él acortó la distancia que había entre ambos y se besaron. Ella recibió el beso con amor, con pasión, lo tomó del rostro para que no se separara sin que ella se lo permitiese. Él la miraba como quien ha logrado una hazaña y ella como quien ha, por fin, encontrado el amor.
Así entonces, es extraño ver a ese hombre, que parece solitario y hasta algo patético, encontrar el amor de una forma tan romántica, tan cliché, pero sobre todo tan genuina, que hasta yo, un hombre poco fan de las cursilerías y el romance, podría creerse.
Sin embargo, ese no es ni de lejos mi sueño favorito del paciente 25. Él, aunque es un paciente a quien se incluyó en el grupo con la variable “no subconsciente”, parece haber encontrado una receta mágica para hacer de sus sueños un material invaluable para cualquier empresa de ficciones. El sueño del que les quiero hablar es el registrado el 27 de marzo en la sesión número 68 del paciente. Debo admitir que lo he visto en diversas ocasiones y que cada vez siento más fascinación.
En el sueño, el paciente 25 es un hombre común, cuyo único fin es hacer el viaje de sus sueños al planeta Ulthar, en donde es sabido que los seres humanos son
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tratados como dioses. Es debido a la obsesión que nace en el corazón del paciente 25, y a que no posee el dinero para pagar el viaje, que decide someterse a un tratamiento en el que le implanten un recuerdo falso, de un viaje que jamás hizo. Sin embargo, durante el tratamiento, los médicos se dan cuenta de que este viaje en efecto sí se hizo, y de que el paciente 25 tuvo que volver obligado a la Tierra por asesinar a un líder político del planeta. Al darse cuenta de ello, los médicos lo despiertan y le comentan el problema, pero él niega todo, y les dice que ahora deben borrar ese recuerdo falso. El problema es que ellos no tienen la facultad para borrar recuerdos, solo para crearlos; por eso los médicos deciden implantar el recuerdo de un tratamiento falso, en el cual él se implanta dicha memoria. En el proceso se dan cuenta de que no pueden hacerlo, porque el paciente ya cuenta con dicha memoria. Pero él lo niega y así hasta que no sabe qué es real y qué falso.
Ese sueño fue vendido a Galaxy Estudios y se hizo una película que les hizo ganar miles de millones, y a nosotros otro tanto. Pero el paciente 25, a pesar de haber vendido unos cuantos argumentos y haber colaborado como escritor en muchas películas, aún no se decide a activar su inconsciente. Quiere no solo tener el control absoluto de lo que sueña, sino que también quiere que todo sea perfectamente racional, le teme a las incoherencias y a los sueños de verdad.
Ahora que lo pienso, extraño esos divertidos sueños en los que a la gente se le caían los dientes, o estaban desnudos frente a sus familiares y colegas, o buscaban un baño con desesperación, o caían lento desde las alturas, pero esos sueños han sido explotados hasta el cansancio. Los estudios ahora quieren algo notablemente innovador, por eso el último sueño del paciente 25 no les convence y a mí tampoco. Al fin y al cabo es solo un romance estúpido.
–Doctor, ¿ya podemos desconectar a los pacientes? –me pregunta la doctora–.Ya se extrajo el material –aclara.
–Sí, hágalo –confirmo y noto cómo mis asistentes se ríen a mis espaldas.
Las entrevistas son importantes para saber el avance de los pacientes y, aunque parezca innecesario, las entrevistas al paciente 25 también son importantes. Él sabe la rutina, lleva aquí más que cualquiera, el único que lo supera es el paciente 12, pero sus películas no han sido tan aclamadas como las de 25.
–¿Cómo te sentiste hoy al despertar?
–Nada extraño –responde 25 con frialdad.
Ambos guardamos silencio, como si esperáramos que el otro diga algo. Soy yo quien lo hace:
–Hace tiempo que siento curiosidad por tus historias. Aunque la de hoy me pareció extraña…
–¿Por qué? –me pregunta 25.
–No es el tipo de historias que estés acostumbrado a hacer.
–Bueno, a veces los sueños reflejan deseos inconscientes ¿no?
–¿Deseas una pareja?
–Yo no.
–¿Entonces: por qué?
–No lo sé, dígame usted por qué.
Estos días es incluso más enigmático de lo que siempre me ha parecido. Podría soportarlo de no ser por su arrogancia, que con cada éxito se acumula aun más. Si no fuera por los sueños que aun podemos extraer de su mente,
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hace tiempo se hubiera largado de aquí. Gracias a nuestros equipos y a la dominación de los sueños, que han permitido tratar, también, la depresión de mi esposa. Cuando llego a casa siempre me aseguro de que esté respirando mientras duerme. Nuestra empleada deja la cena lista para cuando ella despierta; sin embargo, yo debo servirla, me gusta hacerlo, porque siento como si yo mismo hubiera cocinado y entonces puedo recibir a mi esposa de su dulce sueño y hacerla sentir feliz. Ahora no puedo recordar la última vez que ella cocinó. Cuando despierta, me saluda con un beso, come y vuelve a dormirse. Para la noche toma dos píldoras, de manera que el sueño dure las ocho horas. Yo conecto a su coronilla el sensor y mientras veo lo que sueña rio con todas esas aventuras: que es una mujer viviendo en Nueva York, aclamada por hacer las mejores fiestas de su época, por conocer a todas las personas influyentes del mundo y por volver a casa conmigo para hacer el amor. Entonces, ambos podemos soñar con una vida maravillosa.
Todo cambia cuando mi esposa se vuelve a despertar, después de las ocho horas de sueño, y me dice:
–¿Qué tal el trabajo?
–Bien, aunque no ha salido nada bueno de los pacientes en estos días –le respondo.
–¿De qué hablas?
–Pues de los pacientes que manejo, amor.
–¡Ay! Otra vez estas confundido, mi amor. ¿No has despertado, verdad? Por favor, no hagas eso, te vas a hacer daño.
Consciente ahora de la verdad ya no puedo despertar, todavía no han pasado ocho horas. Pues cada ocho horas aquí, son solo dos en la realidad; entonces tomo otra pastilla y duermo. Despierto en el laboratorio. Estoy ansioso de ver qué sueños nuevos tiene el paciente 25. Más le vale que saque algo pronto, en unos días es la fiesta en el crucero y no puedo darme el lujo de contarles a los productores que aún no ha salido nada bueno.
Todos los pacientes despiertan.
–¿Extrajo el material? –le pregunta la doctora a su asistente.
–Sí, doctora.
–Me gusta el del paciente 25. ¿Qué opina?
–Muy metaficcional –responde la asistente.
–Lo sé… ¿Diría que se inspiró en mí? –pregunta la doctora.
–No creo. Usted, a diferencia del doctor del sueño, es la persona más feliz que conozco.
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*Lesly Mariana Moreno vive y escribe en Bogotá (Colombia).
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CUENTO Por Jimena Néspolo Una casa inteligente
Largas se hacen las horas, largo es el tiempo y sin saber. Lamenta no ser más pequeño y tener memoria, porque si fuera pequeño como un frijol o una canica podría rodar, fugarse, no saber. Porque Mercutio recuerda. Recuerda cómo era el mundo antes de llegar aquí, recuerda al vecindario, su casa, y a veces se le anuda el pensamiento en el estómago y ni bocado puede probar. Dos veces al día comida le traen, casi se acostumbra a su sabor a nada. Su madre es el pensamiento que más piensa y si la piensa cuando come siente el sabor dulce y picante del acitrón, ese cristal dulce que antes de partir le hizo degustar. Incluso al pensarla puede mantener el sabor en la boca por largo rato; pero de tanto pensarla teme olvidar su rostro, que venga a buscarlo alguno de estos días y no pueda reconocerla. Y además están los otros niños que lloran, piden por sus familiares y eso a él le da ganas. Él, justamente, que no ha llorado nunca. El orgullo de su madre era decir: “Mercutio nunca llora. Mercutio nació grande”. Y sin embargo querría llorar, pero no le sale. El niño de la jaula de al lado de tanto hacerlo se quedó seco al segundo día, y la niña de la otra, se gastó la primera semana todas las palabras y ahora ni hablar sabe. Gruñe. Cada día se parece más al perrito que le regaló su abuela cuando cumplió los cinco, hecha un ovillo en la esquina de la jaula. Mercutio no entiende por qué está allí, este no es el bienestar que le prometió su madre cuando se decidió a cruzar. A la salida del instituto, un día le dijo: “Mercutio, nos vamos a largar de Tamaulipas, ¿sabes? Porque te convertirás en mula o en narco si nos quedamos. Yo quiero tu bienestar, Mercutio, así que nos largamos a Texas”. Eso dijo. Hicieron los bolsos y esperaron las indicaciones del Chompa. Él los haría cruzar la frontera, dijo. Y le dio todos sus ahorros. Una noche pasó a buscarlos en su camioneta y subieron atrás junto a los otros. Mercutio llevaba una mochila con las pocas cosas que su madre le permitió cargar. Ella llevaba la suya. Todo lo que tenemos cabe en nuestras mochilas, dijo. Y se largaron. Estaba contenta porque iban tras el bienestar. Mercutio se imaginaba lo que podía ser eso por las propagandas de la tele. Zapatillas nuevas. Ropa deportiva. Un lindo departamento. “Si eres un buen niño te llevaré a Disney”, dijo. Si piensa ahora en la palabra “bienestar” se le aparece el ratón Mickey, Minnie, el Pato Donald, Pluto. El día que lo apresaron creyó que lo llevarían al maravilloso mundo de Disney. Que por eso juntaban a todos los niños y los separaban de sus padres. Ellos
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son demasiado grandes para entrar, pensó Mercutio. A pocos kilómetros de cruzar el Río Bravo los detuvo la Patrulla Fronteriza. Los custodiaron hasta llegar a los barracones perimetrados por altos alambrados donde se reunieron con otros más que parecían estar en la misma búsqueda, porque también vestían mal y hablaban su lengua. Muchos gritaban y se abrazaban a sus hijos cuando los militares llegaron. Su madre lloraba, le dijo que se reunirían pronto. El que encerró a Mercutio llevaba una gorra con las orejas de Mickey Mouse. Cerró la puerta de alambre de su jaula y él no lloró. Estaba convencido de que al otro día o quizá al otro llevarían a todos los niños a conocer ese maravilloso mundo. ***
“¡Tanto esfuerzo para esto!” se dijo a sí misma mientras terminaba de secar y guardar los platos. Habían cenado temprano, más temprano de lo habitual, porque con el toque de queda ya a las seis no había un alma en la calle.
Hacer la cena y acostar temprano a la nena, a fin de aprovechar al día siguiente la primera luz del sol para llevarla a la plaza: ese era el escueto plan. La suspensión de la jornada escolar supuso la invención de nuevas actividades recreativas sin infringir ninguno de los protocolos de seguridad detallados por el gobierno. Adela prefería sacarla a pasear temprano, a fin de encontrarse con poca gente en la calle; no es que fuera fóbica, más bien quería hacerla correr y jugar mucho, cansarla físicamente de modo que el resto del día, fuera más llevadero, sin por ello dejar de extremar los cuidados. Ya le había pasado que el segundo día de la cuarentena se habían demorado en salir y luego tuvieron que volver corriendo: la plaza estaba llena de “adultos mayores” –como se estilaba en llamar a los viejos desde hacía un tiempo– que miraban a la nena como si fueran el mismo virus. A Adela se le prendió el rencor de esos ojos, y también el miedo.
–¿Por qué ese abuelo me mira así, mamá? –había preguntado, ya que siempre estaba al tanto de todo. Y ella no supo qué responder. Ahora estaba haciendo la tarea que había mandado la maestra por el aula virtual, cada tanto suspendía la labor para consultarle algo.
Colocó el último plato en la alacena, dobló el repasador, lo acomodó prolijamente sobre la mesada y se preparó un café. La cocina era ínfima, apenas cabía ella parada. Un interrogante la asaltó de pronto: ¿dónde habría guardado su marido los papeles? Revisó el aparador del living.
–¿Qué buscás, mamá?
–Nada. Terminá la tarea y andá a la cama que ya es tarde.
–¡No es tarde, mamá! ¿Podemos ver la tele cuando termine?
Adela no llegó a escuchar la pregunta, puesto que estaba muy concentrada en la búsqueda, revisando la cajonera de su cuarto. No quería ir a preguntarle a su marido dónde los había guardado; se encontraba en una teleconferencia de trabajo, en el cuartito que se había armado como oficina, al lado del lavadero; si lo interrumpía ahora luego sería motivo de otra discusión. Las cosas no estaban nada bien entre ellos como para sumar motivos de disputa; su mutismo la interpelaba mucho más que mil recriminaciones. No la estaban pasando bien, antes estaban mucho mejor: tenían auto, vivían en el barrio más lindo de Buenos Aires y podían darse el lujo de vacacionar donde quisieran. No entendía cómo se le había cruzado esa idea peregrina de sacar
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la ciudadanía europea. Tampoco estaba en condiciones de afrontar, sin más, el error frente a su marido, puesto que tampoco había manera de volver atrás.
¡Acá están!, se dijo a sí misma, al encontrar los pasaportes debajo de sus bombachas en la cajonera del cuarto. Acarició con la yema de los dedos las letras doradas impresas sobre la portada de color rojo oscuro. Por lo visto ella misma los había guardado allí, una vez finalizados los trámites del seguro social. ¡Tres años habían tardado en conseguirlos! Los apretó entre sus manos como si quisiera extraer de ellos el cúmulo de promesas y fantasías que la había lanzado en pos de su búsqueda. Resopló ofuscada y luego volvió a acomodarlos en el mismo lugar donde los había encontrado. Le sorprendía pensar qué rápido podía cambiar el orden de las prioridades… Había empezado los trámites cuando todavía vivían en el departamento de Palermo y la nena empezaba el jardín. Mejor dicho, entonces había comenzado a rastrear las partidas de nacimiento de sus abuelos, los que habían venido de Italia y de España, para evaluar con qué embajada tenía más chances de que la ciudadanía saliera antes. Adela tenía la certeza de que el origen europeo de sus abuelos le allanaría el camino frente a los funcionarios de migraciones. Al ritmo que crecían las ramificaciones europeas de su árbol genealógico, sentía que se elevaba por sobre su realidad: la cultura y la política de su país se le figuraban cada vez más degradadas y abyectas. Empezó a estudiar italiano y se puso en contacto con una abogada que prometió sacarle el trámite en menos de un año. Pero pasó un año y pasó otro, y nada. Fue entonces cuando le sugirió que se mudara, puesto que instalada en Italia podrían acelerar la gestión. Adela convenció a su marido: “Lo estupendo de trabajar de manera remota es que podés vivir donde quieras, ¿para qué quedarnos?”. Vendieron los regalos de bodas y los muebles, el auto, el terrenito en la provincia y se fueron. “¡Todo es de cuarta en Argentina! ¿Qué futuro tenemos acá?”, le contestó a su suegra el día que la increpó en busca de las razones del traslado.
–¡Maaamaaá! –el llamado de su hija la arrancó de sus pensamientos.
–¿Qué pasa?
La nena estaba sentada frente al televisor, era la hora del noticiero y se anunciaban nuevas medidas para la cuarentena a raíz de la epidemia que azotaba a Italia en los últimos días. El gobierno comunicaba una serie de medidas entre las que se encontraba el cierre de todas las fronteras, al exterior y al interior de las regiones del país, y el recrudecimiento de la prohibición de sacar a los niños de la casa, ni siquiera para hacer esos breves paseos que venían realizando por las mañanas. Los viejos eran la población que se encontraba más en riesgo y los chicos, asintomáticos e inmunes en general, se convertían en poderosos agentes de contagio.
–¿Puedo cambiar de canal, mamá?
–Bueno, un rato de dibujitos y después a la cama. –Adela se sentó junto a su hija y la abrazó. Una sensación de pesadez y desolación la inundó. Qué largo y difícil sería todo a partir de ahora…
–Mamá, ¿por qué al ratón Mickey acá lo llaman Topolino?
La escritora hacía zapping intentando distraerse de todas las tragedias. ¿Cuándo se había vuelto tan terrible la existencia? No podía entenderlo. Quería escribir un cuento, quería escribir algo que la ayudara a transitar el presente, pero no podía dar
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con una idea original, con un comienzo, un personaje, o algo que la ayudara a tirar de la cuerda de la angustia y le permitiera anudar las palabras en una trama. Ahora tenía tiempo pero no tenía ideas. Las demás historias que había escrito se le antojaban baladíes o absolutamente prescindibles. ¿Se merecía algún libro suyo ocupar un lugar, un par de centímetros en alguna biblioteca, en aquella improbable arca que se salvara del naufragio? Desde hacía un tiempo hasta ahora no podía dejar de medir todas sus acciones con esa vara y el resultado era siempre decepcionante. Su existencia arcana, es decir su escritura, era algo de lo que el mundo podía prescindir. Así funcionaban las cosas y así lo refrendaba el régimen, atiborrando con divertimento autogenerado a las hordas. De lo que no se podía prescindir era del agua, de los alimentos, de la energía. Su ciudad, por ejemplo, tenía una reserva de energía para diez días, luego de eso nadie sabía cómo iba a hacer el gobierno para asegurar el abastecimiento: se apagarían los hogares inteligentes junto al sistema de alumbrado y la red, las pantallas se oscurecerían, sobrevendría el silencio. Algunos vecinos suyos habían conseguido refrigeradores que se alimentaban de baterías solares y, en ese sentido, estaban mejor preparados para el apagón que la zona rica de la ciudad. Su casa era antigua; la escueta renta de la escritora no le permitía lujos, ya vería el modo de solucionar los problemas apenas fueran surgiendo. El principal, sospechaba, iba a ser la comida, puesto que la cadena de producción se había roto desde hace tiempo y el desabastecimiento se aguzaba a diario. ¡Cuántas cosas idiotas se había dedicado a hacer la gente durante años! Todos sabían manejar un smartphone pero nadie sabía cultivar una papa. Pero la escritora no quería pensar ahora en esa tragedia anunciada, tampoco en su crisis creativa, mucho menos en la crisis de sentido que la aquejaba... ¿A quién le importaban ahora los libros? Los libros digitales no podrían leerse, y los analógicos hacía tiempo que habían dejado de producirse por lo costoso y antiecológico del proceso. Y su renta, ¿hasta cuándo pensaba ella que seguiría asistiéndola? Sobrevivía apenas con las clases que dictaba tres veces a la semana en la universidad, pero quién sabe qué sería del sistema educativo una vez que la crisis energética se instalara. La escritora no quería pensar en eso. En realidad, no quería pensar nada. Afuera hacía demasiado frío y tampoco quería pensar en lo difícil que sería transitar el resto del invierno, sin calefacción alguna. Se arrebujó en la poltrona y siguió haciendo zapping. Al menos quería disfrutar los días de telepantalla que le quedaban. Al rato se enganchó con un film antiguo, de esos que se producían en la época en que la gente se esforzaba en imaginar el futuro, antes de que el futuro instalara su carga atómica de horror. El film se llamaba Una casa inteligente y se orquestaba sobre una voz en off, que no se sabía si era la de la misma casa o la de uno de los protagonistas, y que narraba el encierro. La escritora sabía que todas las historias que fantaseban sobre el futuro, a la distancia, resultaban tan pretensiosas como ingenuas, frente a ese presente atroz en el que se vivía. Pero le gustaba el clima logrado en este film que creía ya haber visto, donde la casa o, mejor dicho, alguno de los personajes aún podía contar…
Contaba que cuando nos mudamos a la casa, papá hizo una fiesta para toda la familia y mamá se puso su mejor vestido. Aguedita y Esperanza también quisieron sentirse especiales ese día, así que mamá se vio obligada a aceptar el antojo de nuestros disfraces. Como mis hermanas eligieron vestirse de princesa y de hada, respectivamente,
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tuve que ponerme el de Mickey Mouse: mamá había alquilado tres y el que me entraba a mí era ese. Las imágenes de esa fiesta corren en la cinta pragmatográfica del portarretratos que está en la sala, junto al sillón principal: una dos tres cuatro, son en total veinte. Las he contado mil veces a lo largo de estos años, deseando el momento en que alguno de los dispositivos de la casa sufra una avería. El portarretrato está junto a los leños de cerámica que, desde mediados del otoño, se encienden de manera automática a una hora exacta. Es el único momento en que de verdad disfruto de la casa, lo demás es abulia, dislate, distracción. Una sucesión infinita de repeticiones a la espera de que la interfaz que nos comunica con el afuera evada el cerrojo de la cripta.
Pero no conviene que me adelante, porque en fechas de aquel festejo todavía éramos una familia feliz, o algo parecido a eso y, como en todas las familias, los niños gozábamos de ciertos privilegios y de ciertas responsabilidades que papá y mamá se encargaban de encauzar. Eso hasta que llegamos a la casa y papá decidió que lo mejor era depositar las tareas engorrosas de control en la inteligencia central de nuestro hogar, cuestión de no tener que estar todo el día recordándonos la hora en que debíamos bañarnos, ponernos a hacer la tarea, apagar el monitor o sencillamente irnos a dormir. Papá era bueno en eso, uno de los mejores programadores de la ciudad, decía mamá siempre; se demoró un poco, pero cuando la casa estuvo lista, con todos los dispositivos conectados, terminó de ajustar los detalles finos de nuestras vidas y se olvidó de aquello. Cada ínfima acción tenía asignado un horario y una cantidad acotada de variantes, que la casa misma se encargaba de resolver; no era lo mismo la función asignada a levantarnos de la cama o guiarnos en nuestro aseo que el de encargar los pedidos de compras semanales al hipermercado, detalles que en las primeras semanas tuvo que ir ajustando, hasta que luego sencillamente se olvidó de entrar al sistema operativo, de lo estupendamente bien que funcionaba todo. Tampoco necesitábamos de niñera, porque cuando mamá y papá se iban a cumplir sus respectivas jornadas laborales, dejaban encendidas las pantallas educativas en nuestros cuartos: cada uno portaba un brazalete interactivo en la muñeca, bien ajustado a nuestros ritmos vitales, de modo que si alguno de nuestros registros no era el adecuado, la casa misma se encargaba de avisar a nuestros padres y, más luego, de procurar nuestro bien.
Aguedita y Esperanza se sorprenden cuando observan imágenes de otros tiempos. Pero la mudanza fue antes de
la gran crisis, en los tiempos en que los ciudadanos tenían permitido salir. Cuando la epidemia se desató en todo el planeta, papá clausuró aún más nuestra comunicación con el afuera. Qué curioso. Digo “el afuera” y ahora me doy cuenta de que la idea que tenemos de ese concepto es meramente virtual, a través de viejos registros. Quizá por ser mayor todavía puedo recordar la emoción de caminar por las calles y sentir el viento en el rostro. Largas noches he pasado describiéndoles a mis hermanas esa sensación; cuando llegamos a la casa eran demasiado pequeñas.
El día que papá murió tampoco cambió nuestra rutina. Tan obsesivo y prolijo era en sus cálculos que hasta programó el modo en que la casa pudiera convertir sus despojos en cenizas. Dejó listo el gran incinerador de residuos que había en el sótano de manera que su cuerpo cupiera perfectamente. Tengo bien presente el día en que se encerró en el sótano y le dijo a mamá que estaba infectado. Apenas volví a escuchar su voz; no nos permitió acercarnos a él. La muerte de mamá fue más prosaica o más tonta, se ahogó con un hueso de pollo pocos meses más tarde. Con Aguedita y Esperanza le hicimos una hermosa ceremonia de despedida, la vestimos con sus mejores prendas, le pusimos sus joyas más amadas y la mandamos al incinerador de residuos, para que acompañara a papá en su largo viaje. No teníamos muchas opciones. Después de todo papá había dejado la casa en condiciones para que también se hiciera cargo de nosotros. Me es imposible contabilizar el tiempo para saber cuánto ha pasado desde entonces, puesto que la casa también regula nuestro campo de visión y no podemos discriminar la diferencia entre ventana y pantalla. Solo el crecimiento de nuestros cuerpos evidencia ese devenir: Aguedita y Esperanza son ya mujeres, no les caben los disfraces. A mí tampoco.
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La ruta de las lenguas
Este artículo surge a partir de una conversación que un grupo de estudios de guaraní mantuvo con Bartomeu Melià en Asunción, en enero de 2019. El encuentro con el jesuita e intelectual autodidacta dibuja el mapa de una vida moldeada por las lenguas que aprendió: del mallorquí al castellano, del francés y el portugués al guaraní paraguayo y las variedades existentes en las comunidades indígenas. Hoy, su trabajo se proyecta hacia el futuro de un modo singular.
Por Lila Scotti, María Paz Solís Durigo, Maxime-Joseph Marasse, Taly Barán Attias y Verónica Gómez
¿Usted sabe qué significa Curuzú Cuatiá?
Kuatia es “papel”. En Montoya1 , ava kuatia es el “ hombre pintado”. Y, después, como ellos se pintaban la piel, pasó a significar papel, porque (el papel) también se pintaba.
Bartomeu Melià
El gran especialista de la lengua y la cultura guaraní, Bartomeu Melià, nos recibía en el Instituto Universitario de los Jesuitas del Paraguay con esta primera enseñanza, para conversar sobre la ruta de su vida (y de sus lenguas), nos llevó de Mallorca a Paraguay, pasando por Francia, Brasil y el Vaticano. Hoy, cinco años después y desde tierras argentinas, quienes participamos de aquel encuentro intentamos pintar en el papel nuestros pareceres, a partir del análisis de los diálogos de aquella calurosa mañana de enero de 2019. Durante casi dos horas, a la sombra de un sol abrasador, en rondas de mate y tereré, y entre el canto de los pájaros del jardín del Instituto Universitario, donde vivía, nos escuchamos atentamente. Melià falleció el 6 de diciembre de ese mismo año. Hoy, para los amantes de las lenguas, su trabajo se proyecta hacia el futuro de un modo sugestivo.
CONVERSACIÓN CON BARTOMEU MELIÀ
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Senderos entrelazados: jesuita e intelectual autodidacta Melià nació en 1932, en un pequeño pueblo de Mallorca. Solo veintidós años pasaron para que el pa’i (“padrecito”, como llaman a los sacerdotes en Paraguay) llegara a este país como jesuita; aunque, recién en 2011 conseguiría su ciudadanía.
A lo largo del encuentro, Meliá nos compartió innumerables experiencias que tuvo con las comunidades: caminar con ellos por la selva, aprender a usar sus atuendos, la variedad de plantas, medicinas y manjares vegetales que la tierra ofrece, ser acogido en el opy (templo), ser el primer jurua (blanco) en ser recibido en los espacios rituales. Memorias evocadas desde el respeto y cariño.
¿Qué tipo de hombre de fe ha sido Meliá? Él mismo nos aportó, provocador y sabio, estas palabras: “Soy hombre de muchas religiones. Soy hombre de una sola fe, pero muchas religiones, he practicado más de veinte religiones”. Para Meliá no hay contradicción alguna. Por eso admitía con orgullo: “Con ellos comencé a practicar su religión en largas noches de canto y danza. En la convivencia con los guaraní mbyá y después con los avá guaraní y los páîtavyterã –puntualizó– me encontraba con otro modo de buen vivir, de alegría, de moderación en el uso de los recursos de la selva, en el discreto cultivo de la tierra”.2
Esas experiencias de compartir la vida cotidiana con las comunidades guaraníes le provocaban una constante duda: “¿Qué les enseño? Nada. Ellos me enseñan”.Y a la pregunta sobre su trabajo misional, respondía: “Yo creo que el respeto también es una misión”.
Siempre abocado a este respeto por los pueblos amerindios, desarrolló en Paraguay un trabajo lingüístico y etnográfico constante entre los guaraníes. Hizo también un intensivo trabajo académico: fue profesor de Etnología y de Cultura guaraní, y presidente del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica de Asunción. Asimismo, fue editor de las revistas Acción, Suplemento Antropológico y Estudios Paraguayos
Aquel día le preguntamos cómo comenzó su carrera de lingüista y de antropólogo. Pero, de humilde manera, Melià se alejó de esta definición convencional y se encolumnó tras la característica que compartió con quien fuera su gran maestro, León Cadogan: “¿Qué soy? Me dicen antropólogo, lingüista, historiador. No soy nada yo. Nada. Soy un autodidacta simplemente”. Ser autodidacta no se trató de un estudio solitario, puertas adentro. La suya fue una actividad comunitaria, de conversación con las personas. El respeto y la escucha atenta fueron primordiales para comprender su nuevo rol de etnógrafo. “Cuando uno es joven cree saberlo todo” , comenzó a convidarnos una enseñanza importante, difícil de olvidar:
Habíamos caminado ya cuatro o cinco kilómetros. De repente, me di cuenta de que estaba equivocado, y di la vuelta. Le digo al otro: ¿No te parece que nos hemos equivocado? Sí, dice. Y entonces ¿por qué no me lo has dicho?. Porque usted iba delante. En Antropología, nunca hay que ir delante. Uno tiene que escuchar, simplemente. (…)Yo quisiera ser “el hombre de la escucha”, porque es la escucha lo que da la dimensión de lo que uno puede aprender.
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Su labor en este continente lo llevó del franquismo de España al estronismo de Paraguay. Si bien vivió en este último país hasta el final de sus días, su repudio público a la masacre sistemática a los aché le valió la persecución del gobierno de facto y debió exiliarse en Brasil, en 1976.
El pa’i Melià desempeñó este doble rol de jesuita y de intelectual autodidacta. Una duplicidad que requiere ser pensada con relación al proyecto cultural de las misiones jesuíticas, que resultó una experiencia religiosa y política utópica.
Su labor en este continente lo llevó del franquismo de España al estronismo de Paraguay. Si bien vivió en este último país hasta el final de sus días, su repudio público a la masacre sistemática a los aché le valió la persecución del gobierno de facto y debió exiliarse en Brasil, en 1976. Pero, su compromiso y su deseo de regresar fueron tales que lo hizo apenas pudo: el mismo día de la caída del dictador Stroessner (el 3 de febrero de 1989).
El propio Melià nos habló sobre la escena académica paraguaya durante la dictadura (1954-1989): “En aquel tiempo estaba Chase-Sardi, aunque con Cadogan no se daba mucho; estaba Susnik, que también era rancho aparte. Después, el General Bejarano (…). Todos con grandes valores”. Tanto el antropólogo paraguayo Miguel Chase-Sardi como el General Bejarano tenían una inclinación estronista, el mismo Cadogan era colorado, partido al que pertenecía Stroessner. Pero, junto a la intelectual eslovena-paraguaya Branislava Susnik, fueron quienes se quedaron allí y se convirtieron en los pioneros de la Etnografía de Paraguay. Hoy, junto a Melià, son algunos de los que abren camino a las generaciones futuras comprometidas con las causas de los pueblos indígenas de este país.
Bartomeu Melià: políglota espiritual
Como estudiantes de guaraní quisimos conocer cómo comenzó su aprendizaje de esta lengua: “Nosotros vinimos (a Paraguay) a aprender guaraní. Y nuestro profesor era el padre Antonio Guasch”.
Tanto Bartomeu Melià como Antonio Guasch (1879-1965) llegaron a Paraguay como jesuitas desde las Islas Baleares de España. Su maestro lo había hecho veintidós años antes, ambos coincidían en la misma situación lingüística: el castellano no fue su lengua materna. La de Melià era el mallorquí y la de Guasch, el ibicenco. Dos variedades de la familia del catalán con particularidades insulares. Su relato se detuvo en el modelo de aprendizaje que ambos compartían, al que llamó “la ruta de las lenguas”. Bartomeu emprendió su destino en esta ruta desde el mallorquí al guaraní como mapa de su vida. El recorrido de su maestro lo llevó al mismo destino: “El padre Guasch sabía mallorquí, ibicenco, castellano, holandés, alemán, japonés, después dos lenguas de las islas Marianas y, a los cincuenta años, empezó
con el guaraní, en Horqueta”. Como nos explicó, esta ruta no significaba solamente cruzar el Atlántico para encontrarse con los idiomas amerindios, era también volver, metafóricamente, a ser un niño en el recorrido de su aprendizaje: “Me dije: ‘si un niño de 5 años ya habla muy bien la lengua más difícil, entonces me voy a convertir en un niño de 5 años, la voy a hablar’. Lo malo de las lenguas es cuando uno cree que lo sabe todo, entonces no aprende nada”. Fue este método el que le permitió detenerse con seriedad infantil, lúdica, en cada una de las paradas de esa ruta.
Vincular el aprendizaje de las lenguas con el juego en la niñez, llevó a Melià a regresar con nostalgia a la primera parada de su ruta: a su lengua materna. Así nos explicaba el pa’i: “Tener añoranza tampoco es pecado. Aunque Mallorca casi vale la añoranza. Es muy bonito. Ahora cada vez menos tengo ganas de irme para allá”.
Esa mañana, volvió varias veces a sus raíces, su isla, y a lo que lo llevó desde su infancia a tener ciertas habilidades lingüísticas, como la de ser bilingüe. Si bien el mallorquí es una variedad oriental del catalán que se habla en las islas Baleares, el joven Bartomeu vivió los duros años del franquismo (1939–1975), caracterizados por un nacionalcatolicismo y una educación exclusivamente en castellano. De igual modo, contó sorprendido que, hasta su último año de vida, siguió en contacto con el mallorquí, a través de las cartas que le enviaban sus familiares: “Yo nunca hubiera creído que mis sobrinos nietos me escribieran en mallorquí. Y escriben mucho mejor que yo porque yo soy de la generación de Franco, que lo prohibía. A pesar de que en todo el pueblo había tres familias castellanohablantes”.
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Esto se debe a que hoy, en su isla, se enseña a través de la inmersión lingüística. Todos estudian en mallorquí, entre otras razones, porque hablar y saber el idioma “es la condición necesaria para tener un cargo” en la isla Balear, explicó Melià. Y esto se lleva adelante en contra del monolingüismo: “En España hay muchos pueblos víctimas, víctimas precisamente de un supuesto monolingüismo español, cuando en realidad España es un rompecabezas. Está el andaluz, está el país vasco, los catalanes”. Y esto es en contra también de un “bilingüismo fatal que quiere la muerte de los otros idiomas”, como el catalán peninsular que quiere superar al mallorquí. Otro ejemplo que nos dio fue: “El mismo valenciano que ellos insisten que no es catalán. Sin embargo, la política de los catalanistas es que existen países catalanes porque entonces, también ellos al hacer esto dan muestras de independencia, de querer dominar. (...) Los catalanes luchan por mantener el catalán como lengua de Cataluña, no el bilingüismo.Y sin embargo en Cataluña es donde más lenguas diferentes se hablan”.
En contraposición, Melià apostaba por un “bilingüismo cordial” que es aquel que “establece relaciones de convivencia con otras lenguas”.
Bartomeu Melià: un defensor de las variedades
Más de una vez, el jesuita hizo hincapié en que no existen dialectos, existen lenguas con sus variedades: “Dentro de la lengua d’oc hay muchas lenguas, como dentro del tupí guaraní son 23 lenguas, y el guaraní es una de las lenguas con por lo menos cinco variantes que, dentro, son prácticamente lenguas”.
Él se posicionaba en contra de las normas etnocéntricas de las lenguas nacionales entre el centro/periferia del castellano. “Nadie habla como la Real Academia”, subrayó. Todos somos, en ese sentido, multilingües, y manejamos diferentes estilos en función de la situación comunicativa:
Cada uno tiene su propio idioma, el idioma de la gente, el idioma que hablamos, el idioma es nuestro estilo de hablar. (…) Propiamente cada uno de nosotros tiene su idioma y a veces tenemos varios idiomas. (...) Mi castellano en una conferencia no es el mismo que mi castellano cuando estoy con ustedes, y mucho más el idioma que hablo cuando voy a una capilla los domingos, por ejemplo. Cada idioma, entonces, hace su lengua, diríamos: el estilo y este idioma nos define como estilo, pero cada uno también cambia de estilo.
En 1958, una vez finalizados sus estudios de guaraní en Paraguay, los jesuitas franceses le otorgaron una beca para continuar estudiando: “Me fui a Francia sin saber una palabra de francés”, nos contó entre risas. Allí se recibió de Doctor en Ciencias religiosas por la Universidad de Estrasburgo con su tesis escrita en esta nueva lengua (La création d’un langage chrétien dans les réductions des Guarani au Paraguay de 1969): “Yo abordaba la cuestión de la transformación de la lengua nativa, al mismo tiempo en que la cultura se transformaba, con la acción de las misiones jesuíticas”3
Una vez recibido, volvió a suelo paraguayo. Además de los guaraníes de este país, convivió entre los de Argentina, Bolivia y Brasil. A pesar de su salida forzada de Paraguay, en Brasil también desarrolló una carrera académica de trece años y por supuesto aprendió también la lengua portuguesa. Allí dio clases de Antropología cultural en la Facultad de Teología de Nuestra Señora de Asunción, en São Paulo.Y, también dirigió una misión con distintos pueblos indígenas de Mato Grosso, aunque no llegó a aprender todas sus lenguas (macro Gê, nambikuára del sur y arawak).
Yo tenía algo de responsabilidad con los kaiabi, los nambikwara, los rikbaktsá, los enawenê-nawê. Me pasaba de un lugar a otro. Como ya había una relación, yo no era solamente el pa’i misionero, sino el que tenía la plata, y el que si una señora estaba grávida y había que llevarla en avioneta al Hospital (cosa que ahora nadie hace), nosotros poníamos una avioneta para ir.Yo empecé con esas experiencias.
El destino académico y político del jesuita lo obligó a transmitir su sabiduría también en estas otras dos lenguas: el francés y el portugués. Cuando terminó la dictadura en Paraguay, pudo volver y retomar su trabajo con sus comunidades.
Los distintos guaraní
Hay que pasar por la faz de volverse niños. A esto las personas adultas nos resistimos mucho, porque (…) a lo mejor se nos ríen.Yo, por ejemplo, estuve en Paraguarí. Allí, una señora me dijo: “usted nunca va a hablar bien guaraní”. Yo nunca he hablado bien el guaraní.
Cuando se detuvo en la parada que nos convocaba esa mañana, la de los idiomas o las variedades dentro del guaraní, surgió la pregunta sobre “el guaraní de
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las comunidades”, así lo llamó el propio Melià. Nos comentó que él aprendió a hablar guaraní paraguayo pero no las diferentes variantes que se hablan en las comunidades, y nombró a los grupos mbya guaraní, ava guaraní y paî-tavyterâ, agregando que “con quien más he estado es con los paî-tavyterâ del Amambay”. También, nos contó curiosidades sobre las prácticas del lenguaje en algunos tekoha (el lugar en que viven según sus costumbres) donde tuvo la oportunidad de pasar un tiempo y experimentar sus primeras vivencias con las comunidades indígenas. Como nos comentó, allí tuvo la posibilidad de “escuchar”: “Uno escucha que la mujer durante el día está callada, pero cuando hay reuniones por la noche, las únicas que hablan son ellas, y como yo vivía en la misma casa, en el galpón, me daba ocasión de tener esta experiencia de escuchar”.
Convivir junto a ellos dentro del mismo hogar, le permitió ser testigo de momentos de inspiración desconocidos de la mujer guaraní, que muchas veces sucedían por las noches.Y agregó: “casi siempre a las dos de la madrugada, las tres… entonces se despertaba y empezaba a cantar, aunque no tuviera tacuara, con una botella que le servía de tacuara, entonces se acompañaba”. La tacuara o bambú es la caña que diferentes grupos utilizan como instrumento musical exclusivamente femenino en los rezos y danzas, que “son el reflejo y la imitación de ritos que ya hicieron los dioses principales”4. Según algunas creencias guaraníes, Dios creó a la mujer a partir de golpear su cesto con una tacuara, dando surgimiento a su cuerpo, que también tiene “forma de cesto (ajaka)”5. Estos bastones rítmicos tan arraigados a la cultura musical indígena guaraní son de diversas dimensiones. Como caja de resonancia es utilizado el propio suelo, sobre cuya superficie las mujeres golpean, marcando la pulsación básica de las danzas rituales, “reproduciendo en el canto sagrado la perpetuidad del tiempo origen y los dones de los dioses”6.
En ese tono humilde y respetuoso que lo caracterizó, nos contó que cada uno de los grupos en que se divide esta gran nación tiene su propia forma de hablar, sus particularidades. Respecto de la variedad ava guarani, nos comentó que el parecido que presenta con el guaraní paraguayo se debe al contacto permanente que tuvieron y siguen teniendo los ava con la comunidad paraguaya no indígena, sobre todo en los yerbales: “ellos, en sus rituales, hablan todavía (…) la lengua misma”. Por estos intercambios lingüísticos y de vestimenta, a los avá guaraní se los conoció como chiripá (denominación hoy considerada despectiva), nos explicó.
En su juventud, Melià vivió en una comunidad mbya guaraní llamada Mbarigui, en el departamento de Caaguazú. Según contaba quien luego sería su entrañable amigo, el cacique Plutarco López, el jesuita atravesaba unos esteros de aproximadamente mil metros, con el agua por las rodillas, para llegar a su comunidad. En las palabras del propio Plutarco: “Upéichape ha’e oguahêkuri ore rendápe/así llegó él a nuestra comunidad”7. La antropóloga francesa Capucine Boidin explicaba que estos dos amigos se hablaron y se acompañaron “durante varias décadas, cada uno abriendo las puertas de su mundo e introduciéndose en el del otro, (…) el uno con el don de lenguas y el otro con el don de la palabra”8
Tal como el propio Melià nos narraba, en su exilio de Paraguay anduvo por diferentes partes del mundo, pero siempre volvía a Sudamérica:
De la selva (de Paraguay), pasé al Archivo Vaticano, del Archivo Vaticano después me fui al Brasil, y en el Brasil me encontré con los enawenê-nawê, que íbamos prácticamente desnudos, que dinero nunca habían visto, eran pescadores. En aquella región, tuve la desgracia de ser superior de la misión. Esta misión estaba ubicada en Mato Grosso, en un lugar en donde curiosamente había estado Lévy-Strauss. O sea, yo me bañaba donde se había bañado Lévy-Strauss. Pero, por suerte, no venía una india nambikwara a secarse con mi camisa.
En su libro Tristes Tropiques9 (1955), el antropólogo francés Lévi-Strauss, gran influencia para Bartomeu, relató su estadía con los nambikwara y narró este incidente al que el jesuita hizo referencia. Describía cómo una mujer de la comunidad se limpió con su camisa. El relato suele ser citado para mostrar la variedad en las prácticas culturales y los equívocos que pueden generarse en estos intercambios. Sobre estas comunidades en suelos brasileños, también nos contó sobre su diversidad de culturas e idiomas: “Después, en Brasil también, pero no era con guaraní, primero tuve que aprender la lengua, era con los arawak, que nunca habían visto el dinero, que se creían que yo conocía a todos los que pasaban en el avión”.
Con esta anécdota el pa’i Melià intentaba ilustrar el estado de aislamiento de esos grupos que, como vivían en una comunidad de diecinueve casas, “se imaginaban que yo conocía todo el mundo, el resto del mundo”.
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Bartomeu Melià y León Cadogan
Melià fue colaborador y discípulo de León Cadogan (1899-1973), una destacada figura de la antropología paraguaya, que se ubicó entre los autores autodidactas de la región (junto al antropólogo brasilero Curt Nimuendajú), característica a la que Bartomeu también adscribió. A él le debemos la recopilación, transcripción y traducción de los cantos sagrados secretos de los mbya guaraní del Guairá en el Ayvu Rapyta (El fundamento de la palabra, 1946-1959), documento en que leemos por primera vez la palabra de los guaraníes.
Sus padres fueron migrantes que fundaron una colonia australiana y socialista en Paraguay, y descendientes de polacos, ingleses e irlandeses. “La ruta de las lenguas” intervino en ambos destinos: al inglés y al guaraní simultáneos de los primeros años de Cadogan, luego se sumaron el castellano, el alemán, el francés y el portugués. Entre risas, Melià nos habló de la relación tan especial con su maestro:
¿Cómo me conocí con Cadogan? Bueno, ahora voy a tener que alabarme (risas).Yo había hecho la tesis en Estrasburgo y volví de Francia. Había tenido una o dos correspondencias con Cadogan, y él estaba suspirando por tener alguien que le siguiera. Había tenido
personas que le ayudaban, pero que pasaban y se iban. Por ejemplo, Miguel Bartolomé (antropólogo argentino exiliado en México).
Durante la dictadura de Stroessner, para realizar investigaciones en el país, había que estar afiliado al Partido Colorado: muchos intelectuales tuvieron que exiliarse. Sorteando estos desafíos, Melià pudo quedarse por un tiempo.
En un artículo homenaje a su maestro, el jesuita dimensionó el profundo lazo de Cadogan con los mbya que provocó una “revolución interior que hizo de él, verdaderamente, un hombre nuevo”10, ellos lo consideraron miembro verdadero del asiento de los fogones, lo adoptaron realmente como uno de los suyos: Cadogan pasó a ser bautizado como Tupã KuchuviVeve (Dios torbellino que vuela).
Para el pa’i, la iluminación que Cadogan recibió de ellos le permitió luego ser ofrendado con este mismo regalo: “Para mí don León es che ramói, con toda la densidad de filiación y de respeto que un guaraní da a esta palabra: mi mayor y mi primero, mi abuelo y mi padrino, mi maestro y mi patrón, mi iniciador y el que me dio a luz. Él ha guiado mis pasos, (...) me ha hecho un hombre de su tribu”11
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Para un hombre de fe, la palabra es sagrada. Con ella se evoca a la suprema divinidad, se crean mundos y se condenan almas.
En esta misma línea, Bartomeu nos explicaba: “Estuvimos en varias causas en defensa de los indígenas. Sobre todo, los Aché. Otras también” Entre sus actividades conjuntas estuvieron la promoción y la preservación de las lenguas y las culturas indígenas, lo que supuso un fuerte compromiso en defensa de la autonomía de estos pueblos, sus derechos y sus territorios, y que terminó siendo amenazado por la dura persecución política del gobierno de facto de Stroessner.
La lengua vegetal y la deforestación colonial
Para un hombre de fe, la palabra es sagrada. Con ella se evoca a la suprema divinidad, se crean mundos y se condenan almas. Meliá mismo lo escribió en su prólogo al Ayvu Rapyta : “Para muchos de nosotros estos textos se convertirán en plegaria para pedir la venida de los que redimen el decir”12 . Ni que hablar si pensamos en el valor de la palabra para los guaraníes. En ese sistema, la autoridad es principalmente ritual y el poder del chamán no emana de sí, sino de su capacidad de palabra: es “quien recibe el don de las buenas palabras, de las palabras hermosas de Los de Arriba” 13 . ¿En qué radica para él la sacralidad de las palabras? Nos lo explicó con sencillez: “Aquí en Paraguay tenemos un problema, se ha perdido el sentido común. Lo que es importante de la lengua es comunicarse, y comunicarse es establecer relaciones con otros. A veces tengo que ceder mi lengua para poder encontrarme, precisamente, con otros”.
Esa mañana, el jesuita nos recomendó la escucha como brújula rectora. Solo así es posible tejer relaciones, si hablamos de igual a igual, si estamos dispuestos a escuchar y no solo a decir. Por eso mismo, nos explicó que se opuso hasta el final de sus días a tener un celular: “El celular no tiene una estructura para el discurso, nos da una lengua muy fragmentada”. Para él, las redes sociales y la cultura de lo viral son trampas por las que
pagaremos un precio muy caro a futuro.
Con lengua vegetal nos referimos a la propuesta de Melià de entender la cultura guaraní como un cultivo y, como tal, portador de una función clave para el sostenimiento de la vida en común. La asociación entre la lengua y la diversidad de plantas, aves, insectos y formas de vida que pueblan los montes no es solo un recurso poético; porque la tierra es mucho más que el suelo que pisamos, es el territorio tradicional en el que sembramos, gozamos de la vida y de los encuentros con otros seres. Es lo que los guaraníes llaman tekoha: el lugar donde somos lo que somos.
Melià contó que cuando llegó a Paraguay en 1954 le dijeron que allí había dos cosas que nunca desaparecerían: el monte y la lengua guaraní. Ahora ambos se encuentran enfermos de gravedad: “¿Dónde están ahora las 24 variedades de mandioca, 16 variedades de poroto y 13 de maíz registradas en los primeros tiempos coloniales? (...) Echadas de lado por el maíz transgénico y la soja. Han quedado los alimentos de la pobreza y su pobre nomenclatura”14
Como otra variante de la deforestación colonial vestida con ropajes de progreso, Meliá nos puso el ejemplo del guaraní que habla el ava guaraní, que es cada vez más parecido al guaraní paraguayo. Ese “desconcertado lenguaje”, ese jopará que hablan los paraguayos, consideró Meliá: “mal en guaraní y mal en castellano”
Por eso Bartomeu es un eufórico admirador de quienes considera grandes orfebres, o cultivadores de esta palabra, como el padre Antonio Guasch y sus 110 libretas escritas a mano con notas en guaraní. Así lo definió: “Él escribió ciento diez cuadernos. Él era hombre de la libreta y sistema ‘computadora corte y pegue’: de lo que encontraba, lo que le gustaba, cortaba y pegaba, y así hizo ciento diez cuadernos, que yo tengo allí, arriba”.
Cuadernos que Meliá estudió y atesoró consigo. Él aclaraba que la virtud no está en las credenciales académicas, sino en la cualidad “mágica del papel que habla, que nos permite la reproducción exacta de una serie de palabras”15 que den cuenta del verdadero compromiso con las comunidades, sus prácticas, sus costumbres y sus voces. Como gran exponente mencionó la valiosa labor de su maestro Cadogan, a quien quería, admiraba y cuyo trabajo también continuó.
Melià retradujo el primer capítulo del Ayvu Rapyta: “Nuestro padre último-último primero / hizo que se abriera como flor / de las tinieblas primigenias / su propio cuerpo”16. En este mismo espacio, explicaba Bartomeu, también se creaba la palabra de Dios (se
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abría en flor): “palabra divina y fundamental, de la cual nacerán todas y cada una de las palabras humanas”17. Él resaltaba que cuerpo, palabra y naturaleza nacen al mismo tiempo. Contra la deforestación y en favor de esta lengua vegetal (y de su teko porã / buen vivir), decía que con el Ayvu rapyta “los Mbya y los guaraníes en general, a través de estos textos entran en la categoría de personas de las que sin ellas el mundo del espíritu sería más pobre y menos luminoso”18
del Paraguay contempla además veinte grupos étnicos hablantes de diecinueve lenguas originarias además de varias lenguas migrantes.
El guaraní entre dos aguas
El proceso de elaboración, planificación y regulación de políticas lingüísticas y del Plan Nacional de Educación
Bilingüe del Paraguay no estuvo exento de tensiones. Implicó controvertidos debates en los cuales estuvo comprometido Melià. A partir de los años noventa, se abrió una etapa democrática y constitucional en la cual se elaboró el encuadre legal y jurídico para el reconocimiento y legitimación del guaraní como lengua co-oficial junto con el español. Este proceso se inició en 1992 con la aprobación de una nueva Constitución. En su articulado se identifica al país como “pluricultural y bilingüe”, pero la realidad sociolingüística
En 1994 el Ministerio de Educación creó la Comisión Nacional Bilingüe y Políticas Lingüísticas, a la que perteneció Melià hasta el 2008. Esta reafirmó la enseñanza y el desarrollo de los contenidos escolares en la lengua materna. Esto requirió una normalización del guaraní, que no solo se remitiera a la creación de un lenguaje educativo y científico, sino que también permitiera su expansión a los dominios de la administración pública y la justicia. El recuerdo que nos compartió Melià sobre su participación fue taxativo: “Yo creo que no se ha hecho nada respecto a las políticas lingüísticas. El día que cumplí 75 años, ese mismo día, renuncié a la Comisión Nacional de Bilingüismo. ¡Era una pérdida de tiempo!”
Ya con la sanción de la Ley General de Educación en 1998, quedó establecido que la enseñanza escolar se realizaría en la lengua materna del educando. La “otra lengua oficial” debía de tener el tratamiento didáctico de una segunda lengua. Su artículo 31 plantea que se ha de optar entre las dos lenguas oficiales: guaraní y español. Así, la reforma educativa dio mayor relevancia a la
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lengua materna. A diferencia de los programas anteriores “de transición” (1973 a 1993), se implementó a partir de 1996 un currículo bilingüe de preservación o de mantenimiento de la lengua materna enunciando un trato de igualdad entre guaraní y español. El mismo Melià destacó su importancia: “Una lengua es más, o sea, hay que tomar en serio que ‘madre hay una sola’, y la lengua materna es una sola, y después vienen las otras lenguas”.
En el Congreso Internacional de la Lengua Española19 Bartomeu expresó sus impresiones respecto a la segunda etapa del Plan de Educación
Bilingüe. Refirió a una notable mejoría en los aprendizajes escolares. Explicó que las dificultades existieron por parte de los docentes al no contar con suficiente capacitación para introducir el guaraní en la currícula escolar. La implementación de polí-
ticas lingüísticas comenzó una vez aprobada y reglamentada la Ley de Lenguas en 2010 con el fin de regular uso, normalización y normatización del “guaraní moderno”. Si bien en el Plan citado se determina que este tomaría la figura curricular de lengua enseñada y de lengua de enseñanza, en la práctica escolar se implementó solo como una asignatura de enseñanza de idioma guaraní.
La gran discusión fue que se hubiera elaborado una lengua escolar, con creación de neologismos, con palabras españolas guaranizadas que la población hablanteguaraní en nada reconoció como propias. Al respecto –considera Melià– que se trata de un guaraní escindido de la comunidad lingüística de sus hablantes: “la lengua sin la lengua; esto es, sin cultura, sin tradición, sin una historia y sin futuro”20. Aquí, Bartomeu reiteró su visión acerca de la fatalidad del bilingüismo (antes empleada sobre la situación de las lenguas en España), ahora en relación con las políticas lingüísticas de Paraguay: “Creo que la política del ‘bilingüismo’ es fatal, o sea, no hay ‘política para el bilingüismo’, hay políticas lingüísticas de una lengua abiertas para una segunda lengua”.
En la política lingüística implementada subyace la concepción de que en Paraguay existen tres grupos de hablantes: aquellos cuya lengua nativa es el guaraní, otro sector cuya lengua nativa es el español y un tercero supuestamente bilingüe guaraní-español. A esto se refirió el jesuita: “El castellano es una lengua ‘normalizada’, en cambio el guaraní es una lengua ‘no normatizada’. Significa que el guaraní no es aceptado de la misma manera por todos, como una norma. El guaraní está como en dos aguas. Entonces nadie sabe exactamente qué es el guaraní”.
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Arriba de izquierda a derecha: Lila Scotti, María Paz Solís Durigo, Maxime-Joseph Marasse. Abajo de izquierda a derecha: Bartomeu Melià, Verónica Gómez y Taly Barán Attias
Por último, en tanto cada vez más se va expandiendo el español como primera lengua, le preguntamos cuál sería para él el futuro del guaraní, y el jesuita cerró la entrevista con esta contundente afirmación: “Hay que aceptar que fuimos ya definitivamente colonizados. El último grado de la conquista de un pueblo es cuando se le conquista la lengua, por esto esas guerras que para ciertas personas no tienen sentido son las guerras de esos pueblos que luchan por su lengua”.
El destino del pa’i modeló una senda de vida que lo llevó del mallorquí al castellano, del guaraní paraguayo al francés y al portugués hasta adentrarse en las variedades de las comunidades indígenas. Esa mañana de enero de 2019, el agua del mate y del tereré iba regando el relato de su camino. Un camino que hoy intentamos pintar en el papel, dejando para el futuro este archivo que atesoramos con respeto y admiración.
La última parada de Bartomeu Melià fue en su querido Paraguay, en la morada guaraní (con todas sus diversidades). Allí encontró su lugar de paz y reposo en la ruta de sus lenguas.
1 Se refiere al jesuita peruano Antonio Ruíz de Montoya, que en el s. XVII realizó la primera Gramática de la lengua guaraní
2 Boccia Paz, A, (2021). “Melià, el jesuita, la palabra y el territorio (2)”. Academia paraguaya de la lengua española, 2021. [Consulta en línea: https://www.ultimahora.com/melia-el-jesuita-la-palabra-y-el-territorio-2-n2951438]
3 Malinowski, M. I. “Entrevista. Bartomeu Melià: Jesuíta, Lingüista e Antropólogo: Os Guarani como Comprimisso de Vida” en: Campo – Revista de Antropologia Social. Num. 5 (1), 2004, p.167.
4 Melià, B., Grünberg. G. y Grünberg. F. Los Paî Tavyterâ. Etnografía guaraní del Paraguay contemporáneo. CEDAUD-CEPAG, 2008, p.153.
5 Chamorro, G. Teología Guaraní. Quito, Abya Yala, 2004, p.130.
6 Sequera, G. y Diegues, D. Kosmofonía Mbyá-Guaraní. Brasil, Jasuka, 2021, p.92.
7 Martinessi, M. (director). Diario guaraní [documental] La Babosa Cine, 2016.
8 Boidin, C. “Oñomongeta joguerahavo” en: P. López, Tañandeayvu mbarãete. Desatar nuestras palabras/Déployer nos paroles. Asunción, Fausto ediciones, 2022, p. 15-18.
9 Levi-Strauss, C. Tristes trópicos. Buenos Aires, Paidós, 1988 [1955].
10 Melià, B. “El que hace escuchar la palabra” en: Roa Bastos (ed.), Las culturas condenadas. Asunción, ServiLibro, 1978, pp.67-72.
11 Ibidem.
12 Melià, B. “Prólogo” en: Cadogan, L. Ayvu Rapyta: textos míticos de los Mbyá-Guaraní del Guairá. Asunción, CEADUC Vol 99, 2015, p.10.
13 Ramos, J. “La descolonización del saber. Entrevista a Bartomeu Melià” en: Revista Abehache. Año 2, nº 2, 1º semestre, 2012, p.178.
14 Melià, B. La tercera lengua del Paraguay y otros ensayos. Colección Academia Paraguaya de la Lengua Española, Asunción, 2013, p.166.
15 Ramos, J. Ob. cit., p.193.
16 Melià, B. “El buen vivir se aprende” en: Revista Sinéctica. Tlaquepaque, N° 45, 2017.
17 Ibidem.
18 Melià, B. “Prólogo” en: Cadogan, L. Ayvu Rapyta, ob.cit., p.9.
19 Melià, B. “La crisis del bilingüismo en el Paraguay”. Congreso Internacional de la Lengua Española, “Unidad en la diversidad lingüística. El español en convivencia con las lenguas indígenas de América”. Cartagena de Indias, Colombia, 2007 [Consulta en línea: https://congresosdelalengua.es/cartagena/paneles-ponencias/ unidad-diversidad/melia-bartomeu.htm]
20 Ibidem.
*Lila Scotti es Profesora en Ciencias de la Educación (Universidad de La Plata). Integrante de Cátedra Abierta Intercultural y doctoranda de la Universidad Nacional de Luján.
*María Paz Solís Durigo es Licenciada y profesora en Letras (UBA). Maestranda en Estudios literarios latinoamericanos por la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
*Maxime-Joseph Marasse es francés occitano. Licenciado en la Universidad de Montpellier y doctorando en Antropología social en la Universidad Nacional de San Martín (Eidaes-IIGHI).
*Taly Barán Attias es migrante paraguaya, socióloga y doctoranda en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires-CONICET).
Verónica Gómez es Profesora de idioma guaraní. Licenciada en Ciencias Sociales (UNQ).
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EL ARTE DE CECILIA VICUÑA
Los glaciares piensan y sangran
En un tiempo sin tiempo, donde la amenaza de la extinción se profundiza a partir del quiebre entre naturaleza, tecnología y cultura, urge reinventar el futuro. La obra de la artista chilena Cecilia Vicuña (1948) permite anudar aquí una trama afectiva en la que confluyen voces, obras, pensamientos, sentires.
Por Karina A. Bidaseca
Mi trabajo habita en el todavía no, el futuro potencial de lo no formado, donde el sonido, el tejido y el lenguaje interactúan para crear nuevos significados.
Cecilia Vicuña
Estando en territorio Pikunmapu/Qullasuyu 1, la obra viva de la artista visual chilena Cecilia Vicuña me con- mueve . Experimento, estando allí, en ese espacio-tiempo único, un flujo sanguíneo que fluye; un cambio perceptivo; una forma particular de conexión que me “afecta”2 cuando recorro su grandiosa obra “Quipu menstrual. La sangre de los glaciares” (2006/2023) de su exposición Soñar el agua. Una retrospectiva del futuro (1948-), en el Museo de Bellas Artes de Santiago.
“En mi libro Read Thread,The Story of the Red Thread (2016) publiqué una cita de una crónica colonial del siglo XVI que describía un ritual colectivo en el Cuzco con unas gigantescas bolas rojas de lana. Cuando leí esa crónica por primera vez, yo llevaba mucho tiempo trabajando con mis bolas rojas de lana, entonces la pregunta que surge es ¿qué clase de memoria existe en nosotros que no es racional ni lineal?”, se pregunta la artista3
Sus poemas en el espacio, suspendidos de sus hilos de fibra en rojos intensos exultantes, los quipus o nudos que observo, decodifican los sistemas simbólicos por los cuales sacrificamos nuestros cuerpos para la reproducción de la especie humana. Cifrados como coágulos de nuestra menstruación, la que perdemos cada mes, cuando de pronto, dolemos su ausencia. El duelo de no sangrar más nos arroja a una etapa otra de la vida. La que, ahora mismo, me encuentro atravesando.
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Ubicado en el centro del hall del museo, el monumental Quipu menstrual nos recibe generoso, con su enorme potencia. El rojo sangre que fluye como una fuente de memorias ancestrales, de territorios y cuerpos, me remite a mi primera menarca, cuando concluye la edad de la inocencia. Me remite al sangrado de nuestros pueblos del sur.
Por alguna razón, las dimensiones espirituales e invisibles de la menstruación condensaron, en ese instante, la transmutación entre4 los glaciares que sangran cuando son afectados por el teñido de las algas. El acceso a la vida microscópica que sucede imperceptiblemente. Mientras el planeta se ve arrasado, nuestra comunicación involuntaria e inconsciente pasa por dejarnos afectar
Parada enfrente, admirando absorta esta pieza escultórica, me autopercibo envuelta en la sangre de los glaciares. Pienso en el sentido de los Quipus como en las cuentas de la memoria de los femicidios; en un “escuchar un silencio antiguo esperando ser escuchado”. Ausculto, imaginariamente, las voces y sus saberes que resistieron a su intento de borradura, reexistiendo en las grietas de nuestra historia chamánica. Esta es la narración constitutiva; la que me sostiene y la que me modifica.
En su poema “K’ijllu”, escribe Cecilia Vicuña: “Lleno la grieta con polvo rojo. Los restos de un pueblo enterrado con sus muertos con polvo ocre y rojo fueron descubiertos recientemente. La roca recuerda, la grieta K’ijllu”.
I.
Por la sincronicidad de una escala de un vuelo que me detuvo en Santiago, me encuentro ahora en el Museo Nacional de Bellas Artes experimentando participar de un ritual al que me invita la artista que celebraba allí su retrospectiva. Mientras intento escribir la experiencia de ser afectada por la sangre glacial, me alcanza una nueva sincronicidad. Un texto de la antropóloga Luisa E. Belaunde, que llega a mis manos como obsequio de la editorial Imperfectas fordistas, me hace detener en el siguiente pasaje:
Es algo sabido en esa zona de la Amazonía que las mujeres menstruantes emanan un olor particularmente atractivo para los espíritus wati potencialmente dañinos del bosque, a menudo asociados a algunos aspectos de los muertos. (…) Cuando menstrúan, las mujeres deben permanecer sentadas en hojas de plátano (…) No deben acercarse al río ni al bosque porque el olor
de su sangre atrae a los wati. Tampoco deben acercarse a los hombres, sus maridos, porque corren riesgo de enfermarse (…) especialmente a los hombres conocedores del chamanismo. (…) Cuando volvían de tarde, me decían: ¡Estás haciendo sitsio, así la gente vive bien!5
La ciencia nos permitió conocer sobre la presencia de algas en los océanos, pero menos de los microorganismos que viven entre montañas y nieve en las grandes altitudes. Cuando caminamos al igual que en un océano sobre los glaciares, observamos que las microalgas que allí se encuentran habitan el (entre) espacio de los pequeños cristales de hielo.
La sangre glacial es un fenómeno reconocido por los científicos, aunque muy poco conocen sobre el impacto del cambio climático en la biología de las algas.
La actividad simbólica de la textura, el color, la forma de abrazarme, me moviliza con una densidad magmática, que es indescriptible. Siento en todo mi cuerpo la fuerza ancestral contenida en la espesura de las fibras de lana cruda roja, deshilachadas del tiempo, cual gritos desesperados del genocidio indígena perpetrado en el sur de wallmapu, cuando las machis imploraron a los dioses que el fin del mundo no llegara a consumarse.
“Ahora sé que soy mapuche, que mapuche significa ser humano de la tierra. Ahora sé que el idioma que nació de mi pueblo, allí, en el principio del mundo y desde el principio del mundo es el mapudungun, que significa el idioma de la Tierra”, escribe la poeta mapuche Liliana Ancalao Meli en su Memoria de la Tierra sagrada6
II.
“A los blancos les interesa la contabilidad del mundo. Y a los pueblos indígenas les interesa cuántos mundos pueden crear”, expresa Ailton Krenak (2023) 7. En una entrevista que me concedió el líder del pueblo Krenak, en setiembre 2022, señala que la desorientación científica y tecnológica que Occidente está viviendo es producto de esa división entre naturaleza y cultura. Que es necesario que ciencia y mito se encuentren de nuevo en este tiempo en que la destrucción no se detiene, porque es parte del accionar acelerado del humano 8 .
A lo largo del siglo XX, las ciencias sociales han puesto el foco en el sujeto, recreando una perspectiva antropocéntrica, capitalocéntrica y necrocapitalista que nos arrojó a esta extrañeza e intemperie con
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nuestra casa en común, el planeta, en la que la percepción del tiempo varió sustancialmente. Frente a la amenaza de una extinción masiva, el tiempo se agota y el futuro requiere ser reiventado. De igual modo, sucede con las disciplinas modernas occidentales.
Nos interesa destacar la agencia colocada ahora desde una epistemología otra, capaz de recrear una ontología relacional de los seres sintientes (la naturaleza) ante aquellos “objetos” que, colocados fuera de sí, antes nos resultaron ajenos, extraños y pasibles de reificación. Es desde esta óptica, de un tiempo que llamaré (pos)colonial, que los glaciares piensan 9 , y sangran –como titula Cecilia Vicuña su obra.
“Los atacameños dicen que el agua nace del sonido. ¡Imagínate qué pensamiento más maravilloso! Y ese es un pensamiento en lo alto del Atacama, en las cordilleras de Atacama. Tú escuchas, lees eso, que es la vida misma la que tiene ese deseo… ese es el paso
que hay que dar. Ese paso lo da el arte y la poesía, mucho antes que la teoría epistemológica, antropológica”, afirma la artista 10 .
Nuestra posición en lo que sigue es que aún cargamos con las consecuencias de la mirada colonial del tiempo lineal. En la dirección de su libro Time and the Other. How Anthropology Makes Its Object (1983), J. Fabian profundizó en la negación de la coetaneidad del “objeto” (el nativo) y del antropólogo, concluyendo que la copresencia no es idéntica a contemporaneidad.
Los pueblos indígenas conciben el tiempo de un modo-otro al que Occidente impuso con su violencia colonial en Abya Yala. En ese tiempo, la ciencia y el mito se separaron y hoy estarían, según Viveiros de Castro 11, confluyendo.
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III.
En El pensamiento salvaje (1962), Lévi-Strauss afirma que este no es el pensamiento “de los salvajes” sino que remite a aquél que no fue domesticado, es decir, administrado por el cronotopo del capital. Es la reserva de un mundo que se configura a partir de “las propiedades estéticas del mundo sensible”, explica Viveiros de Castro (2023). Es un pensamiento donde la galaxia tiene un parentesco con el sol, donde la selva es un organismo vivo.
Selvagem, entonces, es el pensamiento de la selva, y no de los considerados por los europeos, como “salvajes”. La selva es el espacio-tiempo de este lugar en el mundo. Es el pensamiento que surge del tiempo del trauma colonial, que ocurre cuando los pueblos indígenas pueden registrar otra existencia: la de los conquistadores europeos; otra percepción de la materialidad del cuerpo y del alma; del espíritu; de una civilización que era desconocida. La escena de la conquista de América es relatada de este modo por Lévi-Strauss en su texto “Raza e historia” (1952):
En las Antillas mayores, algunos años después del descubrimiento de América, mientras los españoles enviaban comisiones de investigación para indagar si los indígenas tenían alma o no, estos últimos se dedicaban a sumergir blancos prisioneros a fin de verificar, mediante una vigilancia prolongada, si sus cadáveres estaban sujetos a la putrefacción o, no.12
Viveiros de Castro interpreta, vívidamente, esta parábola: Los europeos nunca dudaron de que los indios tuvieran cuerpos (también los animales los tienen); los indios nunca dudaron de que los europeos tuvieran almas (también los animales y los espectros de los muertos las tienen): el etnocentrismo de los europeos consistía en dudar de que los Cuerpos de los otros contuvieran un alma formalmente similar a las que habitaban sus propios cuerpos; el etnocentrismo indio, por el contrario, consistía en dudar de que otras almas o espíritus pudieran estar dotadas de un cuerpo materialmente similar a los cuerpos indígenas.13
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Sorpresivamente para mí, en diciembre de 2023 el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) de Buenos Aires exhibió la muestra Soñar el Agua. Una retrospectiva del futuro (1964-…) que finalizó en el mes de febrero de 2024, curada por Miguel López14. La misma recorre sus más de 200 obras en diferentes géneros, abarcando desde la aparición de sus primeros poemas en la revista transnacional El corno emplumado (1967) -junto con sus compañeros poetas de la Tribu No, Claudio Bertoni y Marcelo Charlin- hasta la publicación de libros como Samara (Valle del Cauca, 1986) o i tu (Buenos Aires, 2004).
“El manuscrito de su primer libro, Sabor a mí, un conjunto de 100 poemas escritos entre 1966 y 1971, fue entregado en 1972 para su publicación a Ediciones Universitarias de la Universidad Católica de Valparaíso, UCV. Este manuscrito, del que se habían seleccionado 60 poemas, fue censurado y, se presume, lanzado al mar junto a otros manuscritos allanados con la irrupción del golpe militar (El zen surado, Santiago de Chile, Catalonia, 2013)”, expresa el texto curatorial Cecilia Vicuña.Transandina15. La exposición fue pensada como un ejercicio de “arqueología de la poesía” (términos de la artista), a través de la cual se recupera parte del contexto social y cultural que acogió la obra de Cecilia Vicuña a partir de la década del 80, cuando decide instalarse parcialmente en la Argentina.
En esa gran trayectoria, mencionamos en particular, la colección Quipoem, que fue publicada en 1997. En ella, Vicuña se refiere al simbolismo virtual de las artes textiles. El título del poemario hace referencia a la fusión de la poesía con el arte del quipu, la forma prehispánica de crear códigos a través de elaborados sistemas de nudos o de hebras de colores, una forma que se ha perdido en su mayor parte como forma de comunicación, debido a los procesos de colonización16. En esta poética, la artista introduce una práctica cultural y material de resistencia a las fuerzas destructivas de la modernización impuesta.
Y la memoria nos sigue trayendo respuestas que iluminan.
Ahora sé que soy mapuche, que mapuche significa ser humano de la tierra.
Ahora sé que el idioma que nació de mi pueblo, allí, en el principio del mundo y desde el principio del mundo es el mapudungun, que significa el idioma de la Tierra.
Ahora sé, que el kultrún, nuestro instrumento sagrado, representa al planeta, a wenu Mapu que es el espacio de la atmósfera, a trufken Mapu que es la superficie y a minche Mapu que es el subsuelo. Que en el kultrún se representan los cuatro ciclos de las estaciones a partir
del Wiñoy Tripantu, el año nuevo que en nuestro hemisferio sur es en el mes de junio.
Ahora que las fuerzas de la naturaleza están cortadas por alambrados, cables y caños.
Minche Mapu entubada
Trufken Mapu habitada por herejes
Wenu Mapu sofocada por gases.
Ahora que al planeta le niegan su condición de sacro.
Este relato de la historia del pueblo mapuche, nos encuentra en este milenio, haciendo circular, nuevamente, la memoria.
La memoria de los pueblos debe regresar hasta esa etapa en que la Tierra era sagrada, para recuperar sus rituales y restaurar nuestra fuerza. La fuerza que necesitamos para hacer frente a sus depredadores.
Porque aquella vez no se perdió el mundo.
Liliana Ancalao 17
*Karina A. Bidaseca escritora, editora de El Mismo Mar y curadora. Doctora en Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Es Investigadora principal (CONICET/EIDAES-UNSAM). Profesora Titular de EIDAES/Universidad Nacional de San Martín y Adjunta a cargo en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Fundó y codirige el Núcleo Sur-Sur de Estudios Postcoloniales, Performativos. Publicó, entre otros, los siguientes libros: La Nación y sus mujeres. Crítica poscolonial y feminismos (2023), Ana Mendieta. Pájaro del Oceáno (2021), Por una poética erótica de la relación (2021). Este artículo se realizó en el marco de la investigación PIP CONICET (20222025) “Tramas del artivismo. Cartografías de resistencias frente al ecocidio”.
IV.
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1 Pikunmapu es la denominación mapuche de las tierras que quedaban al norte de las que habitaban en el Meli Witran Mapu, que es el espacio mapuche como estructura horizontal. El Qullasuyu, o Collasuyo, fue el mayor y más austral de los suyos del Imperio incaico o Tahuantinsuyo.
2 Tomo el término de la antropóloga tunecina Jeanne Favret-Saada “Étre afecté” (1990), quien al estudiar la red singular de comunicación humana que es la brujería, en una zona rural francesa conocida como La Bocage, durante su trabajo de campo, entre 1969 y 1972, habló del impacto que ocasiona una experiencia bajo la forma de quantum energético de tipo inconsciente, siendo aprehensible a través de su experimentación directa de la etnógrafa. Sin buscar la comprensión de lo que acontece sino, más próximo para mí, a lo que podría interpretarse como “dejarse llevar” por emociones cargadas con intensidad, algo que sólo sucede cuando se corre riesgos. Véase Favret-Saada, Jeanne 1990a. “Être Affecté” en: Gradhiva (première série) Revue d’Histoire et d’Archives de l’Anthropologie, N°8. Paris, Musée de l›Homme, pp. 3-9.
3 Ver: https://artishockrevista.com/2021/06/26/cecilia-vicuna-entrevista-2021/
4 Para una lectura más detallada del “entre”, puede remitirse a mi libro Descolonizar el tercer espacio entre Oriente y Occidente. Estéticas feministas situadas en el sur. Buenos Aires, CLACSO, 2022. Disponible en: https://www.clacso.org/descolonizar-el-tercer-espacio-entre-oriente-y-occidente/
5 En su narración onírica, la antropóloga se detiene en la narración onírica que confunde la mancha de sangre de su menstruación, con la chicha de pifuayo (fruto de la palmera conocido en Colombia como “chontaduro”, y “pupunha” en Brasil, de valor mitológico y espirtual). Véase: “Afectada por un ‘ritual de subordinación femenina’: cuando la ropa también hace trabajo de campo” en: La afectación. Formas de estar entre mundxs. Favret-Saada/Belaunde/Pazzarelli. Santa Fe, Imperfectas Fordistas, 2023, p. 42.
6 Ancalao Meli, Liliana. “La memoria de la tierra sagrada”. Diálogo. University of Texas Press,Volume 22, Number 1, Spring 2019. https://muse.jhu.edu/issue/40138
7 “Conversa na Rede” es una serie de Conversaciones Salvajes. Ailton Krenak, junto con Dantes Editora, creó “Selvagem”, un ciclo de estudios sobre la vida.https://youtu.be/wp5NlnNE4BI?si=8rPxYJ9nqF6oDigY
8 Publicada en el libro El futuro del fin del mundo, en co-autoría con Jaque Aranduhá, M. Lustman, R. Sosa. Buenos Aires, Editorial El Mismo Mar, 2023. Colección Pensamiento selvagem.
9 El antropólogo ecuatoriano Eduardo Kohn escribió el libro Cómo piensan los bosques. Hacia una antropología más allá de lo humano (Abya-Yala, Universidad Politecnica Salesiana, 2013), para aludir al bosque como un cosmos de interacción donde las relaciones se amplifican de acuerdo a su biodiversidad, entre los Ávila Runa de la Amazonía Norte del Ecuador. En este trabajo me propuse colocar el énfasis en el pensamiento de los glaciares y en sus heridas, pues la vida geológica se cristaliza en ellos. La formación de un glaciar es un proceso milenario y su tamaño oscilará según la cantidad de hielo que logre retener a lo largo de su vida. Los glaciares presentes en el mundo representan la nieve acumulada por siglos comprimida en ríos de hielo en permanente movimiento y amenzados por los efectos del aumento de la temperatura terrestre. Entre la Antártida y Groenlandia se concentra el 80% de los hielos globales. Si contamos los de la cordillera de Himalaya más los casi 17.000 glaciares andinos, estaríamos cerca del total. Las evidentes consecuencias del derretimiento de los glaciares se relacionan con el (des)abastecimiento de agua dulce a la vida del planeta.
10 Ver: https://artishockrevista.com/2021/06/26/cecilia-vicuna-entrevista-2021/
11 Cfr. Viveiros de Castro, Eduardo. Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestructural Buenos Aires, Katz, 2010.
12 Lévi-Strauss, C. El Pensamiento salvaje. México, FCE. 1964 [1952], p. 384.
13 Viveiros de Castro, ob. cit., p. 29.
14 http://www.malba.org.ar
15 Dossier Cecilia Vicuña. Transandina, MALBA, 2023, p.5. Se puede descargar aquí: https:// www.malba.org.ar/evento/dossier-cecilia-vicuna-transandina/
16 Ver: Sierra, Marta. “Estéticas de lo precario. Hilando fino” en: Bidaseca, Karina y Sierra, Marta. Trazos comunes: estéticas feministas descoloniales de América Latina y Oriente Medio, Buenos Aires, El Mismo Mar, 2022, p. 50.
17 Ancalao, “La memoria de la tierra sagrada”, ob. cit.
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"aqueL vErano" antonia scafati
Era otra noche en la que Celeste no podía dormir Las sábanas pEgadas a su piel...
Hasta que la luz dEl sol la sorprEndió
tenía aLgunos rituaLes que la motivaban a lEvantarsE
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La FotOGraFía
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Los viejos amantEs
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Las DesGracias La FealDad
Le GUstaba imaGinarse En DistintOs Escenarios
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BOCA DE SAPO ISSN 1514-8351