BOCA DE SAPO Nº7

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Segunda época | año XI | Nº7 | Agosto 2010

7 BOCADESAPO Revista de arte, literatura y pensamiento

El inquisidor como antropólogo. Carlo Ginzburg Dossier Ensayo Hispanoamericano: D. Scavino, C. Kozak Rovero, J. Calles Hidalgo, M. Niro, S. Tieffemberg, J. Néspolo. Entrevista a Grínor Rojo Cuento de Gisela Heffes. Antonio Di Benedetto, periodista El policial argentino. Opinan Jitrik y Colombo


7 Segunda época | año XI | Nº7 | Agosto 2010

STAFF

SUMARIO

• Editorial • El inquisidor como antropólogo. Carlo Ginzburg

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Dossier Ensayo Hispanoamericano

• ¿Latinoamérica bolivariana? Dardo Scavino • Ensayando Venezuela (2000-2010). Claudia Kozak Rovero • Entrevista a Grínor Rojo: “El ensayo, un modo de decir nacido de la crítica”. Alicia Salomone • Ensayo español en el siglo 21: Del ensayo de ocasión a la manufactura. Jara Calles Hidalgo • El caso paraguayo: Bartomeu Melià y la retórica jesuita. Mateo Niro • Reflexiones sobre algunos tópicos de la ciudad letrada. Silvia Tieffemberg • Escribir el Pachakuti. Jimena Néspolo

Marisa do Brito Barrote Diego Bentivegna - Claudia Feld

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Gisela Heffes - Walter Romero

JEFE DE ARTE Jorge Sánchez

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN

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David Nahon - Mariana Sissia

ILUSTRADORES

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Opinión

• La tradición es un delirio, antiguo. María del Carmen Colombo • África mía. Noé Jitrik

Natalia Gelós

CONSEJO DE DIRECCIÓN

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Artículos

• Antonio Di Benedetto, periodista: Palabras peligrosas. Natalia Gelós • Los narradores argentinos y el policial. Fabián Soberón

Jimena Néspolo

SECRETARIA DE REDACCIÓN

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Cuento

• Naturaleza muerta. Gisela Heffes

DIRECTORA

Paula Adamo - Víctor Hugo Asselbon Santiago Iturralde - Florencia Scafati

COLABORADORES

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Jara Calles - Maria del Carmen Colombo Carlo Ginzburg - Noé Jitrik - Claudia Kozak Rovero - Mateo Niro - Alicia Salomone

Historieta

• Payé. Pablo De Bella

Dardo Scavino - Fabián Soberón

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Silvia Tieffemberg

ARTISTAS INVITADOS Pablo De Bella - Silvina Paulón - Marta Vicente

La obra de tapa, al igual que las imágenes del Dossier Ensayo Hispanoamericano pertenecen a las series Amor de

E-mail: redaccion@bocadesapo.com.ar

mí, Interiores, Misterios, Hogar, Cupido y Territorios de Santiago Iturralde.

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ISSN 1514-8351 Impresa en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

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EDITORIAL

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n su texto “De los caníbales”, Michel de Montaigne reflexiona sobre la vida y las costumbres de ciertos indígenas brasileros llevados en el siglo XVI a Francia, para finalizar: “[Los salvajes dijeron] notar que entre nosotros había hombres colmados hasta el garguero de toda suerte de comodidades, y que sus mitades [es decir, los otros hombres] iban mendigando a las puertas de aquellos, demacrados de hambre y pobreza; y les parecía extraño cómo podían esas mitades menesterosas tolerar tal injusticia, sin que tomaran a los otros por el gañote o incendiaran sus casas.” Carlo Ginzburg apunta que hay figuras del pasado que el tiempo acerca. Montaigne –verdadero precursor del ensayo moderno– es una de ellas. Resulta atractiva su apertura hacia culturas lejanas, su curiosidad frente a lo múltiple y diverso, la complicidad que entabla con el lector al dialogar consigo mismo. En esta nueva edición de BOCADESAPO hemos querido reflexionar sobre los documentos que registran este cruce de miradas, históricamente caracterizado en occidente por la constitución de un “Otro”. El texto “El inquisidor como antropólogo”, de Carlo Ginzburg, nos invita a leer las actas de los procesos inquisitoriales de Europa medieval como un documento etnográfico. Sobre esa misma línea temática, Pablo De Bella nos regala en las páginas finales su historieta “Payé”. Puntualmente, Dardo Scavino abre el dossier dedicado a discutir algunos tropos coloniales de la ensayística hispanoamericana con una pregunta que, a su manera, los distintos textos reunidos intentarán responder: “¿Latinoamérica bolivariana?” Por su parte, Gisela Kozak Rovero ofrece un recorrido panorámico sobre la última década del ensayo venezolano y Jara Calles Hidalgo hace lo propio con el ensayo español. Alicia Salomone entrevista al intelectual chileno Grínor Rojo; Mateo Niro nos presenta al jesuita Bartomeu Melià, principal precursor de una política lingüística que acepte hoy al guaraní como primera lengua del Paraguay; Silvia Tieffemberg reflexiona sobre algunos tópicos de la ciudad letrada. Ya cerrando el dossier ilustrado con obras de Santiago Iturralde, el artículo “Escribir el Pachakuti” analiza la producción del boliviano Alcides Arguedas y abre más preguntas sobre la ensayística del presente. En la segunda parte del número, Gisela Heffes nos ofrece el relato “Naturaleza muerta”, Natalia Gelós aborda la figura de Antonio Di Benedetto como periodista y Fabián Soberón analiza la pervivencia del género policial en la literatura argentina reciente. Y como coda, Noé Jitrik y María del Carmen Colombo inauguran las columnas de opinión en BOCADESAPO.


LO VERDADERO, LO FALSO, LO FICTICIO

EL INQUISIDOR COMO ANTROPÓLOGO El impulso de los inquisidores a buscar la “verdad” en los procesos por brujería efectuados en la Europa medieval ha forjado una documentación extremadamente rica. El precursor de la “microhistoria” nos invita en este texto a reflexionar sobre el valor etnográfico de esos documentos rasgados por una radical asimetría de fuerzas.

por CARLO GINZBURG* *Carlo Ginzburg (Turín, 1939) Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Pisa. Ha enseñado en las universidades de Bolonia, Harvard, Yale y en la École Pratique des Hautes Études, entre otras instituciones. Es profesor de Historia de las Culturas Europeas en la Scuola Superiore de Pisa. Ha recibido el Aby Warburg Prize (1992) y el Premio Salneto (2002). Entre sus libros, se destacan: Los benandanti. Brujería y cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII (1966), El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI (1976), Mitos, emblemas, indicios. Morfología e historia (1986), Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia (1998). El texto aquí reproducido pertenece al libro El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, capítulo XIV, págs. 395-404 (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010).

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a analogía sugerida por el título1 se reveló por primera vez para mí, repentinamente, en ocasión de un congreso acerca de historia oral celebrado en Bolonia hace unos diez años. Historiadores de Europa contemporánea, antropólogos y estudiosos de historia africana como Jack Godoy y Jan Vansina discutían acerca de los distintos modos de utilizar los testimonios orales. De pronto me vino a la mente que aun los historiadores que estudian sociedades tanto más antiguas (como, por ejemplo, la Europa de la Baja Edad Media o de la primera Edad Moderna), sobre las cuales contamos con cantidades considerables o incluso enormes de documentos escritos, ciertas veces emplean testimonios orales: más precisamente, registros escritos de testimonios orales. Las actas procesales labradas por los tribunales laicos y eclesiásticos podrían compararse, de hecho, con libretas de notas de antropólogos en las cuales se ha registrado un trabajo de campo efectuado siglos atrás. Las diferencias entre inquisidores y antropólogos son obvias, y no vale la pena perder tiempo enfatizándolas. Las analogías –incluida aquella entre imputados e “indígenas”– me parecen menos obvias, y por ello más interesantes. Me propongo analizar sus implicaciones retomando el hilo de investigaciones que realicé, valiéndome por sobre todo de documentos inquisitoriales, acerca de la historia de la brujería en la Europa medieval y de la Edad Moderna temprana. Nuestra demora en tomar noción del incalculable valor histórico de las fuentes inquisitoriales causa gran sorpresa. En un primer momento, como se sabe, la historia de la Inquisición se había efectuado (casi siempre de manera polémica) desde una perspectiva exclusivamente institucional. Más tarde, los procesos inquisitoriales empezaron a ser usados por los historiadores protestantes que pretendían celebrar la actitud heroica de sus ancestros frente a la persecución católica. Un libro como I nostri protestante ­­[Nuestros protestantes], publicado a finales del siglo XIX por Emilio Comba,2 puede ser considerado una continuación en el plano archivístico de la tradición comenzada tres siglos antes por Crespin con su Histoire des Martyrs [Historia de los Mártires]. En cambio, los historiadores católicos fueron muy reacios a utilizar actas inquisitoriales en sus investigaciones: por un lado, debido a una tendencia más o menos consciente a dar


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otro alcance a las repercusiones de la Reforma; por el otro, debido a una sensación de malestar respecto de la institución considerada, en el ámbito mismo de la Iglesia romana, con una incomodidad cada vez mayor. Un docto sacerdote friulano como Pio Paschini (hacia quien guardo reconocimiento por haberme facilitado, treinta años atrás, el acceso al archivo entones inaccesible de la Curia arzobispal de Udine) no hizo uso alguno, en sus investigaciones acerca de la herejía y la Contrarreforma en los márgenes orientales de Italia, de los procesos inquisitoriales conservados en ese archivo.3 Cuando por primera vez entré a la gran sala rodeada por armarios donde se conservaban, en perfecto orden, casi dos mil procesos inquisitoriales, sentí la emoción de un buscador de oro que tropieza con un filón inesperado. No obstante, debe decirse que, en el caso de la brujería, la renuencia a utilizar procesos inquisitoriales fue compartida durante mucho tiempo tanto por historiadores confesionales (católicos y protestantes) como por historiadores de formación liberal. El motivo es evidente. En ambos casos faltaban elementos de identificación religiosa, intelectual o aun sencillamente emotiva. Usualmente, la documentación que proveían los procesos por brujería se consideraba una mezcolanza de rarezas teológicas y supersticiones campesinas. Estas últimas eran consideradas intrínsecamente irrelevantes; las otras podían ser estudiadas mejor y con menores dificultades sobre la base de los tratados demonológicos impresos. La idea de detenerse en las extensas y (así al menos parecía) repetitivas confesiones de los hombres y las mujeres acusados de brujería era poco atractiva para estudiosos que veían como único problema histórico el constituido por la persecución a la brujería, y no por su objeto. Hoy en día, una actitud de ese tipo probablemente parezca antigua, superada; pese a ello, no olvidemos que, poco más de veinte años atrás, era compartida por un historiador ilustre como Hugo Trevor-Roper.4 Entretanto, la situación sufrió cambios profundos. En el panorama historiográfico internacional, la brujería pasó de la periferia al centro, hasta volverse un tema no sólo respetable sino aun de moda. Ése es un síntoma, entre tantos, de una tendencia historiográfica que a esta altura ya está consolidada; hace algunos años, Arnaldo Momigliano la detectó de manera intempestiva: el interés por el estudio de grupos sexuales o sociales (mujeres, campesinos) representados en forma generalmente inadecuada en las fuentes conocidas como oficiales.5 Con relación a esos grupos, los “archivos de la represión” proporcionan testimonios peculiarmente ricos. Sin embargo, con la importancia que cobró la brujería entra en juego también un elemento más específico (aunque ligado al anterior): la creciente influencia ejercida por la antropología sobre la historia. No es casual que el clásico libro acerca de la

| A menudo tuve, mientras leía los procesos inquisitoriales, la impresión de estar situado por detrás de los hombros de los jueces para espiar sus pasos, con la expectativa –precisamente como la de ellos– de que los supuestos culpables se decidieran a hablar de sus propias creencias: asumiendo todos los riesgos y azares, desde ya. |

brujería entre los azande, publicado por Evans-Pritchard hace más de cincuenta años, haya brindado a Alan Macfarlane y Keith Thomas un encuadre teórico para sus estudios acerca de la brujería durante el siglo XVII.6 Que de la obra de Evans-Pritchard puedan derivarse muchos recursos interpretativos está fuera de duda; pero la comparación entre las brujas de la Inglaterra dieciochesca y sus colegas (hombre y mujeres) azande debería ir acompañada por una comparación, rehuida de manera sistemática en los estudios más recientes, con las brujas que durante ese mismo período eran perseguidas en el continente europeo. Se supuso que la singular fisonomía de los procesos por brujería en Inglaterra (a partir de la falta casi absoluta de confesiones que girasen en torno al sabbat) debe atribuirse a las características específicas del sistema legal vigente en la isla. Desde luego, a los historiadores que pretendan reconstruir las creencias respecto de la brujería compartidas por la gente común, los procesos por brujería efectuados en Europa continental les proporcionan un material tanto más rico que los ingleses. Llegados a este punto, las ambiguas implicaciones de la analogía entre antropólogos e inquisidores (e historiadores) empiezan a aflorar. Las elusivas confesiones que los inquisidores intentaban arrancar a los imputados ofrecen al investigador los datos en cuya búsqueda está embarcado: por supuesto, debido a finalidades completamente distintas. Pero a menudo tuve, mientras leía los procesos inquisitoriales, la impresión de estar situado por detrás de los hombros de los jueces para espiar sus pasos, con la expectativa –precisamente como la de ellos– de que los supuestos culpables se decidieran a hablar de sus propias creencias: asumiendo todos los riegos y azares, desde ya. Esa contigüidad con los inquisidores contradecía en cierta medida mi identificación emotiva con los imputados. Sin embargo, en la dimensión cognitiva, la contradicción se configuraba de un modo distinto. El impulso de los inquisidores a buscar la verdad (su verdad, evidentemente) nos dio una documentación en extremo rica, sí, pero con profundas distorsiones debidas a las presiones físicas y psicológicas características de los procesos por brujería. Las sugerencias de los jueces eran particularmente ostensibles en las preguntas ligadas al sabbat: el fenómeno que, según la visión de los demonólogos, constituía la esencia misma de la brujería. En situaciones como ésas, los imputados tendían a hacerse eco, con


En un libro que se aparta de la tendencia dominante en las investigaciones acerca de la brujería, Richard Kieckhefer trazó una diferencia entre los estereotipos doctos y brujería popular, basada en un detallado análisis de la documentación anterior al año 1500 (considerando repetitiva, de manera errada, la posterior a esa fecha). Él insistió en la importancia de dos tipos de documentos: las denuncias de las personas que consideraban haber sido acusadas de brujería por error, y las declaraciones de quienes eran convocados a prestar testimonio en los procesos por brujería.8 Según Kieckhefer, denuncias y testimonios aportan una imagen más atendible de las creencias populares en brujería en comparación con la emergente de las confesiones de los imputados. Desde esa perspectiva, la analogía entre procesos de la Inquisición y apuntes tomados por los antropólogos durante el transcurso de su trabajo de campo tendría, en la visión del historiador, un significado eminentemente negativo: la presencia de esos remotos antropólogos sería tan imponente que supondría un obstáculo para conocer las creencias y los pensamientos de los desdichados indígenas llevados ante su presencia. Esa conclusión me parece excesivamente pesimista, como intentaré demostrar a medida que avance mi reflexión respecto de la analogía que señalé al comienzo. Sus bases son textuales. En ambos casos estamos frente a textos intrínsecamente dialógicos. La estructura dialógica puede ser explícita, como en la serie de preguntas y respuestas que marcan el pulso de un proceso inquisitorial o una transcripción de las conversaciones entre un antro-

| Los imputados tendían a hacerse eco, con mayor o menor espontaneidad, de los estereotipos inquisitoriales difundidos de un extremo a otro de Europa por predicadores, teólogos y juristas. |

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mayor o menor espontaneidad, de los estereotipos inquisitoriales difundidos de un extremo a otro de Europa por predicadores, teólogos y juristas. Las ambiguas características de la documentación inquisitorial probablemente expliquen por qué muchos historiadores decidieron concentrarse en la persecución a la brujería, analizando modelos regionales, categorías inquisitoriales, y así sucesivamente: una perspectiva más tradicional, pero también más segura con relación al intento de reconstruir las creencias de los imputados. No obstante, las ocasionales alusiones a los brujos azande no pueden ocultar lo evidente: entre los numerosos estudios que durante los últimos veinte años se ocuparon de la historia de la brujería europea, muy pocos se inspiraron verdaderamente en investigaciones antropológicas. La discusión que tiempo atrás sostuvieron Keith Thomas y Hildred Geertz demostró que el diálogo entre historiadores y antropólogos conlleva a no pocas dificultades.7 En ese ámbito, el problema de la documentación se muestra decisivo. A diferencia de los antropólogos, los historiadores de las sociedades del pasado no están en condiciones de producir sus propias fuentes. Desde este punto de vista, los legajos conservados en los archivos no pueden considerarse un homólogo de las cintas magnéticas. ¿Pero en verdad los historiadores disponen de una documentación que les permita reconstruir –más allá de los estereotipos inquisitoriales– las creencias en brujería difundidas en Europa durante el Medioevo y comienzos de la Edad Moderna? La respuesta debe buscarse en el plano de la calidad, no en el brutalmente cuantitativo.

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pólogo y su informante. Pero también puede ser implícita, como en las notas etnográficas que describen un rito, un mito o un instrumento. La esencia de lo que denominamos “actitud antropológica” –esto es, la confrontación prolongada entre culturas diferentes– presupone una perspectiva dialógica. Sus bases teóricas, desde el punto de vista lingüístico (no psicológico), fueron puestas de relieve por Roman Jakobson en un pasaje muy denso, tendiente a definir “los dos rasgos cruciales y complementarios del comportamiento verbal”: “El discurso interno es esencialmente un diálogo, y (…) todo discurso citado es hecho propio y reelaborado por quien cita, ya se trate de una cita tomada de un alter o de una etapa anterior de ego (dixit)”.9 Desde una perspectiva menos general, otro gran estudioso ruso, Mijaíl Bajtín, insistió en la importancia del elemento dialógico en las novelas de Dostoievsky.10 Según Bajtín, en estas novelas es característica una estructura dialógica o polifónica, en la que los personajes individuales son considerados como fuerzas en pugna; ninguno de ellos habla en nombre del autor, o identificándose con el punto de vista del autor. Estaría fuera de lugar discutir en esta oportunidad las observaciones de Bajtín acerca del género específico en que deberían incluirse las novelas de Dostoievsky. No obstante, pienso que la noción bajtiniana de texto dialógico puede echar luz sobre algunas características que de tanto en tanto despuntan en la superficie de los procesos inquisitoriales por brujerría. Obviamente los personajes que vemos en pugna tal como los presentan esos textos no están en pie de igualdad; otro tanto podría decirse, aunque en distinto sentido, con relación a los antropólogos y sus informantes. Esa desigualdad en la dimensión del poder (real y simbólico) explica por qué la presión ejercida sobre los imputados por inquisidores para arrancarles la verdad buscada se veía, en términos generales, coronada por el buen éxito. Para nosotros, esos procesos se muestran repetitivos, fonológicos (por usar uno de los términos preferidos de Bajtín), en el sentido de que usualmente las respuestas de los imputados no hacen otra cosa que entrar en consonancia con las preguntas de los inquisidores. En algún caso excepcional, sin embargo, nos vemos ante un auténtico y cabal diálogo: percibimos voces diferenciadas, netas, distintas, e incluso en discordia. En los procesos friulanos de los que me ocupé muchos años atrás, los benandanti aportan extensas descripciones de las batallas nocturnas que acostumbraban combatir en espíritu, por la fertilidad de los campos, contra las brujas. Bajo la mirada de los inquisidores, esos relatos no eran más que descripciones camufladas del sabbat de brujas y hechiceros. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, insumió medio siglo salvar la distancia entre las expectativas de los inquisidores y las confesiones espontáneas de los benandanti. Tanto esa distancia como la resistencia opuesta por los benandanti a las presiones de los inquisi-

Obras de Marta Vicente Para conocer más, visite el sitio: http://www.martavicente.com.ar/


| Esa desigualdad en la dimensión del poder (real y simbólico) explica por qué la presión ejercida sobre los imputados por inquisidores para arrancarles la verdad buscada se veía, en términos generales, coronada por el buen éxito. |

1 Conforme a una perspectiva distinta, véase el logrado ensayo de R. Rosaldo, “From the Door of His Tent: The Fieldworker and the Inquisitor”, en: J. Clifford y G. E. Marcus (eds.), Writing Culture. The Poetics and Politics of Ethnography, Berkeley, Los Ángeles, 1986, pp. 77-97. 2 Venecia, 1897. 3 Cf. A. del Col, “La Riforma cattolica nel Friuli vista da Paschini”, en: G. Fornasir (ed.), Atti del convegno di studio su Pio Paschini nel centenario della nascita, s. 1., s.f., pp.123 y ss., especialmente p.134. 4 The European Witch-Craze of the 16 th. and 17 th. Centuries, Londres, 1969, p.9. 5 Cf. A. Momigliano, “Linee per una valutazione della storiografia del quindicennio 1961-1976”, en: Rivista Storica Italiana, LXXXIX, 1977, pp.585 y ss. 6 Cf. E. Evans-Pritchard, Witchcraft, Oracles and Magic among the Azande, Londres, 1937 [trad.esp.: Brujería, magia y oráculos entre los azande, Barcelona, Anagrama, 1977]; A. Macfarlane, Witchcraft in Tudor and Stuart England, Londres, 1970; K. Thomas, Religión and Decline of Magic, Londres, 1971. 7 Cf. H. Geertz y K. Thomas, “An Anthropology of Religión and Magic”, en: Journal of Interdisciplinary History, VI, 1975, pp.71-109. 8 Cf. R. Kieckhefer, European Witch-Trials. Their Foundations in Popular and Learned Culture, 1300-1500, Berkeley, (CA), 1976. 9 Cf. R. Jakobson. “Language in operation”, en: Mélanges Alexandre Koyré, vol.II: L´aventure de l´esprit. París, 1964, p.273. 10 Cf. M. Bajtín. Problemas de la poética de Dostoievsky. México, Fondo de Cultura Económica, 1986. 11 Cf., de quien esto escribe, I benandanti. Stregoneria e culti agrari tra Cinquecento e Seicento, Turín, 1966 [trad.esp. Los benandanti. Brujería y cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII. Guadalajara, Editorial Universitaria, 2005].

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dores indican que nos encontramos ante un estrato cultural profundo, por completo ajeno a la cultura de los inquisidores. La misma palabra benandante les era ignota: su significado (¿se trataba de un sinónimo de “stregone” ­[“hechicero”; cf. striga, strix] o, al contrario, de “antistregone”?) fue en cierto sentido la prenda disputada durante la larga lucha en que vi enfrentarse, entre 1570 y 1650 aproximadamente, a inquisidores y benandanti en el Friul. Finalmente, esa disputa semántica fue zanjada por quien tenía más poder (casi siempre sucede así, como bien saben los lectores de A través del espejo). Los benandanti se transformaron en brujos.11 El valor etnográfico de esos procesos friulanos es extraordinario. No sólo palabras, sino gestos, silencios, reacciones casi imperceptibles como un repentino furor fueron registrados por los notarios del Santo Oficio con puntillosa minucia. Ante los ojos profundamente recelosos de los inquisidores, cualquier mínimo indicio podía sugerir una vía para llegar a la verdad. Desde luego, esos documentos no son neutrales; la información que nos proporcionan no es “objetiva” bajo ningún aspecto. Deben ser leídos como producto de una relación específica, de honda desigualdad. Para descifrarlos, debemos aprender a captar por detrás de la superficie tersa del texto un sutil juego de amenazas y miedos, de asaltos y retiradas. Debemos aprender a desenredar los abigarrados hilos que constituían el entramado de esos diálogos.

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*Dardo Scavino (Buenos Aires, 1964) es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Versalles (Francia). Publicó La filosofía actual (1999), Saer y los nombres (2004) y El señor, el amante y el poeta (2009). Eterna Cadencia acaba de publicar su último libro: Narraciones de la independencia. Arqueología de un fervor contradictorio.

Obras de Santiago Iturralde


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ENSAYO HISPANOAMERICANO

¿Latinoamérica bolivariana? por DARDO SCAVINO*

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Recorriendo textos de Simón Bolívar, Francisco Bilbao, Rodó, Torres Caicedo y Ugarte el ensayista argentino analiza los dos proyectos político-culturales antagónicos que se dirimen en los términos “Hispanoamérica” y “Latinoamérica”: mientras que el primero alude a una región económica, política y culturalmente rezagada, atraso que se superaría aceptando un pacto comercial con el país que estaba a la vanguardia del desarrollo industrial de aquel entonces; el segundo, en cambio, cuestiona el mismo reinado planetario del capitalismo y sus consecuencias políticas y morales sobre las sociedades humanas.

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i dijéramos que Bolívar nunca tuvo el propósito de unir a los países latinoamericanos sino hispanoamericanos, alguien podría acusarnos de jugar con las palabras: el general venezolano no se hubiese opuesto nunca a que otros países de la región, antiguas colonias francesas o portuguesas, se sumaran al congreso que él mismo reunió en Panamá. Y es probable que así fuera. Pero el proyecto de federar las naciones latinoamericanas no es una sencilla ampliación del programa bolivariano de una liga hispanoamericana. Se trata, a decir verdad, de dos proyectos diferentes y, en cierto modo, contrapuestos. Los nombres Hispanoamérica y Latinoamérica no conciernen solamente perímetros lingüísticos o culturales más o menos extensos sino también, y antes que nada, proyectos políticos radicalmente diferentes. Hispanoamérica es un nombre que proviene del contexto del antagonismo de las colonias españolas con la metrópoli peninsular, mientras que Latinoamérica es un nombre que se inscribe en el conflicto de estos países con los Estados Unidos. ¿Pero el propio Bolívar no dijo ya acerca de los Estados Unidos que “parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la Libertad”? Sí, lo dijo, y suele invocarse esta sentencia para justificar su desconfianza visionaria con respeto a los

I eat the air, promise-crammed; You cannot feed capons so. Hamlet, III, 2 norteamericanos. Adicionando esta frase al proyecto de una liga hispanoamericana, se obtiene muy fácilmente una suerte de coalición contra la política norteamericana. Pero basta con restituir la frase en su contexto y echarle una ojeada a los términos del programa de esa liga, para comprender que el resultado de esta adición es engañoso. La sentencia se encuentra en una carta dirigida en 1829 al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios de Gran Bretaña, quien parece haberlo interrogado en una misiva anterior acerca de la posibilidad de que un “príncipe europeo”, y más precisamente un Borbón, se convirtiese en su sucesor al frente de la Gran Colombia. El Libertador responde entonces: No sé qué decir a Vd. sobre esta idea, que encierra mil inconvenientes. Vd. debe conocer que, por mi parte, no habría ninguno, determinado como estoy a dejar el mando en este próximo congreso, mas ¿quién podrá mitigar la ambición de nuestros jefes y el temor de la desigualdad en el bajo pueblo? ¿No cree Vd. que la Inglaterra sentiría celos por la elección que se hiciera en un Borbón? ¿Cuánto no se opondrían todos los nuevos Estados americanos, y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad? Me parece que ya veo una conjuración general contra esta pobre Colombia…1


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La unión hispanoamericana

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Para Bolívar, los Estados Unidos no amenazan al resto de los americanos con su libertad de comercio. Lejos de inquietarse por este género de libertades, Bolívar trata de favorecerlo, y de hecho, le está escribiendo al encargado de negocios de Gran Bretaña, a cuyo poderoso comercio internacional el Libertador esperaba asociar la economía precaria de la precaria Colombia. Lo que Bolívar teme es que los Estados Unidos, y el resto de los “nuevos Estados americanos”, se opongan al restablecimiento de la monarquía en nombre de la libertad política y civil, esto es: de la democracia. Y por eso a esta idea no se opondrían solamente los Estados americanos, septentrionales y meridionales, sino también el “bajo pueblo” que se rebela contra desigualdades. Las “miserias” de América no provendrían, para Bolívar, de un sistema económico sino de un sistema político que volvería inestable, ingobernable, la Gran Colombia. Aquella frase no debería invocarse entonces como una premonición del Libertador acerca de ese imperialismo norteamericano cuyas uñas habían empezado apenas a aflorar, sino como una prueba más de su consabida desconfianza hacia las formas democráticas de gobierno. Como intenté demostrar en un trabajo reciente2, los proyectos post-revolucionarios de unificación de las nuevas repúblicas estaban vinculados principalmente con un problema que parecía urgente resolver: la sustitución del “cuerpo místico del rey”, símbolo de la unidad del reino, por un “cuerpo” diferente. Bolívar ya había anticipado el problema en su “Manifiesto de Cartagena”: Yo soy de sentir que mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nuestras comarcas.3 Y a esta misma necesidad de un gobierno central fuerte sigue haciendo alusión en su “Oración inaugural del Congreso de Angostura”, cuando argumenta que se precisaría una especie de senado hereditario que sea “la base, el lazo, el alma de nuestra República” y conserve la unidad nacional a pesar de las “tempestades políticas” y las “olas populares” de esa masa que no cesa de pugnar “contra la autoridad”.

Examinemos ahora el proyecto de una liga de países hispanoamericanos. El objetivo del Congreso de Panamá de 1826 era, como se sabe, esa unión. Bolívar escribe para la ocasión un documento conocido con el título de “Un pensamiento sobre el Congreso de Panamá” que comienza de este modo: El Congreso de Panamá reunirá todos los representantes de la América y un agente diplomático del Gobierno de Su Majestad Británica. Este Congreso parece destinado a formar la liga más vasta, o más extraordinaria o más fuerte que ha aparecido hasta el día sobre la tierra.4 Esta liga apunta, según el texto, a consolidar la independencia de los países hispanoamericanos, a protegerlos de agresiones provenientes de un “enemigo externo” o de “facciones anárquicas”, a evitar cualquier futuro conflicto entre los propios Estados y a establecer una alianza comercial con la gran potencia industrial de aquel entonces: Gran Bretaña. El “enemigo externo”, por esos años, seguía siendo el monarca español, quien todavía no había firmado la paz con sus antiguas colonias. Y Bolívar piensa que semejante coalición lo forzaría a hacerlo. En cuanto a esas misteriosas “facciones anárquicas”, el Libertador explica a continuación: “La América no temería más a ese tremendo monstruo que ha devorado la isla de Santo Domingo; ni tampoco temería la preponderancia numérica de los primitivos habitadores”.5 Cuando Bolívar habla de Santo Domingo, está aludiendo a la actual Haití, y el “terrible monstruo” de esa isla es la rebelión de los esclavos afroamericanos liderados por Toussaint Louverture. Cuando el venezolano habla de la “preponderancia numérica de los primitivos habitadores” de este continente, está volviendo a una preocupación que ya había despuntado en su “Carta de Jamaica”: la clase hegemónica de las revoluciones de la independencia, “los naturales del país originarios de España”6, son cuantitativamente minoritarios. Hay pocos textos que sean tan explícitos con respecto a los dos frentes contra los cuales se están batiendo los criollos: el frente exterior de los españoles y el frente interior de sus presuntos aliados durante las revoluciones, a saber: los amerindios. El propio gentilicio hispanoamericano nos revela perfectamente el estatuto de las repúblicas homónimas. Durante las revoluciones hubo un antagonismo entre gente del mismo origen (hispano) pero nacidas en distinto suelo (americano). Y si estos españo-


les americanos habían fomentado una alianza con sus hermanos de suelo (indo- y afro-americanos), esa alianza va a desaparecer cuando los españoles sean derrotados y los criollos sustituyan este antagonismo por otro que podríamos llamar post-revolucionario y que algunos van a resumir a través de la oposición entre civilización y barbarie (en el capítulo del Facundo consagrado a la Revolución de 1810, Sarmiento iba a ser muy claro al respecto: los dos bandos en pugna formaban parte de la “civilización”, pero había un tercer elemento, hostil a esta civilización, que sólo se alió con el bando revolucionario por su oposición atávica a cualquier autoridad). A esta peculiar situación de los criollos se había referido Bolívar cuando le escribía a Henry Cullen en su “Carta de Jamaica”: “…no somos ni indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores europeos”; de modo que “siendo nosotros americanos por nacimiento y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país y mantenernos en él contra la invasión de los invasores”7. La oposición revolucionaria entre hispanos americanos y no-americanos, se ve sustituida por un antagonismo entre americanos hispanos y no-hispanos (indo y afroamericanos). La liga que Bolívar espera concretar en Panamá, apunta pues a consolidar la hegemonía criolla y la alianza económica de esta clase con Gran Bretaña, en detrimento de los grupos sometidos. Pero esta liga no tendría solamente “ventajas” para los países hispanoamericanos. Gran Bretaña también se vería beneficiada con ella. Entre otras cosas, 1° Su influencia en Europa se aumentaría progresivamente y sus decisiones vendrían a ser las del destino. 2° La América le serviría como de un opulento dominio de comercio. 3° Sería para la América el centro de sus relaciones entre el Asia y la Europa. 4° Los ingleses se considerarían iguales a los ciudadanos de América. 5° Las relaciones mutuas entre los dos países lograrían con el tiempo ser unas mismas. 6° El carácter británico y sus costumbres las tomarían los americanos por los objetos normales de su existencia futura. 7° En la marcha de los siglos, podría encontrarse, quizá, una sola nación cubriendo el universo –la federal.8 Está claro entonces que el Libertador está proponiendo aquí que las repúblicas hispanoamericanas establezcan con los ingleses ese tipo de pacto que Halperín Donghi calificaría más tarde de “neocolonial”: Hispanoamérica y Gran Bretaña como economías complementarias.

El nombre “América latina” y el gentilicio “Latinoamericano” aparecen treinta años después del Congreso de Panamá y en un contexto totalmente diferente. El 20 de mayo de 1856 el gobierno norteamericano del general Franklin Pierce reconoce la dictadura instalada en Nicaragua por un filibustero de Tennessee: William Walker. Este reconocimiento suscita las protestas de varias repúblicas hispanoamericanas pero sobre todo de Gran Bretaña, ya que según el tratado Clayton-Bulwer, firmado tres años antes, ambas potencias debían abstenerse de intervenir en esa región para que ninguna de ellas tuviera ventajas en la carrera que habían emprendido para ampararse del istmo de Panamá. Tras leer esta noticia, un filósofo chileno exiliado en París, Francisco Bilbao, iba a pronunciar una conferencia en la que convertiría la intervención norteamericana en un casus foederis, esto es: en la agresión que justifica una alianza política y militar entre naciones. América, según Bilbao, se dividía en los “Estados Unidos del Norte” y los “Estados Des-Unidos del Sur”9, y había que terminar con esta división si se quería poner fin a la “partida de caza” que los primeros habían iniciado contra los segundos. “Walker es la invasión”, sentenciaba el conferenciante chileno. “Walker es la conquista”, y no empleaba en vano esta palabra. “Walker son los Estados Unidos”, por si a alguien le quedaba alguna duda. Ahí donde estaba España, digamos, llegaba Estados Unidos. Y “ahí” no significa solamente en el mismo territorio sino también en el mismo sitio simbólico de un relato, como si el personaje del conquistador que encarnara un día el español, lo hubiese adosado ahora el yanqui. La historia se repetía, sólo que esta vez los sudamericanos no podían quedarse de brazos cruzados: “¿Esperaremos que el equilibrio de fuerzas se incline de tal modo al otro lado, que la vanguardia de aventureros y piratas de territorios llegue a asentarse en Panamá, para pensar en nuestra unión?”10 Y entreverando la física y la epopeya griegas, el conferenciante chileno aseguraba que este istmo “es el punto de apoyo que busca el Arquímedes Yankee para levantar a la América del Sur y suspenderle en los abismos para devorarla en pedazos”11. Si los norteamericanos lograban ampararse del istmo, terminarían imponiéndole su voluntad a la totalidad del continente: He ahí el peligro. El que no lo vea, renuncia al porvenir. ¿Habrá tan poca conciencia de nosotros mismos, tan poca fe de los destinos de la raza Latino-Americana, que esperamos a la voluntad ajena y a un genio diferente para que organice y disponga de nuestra suerte? ¿Hemos nacido tan desheredados de los dotes de la personalidad, que renunciemos a nuestra propia iniciativa, y solo creamos en la extraña, hostil y aun dominadora iniciación del individualismo?12

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La unión latinoamericana

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Pero no era solamente el porvenir de esta “raza Latino-Americana” lo que se decidiría en este enfrentamiento. Se trataba del porvenir de la humanidad en su conjunto. El continente americano representaba, para el chileno, el futuro del planeta, de modo que la suerte del género humano dependería del desenlace de este litigio entre el Norte y el Sur o, como prefiere decir Bilbao a veces, entre “Sajones y Latinos”. Este filósofo pronostica que el triunfo de los norteamericanos en esta vasta contienda se traduciría inexorablemente en una adopción mundial de su estilo de vida, su individualismo, su utilitarismo, su afán de lucro y su desdén por la cultura de otros pueblos. Sólo el triunfo de América latina permitiría, según él, la supervivencia de los valores genuinos de la civilización. Porque “nosotros mismos”, la “raza Latino-Americana”, No hemos perdido la tradición de la espiritualidad del destino del hombre. Creemos y amamos todo lo que une; preferimos lo social a lo individual, la belleza a la riqueza, la justicia al poder, el arte al comercio, la poesía a la industria, la filosofía a los textos, el espíritu puro al cálculo, el deber al interés. Somos de aquellos que creemos ver en el arte, en el entusiasmo por lo bello, independientemente de los resultados, y en la filosofía, los resplandores del bien soberano. No vemos en la tierra, ni en los goces de la tierra, el fin definitivo del hombre; y el negro, el indio, el desheredado, el infeliz, el débil, encuentra en nosotros el respeto que se debe a título y a la dignidad de ser humano.13 Alguien podría objetar que estas oposiciones no se ajustaban a la realidad de los hechos, sobre todo en lo relativo al respeto de las minorías que por aquel entonces nadie hubiese calificado de “latinas”. Pero aquella serie de oposiciones binarias entre sajones y latinos no tenía un valor empírico sino programático: América latina no era tanto una realidad como una alternativa futura, y deseable, al modelo anglo-sajón, tanto en su versión británica como norteamericana. América latina no era una constatación sino una promesa. Y Bilbao, este cristiano masón, enemigo de Roma y discípulo del heterodoxo Felicité de Lammenais, piensa este advenimiento de la América latina en el marco de una deliberada narración mesiánica: La verdad exige que demos la educación de la libertad a nuestros pueblos; un gobierno, un dogma, una palabra, un interés, un vínculo solidario que nos una, una pasión universal que domine a los elementos egoístas, al nacionalismo estrecho y que fortifique los puntos de contacto. Los bárbaros y los pobres esperan ese Mesías, los desiertos, nuestras montañas, nuestros ríos reclaman por el futuro explotador; y la ciencia, y aun el mundo prestan oído para ver si viene una gran palabra de la América: Y esa palabra será, la asociación de las Repúblicas.14

Pero ese Mesías no era, para Bilbao, un individuo, un líder o un libertador sino un “vínculo solidario”: “un gobierno, un dogma, una palabra, un interés” e incluso “una pasión universal”. Una vez concretada esta unidad, cuyo corolario sería la victoria sobre el imperialismo yanqui, los latinoamericanos podrían emprender la conquista de los territorios inexplorados del futuro en vez de transitar, obedientes, los caminos del desarrollo que les trazaban ya el capitalismo europeo y norteamericano. Como la doncella de Nazaret, las tierras todavía vírgenes de la América latina estaban en condiciones de dar a luz a ese Mesías que conduciría a la humanidad hacia su redención: Así como Colón se apoderó de todas las tradiciones, leyendas y poesías de la antigüedad que indicaban un mundo perdido u olvidado para fecundar su inspiración y sus cálculos científicos; respirando, se puede decir, en la atmósfera de la tierra completada por su genio, y abrazando a la geografía, a las razas, a las ideas, con las llamas de un cosmopolitismo religioso, para salvar el misterio del Océano indefinido; así nosotros, poseedores de toda latitud y todo clima, herederos de la tradición purificada, incorporando en nuestra vida las armonías de las razas, y vivificando el género humano en la libertad civil, política y religiosa, tomaremos el vuelo para salvar ese océano de sangre y de tinieblas que se llama historia, fundar la nueva era del mundo y descubrir el paraíso de la pacificación y la libertad.15 Podría hablarse entonces de una dimensión utópica del discurso de Bilbao pero a condición de aclarar que el chileno no es en modo alguno un utopista en el sentido de Owen o Fourier: no nos dice en ningún momento cómo sería, ni como debería ser, esa sociedad futura. Y de hecho, la compara con las tierras desconocidas descubiertas por Colón. El reino prometido se encuentra en esta tierra, pero no llegamos todavía a imaginar cómo sería. Sólo sabemos que los países latinoamericanos deben unirse en nombre de ese ideal, y que el advenimiento de este reino depende en buena medida de la unión de esos países. Bilbao iba a morir el 19 de enero de 1865 en Buenos Aires, después de un chapuzón letal en el Río de la Plata, sin saber que sus más sombríos augurios acabarían por cumplirse: a falta de una consolidación de la unidad latinoamericana, Estados Unidos ocuparía el istmo panameño, extendería su imperio sobre los demás americanos y le impondría su estilo de vida a la mayoría de los pueblos. Y la Virgen, mientras tanto, no pariría nunca al Mesías.


Si el gentilicio hispanoamericano nació en el contexto de un antagonismo entre gente del mismo origen pero de distintos suelos, el adjetivo latinoamericano sugiere exactamente lo contrario: las partes en conflicto pertenecen al mismo suelo americano, pero sus orígenes difieren. Esto explica por qué Bilbao habla de “raza” aunque este sustantivo no tenga el valor que va a asumir poco después gracias al darwinismo. Y hasta tal punto las diferencias de orígenes predominan sobre la coincidencia del suelo, que muchos interpretaron este antagonismo como una continuación de una batalla que se venían librando latinos y sajones desde los tiempos del Imperio romano. Una de las consecuencias de esto va a ser el desplazamiento, o la relectura, de la dicotomía entre civilización y barbarie (Sarmiento la interpretaba todavía en términos post-revolucionarios que no se alejaban demasiado de la perspectiva de Bolívar). José María Torres Caicedo se refiere a la continuación de este viejo antagonismo en suelo americano cuando escribe en Venecia su poema “Las dos Américas”16. El colombiano también denunciaba aquí la invasión de William Walker: “La raza de la América latina”, escribía, “al frente tiene la sajona raza, / enemiga mortal que ya amenaza / su libertad destruir y su pendón”. Y por eso el “deber” de estas repúblicas es “unirse” y “su ley amarse”, ya que sólo América latina puede defender, como pensaba Bilbao, la libertad en este mundo: La América del Sur está llamada A defender la libertad genuina, La nueva idea, la moral divina, La santa ley de amor y caridad. El mundo yace entre tinieblas hondas: En Europa domina el despotismo, De América en el Norte, el egoísmo, Sed de oro e hipócrita piedad. Tiempo es que esa Virgen que se alza Entre dos Océanos arrullada Y por los altos Andes sombreada, Deje su voz profética escuchar…17 Cuando cuarenta y cuatro años más tarde el uruguayo José Enrique Rodó vuelva a oponer en un célebre sermón a dos personajes de La Tempestad de Shakespeare, Ariel y Calibán -símbolos, respectivamente, del idealismo y del utilitarismo, de la vida puesta al servicio de una causa y de la vida sometida al interés mercenario, de América latina y de los Estados Unidos- aquella narración mesiánica, y más particularmente paulina, va a reaparecer con un vigor inusitado, a tal punto que mu-

chos van a llamar a continuación “arielismo” a este “latinoamericanismo” que precede en cuatro décadas el manifiesto de Rodó. El discurso del mago Próspero se inicia con la alegoría de una loca que espera día tras día al “Esposo anhelado”, y el propio Rodó va a explicar que la llegada de este Esposo, como sucedía en esa tradición mística y erótica que se remonta al Cantar de los cantares, es el advenimiento del reino mesiánico. Unos años antes de su Ariel, incluso, Rodó había publicado un opúsculo, El que vendrá, centrado en esta dimensión mesiánica de la existencia, y a tal punto cercana a las imágenes de Bilbao, que cabría preguntarse si el uruguayo no había leído la obra del chileno publicada unos años antes en Buenos Aires: Sólo la esperanza mesiánica, la fe en el que ha de venir, porque tiene por cáliz el alma de todos los tiempos en que recrudecen el dolor y la duda, hace vibrar misteriosamente nuestro espíritu. Y tal así como en las vísperas desesperadas del hallazgo llegaron hasta los tripulantes sin ánimo y sin fe, cerniéndose sobre la soledad infinita del Océano, aromas y rumores, el ambiente espiritual que respiramos está lleno de presagios, y los vislumbres con que se nos anuncia el porvenir están llenos de promesas...18 Para Rodó, como para Bilbao y Torres Caicedo, América latina existe como una promesa, una promesa de liberación de la hegemonía norteamericana -de la “nordomanía”, la llama-, una promesa incluso de redención de la humanidad entera sometida a la lógica del capitalismo. Y los latinoamericanos serían, para él, quienes militan por ese “porvenir desconocido” o les elevan altares a los “dioses ignorados”19. Aquello que los une, en efecto, no es un Estado, ni un mercado, ni unos medios de comunicación, sino una misma fe en el cumplimiento de esa promesa. Un amigo de Rodó y Rubén Darío, el socialista argentino Manuel Ugarte, el mismo que bregaba por la construcción de vías de comunicación entre los países latinoamericanos y que durante años recorrió la región para consumar el proyecto de su unidad económica y política, el mismo que había nacido en una familia de la oligarquía argentina para terminar siendo embajador de Perón en México, establecía con claridad sus prioridades: “Decir que las superioridades se miden por kilómetros de ferrocarril, por las toneladas de exportación o por el número de cañones de los acorazados, es declararse unilateral y dejar prueba de una exigüidad de visión que provoca sonrisa.”20 Y bastaba, para Ugarte, con evocar a los judíos

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La promesa latinoamericana

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Conclusión

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…cuya cohesión de alma y de propósitos ha triunfado del ensañamiento y de las dispersiones, para comprender que las bases esenciales de un pueblo no son ni las armas, ni el gobierno autónomo, ni la propiedad de un territorio siquiera, sino la existencia de un fin colectivo que agrupe a los hombres y los retenga. ¡Cuántas naciones con bandera oficial, con voz y voto en el concierto, con tierra propia, con ejércitos y con jefes, nos aparecen hoy desmigajadas y disueltas, a pesar de las leyes férreas que las ciñen y las maniatan dentro de la muralla china de altas fronteras tangibles, mientras esos judíos de que hablamos, después de errar al azar durante tantos siglos y después de sufrir todas las pruebas, mantienen sin esfuerzo la realidad viviente de su raza, distinta y solidaria, que en más de un caso se impone al vencedor y dobla sus orgullos! 21 El pueblo latinoamericano no se caracterizaría entonces por respetar una ley o una tradición sino por esperar un advenimiento. Esas tradiciones existen, claro está, porque cada uno de los grupos que constituyen ese pueblo tiene sus costumbres y su cultura; esa ley existe también, cómo negarlo, porque los miembros de ese pueblo son ciudadanos de diferentes Estados. Aquello que los vuelve latinoamericanos, aun así, no son los hábitos ancestrales o los códigos estatales sino la fe en una promesa. Y en esto consistiría la paradoja latinoamericana: América latina va a seguir existiendo aquí y ahora en la medida que haya quienes esperen su futuro advenimiento. Con respecto a advenimiento, Rodó había sido muy claro: “el que vendrá” es un “prometido ilusorio”, a tal punto que la novia podría tacharse de “loca”22. Los hombres y las mujeres, sin embargo, no actúan de manera verdaderamente libre cuando persiguen sus intereses, su utilidad, ni cuando se abstienen de hacerlo por respeto a la ley moral (interés mercenario y piedad puritana son, para el uruguayo, las dos caras de la concepción norteamericana de la libertad) sino cuando perseveran en desear una quimera o cuando ponen sus vidas al servicio de ese ideal imposible.

Desde Bilbao a Ugarte, el proyecto de unión latinoamericana se encuentra en las antípodas del proyecto bolivariano de unión hispanoamericana. Para el general venezolano, como pudimos comprobar, este programa resultaba indisociable de un pacto con la gran potencia capitalista de aquel entonces porque, entre otras cosas, procuraba que los hispanoamericanos abandonasen las “costumbres” heredadas de la dominación española para adoptar las inglesas o, si se prefiere, anglosajonas. Civilizarse, para él, no significaba otra cosa: lejos de oponerse a la introducción del capitalismo en los países concernidos, la favorecía. El plan bolivariano reunía los principales componentes de esa “nordomanía” que Rodó iba a denunciar unas décadas más tarde y que el uruguayo le reprochaba a intelectuales como Sarmiento y Alberdi. El programa bolivariano no estaba tan cerca del ALBA como del ALCA, de modo que los partidarios de la “Alianza Bolivariana”, deberían mostrarse prudentes a la hora de invocar el nombre del general. El proyecto latinoamericanista, en cambio, cuestiona ese mismo reinado planetario del capitalismo y sus consecuencias políticas y morales sobre las sociedades humanas. Para Bolívar, está claro, Hispanoamérica es una región económica, política y culturalmente rezagada, atraso que podría remediarse a través de un pacto comercial con el país que estaba a la vanguardia del desarrollo industrial de aquel entonces. Para Bilbao o Rodó, por el contrario, esa misma demora en el desarrollo del capitalismo convertía a América latina en la esperanza de un futuro diferente. La ruptura radical con el presente no tendría lugar en los magníficos palacios imperiales sino en un establo precario de los pobres arrabales. Dicho esto, es cierto que ya Torres Caicedo publica en 1865 un libro intitulado Unión Latino-Americana. Pensamiento de Bolívar para formar una Liga Americana. Su origen y sus desarrollos23, estableciendo así una continuidad entre el proyecto bolivariano (que él llama aquí “boliviano”) y el proyecto latinoamericanista nacido en 1856. El propio Manuel Ugarte, por su lado, va a sostener que el proyecto de una “nación latinoamericana” se remonta al pensamiento de Bolívar. Y así es como este ideal quedaría en adelante asociado con el nombre del general venezolano. Pero no es casual que esto haya sucedido. Torres Caicedo llamaba ya a un nuevo Junín y un nuevo Ayacucho,


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estableciendo así un paralelo entre la independencia hispanoamericana y la “segunda independencia” latinoamericana. Como los exégetas que veían en los episodios del Antiguo testamento alegorías proféticas del Nuevo, la historia hispanoamericana desde la conquista hasta la revolución va a interpretarse como una serie de vaticinios del imperialismo norteamericano en América latina y como un anuncio certero, en consecuencia, de la revolución que liberaría una vez más a estos países. El Canto general de Pablo Neruda gira en buena medida en torno a esta tipo de exégesis de la historia hispanoamericana. Pero los discursos políticos en general resultan indisociables de estos mitos que convierten el pasado en una prefiguración del presente. Propusimos llamar “epopeya popular americana”24 a este relato según el cual los países o los grupos de esta región deben dejar, como se suele decir, sus diferencias de lado para unirse en una vasta alianza contra su enemigo común. Si Estados Unidos desalojó a España del lugar simbólico que ocupaba en este mito (y la guerra hispano-norteamericana va a interpretarse como la confirmación sangrienta de semejante relevo), el lugar de Bolívar podría llegar a verse ocupado por algún líder latinoamericano. El propio Bolívar, después de todo, ya jugaba con el prestigio mesiánico de la figura de Quetzalcóatl, y le insinuaba a otro inglés, Henry Cullen, que un líder revolucionario podía llegar a reemplazarlo en el mito para granjearse la adhesión de los pueblos originarios. Pretender que la política renuncie a estas narraciones poéticas y proféticas, equivaldría a desear su simple desaparición. Si hay política, hay poética. Y tanto quienes confunden el ideal latinoamericanista con el “sueño del Libertador” como quienes hablan de un “insomnio de Bolívar” (para mofarse de Hugo Chávez, por supuesto, y justificar los tratados de libre comercio que algunos países de la región firmaron con los Estados Unidos), están jugando con la mitología de los pueblos. El estatuto ficcional de estos mitos no les impide tener efectos muy palpables sobre los grandes movimientos políticos, de manera semejante a cómo los mitos individuales del neurótico no son ajenos a su destino. Pero aceptar la tenacidad de los mitos políticos no significa entregar los estudios históricos a un deliberado anacronismo: esos mismos discursos y relatos eran, y siguen siendo, respuestas a problemas políticos precisos e irrepetibles.

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1 Bolívar, Simón. Doctrina del Libertador (edición de Augusto Mijares). Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1987, pág. 250. 2 Scavino, Dardo. Narraciones de la independencia. Arqueología de un fervor contradictorio. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2010, págs. 257-269. 3 Ibid., pág. 11. 4 Ibid., pág. 183. 5 Ibid. 6 Ibid., pág. 55. 7 Ibid., pág. 53. 8 Ibid., pág. 184. 9 Bilbao, Francisco. « Iniciativa de la América, idea de un congreso general de las repúbicas » in Obras completas. Tomo I (edición a cargo de Manuel Bilbao). Buenos Aires, Imprenta de Buenos Aires, 1866, pág. 285. 10 Ibid., pág. 297. 11 Ibid. 12 Ibid. 13 Ibid., pág. 296. 14 Ibid., p. 300. 15 Ibid., p. 302. 16 En su Los cien nombres de América (Barcelona, Lumen, 1991, pág. 345), el chileno Rojas Mix conjetura que Torres Caicedo asistió a la conferencia de Bilbao en París. 17 Torres Caicedo, José María. Las dos Américas: www.filosofia.org/ hem/185/18570215.htm 18 Rodó, José Enrique. El que vendrá in José Enrique Rodó (edición de José Luis Abellán), Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1991, pág. 28. 19 Rodó, José Enrique. Ariel. México, Factoría Ediciones, 2000, pág. 92. 20 Manuel Ugarte, Enfermedades sociales. Barcelona, Sopena, 1907, pág. 21. 21 Ibid. , pág. 22. 22 Ariel, op. cit., pág. 8. 23 José María Torres Caicedo, Unión Latino-Americana. Paris, Librería Rosa y Bouret, 1865. 24 Narraciones de la independencia, op. cit., pág. 49.


ENSAYO VENEZOLANO

Ensayando Venezuela (2000-2010) A continuación, Gisela Kozak Rovero ofrece un completo inventario de los textos publicados en Venezuela en los últimos diez años, también algunas claves de acceso a esta vasta y vital producción.

por GISELA KOZAK ROVERO*

*Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Doctora en Letras (Universidad Simón Bolívar). Profesora Asociada de la Escuela de Letras y de la Maestría en Estudios Literarios (UCV). Actualmente investiga sobre Políticas culturales y revolución bolivariana. Ha obtenido el Premio Silvya Molloy al mejor ensayo académico sobre sexualidad y género 2009 otorgado por Latin America Studies Asociation (LASA, USA-Canadá) y ganado la Bienal de Narrativa “Alfredo Armas Alfonso” 1997 con el libro de cuentos Pecados de la capital y una Mención de honor en la Bienal de Ensayo Enrique Bernardo Núñez, Ateneo de Valencia (2006) con el libro Venezuela, el país que siempre nace. Ha publicado, además, la novela Latidos de Caracas y el ensayo Rebelión en el Caribe Hispánico. Urbes e historias más allá de boom y la postmodernidad.


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| …el ensayismo define la frontera entre los docentes “académicos” y “creativos” pues permite ciertas libertades de estilo, una forma de vincular la creación de saber con la pasión por el lenguaje y una afirmación de la subjetividad…|

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Necesaria introducción

El ensayo venezolano contemporáneo, si es que puede hablarse de nacionalidades en el internacional mundo de las escrituras, no es la excepción respecto al hecho comprobable de que el género cubre formas distintas. Un posible criterio de unificación dentro de esta variedad podría ser el de constituirse en ejercicios en prosa alimentados por una abierta voluntad de estilo, sin las exigencias expositivas y conceptuales propias de los artículos académicos, los libros para divulgación de distintas disciplinas o el periodismo. Caben entonces textos argumentativos, confesiones, crónicas, artículos de opinión y de interés general (historia, política, arte, cultural, literatura, etc.). Visto así el ensayo sería asunto de escritores y no de académicos, pues un escritor puede permitirse la libertad de “hablar de cosas que tratan mejor los maestros del oficio y con más verdad”, como decía el siempre citado Michel de Montaigne con ironía. No obstante –y al igual que el mexicano Octavio Paz por libros como el Laberinto de la soledad o El arco y la lira–, el venezolano Guillermo Sucre ha sido llamado ensayista, entre otros textos por uno de trasunto académico que traza un camino propio de escritura como es La máscara y la transparencia, libro fundamental en el conocimiento de la poesía contemporánea hispanoamericana. El ensayo, entonces, no pareciera simplemente asunto de diletantes; incluso, por comodidad o convicción, la calificación de ensayo suele dársele en el mundo editorial venezolano a textos que cabrían más en la divulgación del saber especializado para un público relativamente amplio. La vaguedad e indefinición alrededor del ensayo propician que en nuestros círculos universitarios (y no solo en los nuestros) sea visto con sospecha pues se trata de una manera de escribir que hace evidente la propia personalidad, así sea de modo ficticio, y que se contempla como poco apropiada para la construcción de un discurso riguroso dentro de las Ciencias Sociales y las Hu-

manidades; yendo más lejos en las críticas, el ensayo sería el arma de los “opinadores” de oficio que abundan en los medios de comunicación impresos. Pero en la escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, en la que soy profesora, el ensayismo define la frontera entre los docentes “académicos” y “creativos” pues permite ciertas libertades de estilo, una forma de vincular la creación de saber con la pasión por el lenguaje y una afirmación de la subjetividad de quien redactó el ensayo sin dejar que el tema tratado pierda el protagonismo. Esta mirada corresponde a una época, más que a una influencia intelectual o literaria determinada, pues académicos como Roland Barthes o Jacques Derrida desafiaron cualquier preceptiva académica a la hora de mostrar sus ideas. Además, no debemos olvidar que figuras intelectuales y literarias de indudable solvencia y de distintas sociedades, lenguas y épocas, desde Walter Benjamín, Virginia Woolf y Oscar Wilde hasta José Lezama Lima, Teresa de la Parra, Manuel Caballero o el ya mencionado Sucre, se han planteado conscientemente el ensayo como una vía expresiva y reflexiva preferente. Desde esta perspectiva más amplia es que intelectuales y ensayistas venezolanos como Oscar Rodríguez Ortiz, Miguel Ángel Campos y Miguel Gomes han hecho del ensayo nacional materia de estudio, perspectiva que me permite una flexibilidad mayor al momento de hacer en estas líneas un balance del género de mi país en los últimos diez años. Voy a escoger prosistas de diversas edades, temáticas, disciplinas, procedencias profesionales o académicas que a mí entender muestren una explícita vocación por el desarrollo de un estilo, pero además “forzaré la barra” y ampliaré la noción a la divulgación de saberes académicos a públicos no especializados, siempre y cuando los autores(as) en cuestión sean reconocidos y mencionados como ensayistas.


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Ensayos, libros, política

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Desde 1998 la inquietud por el país pasó de costumbre entre nuestros(as) prosistas y académicos a verdadera obsesión. Miles de páginas han abordado el cómo y el porqué de la revolución bolivariana, su conexión con el pasado y sus características. Hasta cuando se está hablando de otras épocas pareciera que se está hablando de esta, rasgo muy visible en historiadores de pluma literaria, que obtienen éxitos de venta (incluso los que son más proclives a la escritura académica o a la divulgación como Tomás Straka o Germán Carrera Damas). Este empeño en establecer la continuidad existente entre el pasado y el presente rige la obra del historiador y docente universitario Elías Pino Iturrieta. En el caso de Pino, libros como Nada sino un hombre y El Divino Bolívar: ensayo sobre una religión republicana conectan el siglo XIX con el siglo XXI al develar claves sustantivas de las maneras en que nuestra sociedad ha concebido el liderazgo político y el sentido religioso de la vida colectiva, hábilmente explotados por los caudillos de nuestra era republicana. La prosa tiene un toque lujoso y denso que aparta estos libros de la divulgación o el estudio histórico para especialistas. En esta línea de comprender la situación actual el historiador, periodista y profesor universitario Manuel Caballero salta las convenciones académicas para insistir en la reflexión responsable, sustentada y bien escrita como modo de hacer accesible la producción intelectual y plantear inquietudes e indagaciones de indudable sabor ensayístico. Pienso especialmente en La gestación de Hugo Chávez: 40 años de luces y sombras en la democracia venezolana, ¿Por qué no soy bolivariano?, Dramatis Personae: doce ensayos biográficos y Polémicas y otras formas de escritura, entre muchos otros. Se trata de un autor extremadamente prolífico que, al igual que Pino Iturrieta, escribe para la prensa desde hace décadas. La voz escritural de Caballero mezcla el consumado conocimiento de la historia con la máxima claridad expositiva. El caso del historiador, abogado, docente universitario y poeta Rafael Arráiz Lucca es también digno de mención. Su éxito más resonante en los últimos años ha sido un texto de divulgación histórica, Venezuela: 1830 a nuestros días. Un nombre fundamental en este breve inventario es el del sociólogo y profesor universitario Miguel Ángel Campos intelectual de estilo y voz completamente propios, abierto cultor del ensayo como género y reconocido como tal en el país. La fe de los traidores y Desagravio del mal son referencias que no se deben dejar de lado, como tampoco sus ensayos sobre literatura publicados en otros volúmenes. Formado como sociólogo estudió literatura a nivel de postgrado y desde entonces no ha de-

jado de acercarse a nuestros dilemas como nación desde una escritura personalísima, compleja y muy elaborada que deja de lado el fárrago propio de las nomenclaturas disciplinarias. Campos posee una perspectiva implacable respecto a la complaciente visión sobre el pueblo y la historia venezolanos alimentada por todo el espectro político nacional. De vuelta del marxismo, la gran matriz conceptual que prohijó las Ciencias sociales y las Humanidades en las universidades públicas autónomas venezolanas desde los años sesenta hasta los noventa, coloca el acento en las razones culturales y sociopolíticas de nuestro devenir nacional. El nombre del narrador y profesor universitario José Balza es fundamental dentro de la literatura venezolana. Su libro Pensar Venezuela articula lo mejor de la tradición del ensayo literario: indagación abierta, espíritu crítico, testimonio de la subjetividad y voluntad de estilo, aunados a un desvelo sincero por un país sumergido en este momento en grandes dificultades y pesadillas. Siempre ha escrito, además, espléndidos ensayos sobre literatura. Otro nombre indispensable es el de Ana Teresa Torres, novelista, psicoanalista, miembro de la Academia venezolana de la Lengua, antóloga e interesada siempre en la historia venezolana. Torres es un caso especial porque sus preocupaciones responden a caminos diversos: la historia venezolana, el feminismo, el psicoanálisis, la literatura venezolana en general y la escrita por mujeres en particular. Ha publicado obras en todos estos ámbitos y ha escrito para prensa y revistas ensayos sobre literatura, cultura y política. Su libro A beneficio de inventario es referencia obligada para entender las características específicas del campo literario venezolano antes de 1998. En estos momentos goza de un éxito editorial importante con un texto de historia de las ideas como es La herencia de la tribu. Del mito de la independencia a la revolución bolivariana. De nuestros escritores, Torres es la que responde de una manera más acabada a la idea del intelectual literato que no solo se ocupa de la creación estética. Luis Britto García es docente universitario, abogado, narrador, dramaturgo y permanente colaborador de la prensa. Posee una enorme cantidad de títulos que solo se puede competir con la abundancia escritural de Manuel Caballero. Britto García ha practicado el ensayo desde diversas aristas: humor, temas académicos, artísticos literarios, políticos, históricos, económicos y sociales. La singularidad de su estilo incisivo lo hace digno de mención en esta breve presentación. Entre otros textos tenemos, ¿Por qué fracasan los medios? Una historia repetida El mensaje dirigido contra el pueblo jamás llegará a movilizarlo (2007); Qué se decide en Venezuela (2007); América Nuestra: Integración y Revolución (2008).


Ensayo, libros, literatura, cultura

En cuanto al ensayo sobre literatura, cultura o sobre diversas problemáticas intelectuales, hay que decir que tiene una menguada posición frente a los artículos de carácter académico que se originan en las universidades. Desde la perspectiva de una escritura más para especialistas que ensayística, el monumental esfuerzo intelectual representado en Nación y literatura, recopilado por Carlos Pacheco, Beatriz González y Luis Barrera Linares, marca un hito respecto a la reflexión sobre la literatura venezolana. Unos cuantos investigadores y docentes universitarios que escribieron para este volumen escriben ensayos en otros formatos y para otro tipo de publicaciones. Es el caso del docente universitario, crítico literario, editor y académico de la lengua Carlos Pacheco que sigue de cerca el desarrollo de la narrativa venezolana a través de ensayos breves en periódicos y revistas. Varios libros de los últimos diez años que versan sobre literatura llaman la atención. Debo aclarar que solo me detendré en libros de marcado acento ensayístico y no tocaré, salvo excepciones, la amplia producción académica de indudable calidad que existe en Venezuela y que cuenta con nombres como Luz Marina Rivas, Mariana Suárez, Arnaldo Valero, Álvaro Contreras, Alberto Rodríguez, Luis Barrera Linares, Víctor Bravo, Eleonora Cróquer, Vicente Lecuna, Beatriz González, Elena Cardona, Márgara Russotto, Carlos Sandoval, Ángel Gustavo Infante, Luis Miguel Isava, Raquel Rivas, Jeffrey Cedeño, Diego Rojas Ajmad, entre otros. El poeta y docente universitario Arturo Gutiérrez Plaza saca a la luz el volumen Lecturas desplazadas: encuentros hispanoamericanos de Cervantes y Góngora, un raro caso de estudios de literatura comparada que cultiva conscientemente una prosa que se distancia de la impersonalidad académica e intenta acercarse a la sensibilidad de un lector no especializado. El profesor universitario, investigador y poeta Rafael Castillo Zapata, además de artículos académicos y de ensayos sobre literatura publicados en “Verbigracia”, el extinto suplemento cultural del diario El Universal, tiene en su haber Andrés Mariño Palacio: El artista y el gobierno moral de la ciudad, texto de búsqueda ensayística que se aleja absolutamente de la investigación académica en sus dudas, silencios e interrogantes abiertas. Armando Rojas Guardia se ha destacado como ensayista en un grado si acaso menor que su proyección como poeta. Dueño de un conocimiento profundo sobre los caminos de la poesía y las estéticas contemporáneas, sus ensayos se distinguen por un verbo propio y una enorme lucidez. Su libro Ensayos recopila lo mejor

| El nombre del narrador y profesor universitario José Balza es fundamental dentro de la literatura venezolana. Su libro Pensar Venezuela articula lo mejor de la tradición del ensayo literario…|

| Desde la perspectiva de una escritura más para especialistas que ensayística, el monumental esfuerzo intelectual representado en Nación y literatura, recopilado por Carlos Pacheco, Beatriz González y Luis Barrera Linares, marca un hito respecto a la reflexión sobre la literatura venezolana.|


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de su trayectoria. En esta orientación del ensayo literario y poético habría que mencionar a Teresa Cacique y su libro Poesía y verdad: mínima meditación, que revisa poéticas de distintas épocas y autores desde una perspectiva estética y filosófica. Por último, hay que incluir al librero y escritor Andrés Boersner con Rufino Blanco Fombona, entre la pluma y la espada. Por su parte, el ensayista, crítico literario y docente Oscar Rodríguez Ortiz publica una compilación llamada Ensayos sobre literatura y cine en Venezuela. La obra de Rodríguez Ortiz es fundamental para entender la trayectoria del ensayo en Venezuela; antes del año 2000, fecha que se escogió como punto de partida para este balance, publicó antologías y trabajos como Intromisión en el paisaje: estudios, críticas, ensayos o Paisaje del ensayo venezolano. El narrador, crítico literario y docente universitario Miguel Gomes acaba de publicar La realidad y el valor estético. Configuraciones del poder en el ensayo hispanoamericano. Gomes es un investigador profundamente erudito y cuidadoso. Su Poéticas del ensayo venezolano no solo es indispensable para entender el género en el país sino que combina la investigación rigurosa con la profundidad conceptual y una prosa clarísima, que expresa la condición de escritor del autor. Ifigenia: mitología de la doncella criolla, de la profesora universitaria y escritora María Fernanda Palacios, es un ensayo de largo aliento sobre la novela de Teresa de la Parra, Ifigenia, diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba. Su calidad sobresaliente reside en el cuidadoso análisis del texto desde la perspectiva de la psicología arquetipal junguiana, conjugada con una vasta formación que le permite “leer” la sociedad venezolana en cada línea de la novela. Es un ensayo a contracorriente de las influencias internacionales que alimentan trabajos universitarios sobre arte, literatura, cultura y sociedad en Venezuela como son los estudios culturales, el feminismo o el análisis del discurso. Victoria de Stefano es filósofa, narradora y docente universitaria. Es considerada una las grandes novelistas de Venezuela por textos como Historia de la marcha a pie y Lluvia. Sus lecturas son vastísimas y se inscribe en la tradición de ensayistas literarios que son capaces de ver en el objeto estético la expresión de toda una forma de ver el mundo, tal como se muestra en La refiguración del viaje y en Baudelaire, poesía y modernidad, reeditado recientemente. En una época tan ganada al cuestionamiento de la llamada

“alta cultura”, Victoria de Stefano recoge lo mejor de la tradición moderna de lectura y escritura cuidadosas y comprometidas con un proyecto propio. Paulette Silva Beauregard tiene una impecable trayectoria de investigación y escritura académica sobre el siglo XIX venezolano, con premios nacionales e internacionales incluidos. Silva destaca en el panorama del ensayo venezolano por su tratamiento particular de la escritura académica. Ha publicado, además de artículos en revistas especializadas, dos libros en los últimos diez años, Las tramas de los lectores. Estrategias de la modernización cultural en Venezuela (siglo XIX) (Premio Fundación Cultura Urbana, 2007) y De médicos, idilios y otras historias. Relatos sentimentales y diagnósticos de fin de siglo (Convenio Andrés Bello, 2000). La erudición investigativa y el planteamiento teórico innovador son las raíces de una prosa en la que se conjugan la claridad expositiva, el conocimiento del lenguaje, el humor y la ironía, así como la capacidad de combinar el análisis de imágenes con el de distintas escrituras lo cual resulta en libros especialmente atractivos. Otro premiado internacional con el Anagrama de Ensayo 2008 es Gustavo Guerrero. En Historia de un encargo: “La catira” de Camilo José Cela. Literatura, ideología y diplomacia en tiempos de la Hispanidad, Guerrero, con respaldo investigativo y soltura estilística, toca un tema poco estudiado en Venezuela como es el relato de la hispanidad ligado al ejercicio de gobiernos autoritarios, capaces de llegar al punto del encargo literario para contrarrestar ideológicamente a sus oponentes. En este caso, el enemigo a vencer es el arraigo de la obra novelística de Rómulo Gallegos en el imaginario venezolano. Arturo Almandoz es urbanista, profesor universitario y estudioso de la relación urbe y cultura. Entre sus libros están Ensayos de cultura urbana y La ciudad en el imaginario venezolano (I,II). El segundo es un excelente acercamiento interdisciplinario a la literatura como configuración privilegiada del imaginario social y cultural. Federico Vegas, arquitecto considerado el novelista más representativo de la Venezuela actual, se acerca también al tema de la urbe en La ciudad y el deseo. Por último, Fernando Baéz ha ganado éxito editorial con Historia universal de la destrucción de libros: desde las tablillas sumerias hasta la guerra de Irak, texto que ha destacado a su autor internacionalmente, situación inusual por desgracia dentro del espacio intelectual venezolano.


La prensa nacional y las revistas dan fe de la abundancia del ensayo político e histórico. Diarios como El Nacional, El Universal o Tal Cual son emblemáticos en este sentido. Un caso que llama la atención es el de Alberto Barrera Tyszka, narrador, poeta, cronista, guionista de telenovelas, premio Herralde de novela 2006 por La enfermedad, y autor de un gran éxito en ventas como fue su biografía Chávez sin uniforme, en colaboración con Cristina Marcano. Barrera juega con el humor, la ironía, la anécdota más personal, la reflexión y la crónica. En esta orientación de escribir para la prensa, publicar libros y moverse en campos diversos de la vida intelectual (universidades, medios de comunicación, promoción cultural, editoriales), tenemos escritores como Edgardo Mondolfi, Sergio Dahbar, Rafael Ossío Cabrices, Antonio López Ortega, Colette Capriles, Tulio Hernández, Adriana Villanueva, Armando Coll, Ibsen Martínez, Massimo Dessiato y Karl Krispin. Mondolfi y Krispin son ensayistas y escriben también trabajos especializados de carácter histórico. Ambos están vinculados con la literatura, sobre todo el segundo que es narrador y crítico. El “Papel Literario”, tradicional encarte del diario El Nacional, da espacio para el ensayo al igual que la revista Imagen y la Revista Nacional de Cultura. Nelson Rivera suele publicar reflexiones sobre numerosos libros y autores en el mencionado encarte y en las páginas de opinión del diario. En revistas publicadas por el estado como A plena voz, Día-crítica, Debate abierto y Todos adentro, encontramos a autores que intentan acercarse a temas culturales, políticos, sociales o literarios desde un abordaje ensayístico dado lo personal y polémico del enfoque. Las revistas El

Salmón y Homo Sapiens Litteratus dan entrada a prosistas de varias generaciones, especialmente de las nuevas. En todo caso, el ensayo literario para no académicos, al igual que en el caso de las reseñas de libros, hace gala de su marginalidad invadiendo páginas web y blogs, en los cuales pueden encontrarse trabajos respecto a la narrativa y poesía venezolanas actuales que valen la pena. El impacto del ciberespacio en el ensayo es evidente: brevedad y agilidad. Y no podría ser de otra manera porque el ensayo corre ahora hasta por redes sociales como Facekook. Habría que destacar los blogs de Luis Barrera Linares, Valmore Muñoz Arteaga, Carlos Sandoval, Adriana Villanueva, Judit Gerendas y Héctor Torres. Los nombres de Luis Yslas, Ricardo Ramírez, Rodrigo Blanco, Willy Mckey y Salvador Fleján son nombres a tomar en cuenta dentro de esta mínima lista ciberespacial y de publicaciones periódicas. Por último hay que mencionar páginas web como Letralia y Ficción breve, loables esfuerzos siempre en renovación, y las más recientes Re-Lectura y Prodavinci. Ésta última atiende al género que toca un amplio abanico de temas. Este breve inventario de textos publicados en los últimos diez años solo ha querido mostrar algunas claves y orientaciones en medio de un universo, sin duda mayor, al que no se ha podido tener acceso: publicaciones universitarias en todo el país, libros, prensa regional, revistas, blogs y páginas web. En todo caso, es preciso insistir en el extraordinario auge del ensayo en Venezuela y su vitalidad como género de ideas, fenómeno que indica que el país pasa por un momento clave desde el punto de vista de la producción intelectual cuya proyección e importancia será plenamente visible en el futuro.

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Ensayos, publicaciones periódicas, ciberespacio

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Entrevista a Grínor Rojo

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El ensayo, un modo de decir nacido de la crítica

por ALICIA SALOMONE

Es uno de los intelectuales chilenos más destacados de la actualidad. Su vasta producción ensayística, entre la que se encuentran títulos como Globalización e identidades nacionales y postnacionales y Las armas de las letras. Ensayos neoarielistas, se articula con una intensa tarea docente desarrollada en las últimas décadas en diversas universidades de América y Europa.


La invitación que me hace BOCADESAPO para entrevistar a Grínor Rojo me brinda una buena oportunidad, pues me permite retomar un diálogo, siempre recurrente pero siempre renovado, en torno a un tema que nos apasiona a ambos. Se trata del trayecto que dibuja el ensayo como género propio de la modernidad y, dentro de ese recorrido, del papel crucial que el ensayismo tiene en la historia cultural latinoamericana. Como el género mismo, las palabras de Rojo, más que señalarnos caminos rectos y verdades definitivas, nos mostrarán cómo ese “pensar a tientas” que es el ensayo puede ser un modo idóneo para descifrar y nombrar la compleja relación que nos une al mundo.

| Si en la novela es el escepticismo engañoso y a veces sonriente el rasgo determinante, en el ensayo la clave es la crítica.|

¿Qué nos puedes decir acerca del ensayo como género literario? Preferiría, y no sólo respecto del ensayo sino del resto de los géneros, hablar más de géneros discursivos que de géneros literarios. Y esos géneros discursivos los entiendo como modos de decir, que, a mi juicio, no se definen in abstracto sino por la relación que ellos mantienen con determinados contenidos y con ciertas maneras de acercarse a lo real. Por ejemplo, cuando uno habla de la novela, como género discursivo, está hablando de un género que se ocupa de un mundo, que es el mundo moderno, pero que al mismo tiempo instala un tipo de mirada oblicua sobre ese mismo mundo que no existía antes de la novela. En el mismo sentido, creo que el ensayo, cuya aparición coincide prácticamente con la de la novela (la diferencia entre la publicación de El Quijote y de los Ensayos de Montaigne es de pocos años), también corresponde a la transmisión de ciertos contenidos asociados al mundo moderno y a una cierta manera de verlo y de decirlo. En el caso del ensayo, sin embargo, la diferencia fundamental es la crítica. Si en la novela es el escepticismo engañoso y a veces sonriente el rasgo determinante, en el ensayo la clave es la crítica. En este sentido, pienso que hay una asociación muy estrecha entre los dos términos, en tanto el ensayo aparece en la modernidad como una crítica del mundo y que determina un cierto modo de decirlo.


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¿A tu juicio, qué papel tienen las transformaciones de los inicios de la modernidad en la aparición del ensayo? La modernidad se inaugura en el siglo XV, con la primera gran expansión del mundo, tanto en términos espaciales como temporales, a través del movimiento que hacen los portugueses por la costa occidental de África hasta pasar el Cabo de Buena Esperanza y dirigirse hacia el Oriente. Luego, a finales del siglo XV, cuando se ha completado ese recorrido, se produce el descubrimiento de América, que es un movimiento en el otro sentido. El mundo se abre de una manera inusitada, pero esa misma apertura ocurre también en relación a determinados discursos, en una dinámica de ida y vuelta, pues, así como los descubrimientos determinan esos discursos, del mismo modo los discursos determinan aquellos movimientos. Mirado desde este punto de vista, dentro de este cuadro, evidentemente la aparición del ensayo moderno, al igual que la de la novela moderna, tienen que ver con estos procesos, de un modo que no era pensable un siglo antes. El ensayo nace, por tanto, para criticar el mundo moderno en gestación. Dentro de los discursos que emergen en este contexto también está el discurso científico. ¿Existiría alguna relación entre este discurso y el ensayo? Efectivamente, dentro de los discursos que aparecen en este momento está el discurso científico, que no es el discurso de la crítica sino el de la investigación, es decir, de la indagación del mundo y de la descripción racional y programada de los mecanismos que determinan el funcionamiento del mundo. Esta actitud a la que me estoy refiriendo se va a plasmar también en una manera de decir, que es el tratado científico. De manera que hacia adelante van a coexistir dos géneros no-ficcionales, el tratado científico y el ensayo, que funcionan de manera paralela y que, con frecuencia, mantendrán una relación inestable. A veces, esta relación será de coexistencia pacífica, pero más a menudo va a ser de confrontación: el tratado científico descalificando al ensayo por su superficialidad, frivolidad e inorganicidad, y el ensayo descalificando al tratado científico por su rigidez, falta de plasticidad e inflexibilidad. Y esto va a ocurrir desde los orígenes, es decir, no es algo propio del siglo XX o de épocas recientes sino que es un fenómeno que se produce ya en los orígenes mismos de la modernidad.

| Así como la ciencia puede llegar a un estancamiento, el modo de decir del tratado científico también puede hacerlo, y así, cuando se produce la renovación del campo, acontece el reemplazo del tratado por el ensayo, hasta que el campo se estabiliza de nuevo y vuelve a crear su propia jerga.|

De hecho, ciertos textos que en su tiempo fueron considerados tratados científicos, hoy son leídos como ensayos. Lo que ocurre en ese sentido es lo siguiente: La historia de la ciencia en general, y de la ciencia moderna en particular, es la historia de una especificación vertical y progresiva de las disciplinas pues, en la medida que la ciencia avanza, las disciplinas se van especializando cada vez más y unas van dando origen a otras, y así este campo se va profundizando pero, en esa misma medida, se va estrechando cada vez más. Y ello es algo que sucede hasta el momento en que se produce en el campo científico del caso una especie de estancamiento, en el que la disciplina se revuelve circularmente sobre sí misma hasta advertir que desde el interior de sí misma no puede avanzar más. Lo que acontece entonces es una apertura de esa disciplina científica hacia otras disciplinas y así el campo se vuelve a abrir, contaminándose con elementos y características de las otras disciplinas que funcionan a su alrededor. En este sentido, un caso muy característico es el de la antropología, en la que ya no daba para más el evolucionismo que iba de Spencer a Lévy-Bruhl. En los años cincuenta la antropología estaba en una especie de callejón sin salida, y ése fue el momento en que Lévy-Strauss se topó con Jakobson en Nueva York y se produjo la contaminación de la antropología por la lingüística. De ella se deriva el estructuralismo, que es mucho más que una disciplina científica, es un paradigma sobrecientífico y que va a afectar, como sabemos, el entero campo de las humanidades y las ciencias sociales. Este tipo de fenómenos ocurren cada cierto tiempo en la historia de la ciencia y, cuando se producen, el tratado también experimenta una especie de terremoto en tanto forma discursiva, en cuyo caso otra “forma”, la más adecuada para sacarlo de su atolladero, porque es una forma aventurera, exploratoria, resulta ser el ensayo, como el modo de decir más pertinente a esa situación de crisis. De manera tal que, así como la ciencia puede llegar a un estancamiento, el modo de decir del tratado científico también puede hacerlo, y así, cuando se produce la renovación del campo, acontece el reemplazo del tratado por el ensayo, hasta que el campo se estabiliza de nuevo y vuelve a crear su propia jerga y su decir como tratado.


| En este panorama totalizador, que alcanza ya cinco siglos, el momento que estamos viviendo es plenamente un momento del ensayo, porque lo que estamos experimentando cada vez más es la necesidad de la colaboración interdisciplinaria.|

Hemos hablado hasta ahora de la evolución del ensayo fundamentalmente desde el mundo metropolitano, ¿cómo podría pensarse esa trayectoria para América Latina? Siempre he pensado, y no encuentro un ejemplo anterior ni mejor, que la práctica del ensayo en América Latina se remonta a la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”, de Sor Juana Inés de la Cruz. Creo que ese “es” un ensayo, un discurso que tiene todas las características del ensayo y brillantemente, al punto que si uno debiera hacer una antología del ensayo latinoamericano a partir de diez textos, éste debería ser uno de ellos. En efecto, uno ve en este texto de Sor Juana, que por cierto no es un tratado científico acerca de nada en particular, la presencia de un discurso mediante el cual una mujer, en la segunda mitad del siglo XVII, está poniendo en cuestión su relación con el mundo. Es decir, lo que hay aquí es una subjetividad que está enfrentada con un mundo en el cual ella está incluida (es monja, es católica, cree en Dios y en la Iglesia), pero al mismo tiempo ése es un mundo con el cual discrepa. Y esa discrepancia es la que se pone de manifiesto en el texto y que no puede ser objetiva en ningún caso, por la misma situación de quien está ahí hablando, que es una mujer que es parte de ese mundo respecto del cual se está pronunciando críticamente. Así es como aparece en su discurso la crítica, en condiciones problemáticas, pues Sor Juana está buscando, en un universo tan rígido como la colonia mexicana de la segunda mitad del XVII, cómo poner de manifiesto lo otro, lo que no está presente, ni más ni menos que la modernidad, cuando no existen las condiciones mínimas para ello, ni en el mundo, ni en el lenguaje, ni en ninguna parte, y por eso su texto es de tanteo, es exploratorio, y tiene las características que yo señalaba hace un rato.

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Dentro del escenario que acabas de esbozar, ¿cómo evaluarías la vigencia actual del ensayo? En este panorama totalizador, que alcanza ya cinco siglos, el momento que estamos viviendo es plenamente un momento del ensayo, porque lo que estamos experimentando cada vez más es la necesidad de la colaboración interdisciplinaria, es decir, de la salida de las disciplinas de lo que han venido siendo hasta ahora y de su apertura en otras direcciones. Lo que ha ocurrido con los estudios literarios en ese sentido es clarísimo. Hablábamos recién del estructuralismo y precisamente el gran proyecto del estructuralismo en este aspecto fue convertir los estudios literarios en una disciplina científica y su jerga en una jerga científica, pero hoy todos sabemos que ese proyecto colapsó. Cuando eso ocurrió, lo que tuvieron que hacer los estudios literarios fue abrirse en otras direcciones, generando eso que hoy se llama los “estudios culturales”, que es un campo compuesto de muchos campos y que, por lo mismo, no puede servirse de un solo tipo de discurso científico para ser puesto de manifiesto, sino que tiene que echar mano a un modo discursivo que se mueve en distintas direcciones y registros. Un modo discursivo que, como decía el muy buen ensayista chileno Martín Cerda, es el modo del tanteo, del moverse a partir de una visión que si no es enteramente a ciegas, tampoco está completamente clara, mediante la búsqueda, la exploración, el ir abriendo caminos dentro un universo que es abigarrado y confuso al mismo tiempo. Y ese universo es, contemporáneamente, el de los estudios culturales, donde sólo es posible moverse recurriendo al ensayo, tanto por la naturaleza del material con el que se está trabajando como por la visión inter y multidisciplinaria que ese material requiere.

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Ahora bien, esa actitud que aparece solitaria en Sor Juana, ¿en qué momento vuelve a manifestarse en nuestro continente? Reaparece, de manera notable, en la primera mitad del siglo XIX y se va a mantener a todo lo largo de la centuria. Lo que acontece allí es, sin embargo, bien particular, pues quienes están hablando en esos ensayos de mediados del XIX (estoy pensando en Bello, en Sarmiento, en Lastarria, en Alberdi, en Altamirano), son individuos con una conciencia moderna operando en un mundo premoderno, que es en un tiempo nuevo, el mismo desfase que había experimentado Sor Juana en la colonia de México; un mundo premoderno, por otra parte, del cual muchos de ellos son parte. Bello, por ejemplo, es Rector de la Universidad de Chile y senador; Sarmiento es una gran figura de la cultura argentina, que llegará a ser Presidente de la República. Son personas que están instaladas en ese mundo premoderno pero que, al mismo tiempo, tienen respecto de él visiones que sobrepasan los límites de comprensión de ese mundo, y, en esa circunstancia, producen un tipo de reflexión que pide la forma del ensayo. Es curiosa la posición de estos intelectuales de mediados del XIX en América Latina, pues está este grupo que son intelectuales orgánicos, pero no orgánicos al mismo tiempo dada su dosis de discrepancia o deseo de transformación, y están los otros, como es el caso de Francisco Bilbao, que simplemente le dan la espalda a esa realidad y se transforman en exiliados permanentes, francotiradores que disparan desde fuera del sistema. Eso desde el momento en que a Bilbao le queman en la Plaza Mayor de Santiago de Chile su Sociabilidad chilena (1844). De ahí en adelante será un paria, un nómade. Si el ensayo se instala conflictivamente dentro de estos espacios premodernos, ¿cuál es su posicionamiento con el advenimiento de la modernidad latinoamericana? Todo lo que referí antes viene a rematar a finales del siglo XIX, donde lo que se instala en América Latina es la modernidad finalmente, pero de un modo defectuoso, imperfecto, debido a cuestiones históricas muy concretas; lo que resulta en una modernidad parcial, fundamentalmente por dos condiciones: por un lado, porque no se despliega homogéneamente sobre el conjunto de la población, y por otro, por su condición periférica respecto de la modernidad central. En este escenario, vuelve a aparecer el ensayo, en autores como Martí, González Prada, Rodó y luego con los primeros pensadores marxistas hasta culminar en el pensamiento de José Carlos Mariátegui, a los que se agregan otros nombres importantes como los anteriores a la Revolución Mexicana, como los ateneístas, Alfonso Caso, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes. Todo ello hasta el Mariátegui de los años veinte, quien nos deja ese texto fundamental que son los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.

El momento siguiente, entre los años veinte y treinta y hasta los setenta del siglo XX, es el momento de un proyecto nacional democratizador, por la vía de los populismos nacionalistas o de democracias imperfectas e igualmente nacionalistas, lo que tiene que ver con la instalación, o con la tentativa de instalación, de una sociedad más democrática, con mayores posibilidades de desarrollo para la población, y capaz de extenderse territorialmente en todas las direcciones, lo que diferencia este proyecto del modelo oligárquico anterior. Es una tentativa noble, pero que resulta frenada o insuficiente, debido a razones que venían de atrás y que tienen que ver, por un lado, con la permanencia de la condición periférica de nuestro continente, y por otro, con el pecado capital de no haber intervenido el mundo rural, el que se mantuvo, hasta los años sesenta, en manos de la oligarquía terrateniente. Por lo tanto, sea cual sea el proyecto modernizador que se lleva a cabo en el país del caso, es un proyecto modernizador que tiene techo, y que por lo tanto deja afuera a una porción con frecuencia mayoritaria de la población. En estas circunstancias, el intento democratizador en el marco de esta segunda modernización de los países latinoamericanos, y las insuficiencias que este proceso evidencia, genera la reaparición del ensayo en tanto que se pone de manifiesto una vez más la necesidad de la crítica. ¿A qué ensayistas destacarías dentro de este período? El período lo inaugura Mariátegui, al que podemos ver como un pensador bisagra entre el mundo anterior y el nuevo, sobre todo a partir de su crítica de la situación rural, pues, para él, no había modernización posible, ni país posible, si no se resolvía el problema de la tierra. De ahí en más, las figuras clásicas del momento serán, hacia los años cuarenta y cincuenta, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges; y hacia el final de la curva, ingresarán autores como Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar y Antonio Cándido, quienes serán los sucesores y actualizadores de los anteriores, posicionándose en estrecha relación con ellos. Por ejemplo, Cornejo Polar se encomienda respetuosamente a Mariátegui y lo mismo hacen Ángel Rama con Henríquez Ureña, y Fernández Retamar con Alfonso Reyes. Todo lo cual va constituyendo una tradición de la crítica y, por lo tanto, una tradición de la ensayística latinoamericana, y que se continúa, después de la ruptura terrible que fueron las dictaduras de América Latina, con una línea que buscará el reamarre de los vínculos con esa tradición.

| Así es como aparece en su discurso la crítica, en condiciones problemáticas, pues Sor Juana está buscando, en un universo tan rígido como la colonia mexicana de la segunda mitad del XVII, cómo poner de manifiesto lo otro.|


En este nuevo escenario, a todas luces tan desfavorable ¿queda aun espacio para el despliegue de la crítica en América Latina? En efecto, porque, frente a estos intelectuales orgánicos que son los tecnócratas que producen discursos esencialmente cuantitativos respecto del funcionamiento del sistema, están los discrepantes, de nuevo, y ellos se manifestarán en el ámbito del ensayo. Esta va a ser la generación de Roberto Schwarz, en el Brasil, de Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia, en Argentina, por ejemplo, quienes expresan una discrepancia que, con sus propias maneras y sus propios énfasis, intentará reencontrarse con el pasado del que proviene. Yo mismo me considero parte de ese grupo, empeñado como estoy en reconstruir la tradición de la crítica latinoamericana. Otro tanto es lo que ha hecho Carlos Monsiváis en México, desde un enfoque casi foucaultiano, desarrollando una genealogía de la cultura popular, y lo mismo produce Elena Poniatowska en relación a la historia de la mujer mexicana, cuando reconstruye la historia de las soldaderas, de Jesusa Palancares, de la activista Tina Modotti u otras. Todo lo cual significa un esfuerzo por recuperar esas tradiciones en el México neoliberal. En el caso boliviano, puedo mencionar a Guillermo Mariaca, quien también viene trabajando dentro de la misma línea. Ahora bien, en el borde de este campo que se inaugura con las dictaduras, hay que reconocer a otro grupo de ensayistas, que son los postmodernos en general, quienes se hacen eco de los discursos de la crisis a nivel global. Lo que advierten es que las transformaciones generadas por el neoliberalismo globalizador pusieron contra la pared a lo que ellos llaman el “intelectual tradicional”, es decir, el intelectual que defendía la modernidad desde el punto de vista de sus valores emancipadores. Al respecto, su conclusión es que en la modernidad no había tales valores y que éstos eran o bien una ilusión o, peor aún, mecanismos edulcoradamente encubiertos al servicio de lo peor de la modernidad, que es la explotación capitalista y el colonialismo. En otras palabras, lo que hicieron esos intelectuales postmodernos al dar por cancelado el proyecto del intelectual tradicional fue decir que lo que había que hacer era inaugurar un nuevo tipo de intelectual, que tenía que ser “post-todo”, y ubicarse en espacios no tocados previamente. Pero como todo ya había sido tocado, eligieron el borde, el intersticio, el lugar que no es lugar. En cuanto al discurso, asumieron uno que no era ni el de la afirmación ni el de la negación, sino (como dijo el presidente mexicano Echeverría) todo lo contrario. Así, desde el punto de vista del valor del trabajo de este grupo, a mi juicio o no sirve para nada o está francamente al servicio de lo que existe y domina. En este último sentido, bastaría pensar en los que Beatriz Sarlo, hace más de diez años, llamó los “neopopulistas de mercado”, quienes, con el pretexto de defender los derechos de la cultura popular, defienden en realidad los derechos del mercado.

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¿Qué impacto tienen, entonces, las dictaduras militares de los años 70 en esta trayectoria de la crítica latinoamericana? La segunda modernización que América Latina experimenta llega a su término en los años setenta, con las dictaduras militares. En este orden de cosas, como en todos los demás, las dictaduras intentarán barrer con lo que fue el período anterior. En el caso de la dictadura militar chilena, en primera instancia, se tiende a pensarla como un intento por liquidar lo que había sido el gobierno de Salvador Allende y el proyecto de la Unidad Popular. Pero los militares, y si no ellos sus asesores, se dieron cuenta muy rápidamente de que el problema no era ése sino que lo que tenían que barrer era más, mucho más, y tenía que ver con el proyecto democratizador que había estado en funcionamiento en los cincuenta años previos. En esta circunstancia, los países de América Latina, con sus diferencias, empiezan a entrar en la era del neoliberalismo globalizador, que en rigor es el ajuste de América latina a la nueva etapa del orden capitalista mundial. Ese cuadro histórico nuevo, que aparece en los setenta, y que se realiza plenamente en Chile, instala un nuevo paradigma del conocimiento que, en verdad, no es conocimiento propiamente tal, sino la asunción del sistema capitalista como el “orden de la naturaleza”. De allí que es un conocimiento que no genera científicos, que investigan lo que existe para descubrir más o desechar ciertas cosas y reemplazarlas por otras, sino que produce tecnócratas, en tanto operadores de lo consabido. Y esto es lo que constituye hoy día, en el ámbito de las ciencias sociales latinoamericanas, lo que yo llamaría el discurso científico oficial, que efectivamente es muy oficial pero que no tiene nada de científico. Las escuelas de economía, por ejemplo, hoy se llaman “escuelas de negocios”, y lo que ellas les enseñan a sus estudiantes es a operar bien dentro del sistema, sin hacerle preguntas de fondo. Así, lo que pasa por discurso científico es un discurso tecnocrático que tiene que ver con el proyectismo y el manejo de encuestas, lo que por ejemplo se enseña en las escuelas de sociología, pero que también se relaciona con el abandono del estudio de la historia para comprender la sociedad, pues se da por sentado que la sociedad es la que es, la que fue y la que debe ser. La historia no hace falta. Por cierto, todo esto se resuelve en un funcionalismo desaforado.

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ENSAYO ESPAテ前L EN EL SIGLO 21

Del ensayo de ocasiテウn a la manufactura

por JARA CALLES HIDALGO*

por JARA CALLES HIDALGO*


del diálogo establecido entre dos generaciones muy atentas a la agenda de temas impuestos por la cultura global: la injerencia de las nuevas tecnologías, el terrorismo, el consumo masivo, la cultura popular y digital.

E

*Jara Calles (Zamora, 1984) es Licenciada en Filología Hispánica y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Desde 2009 desarrolla su labor investigadora en el área de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Salamanca, donde trabaja sobre la incidencia de la ciencia y las nuevas tecnologías en la realización de las poéticas actuales. Codirige el espacio de crítica literaria y cultural Afterpost.

n un artículo de reciente aparición, Félix de Azúa analizaba la situación actual del pensamiento en España, tomando como testigo la publicación del ensayo Nunca fue tan hermosa la basura (Galaxia Gutemberg, 2010). En el artículo, que se titulaba “La filosofía en el vertedero”, Azúa denunciaba el carácter moribundo del género, a excepción de una serie de autores, entre ellos José Luis Pardo, a los que hacía responsables del resurgir de un “pensamiento filosófico” propio, renovado. Según parece, ésta no es una situación al margen del resto de disciplinas, sino que responde a un patrón de auto-emulación, que deja muy de lado la “verdadera” investigación estética. O, lo que es lo mismo, la innovación como proyecto de compromiso con la actualidad. De algún modo, esto es algo que podría leerse en términos de retraso sociocultural, aunque ha sido con el inicio del siglo XXI cuando la necesidad de actualización de los patrones de pensamiento heredados ha comenzado a hacerse explícita; y a ser relevada por pensadores que podríamos considerar de “nueva generación”: Eloy Fernández Porta, Vicente Luis Mora, Agustín Fernández Mallo o Juan Freire. También al alimón con esos otros autores que se debaten entre ambas direcciones (la auto-emulación y la renovación), que no han de ser necesariamente opuestas a fin de generar alternativas. Pienso en autores que están amparados por la institución cultural y la Academia, y cuya producción ensayística se caracteriza por haber sabido acomodar sus discursos a los imperativos de este tiempo.1 Por otro lado, y con independencia de lo que parecen indicar las cifras de venta editoriales (el ensayo de ocasión), la actividad filosófica en el ámbito nacional es hoy una práctica minoritaria. Primero, porque no todos sus protagonistas están dispuestos a asumir el esfuerzo que supone afrontar la compleja tesitura social en la que nos encontramos y, segundo, porque la comodidad profesional es hoy (y más que nunca) un valor en alza. Ahora bien, lo que ocurre es que cada vez resulta más difícil mantenerse al margen de la “realidad” contemporánea, cuya fundamentación pasa, inevitablemente, por la cultura y el consumo masivos, la publicidad y los dispositivos tecnológicos. Lo que aquí se requiere es una traducción discursiva de una facción estética que es común a todas las sociedades desarrolladas, aunque no sea tarea fácil. Hay que pensar que el coste de evitar este tipo de implicaciones conlleva un precio aún mayor, como es la extenuación intelectual a causa de aproximaciones miopes que sólo producen ruido de fondo y saturación editorial. Por eso mismo habría que destacar la producción ensayística de autores como Manuel Castells, José Luis González Quirós, José Luis Brea, José Luis Molinuevo, Félix Duque o José Luis Pardo. Pues cada uno a su modo ha sabido conciliar la escritura académica con poéticas de naturaleza más excéntrica, sin llegar a convulsionar demasiado el stablishment algo recalcitrante al que pertenecen: la Universidad. Hasta el punto de que es este

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Un recorrido por la última década del ensayo español a partir

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equilibrio entre el academicismo y cierta escritura contracultural lo que ha hecho posible que actualmente contemos con nuevos espacios para la crítica y la reflexión filosófica sobre el presente, de manera más efectiva. Es decir, asumiendo el contexto contemporáneo en toda su complejidad, pues sólo así pueden medirse las cualidades específicas de una determinada sociedad. Por eso ya no es posible interrogar al presente sin considerar aspectos como la globalización, el terrorismo o el consumo masivo, la injerencia de las nuevas tecnologías, o la cultura popular. Según lo veo, y retomando la cuestión del ensayo en España, podríamos considerar como punto de inflexión de este proceso de apertura y renovación, la aparición en 2003 de Repensar la cultura de José Luis González Quirós. Que fue un texto contenido y algo cauteloso en el que, sin embargo, ya se apuntaba la necesidad de revisar el concepto de cultura a la luz de los acontecimientos históricos más recientes. En este sentido, y considerando la cultura como agente fundamental para el desarrollo de una sociedad, González Quirós subrayaba el carácter “problemático” que ésta planteaba en el momento de su recepción, tras haber asumido los presupuestos programáticos posmodernos. De algún modo, esto constituía una “novedad histórica” que llevaba cierto grado de confusión en su propio planteamiento: “la cultura que ordinariamente deberíamos tener como propia […] nos resulta extraña, y a sus creadores les resultamos extraños muchos de nosotros” (González Quirós, 2003: 225). Una situación de incomodidad frente a los productos culturales de esta época, cuya razón estética está aun por definir, pese a la proliferación de ensayos y artículos en torno a la posmodernidad y el posmodernismo. De este modo, quedaba planteada no ya la necesidad de repensar la cultura, sino de elaborar un discurso en torno a ella con herramientas actualizadas, o en el caso de tratarse de las ya establecidas (actualmente ocurre con la categoría no-lugar de Augè2), siempre después de haberlas sometido a revisión o a un previo reciclaje. Un desafío no poco ambicioso, que tres años más tarde desembocaría en una compilación de ensayos (coordinada también por González Quirós), donde una serie de autores acotaba desde flancos diversos la situación actual de la cultura y, más en concreto, los conceptos de creación e innovación en el contexto social contemporáneo. El volumen, Los rascacielos de marfil (Lengua de Trapo, 2006), proponía un análisis del presente de manera integradora; un recorrido plural por los distintos ámbitos de la sociedad atendiendo al orden de la innovación. Revisando al mismo tiempo el concepto de “novedad” y su relación directa con el actual uso del “gusto” como dispositivo comercial. Una actitud que, bajo mi parecer, sería el punto de convergencia de los ensayistas arriba mencionados: resolver desde dentro los “problemas” inherentes a nuestro tiempo, con el fin de alcanzar soluciones satisfactorias; o sea, coherentes, en tanto reactivación de los discursos filosóficos dirigidos hacia el carácter multidimensional de la actualidad (sería el caso de Manuel Castells en La sociedad red (Alianza, 2006) o Comunicación y poder (Alianza, 2009)). Aunque también encontramos discursos que parten de la filosofía del arte para abordar una determinada sensibilidad: “la ética de los falsos consuelos” (Duque, 2004: 106) a partir de las distintas representaciones artísticas del terror(ismo), el horror, el dolor y la violencia como síntomas de época. La cultura popular en relación a sus transformaciones más recientes (José Luis Pardo) o la dimensión visual (imágenes) de la actualidad, como serían los casos de José Luis Brea y José Luis Molinuevo.

| Una actitud que, bajo mi parecer, sería el punto de convergencia de los ensayistas arriba mencionados: resolver desde dentro los “problemas” inherentes a nuestro tiempo, con el fin de alcanzar soluciones satisfactorias.|


Así las cosas, habría que situar el punto de inflexión de este proceso de 2005 en adelante, aunque el giro hermenéutico definitivo, en mi opinión, tuvo lugar con la aparición de Homo sampler (Anagrama, 2008) de Eloy Fernández Porta. Algo que fue posible, en parte, gracias a la labor concreta de autores como J.L. Pardo, J.L. Brea y J.L. Molinuevo, que puede verse como puente entre aquellos ya mencionados y los que hoy protagonizan la vanguardia del ensayo en España. La solución a una cuestión de actitud (estética / sociológica) que podemos sintetizar de manera muy visual en una diferencia que apuntó Agustín Fernández Mallo a propósito de un “narrador” propiamente contemporáneo: aquel que escribiría siglo21 en lugar de siglo XXI. Y que configura, al parecer, un abismo. Por eso conviene repasar, aunque sea de manera transversal, parte de la producción ensayística de estos autores, que a pesar de que divergen en sus planteamientos, comparten determinados presupuestos y, sobre todo, una misma posición respecto a la actualidad. Así José Luis Pardo y su trabajo desde la música popular (paradigma), José Luis Brea desde la cultura digital (sus formas de representación y distribución de contenidos) y José Luis Molinuevo sobre la reformulación del Humanismo a la luz de las Nuevas Tecnologías. Tres líneas de actuación que, como veremos, serán los puntos de conexión con los nuevos ensayistas, que combinan éstas con otras teorías y herencias, configurando una tradición más personalizada, y mucho menos normativa, como corresponde a un consumo actualizado de la cultura. Por tanto, y siguiendo el orden establecido, es fundamental reconocer el alcance que ha tenido el aparato crítico desarrollado por José Luis Pardo, que toma la música popular como agente exponencial de los cambios sociales ocurridos entre finales de siglo y los inicios de éste. Así lo reflejaba en Esto no es música. Introducción al malestar de la cultura de masas (Galaxia Gutemberg, 2007), que era un paralelo hermenéutico entre las proyecciones musicales y fílmicas de ese periodo y las transformaciones socio-culturales que estaban teniendo lugar en aquel momento. Lo que a su juicio se debía a un malestar en efervescencia, que culminaría con la desestabilización definitiva de la cultura normativa, gracias a un movimiento incesante de elevación de las prácticas populares y contraculturales al estatuto de CULTURA. Por supuesto, esto tendría claras repercusiones en el resto de ámbitos y espacios sociales, políticos, académicos, etc., como actitud generalizada, global. la entrada del ruido en la música es sociológicamente inseparable de la entrada de las masas en la historia […] La música no es solamente una actividad estética, es también una institución social (que impone o levanta fronteras entre lo musical y lo ruidoso), y creo que ambos aspectos son inseparables 3 En este sentido, se trata no sólo de un ejercicio de filosofía (estética) aplicada al arte contemporáneo, sino de un análisis sociológico que toma lo popular como relato histórico de una nueva sensibilidad en vías de [trans]formación. Lo que supone trabajar a partir de un modelo analítico en mayor conexión con las formas de conocimiento actual, que se define relacional, permeable, conectivo e interdisciplinar. Algo similar a lo que encontramos en Nunca fue tan hermosa la basura (Galaxia Gutemberg, 2010), que constituye una compilación de textos (publicados entre 1994 y 2008) que muestra una de las caras más interesantes de la “nueva crítica” institucional pero (relativamente) contracultural, muy atenta al desarrollo de la experiencia contemporánea.

| …José Luis Pardo, que toma la música popular como agente exponencial de los cambios sociales ocurridos entre finales de siglo y los inicios de éste.|

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De hecho, lo mismo ocurre con la labor ejercida por José Luis Brea, que se sitúa más allá de la crítica normativa, trabajando muy en concreto sobre la sociedad de las nuevas tecnologías como localización actual de la cultura.4 Ni qué decir tiene, sus discursos incorporan cuestiones como la globalización o el capitalismo cultural, que hoy problematizan las instituciones del conocimiento, los territorios para la creación (arte, ciencia, tecnología), la sexualidad o las relaciones sociales, públicas, laborales. Como podemos ver en Cultura_RAM (Gedisa, 2007), Brea traslada el modelo de memoria RAM (aleatorio, relacional) de los ordenadores al sistema social contemporáneo. Un discurso amplio que acoge distintos aspectos de la sociedad actual, adelantando, con el último capítulo, el que sería el tema central de su trabajo posterior: Las tres eras de la imagen (Akal, 2010), en el que desarrolla ese “cambio de régimen escópico: del inconsciente óptico a la e-image” (Brea, 2007:177). Para desarrollar una genealogía de la imagen a través de los distintos tratamientos que ésta ha soportado a la luz de los medios técnicos que han conformado su historia. En este sentido, es su tratamiento concreto lo que modifica la recepción de las imágenes en cada época, así como su valor (y poder) en un determinado contexto, como podría ser el actual, donde la tendencia que se aprecia es hacia una mayor visualidad: a la vida por las imágenes. En una línea cercana (pero distinta) a estas cuestiones, dedica parte de sus publiciones en Pensamiento en imágenes José Luis Molinuevo; aunque aquí vayamos a centrarnos, sobre todo, en sus últimos trabajos dedicados a la sociedad de las nuevas tecnologías y sus manifestaciones artísticas. Desde Humanismo y Nuevas Tecnologías (Alianza, 2004) a La vida en tiempo real (Biblioteca Nueva, 2006) donde desarrolla un discurso sobre la realidad contemporánea a partir de una idea clave que se mantendrá de manera constante: somos seres tecnológicos. Una cuestión de transformación de la identidad “tradicional” que ya no permite operar bajo formas de pensamiento idealistas, o polarizaciones obsoletas: hombre-máquina, sociedad-redes, virtual-real. Lo vemos en La vida en tiempo real, donde analiza en profundidad el concepto de tiempo en relación a estas cuestiones, así como el estado algo desactualizado del cyberpunk, las utopías digitales o conceptos como el de cyborg, realidad virtual, o el calificativo posthumano. Tópicos, en definitiva, que aún siguen pendientes de revisión, pero que suenan igual de lejanos ahora que entonces. De hecho, también en Magnífica miseria (Cendeac, 2009) sigue un programa similar de análisis del presente, articulado en torno a ese “pensamiento en imágenes” que, en sí mismo, es una forma de experiencia estética de la sociedad de las nuevas tecnologías. Lo que le permite revisar el lugar que ocupan ahora la tecnoilustración y el tecnorromanticismo en los contextos actuales; constituyendo así punto de unión con alguna de las líneas del pensamiento desarrollado por Eloy Fernández Porta

Como hemos visto, en estos años se ha ido gestando una sensibilidad favorable para la recepción de estos otros discursos de vanguardia (la manufactura), llevados ahora a cabo por escritores (dijimos antes “de nueva generación”), que no sólo asumen la tradición ya establecida, sino que se ocupan de componer la suya propia, dando como resultado genealogías singulares que van más allá de lo institucionalmente aceptado. De algún modo, esto comenzó con la publicación de los ensayos Singularidades (Bartleby, 2006) y La luz nueva (Berenice, 2007) de Vicente Luis Mora, en los que analizaba el estado de la literatura contemporánea sin demasiadas concesiones. Esto generó cierta polémica, pero un interesante e intenso debate en torno a esas cuestiones, lo que siempre es saludable. Aunque sería Pangea (Fundación J.M. Lara, 2006) su incursión definitiva en el terreno de la cultura digital (eso sí, de forma divulgativa) y, Pasadizos (Páginas de Espuma, 2008), su incursión más arriesgada en el terreno del ensayo propiamente dicho. En esta obra, Vicente abordaba la tradición artística, desde la modernidad a nuestros días, considerando el espacio como categoría constante de sus reflexiones; centrándose también en la resolución que las tensiones tradicionales entre forma y contenido habían tenido en el arte a lo largo de esos años. Sin embargo, y como ya hemos dicho, fue con Homo sampler cuando se produjo el cambio definitivo dentro del ensayo español contemporáneo. Pues se trataba de una obra que presentaba un programa singular de pensamiento, en forma de propuesta analítica dirigida al centro mismo de nuestro tiempo. Para ello, Porta acogió la metáfora del sampler como aparato metodológico, dado que es así como se manifiesta la estética [after]pop (que ya fue revisada en un ensayo anterior: Afterpop (Berenice en 2007)) en la época de su disolución. De hecho, sólo así se explica el carácter híbrido de este texto, tan contaminado por trazas que provienen de géneros como el fanzine o las revistas de tendencias o la crítica musical. Referentes culturales en principio ajenos al discurso académico oficial, que sin embargo refuerzan el alcance semántico de su propuesta. Aquí encontramos cuestiones como la neutralización de los debates entre alta/baja cultura, la reformulación de lo popular como producto de época, o el tecnorromanticismo como renovación estética (La feria de las vanidades vista ahora a través de los nuevos medios6). Porque al fin y al cabo así ocurre en nuestra vida cotidiana, incluso en su dimensión emocional. De manera más extensa, esta cuestión aparece tratada en €®O$, Premio Anagrama de Ensayo 2009. Un texto en el que Porta recorre algunos de los lugares comunes de las relaciones afectivas (sus distintas representaciones discursivas) con el fin de situarlas en los contextos actuales; teniendo siempre en cuenta la renovación de los códigos emocionales a la luz de los nuevos medios. Por lo tanto y teniendo esto en cuenta, no se trataría tanto de renovación como de ampliación de los espacios


y objetos de reflexión. Pues si algo caracteriza a estos escritores es evitar los lugares comunes, para profundizar en los puntos ciegos de las discusiones habituales sobre la experiencia contemporánea. A esta misma pretensión responden los trabajos de Agustín Fernández Mallo (Post-poesía, Anagrama, 2009) y Beatriz Preciado (Pornotopía, Anagrama, 2010), donde se incorporan nuevos lenguajes (la ciencia como sustrato poético) y referentes (la teoría queer, ahora en su versión reciclada) para desarrollar, desde esos patrones, una forma distinta de crítica de la cultura. Ahora bien, tampoco podemos olvidar la generación de pensamiento en red, siguiendo con el ensayo, como ocurre con los casos de Juan Freire y Tíscar Lara, tal y como vemos en sus respectivas páginas: Nómada y Tíscar. com. Donde vierten reflexiones, materiales y discursos orientados hacia la mejora de la ciudadanía, las nuevas tecnologías y la cultura digital. De hecho, es muy significativo el trabajo de Tíscar en relación a la repercusión y explotación óptima de los medios digitales en los ámbitos de la Educación y la gestión del conocimiento. Revisando cuestiones como el copy&paste, la creatividad, los derechos de autoría, etc. Que es una vertiente de algún modo avanzada en La vida en tiempo real, de José Luis Molinuevo, en términos de responsabilidad estética y ética; esto es, como trabajo para la construcción de “una forma de ser para saber estar” (Molinuevo, 2006: 160). Por su parte, es cierto que Juan Freire sigue una línea algo diferente, dirigiendo su atención hacia la e-cultura o, lo que es lo mismo, la presencia de la cultura digital en las redes sociales, las organizaciones de conocimiento, y los espacios urbanos. Configurando así una apuesta por la difusión abierta de contenidos, que permite no sólo la aportación de información bajo demanda, sino también la discusión y confrontación de los mismos. Se trata de otro tipo de gestión de la información, que permite superar los circuitos habituales de publicación y ampliar la recepción de sus reflexiones, permitiendo también su libre manejo y utilización. Estamos, por tanto, en un momento favorable para la proyección de nuevos protagonistas dentro del ensayo escrito y producido en España, para lo que resulta indispensable introducir nuevas estrategias de aproximación a lo común, y evitar caer en tópicos y formas de pensamiento regresivo. Convulsionar y mover a la reflexión, a la crítica perspicaz.

| Porta acogió la metáfora del sampler como aparato metodológico, dado que es así como se manifiesta la estética [after]pop.|

1 Como sabemos, ha sido a comienzos de siglo cuando han ocurrido algunos de los sucesos más significativos (por definitivos) para las sociedades desarrolladas (los atentados del 11-S o la instauración de Internet 2.0), cuya implicación política y cultural ha dado lugar a una nueva forma de ingeniería social hasta ahora inédita. Y que supone, además, la necesidad de operar bajo formas renovadas de aproximación, sin necesidad de repetir o forzar discursos que nada tienen que ver con este momento en concreto. 2 Aquí puede verse un intenso debate sobre la condición actual de este concepto: http://joseluismolinuevo.blogspot.com/2009/08/los-si-lugares.html 3 Fuente: http://666ismocritico.wordpress.com/2007/12/07/lamusica-es-una-sustancia-peligrosa-entrevista-a-jose-luis-pardo/ 4 El propio José Luis Brea dirige los espacios digitales Estudios visuales y ::Salonkritik::, que actualmente son dos lugares de obligada lectura y observación. 5 Manipulación del título de una canción de The Beatles: She´s leaving home. 6 Aquí se recoge una noticia a este respecto, sobre la nueva Generación Yo, publicada en EP3.es http://blogs.myspace.com/index.cfm?fuseaction=blog.view&friendId=9 5067477&blogId=460682629 Bibliografía Duque, Félix. Terror tras la postmodernidad. Abada, Madrid, 2004. González Quirós, José Luis. Repensar la cultura. EIU, Madrid, 2003. Molinuevo, José Luis. La vida en tiempo real. Biblioteca Nueva, Madrid, 2006.


POLITICAS LINGÜÍSTICAS: EL CASO PARAGUAYO

Bartomeu Melià y la retórica jesuita Nacido en Mallorca, doctorado en ciencias religiosas por la Universidad de Estrasburgo, Bartomeu Melià ha convivido con los indígenas guaraníes, kainganges y enawené-nawé desde 1954. Autor de numerosos ensayos sobre la lengua, etnografía e historia paraguaya, es desde hace años uno de los principales impulsores de un bilingüismo que acepte al español como segunda lengua. por MATEO NIRO*


| Melià confronta con los que considera discursos impropios sobre la historia y, en ese mismo sentido, opera sobre la realidad lingüística del presente en el cual se discuten las políticas (estatus, equipamiento, estandarización, etc.).|

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a situación sociolingüística paraguaya se presenta como un caso singular dentro del contexto latinoamericano, ya que se trata de una sociedad en la que, a pesar de haber estado atravesada quinientos años por una burocracia hispánica, la lengua guaraní pervive como lengua mayoritaria -hablada también por no indígenas. Esta coexistencia, sin embargo, no está dada con usos ni representaciones equilibradas, ya que, mientras el castellano es la lengua de la escritura, de la burocracia pública y del prestigio, el guaraní queda relegado a situaciones íntimas, coloquiales y fundamentalmente orales. La biografía lingüística del Paraguay estuvo signada, a su vez, por debates y políticas públicas zigzagueantes acerca de qué hacer con esa situación, recorriendo un amplio espectro de normas que fueron desde la restricción del uso público de la lengua guaraní hasta la de la exaltación identitaria de la misma en discursos simbióticos entre lengua y nación. Dos tiempos históricos fueron, quizás, los de mayor promoción de acciones concertadas a favor de la oficialización y consecuente estandarización de la lengua guaraní: el de las misiones jesuitas, cuando la discusión estaba dada fundamentalmente por cuál debía ser la lengua para la evangelización; y el que se abrió a partir de la caída de Stroessner y la reforma de la Constitución Nacional de 1992, cuando la discusión estuvo (y está) signada por cuál debía ser la lengua de la instrucción pública. Uno de los teóricos más calificados y prolíficos sobre la/s lengua/s del Paraguay es Bartomeu Melià, sacerdote jesuita nacido en la isla de Mallorca en 1932 y radicado en Paraguay desde 1954 (aunque vivió exiliado en el Brasil casi diez años). Una de sus hipótesis, que atraviesa el conjunto de su obra, confronta con lo que llama el relato historiográfico liberal del siglo XX, que postula que el Paraguay se distingue identitariamente por el mestizaje y el consecuente bilingüismo. Esta idea, para Melià, es una construcción imaginaria que propende a cierto deseo ideológico de homogeneidad donde no la hay. Por el contrario, dice Melià, el guaraní (y no el bilingüismo) es lo que define la identidad del Paraguay, determinada así por la historia lingüística del país –del pasado remoto colonial, del período de Nación independiente, del presente de lengua mayoritaria. En todo caso, Melià propone que se acepte sin reticencias y sin timidez un bilingüismo con el español como segunda lengua. En este primer planteo que hacemos sobre el abordaje teórico/político que hace Melià ya se vislumbra una de las constantes de su discursividad crítica: Melià confronta con los que considera discursos impropios sobre la historia y, en ese mismo sentido, opera sobre la realidad lingüística del presente en el cual se discuten las políticas (estatus, equipamiento, estandarización, etc.). Podemos tomar en esto dos condicionantes que confluyen: en el Paraguay, los abordajes que puedan realizarse a las problemáticas de la lengua generan la sensación de que debe responderse, de manera categórica y urgente, sobre lo que hay que hacer; por el otro, Melià se inscribe en la vasta tradición retórica jesuita en general, y, en particular, con la ligada a la problemática de las lenguas (español/guaraní) que cimentaron sacerdotes tales como Antonio Ruiz de Montoya en el siglo XVII. Porque así fue desde el tiempo de las reducciones y así sigue siendo en la actualidad: en el Paraguay, las decisiones políticas sobre las lenguas parecen requerir ser tomadas. Es en este complejo y rico contexto lingüístico donde la palabra de Melià se pronuncia confrontando y dictaminando desde siempre.

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*Mateo Niro. Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, docente de Semiología en el Ciclo Básico Común (UBA). Actualmente realiza sus estudios de doctorado bajo la dirección de Elvira Arnoux, investigando las reformas en las políticas lingüísticas en el Paraguay de las últimas décadas.


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| Según el último censo de población y vivienda de 2002 en Paraguay, los hablantes bilingües alcanzan un 59% del total de la población (33% con el guaraní como primera lengua y 26% con el castellano como primera lengua); del resto, el 27% es guaraní monolingüe y el 8%, castellano monolingüe; otros idiomas indígenas y no indígenas se corresponden con una mínima proporción.|

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El estado de la cuestión

Bartomeu Melià, en el Congreso de la Lengua celebrado en Cartagena de Indias en 2007, formula esta pregunta para dar comienzo a su intervención: “¿Cómo puede una lengua indígena haberse mantenido en un país de América Latina como lengua nacional e incluso oficial de un Estado moderno, no indígena? ¿Cómo se ha mantenido hasta la actualidad un alto grado de monolingüismo en esa lengua?” Según el último censo de población y vivienda de 2002 en Paraguay, los hablantes bilingües alcanzan un 59% del total de la población (33% con el guaraní como primera lengua y 26% con el castellano como primera lengua); del resto, el 27% es guaraní monolingüe y el 8%, castellano monolingüe; otros idiomas indígenas y no indígenas se corresponden con una mínima proporción. Luego de plantear esas preguntas, Melià mismo, inmediatamente, plantea una somera respuesta a partir de la exposición de algunos de los mojones principales de la historia de la lengua guaraní en el contexto hispánico: • el de los principios de la colonia (1537-1609), en donde por la carencia de una consistente y expresiva comunidad de hablantes del castellano, el guaraní dominó las relaciones sociales entre los miembros de la sociedad; • el de las misiones jesuíticas (1610-1768), período que significó una cierta consolidación y formalización del guaraní (escritura, elaboración de diccionarios y gramáticas, etc.); • y, en el período independiente del Paraguay, el de la presencia y función identitaria (y distintiva) en los dos grandes conflictos entre naciones que debió enfrentar el país: las llamadas “Guerra de la Triple Alianza” o “Guerra Grande” (1865-1870) y “Guerra del Chaco” (1932-1935). Esta supervivencia extraordinaria de la lengua guaraní no representa ni un estado de co-existencia equilibrada con el castellano ni tampoco es la resultante de un

proceso de convivencia pacífica. Muchos de los teóricos que han estudiado el caso lingüístico paraguayo (Joan Rubin, Augusto Roa Bastos, Graziella Corvalán, José Pedro Rona, entre otros) arriban, aunque con reservas en algunos casos, a una situación de bilingüismo diglósico entre una lengua mayor estándar, el castellano, y una lengua mayor vernácula, el guaraní. Meliá morigera esta caracterización de diglosia y señala como característica fundamental de esta co-existencia “el continuum en el uso de las dos lenguas” y el hecho de que el tránsito de una a otra se debe a datos situacionales que inciden en las opciones lingüísticas: “las variantes de zona rural frente a zona urbana, coloquialidad o formalidad, intimidad o distanciamiento, ligereza o seriedad en el discurso, pueden orientar las previsiones en el uso del guaraní o del castellano, pero estos factores hoy se entremezclan con sorprendentes ambigüedades”.1 Con el marco de esta situación sociolingüística, la Constitución Nacional del Paraguay, sancionada el 20 de junio de 1992, dictó en el artículo 140: El Paraguay es un país pluricultural y bilingüe. Son idiomas oficiales el castellano y el guaraní. La ley establecerá las modalidades de utilización de uno y otro. Las lenguas indígenas, así como las de otras minorías étnicas forman parte del patrimonio cultural de la Nación. Además del artículo 140 de la co-oficialización, el artículo 77 de la Constitución vigente refiere explícitamente al tema de la lengua en la educación: La enseñanza en los comienzos del proceso escolar se realizará en la lengua oficial materna del educando. Se instruirá asimismo en el conocimiento y en el empleo de ambos idiomas oficiales de la República. En el caso de las minorías étnicas cuya lengua materna no sea el guaraní, se podrá elegir uno de los dos idiomas oficiales.


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| Uno de los más paradigmáticos textos en guaraní de los jesuitas, de hecho el más extenso de los documentos, es el Catecismo de la lengua guaraní del Padre Antonio Ruiz de Montoya, impreso originalmente en Madrid en 1640.|

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La tradición jesuita

Decíamos que uno de los elementos significativos para la pervivencia de la lengua guaraní fue la constitución de las reducciones jesuitas en la zona. El guaraní, de hecho, fue la lengua “oficial” de ese “Estado dentro del Estado” que eran las misiones. En una pequeñísima semblanza del proyecto de la Compañía de Jesús en la región, podemos decir que se establecieron en los comienzos del siglo XVII con el objetivo de reforzar la tarea evangelizadora de los franciscanos y que fueron expulsados en 1768. En todo ese tiempo, los jesuitas se interesaron por el estudio de la lengua guaraní. Así, esta lengua indígena y oral fue reducida (el término es de Melià) en las misiones mediante la gramática y los diccionarios. El tiempo de las misiones produjo también literatura escrita, según consta en los documentos preservados, como así también textos religiosos (catecismos y sermonarios), y también escritos de carácter político e histórico. Todo esto generó un nuevo lenguaje que al cabo de un siglo se distinguía profundamente del guaraní de españoles y mestizos. Mientras tanto, el guaraní del Paraguay criollo se reproducía sin estar regido por ninguna normatividad ni estandarización. Uno de los más paradigmáticos textos en guaraní de los jesuitas, de hecho el más extenso de los documentos, es el Catecismo de la lengua guaraní del Padre Antonio Ruiz de

Montoya, impreso originalmente en Madrid en 1640. El modelo que sigue es el de un texto bilingüe hoy tradicional, en este caso a dos columnas, la izquierda en guaraní y la derecha en español. Una de las últimas ediciones facsimilares de la obra del Catecismo es del año 2008 y está prologada y anotada por el mismo Bartomeu Melià.2 Vale la pena detenerse en estos estudios de Bartomeu Melià sobre el Catecismo, intentando dar cuenta del tipo de abordaje y la posición que asume insertándose en la misma tradición que analiza. Tanto, que en su análisis de la obra de Montoya, resuena el eco de la coyuntura políticalingüística del Paraguay actual. Melià dice que los jesuitas de las misiones tenían absoluta y respetuosa confianza en la lengua de los misionados. También dice que Montoya, al traducir, y cuando es conveniente, no fuerza el guaraní al molde castellano, sino que muda el castellano conforme el guaraní; de esta manera, insiste en la idea de la interpretación y mitiga la idea de la traducción literal. Melià dedica todo un parágrafo a esta idea de “interpretación” en Montoya: en el arte de traducir, la clave está en utilizar el recurso adecuado que se puede suponer triple: • usar las palabras que corresponden por analogía; • cuando éstas no se hallan, crear neologismo a partir de un conocimiento profundo de la lengua;

• adoptar palabras de la otra lengua, que se supone arraigarán en el nuevo lenguaje. En el Catecismo de Montoya, según Melià, se pueden encontrar las tres soluciones. De esta manera, Melià parece establecer un recorrido recursivo: presenta a Montoya, subrayando una autoridad irrebatible en el terreno de los estudios sobre la lengua guaraní a partir de las características que él mismo le promueve, con un objetivo de rebote en el presente de producción del propio análisis, es decir, la discusión actual por la lengua guaraní, su oficialización laica, la normalización de la lengua y la puesta en vigencia de la reforma educativa. Para ejemplificar estos aspectos, cito la misma introducción de Melià al Catecismo de Montoya: El catecismo de Montoya va más allá de su primera intención, que es la educación de la fe; anuncia también un programa de educación bilingüe; mejor dicho, de enseñanza de castellano como segunda lengua, el primero que hubo en el Paraguay. Parafraseándolo podemos decir que Melià también va más allá de su primera intención, un estudio del catecismo de Montoya: anuncia un programa de educación bilingüe y una propuesta de normalización actual de la lengua guaraní.


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El valor de la experiencia

Otro de los puntos fundamentales a través de los que opera la retórica de Melià (inserto también, como espejo, en la tradición de Montoya), es el valor de la experiencia. En la misma edición del Catecismo se incluye, al final, la “Apología en defensa de la doctrina cristiana que en la lengua guaraní tradujo el venerable padre Luis de Bolaños por el mismo Antonio Ruiz de Montoya”. Se trata de un célebre auto-desagravio de Montoya a partir de la denuncia que le realizara el obispo fray Bernardino de Cárdenas por la traducción, que le endilga como herética, de términos del castellano al guaraní. A esta “Apología”, también le antecede un estudio crítico de Melià. Cito tres pequeños párrafos de este estudio, en los cuales, de igual manera que lo planteado en el parágrafo anterior, invoca fuertemente al pasado para tratar, más bien, cuestiones del presente. El primero tiene que ver con una cuestión meta-investigativa: Hace más de 25 años que me ocupé del asunto [se refiere a la “Apología”], con la pasión y el entusiasmo de un aprendiz de investigador. El affaire tenía ribetes policíacos cuya pista seguía con afán desde Strasbourg, donde estudiaba, hasta Roma y Madrid, con conexiones en Buenos Aires. (…) Lo que no sospechaba entonces era la pasión argumentativa por parte del padre Montoya en este affaire, que tuvo por escenario cinco ciudades: San Juan de las Siete Corrientes, Asunción, Madrid, Charcas y Lima. Otra vez se construye la argumentación a partir de un paralelismo entre aquella autoridad y ésta. Pero no se trata de cualquier paralelismo, sino que apela a una cuestión fundamental para la retórica jesuita: el valor de haber estado ahí. La experiencia es un elemento clave para el conocimiento y, por ende, para la eficacia de la persuasión. Y mucho más si se opera desde ese movimiento doble, del que está exponiendo el cuerpo en el teatro de los acontecimientos pero observando con el ojo y la autoridad del foráneo. Cito para ilustrar otros dos textos de Melià: el primero, hablando de Montoya en el mismo estudio del Catecismo: “Fue sobre todo la vida vivida por Montoya con los guaraníes que le permitió comprender aspectos de su religión, que en ningún otro escrito de su pluma son referidos tan explícitamente.” El segundo, hablando de él mismo, y extraído de la Introducción de su libro El guaraní conquistado y reducido (Universidad Católica, Asunción, 1993): Llevado como de la mano por don León Cadogan, ese nuestro grande maestro de la cultura guaraní, fui introducido en 1969 a una cierta convivencia por los Mbyá-Guaraní de Caaguasú (…) Esa modesta experiencia con tribus de Guaraní actuales iba a determinar profundamente, creo poder decir, mi visión de los Guaraní que por entonces sólo conocía a través de la historiografía y de mis estudios de la lengua.3

| Inserto en la tradición jesuita, Melià construye su crítica en una dialéctica permanente entre el dicho y el hecho, el discurso y la acción.|


Consideraciones finales

Atrayendo a una autoridad no menor pero que él mismo cimienta, Melià describe, analiza el problema y propone (dicta) la solución política. En un artículo de 2006 publicado en Montevideo por la UNESCO, Melià dice:

Resulta muy atractiva la ensayística del Padre Bartomeu Melià, una presencia insoslayable en el mapa discursivo del Paraguay sobre su sociohistoria. Y también sus opiniones sobre la política lingüística del presente. Michel De Certeau dice, sobre los jesuitas (él también lo es), que la “politización se apoya simultáneamente en la teología tradicional que sostiene el poder político en el mediador de un orden divino (…), en las teorías modernas que establecen la autonomía de lo ‘natural’ y del derecho positivo, y, más aún, en la experiencia cotidiana de una sociedad en vías de secularización.”7 Hemos destacado en este artículo que en el discurso de Melià prima el dictamen (condición necesaria del discurso persuasivo) y la confrontación, es decir, el discurso polémico. Marc Angenot, en La palabra panfletaria,8 caracteriza al discurso polémico con cuatro condiciones necesarias: • que se trate de un discurso; • que apunte a un blanco; • que se considere que tiene un discurso adverso; • y que el enunciado polémico se integre agresivamente. Estas características, sin lugar a dudas, están presentes en los trabajos de Melià. Lo que resulta interesante determinar es la identidad de ese blanco necesario. En uno de sus trabajos, Melià asevera categóricamente: “La práctica necesita teoría”9. El blanco de tamaña aserción es la clase dirigente responsable de llevar adelante las políticas lingüísticas del país. Pero lo que subyace en todos sus textos, con un blanco más próximo al del intelectual que al del burócrata, es que tampoco hay teoría sin práctica, mero análisis sin potencia retórica.

Hay una conveniente y hasta necesaria normalización que el Estado debe poner en marcha. Y una de las normalizaciones primeras será la de la ortografía. (…) La proclamada oficialidad del guaraní es muy precaria, por no decir letra muerta. (No hay bilingüismo oficial, ni tampoco lo puede haber “por decreto”. Es un proceso, en el que, sin prisa pero sin pausa, debe darse un ejercicio real de la oficialidad. Para ello, además de la voluntad, se requiere trabajos lingüísticos, conocimientos y consenso.4 El texto despliega un abanico de sintagmas prescriptivos elaborados a partir de verbos como deber, tener (también de obligación), necesitar y haber. En los más de los casos, antecedidas por cláusulas con verbos en presente de definición y sin modalizar (“El futuro del castellano en el Paraguay está en el guaraní”, por ejemplo). Perelman, en su clásico libro sobre la retórica postula que la incitación a la acción es una de las características fundamentales del discurso retórico.5 Ahí mismo es adonde arriban los textos de Melià habiendo realizado el siguiente recorrido: del polo expositivo al argumentativo; en el argumentativo, las hipótesis categóricas y las estrategias argumentativas para sostenerlas, la polémica y la acción inmediata que se debe asumir a partir de la persuasión. Inserto en la tradición jesuita, Melià construye su crítica en una dialéctica permanente entre el dicho y el hecho, el discurso y la acción. Porque: “Es en la acción donde se anudan los lazos concretos entre desarrollo, promoción y liberación; en la acción se da la interpretación entre Evangelio y vida concreta, personal y social de los hombres, y fuera de esa acción todo son discursos vacíos.”6

1 Melià, Bartomeu. Elogio de la lengua guaraní. Asunción, Centro de Estudios Paraguayos “Antonio Guasch”, 1995. 2 Ruiz de Montoya, Antonio. Catecismo de la lengua guaraní. Centro de Estudios Paraguayos “Antonio Guasch”, Asunción, 2008 (1640). 3 Melià, Bartomeu. El guaraní conquistado y reducido. Universidad Católica, Asunción, 1993. 4 Melià, Bartomeu. “El Paraguay, un estado en procura de reafirmar su identidad lingüística” en: El jardín de los senderos que se encuentran: políticas públicas y diversidad en el MERCOSUR. UNESCO, 2006. 5 Perelman. El imperio retórico. Norma, Bogotá, 1997. 6 Melià, Bartomeu. Una nación dos culturas. Centro de estudios paraguayos “Antonio Guasch”, Asunción. 7 De Certeau, Michel. El lugar del otro. Katz, Buenos Aires, 2007. 8 Angenot, Marc. La palabra panfletaria. 1982. 9 Melià, Bartomeu. “El estado del bilingüismo en el Estado paraguayo”, en: Derechos humanos en Paraguay, Asunción, CODEHUPY, 2004.

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Las estrategias de la prescripción

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REFLEXIONES SOBRE ALGUNOS TÓPICOS DE LA CIUDAD LETRADA

¿El campo y la ciudad: otra vez?

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Frente a una perspectiva binaria, racional y dualista, impuesta como mundialmente hegemónica a partir de la expansión y el dominio colonial de Europa sobre el mundo, la investigadora argentina plantea la necesidad de que el ensayo desnaturalice sus categorías de análisis al abordar el presente y sus textos. por SILVIA TIEFFEMBERG* *Silvia Tieffemberg es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Profesora Adjunta a cargo de la Cátedra de Literatura Latinoamericana I (B), Facultad de Filosofía y Letras (UBA) e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Una primera versión de este trabajo fue presentado al Congreso Internacional “Ciudades latinoamericanas. La utopía intelectual en una geografía inestable”. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 2009.

S

i atendemos a la extraordinaria productividad que ha tenido en la historia textual latinoamericana la categoría urbano (civilizado), tan opuesta como complementaria de rural (bárbaro), no resulta sorprendente que –nuestra mítica– Radiografía de la pampa, publicada en 1933, termine con un apartado que se titula “Civilización y barbarie”, ni que allí Martínez Estrada recuerde la “fisiológica enemistad” entre Sarmiento y Alberdi en las figuras de David y Goliath, prefigurando, diez años antes, ese otro ensayo que, aunque menos asediado, será su condición de interlocución sine qua non. La Buenos Aires cefalópodo de La cabeza de Goliath, urbe que cautiva en las dos acepciones del término, similar a la “envilece, devora” martiana, es –sin dudas– el constructo onírico de aquel que enuncia sin poder eludir, en la propia enunciación que lo constituye, el peso de la llanura “en estado de barbarie” (74) que lo viera nacer. Aun cuando Raymond Williams no vacile en universalizar los conceptos rural/urbano “por todo lo que parecen representar en la experiencia de las comunidades humanas” y remonte su origen a la época clásica (1973/2006 25), se hace evidente que tanto el campo como la ciudad son lugares geopolíticamente marcados y, por tanto, funcionan de manera particular en contextos históricos diferentes. En efecto, la expansión europea sobre América, a comienzos del siglo XVI, trajo como consecuencia, según explica Aníbal Quijano, que “las relaciones intersubjetivas y culturales entre […] Europa Occidental y el resto del mundo,” fueran “codificadas en un juego entero de nuevas categorías: Oriente-Occidente, primitivo-civilizado, mágico/mítico-científico, irracional-racional, tradicional-moderno.” (11), de las que urbano-rural, como va de suyo, forman parte. “Esa perspectiva binaria, dualista, de conocimiento, peculiar del eurocentrismo”, continúa Quijano, “se impuso como mundialmente hegemónica en el mismo cauce de la expansión del dominio colonial de Europa sobre el mundo.” (11) “Esta Europa Moderna, desde 1492, ‘centro’ de la Historia Mundial, constituye, por primera vez en la historia,” agrega Dussel, “a todas las otras culturas como su ‘periferia’.” (47)


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Periferias

En este marco de sentido voy a retomar Radiografía de la pampa, junto a otros dos textos críticos, para analizar brevemente algunos pasajes en los que se hace referencia a las periferias urbanas: “Pobreza y fealdad se apelotonan a las puertas de Buenos Aires como pordioseros a la puerta del palacio.”, dice Martínez Estrada cuando trata de definir aquel sector urbano al que denomina ciudad flotante; “Maderas y latas con charcas verdosas y basuras. Son los desechos de la metrópoli y al mismo tiempo un montón de escombros de sueños de opulencia; lo que no quiere ser ciudad y queda recalcitrante fuera y se apeñusca en los límites de la campaña. Por eso tales viviendas sórdidas y feas simultáneamente son las dos cosas: la ciudad y el campo.” (231). Cuarenta años después, y en la misma perspectiva, José Luis Romero en Las ciudades y las ideas encuentra que, con la masificación de las ciudades latinoamericanas, los conglomerados urbanos yuxtaponen al menos dos ciudades, una de ellas “constituida” por “mucha gente de impreciso origen” (319), cuya carac-

terística diferenciadora es la anomia; mientras que, para Ángel Rama en La ciudad letrada, toda ciudad está formada por dos ciudades coexistentes: “la ciudad letrada” surgida a partir de la idea de “orden” (113), constantemente amenazada por la “ciudad real” (144), en especial a partir de la modernización desde fines del siglo XIX. Lo que me interesa puntualizar de estos tres pasajes que pertenecen a textos que han sido emblemáticos, al menos en el área de las humanísticas, a la hora de hablar de las ciudades1 es que –y vuelvo sobre conceptos que, a fuerza de reiterarlos, hemos naturalizado– “lo urbano” se concibe como opuesto y en tensión permanente con “lo rural”, que el concepto de “ciudad” aparece como insuficiente –pues se habla de “ciudades”– y lo urbano necesita ser explicado como una estructura con dos elementos en dependencia jerárquica –uno es la periferia del otro–, y que esa periferia se presenta como un elemento de conceptualización lábil: es flotante, anómica, lejana de la racionalidad ordenadora: con-

serva en algún lugar incierto el sino amenazante de la ruralidad. Ahora bien, en la primera década del siglo XXI, Olivier Mongin en La condición urbana (2005) señala a través de un neologismo que, en Francia, se celebran “las virtudes de una rurbanización, “alquimia que logra el equilibrio ideal entre lo rural y lo urbano.” Incluso más adelante agrega: “Esta es la paradoja francesa: un país de dos caras que conserva comportamientos rurales al tiempo que el Estado y sus ingenieros están a la vanguardia de las transformaciones.” (16) El conjunto de citas me sugiere dos reflexiones: la primera es que en los últimos setenta años –y a despecho de los cambios en la cartografía planetaria que se traducen en bombardeos conceptuales como megalópolis, posciudad, globalización, mundialización– la discusión parece girar en los mismos términos: la vieja dicotomía campo/ciudad y su correlato centro/periferia, manteniendo el mismo lugar de enunciación, pues se enuncia desde la ciudad y el campo nunca se entiende más que como “lo


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Mapuches urbanos

que no es todavía ciudad”. En todos los autores citados se advierte una suerte de incomodidad por un proyecto inconcluso: el discurso de lo urbano se hace desde lo urbano. La ciudad letrada, la república de las letras, la ciudad de las ideas habla sobre sí misma. La segunda reflexión apunta a la necesidad de diversalizar2 un discurso único, abriendo el juego desde nuevos puntos de enunciación. Hacia allí intenta ir este trabajo. Lo que para Mignolo (2000) son historias locales frente a diseños globales, para Mongin son “reterritorializaciones,” (24), es decir, frente a “una mundialización que divide, fragmenta y separa en lugar de reunir y relacionar”, la lucha de clases se ha convertido en lucha por los lugares (25). “La mundialización urbana”, dice Mongin, no es “el fin de los territorios”, sino “la reconfiguración territorial” (168). Sin embargo, no deja de ser interesante la absoluta vigencia de los parámetros coloniales en esta obra de Mongin. El esquema de mundo se reduce a “europeo”/”no europeo” y, en la nostalgia de una missio cartesiana inacabada, toda ciudad alejada de la racionalidad ordenadora se transforma en peligro acechante para la civitas: “En Europa, las ciudades, ciertas ciudades, marchan todavía relativamente bien, pero en el mundo extraeuropeo se está jugando la suerte de lo urbano –y con ella, probablemente, la de la democracia–. En otras regiones, lejos de nuestros acicalamientos de las formas urbanas, la ciudad amenaza con volverse informe.” (171). Lo que sigue pone en acto las especulaciones conceptuales, al tiempo que escenifica los temores, del teórico francés.

En un lugar lejanísimo de París llamado Chile y más específicamente en una barriada popular en las afueras de la ciudad de Santiago –y esto se ha extendido hacia otras ciudades de la Patagonia argentina–, vive un grupo de jóvenes que se denominan a sí mismos “mapuches urbanos”. Por cierto estamos frente a otro fenómeno de la globalización que corre de la mano con las reterritorializaciones, la producción de nuevos discursos de identidad: “reetnizaciones” o “etnogénesis” para los antropólogos culturales (Bengoa 48). Los últimos censos realizados en Chile indican que el 9 % del total de la población es de origen mapuche y que más del 50 % de ellos viven en medios urbanos y no rurales (Chenard 1). El censo de 1992 muestra que el 41 % de ellos vive en la región metropolitana: los mapuches habitan las comunas pobres de la ciudad de Santiago como La Pintana, Colina, Pudahuel y Cerro Navia. Además, en estas comunas se encuentra el 50 % del total de la población indígena joven –entre 15 y 29 años– a nivel nacional. (Quilapi 2). Cuando en 1852 el estado chileno creó la provincia Araucana, que hasta ese momento había sido territorio independiente mapuche, no solamente expropió estas tierras y las redistribuyó sino que, para hacerlo, convirtió en “chilenos” a los pueblos originarios que las habitaban. Las guerras de pacificación que siguieron y finalizaron en 1883 diezmaron la población y fueron el inicio de un proceso de migración interna que se intensificó hacia 1930, recién en 1970 y bajo el gobierno de Salvador Allende, lograron recuperar algunas tierras pero la migración continuó, especialmente con la depredación de los bosques nativos. De esta manera, en el proceso de


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| …no deja de ser interesante la absoluta vigencia de los parámetros coloniales en esta obra de Mongin. El esquema de mundo se reduce a “europeo”/”no europeo” y, en la nostalgia de una missio cartesiana inacabada, toda ciudad alejada de la racionalidad ordenadora se transforma en peligro acechante para la civitas. |

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adaptación urbano, los hijos de migrantes mapuches en las grandes ciudades crecen entre dos hostilidades: la del nuevo contexto que los estigmatiza por su origen y la de la comunidad originaria que los desconoce por “awinkados”. (Chenard 5) En un reportaje aparecido en Página 12 en el año 2006 Lorena Cañuqueo, una estudiante universitaria de 23 años, explica que ella vive en Bariloche, una ciudad que ha articulado una imagen para el turismo, una fachada de belleza idílica, sin embargo, alejados del circuito de los tours están los barrios marginales habitados por mapuches expulsados de las zonas rurales. “Nosotros”, dice, “somos hijos de esa gente que estuvo obligada a venirse a las ciudades.” Pero esos jóvenes se fueron encontrando sin proponérselo en lugares como recitales y se fue gestando entre ellos una identidad que se reconocía en el rock, el punk, las camperas con tachas y el pelo con crestas, pero también con “una historia común de todas las familias, que era la historia del despojo, de desalojos, de negación, una serie de condiciones de subordinación. Entonces empezamos a hablar con más firmeza de que éramos mapuches.”, concluye Cañuqueo (Ferrari 2) que ahora forma parte de la “Campaña de Autoafirmación Mapuche Wefkvletuyiñ. Estamos resurgiendo”.3 En las Actas del Seminario Mapuche de Cerro Navia, Rubén Quilapi señala que ser mapuche urbano es el reflejo de “una simbiosis entre el mapuche que emigra a la ciudad por problemas económicos y el mapuche que permanece en el medio rural” y que el término muestra “dos realidades concretas del pueblo mapuche”, de ninguna manera se trata de una “diferenciación étnica”. (Quilapi 2) Con los embates sufridos para asimilarse a la ciudad, la cul-

tura originaria pierde consistencia, pero hay un relato que reaparece y es el referido a las vacaciones escolares: el regreso al campo. El encuentro con la familia, que ha permanecido en el medio rural, posibilita al hijo del migrante tomar contacto con la lengua ancestral, las leyendas, las costumbres, los valores (Quilapi 2), pero la búsqueda de la identidad originaria es un camino arduo que no todos se deciden a emprender.


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Diversalizar

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En el discurso de los jóvenes mapuches urbanos ha tomado relevancia la figura del poeta David Aniñir Quilitraro, nacido en un barrio marginal de Santiago y obrero de la construcción. Su primer libro, Mapurbe (2005), difundido fundamentalmente a través de internet, muestra desde el título que la relación campociudad está en el centro de la atención. Aniñir reterritorializa su espacio en la “pobla”4 santiaguina desde el lenguaje. Santiago es mapurbe (Aniñir 6), un neologismo que muestra claramente el origen mestizo del término, dado que une mapu –tierra–, uno de los vocablos más conocidos del idioma mapuche –con un cultismo como urbe, del latín urbs-urbis. De esta manera, el nuevo vocablo muestra, casi con ostentación, la unión de otros dos vocablos provenientes de lenguas diferentes y la unión de dos lugares, campo y ciudad, pero se trata de una unión que no es fusión: no hay indiferenciación. Santiago es también mapulandia (Aniñir 2), mierdópolis (Aniñir 6) y Santiagóniko (Aniñir 7). El procedimiento, que aparece también en otros neologismos del texto, parece tener continuidad en su segundo libro presentado en el 2008, que se titula Haykuches, y como el mismo autor indicó en la presentación, significa haikus mapuches5. Es decir, la utilización de la ironía que, como recurso retórico, nos vuelve reflexivamente hacia la palabra enunciada, y esto, de hecho, nos lleva a una toma de posición con respecto al lugar de enunciación: “Yo, lo que intento es plasmar en mi expresión literaria, de autoformación, mi poesía con un montón de mezclas y transculturizaciones que hemos tenido como generación que ha nacido en la ciudad, como jóvenes mapuches. (…) Yo creo que la diferencia (…) es que yo lo hago desde una realidad mapuche urbana poblacional, marginalidad que busca no marginarse.” (Ferrari 2) Dos particularidades más de la poesía de Aniñir que me interesa destacar: una es de naturaleza visual pero de repercusión en el significado: se trata de la utilización de la letra k en reemplazo del sonido gutural en palabras del español, especialmente en posición intermedia como eléktricas, déltikas, santiagóniko, orgánika, electróniko, elektrizado. La k es claramente una grafía que se asocia al universo punk pero también es la única que Aniñir utiliza para escribir los sonidos guturales del mapudugun, tal como puede constatarse en la primera poesía, “Yeyipun”, de la versión electrónica de su libro (Aniñir 1) De esta manera, el grafema que representa el sonido gutural mapuche se inscribe en el vocablo castellano poniendo de manifiesto la ajenidad de su procedencia. La otra surge de una breve referencia a la poesía “Oda al hambre”:

| …la dicotomía campo/ciudad, funcional a occidente por lo menos desde hace cinco siglos, se desarticula y pierde consistencia al enunciarla desde otro lugar que considera a ambas formando parte de un todo territorial que las precede. |

El hambre es la constante orgánika de que estás vivo Vivo en medio del hambre te vives Acompañado de mal genio, desolación y miradas perdidas en el techo El hambre fantasma de la pobla ronda día y noche Por sowetos vigilia a los niños muertos por inanición Por las favelas desnuda a los turistas Por los suburbios rapea como primitivo Y en los campamentos empapela tu visión. (Aniñir 7) El hambre es el lugar de enunciación y, desde allí, se emparienta con sowetos6, favelas, suburbios y campamentos7, esto es, con espacios emblemáticos del apartheid africano y las periferias urbanas latinoamericanas. Lo que me interesa señalar con este análisis tan sintético es que, en la perspectiva de un “mapuche urbano”, de alguien que se define como un obrero de la construcción que escribe, lo rural no se percibe como aquello que es necesario subsumir en la norma urbana sino como el origen que no debe olvidarse, puesto que de allí viene la fuerza de lo identitario: “Yo no he tenido mis conocimientos planteados desde la comunidad mapuche”, dice Aniñir, “donde yo pueda defender y revalorar mis derechos y ahora soy de la ciudad.” (Muga 2) Más aún, y volviendo al planteo inicial de diversalizar los discursos, la dicotomía campo/ciudad, funcional a occidente por lo menos desde hace cinco siglos, se desarticula y pierde consistencia al enunciarla desde otro lugar que considera a ambas formando parte de un todo territorial que las precede: “tanto la ciudad como el ámbito rural son formas de pensar el espacio que se dan mucho después de la conquista –dice Lorena Cañuqueo–, pero hablan de un mismo territorio. Ciudades como Bariloche, Neuquén, General Roca, Bahía Blanca, están en lo que hoy se reivindica como territorio mapuche. Nosotros no nos desplazamos de nuestro territorio, sí estamos desplazados de ciertas relaciones económico-sociales, muchas veces desvalorizados en nuestra identidad, pero es posible hablar con firmeza de la identidad porque esto sigue perteneciendo a nuestro territorio ancestral.” (Ferrari 3).


1 Dejo ex profeso sin citar porque excede los límites de este trabajo el texto de Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, publicado en 1989, en el cual se retoma a los tres críticos citados, pero se profundizan especialmente las propuestas de Ángel Rama, en particular en el capítulo III “Fragmentación de la república de las letras”. 2 Utilizo el término en tanto “diversidad epistémica como proyecto universal” que propone alejarse de “la búsqueda de nuevos universales abstractos de derecha o de izquierda” en el contexto de la emergencia de un pensamiento decolonial, según lo define Walter Mignolo (2001, 18) explicando los principios de la analéctica de Enrique Dussel. 3 En http://www.hemi.nyu.edu/cuaderno/wefkvletuyin/contacto. htm Campaña de Autoafirmación Mapuche Wefkvletuyiñ. Mosconi 311 Barrio Ñireco, CP 8400 Bariloche, Río Negro, Argentina. encuentromapu@yahoo.com.ar se describen las múltiples actividades que se están realizando desde este colectivo, en cuanto a artes y comunicación, en relación con la reconstrucción de la identidad mapuche. 4 Población, pobla, son vocablos con que se designa popularmente en Chile al barrio marginal, a las llamadas villas miseria en Argentina. 5 En http://alkunmapu.blogspot.com/2008/12/reflexiones-sobreellola-indgena.html se relata el particular clima político en que se realiza la presentación en el Centro Cultural Palacio La Moneda, con “cantitos” contrarios al accionar de la presidente Bachelet:”MICHELE!!! MICHELE!!QUE TIENE MICHELE!!!/ QUE MATA Y TORTURA IGUAL QUE PINOCHET!!!” 6 Soweto es un área periférica a la ciudad de Johannesburgo, construida durante la época del apartheid para alojar a los africanos negros y evitar el contacto con la población blanca. 7 En Chile se denomina campamento a los asentamientos de viviendas precarias en zonas abiertas.

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Bibliografía Aniñir, David. Selección de poemas de David Aniñir. Publicado por Comisión de Comunicaciones el 23 de febrero de 2005 en http://meli.mapuches. org 06-10-2006. Bengoa, José. La emergencia indígena en América Latina. Santiago, Fondo de Cultura Económica, 2007 (versión actualizada). Chenard, Ariane. “La identidad mapuche en el medio urbano”. Publicado por Comisión de Comunicaciones el 3 de enero de 2006 en http://meli.mapuches.org 06-03-2007. Dussel, Enrique. “Europa, modernidad y eurocentrismo” en: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Jacobo Lander comp, Buenos Aires, Clacso, 2000, págs. 11-40. Ferrari, Andrea. “Los mapuche Punk – Un movimiento indígena joven en las ciudades del sur de Argentina”, Página 12. Argentina. Enviado el jueves, 09 de Febrero 2006 en www.mipatagonia.org el 08-03-2007. Martínez Estrada, Ezequiel. Radiografía de la pampa. Buenos Aires, Losada, 1978. Mignolo, Walter. Capitalismo y geopolítica del conocimiento. El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporáneo. Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2001. Mignolo, Walter. Historias locales/diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid, Acal, 2003 (2000). Mongin, Olivier. La condición urbana. La ciudad a la hora de la mundialización. Buenos Aires, Paidós, 2006. Traducción de Alcira Bixio. Muga, Ana. “Rasguñando el asfalto”/Periódico Azkintuwe/Lunes 4 de julio de 2005. Publicado por Comisión de Comunicaciones el 5 de julio de 2005 en http://meli.mapuches.org el 08-03-2007. Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en: La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Jacobo Lander comp. Buenos Aires, Clacso, 2000, págs. 201-249. Quilapi, Rubén. “La necesidad de conocer la diversidad cultural” en: Actas Seminario Mapuche de Cerro Navia. Organización de Jóvenes Mapuche en el 06-03-2007. Rama, Ángel. La ciudad letrada. Hanover, Ediciones del Norte, 1984. Romero, José Luis. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Argentina, Siglo XXI, 1986 (1976). Williams, Raymond. El campo y la ciudad. Buenos Aires, Paidós, 2001 (1973).

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PARA UNA ENSAYÍSTICA DEL PRESENTE

ESCRIBIR EL PACHAKUTI

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Pocas ideologías como la positivista fueron capaces de enraizarse tan coyunturalmente en su tiempo. Considerado como precursor del indigenismo, Alcides Arguedas fue uno de los intelectuales más problemáticos de las letras hispanoamericanas. Aquí se analiza Pueblo enfermo y Raza de bronce a partir de imprevistos cruces con el ensayo reciente.

por JIMENA NÉSPOLO

¡A

tención! Ante todo, es preciso que usted no intente decodificar las chirigotas conceptuales que pueblan al ensayo más actual del globo-mercado. Quien pretenda semejante bizarría no hará más que evidenciar su propia tontera. La escritura [cínica] cifrada se presenta como la especie más apta para sobrevivir en estos tiempos, porque está doble, triplemente blindada. Es preciso, pues, que usted entienda que la vida es bella, que la vida es gracia, que la gracia es corrosiva y efímera porque todo lo sólido se desvanece en el aire (así como cualquiera de estos días pueden desvanecerse los exiguos sitios web que usted lee). Ergo: ¡Al diablo las comillas! Citar reduce [problematiza] los equívocos, abre redes de lecturas precedentes con una tradición asumida como heterodoxia y nosotros… Nosotros buscamos el equívoco. Sembramos el caos, la muerte, la confusión. Somos jóvenes, somos globales, somos [after] plop! El ensayo Afterpop. La literatura de la implosión mediática (2007) del recientemente galardonado Eloy Fernández Porta, además de la ostensible virtud de ofrecer al menos tres “Tal como yo lo veo…” por página, entra y sale de la literatura norteamericana, inglesa, española o argentina, con una velocidad y soltura que pasma. Con su mordacidad y extraña erudición, Porta asalta jerarquías culturales que –de hecho– ya habían sido dinamitadas hace rato; no obstante, al fundamentar su análisis desde una perspectiva eminentemente


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generacional, de manera tautológica, justifica su novedad y ancla allí su valor. No por casualidad, inaugura el libro con un capítulo titulado “Theorytoon: el manifiesto como desinformación” o dedica sus últimas imprecaciones al “ ” (“la secuencia conceptual, discursiva y material que –según Porta– tiene lugar en las relaciones contemporáneas, ya sean pasionales o amistosas, ya sean eróticas o sólo afectuosas”). Así, con el tono desangelado del entre-nos de las causeries –y Diario de la guerra del cerdo mediante– el ensayo se convirtió en punta de laza generacional de los nuevos escritores españoles (¿hispanoamericanos?) que, con la histórica revista Quimera como plataforma, adquirieron desde entonces notable visibilidad en los medios. No obstante, la cuestión que subyace a la lectura de este fenómeno vivido, a distinta escala, en otros países de Latinoamérica es de qué manera los textos narrativos y ensayísticos se hacen cargo de esa coyuntura que reivindican como propia. Plop (2004), la novela que el escritor argentino Rafael Pinedo publicara antes de su sorpresiva muerte, logra el

extraño prodigio de evadir las restricciones generacionales y genéricas para narrar el “presente”, con una historia futura. La trama se desarrolla en un tiempo desdibujado e improbable, que de tan elemental podría ser también nuestro pasado. Las personas viven en manadas, en asentamientos o comunidades móviles. Su realidad es vil, es salvaje. Y es atroz. Pero a cambio de conocer el porqué de tanta miseria, nosotros [lectores] nos enteramos de las peripecias de Plop [que debe su nombre al ruido que su cuerpo ha hecho al nacer cayendo en el barro] en su ascendente camino hacia el Poder.1 Como mero ejercicio reflexivo, propongo observar este estado de situación a la luz de un presente histórico definido. Por una cuestión de economía me centraré en el caso boliviano también de comienzos de siglo, específicamente en la obra de Alcides Arguedas.2 La elección es antojadiza, y no. Desde hace unos años, Bolivia es epicentro de cuantiosas reivindicaciones étnicas que oponen a la pretendida cultura global, su condición postcolonial y subalterna.3


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[Primera tesis] Los textos están atravesados por tensiones antagónicas

Todo es inmenso en Bolivia, todo, menos el hombre. La idea de grande, consiguientemente, nos es familiar y común. Alcides Arguedas, Pueblo enfermo (131)

Más que de su nombre, estaba orgulloso de su apodo. Y los que lo veían pastoreando en el yermo, no alcanzaban a comprender cómo a ese indio tuerto, canijo e idiota, podían llamarlo Mallcu –el nombre aymara con el que se conocía a aquel cóndor, lleno de tretas y maligno, que diezmara durante buen tiempo el ganado de la quiebra. Como sabemos, la eficacia de un nombre radica en la fuerza de una imposición que es ajena al sujeto portante: por eso Kesphi –más que Kesphi– era Mallcu. Advierto que el relato de cómo ese indio ganó su apodo ilumina de manera singular el abanico de constelaciones simbólicas que la novela Raza de bronce (1919), del boliviano Alcides Arguedas, traza con su presente y el nuestro. Entre la descripción exuberante del paisaje y la vivencia elemental de sus pobladores, la primera parte del texto se define por la narración de una travesía accidentada en la que uno de los viajeros muere, víctima del río pero también de su codicia y del peso de su jumento. Ese relato, entonces, hacia el final de la primera parte es enriquecido por otro con sabor a leyenda, que es éste de la caza del cóndor por parte de Kesphi. Detengámonos un momento en ese episodio: En la montaña reinaba desde hacía tiempo una gran consternación, un cóndor taimado que anidaba en la cima de un risco inaccesible al hombre se había enviciado con sus presas y atacaba a los rebaños sin temor. Algunos pastores juraron incluso haber visto al mallcu vencer a las reses viejas y bravas sirviéndose de una treta tan diabólica como audaz: Primero escrutaba desde la altura las laderas de los montes y al descubrir una res al borde de un barranco, emprendía el vuelo en descenso y al llegar a la altura de su víctima, de un fuerte aletazo la precipitaba por el despeñadero para luego deleitarse con su festín de carne. Entre los indios, surgió entonces la creencia de que era el mismo demonio quien se ocultaba bajo la piel del mallcu, y tanto se dio a conocer esa versión en la montaña desolada que hasta los mismos brujos (yatiris) pusieron maña en sus artes para destruirlo… La noticia llegó incluso al patrón de una hacienda, quien envalentonado con carabina y ayudantes se dispuso a darle caza para luego, “entusiasmado por el bello plumaje del bicho y sabiendo que se habituaba pronto a la esclavitud”, ordenó se respetase su vida a fin de jactarse con su presa. ¿De qué modo? Mutilando la guía de sus alas a fin de que no pudiera levantar vuelo y ciñendo al desnudo y arrugado cuello del ave, un

collar artificial hecho con la lana de los colores de la patria. Así, disminuido y vencido, pero con los colores patrios al cuello, el patrón permitió que el ave estableciera cordiales relaciones con “los demás y vulgarísimos bichos de corral”: “Terneros, ovejas, gallos, patos y gansos pasaban orondamente a su vera, sin experimentar temor ni respeto alguno por el destronado rey de los aires” (62). Giro animal mediante, Arguedas enciende aun más el relato: Un día el cóndor despliega sus alas y comprueba que nuevamente puede levantar vuelo, entonces hinca sus fuertes garras al lomo graso de un marrano, “por el que parecía sentir particular afección” y, escalando los aires con su presa, desaparece “raudo en el azul, para recomenzar días después sus rapiñas, pero más feroces, más arriesgadas, pues ya conocía a los hombres…”(63) Si bien el narrador nos había anunciado en un principio que Kesphi era tonto, la narración posterior de los sucesos viene, si no a desmentirlo, al menos, a ponerlo en duda ya que el único dato que expone para ratificar la supuesta tontera es que suele mostrar los dientes y huir de las palabras y de la vecindad de las personas –puesto que “la montaña y la soledad habían aplastado completamente su espíritu” (65). Así, la escena final se demora en la descripción de la valentía del indio que, resuelto a proteger su majada de nuevos ataques, trepa ágilmente por entre las quiebras del barranquerío y con un certero hondazo mata al ave y se gana para sí el nombre de Mallcu. El episodio es rico en densidad simbólica e invita a múltiples lecturas que pueden acaso hacer eje en cualquiera de los elementos convocados: la presencia de una naturaleza indómita y amenazante para el hombre solo, el protagonismo de la comunidad, la representación personificada de los animales, la remisión bíblica a David y Goliat, la presencia del patrón y su ocurrencia de vestir al ave con los colores patrios… Lecturas todas que podrían suspender, cuando no poner en jaque, a la unilineal y hasta propedéutica ensayística del Arguedas de Pueblo enfermo; como si la misma inteligencia narrativa del texto, una vez desplegada su polifonía, amenazara con traicionar el pensamiento positivista y de derecha del autor –verdadera osamenta del relato–, para exponer mecanismos subjetivos acaso más ocultos o quizá un tanto más complejos, pero igualmente permeables a la representación etnográfica de su presente. Como se recordará, Alcides Arguedas (1879-1946) pertenecía a una familia blanca, de ascendencia espa-


ñola, ligada a la oligarquía de la tierra; ejerció como diplomático en París, Londres y Madrid, llegó a ser jefe del Partido Liberal boliviano, y en 1940 resultó elegido ministro. Pueblo enfermo –su obra más conocida– fue publicada en España en tres ediciones, entre 1909 y 1910. Edmundo Paz Soldán4 refiere, con seguridad, que antes de su viaje a Europa, Arguedas había leído a los pensadores decimonónicos de la degeneración (Gustave Le Bon, Gobineau, Haeckel, Morel, Lombroso) que explicaban los efectos “anormales” de la modernización a través de teorías médico-biológicas. Con todo, habría sido recién en 1903, con su paso por la península ibérica y el contacto con los regeneracionistas españoles (Altamira, Ganivet, Maeztu, Costa) que Arguedas solidifica su visión del problema nacional boliviano. Encuentro, en efecto, en la edición que manejo la reproducción de una carta de Ramiro de Maetzu (fechada en Londres, 1909) que alienta al autor a asumir tareas redentoras con su patria identificando “los males” terribles que la aquejan, a fin de “sanarla”, ya que: “El ver y el comprender son deberes que imponen las virtudes de la sinceridad y de la veracidad. El patriotismo, amor al cabo, ha de ser grillete, no ceguera.” Maetzu asume una voz generacional y lo insta a la acción en nombre del futuro porque su presente, el presente que los reúne es “otra fuerza misteriosa; es la perspectiva de un horizonte que se entreabre a medida que andamos, es la presión de lo futuro, es, en suma, nuestros deseos y nuestras ignorancias, los bienes que no poseemos y deseamos poseer, las verdades que no conocemos y deseamos conocer.” (12) Vaya… Cuánto entusiasmo en nombre de un futuro que parece no llegar nunca. Pero hay otra influencia que Paz Soldán menciona de soslayo, pero que sin embargo está explícitamente apuntada en el capítulo V de Pueblo enfermo: Bunge [en Nuestra América] ha sostenido con fundamento, aunque no suficientemente comprobado, siendo fácil hacerlo, que la manera de ser de los pueblos hispanoamericanos difiere según la cantidad y calidad de sangre indígena predominante en cada uno de ellos. Bolivia –lo hemos visto– por condiciones especiales de situación geográfica y por haber sido el molde en que se forjaron las civilizaciones quechua y aymara, hoy casi extintas a pesar de la supervivencia de las razas, no ha recibido gran contingente de sangre europea, y por eso en sus manifestaciones se echa de ver cierta anormalidad del todo común a los pueblos de igual

estirpe y mismo abolengo, razón por la que será necesario determinar rápidamente las particularidades del carácter nacional ya en germen y, en ocasiones, hasta insistir sobre lo anotado por Bunge, forzoso e indispensable, puesto que examinamos un mismo fenómeno colectivo, pero desde diversos puntos de vista. (114-115) A falta de una palabra mejor, cupiera hablar de ideología para referirnos a esa corriente de pensamiento dominante que a fines del siglo XIX se ofreció a modo de “caja de herramientas” (la expresión es de Oscar Terán5) de las que se valieron numerosos intelectuales, para generar una red discursiva de prácticas disciplinares que accionaron de manera altamente eficaz en la sociedad. Así, la configuración conceptual del positivismo comteano y spengleriano se ofreció como la cuadrícula más apropiada para comprender, y principalmente, “detectar” los “males raciales” que habrían de explicar el retraso y las frustraciones de aquellos países “enfermos” por la presencia indígena. Así, inscripto en la tradición biologicista europea, pero también claramente influido por Nuestra América, del argentino Carlos Octavio Bunge, Alcides Arguedas elabora en Pueblo enfermo la imagen de una Bolivia hundida en una decadencia irrefrenable producto de la misma sangre indígena que conforma su “raza”.

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| El episodio es rico en densidad simbólica e invita a múltiples lecturas que pueden acaso hacer eje en cualquiera de los elementos convocados: la presencia de una naturaleza indómita y amenazante para el hombre solo, el protagonismo de la comunidad, la representación personificada de los animales… |

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[Segunda tesis] Lo que excede, constituye

La única manera que tienen esas sociedades de ejercitar sus energías sobrantes, es reuniéndose y organizando fiestas pomposas en las que se advierte un solo deseo llevado hasta la insanía en las mujeres: sobrepasarse mutuamente en la riqueza del traje. Alcides Arguedas, Pueblo enfermo (200)

Raza de bronce se inicia con una escena de pastoreo protagonizada por una joven india de nombre WataWara sobre la que luego se centrará la acción de la segunda parte del texto. Las secuencias descriptivas en las que el narrador naturalista describe las peculiaridades del mundo indígena, la geografía próxima al lago Titicaca, las faenas agrarias y de pesca de la etnia, los ritos propiciatorios y sus supersticiones, son el hilo narrativo sobre el que se sucede el relato hasta llegar a la segunda parte de la novela, en la cual se desencadena la tragedia: el joven patrón de la finca altiplánica y sus amigos sorprenden a la india en la montaña, la arrastran a una cueva cercana para gozarla colectivamente, ella se defiende y muere a consecuencia de los golpes recibidos en la lucha. El cuerpo de Wata-Wara, que ya antes de su casamiento había sido desvirgado por el mayordomo mestizo de la finca (violación por la que su prometido incluso la castiga), se convierte entonces en el cuerpo crístico receptor de todas las violencias que conforman la trama del mundo andino: la violencia blanca, la india y la mestiza. Es el cuerpo sobre el que se condensa el oprobio que rige el presente de una sociedad bipolar, definida por dos órdenes (el indígena y el colonial), y que por tanto, según la lógica misma del relato, debe ser purgado con la muerte. Como se recordará, en 1874 Melgarejo dicta la Ley de Ex vinculación por la cual se prohíbe la propiedad comunal de la tierra en Bolivia; instalada la propiedad individual, los indígenas de las comunidades debían pagar desde entonces un “impuesto universal”. Así, bajo el aparente gesto moderno de querer igualar bajo una misma ley a criollos e indígenas, se desplegaba una rapaz política de destrucción de las comunidades favoreciendo la expansión económica de una élite, a partir de la consolidación de la economía minera y del sector exportador de esa oligarquía hacendada.6 Silvia Rivera Cusicanqui ha estudiado ampliamente cómo la subyugación de las mujeres, la opresión de los pueblos indígenas y la discriminación a quienes exhibieran rasgos residuales, fueron las características constitutivas de la contradictoria y frustrante modernidad boliviana. Según explica, en la temprana República, los legisladores bolivianos copiaron y adaptaron el modelo “victoriano” de familia, sobre una matriz mucho más antigua de habitus y representaciones; así, las reformas

liberales de fines del siglo XIX no hicieron sino reforzar ese imaginario patriarcal, reactualizándolo con nuevas leyes y códigos de comportamiento anclados en la subyugación de las mujeres y los indios.7 Es en esa dinámica que contribuye a crear una imagen maternalizada de las mujeres, que su saber como tejedoras, ritualistas, y principalmente, como pastoras, progresivamente se fue desvalorizando. No es casual, entonces, observar que así como la Wata-Wara pastora de la novela muere, Arguedas dedique todo el capítulo VIII de Pueblo enfermo a criticar la incultura, frivolidad y tontera de las cholas o mujeres mestizas de Bolivia. De algunos años a esta parte, nótase en Bolivia, no tanto en los hombres como en las mujeres, decidida propensión por hacer gala de la riqueza de su traje. Han llegado al convencimiento de que un buen vestido suple toda clase de deficiencias. Tal idea fue introducida por esas mujeres de procedencia mestiza que no pudiendo ser aceptadas en los altos círculos sociales, hacían gala de un lujo chillón y llamativo. (201) Incultas, cursis, chillonas… Mientras que “las damas de mayor linaje” (217) hacen gala de su progresismo y distinción, la chola –y sus pretensiones aristocráticas– se convierte en blanco de sus críticas. Se comprende, sin duda, que lo que irrita a Arguedas es que la mestiza construye un sistema de moda regido por sus propias leyes, que se caracteriza –como él mismo observa– por la presencia de las sedas y los colores estridentes. Es un sistema signado por la hipérbole, por un exceso que irrumpe y anula aquello que la moda occidental, blanca y europea considera como “buen gusto”. La chola opone así a su minusvalía de clase un plus visual que hace eje en el color, en la espectacularidad, en la estridencia. La encendida crítica de Arguedas corrobora, por un lado, la efectividad de su apuesta, y por otro, el hecho de que el interés moderno, históricamente, se ha focalizado en los objetos producidos en series industriales; la moda, pues, construyó las bases para que la lógica del deseo y de la imagen se alimentara y reconociera como “la” razón de ser de la sociedad capitalista. Susana Saulquin señala –en La muerte de la moda, un día después– que sin el desarrollo exagerado y compulsivo de la moda, la sociedad industrial no habría podido desenvolverse, ya que las necesidades reales de las perso-


Aquí mismo el rol de la fantasía es grande y todos los bolivianos, más o menos, nos parecemos al famoso guía minero del diplomático extranjero. (…)[Que decía:] –Somos, señor ministro, el país más rico del mundo. En cualquier parte donde lance usted una palada, saltan el oro y la plata y otros metales preciosos. Alcides Arguedas, Pueblo enfermo (123)

nas resultaban escasas frente a los requerimientos de las máquinas industriales que debían trabajar sin descanso. “Para ello y en el previsible antagonismo de los comportamientos ambiguos, mientras se alababan las ventajas de las conquistas conseguidas por la industrialización masiva, se mantenía la ficción social de las diferencias.”8 Ésta es la gran contradicción interna que permitió el fabuloso desarrollo del sistema de la moda occidental, en una sociedad que a la vez que se excitaba con las diferencias, pretendía saciarse con las homogeneidades. Las sedas chillonas y la manufactura casera de las cholas, su indudable distinción mantenida a lo largo del tiempo, supuso (y supone) más que un corrimiento. Es el punto de contacto en que los extremos (premoderidad y postindustrialismo) quizá hoy podrían tocarse. El creciente y previsible reemplazo de la sociedad industrial por una sociedad tecnológicamente dirigida, abre para las nuevas generaciones –indica Saulquin– el sistema cerrado y autorregulado de la moda a una era que postula a la vestimenta como espacio de individuación, autogestión y comunicación entre los sujetos y las comunidades.

En la terminología darwiniana “raza” es una palabra frecuente. No obstante, la expresión “raza de bronce” plantea, al parecer, un problema ya que desplaza el determinismo sanguíneo al universo de los metales insinuando, de este modo, nuevos sentidos. El bronce es la primera aleación metálica de importancia que obtuvo el hombre fusionando cobre (como base) y estaño (en menor proporción). Fue, durante milenios, la aleación básica para la fabricación de armas y utensilios; las expresiones “Edad de bronce”, (para nombrar un período prehistórico) y “gente del bronce”, refieren ambas al protagonismo de sujetos extremadamente belicosos, siempre dispuestos a la batalla. Es una aleación que, a la vez, se caracteriza por su resistencia; orfebres de todas las épocas la han utilizado en joyería, medallas y esculturas que aun hoy perviven. El bronce tiene el color y el brillo del oro, pero es tan popular como las monedas de cinco centavos. Entre sus aplicaciones actuales, se lo utiliza en aquellas partes mecánicas de las que se espera que resistan el roce y, principalmente, la corrosión. El bronce suena en saxofones, trompetas, platillos y campanas de buena calidad; es el picaporte que abre o cierra puertas y es, principalmente, una medalla olímpica. El bronce es el tercer puesto en cualquier competencia: el último en llegar de los que han de ser premiados. En la expresión “raza de bronce” se plasman, entonces, dos miradas antagónicas, en fricción o perpetua disputa: por un lado, la que condena al indio por su determinismo biológico; por el otro, la que insinúa que la indígena es una raza fuerte, perseverante, hecha de brío sanguíneo y resistencia.9 Pero al bronce, decíamos, también lo constituye, en menor medida –pero medida al fin–, otro metal: el estaño. De todos los nombres hoy cristalizados en calles, escuelas o casas de cultura que promueven encuentros y publicaciones más o menos efímeras pero que alguna vez fueron argumentos y fuerzas en pugna netamente anclados a su presente, el que más “brilla” en la vida boliviana, gracias precisamente al estaño, es el de Simón I. Patiño. Junto a Mauricio Hochschild y Carlos Víctor Aramayo, Patiño fue uno de los llamados “barones del estaño” que articularon la política boliviana hasta la Revolución Nacional de 1952, en que se efectúa la nacionalización de las minas. Imposible pensar la modernidad trunca de Bolivia sin detenerse en esta figura: no

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[Tercera tesis] El tercero es el primero

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[Cuarta tesis] La comunidad se hace de comensales

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El blanco en sus aborrecimientos es más noble. Cuando el cholo ha recibido una ofensa, aspira con vehemencia a la venganza. Alcides Arguedas, Pueblo enfermo (117)

sólo proveyó y comercializó el estaño utilizado en la Primera Guerra Mundial, sino que incluso, hacia los años cuarenta, Patiño era uno de los hombres más acaudalados del mundo. Su fortuna –recordemos– comienza con el descubrimiento de una veta sumamente rica en el cerro Llallagua (Potosí), hacia el 1900, veta que en los años siguientes será horadada por verdaderos topos humanos hasta crear seiscientos kilómetros de galerías subterráneas. Sobre Llallagua y la explotación de otras minas adquiridas posteriormente (Siglo XX, Uncía, Huanuni), se asienta la gran riqueza del llamado “rey del estaño”: en dos décadas apenas, Patiño llegó a forjar negocios e intereses en Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Malaya, Nigeria y a jugar un papel clave no sólo en la conformación del Comité Internacional del Estaño (el primer cartel que intentó controlar el precio de una materia prima) sino incluso en la configuración simbólica del “ser nacional boliviano”.10 Para el caso, apuntemos solamente que fue con la ayuda del industrial minero que hacia los años veinte, Alcides Arguedas escribe cinco de los ocho volúmenes proyectados de su Historia general de Bolivia. Hoy, además de una universidad, “Simón I. Patiño” es un centro pedagógico y cultural ubicado en la antigua propiedad del industrial conocida como el Palacio Portales, situado al norte de la ciudad de Cochabamba. El palacio fue construido entre 1915 y 1927 por el arquitecto francés Eugène Bliault, mientas Patiño residía en Francia como ministro plenipotenciario de la nación. Entiendo que en los conflictivos y contradictorios pliegues que Alcides Arguedas elabora para entender la cultura de su país, debe necesariamente leerse, de manera harto cifrada, la figura de Simón I. Patiño. La trunca modernidad boliviana, la existencia de dos mundos absolutamente opuestos, interdependientes y paralelos (uno signado por el cosmopolitismo y la riqueza; y el otro por la miseria y la explotación), se condensa y explica en la manifiesta paradoja de que haya sido un cholo quien, sobre una montaña de topos, se haya autoproclamado “rey”.

| En el imaginario criollo, la escena de canibalismo expresa, de un modo cáustico y visceral, el miedo a una venganza indígena que –desde el vamos– se sabe justificada por siglos de abuso y opresión. |

Pero las razones por las que el discurso del “crisol de razas” transculturador –tan caro a un Ortiz, a un Ángel Rama, o incluso a un García Canclini más “hibridizante”– no arraigó en Bolivia, son puntuales y contundentes. El joven Arguedas nos ofrece nuevamente pistas al respecto: en 1904 (con sólo veinticinco años) publica su primera novela, Wuata Wuara que, según él mismo ha expresado, es una primera versión menos lograda de Raza de bronce. Sin embargo, al revisarla comprobamos que si bien la trama se centra en la historia de la violación y muerte de la pastora, hay una escena final que la segunda versión –casualmente– elide: Encendida por la ira y el deseo de venganza, la novela concluye con una escena de antropofagia protagonizada por la comunidad. Tal desenlace, entre modernista y bizarro, y la nota de “Advertencia” que antecedía al texto –en la que el autor expresaba que sólo se había limitado a consignar los hechos tales como constaban en las actas del proceso de un caso real sucedido en las orillas del lago Titicaca– provocó que tempranamente se identificara a Arguedas como un polémico crítico del proceso de modernización iniciado por el partido conservador y continuado luego, por el liberal. Consideración que –suponemos– en la versión posterior del texto decide “corregir” por una razón evidente: la narración de este episodio venía a dotar de espesor simbólico y legitimidad a una práctica que –sucedido el caso Mohoza– distaba de ser excepcional. El caso Mohoza se inscribe dentro de la guerra civil de 1899 que enfrenta a los liberales de la ascendente clase media de La Paz, aliados a los mineros del estaño, contra los conservadores de la vieja oligarquía minera de la plata de Sucre. Los liberales, liderados por Juan Manuel Pando, deciden buscar el apoyo aymara para derrocar al partido conservador, sin imaginar que los reclamos de los indios asumirían una modulación propia. La investigadora Marta Irurozqui subraya que la participación indígena en las luchas emancipatorias fue –contra lo que comúnmente podría pensarse– clave: Si hacia 1870, el ejercicio de su eficaz violencia revolucionaria los convertía discursivamente en “patriotas”; ocurrida la “masacre de Mohoza” en la que tropas aymaras matan a ciento veinte soldados de caballería del partido liberal, junto a varios vecinos del pueblo y hacendados locales, cometiendo luego actos de antropofagia, se opera una radical inversión en la valoración del indio. En efecto, el líder aymara Pablo Zárate Willka que estaba al mando de la tropa tenía su propio proyecto político: después


Sin caer en esencialismos, pero tampoco en miopías, las actuales reivindicaciones comunitaristas de los pueblos indígenas bolivianos demuestran que la comunidad sigue siendo el elemento vertebrador de su mundo social. En su sentido arcaico, el ayllu se funda sobre los lazos del don y la gratuidad, por rituales en torno de lo nutricio, por el respeto a los ciclos de la naturaleza y las festividades. Los aymaras –recordemos– observan el futuro, con los ojos en el pasado. Y al advenimiento del “tiempo de los indios” lo denominan: Pachakuti. 1 Pinedo, Rafael. Plop. Buenos Aires, Interzona, 2004. Fernández Porta, Eloy. Afterpop. La literatura de la implosión mediática. Barcelona, Anagrama, 2010. . La superproducción de los afectos. Barcelona, Anagrama, 2010. 2 Arguedas, Alcides. Raza de bronce. Librería-Editorial Juventud, La Paz, 1994. Pueblo enfermo. Librería-Editorial Juventud, La Paz, 1993. Wuata Wuara – Raza de Bronce. Edición Crítica de Antonio Lorente Medina, Colección Archivos, 1988. 3 Actualmente la Confederación de los Pueblos Indígenas de Bolivia reúne nada menos que a 34 naciones del oriente, organizados en once regionales, de ellas, las cinco organizaciones principales fueron las que formaron en el 2006 el Pacto de Unidad sobre el que se asentó la legitimidad del gobierno de Evo Morales. El Estado Plurinacional vigente fue promovido y gestado desde el 2004, gracias a fondos de la USAID (Agencia de Cooperación de Estados Unidos), del Banco Mundial y de ONGs europeas. Ver: Raúl Zibechi, “El Estado contra los pueblos indios” en: América latina en movimiento. Agencia Latinoamericana de Información. http://alainet.org/active/39555&lang=es (2010/07/15) 4 Paz Soldán, Edmundo. “Alcides Arguedas y la narrativa de la nación enferma” en: http://www.voltairenet.org/article120458.html; “Prólogo” en: Raza de bronce. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2006. Ver también: Paz Soldán, Alba María. Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia. Tomo II. La Paz, Programa de Investigación Estratégica en Bolivia, 2002. 5 Terán, Oscar. Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano. (comp.) Siglo XXI, Buenos Aires, 2004. En busca de la ideología argentina. Catálogos, Buenos Aires, 1986. 6 Demélas, Danielle. Nationalisme sans nation? La Bolivie aux XIXe-XXe siècles. Paris, Editions du C.N.R.S., 1980. Cit. Paz Soldán, “Prólogo”, ibid. 7 Rivera Cusicanqui, Silvia – Barragán, Rossana (comps.) Debates Post Coloniales: Una introducción a los estudios de la subalternidad. Ediciones Aruwiyiri – Sephis, La Paz, 1997. Rivera Cusicanqui, Silvia. “La noción de derecho o las paradojas de la modernidad postcolonial: indígenas y mujeres en Bolivia” en: Revista Aportes Andinos. Aportes sobre diversidad, diferencia e identidad, Nº 11, PADH - UASB Programa Andino de Derechos Humanos, Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador. 8 Saulquin, Susana. La muerte de la moda, el día después. Buenos Aires, Paidós, 2010, pág.25. 9 Ver: Naciff, Marcela. “La Raza de bronce de un Pueblo enfermo, o Alcides Arguedas y el problema del indio” en: Cuadernos del CILHA. Año 9, Nro.10, Mendoza, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, 2008. Teodosio Fernández, “El pensamiento de A. Arguedas y la problemática del indio” en: Anales de Literatura Hispanoamericana. Vol.VIII, Nro.9, Madrid, Ed. Universidad Complutense, 1980. 10 Querejazu Calvo, Roberto. Llallagua. Historia de una montaña. (Consulta 2010/07/04) http://www.librosmaravillosos.com/llallagua/index.html 11 Irurozqui, Marta. “¿Ciudadanos armados o traidores a la patria? Participación indígena en las revoluciones bolivianas de 1870 y 1899” en: Iconos. Revista de Ciencias Sociales. Septiembre, nro. 026, Ecuador, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, 2006, págs. 35-46. Ver también: Demélas, Danielle. “Darwinismo a la criolla: el darwinismo social en Bolivia, 1880-1910” en: Historia boliviana. Nº 112, Cochabamba, 1981, págs. 55-82. 12 Ver, al respecto, la columna del argentino Jordi Carrión, “Dominó caníbal”en: Bazar Americano: http://www.bazaramericano.com/.

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de la derrota conservadora, los indios atacan a sus ex aliados liberales en busca de la restitución de las tierras comunales usurpadas y la constitución de un gobierno indio autónomo. Así, frente a una historia de usurpaciones, Willka traiciona al traidor, declara la guerra al blanco y, literalmente: Se lo come. Tal extravagancia gastronómica no podía ser pasada por alto… Al finalizar el conflicto, eliminado ya el jefe de la rebelión y diezmados sus efectivos, y con los liberales bien asentados en el poder, se inician (entre 1901 y 1904) los procesos de Mohoza y Peña, que prontamente se convierten en el escenario donde no sólo se juzgó y condenó a los responsables de las matanzas, sino a la población aymara en su conjunto. Acusada de asumir iniciativas “salvajes, brutales y sádicas”, finalmente se la inhabilita para participar en la construcción nacional.11 Es en este contexto que deben comprenderse las explicaciones biologicistas que despliega Arguedas en Pueblo enfermo para condenar a la raza aymara y al mestizo como fuentes degeneradoras de lo nacional; explicaciones que a la vez venían a hacerse eco de un fuerte temor de clase. En el imaginario criollo, la escena de canibalismo expresa, de un modo cáustico y visceral, el miedo a una venganza indígena que –desde el vamos– se sabe justificada por siglos de abuso y opresión. Entiendo que el caso de Bolivia y su justicia antropofágica debe observarse como un jalón, insoslayable, en los debates postcoloniales que hoy reflexionan sobre los diversos modos de apropiación o “canibalismo intercultural”12. Apuntemos, apenas como dato, que un año antes de la creación del Manifiesto Antropofágico (1928), del poeta brasilero Oswald de Andrade, se desata en la provincia de Chayanta, en el sur de Bolivia, otro levantamiento aymara en el que se producen nuevos casos de antropofagia: Cuando lo real de la acción política o revolucionaria se impone, las sublimaciones lúdicas y simbólicas –lo performativo– no pueden sino entrar en suspensión. Con todo, es curioso observar que en Wuata Wuara, Arguedas acude a imágenes medievalistas para representar la amenaza y el horror de las prácticas de esa otra cultura: “La sangre fluía en abundancia de la horrible herida, pero no llegaba a caer toda al suelo pues las mujeres, las infernales arpías, recogiéndola en el hueco de las manos, se la sorbían y la paladeaban con fruición” (419), en ese “aquelarre espantoso”, en ese “cuadro repugnante y sombrío”. En una coyuntura histórica atravesada por múltiples intereses y violencias, la ensayística de Arguedas resulta ciertamente anémica, incapaz de elaborar conceptos teóricos propios para aprehenderla. En cambio, más allá de la hipérbole culinaria y de la “corrección” lombrosiana que con espasmos sucesivos sacude su prosa, nosotros [lectores] asistimos en su narrativa a las hilachas de una realidad etnográfica suficientemente definida.

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Obra de Jorge Sรกnchez

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Naturaleza muerta por GISELA HEFFES

Theresa. Así se llamaba. Tenía las piernas gordas como dos patas de jamón. De esas que cuelgan en los almacenes y cantinas españolas. Rosadas, llenas de estrías y contusiones azules. Amarillentas por momentos. Muy flácidas. A veces incluso translúcidas. En realidad, yo le hacía un favor a su hermana. Ella me mandó. Primero, me pidió que lo hiciera una vez por semana. A la tarde, cuando salía de trabajar. ¿Qué me costaba? Los chicos están grandes, me dije. Pueden quedarse solos un rato. Les dejo la comida en la heladera y ellos la calientan. Les dejo una nota sobre la mesa con letra grande así la ven. Seguro que ni la van a mirar. —Podés ir después de trabajar, cinco minutitos nomás– insistió la hermana, como leyendo mi mente. Después colgó. Yo le tenía aprecio. Yo la quería. Ella me había ayudado tiempo atrás y yo me sentía en deuda con ella. Nos habíamos conocido en la ciudad, más de diez años atrás, pero ahora estaba lejos, en Missouri. Yo vivía en una parte céntrica de la ciudad, aunque esta ciudad, como la mayoría de las ciudades norteamericanas, no tenía centro: era una amalgama de rutas, carreteras, puentes, curvaturas metálicas y de cemento, una película eterna, gris, dura, y autos, autos y más autos. Y en sus orificios se erguían, desparramados, edificios altos y puntiagudos, incisivos como los colmillos de un tiburón, torcidos, retorcidos, brillantes, enceguecedores.

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Pero la casa de Theresa no estaba en la ciudad. Estaba alejada, en las afueras, en un suburbio que se abría en el espacio luego de atravesar incontables autopistas. Vivía en una casa rodante, junto a miles más. Era un parque en el que se alquilaba el lote y cada cual estacionaba su trailer y pagaba un alquiler. Entonces las casas dejaban de ser –rodantes– y se volvían sedentarias. Las ruedas desaparecían, hundidas en el suelo blando, rodeadas de matorrales y yuyos a veces incluso llenos de espinas. En el frente de estas casas había, en general, todo tipo de muebles: sillones raídos, mesas y sillas, parrillas para asar, hornos viejos y vacíos en cuyo interior crecían plantas e hibernaban miles de ardillas, macetas, escobas, zapatos sin sus pares correspondientes, bolsas de plástico negras, posiblemente llenas con ropa usada, y heladeras desenchufadas, abiertas o cerradas, y en las que crecían flores y pájaros silvestres. Me tomó un buen rato encontrar el número del trailer de Theresa. Estaba oculto bajo la frondosidad de un matorral que se empeñaba en ocupar gran parte del frente de la casa. No había timbre, por lo que golpeé a la puerta aunque estuviera entornada. Nadie contestó. Esperé unos minutos más y volví a golpear de nuevo. Esta vez abrí un poco más, pero mis ojos no pudieron avanzar demasiado ya que de inmediato se tropezaron con objetos, miles de objetos que se aglomeraban por toda la casa y que me impedían el paso. Su hermana me había dicho una vez que Theresa era aficionada a los yard sales o garage sales (suerte de feria americana que se monta en los jardines de las casas, generalmente al frente, y donde se venden objetos, toda clase de objetos, a precios muy muy bajos). Los yard o garage sales eran como un mercado de pulgas individual, tenían lugar en la privacidad de una casa, y el o la interesada debía visitar cada jardín para ver los objetos. De hecho –y esto lo iba recordando mientras mis ojos se desplazaban de un teléfono descompuesto a una muñeca de porcelana sin brazos, de una alfombra arrollada en una esquina a diez sillas apiladas sobre una mesa de madera que, seguramente, nunca se usaría– algunas personas recorrían sistemáticamente estos laberintos de objetos usados todos los fines de semana, desde bien temprano a la mañana, hasta tarde en la noche. Sin duda, me dije, en esta actividad existe, aunque de manera vedada, una verdadera política del reciclaje. Luego de golpear a la puerta más fuerte, apareció por fin The-

resa. Tenía un pantalón elastizado azul marino y una remera blanca, medio raída y larga. Había una inscripción desteñida en la parte superior derecha, en la que se leía el nombre de una universidad. Theresa me sonrió e invitó a pasar. Me esperaba. Su hermana le había telefoneado para avisarle que yo vendría. Theresa creía que mi presencia allí era una exageración de su hermana, pero Theresa estaba acostumbrada a las exageraciones, de manera que esto también se lo tomó con calma. —¿Te gustan?– me preguntó, un poco para decir algo; otro poco, porque mis ojos tropezaron de inmediato con las diez sillas que se amontonaban hasta tocar el techo. —Sí, parecen cómodas– contesté. Mentía. Lo cierto es que era imposible distinguirlas del resto de los objetos y verificar, por lo tanto, su nivel de confortabilidad. —A mí no– retrucó. –Las voy a vender. Las compré un día porque estaban a un dólar cada una, y pensé que sería bueno para recibir visitas, pero me ocupan mucho lugar y ahora quiero deshacerme de ellas. Después, sin que yo le pidiera ver más, me mostró siete tipos diferentes de aparatos telefónicos. Estaban todos en una caja, y me advirtió con sincera preocupación que estaba buscando un lugar en donde exhibirlos. —Soy una enamorada de los zapatos– me dijo luego, cambiando abruptamente de tema. Y me llevó, en medio de cajas, mesas pequeñas, estatuas y libros, a otra habitación en cuyo placard guardaba por lo menos trescientos zapatos. —¡Son todos tuyos!– exclamé. Creo que nunca había visto tantos zapatos juntos. —No todos me entran– me aclaró. –Algunos los compré sólo por cincuenta centavos, y otros porque me parecían originales y lindos. Sin apuro, comenzó a sacar los zapatos de las cajas, mostrándome la textura del cuero, la calidad de los tacos, la extensión de los lazos, la extravagancia de las flores, la excelencia de las suelas —Ves, esta sandalia me entra, pero hay que arreglarle el taco, y a esta zapatilla, le hace falta un par de cordones. –Theresa me miraba, expectante, orgullosa de sus hallazgos, temiendo incluso mi envidia. –Algunos son viejos, más viejos que mi abuela –continuó. – Voy a venderlos por e-bay y pedir el doble, seguro que los vendo rapidísimo.



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Theresa resopló, con fatiga. Quise preguntarle cómo sacaría tiempo para registrar cada uno de sus objetos y ponerlos en Internet. Ese trabajo en sí podría demandarle meses, tal vez años. Sin embargo asentí sin decir nada. Algo me retuvo y no me animé a hacerle ésta o cualquier otra pregunta. En definitiva, no era mi problema. Theresa tenía una personalidad particular y su cuerpo enorme me atemorizaba. Su rostro rosado, aunque sonriente, me parecía de una tranquilidad amenazante. Le tomé la presión arterial como le había prometido a su hermana y me retiré. La tenía alta. Estas visitas se hicieron frecuentes. Con el fin de retribuir un viejo favor a su hermana, dos o tres veces por semana pasaba por lo de Theresa, después del trabajo, y le tomaba la presión arterial. En cada visita le subía un poco más. Del mismo modo, cada pequeño hueco de su casa iba siendo ocupado por más objetos que la misma Theresa, religiosamente, compraba en los yard sales todos los fines de semana. Una vez me pidió que le buscara un escarbadientes. Pensé que era una broma, aunque Theresa no parecía tener un amplio sentido del humor. Un escarbadientes en esa maraña de objetos era para mí más difícil que todas las misiones imposibles de James Bond. Theresa reposaba llena de sudor sobre la cama. Advirtió mi sobresalto y apuntó, con cierta ternura, hacia un armario encima de la pileta de la cocina. Me asombré que tuviera por lo menos treinta cajas de escarbadientes. Le pregunté, esta vez, de dónde había sacado tantas. Me explicó, aun en la cama, que las vendían por mayor en la farmacia, a casi mitad de precio.

—¿Cómo no aprovechar la oferta?– me preguntó, mirando hacia el cielo raso y abanicándose con un revista de la época de Ronald y Nancy Reagan. Lo que en apariencia era un hobby (y así lo definían los aficionados a los yard sales) comenzó a parecerme más un vicio. Theresa no podía dejar de comprar. Compraba de todo, y para todos los tiempos y todas las personas. Compraba incluso productos viejos como cremas, jabones, pastas dentífricas. En algunas ocasiones, creía que se beneficiaba de los bajos precios; en otras, tenía la convicción de que podría revenderlos por el doble. Theresa no discriminaba. Y la cantidad era una condición constante de este hábito. En la fría soledad del universo, en la soledad azul del mundo, en la exasperante soledad de la ciudad, Theresa conjuraba su aislamiento por medio de una continua aglomeración de objetos. Pero a pesar del imperturbable silencio de su trailer, Theresa era una monarca hiperbólica que reinaba rodeada de sus fieles payasos de vidrio, cuadros de fruta, panes duros y mohosos, vinos, libros de autores desconocidos, lámparas, brújulas, torres en miniatura y bicicletas oxidadas. Y con ellos establecía una relación de soberanía en las que, incluso, existían las revoluciones, la represión y la autarquía. La presión arterial de Theresa subía. Subía como el volumen de objetos que la rodeaba. Entonces hablé con su hermana. Le previne, era mi obligación como enfermera certificada. Esa misma tarde encontré a Theresa en el suelo, sepultada bajo unos bastidores que acababa de adquirir por casi nada. Los bastidores, lleno de diseños japoneses, se encontraban diseminados por todo el trailer, complicando aún más el tránsito


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de un espacio a otro. Había que sortear además objetos que no había visto en mis visitas anteriores, como una máquina de coser Singer, una casa de muñecas y una mesita con ruedas para revistas y diarios. Horizontal, con la rueda de un triciclo sobre su rostro grande y rosado, Theresa respiraba. Tuve que advertirle sobre el peligro de vivir con todos estos objetos que no sólo le quitaban el aire sino que además estaban acompañados por pesticidas y venenos, y que, en algunos casos, estaban fabricados con materiales que en la actualidad estaban prohibidos, por su alto contenido tóxico. Theresa se recuperó. Yo le insistí en que ella misma hiciera una yard sale en el frente de su trailer, y que se deshiciera de todos los objetos que no usaba. Me miró indignada y se despidió pronto, apurada. Durante un mes no pude regresar. Había tenido que viajar a Chicago para un entrenamiento relacionado con las salas de depósito de instrumentos y materiales de residuos, y en el que se examinaban los riesgos inherentes a los procedimientos de limpieza y desinfección de los mismos. Si bien le había avisado a su hermana, ésta me llamó un día preocupada: hacía días que no tenía noticias de Theresa. Le prometí ir a visitarla, a mi regreso, en una semana. Nadie contestó a la puerta. Aplaudí, llamé con mi celular al de Theresa, grité y hasta regresé al auto y toqué bocina. Nada. Imposible penetrar. La puerta estaba bloqueada. Había cajas y más objetos detrás. Al ver, por el resquicio, este espectáculo, me angustié. Era un sentimiento inexplicable. Empecé a gritar. Intenté mover las cajas y abrir la puerta lo suficiente como para entrar, pero los objetos formaban un muro impenetrable.

Di la vuelta y traté de abrir una de las ventanas, pero estaba también obstruida. Con los ojos pegados al vidrio, noté que junto a la ventana Theresa había colocado una pecera enorme con peces de colores y hasta una tortuga marina. Vi a través del agua, unos maniquíes desnudos, aunque me pareció que un leve resplandor se desprendía de sus ojos vaciados. Luego me tropecé con el payaso de vidrio, más colorido que antes, y una calesita con animalitos que parecía girar aunque nadie le diera cuerda. Pensé que estaba alucinando. Me dirigí entonces hacia la puerta de atrás. Su auto estaba estacionado a unos pasos del trailer. Me acerqué despacio, con creciente preocupación. Sobresaltada, vi que el auto de Theresa estaba lleno de revistas de historietas de los años cuarenta. Cajas y cajas con historietas. Otra caja repleta de golosinas viejas, en el piso. Avancé un poco más, y pude ver junto al auto, en dirección opuesta al trailer, el cuerpo de Theresa recostado en el piso sobre una colchoneta, cubierto con una manta floreada y sujetando una almohada. Los párpados descansaban a la par de Theresa. Le toqué la frente: estaba fría. Fría y pálida, Theresa reposaba. A través de una curiosa sintaxis amorosa, Theresa y sus objetos se habían finalmente poseído. Una ballena enorme y blanca que alguien más coleccionaría, en un edificio esterilizado, dentro de los archivos monumentales de la humanidad, donde se coleccionan estos especímenes extraños, solitarios, muertos en la orilla del mar, una corriente que la deparara en otro lugar, el lugar equivocado.


ANTONIO DI BENEDETTO, PERIODISTA

PRIMERAS TENSIONES ENTRE FICCION Y REALIDAD

“Le prometo, señor, quiero decir, le aseguro, que no lo he soñado: Dejé de ser niño y me hice periodista.” Sombras, nada más.

Palabras peligrosas A lo largo de su vida, el escritor mendocino se asumió desde un doble lugar de escritor y periodista. Este artículo aborda ese otro perfil, menos conocido o estudiado y que, sin embargo, desencadenó su detención y cautiverio en 1976.

E

por NATALIA GELÓS

n él convivieron el periodista y el escritor. Allí, bajo el cobijo del manto andino, Antonio Di Benedetto desarrolló la mayor parte de una obra que hoy lo ubica entre las mejores plumas de la literatura latinoamericana. Fue escritor. Fue periodista. Muchas veces, el primero opacó al segundo. La historia de este Di Benedetto periodista tiene sombras ocasionadas por la propia luz del escritor, aunque ese oficio fue el que definió el rumbo que tomó su vida hasta el final. Tras líneas y líneas de análisis y críticas literarias, han quedado dos cuestiones olvidadas: la estrecha relación de Di Benedetto con el periodismo –es injusto pensarlo separado de su oficio– y la incidencia que tuvo la profesión aquella noche de 1976 en la que un grupo de militares irrumpió en el diario Los Andes y dio comienzo a la pesadilla que nunca lo abandonaría. La sombra del escritor opacó a lo largo de su historia al periodista que, con ideales forjados en el liberalismo tradicional, mantendría una ética que lo llevaría a enfrentar al poder de turno.

Era un día teñido por la excitación que producía un eclipse de sol que sería total. Las maestras explicaban a los alumnos lo que eso significaba y trataban de abordar el tema desde diferentes ángulos. El niño Antonio escuchaba y pensaba. Una pregunta lo invadió: ¿Cómo se comportarían los animales ante la falta momentánea del sol? No se conformó con asomarse por la venta. Quiso saber qué pasaba en realidad y se empeñó en disipar su intriga. Ya adulto, Di Benedetto recordó aquella experiencia: Me dirigí al Jardín Zoológico de Mendoza. Pedí hablar con el director y le pedí que me autorizara para estar unas dos o tres horas dentro del zoológico, observando a ver si los animales percibían la disminución de la intensidad solar y si mostraban miedo, que era lo que quería saber yo. Me autorizaron. Algunos de mis compañeros, que estaban al tanto de mi experiencia, me esperaron a la salida del zoológico para preguntarme cómo habían reaccionado. Y yo, según quién me lo preguntaba, tuve dos versiones. Para los que tenían más confianza, les decía: “Prácticamente no pasó nada, ni se dieron cuenta. Para ellos, no hubo eclipse”. Pero para los más cándidos, a los que yo reputaba de inferiores mentales, les inventé historias. Les conté que el mono había hecho tal o cual cosa con la mona, que el león había bostezado y que el tigre se había abalanzado sobre su enemigo sin necesidad del eclipse porque él se consideraba importante y por lo tanto atacaba con mucha frecuencia.1 La cita es rica en varios sentidos. El Di Benedetto adulto reconstruye un pasado en el que el periodismo y la literatura, la tensión entre ficción y realidad, se hacen presentes. Muestra a alguien que se debate en presentar los hechos tal y como habían ocurridos, respetando así el requisito indispensable del oficio periodístico, o internarse en el juego de la ficción. Con humor –y cierta malicia–, ese niño que Di Benedetto recuerda asume los dos caminos y juega con el poder que le otorga una audiencia cautiva. Subyacen en esa historia la curiosidad del periodista, el goce por la inventiva, por el juego con la realidad, y la manipulación, presente ésta en ambas formas de relato.


Comenzó a ejercer el oficio de joven, a los dieciséis años. Sus comienzos habían sido en pequeños periódicos de la provincia, La Semana, La Libertad y, en poco tiempo, consiguió colaborar en medios capitalinos. Su experiencia más importante, por aquellos años, fue la cobertura del terremoto de San Juan, en 19442. Las notas fueron publicadas en La Prensa. Lo que él mismo llamó su “primera gran nota” daba la noticia de la muerte de unas 1200 personas. El fantasma de la muerte lo acompañó desde su infancia, ya desde su primer respiro, un 2 de noviembre, fecha en que se celebra el Día de los Muertos. A los diez años, falleció su padre y las sospechas de suicidio lo atormentaron hasta que, a los 25 años, decidió despejar esa duda. Nunca llegó a comprobarlo, pero esa pregunta quedó abierta para siempre3. La idea de suicidio, y, a su vez, el miedo a la muerte, merodeaban, en estado latente, en su espíritu. Ese verano de 1944, Di Benedetto se encontró con calles pobladas de cuerpos tan destrozados como la ciudad que la tierra se tragaba. La muerte, esa vieja amiga, lo saludaba una vez más. En esa oportunidad, le abría camino para mostrar su calidad periodística, para darle notoriedad en el periodismo gráfico, lo que él llamo “el empellón definitivo al oficio”4. Uno año después, Di Benedetto ingresó al diario Los Andes. Se casó con Luz Bono. Publicó en 1953 su libro de cuentos Mundo Animal y, en 1955, organizó la filial de Mendoza de la Sociedad Argentina de Escritores. Ese mismo año se publicó El Pentágono. Un año después llegó Zama y con ella abrió para siempre su lugar en la literatura. También en 1956, fue nombrado supervisor en Cuyo del diario La Prensa, del que era corresponsal. También incursionó en la enseñanza del periodismo. Cerca de cinco años estuvo al frente de la cátedra de Redacción Periodística en la Escuela Superior de Periodismo de Mendoza. Los Andes era un diario tradicional que había sido fundado en 1882 por Adolfo Calle y que había mantenido una línea editorial de corte conservadurista. Institución con peso en la región cuyana, el medio se hacía fuerte en la provincia y entrar allí era a lo máximo que se podía aspirar en cuanto a magnitud editorial de la región.

| Sus comienzos habían sido en pequeños periódicos de la provincia, La Semana, La Libertad y, en poco tiempo, consiguió colaborar en medios capitalinos. Su experiencia más importante, por aquellos años, fue la cobertura del terremoto de San Juan, en 1944. |

Ilustraciones de Paula Adamo

Las cosas marcharon en orden. Una frondosa actividad literaria le permitió publicar ficción y viajar por el mundo: Francia, Inglaterra, Italia. Fue así como asistió a la entrega de los Oscars en 1965. Su cobertura se publicó en el suplemento “Artes y Espectáculos” que él dirigía. Para entonces, había producido una obra literaria sólida, con reconocimiento en el exterior. Mundo animal (1953), Grot (1957 – luego reeditada como Cuentos Claros), Declinación y Ángel (1958), El cariño de los tontos (1961) y El silenciero (1963) se apilaban con su firma. Luego de una década de experiencia en el periodismo, dirigía el suplemento de cultura y espectáculos del diario Los Andes. Ese 1967, Di Benedetto lo comenzó, entonces, con una consolidada posición como periodista y escritor. Había recorrido el mundo a través de becas y, como enviado especial, había viajado a Europa, África, Estados Unidos. Gozaba de renombre en la sociedad mendocina. En 1957 había ganado el concurso para la realización del guión de la fiesta de la Vendimia y lo presentó al año siguiente junto a Abelardo Vázquez y Alberto Rodríguez (h). De su matrimonio con Luz Bono, había nacido Luz, que ya tenía siete años. Tenía amigos, pocos pero selectos; una casa hecha a medida en una esquina mendocina. Su vida se veía próspera, se anunciaba sin sobresaltos. Aquellos primeros pasos en el oficio quedaban atrás. Consolidado en lo suyo, no imaginaba que un giro inesperado aguardaba el pie para entrar en escena. No lo sospechaba aún pero cuando asumía la subdirección de Los Andes, Di Benedetto comenzaba una etapa de su vida que, sin desvíos, lo conducía a su final.

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HACIA LA CIMA

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EL HOMBRE PEQUEÑO QUE ASUSTABA

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El Di Benedetto previo al 24 de marzo de 1976 era un hombre de pequeña estatura y una delgadez gallarda que contrastaba con una personalidad que dejó una marca en quienes lo conocieron. Nunca he hecho política de ninguna especie. Y aunque era esencialmente antiperonista, no dejaba traslucir esas convicciones al periódico que conducía. Mi antiperonismo era una cosa latente, una cuestión casi borgeana, bastante inofensiva. De ahí a adherir a grupos de fuerza hay un gran trecho 5 Antiperonista y opuesto a todo dogma, como lo describe su amigo Emilio Fluixá, Di Benedetto decía intentar que esa actitud –casi utópica– de objetividad se mantuviera en el periodismo que ejercía. Alberto Atienza habló por primera vez con Di Benedetto cuando rindió ante él su prueba de ingreso para el diario Los Andes. Hablaron de literatura y el aspirante pasó el examen. A lo largo de los años, Atienza adhirió cariño a la admiración que tenía por él. Antipático y simpático a la par –recuerda–. Era terminante. Si algún periodista descendía del escalafón en que él lo situaba (o si se hallaba en un puesto bajo en el que él lo colocó en un principio) su trato con ese colega era frío y distante. En cambio, si uno ganaba su aprobación, luego del tema laboral iniciaba conversaciones amables. Desplegaba su sentido del humor. 6 La voz de Di Benedetto se recupera a partir de ciertos pasajes de Sombras, nada más, su último libro. Una mezcla de ficción y realidad del que más de una vez el autor definió como autobiográfica por excelencia.7 Ciertos pasajes coinciden con testimonios brindados por la gente que lo conoció o por sus propias palabras, en entrevistas que dio a distintos medios. Di Benedetto se sentía más cómodo con los jóvenes. Si eran, según su criterio, competentes, les brindaba posibilidades a los que ingresaban al diario y fomentaba el crecimiento de quienes él consideraba que lo merecían. Manuel Corominola se acuerda también de su examen ante Di Benedetto. El subdirector lo envió a hacer una nota como prueba. “Por aquellos años se empezaba a usar la minifalda –cuenta– y los colectiveros usaban unos espejitos diminutos que apuntaban desde abajo, para poder verle la ropa interior a las chicas. Hice un artículo sobre eso”. Con la nota en la mano temblorosa, llegó ante Di Benedetto. El subdirector la leyó en silencio y mandó un fotógrafo para que graficara lo que al otro día saldría publicado en el diario y armaría un gran revuelo. Rodolfo Braceli trabajó en la misma oficina que Di Benedetto desde 1960 a 1965, en la sección “Artes y Espectáculos”.

Como jefe era, digamos, complejo. Por mí tuvo enorme afecto y apostó por mi futuro como sólo puede hacerlo un padre o un hermano mayor. Naturalmente, uno con un padre, discute mucho. Controlaba especialmente las notas de opinión. Prefería un periodismo lejano a la opinión y a la polémica. En este punto no coincidíamos para nada. Digamos que lo hice rabiar mucho. Pero conmigo se planteó de entrada un código: si había que cortar, porque yo era bastante opinante, directamente la nota no salía. Fue en la cotidianeidad de una redacción que la muerte golpeó una vez más la puerta de Di Benedetto. Atienza recuerda que en El Andino (periódico vespertino de los Calle, también dirigido por Di Benedetto) trabajaba un joven solitario, parco, que cierta vez le anunció al subdirector que iba a suicidarse. Di Benedetto no le creyó. El joven murió bajo las ruedas de un micro. Tiempo después de que eso ocurriera, Di Benedetto le pidió a Atienza, que era jefe de policiales en el vespertino, y a Rafael Morán, jefe de policiales de Los Andes, que prepararan informes sobre suicidios. “Algo así como crónicas subjetivas, pareceres, detalles, sensaciones”, dice Atienza. Di Benedetto había quedado devastado por la muerte de ese joven. Al mismo tiempo, tomaba forma Los Suicidas. Años después, Di Benedetto volvió sobre esa amenaza que no tomó en serio; la enfrentó en Sombras, nada más, la exorcizó a través de Maldoror, un joven que llega a la redacción y mantiene una relación filosa con Emanuel, protagonista de la novela. Maldoror termina con sus días al arrojarse a las ruedas de un autobús. Emanuel, entonces, se cuestiona el no haber hecho nada para impedirlo. “Repasa (Emanuel), como acometido por una punzada, la muerte de Maldoror, que él posiblemente pudo haber impedido.”8 La actriz Ana María Giunta conoció a Di Benedetto cuando éste era Jefe de sección de “Artes y Espectáculos”. Ella formaba parte de la Sociedad Argentina de Escritores, era secretaria, e integraba grupos de literatura de jóvenes. Para promocionar sus actividades, visitaba el diario con frecuencia. Giunta recuerda a Di Benedetto como un hombre melancólico, que escondía su tristeza tras la máscara de la distancia: Se sentaba en un sillón, en su escritorio, y ponía todo en penumbras. Sólo a él le daba la luz. Creo que jugaba a ese personaje de hermético. Él parecía soberbio, pero era un nostálgico, un melancólico. Y ponía distancias porque le costaba mucho lo social. Era muy cuidadoso de su privacidad. Cuando yo le preguntaba por cuestiones del diario, él me agarraba la perilla y me decía: “A usted no le importa”. Tenía siempre una infinita tristeza.9


Poder, mujeres, inteligencia y una actitud introvertida, alejada de las actividades sociales, volvían a Di Benedetto una persona tan querida como odiada. En 1969, durante el lanzamiento de Los Suicidas, Di Benedetto fue entrevistado por un canal de televisión y dijo sobre la obra: “En una de sus lecturas, puede ser considerada como un manual de suicidios”. Otros rencores respondían a desacuerdos políticos o ese muro inviolable que levantaba. El periodista Ramón Abalo reconoce que Di Benedetto no era una figura de su agrado: “Sentía mucha tirria por él. No le gustaba la idea del Sindicato de Prensa. Prefería seguir en el Circulo de Periodistas, donde no se mezclaba con quienes no lo eran”, dice. Sin embargo, el día menos pensado Abalo y Di Benedetto se sentaron a beber ron como dos amigos. Fue en 1975, cuando el presidente del Banco de Mendoza, que anunciaba su retiro, dio un discurso en el que atacaba una nota publicada en Los Andes unos días antes. Abalo cuenta que Di Benedetto estaba presente y se acercó furioso al orador. “El encontronazo continuó afuera –dice–. La situación se ponía cada vez más violenta. En un momento, sólo quedamos él, un compañero y yo. “Tomémonos un ron”, nos dijo. “Dos cosas me llamaron la atención: su enojo y la invitación.”

Ese Di Benedetto que llegaba a la subdirección del diario Los Andes ignoraba que poco antes de cumplir sus diez años en ese puesto acabaría preso de una dictadura militar que haría trizas todo aquello que había logrado. Nada le inducía a pensar que el mismo 24 de marzo de 1976, a horas de instaurado el golpe militar, comenzaría una estadía en el infierno que duraría 526 días, con traslado a La Plata, torturas, humillaciones y simulacros de fusilamientos. Un infierno obstinado que lo acompañaría por el resto de su vida. Fue detenido, para sorpresa de todos, y la pregunta se planteó para siempre: ¿Por qué? Las respuestas a lo largo de los años rondaron el mito y las especulaciones. Nada cercano a una respuesta realista que, quizá, tampoco habría que esperar. Esa herida instaurada por esa pregunta imposible se arraigó en la vida de Di Benedetto y nunca más cicatrizó. En 1977, al quedar en libertad luego de que personalidades de la cultura pidieran por él y que la escultora Adelma Petroni encabezara, incansable, la lucha por su liberación, sobrevino el exilio europeo. Trató como pudo de rehacer su vida. Como a todos los exiliados, no le fue fácil. Arrancar desde cero en lo económico y en lo profesional a los cincuenta y cinco años, con las humillaciones que había vivido, con ese desbarajuste descomunal que produce el golpe de lo inesperado, fue una ardua tarea. Consiguió colaborar en medios españoles. El exilio y su posterior retorno, en 1984, también estuvieron marcados por su actividad periodística. En el exterior, el oficio fue el que le permitió reponerse –en la medida de lo posible– a ese Di Benedetto desvencijado física y anímicamente. Su retorno al país fue cubierto ampliamente por la prensa nacional, que lo recibió con honores y elogios que, luego de su muerte, se volvieron reproches por esa figura que, decían, había sido olvidada durante años. El periodismo local había bordado para él la imagen de la víctima inocente de la dictadura. Poco tiempo después de su regreso, Di Benedetto murió. Era octubre de 1986. En vida, y pese al miedo que se había arraigado en él, Di Benedetto había recorrido distintas oficinas gubernamentales para conocer los motivos de su detención. Nunca obtuvo la respuesta. Nunca halló la explicación lógica a lo que había vivido. A su muerte, los medios lo presentaron como “la víctima del olvido”. | La prosa impecable del Di Benedetto periodista se fundía con su ética formada bajo el concepto liberal del periodismo que utiliza la libertad de expresión como punta de lanza, pero que se aleja de posiciones expresamente partidarias. |

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EL ABSURDO NO PIDE PERMISO

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EL ARTE DE LA CONTRACONQUISTA

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PALABRAS PELIGROSAS

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Las decisiones editoriales que tomó en los meses previos a su detención y los testimonios de quienes compartían con él aquellos días refuerzan la idea de que el férreo compromiso con la libertad de expresión, con la convicción en objetividad periodística, lo movieron a publicar noticias que, sin dudas, afectaban al poder de turno. Di Benedetto no militaba en ninguna agrupación, no creía en verticalismos políticos, pero estaba comprometido con el ejercicio del periodismo. Y ciertos gestos y decisiones editoriales que tomó desde su puesto de subdirector lo ubicaron en un lugar que podría verse como “fastidioso” ante los intereses imperantes en la primera mitad de los años setenta, cuando la Triple A se hacía fuerte y preparaba el camino para el último golpe militar que sufrió el país. Una serie de notas en especial lo demuestran. Son historias que se cierran y que lo tienen a él como último responsable. A medida que la Triple A aumentaba su sistema represivo, el diario Los Andes denunció persecuciones, detenciones y asesinatos a militantes políticos e intelectuales. Algunos casos se destacan por la repercusión que luego tuvieron. Una portada del vespertino El Andino (recordemos, también dirigido por Di Benedetto), del 25 de febrero de 1976, se constituyó en la prueba suficiente para demostrar que un grupo de detenidos había sido trasladado ilegalmente desde el D2 (centro de detención clandestino) hasta la Penitenciaría provincial. Una madre encontró a su hijo, uno de esos detenidos, gracias a esa tapa, donde se daban nombres y el lugar en el que estaban cautivos. | Ciertos gestos y decisiones editoriales que tomó desde su puesto de subdirector lo ubicaron en un lugar que podría verse como “fastidioso” ante los intereses imperantes en la primera mitad de los años setenta, cuando la Triple A se hacía fuerte y preparaba el camino para el último golpe militar que sufrió el país. |

Otra de las decisiones editoriales que pusieron a Di Benedetto en boca de militares y diarios del mundo fue la publicación de la noticia que destapó las maniobras de la agrupación de derecha chilena Patria y Libertad, que se organizaba para atentar contra el entonces presidente Salvador Allende en mayo de 1973. Éstos habían sido dados por muertos, en lo que se describió como un accidente aéreo, y Di Benedetto dio vía libre para publicar la noticia que desmoronaba esa mentira. Además, en la era dibenedettiana de Los Andes, se publicaron periódicamente noticias que revelaban desapariciones o muertes que tenían a los militares como últimos responsables. Los porqués de su detención son esquivos. Hay mucho de leyenda que con el tiempo se anquilosa. Como ocurrió con muchos casos de detenciones y desapariciones en la Argentina durante la última dictadura militar, es difícil encontrar algún documento que eche luz sobre la detención de Di Benedetto. Si bien se sabe que el gobierno militar llevaba burocratizado su accionar represivo, se sospecha que en 1983, antes de su partida, microfilmaron documentos y los enviaron al exterior. El decreto 2726/83 fue el que permitió esa extracción. No hay aún explicaciones firmes sobre las razones de su encierro. Sin embargo, luego de un repaso por su actividad periodística es posible afirmar que Di Benedetto fue detenido por ejercer el oficio, “por periodista” –como muchas veces él mismo arriesgó.


“Conseguí ser periodista. Persevero”, decía en la autobiografía –gastada ya de tanta cita– que el autor escribió en 1968 para una publicación alemana.10 En sucesivas entrevistas, Di Benedetto reflexionó sobre la profesión. A menudo se encargaba de diferenciarla de la literatura y definía a los periodistas como “una especie de pequeños héroes miserables al servicio de los demás”11. Pero su oficio estaba sin dudas aferrado a su prosa fina y precisa y a su habilidad para manejar la tensión y crear climas con intensidad dramática; herramientas todas en directa relación con su literatura. Las coberturas para el diario La Prensa en 1964, cuando viajó a Bolivia, fueron, como señala Jorge Enrique Oviedo12, una clara muestra de esa prosa afilada, que destilaba experiencia. En noviembre de 1964, Di Benedetto viajó como enviado especial a cubrir la llegada al poder el General René Barrientos, luego de un golpe de estado en Bolivia. En esas entrevistas y crónicas se evidencia la calidad periodística de Di Benedetto: por su valor documental, por su aguda mirada de la realidad que le tocaba cubrir, y por el valor de su prosa periodística. Narrados en primera persona, los artículos dejan ver a un periodista seguro, que se mueve firme en el terreno que le toca atravesar. También por esos días describió escenarios, reprodujo diálogos, que quedaron perpetuados en las páginas del diario La Prensa. Situaciones variadas que sucedían en Bolivia y que a diario se publicaron en la sección de noticias internacionales. Ya con una abierta fusión entre periodismo y literatura, en “Silencio y Ternura”13, para Clarín, Di Benedetto abordó el texto periodístico desde una perspectiva literaria. La nota hizo eje en la vida de Antuco, un niño peruano, y su madre, Martiria, que emigraron del campo a la ciudad luego de la muerte de su padre. Una situación que, pese a las grandes diferencias generales, el escritor ya había vivido. Allí, Di Benedetto recurrió a la construcción de escenas, a la reproducción de diálogos y a la profundización en el armado de personajes. Periodismo narrativo en estado puro. La justa aplicación de lo definido por Tom Wolfe en esos años: punto de vista en tercera persona, construcción escena por escena, diálogo realista, descripción significativa, ésas eran las características que el escritor norteamericano proponía como parte del ADN de eso que comenzaban a llamar “nuevo periodismo”. La prosa impecable del Di Benedetto periodista se fundía con su ética formada bajo el concepto liberal del periodismo que utiliza la libertad de expresión como punta de lanza, pero que se aleja de posiciones expresamente partidarias. En una época de fuerte politización de los intelectuales, la de Antonio Di Benedetto fue una postura alterna-

tiva. Lejos de la militancia, pero con un fuerte compromiso por la libertad de expresión y por la denuncia de los “excesos” de poder Antonio Di Benedetto pasó a ser una más de las víctimas en ese mar de absurdo que lo inundó todo en la década del 70, cuando el poder represivo estuvo en manos de la Triple A, de la organización paramilitar de Mendoza llamada Comando Anticomunista de Mendoza y, del gobierno militar que asumió luego del Golpe de Estado. Frente a otros escritores-periodistas, también víctimas de la represión durante la última dictadura militar, Di Benedetto se presentó desde el no-lugar en la participación política. Lejano ya de su cercanía con el socialismo de Alfredo Palacios, que lo cautivó en su juventud, el periodista y escritor fue, sobre todo, un existencialista. Su existencialismo, sin embargo, se revelaba contra los poderes, desafiaba – o ignoraba– la censura, y hacía explotar la noticia ante los ojos de quienes intentaban ocultarla. No se ubicó en el lugar de periodista militante y estuvo lejos del compromiso asumido por otros, como Rodolfo Walsh y Francisco Urondo. Sin embargo, desde su posición cumplió con su objetivo de perro guardián, de vigía en medio de las mentiras que forja el poder. Lo demostró a través una sistemática publicación de los crímenes producidos por las agrupaciones parapoliciales durante los primeros años de su accionar. El suyo fue un periodismo firme en épocas donde los hacedores de palabras eran, para el poder, más amenazantes que un arma. 1 Material inédito de entrevista de Jorge Urien Berri a Di Benedetto, publicada en versión resumida el 19 de Octubre de 1986 en La Nación (“Antonio Di Benedetto, el autor de la espera”). Desgrabación proporcionada por el periodista a la autora. 2 El terremoto ocurrió el 15 de enero de 1944. 3 “Pasados los años, más o menos cuando tenía 25, me nació la necesidad de saber si mi padre se había suicidado o no. Y ¿Cómo comprobarlo? No había constancias de ninguna especie. La familia nunca me ayudó de verdad. Mi madre se calló completamente, y cada vez que le hice la pregunta, soslayó el tema y me dejó en la ignorancia. Es decir, no me negó categóricamente, pero no me ayudó a saber”. Material inédito de entrevista de Jorge Urien Berri. Ob. Cit. 4 Di Benedetto, Antonio. Sombras, nada más, ed. Alianza, 1985, Argentina. Pag. 47. 5 Tiempo Argentino, 24 de Septiembre de 1983. 6 Entrevista a Alberto Atienza. 7 “Creo que gran parte de lo que escribí es autobiográfico, aunque lo disimule para que no me descubran, para que no me acusen de torpezas reiterativas”. Entrevista de Jorge Urien Berri para La Nación, 19 de octubre de 1986. “Antonio Di Benedetto, el autor de la espera”. 8 Di Benedetto, Antonio. Sombras, nada más, ed. Alianza, 1985, Argentina. Pág. 194. 9 Entrevista a Ana María Giunta. 10 Di Benedetto, Antonio. Autobiografía escrita en 1968 a pedido de una publicación de Alemania Occidental. 11 Entrevista de Braceli, Rodolfo. “Un escritor en serio”. Revista Gente, 21 de Diciembre de 1972, Buenos Aires. 12 Oviedo, Jorge Enrique. “El periodista distante, el hombre cercano”, ponencia presentada en el marco del homenaje por los veinte años de la muerte de Antonio Di Benedetto, en la Biblioteca Nacional. 13 Clarín Revista, 25 de Octubre de 1981.

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LA PLUMA, ENTRE PERIODISMO Y LITERATURA

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LOS NARRADORES ARGENTINOS Y EL POLICIAL por FABIÁN SOBERÓN*

En Argentina, la apropiación del policial cuenta con una tradición portentosa. Nueve novelas contemporáneas son aquí analizadas intentando discriminar los distintos modos en que los narradores argentinos hoy actualizan el género. Aguirre, Consiglio, Herrera, Mallo, Néspolo, Oyola y Romero: en foco.

* Fabián Soberón. (Tucumán, 1973). Ha publicado La conferencia de Einstein (2007), Vidas breves (2008) y ensayos sobre literatura, arte, música, filosofía y cine en revistas nacionales e internacionales. Es docente de Teoría y estética del cine en la Universidad Nacional de Tucumán y de Guión en la Universidad Católica de Santiago del Estero. Fue finalista del Premio Clarín de Cuento 2008. Colabora con El pulso argentino y La Gaceta Literaria. (fsoberon2003@yahoo.com.ar)

Obras de Silvina Paulon Para conocer más, visite el sitio: http://www.silvinapaulon.com.ar/


1. La apropiación más fiel

Delincuente argentino narra las vidas cruzadas de Lascano, el Topo Miranda y el represor Leonardo Giribaldi. Ninguno de los tres está exento de culpas. Ninguno vive o ha vivido una existencia pura y ortodoxa. Los tres han rozado alguna vez las peripecias del delincuente. El título de la novela, entonces, podría estar escrito en plural. El perro Lascano es un ex comisario que ha sufrido el ataque de un grupo de tareas de la dictadura y que recuerda, continuamente, la piel blanca de una mujer perdida. Esa mujer se llama Eva. Durante buena parte de la novela, Lascano trata de recuperarse del “accidente” y apenas lo logra es contratado para atrapar al Topo: un “delincuente intelectual”. El Topo Miranda no es un ladrón común ni un asesino. Podría ser un gran policía si abandonara la vida puerca. Ha salido de la cárcel con tres propósitos claros: hacerse el análisis de HIV para comprobar si ha sido contagiado por el virus, encontrar a su querida Negra y saber si todavía se “calienta” con una mujer. El robo del Topo Miranda y sus tres “amigos” es narrado como un conjunto de recuerdos del personaje: durante las peripecias del asalto, uno de ellos muere, el otro es atrapado y el Topo logra escapar. Cuando el dueño del banco se entera del asalto, lo busca a Lascano, porque es el mejor investigador de la policía. Desde el inicio, se configuran los perfiles de los personajes y se anuncian las muertes. La trama de la novela se encarga de dejar bien en claro que los bancos no sólo son robados sino que también son agentes del robo. Los dueños de entidades financieras esconden el dinero sucio y cierran las frágiles cuentas de sus clientes, trasladan los bancos a nuevos espacios o cambian el diseño y el nombre del edifico. El banco, el principal operador del capitalismo financiero, no es una entidad transparente; todo lo contrario: es el principal delincuente. Los policías, por su parte, traban acuerdos con los ladrones y forman parte del cuerpo de la corrupción: son uno de los ejes de la máquina corrupta. Delincuente argentino sigue las convenciones de la novela negra no sólo en la trama sino también en el uso de los recursos técnicos: escritura coloquial, narración objetiva, abundancia de diálogos, inclusión de acciones rápidas y de peripecias violentas. Mallo reproduce los tics de la versión norteamericana: el ambiente es tórrido, los delincuentes son epifenómenos del capitalismo, la pobreza campea, los policías pueden ser ladrones y los militares son unos mafiosos. Es, sin dudas, un policial negro ambientado en Argentina. Pero hay un plus: es, a su modo, una novela política. A través de los personajes y de la elección de los escenarios y de la realidad histórica en la que viven, la novela procura decir algo sobre los conflictos políticos en tiempos de la posdictadura.

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e podría pensar que las obras de Borges, Walsh y Juan José Saer ofrecen diferentes modelos de apropiación del género. Borges utilizó las estrategias del policial inglés –investigación, suspenso, personajes tipificados, búsqueda de la verdad a través de un método racional– para crear cuentos filosóficos, fantásticos, metafísicos. En este sentido es sintomático lo que Walsh dice en el prólogo a ¿Quién mato a Rosendo?: “Si alguien quiere leer este libro como una simple novela policial, es cosa suya.” El crítico Ángel Rama sostuvo que el discípulo mayor de Borges no fue Bioy Casares sino Rodolfo Walsh: si bien Variaciones en rojo y la trilogía de cuentos irlandeses parecen seguir las reglas del género sin demasiadas alteraciones, las novelas de no-ficción Operación masacre, Caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo? representan su apropiación más original o experimental, al tomar ciertas reglas del género y trasladarlas a otro registro no literario (la investigación periodística). Por su parte, Saer sigue de alguna forma el modelo de Hammett y Chandler –es conocida su vacilación respecto del género: al principio manifestó admiración y, posteriormente, rechazo– al escribir las novelas Cicatrices y La pesquisa o el cuento “El taximetrista”. Pero sus operaciones son diferentes a las de Walsh. Su apropiación trabaja ciertos tópicos del policial, los pone patas para arriba y los inscribe en la estructura de su poética. Cicatrices y La pesquisa son menos novelas policiales que artefactos literarios manchados por los tics del género. En este ensayo analizaré los modos en que ciertos autores argentinos contemporáneos se apropian del género. Algunos, de una manera kantiana, ven en el policial no un medio sino un fin en sí mismo. Son narradores que se interesan por el género a manos llenas y entienden que éste les permite realizar sus textos de la mejor manera posible, develando verdades del mundo “gangsteril” y corrupto argentino. Es el caso de Delincuente argentino, de Ernesto Mallo. Otros se valen del género como una herramienta para construir su propia obra, usándolo casi como material de descarte. Se valen de los procedimientos de construcción narrativa del género para escribir una novela con marcas poéticas en la forma y en el tema. Es el caso de los libros de Jorge Consiglio. El tercer grupo encuentra en el policial la zona intermedia que les permite armar sus narraciones desde una especie de “purgatorio literario”: entran y salen del policial, tomándolo como un medio y como un fin. No hay una decisión rotunda de salir del policial o de quedarse; se sitúan en una hipotética vía media, una zona franca en la que se encuentra buena parte de la literatura contemporánea que establece un comercio intencionado con el género. En esa zona, ubico las novelas de Marcos Herrera, Osvaldo Aguirre, Ricardo Romero, Matías Néspolo y Leonardo Oyola.

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2. La apropiación infiel: una gramática del arte

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Al leer las novelas de Raymond Chandler se advierte rápidamente que su logro mayor no hace foco en el lenguaje. En todo caso, las palabras funcionan al servicio de la exposición de una realidad. En este sentido, crea un código con el objetivo de narrar una serie de peripecias, un conjunto de sucesos que fundan una moral. Su prosa está teñida por el argot, por giros del lenguaje oral y algunas expresiones propias que se repiten en sus novelas. Algo queda claro: no es un preciosista ni un formalista. El lenguaje no es su mayor preocupación. En general, salvo raras excepciones –Patricia Highsmith, quizás–, las novelas policiales no se interesan por el lenguaje. La exploración de los recursos lingüísticos no es la meta del género. Al contrario, el lenguaje es sólo un medio, un instrumento para narrar. Las operaciones de Consiglio recuerdan a las operaciones de Juan Carlos Onetti: el policial colabora con la narración de peripecias que agilizan la densidad lingüística de la prosa, con la creación de atmósferas oscuras y con la aparición de personajes claros y bien definidos. Para Consiglio, la poesía es el centro secreto de la lengua. Elabora la prosa con la poesía como substrato. La poesía orada la prosa y funciona como su motor oculto. Por eso, su prosa es inconfundible. El titulo de su segunda novela, Gramática de la sombra, enlaza dos sustantivos irreconciliables. Pero el enlace está justificado: su escritura clásica, lúcida, poética, demuestra que la gramática es un objeto hermoso y sombrío, ordenado y siniestro. La trama está organizada desde los gestos del policial. El esqueleto, el móvil certero y dinámico, es policial. Los cruces de los personajes, el suspenso y la manera de utilizar la peripecia configuran el manto de sombra del policial atravesado por la poesía. Lezcano, un cirujano que ha perdido a su esposa, debe ordenar el caos de su vida. Recurre, para ello, a múltiples ritos: el encuentro con las hormigas –y las reflexiones sobre ellas–, la charla con los pacientes, el trabajo solitario, el descanso. Dos hombres, Abadi y su jefe Raimondi, intentarán ayudarlo. Abadi es una especie de filósofo de lo cotidiano. Apela a sus recuerdos y a los dichos de la gente. Entre sus afirmaciones, una lo aproxima insospechadamente a Heráclito: “¿Quién se le anima a la pausa si hasta la misma noche es movimiento?” Raimondi es un hombre práctico que desea ayudarlo en el duelo. Opina Raimondi: “Mi teoría es sencilla: un clavo saca a otro clavo.” Pero ni uno ni otro podrán sacarlo de la imparable trampa que le tiende la memoria.

Un día Lezcano descubre dos cartas. Una, de la madre de una vecina; la otra, de un tal Devic. Funcionan como disparadores de enigmas: ¿Por qué dicen lo que dicen las cartas? ¿A qué se debe el odio de Devic? Lezcano no se queda solo con las preguntas. Averigua ciertos rasgos de la vecina. Y un día cualquiera, descubre la figura de Julia a través de la ventana. A partir de ese momento, Lezcano será el perfecto voyeur insospechado. Se obsesiona. Con los meses, Lezcano y Julia se desentienden; en ese tiempo aparece Devic, quien comete un acto irremediable. A partir de ese instante, Lezcano siente que su vida corre peligro y le pide a Abadi que lo ayude en su nuevo plan: huir. La fuga le sirve a Consiglio para desplegar su artillería con una prosa inconfundible. La fuga está narrada con la elocuencia y el suspenso narrativo de una película de género, pero trabaja la forma en doble sentido. La novela une lo que a veces funciona de manera separada: hay una manera ajustada y efectiva de organizar los sucesos; el lenguaje fulgura a través de metáforas, comparaciones y estallidos líricos en cada página. El perfecto cruce: la atmósfera enrarecida y agobiante, el lenguaje poético, la trama sólida, los planos cortos, rápidos y precisos. En la última secuencia, Lezcano le propone a un joven enfermo mental que monten en los caballos que lleva Abadi en la camioneta. Se pierden en la llanura. Dice el narrador: “Al cruzar la ruta, el médico se confortó con dos ideas: una, que la vida no era gran cosa; la otra, que ni la barbarie más grande consigue alterar el universo”. Le atribuye a Lezcano dos convicciones. El lector se pregunta cuál es la que entrega menos dolor. Y cierra el libro sin saber la respuesta. Gramática de la sombra es un fascinante tratado sobre el escepticismo. O mejor: es un seductor tratado sobre la esperanza y el escepticismo, que acaso son lo mismo. No ha sido escrito bajo las formas canónicas. Alberga precisas afirmaciones sobre la vida, la esperanza, la muerte y la felicidad. Propone una galería de personajes que se entrecruzan. Pero esa profusión no opaca ni disminuye la minuciosidad de la prosa. La cuestión es, por supuesto, cómo narrar varios relatos sin perder precisión. Una de las claves de la novela está en armar la trama con estrategias del policial –la premisa de la peripecia y del suspenso– a través de un lenguaje asumido como fin en sí mismo, y no como medio. En este sentido, la novela es un aparente oxímoron: la trama enlaza ciertos tics del policial pero está escrita con un lenguaje opuesto al lugar común del género.


La novela de Marcos Herrera, La mitad mejor, traza una trama laberíntica, compleja, con personajes extraños y originales. Sus nombres adelantan ese exotismo: Ho Chi Minh, La Foca, Leira, Corona, el Cuervo, el Perro, Pico, Jere. Los enfrentamientos, los tiros y las peripecias transcurren en una ciudad insomne, agónica, llena de basura y estiércol, al borde del río. Juan, un marginal que vive en un rancho con unos chicos recogidos de la calle, es un místico incurable que lee la Biblia como antídoto contra el mal principal: la pérdida de su mujer, tragada por el río. Leira, cafisho pobre y dependiente de su padre, explota unas prostitutas indias. Mulno, investigador decadente y perdedor, está casado con una lesbiana y tiene un bebé. Ni Leira, ni Juan, ni los chicos que viven con Juan, ni el brujo llamado el Cuervo ni los osados miembros del gupo de choque de Ho Chi Minh, conocen el rostro ubicuo e invisible de La Foca. Mulno y el Perro, el linyera Eusebio y la policía, Cirilius y las putas son pobres engranajes de la máquina: La Foca es el centro oculto de la ciudad, es la pieza clave que gobierna la prostitución, la droga, el robo, el boxeo, el dinero. Es la quintaesencia del capitalismo, el foco secreto e impersonal que mueve las piezas del sistema. De alguna forma, todos los personajes pueden ser encarnaciones despiadadas del mal. Entre las sombras, Juan y sus chicos se enfrentan a los esbirros de La Foca. Por supuesto, acabarán con ellos pero no con el mal. Pero La mitad mejor no es una novela metafísica. Eso que llamamos “el Mal” no es una fuerza espiritual ni un mensaje divino. El mal es material: se manifiesta a través de las mezquindades, los robos, el crimen, la traición y la envidia. Se podría decir que La mitad mejor es y no es una novela fiel al género. Trabaja con ciertas marcas del policial (las prostitutas, el cafisho, el hombre moral (Juan), el comisario corrupto (Petete), la mujer fatal), pero se fuga del género. ¿De qué manera construye una pieza que enmienda sus códigos? La novela está construida con una prosa plagada de metáforas y comparaciones, de hallazgos verbales que rompen la lengua oral. Herrera construye una prosa que muestra las marcas de la escritura, una escritura por momentos poética, fulgurante, atravesada por analogías extrañas y fogonazos líricos: “El río era un tren de ventanas negras que brillaban vacías”, dice el narrador. Mientras espera en el hospital, piensa Juan: “Sangre calcada de la furia del Señor; abandonados… partículas en la oscuridad barrida por los huracanes del mal”, o, al referirse a la tarde: “…la belleza salvaje del sol”. Hay otra clave que la aleja del género. Acumula detalles de objetos extraños, efectos ópticos, rituales dislocados y gestos decadentes: Juan ha sido atacado y termina herido en el hospital. Mientras espera, observa un tubo fluorescente y descubre que “la claridad podía dar asco”.

La esposa de Mulno, acostada con Sandra, su amante, recuerda “un blues bastardo”. Juan, con una pistola en la mano, amenaza a Leira y le sugiere que le pida disculpas a las putas por explotarlas. Mulno hace tiempo en un bar para encontrarse con el periodista Faldetti. Dice el narrador: “El bar estaba casi vacío. Las moscas trazaban sus mensajes epilépticos”. Mulno toma cerveza debajo del ventilador: “la botella ganaba temperatura debajo de la descalabrada danza casi inútil del ventilador”. El profesor Griley se encuentra en un edificio. En el techo, hay unos “ductos de ventilación con aspas con trompos que absorbían el aire de la noche para que las alimañas que se divertían en el interior pudieran abastecerse de oxígeno”. Esas huellas extrañas configuran un paisaje, un ambiente sórdido y melancólico, sucio y desencantado. Las marcas crean una realidad paralela, un mundo autónomo que mantiene contactos con la realidad cotidiana pero que adquiere su propia consistencia. Herrera dibuja su propia geografía. Para lograrlo, cruza personajes y señales de la ciencia ficción: el científico loco que descubre la fórmula para obtener un beneficio egoísta, las píldoras fabricadas con los gusanos transparentes. Incluso la atmósfera incierta, utópica recuerda a la ficción futurista. Pero hay un uso deliberado de esos códigos. La mirada distópica se acomoda al mundo cruel y realista de los chicos despiadados. Esos adolescentes fatales no son personajes que rocen el mal: son sus encarnaciones. Hacen el mal con pasión, en una ciudad devastada, atestada de basura, atravesada por la mafia de La Foca, en la que solo se salva el breve candor de Juan, que sufre por una pérdida irreparable. El final está armado con la voracidad frenética y el suspenso deliberado del cine. Las líneas narrativas confluyen en un escenario: el templo del ring. Griley, el científico loco, inyecta dos veces al periodista de espectáculos Faldetti y lo deja listo para boxear. Hacia allí van los miembros de la banda de Ho Chi Minh para quedarse con el botín de La Foca; y hacía allí van, también, La Tigra, Cirilius y Mulno. Cuando se produce el enfrentamiento, la sangre corre y alguien muere. Como no podía ser de otra manera, el mal permanece. Y quizás por eso, cautiva el gesto último de Juan y sus chicos: asaltan una iglesia de barrio para quedarse con la escultura pobre y derruida de un Cristo de yeso. La novela no es pura, no es fiel a los géneros. Se apropia de ciertos tics del policial y de la ciencia ficción y construye un universo fiel a sí mismo. En ese sentido, le da una vuelta de tuerca al policial: lo contamina con ciertas marcas de la ficción distópica y, al mismo tiempo, lo cruza con el realismo duro y desencantado de un mundo sin futuro y sin memoria. La mitad mejor se queda con la mejor parte: arma una historia densa y veloz, con personajes extraños que deambulan en una ciudad violenta.

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3. Un purgatorio literario: La ciudad violenta

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Hacia el gangster film

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Los indeseables fue la primera entrega de la saga de Osvaldo Aguirre para Negro Absoluto. Allí recreaba la figura emblemática de Germán González, periodista de policiales del mítico diario Crítica. La tarea del “detective” era descubrir quién estaba detrás del asesinato de una prostituta francesa. En el segundo eslabón de la saga, Todos mienten, Germán, acompañado por el fotógrafo Aronson, se encuentra frente al cuerpo muerto de un anarquista, en una tienda en el centro de Buenos Aires. Llega antes que la policía y puede ver, por enésima vez y sin alardes, la sangre derramada de Antonio Rossi. Forzado a cubrir la crónica del secuestro del hijo de Etcheverry, estudia por vías separadas, al principio, el secuestro de Etcheverry y el crimen del anarquista. Descubrirá después que el secuestro está conectado con el asesinato. Advierte que el crimen es un mero eslabón en la serie escalonada de los hechos. Escéptico, pasa de la mera superficie de los crímenes a confirmar la lógica interna de una sociedad mafiosa. Para Germán, las cosas no serán fáciles. Benavídez y Lejarza, altos miembros de la policía, se ocupan de obstaculizar su pesquisa. Además, la mentira campea en todos los rincones de la ciudad, como el aire turbio que gobierna las calles. Aunque se difunde la noticia de que el secuestro ha sido resuelto, Germán no se queda con la versión oficial. Descubre que hay un arma –el stiletto– que une el primer crimen y las muertes sucesivas. Con la ayuda de la Renga María, de Tartarín, su hijo adoptivo, de un cantante borracho y delincuente, de la extraña versión del crimen por parte de una extraña chica llamada alternativamente Andrea y Sofía, irá armando el mapa difuso de la realidad.

| Para Consiglio la poesía es el centro secreto de la lengua. Elabora la prosa con la poesía como substrato. La poesía orada la prosa y funciona como su motor oculto. Por eso su prosa es inconfundible. |

| Con pericia en el manejo de los recursos narrativos y con el conocimiento histórico específico, Aguirre mezcla los gestos del policial negro con ciertos tics del gangster film. |

Todos mienten combina el relato de investigación, la descripción asfixiante del barrio, la referencia acertada a los detalles epocales –la cámara Speed Graphic, el auto Whippet, los cigarrillos Far West–, el entramado sólido de historia y ficción, el paneo minucioso de los pícaros marginales. Con pericia en el manejo de los recursos narrativos y con el conocimiento histórico específico, Aguirre mezcla los gestos del policial negro con ciertos tics del gangster film. Este género brilló en la primera mitad del siglo XX y fue redescubierto por Francis Ford Coppola y Brian De Palma en sus célebres El padrino y Los intocables. Aguirre se arriesga y trabaja con una versión vernácula de los relatos de gangsters. El padrino Gaetano ostenta, de hecho, los comportamientos refinados de un gangster argentino de los años treinta. Es una especie de compadrito mafioso y, al mismo tiempo, un arquetipo. Con el sabor agridulce del alcohol en la boca, González corrobora que la policía es cómplice de la mafia, que su jefe sabe y calla, que el “padrino” tiene cómplices en el poder. El periodismo es impotente frente al avance del delito. Hacia el final, en una escena memorable, comprueba, con escepticismo y pesar, que la verdad está expuesta en los hechos como una evidencia tortuosa. Aunque haya entrevisto los viles engranajes de la mentira, ni él ni nadie podrán hacer justicia: el mafioso ha sabido trazar la red invisible que lo protege. Todos mienten no sólo es un fresco desencantado y directo sobre el mal en la sociedad pasada y contemporánea sino que, como las mejores novelas policiales, es una indagación cruda sobre la naturaleza del capitalismo.


Un síndrome de aventuras

Una bruja pobre, la “Víbora blanca”, y una exuberante pelirroja, la “Marabunta”, nacida también en las orillas, son las protagonistas de Santería, de Leonardo Oyola. La trama es sencilla pero certera. Con un desenlace previsible –quizás, lo menos logrado– y con el tono de la violencia tarantiniana, la novela arma su estructura con el recurso de la predestinación. Al inicio, la voz hiriente y profética de la “Víbora” anuncia su propio fin. La narración en primera persona es uno de los hallazgos. La “Víbora” ha perdido a su novio. Narra, con voz fervorosa, con minucia, sus desgracias. Y advierte el advenimiento del inevitable desenlace. En ese gesto, en la alusión permanente a su pronta muerte, se apoya el desarrollo de la trama. Y todos advertimos que los avatares de la “Víbora” y de la “Marabunta” son un pretexto para esperar el enfrentamiento final. Desde la muerte de su novio, la “Víbora” recibe la compañía de dos chicos que ofician de custodios y de dos policías que la ayudarán a defenderse de la “Marabunta”. Del otro bando, la fatal pelirroja cuenta con los guardaespaldas llamados “los Kevincostners”, en alusión al protagonista de El guardaespaldas. La novela está plagada de citas cinematográficas: a El exorcista, a Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog. La “Marabunta” le pide a la “Víbora” que haga un maleficio para atrapar a un joven del que está enamorada. La “Víbora” se niega. Esa negativa desata las amenazas y la ira de la mujer fatal y prepara el terreno para el cruce final. Los últimos capítulos narran el anticipado cruce. Acá, Oyola usa el ralenti y el ágil montaje paralelo propios del thriller: abundan los tiros y las corridas en calles sucias y abandonadas. La novela contrapone, con elocuencia y cierta simplificación, el barrio pobre y la instalación inminente y futura del lujoso Puerto Madero. En esa contraposición están cifrados los dos mundos que trabaja la novela. Uno es el escenario explícito de la trama. El otro, Puerto Madero, funciona como utopía, como un no lugar inalcanzable. Todos los personajes pertenecen al mundo miserable de un país injusto. Y todos aspiran a salir de esa condición mediante el acto delictivo. Por suerte y por destino, la única que ha alcanzado vivir en una zona de privilegios es la “Marabunta” y todos envidian esa condición. Aunque su trama es previsible, Santería crea un universo propio y un personaje memorable. Y lo hace cruzando elementos típicos del policial y una dosis no menor del trhiller. Se podría decir que es una novela cinematográfica en muchos sentidos. No sólo por las citas permanentes al mundo del cine sino, y sobre todo, por el ritmo trepidante que crece a lo largo de toda la novela.

Ricardo Romero ha publicado, en Negro absoluto, dos eslabones de su saga. En El síndrome de Rasputín, el raro Abelev ha sido empujado desde el piso doce de un edificio. Milagrosamente, se salva. En el hospital, conoce a Miranda, una pieza clave en la resolución del conflicto. Dos amigos de Abelev, Maglier y Muishkin, también acosados por el síndrome epiléptico de repetir los tics, se unen para develar quién es el autor oculto del atentado. Maglier, un vigilante de cincuenta años, trabaja en Puerto Madero y escucha, sonámbulo, todas las noches, los teléfonos que suenan enloquecidos en el edifico en penumbras. Muishkin, joven ejecutante de flauta y discjockey nocturno, pone música en una disco subterránea. Ambos serán los encargados de perseguir a los gemelos rubios, agentes monótonos de los hermanos Zucker. Uno de los hallazgos de la novela es, precisamente, la creación de los hermanos pornógrafos dedicados al negocio ilegal de cine barato. Al principio, los tres simpáticos y hitlerianos amigos creen que uno de los Zucker ha matado a su hermano. Esa pista llevará a Maglier y a Muishkin tras las huellas de Maximiliano Zucker. En ese camino, se encontrarán con el gigante ruso, el camarógrafo decadente de los gemelos. El gigante no habla pero cuando suelta la lengua se convierte en el protagonista de una escena fascinante: Muishkin, convicto del gigante, es obligado a trasladar uno de los cuerpos muertos de los gemelos. El gigante ruso le cuenta a Muishkin las claves de la creación erudita y desaforada de Mauricio Zucker; que Mauricio es el genio y el otro, el comerciante; que Mauricio ve en el silencio de los resortes estridentes de las camas el inicio del arte. Romero logra combinar el más brutal sentido de lo bizarro con la cita culta y crea un estilo arltiano de ciencia ficción, una versión suicida y

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Santería: el thriller en las orillas

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gótica del policial. Le da una vuelta de tuerca al género combinando sus elementos típicos con la peripecia de la novela de aventuras y la atmósfera neblinosa y húmeda del gótico. En otro capítulo, Muishkin y el Murciélago Rojo deambulan por el subte. Allí, muchas familias se han apropiado de las zonas abandonadas. Han desarrollado una ciudad paralela, una ciudad platónica invertida, en la que las bandas clandestinas de punk y la música electrónica pululan como un veneno tóxico y melancólico. Muishkin se enfrenta a uno de los gemelos. Romero, en la mejor tradición de la novela gótica, esboza una de sus escenas gloriosas. En El síndrome de Rasputín, Buenos Aires se transfigura: es otra y la misma. Con dos obeliscos, infinidad de edificios derruidos y en llamas, los fantasmas deambulan por las calles y las bombas prometidas por los nacionalistas del Bicentenario esperan en cualquier esquina la repentina explosión. Romero desenfoca la ciudad real y la mira desde la lente delirante y sarcástica de su lupa. Una lupa irónica que agranda los efectos y ve, en los intersticios, su cara oscura y enloquecida. Así, esculpe una ciudad real y fantástica, futurista y cercana, cargada con los engranajes de la ciencia ficción y del terror. Arma un escenario plagado de seres harapientos que deambulan, insomnes, a través de la niebla permanente, con la lluvia como un anticipo del Apocalipsis. En ese sentido, escribe su versión carpentiana de Buenos Aires y narra una notable y dinámica saga de aventuras que no desprecia el uso cuidado del lenguaje y la oportuna cita a la historia del cine. Nos entrega una visión negra de un país en llamas. El segundo eslabón de la saga, Los bailarines del fin del mundo presenta a los simpáticos amigos embarcados en encontrar a una mujer. Con la misión encargada por Guadalupe Huidobro, madre de la hermosa María, parten con una fotografía en la mano. En el camino, se encuentran en la casa mínima, en un San Telmo neblinoso y fantasmagórico, con un fotógrafo delirante; hablan con Javier Casal, el novio de María, internado en una clínica psiquiátrica. Cada uno de los investigadores touréticos sigue una huella difusa. Maglier se entrevista

| Romero elige un submundo desviado, gótico y verniano. Hábil hacedor de peripecias, combina las estrategias del gótico, del policial negro y ciertos tics de la ciencia ficción para enhebrar una novela de aventuras con atmósfera enrarecida y clima a lo Fritz Lang. |

nuevamente con Guadalupe y contempla, extasiado, su cuerpo brillante y desnudo en una noche helada. Muishkin contrata al Murciélago Rojo, emperador de la noche, para que los ayude a encontrar la disco en la que suponen se encuentra María. Abelev cae en las redes del profesor Lawrence –temible y loco hacedor de la fórmula de la felicidad– y del hombre engominado. El Murciélago Rojo, Maglier y Muishkin, a las 22.07 de la noche –no podía ser en otro momento–, se internan en el Centro de la Tierra (sic). En la zona más oscura y recóndita, los flashes perturban la mirada y la música enciende los cuerpos. En un rincón de esa pista infinita se encuentra, perdida entre los cuerpos evanescentes de los zombies, la entrañable María Huidobro. Romero se sale, en cierta medida, del policial: en lugar de la figura emblemática de la mujer fatal, el centro de la búsqueda es una joven lánguida, desmayada entre los cuerpos de los zombies, raptada por un científico loco y por un morocho perfumado y peinado con gomina. En lugar de situar la trama en una zona que cifre los vaivenes del capitalismo, Romero elige un submundo desviado, gótico y verniano. Hábil hacedor de peripecias, combina las estrategias del gótico, del policial negro y ciertos tics de la ciencia ficción para enhebrar una novela de aventuras con atmósfera enrarecida y clima a lo Fritz Lang. Con los engranajes aceitados de la ciencia ficción, agranda su lupa gótica y enciende una Buenos Aires desbocada y neblinosa, la versión invertida de la ciudad platónica. Los flashes, los relámpagos de la noche, los bailarines eternos, los muertos vivos confluyen en el centro negro, lumínico y parpadeante de la tierra, el lugar de los tiros y de la muerte triste.


En la primera novela de Matías Néspolo, Siete maneras de matar a un gato, dos jóvenes, el Gringo y el Chueco, buscan la forma de sobrevivir a la terrible vida de la villa, una vida contaminada por la droga, la prostitución fácil y el engaño más furioso. El Gringo es el narrador. Desde la primera persona, propone una perspectiva sobre sí mismo y sobre el mundo. No es una voz caprichosa ni volátil. No es un mero juego verbal ni una operación ingenua de copiar la utópica lengua de la villa. La narración del Gringo está construida con un lenguaje ajustado que mezcla la seca y árida oralidad y el uso preciso de la escritura. Su voz se sale del lugar común de las novelas que buscan representar la “otra” vida de las villas. No hay una representación mimética –ingenua– de cierta lengua oral. La operación de Néspolo busca escapar a ese lugar común. Se podría pensar a su novela, mutatis mutandii, como una sucesora de Las tierras blancas de Juan José Manauta. La novela presenta a los personajes con pinceladas rápidas y eficaces. El gordo Farías, propietario del bar; el turco Zaid, dueño del kiosco sucio que vende birras y hamburguesas podridas; el Chueco, compañero infatigable del Gringo y promotor de las únicas dos maneras de matar a un gato; la Mamina, abuela del Gringo; el Quique, el púber que se convertirá en improvisado espía y el Toni, acaso el más traidor de la serie. Las reglas del juego están marcadas desde el principio. Lo que se plantea en la novela es de qué modo el Gringo debe salvarse a sí mismo. Él ve en Quique a un chico que rápidamente adquiere la moral de los delincuentes; en cierta medida, una prefiguración de los otros: todos los personajes adquieren el rostro tortuoso que los define en la trama de la novela. Por eso, Siete maneras… es una novela de iniciación en sentido doble: Néspolo se inicia como novelista y, al mismo tiempo, el Gringo y el Chueco confirman sus identidades como delincuentes. La villa es el principal escenario. Aparecen, en sombras, la estación de trenes y el centro de la ciudad, pero esas fugaces apariciones existen para confirmar el lugar central de la villa. Ésta no es sólo el escenario de “los pibes chorros”. También se filtran los maestros, los desocupados, los vendedores de drogas, el eventual proxeneta. Y con éste se dibujan dos prostitutas que son la imagen de la decadencia. Anoto algo central: la puesta en escena del texto desenfoca la mirada realista. Partiendo de asuntos caros a

esa estética, Néspolo logra que las voces, los personajes y los lugares respondan a un ajuste de cuentas con el realismo. Hay una mirada miope, difusa, sobre sus tópicos. Astilla la superficie realista a través de un lenguaje poético y, en algunos momentos, delirante. Por eso creo que la novela es menos heredera de Los olvidados, de Luis Buñuel, que de Crónica de un niño solo, de Leonardo Favio, y de Las tierras blancas, de Manauta. Hay un ajuste de foco en el lenguaje, en los adjetivos, en las frases cortas, en la puntuación sincopada, en los diálogos orales y fervorosos. Néspolo construye un universo verosímil con un lenguaje ajustado y preciso. Hay una historia que entreteje la narración poniendo en cuestión el verosímil: el gringo lee Moby Dick, de Melville. Esa lectura condensa la entrada y la salida del Gringo en una forma de vida burguesa. Ese libro, incluso, lo lleva a intercambiar ideas con los jóvenes hippies que venden sus artesanías en el centro de la ciudad. El viaje del Gringo es una huida. Y en ese viaje establece conversaciones con el Toni –que ya no vive en la villa por un asunto misterioso– y con los artesanos y los jóvenes estudiantes de la universidad. Con éstos, Néspolo plasma una caricatura de los revolucionarios de café. Casi condensa en esa escena la discusión entre Sartre y Camus en los años sesenta. Sartre representaba la postura revolucionaria desde el universo intelectual; Camus decía que él había aprendido la miseria y el hambre en su infancia en los barrios pobres de Argelia. Los robos y las peleas entre el Gringo y los muchachos de la villa favorecen la intervención de la policía. Ese hecho los obliga a encerrarse en el boliche del gordo Farías. Varios morirán, pero sólo el Gringo deberá salir para cumplir con una orden del Jetita. En esa huida obligada, se sabrá por qué se fue el Toni de la villa y cuál fue el destino de su madre. El gringo confirmará que no vive en el reino de la felicidad. La novela plasma un crescendo narrativo que marca su tensión al final. En el último capítulo, después de haber cifrado la discusión sobre la novela de Melville en la imagen de la ballena roja, Néspolo presenta una escena realista y terrible: los desocupados, los pibes chorros, los maestros y los piqueteros se enfrentan con la policía. Y nadie sabe ni sabrá, ni los personajes ni el lector, cómo terminará el enfrentamiento.

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Las estrategias para matar

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La escena

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De las nueve novelas analizadas, sólo dos quedan fuera del “purgatorio”: Gramática de la sombra, de Jorge Consiglio, y Delincuente argentino, de Ernesto Mallo. Con una prosa cuidada y minuciosa, Consiglio compone una novela que comparte elementos con el policial –suspenso y preocupación por la peripecia–, pero cuyas historias, atmósferas y personajes escapan al molde del género. En el otro extremo, Delincuente argentino se ajusta sin desviaciones a los requisitos del policial negro. Ambas conforman los extremos opuestos de apropiación: una versión canónica –la de Mallo– y una versión rebelde –la de Consiglio–. La mitad mejor, de Herrera, contamina al policial con marcas de la ficción distópica y, al mismo tiempo, lo cruza con el realismo duro de un mundo sin futuro y sin memoria. Con personajes extraños y originales, compone una historia densa y veloz, marcada por la música melancólica de la ciudad violenta. Todos mienten no sólo confirma la pericia de Aguirre en el manejo de los recursos narrativos sino que propone un diagnóstico rápido y acertado del mal en la sociedad capitalista. Tanto en El síndrome de Rasputín como en Los bailarines del fin del mundo, Romero esculpe una ciudad real y gótica, impulsada por los engranajes de la ciencia ficción y del terror; arma un escenario plagado de seres harapientos que deambulan a través de la niebla permanente, con la lluvia como un anticipo del Apocalipsis. Santería, de Oyola, es una novela cinematográfica no sólo por las citas permanentes sino, y sobre todo, por el ritmo que avasalla, cuyo mayor logro es la voz de su protagonista: la “Víbora blanca”. En Siete maneras de matar a un gato, Néspolo logra que las voces y los personajes respondan a un ajuste de cuentas con el realismo: astilla la superficie y construye, a través de un lenguaje sincopado, una mirada miope sobre los tópicos del policial realista. La indagación sobre las novelas seleccionadas no es caprichosa, tampoco representa la totalidad de la escena narrativa. Sin embargo, es sintomática. Dice algo sobre la complejidad de una tensión: los modos en que los narradores argentinos se apropian del género para producir “novela”.

| Néspolo astilla la superficie realista a través de un lenguaje poético y, en algunos momentos, delirante. Por eso creo que la novela es menos heredera de Los olvidados, de Luis Buñuel, que de Crónica de un niño solo, de Leonardo Favio, y de Las tierras blancas, de Manauta. |

Aguirre, Osvaldo. Los indeseables. Aquilina, Buenos Aires, 2008. Aguirre, Osvaldo. Todos mienten. Aquilina, Buenos Aires, 2009. Consiglio, Jorge. Gramática de la sombra. Norma, Buenos Aires, 2007. Herrera, Marcos. La mitad mejor. 451, Madrid, 2009. Mallo, Ernesto. Delincuente argentino. Planeta, Buenos Aires, 2007. Néspolo, Matías. Siete maneras de matar a un gato. Los libros del Lince, Barcelona, 2009. Oyola, Leonardo. Santería. Aquilina, Buenos Aires, 2008. Romero, Ricardo. El síndrome de Rasputín. Aquilina, Buenos Aires, 2008. Romero, Ricardo. Los bailarines del fin del mundo. Aquilina, Buenos Aires, 2009.


POR MARÍA DEL CARMEN COLOMBO

L

a herencia se impone, la tradición se elige, se fabula entre mate y mate, ante la mirada absorta –ausente– de tatitas juidos al misterio del desierto por cuestiones de la ley. Pocas pero ineludibles las huellas que dejaron esos caballos fantasmales en la llanura lisa de papel, nos han servido, sin embargo, para que en la soledad huérfana pudiéramos ensayar nuestra elección, intentarla por lo menos. Metiéndonos por los intersticios de esas ausencias, nuestros ojos neblinosos, casi ciegos por la orfandad, por la falta de alimento, escucharon el susurro, la mudez de sus huellas, de sus textos. En el presente de la llanura, en la orfandad pelada de la pampa de papel, robamos para comer, digerimos estrategias de supervivencia, ahondamos las huellas dejadas como al boleo –bebimos de ellas– hasta borrarlas, hasta olvidar, hasta escribirlas. Y en esos menesteres nos dimos cuenta de que –sin querer– repetíamos los gestos de aquellos padres, también abandonados por los suyos. Casi atontados por la bebida, brebaje de huellas, en el pasado de la huida creímos ver un baile de borrachos, de mareados pañuelos que al compás de un pericón nos saludaban: eran los padres nuestros rezados de rodillas, el porqué, el por qué me has abandonado. Herencia de orfandad, de abandono en la pampa, como un desamparar que se hizo tango de nuestra propia suerte. Como un destino la herencia que se impone: la condena de hablar en una lengua falta, falta de todo padre. Hambre, hambre voraz había de inventarnos alguno. Qué tarde era la hoja cuando lo descubrimos, una tarde casi crepuscular, esas que se asemejan al futuro cuando cae en picada, cuando el futuro cae como un descubrimiento fugaz. Otros más avispados tenían sus familias constituidas, como ecos repetían a los vientos: “a no llorar, la falta es lo que sobra”, y tapaban los huecos de los platos, la boca de los mates las cerraban –horror vacui–, se enyenaban el buche y rellenaban colchones con los verdes vocablos de una herencia, y había que dormir para escucharlos recitar.

trasmudábamos, mudábamos de forma: de la nada de fierro a la transformación en oro, oro aurora del nuevo día. Tradición de inventores de medias transparentes, argentinos, poetas: hacer nuevo lo viejo, como el sol, hacerlo cada día, pero siempre después, en el pasado de un presente futuro. Es decir: como perlas parir antepasados. Notas halladas al pie de las estrofas de un pericón (antiguo) A) Cuando los bailarines comienzan a girar, para atrás y adelante, debe leerse –léase– en esta figura de la coreografía el régimen cronológico de nuestra tradición: el futuro anterior. En el sentido de que sólo instalados en el cuerpo de baile acontecido pueden recrearse las condiciones de producción de este acontecimiento, el baile, y entre ellas la así llamada tradición. B) Cuando los bailarines se desplazan y ocupan el lugar de otro debe leerse, léase, a la tradición, a través de esta figura mínima. Acuérdese, lector, como dice la rima, la tradición es construcción política, en el sentido literario, claro. Porque todo texto ocupa su lugar por el desplazamiento de otros (textos), y por lo tanto la tradición permitirá la mejor producción de este desplazamiento. C) Cuando los bailarines sacan los pañuelos debe leerse –léase–: la tradición es una apropiación, que se da bajo la forma o modalidad de cierta convocatoria a fantasmas emblemáticos, a ciertas voces que hablarán en los intersticios de la voz propia. En fin, ¿un inocente padrinazgo?

Cuando nos dimos cuenta –distraídos–, nos encontramos adentro de un espejismo de cristal, nuestro laboratorio refulgía, éramos alquimistas haciendo los conjuros contra la musa de la mala malaria. El movimiento del futuro anterior, como alguien dijo, “nos hacía comer de nuestra propia carne y vomitar otra distinta”, trasmutar,

V.H.Asselbon

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La tradición es un delirio, antiguo

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POR NOÉ JITRIK

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África mía

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n un artículo publicado hace un par de años –recuerdo– la escritora española Rosa Regás vislumbraba la posibilidad de que las violencias juveniles que habían sorprendido y descolocado a Francia pasaran a España y a otros países europeos que, como Francia, habían dejado entrar a su territorio a enormes contingentes de personas, migrantes árabes y africanos en especial, esperanzadas en encontrar en las antiguas metrópolis lo que en sus propios países ya era imposible: trabajo, educación, salud, respeto, en suma, la antigua y nunca acabada “gran esperanza”. Regás sostenía que abrir irrestrictamente las puertas de España a los magrebíes implicaría la llegada de treinta millones de personas, un imposible, algo que ningún país puede aguantar. Lo que, en cambio, los países ricos, europeos y otros –que parecen eximidos de semejante posibilidad, como Japón, el Sudeste asiático, China, los Estados Unidos– tendrían que hacer es ayudar a producir las transformaciones necesarias como para que los países de migración forzada no expulsaran a su gente, corriéndolos con hambre y miseria, en suma, para que esas personas tuvieran patria, dignidad, humanidad. Nada más natural y obvio que pensar de este modo, cualquiera se da cuenta de que ésa es la solución. Cualquiera, menos los poderes y los poderosos occidentales y cristianos, orientales y budistas que, como lo hicieron siempre, sobre todo los primeros, prefieren explotar y miserabilizar a pueblos enteros, agotar sus recursos naturales, antes que consolidar y distribuir los bienes de eso que enfáticamente llamamos civilización. Desde luego, esa manera de destruir no empieza ahora: larga historia –universal– de infamias que preceden al descubrimiento de América y que las tres Américas prolongaron mediante ese sistema de apropiación de cuerpos y almas que se conoce como esclavitud. Y si, históricamente, la esclavitud fue un horror, del que las burguesías europeas se valieron para enriquecerse y modernizarse, también implicó una devastación, de África en particular, que, por supuesto, continúa después de la descolonización por otros caminos –eso lo sabe el mundo entero. Las declaraciones de Regás, aunque no son las únicas, que condenan evidentemente la histórica incapacidad blanca de cumplir con un papel que por su desarrollo filosófico y científico debía haber cumplido para liberar y humanizar a la especie, me resucitan un tema que para América Latina y el Caribe fue esencial: se condensa en una sola palabra, “Haití”, y me lleva a una lectura hace tiempo pospuesta, el libro de Susan Buck-Moors, que

escribiera sobre Walter Benjamín y sus paseos parisinos, titulado Hegel y Haití. Dejando de lado el hecho de que ignora el pensamiento latinoamericano sobre la revolución independentista y antiesclavista de la isla –hay una sola mención, El reino de este mundo, de Alejo Carpentier–, repone el tema de la esclavitud y el modo en que perturbó el imaginario filosófico europeo poniendo en tensión y en contradicción nada menos que la filosofía de la ilustración, tan liberadora en muchos aspectos: mientras los filósofos predicaban la libertad como bien supremo, desdeñaban la falta completa de ella en las colonias. Hegel, tan lúcido en infinidad de asuntos, conocía lo que ocurría en Haití, pero era hablado por el ya adulto y pujante colonialismo que enriquecía a Europa y devastaba al África sin enriquecer a América. De todo ello, filosofía incluida, hoy se está pagando una cuenta que se creía saldada porque hay antiguas colonias que son países librados a sus propios caos, aunque miembros de las Naciones Unidas. Vuelvo a este tema sin duda atraído por lo que pasa en el presente, pero impulsado, tal vez, porque hace no mucho tiempo tuve por azar y por suerte un contacto con afrocolombianos: me parecieron superiores, superior su capacidad de perdonar y superior su modo, poético y musical, de reanimar y revitalizar la cultura sin perder la vieja herencia cultural. Sus rasgos principales son la belleza, la afectividad, el candor. Tal vez por todo eso junto empiezo a creer que el núcleo del dramático conflicto de nuestra época, con su violencia, confusión, desigualdades, enfermedad y opresión, resida menos en Medio Oriente, acorralado por los fundamentalismos y el petróleo, como lo creí durante mucho tiempo, que en África donde todo estaría por hacerse y donde la carga de un ominoso pasado pesa sobre el mundo entero –culpa y negación que van juntas. La esclavitud continúa; se llame miseria, hambre, enfermedad, falta de futuro, y se exporta tal cual, acompañada por un espejismo esperanzado que da lugar a nuevas formas de sometimiento. Y en ese volcán, que estalla a cada rato, la tecnología no llega, los milagros médicos son para unos pocos, la religión apaga y embrutece, la política chapotea en la impotencia y, como ocurrió en Haití cuando Napoleón encarceló a Toussaint l’Ouverture, lo único que aparece en el horizonte es la represión y no la luz de la razón.






PayĂŠ, Pablo De Bella


7 BOCADESAPO ISSN 1514-8351


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