REVISTA DE ARTE Y PENSAMIENTO
Año 1
Nº 1
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dossier La información como sospecha Tertulia El 23F en Valencia batiscafo Suplemento literario
Platicando con
Javier Krahe
Una alegre fatalidad
artíCulos
El espía Kapuscinsky Joan Fontcuberta Vivir desinformado Periodismo de investigación
colaboran
Ignacio Echevarría Santiago Alba Rico David Barberá J.J. Pérez Benlloch
Director: Walter Buscarini (http://walter-buscarini.blogspot.com) Editor: Paco Inclán (editor@revistabostezo.com) Director de arte: Enrique Ferrando (arte@revistabostezo.com) Diseñador: Andrés García (www.setembre.es) Redactor-Jefe: David Barberá (redaccion@revistabostezo.com) Director Batiscafo: Salvador Salgueiro Mesa de redacción: Jesús Andrés, Laura Domingo, Albeliz Córdoba, Enrique Falcón, Sonia García, Javi Llorens, Carlos Madrid, David Moya, Alejandro Morales, Alfonso Moreira, Pablo Santiago, Paqui Santos y Gloria Vilches Fotógrafas: Eva Máñez, Laura Sánchez y Reyes Sedano Ilustradores/as: Javier Altabert, Esteban Hernández, Sergio Luna, Marta Pina y María José Reche Video Bostezo: Montse de Mateo y Sergio Inclán Psicóloga: Eva Vives Traductores: Gloria Briseño (francés) y Nelson Arditto (inglés)
RETROVISOR 04. La verdad de las mentiras. Los libros de Joan Fontcuberta, Ángela Sánchez de Vera 06. El cine fronterizo de Frank Zappa, Manuel de la Fuente 08. Contra la comunicación, de Mario Perniola, Miguel Ángel Hernández 10. Cultura y simulacro, de Jean Baudrillard, Jesús Andrés
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10. Primera plana, de Billy Wilder, Miguel Ángel Sánchez 12. Malaprensa.com, Josu Mezo 14. La obsolescencia de las lolitas y el síndrome del tercer LP, Epo 16. Sexografías, de Gabriela Wiener, Laura Domingo
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Consejo editorial: Sara Azorín, Fermín Alegre, Julio Alonso, Pere Blasco, Gustavo Bueso, Arturo Castelló, Vicente Chambó, Manuel de la Fuente, Jesús González, McDiego, Epo, Herminio Javier Fernández, Nacho Fernández, Daniel Gascó, Viktor Gómez, Juli Leal, Guillermo López, José Luis Martín, Alicia Martínez, Abelardo Muñoz, Laura Navarro, Jaime Ortega, JJ Pérez Benlloch, Carlos Pérez de Ziriza, Vicente Ponce, Rafael Porras, Ángela Sánchez de Vera, Rogelio Villarreal, María José Vizcarro
Sumario
Foto de portada: Reyes Sedano Interior de contraportada: Montse de Mateo y Sergio Inclán
*La revista Bostezo agradece la atención culinaria de “Los fogones de María”
DIRECCIÓN: CALLE TENOR ALONSO, 85. GODELLA (VALENCIA) 46110. ESPAÑA. CLUB ‘SALVEM BOSTEZO’: club@revistabostezo.com PUBLICIDAD: publicidad@revistabostezo.com TELÉFONOS: (0034) 961 820 804 / 661 313 646 IMPRIME: Gráficas Litolema (www.litolema.com) DEPÓSITO LEGAL: V-4401-2008
ARTISTAS COLABORADORES
FE DE ERRATAS
Berberecho: www.berberechoproductions.blogspot.com Reyes Sedano: www.elojoquetodoloquierever.blogspot.com Dani Sanchis: www.tardamucho.blogspot.com Borja Bonaque: www.borjabonaque.blogspot.com Roberto Herrera: www.alegrofotografias.blogspot.com Marcos López: www.marcoslopez.com David Friedman: www.davidfriedmanphoto.com Katherine Streeter: www.katherinestreeter.com Eva Máñez: www.evamanez.blogspot.com Señor García: www.elsrgarcia.com Fernando Vicente: www.fernandovicente.es Gloria Vilches: www.gloriavilches.blogspot.com Noaz: www.noazmadrid.blogspot.com Joan Fontcuberta: www.fontcuberta.com Benito Cabañas: www.abracadabra.com.mx Esteban Hernández: www.estebanhernandez.com Banksy: www.banksy.co.uk The Unknown Artist: www.the-unknown-artist.org
Inauguramos esta sección con un concurso. El primer lector/a que detecte una errata será obsequiado con una camiseta Bostezo. Envía tu error a editor@ revistabostezo.com o envía SMS a 628135042
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DOSSIER LA INFORMACIÓN COMO SOSPECHA 18. Usted ahorrará tiempo. Infomerciales de madrugada, Raquel Castro 22. Los pies me huelen mal (los de foto), Laura Sánchez 24. Alerta Roja. Análisis de los informativos de Antena 3, Arturo Quirantes 28. Fábula del espía Kapuscinski, Paco Inclán 31. La policía del futuro será invisible. Entrevista con Antonio Martín, Daría Barbate 34. Periodismo de investigación: Autopsia de un maniquí indeseable, Pablo Santiago 38. ETA nació en un vestuario (sic), Alejandro Morales 46. La prensa diaria y la crisis final, Herminio Javier Fernández 50. La televisión, Santiago Alba Rico 53. No lea esto, Eduardo Romaguera 56. Vamos a hablar de lo mío. Los medios de siempre en los nuevos medios, Guillermo López 58. Información medioambiental, Maria Josep Picó 61. Escasos minutos de vida entre la avalancha de triunfos en el deporte español, Daniel Ruvira 64. Del acontecimiento a la alegoría. La destrucción de Guernica, Sonia García 66. Vivir desinformado. ¿De qué sirve conocer la actualidad?, Matías Marini 69. Resignación, Esteban Hernández (cómic) 70. La función crítica, Ignacio Echevarría
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18 PLATICANDO... 41. Con Javier Krahe
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TERTULIA BOSTEZO 74. EL 23F en Valencia
BATISCAFO Suplemento literario. Número 1
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Y ADEMÁS BOSTEZO DIGITAL. Reseñas y artículos de opinión. Escriben: Pere Blasco, Kamel Daoud, Daniel Gascó, Herminio J. Fernández, Mariano José Larra, Carlos Madrid, Alicia Martínez, David Moya, Abelardo Muñoz, Carlos Pérez de Ziriza (y más)
retrovisor
retrovisor FotografĂa: Joan Fontcuberta Milagro de Carroll Lewis (2004)
4 ensayo
La verdad de las mentiras los libros de joan fontcuberta
retrovisor
H
ay una rama del arte contemporáneo que juega con el periodismo y suplanta algunas de sus funciones para dejar al descubierto las tramoyas del poder. Su programa anárquico no suele ser sistemático, de ahí que sea una agradable anomalía contar con la trayectoria, tan amplia y bien articulada, del fotógrafo Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955). Fontcuberta lleva toda su vida, y toda su obra, poniendo la información de los medios bajo sospecha, con acciones que lo emparentan eventualmente con artistas tan peculiares como Jerry Dreva1, quien llegó a inventar sucesos para cubrir sus noticias en el periódico en el que trabajaba. En este juego con los medios, Fontcuberta se ha especializado en poner en evidencia la rapidez e irresponsabilidad con que trabajan, infiltrando bulos cuya falsedad nadie se molesta en comprobar. Todo parece indicar que los medios están al servicio del espectáculo, del mercado y no de la verdad, y Fontcuberta nos dinamita la confianza que depositamos en la fotografía documental como verificadora de la información. Sus montajes nos demuestran, por activa y por pasiva, que la fotografía siempre es adaptable al discurso que se quiera dar. Pero algo ha cambiado en la última década: se ha hecho demasiado evidente el mensaje que Fontcuberta apuntaba en todo momento (la fotografía siempre es manipulable), gracias a la digitalización de la imagen. Su popularidad ha transformado la naturaleza de la fotografía periodística, que ya no puede entenderse, simplemente, como la huella de lo real. La fotografía digital ha ejecutado el programa de concienciación ciudadana que Fontcuberta se había propuesto, y él ha reaccionado adaptando sus proyectos a este nuevo tipo de imagen, una imagen que
‘Milagro de la Piensamientografía’, 2004 (de la serie ‘Milagros & Co.’)
sólo puede verificarse, bien por el crédito de quien la pone en circulación o bien por su contexto, esto es, por cómo se inscribe en un flujo narrativo. Es en este punto cuando empiezan a tomar protagonismo los libros porque, para poner en escena sus nuevos juegos, Fontcuberta necesita bastante espacio. Quien quiera acercarse a ellos, tiene dónde elegir: Fontcuberta ha publicado catálogos que recogen acciones y exposiciones, libros de teoría y divulgación sobre estética fotográfica, traducciones, recopilaciones editoriales y ensayos críticos. Pero son sus últimos catálogos, casi novelas ilustradas, los que marcan la diferencia. Cuando los hojeé por primera vez,
pensé que Fontcuberta se había dejado llevar por la veta de ficción que asoma en su obra desde sus primeras fotografías, que estaba dejando aflorar libremente el recuerdo de sus lecturas adolescentes sobre viajes exóticos, gabinetes de coleccionista y selvas con monstruos mutantes. Con ‘Karelia: Milagros & Co.’ (Fundación Telefónica, 2002), me reía por lo bajo al ver a Fontcuberta vestido de monje y agarrado a Harry Potter, pero no dejaba de pensar que ese montaje tan evidente representaba cierta renuncia de su lado más combativo, sustituido por un giro solipsista que lo alejaba de la actualidad política. No me daba cuenta de que estaba cambiando la función de la fotografía en su obra.
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‘Manbaa Mokfhi rige una incursión en Makkram-Suyaz’
y del que desconfiamos en tan extraña compañía. Fontcuberta consigue que lo real parezca falso, que sea otra sección más de la feria. Mucho más exagerado es el relato de las hazañas del monje Munkki Juhani en ‘Karelia: Milagros & Co.’ Resulta llamativa esa burda recreación de cartón piedra y barbas postizas que permite ver de lejos los hilos de la marioneta, y sus costuras, embellecidas por la manipulación digital... Fontcuberta está mintiendo, nos grita que está mintiendo: no pretende infiltrase esta vez, no quiere que nadie se crea su puesta en escena. Quizás porque la mentira también nos habla, cuando sabemos que nos mienten: cuando estamos seguros de que alguien nos engaña, nos dice más con su mentira que con la verdad, nos habla de sus debilidades, de lo que quiere ocultar, de lo que le hace daño. Una mentira es más interesante que la verdad desnuda, y eleva el nivel de complejidad del mundo en el que nos movemos. Fontcuberta da por supuesto que estamos al tanto de la manipulación de la información en la vida pública, deja de interrogarla y la magnifica: construye farsas, se detiene en la belleza de lo grotesco y plantea su necesidad en un mundo espectacular en el que tenemos que dar por sentado un elevado grado de cinismo: tenemos que aprender a leer en las mentiras, a movernos entre tanto fasto. Fontcuberta no es el único artista conceptual que ha dado un giro hacia la
ficción: artistas tan dispares como Marcel Broodthaers o Cindy Sherman también han acabado utilizando recursos de ficción para recubrir una base documental3. Si lo pensamos con detenimiento, Fontcuberta sólo está acentuando una serie de características que ya estaban en su obra desde el comienzo: estamos asistiendo a su maduración. Sus juegos entre verdad y mentira no reniegan de su base conceptual, porque siguen respetando sus conquistas: esto se hace evidente cuando nos fijamos en que ese giro hacia la ficción no significa que ahora vaya a filtrar la realidad mediante su subjetividad de artista: aunque Fontcuberta aparezca insistentemente en las fotografías, disfrazado y posando en actitudes cómicas, sólo se trata de una actuación: es un simulacro, no la expresión de sus avatares biográficos, ni de sus creencias íntimas. Esta puntualización explica desde otro ángulo su uso estridente de la mentira: sus poses desaforadas cuestionan la veracidad del artista, la autenticidad de una subjetividad privilegiada que la sociedad ha de tomar como guía: como antídoto contra esa falacia romántica, el artista posconceptual miente. Miente con lo grotesco, con la exageración. Fontcuberta explota su vena más histriónica para anunciarnos que nos está mintiendo. Descaradamente. Ángela Sánchez de Vera Coordinadora del proyecto ‘La triste muerte de Luther Blisset’ Imágenes cedidas por Joan Fontcuberta
1 Dreva también creó el proyecto musical ‘Les Petits Bonbons in Hollywood’, una marca empresarial sin contenido ni componentes fijos, para demostrar que se puede hacer carrera preocupándose tan sólo de la parte comercial. Home S. ‘El asalto a la cultura’. Virus Editorial. Barcelona, 2002. 2 Luther Blissett es una identidad múltiple creada a mediados de los años 90 para agrupar un conjunto de acciones con las que desestabilizar los medios: bajo su nombre, un colectivo de artistas publicaron noticias y libros falsos, boicotearon programas televisivos... Blissett, L. ‘Pánico en las redes’. Literatura gris. Madrid, 2000. 3 También en el cine se juega entre el documental y la ficción. Desde los años 70 contamos con obras como ‘F for fake’ (1973) de Welles o ‘Vertical Features remake’ (1978) de Greenaway, además de títulos españoles como ‘El sol del membrillo’ (1992) de Erice, ‘Tren de sombras’ (1997) de Guerin o ‘Aro Tolbukhin’ (2002) de Villalonga. El falso documental lleva camino de convertirse en un nuevo género.
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Él mismo justifica el giro de sus últimos proyectos como el resultado del desgaste de su nombre, convertido en una marca registrada que se asocia, automáticamente, a la presentación de material documental manipulado. Joan Fontcuberta ha llegado a convertirse en una identidad de la que sospechamos, como también le acabó ocurriendo al propio Luther Blissett2. Pero toda acción de guerrilla sufre desgaste y, como en Pedro y el lobo, a Fontcuberta le preocupa que nadie le crea. Sin embargo, sus lamentos son sólo lágrimas de cocodrilo, otro efecto escénico para que mordamos de nuevo su anzuelo. Para comprobar su maldad sibilina sólo hay que fijarse en ‘La isla de los vascos’ (Artium, 2003), el primer proyecto firmado, y bien firmado, con su nombre: Fontcuberta presenta en la sala la documentación de una investigación antropológica sobre un territorio canadiense con el que entraron en contacto los balleneros vascos. Sólo al leer los capítulos del catálogo se hace evidente que el proyecto va más allá de otra vuelta de tuerca que limpie su nombre: ha cambiado la función de la fotografía que, de ratificar el texto, pasa a transformarse en pura ilustración de un complejo relato. Para empezar, ‘La isla de los vascos’ es incomprensible sin el libro, porque sólo en él se puede crear la densidad necesaria para contextualizar lo real entre lo falso. Fontcuberta incluye en el catálogo cinco proyectos previos y reescribe su génesis para infiltrar entre ellos una anécdota que sí es verdadera, un hecho tan insólito que parece inventado
‘Mokfhi y Bin Laden inspeccionan una posición en el norte de Tora Bora’
6 CINE
El cine fronterizo de Frank Zappa
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a música rock ha venido suscitando, desde sus inicios, el interés de numerosos cineastas que han reflejado el impacto social de esta música o que han reflexionado sobre los diversos aspectos que rodean al oficio del músico. Es conocido el caso de cineastas que, como Scorsese, vuelven de vez en cuando su mirada hacia la música popular para ofrecer su punto de vista. Sin embargo, es mucho menos habitual que los mismos músicos decidan ponerse tras la cámara. Cuando lo hacen, sus películas acaban constituyendo experimentos aislados de una carrera cinematográfica que no termina de cuajar. En este sentido, resulta paradigmática la experiencia de Bob Dylan con su film ‘Renaldo y Clara’. Por todo esto, es interesante detenerse en la obra audiovisual de Frank Zappa, uno de los músicos de rock más creativos y originales del siglo XX, que, no contento con publicar una extensa discografía de unos setenta LPs, quiso desarrollar una obra como cineasta que se traduce en la creación de ocho películas. Cuando se cumplen, este mes de diciembre, quince años de su muerte, rescatar la obra cinematográfica de Zappa (prácticamente desconocida en nuestro país) supone descubrir una producción coherente y audaz de quien fuera uno de los músicos más conscientes de las implicaciones sociales y políticas que comportaba su trabajo. Desde su residencia en California, Zappa inició su obra en los años sesenta con una serie de discos en los que criticaba los aspectos que más le irritaban de su entorno social. Uno de ellos era la escena hippie, y así, en 1968 publicó ‘We’re Only in It for the Money’ (Estamos en esto sólo por la pasta), uno de sus discos más conocidos. En él, el músico arremetía contra una escena cultural que consideraba totalmente alineada con el poder político: para Zappa, el consumo de drogas, lejos de liberar el espíritu, no hacía más que anular al individuo para la disidencia y la rebeldía, y los hippies, así pues, no eran más que unos hijos de papá que, en lugar de combatir el sistema, lo legitimaban con su actitud complaciente. Pero esta visión de la Norteamérica de su tiempo, en que la crítica iba de la mano de un sentido del humor mordaz y demoledor, no se limitó a sus discos, sino que, desde bien temprano, la trasladó al cine. En 1971 realizó la película ‘200 Motels’, en la que, bajo la excusa argumental de un grupo de rock que va de gira, nos muestra los arquetipos más ridí-
En su vertiente cinematográfica, Zappa experimenta con los límites del medio e incorpora diversas técnicas compositivas y de montaje provenientes de su oficio de músico
culos de su país. Zappa critica un modelo de sociedad que anula la individualidad en beneficio de un sistema político que persigue la uniformidad social. En la película, el pueblo ficticio de Centerville recuerda a cualquier villa apacible de la Norteamérica rural, y el narrador (un Ringo Starr que salía de la reciente disolución de los Beatles) explica, mirando a la cámara, que el gobierno busca controlar las expresiones artísticas, para lo cual se han construido campos de concentración para los músicos en cuyas puertas se puede leer, a la manera de Auschwitz, una siniestra advertencia al respecto de esta voluntad de uniformidad: “El trabajo nos libera a todos”. Sería generoso decir, como es fácil suponer, que la película tuvo una pobre carrera comercial. Porque, con tal discurso, Zappa se vio relegado cada vez más a los márgenes de la industria, de tal manera que, si en los años siguientes iniciaba un proceso legal con la Warner por el control artístico de sus discos, en lo que respecta al cine, tuvo que esperar ocho años para poder volver a estrenar una película. Si en su primer film se apoyaba en las vivencias de un grupo de rock en gira, en ‘Baby Snakes’ (1979) partiría del concierto como espacio para la generación de sentidos reivindicativos y disidentes. En esta película, la cámara se introduce en una serie de conciertos de Zappa en Nueva York donde el escenario es el auténtico protagonista. En ese espacio transcurre una actuación caracterizada por la llamada a la participación del público que, totalmente entregado, colabora en los diversos juegos que propone el músico, como un performance en el que se simula un acto de tortura de directivos
7 mente contestado por unas canciones en que apostaba por el humor como arma para combatir las estrategias de desinformación del partido republicano. Y en ‘Video from Hell’ (1987), Zappa insistía en este retrato, en el que el infierno del título era, según confesaba el músico en la película, el mismo sistema político de Reagan. La banda sonora de este período aparecía de un modo siniestro en ‘The Amazing Mr. Bickford’ (1989), una película de animación construida en torno a diversas piezas instrumentales de Zappa.
Preocupado por el papel del artista en la sociedad, Zappa reflexionó sobre el oficio de cineasta en una de sus cintas más complejas, ‘Uncle Meat’ (1988). En esta película, compuesta de material acumulado a lo largo de los años, el músico da cuenta de sus esfuerzos (infructuosos) por realizar una película de ciencia ficción. Al no cumplir su objetivo original, nos presenta una película sobre las dificultades a las que ha de hacer frente un artista para crear su obra. En un curiosísimo ejercicio de cine dentro del cine, en esta película asistimos a ensayos, conciertos y diversas pruebas de rodaje de un proyecto que nos muestra los retos y limitaciones del cine como medio de expresión. Zappa insistiría en este asunto en otra de sus cintas, ‘The True Story of 200 Motels’ (1989), en la que volvía la mirada sobre su primera película. Con un cine que se mueve en todo momento entre el documental y la ficción, Zappa explora no sólo ésta, sino otras muchas fronteras expresivas. En su vertiente cinematográfica, experimenta con los límites del medio e incorpora diversas técnicas compositivas y de montaje provenientes de su oficio de músico. Se trata de una obra audiovisual que explica cuál es la relación del artista con el mundo, y qué papel tiene que desempeñar en un momento de emergencia y consolidación de las políticas conservadoras en Estados Unidos. Descubrir, quince años después de su muerte, al Frank Zappa cineasta es reflexionar sobre una obra con un discurso que mantiene toda su vigencia en la actualidad.
uerte m a l e d io r a s r e iv n a º 15 de Frank Zappa Día: Jueves 4 de diciembre a las 19.30 horas Proyección: Uncle Meat Lugar: Colegio Mayor Luis Vives Entrada Gratuita
Manuel de la Fuente http://mfuente.blogspot.com
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de la industria musical hacia un músico, que permanece tumbado en el suelo mientras recibe toda clase de patadas y latigazos. El artista como víctima de la industria musical. A partir de ese momento, Zappa no volvería a estrenar ninguna película en pantalla grande. El resto de su producción audiovisual tuvo que orientarlo hacia el consumo doméstico, con films destinados al formato VHS. Estas obras reflejarían también el momento discursivo en que se hallaba Zappa, que en los años 80 se significó por su oposición al gobierno de Ronald Reagan. Una oposición expresada mediante un activismo social que se tradujo no sólo en sus películas y discos, sino también en numerosas entrevistas, en sus conciertos y en su propia comparecencia en comisiones legislativas (como su discurso en el Senado norteamericano en 1985) para defender la libertad de expresión en la música popular, atacada en aquel momento por las instancias del reaganismo. En este sentido, sus películas profundizarían en esta inquietud. En ‘The Dub Room Special!’ (1982), Zappa hacía una acérrima defensa de la independencia artística y de la creación al margen de los dictados de la industria. En ‘Does Humor Belong in Music?’ (1985) trazaba un retrato sarcástico del reaganismo, conveniente-
8 ENSAYO
Contra la comunicación Contra la comunicación. Mario Perniola. Editorial Amorrortu. Buenos Aires, 2006. Traducción de Carlo R. Molinari
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da y a contrapelo de los problemas que examina, con un equilibrio perfecto entre la alusión a la filosofía erudita y la apertura al conocimiento cotidiano. En este sentido, su obra roza en ocasiones la sociología, la antropología o incluso la crítica de arte. Pero en todo momento su reflexión se aferra al ámbito de la estética. No en vano ésta es su ocupación, profesor de estética, o al menos así siempre se define. Y es que para Perniola, la estética es, en el fondo, la atalaya desde la que mejor se puede observar el mundo contemporáneo. La estética, que permite transitar de la experiencia a la abstracción con cierta facilidad. En ‘Contra la comunicación’, el libro que exploramos, de nuevo es la estética el lugar desde el que aborda los problemas. Una estética que, en este caso, se presenta como la única salida a la hegemonía perversa y totalitaria de la comunicación de masas, una de las mayores lacras de nuestra sociedad contemporánea. Concebido casi al modo de un panfleto, este libro se suma a una larga tradición de demonización de los medios y la comu-
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ario Perniola es una de las figuras más solventes de la filosofía italiana de las últimas décadas, a la altura de otros célebres contemporáneos suyos como Giorgio Agamben o Gianni Vattimo. Aunque no haya tenido una entrada inmediata en el contexto español, en los últimos años, su obra parece que, por fin, comienza a ocupar el lugar que le corresponde, el de un autor que cuenta a sus espaldas con una vasta y extensa obra ensayística compuesta por más de una veintena de libros entre los que es posible encontrar desde títulos míticos y de culto, como ‘El sexappeal de lo inorgánico’, hasta otros de carácter más divulgativo, aunque tremendamente necesarios, como su clásica y célebre ‘Estética del siglo XX’. Perniola —y ésta sería la mejor forma de definirlo— es un pensador extraño. Deambula por un gran número de temas con una soltura particular. Su enfoque es siempre ajeno a las modas y a los caminos más lógicos. Aunque se acerque a los lugares nodales de la reflexión contemporánea, su visión es siempre escora-
Ilustración: Banksy
Miguel Á. Hernández-Navarro www.nohalugar.blogspot.com
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nicación. Sin embargo, como no podría ser de otro modo, la visión que ofrece Perniola dista bastante de los lugares comunes que nos han legado otros teóricos de la información, que aluden a la espectacularización de la comunicación y la hegemonía de los saberes. Para Perniola, en cambio, la comunicación de masas tiene menos que ver con el espectáculo que con el esoterismo. De hecho, y ésta es una de las tesis fundamentales del libro, los orígenes de la comunicación habría que buscarlos más en el oscurantismo y el conocimiento mistérico que en la transparencia y el cientifismo del saber. Mientras que el espectáculo, según la clásica definición de Guy Debord, desarrolla una lógica del secreto, pues había ciertos poderes que tenían acceso al conocimiento, la comunicación, según Perniola, tiene mucho más que ver con el enigma, es decir, con la abolición de cualquier entrada al saber. O lo que es lo mismo, con la confusión absoluta. Ya nadie sabe nada. Y la comunicación es la encargada de hipertrofiar ese no saber extendido. La estrategia de la comunicación es, pues, la confusión, el triunfo del parloteo, la cháchara, el ruido, el rumor, la indefinición... y todo para ocultar que ya nada hay debajo, que no hay un saber real, que no hay certeza alguna. Se trata de hacer que la superficie se convierta en lo único visible y que nos deslicemos eternamente sobre ella. Quizá por eso Perniola argumenta que la comunicación, al contrario de lo que se nos dicho, no satisface nuestros deseos, sino que los perpetua, los extiende en el tiempo, los intensifica y los deja sin resolver. Así elimina cualquier intención de mirar bajo la superficie, pues nos hace creer que allí está todo dado, y que no hay nada más que ver, nada más que conocer. Según Perniola, la comunicación, reaccionaria y oscurantista, ha instaurado un nuevo despotismo, el despotismo comunicativo, que somete a todos y cada uno de los agentes de la sociedad contemporánea. Y frente a ese nuevo despotismo, la única estrategia de resistencia se encuentra en la actitud estética. Una actitud y un sentir que tendrían que ver sobre todo con la idea clásica de la “discrección”. Esta idea habría que entenderla al menos en dos sentidos. En primer lugar, como discernimiento y capacidad de percibir las diferencias (frente a la masa informe y confusa de la comunicación); y en segundo, como moderación y mesura (frente a la exageración y la aspiración despótica y totalitaria de la comunicación). La estética podría resistir así a la extrema violencia de la comunicación, que banaliza todo lo que toca y le extrae cualquier resquicio de interés. Frente a este desinterés absoluto de la comunicación, sería necesario oponer el “desinterés interesado” del esteta moderno, cuyo epítome sigue siendo la figura del flâneur, aquél que se interesa por las cosas pero mantiene una justa distancia. Al final, en cierto modo, Perniola llega a una conclusión semejante a la de otras obras suyas: que hay que remitirse al sentido común, que en este caso es el sentido estético, que sirve no sólo a las artes sino a toda actividad humana como un criterio deontológico. Como dice en algún momento, la estética constituye “no sólo la más sólida alternativa a la comunicación de masas, sino también, probablemente, la única posibilidad de revertir la locura autodestructiva que aqueja a la sociedad occidental”.
10 ensayo
cine
La ficción de lo real
Parodismo mediático
Cultura y simulacro, La precisión de los simulacros. Baudrillard, Jean. I. Editorial Kairós. Barcelona, 2007. 8ª Edición
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n la generación de lo nuevo, su copia, y la pérdida del original, hay tres hitos destacados en un periodo que abarca poco más de cien años. En 1863 Charles Baudelaire define la modernidad como “extraer lo eterno de lo transitorio”. El valor de lo nuevo. Walter Benjamin, en 1936, estudia la obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica: afirma que el multiplicado de las reproducciones artísticas pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible. La devaluación del original por la copia. Y en 1978, Jean Baudrillard constata la desaparición de la realidad en la era del simulacro. La copia sin original. “Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene”. Somos adoradores de iconos que no están respaldados por ninguna realidad. San Cucufato, San Cucufato... es tan irreal como el Pato Donald. Y Disneylandia es una fantasía que pretende hacer creer que el resto es real. En este contexto, ¿cómo trazar el mapa de la contemporaneidad? Jorge Luis Borges fabuló con los cartógrafos del imperio construyendo un mapa de la misma extensión y detalle que el propio imperio. Creemos ver el imperio cuando lo que percibimos siquiera es el mapa. Son los síntomas del mapa. “Hoy en día –afirma Baudrillard- la abstracción ya no es del mapa, la del doble, la del espejo o la del concepto. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal”. La cuestión es más complicada, puesto que simular no es fingir. Para explicarlo Baudrillard cita a Littré: “Aquél que finge una enfermedad puede sencillamente meterse en la cama y hacer creer que está enfermo. Aquél que simula una enfermedad aparenta tener algunos síntomas de ella”. ¿Cómo diferenciar entre el síntoma producido
y el síntoma auténtico? Es imposible. La simulación viene a cuestionar la diferencia entro lo verdadero y lo falso, lo real y lo imaginario. “El que simula, ¿está o no está enfermo contando con que ostenta verdaderos síntomas?”. Y entonces, ¿qué es real? Cuando lo real se confunde con lo que parece serlo, nada es real. Es hiperreal. Todo es un enorme simulacro. ¿Cómo desmontar este teatro? ¿Cómo hacer consciente al individuo-espectadoractor de que se encuentra en un teatro y forma parte de él? Una opción es releer a Baudrillard para darnos cuenta de que el espectáculo se perfecciona. Que el simulacro cada vez está más logrado. Que, como diría Gilles Lipovetsky, la realidad “a nadie le importa un bledo”. La verosimilitud referencial produce efecto de realidad. Todo está conectado. Y todo es ficción. Baudrillard se adentra en el mapa buscando el territorio, sabedor de que desvelar el engaño contribuye a sostenerlo. A pesar de ello explora los límites de la verdad. De lo real. Cuando la guerra se ve en televisión no es guerra, es videojuego. Hamlet está “loco a nornoroeste”, pero también afirma: “¿Parece señora? No, lo es. No sé lo que es parece”. El Enrique IV de Luigi Pirandello, basado en el homónimo del dramaturgo inglés, recobra la cordura pero finge continuar enfermo. “Sé perfectamente que aquí hago el loco; y lo hago tranquilo. Lo malo es para vosotros, que vivís vuestra locura sin saberla y sin verla”. William Shakespeare desenmascara la realidad mediante un teatro especular. El italiano desarma el teatro para mostrar la ficción. El filósofo francés aún avanza un paso más. Si simulamos estar locos de modo creíble es que lo estamos. En un mundo hiperreal, ser o no ser, ya no es la cuestión. Jesús Andrés info@jesusandres.net
Front Page (Primera Plana). Año 1974. Director: Billy Wilder. 105 minutos.
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a obra de teatro ‘Front Page’ de Hecht y MacArthur fue llevada al cine en varias ocasiones. ‘Luna nueva’ de H. Hawks (1940), con Gary Grant y Rosalind Russell de protagonistas, y la homónima ‘Primera plana’ de Billy Wilder (1974) han sido las versiones más celebradas. Creo que hay algunas versiones más antiguas, de Rouben Mamoulian y de Lewis Milestone, que no conozco, y otra más moderna, la pasable ‘Interferencias’, de Ted Kotcheff (1988), que usa el mundo de la televisión como escenario. La que más me gusta es la versión de Wilder porque fija la atención en el punto importante de la historia: la falta de ética y de sensibilidad de los periodistas, dispuestos a todo por lograr una buena exclusiva. Y Wilder sabía de qué hablaba, pues antes de su exilio norteamericano, había sido reportero en Viena. Aunque la película roza la perfección no tuvo demasiado reconocimiento en el momento de su estreno: algunas nominaciones a los Globos de Oro en Hollywood y el Premio Especial del Jurado en la SEMINCI de Valladolid (1975). Y es que los 70 no eran buena época para las comedias. El propio Wilder siempre la consideró una obra menor y lamentó haber versionado nuevamente el buen trabajo que había hecho su admirado Hawks. El argumento original es potentísimo y explica el buen resultado cinematográfico de casi todas las versiones: jueves, 6 de junio de 1929, Earl Williams será colgado al día siguiente, acusado de asesinar a un policía. La ejecución ha sido pospuesta hasta coincidir “casualmente” con unas elecciones municipales. Jack Lemmon es el reportero estrella del ‘Chicago Examiner’, y su jefe es Walter Matthau. Lemmon quiere dejar el periódico para aburguesarse y casarse con una encantadora Susan Sarandon; pero Matthau sabe que la
11 ejecución de Williams venderá muchos periódicos “mañana tendremos 300 vendedores más, todos los alumnos de San Pablo van a hacer novillos”. Así que perpetra las más sucias manipulaciones para que Lemmon no se vaya todavía y cubra la noticia. Basándose en la lucha cómica entre la experimentada pareja Lemmon-Matthau, se construye una divertidísima comedia. Wilder también introduce en su versión al inolvidable y ridículo doctor Eggelhofer, “¡Marricas! ¡Son todos unos barricas!”. Fue su particular ajuste de cuentas con Freud y con el psicoanálisis. Sin embargo, el interés de la película no está principalmente en el ritmo trepidante de la cinta (con algunos guiños al cine mudo), sino en la sarcástica manera en que Wilder nos cuenta lo mentirosos
y despreciables que son los periodistas y los medios de comunicación para los que trabajan, que actúan siempre en connivencia con el poder. En la sala de prensa de la penitenciaría, principal escenario de la historia, vemos a los reporteros beber y jugar, insensibles a la suerte que va a correr el desdichado Williams. Manipulan la información de acuerdo a las líneas editoriales de sus periódicos y no son mejores que los caciques locales cuyos manejos deberían censurar: el sheriff imbécil y el alcalde corrupto. Especialmente interesantes (¡y muy contemporáneas!) son las continuas referencias del sheriff al peligro “rojo” mientras aprovecha para colocar en el cuerpo a todos sus parientes. Como buen ejecutivo de los massmedia, Matthau está obsesionado por la búsqueda de titulares que impresionen
al público, pero que simplifican hasta lo absurdo la realidad: “El sheriff... ¿compinche de Stalin? o ¿simplemente estúpido?” Mientras, alardea de que en la cabecera de su Examiner se recalca que “cuenta siempre la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. No se distinguen la mentira y la verdad o la justicia y la infamia, sólo hay audiencias y amarillismo. La prostituta Mallie Maloy es más respetable y humana que toda esta tropa: “¡Caballeros de la prensa!”, les dice con desprecio y les escupe. Miguel Ángel Sánchez Romero www.danielmochuelo.blogspot.com
retrovisor The Unknown Artist. www.t-u-a.org modelo, Juanjo Aranguren
12 BLOG
Malaprensa.com Errores y desmanes de la prensa escrita
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ras muchos años quejándome en charlas de café de la innumerable cantidad de chapuzas que veía en los medios, que parecían pasar desapercibidas e impunes, en abril de 2004 me animé a lanzar Malaprensa. com, un blog de nombre provocativo pero intención constructiva: fomentar la conciencia en periodistas y lectores sobre la gran cantidad de mercancía averiada que se difunde en nuestros medios. Pensaba no tanto en el sensacionalismo, el sectarismo o la prensa-basura, que son problemas ampliamente reconocidos, sino más bien en algo menos discutido, aparentemente más básico, y sin embargo también endémico: las noticias falsas, derivadas de errores, prisas, despistes, malas interpretaciones de datos, malas traducciones o simple ignorancia. La idea era hacer una entrada diaria citando una noticia errónea (excluyo los artículos de opinión, salvo que contengan afirmaciones fácticas claramente refutables) publicada en un medio español de cierta importancia y prestigio (dejaba fuera a gratuitos, deportivos, pequeños periódicos locales, confidenciales y medios online de poca difusión). En la medida de mis posibilidades, explicaba en qué consistía el error y cómo había podido producirse. En un principio era yo mismo, con la ayuda de unos amigos, el que localizaba los ejemplos que iba publicando. Con el paso del tiempo, sin embargo, los lectores se involucraron y llegó un punto en que podía escribir el blog sobradamente con ejemplos enviados por ellos, sin necesidad, prácticamente, de leer los periódicos. Para que se hagan una idea de lo que estoy hablando, aquí van algunos ejemplos selectos y heterogéneos de malaprensas que he ido recogiendo en estos años: que las mujeres cobran un 30% menos que los hombres por el mismo trabajo; que la mitad de los españoles son infieles en verano; que un millón de personas desfilaron ante el féretro del Papa en veintidós horas; que casarse por la Iglesia cuesta el doble que por lo civil; que el sistema electoral beneficia a los nacionalistas; que millón y medio de españoles usan diariamente los servicios de las prostitutas; que la CIA y el Vaticano boicotean la Wikipe-
Muchos de esos fallos están a su vez vinculados a un modelo empresarial centrado en la cuenta de resultados, que no percibe que sea rentable el gasto adicional necesario para mejorar el producto
dia; que Bush es el presidente con menor coeficiente intelectual de los últimos sesenta años; que un 9% de los españoles conoce a alguien que ha practicado el turismo sexual infantil; que la renta per cápita española se ha multiplicado por dos en los últimos once años; que los españoles necesitan 47 años para comprar una vivienda; que en 2050 sólo estará en disposición de trabajar el 10% de la población española; que España triplica las emisiones de CO2 permitidas por Kyoto; que cualquier exposición al tabaco triplica el riesgo de cáncer; que España tiene menor tasa de alfabetización que Mongolia o Tonga; o que España es la fuente del 70% de los rumores que circulan por Internet... Se trata en todos los casos de informaciones erróneas que han sido difundidas por uno o varios medios de comunicación importantes de nuestro país, y prácticamente en ningún caso han sido rectificadas. Es más, algunas de ellas, con actualizaciones o matices, son repetidas con cierta regularidad. ¿Cómo es posible? Eso me preguntaba yo cuando empecé con el blog, como simple consumidor de medios. En estos años, además de leer y pensar sobre el tema, he conocido a bastantes periodistas que admiten que fallos como éstos se producen demasiado a menudo por exceso de confianza en fuentes “oficiales” (incluyendo a las agencias), abuso del corta y pega de las notas de prensa, incumplimiento de las reglas básicas sobre comprobación de fuentes, y falta de formación de los periodistas en el manejo de ciertas fuentes de información secundarias (especialmente estadísticas). Muchos de esos fallos están a su vez vinculados a un modelo empresarial centrado en la cuenta de resultados, que no percibe que sea rentable el gasto adicional necesario para mejorar el producto, y un público masivo que parece hacer buena esa percepción, ya que aparentemente no se queja cuando recibe un producto defectuoso. Josu Mezo Editor de Malaprensa
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14 MÚSICA
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La obsolescencia de las lolitas... Cuando a los capitostes de la industria del entretenimiento se les ocurre explotar el lolitismo, saben que están jugando con fuego. Lo suyo es jugar con el resbaladizo atractivo de las ninfas, pero sin pasarse, so pena de cargar con el sambenito de comerciar y/o fomentar la pedofilia.
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or otra parte, y una vez diseñado el producto y reclutado el material humano, saben que todo será flor de un día. Por motivos obvios, la vida de la lolita es limitada. Su periodo fértil iría desde los trece hasta los dieciocho o diecinueve como muchísimo: the teen years. Por debajo de esa edad estaríamos hablando de “estrella infantil” o “niña prodigio”, y en este mundo corrupto no es creíble la inocencia y el candor en una muchacha de veinte años, a no ser que sufra algún tipo de trastorno. Por si esto fuera poco, y en el caso de las lolitas pop, hay que contar con el conocido como “síndrome del tercer álbum”, dolencia que afecta a casi todos los ídolos que consiguen superar el
estadio de one-hit wonder pero no alcanzan a convertirse en clásicos. A saber: después de un bombazo más o menos por sorpresa con el primer disco, la maquinaria se engrasa para facturar en cuanto antes una reválida con la que repetir e incluso aumentar los beneficios del debut. Se ha perdido el factor sorpresa, pero a pesar de su premura, los segundos álbumes suelen contar con presupuestos más holgados y con la experiencia acumulada por los protagonistas del hype. Lo ideal es que entre el primer y el segundo disco no medien más de dos años. Pero claro, todo tiene un precio, y pasada esa temporada de promoción agotadora, y con un repertorio muchas veces compuesto durante largos años
La masa consumista es caprichosa, olvidadiza y busca sin descanso el brillo fugaz de lo nuevo
15 pero luego quemado en un par de giras, el tercer disco se hace esperar más de lo debido. Mientras nuestras lolitas maduran a pasos forzados, sus mentores tienen que rediseñar el producto o cerrar la paraeta y buscarse la vida por otro lado: la masa consumista es caprichosa, olvidadiza y busca sin descanso el brillo fugaz de lo nuevo. Además, el público potencial de estos montajes no es tanto el de los adultos pederastas de baja intensidad como el de las adolescentes que buscan la identificación con sus ídolas. Total, que a la vuelta de esos dos o tres años, las chavalitas ya se han hecho mayores, pasan de chiquillerías y corren a engrosar las filas de tribus urbanas más “serias”: ahora son emos, metaleras, perroflautas, gafapastas o, en el peor de los casos, jennys bakalas y poligoneras. Auge y caída
La pizpireta Alizée saltó a la fama en el año 2000 con apenas 16 añitos y una canción titulada ‘Moi... Lolita’. En el video promocional, la adolescente escapaba de su nada bucólica vida campestre para culebrear a gusto en una disco llena de humo y malotes. La jugada no se puede decir que fuera muy sutil, pero desde luego fue efectiva: éxito mundial y más de un millón de álbumes vendidos sólo en Francia. Tres años más tarde repite la apuesta con un segundo álbum en cuya portada aparece enfundada en un minúsculo vestido de marinerito y es casi aplastada por un zapato de tacón de aguja digno de ‘La mujer de 50 pies’. Hasta el psicoana-
toma un respiro y aprovecha para casarse y ser mamá. Tras algunos anuncios en falso, y ya sin la ayuda de la cantante y compositora Mylène Farmer, descubridora y principal responsable de su éxito hasta entonces, Alizée publica en diciembre de 2007 ‘Psychédélices’, su tercer álbum de estudio. Agotado definitivamente el filón del lolitismo con sus 23 añazos, en el videoclip de ‘Mademoiselle Juliette’ juega la baza de cierto lesbianismo light. Parece que los únicos que han tragado han sido los mexicanos: para ese mercado (y para ningún otro) se ha preparado un recopilatorio. El morreo bajo la lluvia que Yulia Volkova, de 14, y Lena Katina, de 15, se pegaban en el videoclip de ‘Ya Soshla S Uma’ fue el primer paso de Ivan Shapovalov, psicólogo y avispado montajista, en su experimento mediático para explotar el morbo que provocan las menores. En 2001 se ponía a la venta en Rusia el primer álbum de las t.A.T.u., seguido meses después por una edición internacional cantada en inglés. Las rusitas se pasearon cogidas de la mano por los platós de todo el mundo civilizado, hasta terminar de segundonas en el festival de Eurovisión del 2003. Por aquel entonces ya se rumoreaba que su pretendido lesbianismo era tan falso como el moreno de Yulia (rubia en realidad): un truco de mercadotecnia. Miles de jovencitas recién salidas del armario al son de sus chillonas melodías se llevaban la desilusión de su vida, confirmada después por la noticia del embarazo de Yulia, fruto de sus revolcones con
...y el síndrome del tercer elepé un novio secreto. Así que, cuando en 2005, y ya lejos de las garras de Shapovalov, las t.A.T.u. publicaron su segundo elepé, con producción de lujo (Trevor Horn) e invitados de postín (Sting y el eurítmico Dave Stewart), las rusitas ya no eran ni teens, ni colegialas, ni lesbianas ni nada. Lástima, porque el disco no estaba nada mal. Poco tiempo después se produce el temido parón, parcheado con un recopilatorio (¡con sólo dos álbumes publicados!) y el consabido DVD en directo. Rumores de separación, expulsión de la discográfica y silencio. Hasta ahora. Este otoño, y después de que Yulia haya sido mamá por segunda vez (de distinto padre, por supuesto) el dúo se dispone por fin a lanzar su esperado (o no) tercer elepé. Una película protagonizada por la petarda de Mischa Barton, en la que las rusas hacen de ellas mismas, parece que no se vaya a estrenar nunca. Mientras tanto, y lejos del despliegue mediático de sus inicios, la pareja aprovecha la promoción viral de internet para enseñar mamellas. Epo www.ligres.com
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lista más tosco capta el mensaje. El disco no tuvo tanto éxito como el primero, pero tampoco fue un desastre. A partir de entonces se
16 ENSAYO
Crónica gonzo del sexo Sexografías. Gabriela Wiener. Editorial Melusina. Barcelona, 2008.
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n la contraportada de ‘Sexografías’ la periodista Rosa Montero dice textualmente: “Gabriela Wiener se pasea por los mundos del sexo como una antropóloga curiosa que visita un planeta de alienígenas”. Un momento, me ha dado un calambre. ¿Una antropóloga curiosa? ¿Se pasea? ¿Planeta de alienígenas? Perdón: Por lo general los antropólogos viajan con una libreta de notas, observan y sí, a veces duermen sobre el suelo como hacen sus indígenas objeto de estudio y, si les apuras mucho, llegan a comer insectos invertebrados, como ellos. Gabriela Wiener no es una antropóloga, sino una periodista gonzo. No se pasea, sino que se mete en el fango oscuro, se retuerce con los ojos abiertos y lo cuenta. Sus personajes, por bizarros que resulten o poco comunes que sean sus prácticas sexuales, jamás aparecen como alienígenas, sino que se muestran con una humanidad tan rotunda que conmueve. Hay excéntricos, sí, pero son todos definitivamente terrícolas. Lo único que no ha escapado a la sagaz vista de Montero es el sexo. Efectivamente, ‘Sexografías’ trata de los “mundos del sexo”. Gabriela Wiener ha querido explorar el sexo en sentido amplio, con sus infinitas aristas y redondeces, y lo ha hecho a lo gonzo. El periodismo gonzo requiere que el periodista entre de lleno en la historia, sea partícipe de la misma (no sólo como testigo, sino como un personaje más) y que la cuente desde su personalísimo prisma. Si el periodismo jamás es objetivo, el gonzo mucho menos. El gonzo toma la subjetividad y la lleva al extremo. Imaginarán, pues, que periodismo gonzo sobre sexo sólo podrá hacerlo: 1) alguien audaz y sin miedos, 2) alguien poco pudoroso con el cuerpo propio y el ajeno, 3) alguien desprovisto de prejuicios y 4) alguien un tanto exhibicionista y con una necesidad abrasiva de contar lo vivido. Gabriela Wiener es todo eso y además escribe sexy. Porque, sin duda, las 17 crónicas de ‘Sexografías’ son interesantes en su contenido y esencia, pero es la voz y la mirada de Wiener lo que las convierte
en material de gran calidad. Es decir, las historias son irresistibles por sí mismas: la de Badani, el gurú del sexo que vive con sus seis esposas; la de la transexual Vanesa, que se prostituye como tantas otras latinoamericanas en el Bois de Boulogne de París; el encuentro íntimo con el rey del porno Nacho Vidal y su célebre e inquieto miembro; los amoríos del verraco Loco, un cerdo semental de una granja porcina; o las extravagancias del aficionado al tuning, que confiesa sin rubor que siente más debilidad por el chasis de su coche que por el de su chica. Estas historias y algunas más están reunidas en los capítulos ‘Otros cuerpos’ (sexualidades heterodoxas) y ‘Sin cuerpo’ (desviaciones del deseo y pornografías varias). Pero como buena gonzo dispuesta a arriesgar y a dar más, Wiener recoge sus mejores crónicas en la parte final (‘Mi cuerpo’), donde eleva la exposición del yo al máximo peldaño, tanto a nivel corporal (sin miedo a utilizar su propio cuerpo para excitar al lector) como en el plano emocional y personal (compartiendo tales intimidades que cerramos el libro convencidos de que Wiener es una vieja amiga a la que deberíamos llamar un día de estos). Ahí quedan las grandes crónicas en las que Wiener se ofrece como donante de óvulos, Wiener y su novio se intercambian con otras parejas, Wiener se somete al látigo de una dominatrix y Wiener se queda embarazada sin renunciar ni un ápice al apetito y a la curiosidad sexual. En ‘Sexografías’ el lector agradece que Wiener se desnude repetidamente, pero tanto como su desnudez física y emocional, deslumbra su forma de desnudar a los que la rodean para mostrarlos en toda su carnalidad y humanidad. Porque aunque se proponga hablar de sexo y de cuerpos, el ojo gonzo y travieso de Wiener traspasa los límites del placer y la carne y rebusca más allá. Como dice Javier Calvo (no perderse el prólogo, por favor), bien por Wiener. Laura Domingo Periodista
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Ilustraci贸n: Benito Caba帽as
la informaci贸n como sospecha
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por raquel castro Collages de Gloria F. Vilches
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perderá kilos, se curará del acné, recuperará su cabellera, será amado por su familia, se convertirá en el alma de todas las fiestas, ascenderá socialmente y triunfará en la vida, sólo si llama en este instante al número que aparece en su pantalla. Gran desilusión: el jabón quita-kilos / reafirma-piel / construye músculos viene con un instructivo que, en letra de cinco puntos, dice que sólo da resultado si se combina su uso (del jabón) con ejercicio regular y una buena alimentación. Tras la sorpresa y la tristeza inicial, la mayor parte de los clientes insatisfechos optan por arrumbar el producto mágico y pasar a otra cosa, sin detenerse a barajar siquiera la posibilidad de exigir un reembolso o demandar a la compañía. Esto se debe, sobre todo, a que el engañado siente una gran vergüenza de haber “caído” en las garras de ese nuevo titán de la publicidad: el infomercial televisivo.
Este nuevo género es descendiente directo de los publirreportajes de revistas y periódicos, pero más poderoso que éstos, ya que cuenta con más elementos (imágenes, efectos especiales, sonido, etcétera) y tiene un mayor poder de penetración: la televisión, incluso en los horarios menos favorecedores para la publicidad, llega a mucha más gente que la mayoría de las revistas. Sin embargo, si nos fijamos exclusivamente en sus características audiovisuales, de inicio es incomprensible el éxito de estos anuncios comerciales: en teoría, la publicidad televisiva debe ser breve, original, vistosa y muy ágil, contar con música atractiva o pegajosa (canciones de moda o los ya casi fuera de uso jingles) y brindar una idea concreta en pocas palabras, nada de lo cual está presente en el infomercial típico. ¿Cuáles serían entonces las característi-
cas estructurales de este tipo de anuncio publicitario? La más notoria es su duración: mientras que un anuncio comercial “tradicional” no sobrepasa el medio minuto (y muchas veces es mucho más corto que eso), el infomercial puede durar desde diez minutos hasta media hora, y a veces más. Esa primera característica está íntimamente relacionada con la segunda: en vez de luchar por el horario prime time (que es carísimo y obliga a que los comerciales duren un parpadeo) los infomerciales se conforman con los espacios que nadie más quiere: canales con programación poco atractiva, horas a las que nadie prende el televisor... Obviamente, al elegir espacios televisivos prácticamente muertos, los costos de los mismos son mínimos, lo que permite la extensión anteriormente señalada.
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Usted ahorrará tiempo...
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20 Por otra parte, y a diferencia del publirreportaje en prensa, que siempre tomaba la forma de un reportaje (de semejante obviedad es que viene su nombre), el infomercial no se conforma con imitar el estilo de los reportajes y opta por copiar burdamente la estructura de otros géneros televisivos, principalmente el programa de revista y el talk show. Esto en sí mismo es interesante: si la clonación del reportaje se debía a que este género transmite la sensación de verosimilitud, ¿querrá decir que el público meta de los infomerciales piensa que programas como ‘Laura en América’ o ‘Viva la mañana’ son dignos de confianza? En cierta forma, parecería una pesadilla: el conductor aparece en cuadro y saluda como si todos los días tuviera su espacio televisivo; la gente le aplaude y ríe sus chistes como si fueran sus fans desde siempre; nos dice “el día de hoy les presentaré...” como si antes nos hubiera presentado otro producto o como si después fuera a hacerlo. Ya que mencionamos a los conductores, otra constante en el infomercial es que éstos sean conducidos por “viejas glorias” o hasbeens: principalmente, actores y actrices que alguna vez fueron medianamente reconocidos. Casi nunca se trata de grandes luminarias y, en los raros casos en que se trata de gente que fue realmente famosa, suele haber también una caída estrepitosa del salón de la fama, previa al infomercial, por supuesto. Este fenómeno (el mediocre al que los asistentes al programa aclaman como si fuera realmente importante y querido) acentúa la sensación pesadillesca del asunto, y la lleva a niveles absurdos cuando, para colmo, se trata de segundones de otros países (principalmente de Estados Unidos), de los que jamás habíamos escuchado y quienes no tendrían por qué convertirse, ni siquiera por media hora, en líderes de opinión. Eppur sucede. Todos los días. Un fraude asumido
Por supuesto, el infomercial como gran reportaje pagado sigue de moda. En esos casos, no hace falta que haya una estrella eclipsada en la conducción, pues usualmente hay una voz en off que brinda la información. Sin embargo, cuando hay testimonios de usuarios del producto a vender, se repite la tendencia: se incluye el valiente testimonio (ajá) de gente medianamente desconocida presentada como si fuera memorable: la tercera finalista del concurso Miss Acámbaro 1967; el luchador que casi gana el cinturón de oro de la Liga del Sur de Estados Unidos en 1999; la actriz de telenovelas mexicanas que se fue a vivir a Miami (donde tampoco con-
sigue trabajos dignos)... Estas vibrantes confesiones son acompañadas de gráficas y animaciones hechas por computadora, así como por sorprendentes imágenes de “antes y después” de la ingesta / aplicación / uso del producto (éstas, también hechas por computadora). El elemento final, se trate de emular un talk show, una revista o un reportaje, es la repetición ad nauseam de la misma información: en un infomercial promedio, se repite al menos cinco veces el resumen con las características del producto.
Sin embargo, el elemento más interesante del infomercial es el propio producto que nos intenta vender. En el pasado (de nuevo refiriéndonos a la época de los publirreportajes) se trataba simplemente de novedades: la pluma fuente, las medias de nylon; mercancía que, de entrada, podía resultarle innecesaria o extraña al público meta, por lo cual, en lugar de poner sólo la foto de una modelo usando el artículo, se explicaba a modo de reportaje por qué valía la pena “invertir” (que no gastar) en él. En el presente, infomercial
21 parece ser sinónimo de producto milagro y, ya que en nuestra época materialista y cínica los milagros verdaderos son poco frecuentes, termina siendo equivalente de timo o fraude: el extractor de jugos que muele hasta los huesos y es capaz de aumentar nuestra expectativa de vida en un 200%; la máquina de hacer ejercicio que divierte y energiza a quien la usa, a la vez que le ayuda a bajar mil kilos a la semana; la crema que cura la artritis; la mesita de plástico que disipa la tristeza; el arpa mágica, el frijol que crece al cielo, la gallina de los huevos de oro. ¡Compre ahora!
Artículo recuperado del número 14 de la revista mexicana ‘Replicante’ (www.revistareplicante.net). Publicado con la autorización del editor y la autora.
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Así volvemos al punto de partida: sabemos que es un fraude; y entonces, ¿por qué compra la gente lo que ve en un infomercial? Al parecer, serían tres los motivos principales: la urgencia, el vacío emocional y el insomnio. “Llame ahora y se llevará, por única vez...”. ¿Quién puede resistirse a una oportunidad así? Mucha gente que duda ante la eficacia de tal o cual producto, ve destrozadas sus defensas con este simple argumento. El infomercial hace sentir al espectador que, si no aprovecha esa oferta única en la vida, es un auténtico tonto: ¿Quién se puede resistir a un negocio donde gana el doble o hasta el triple de lo que invirtió? Por supuesto, al tener tan poco tiempo para tomar una decisión (que además parece tan obvia, tan buena), la razón se nubla (por usar un eufemismo): incluso hay quien compra un producto que no le hace falta (digamos, una señora de sanísima y abundante cabellera adquiere un producto para revertir la caída del cabello) argumentando que, con semejante oferta, bien vale la pena “prevenir” (por si un día comienza a perder el pelo, o su hija de cinco años crece y se casa con un hombre en dicha situación). Por si eso fuera poco (por si el alma templada logra vencer la tentación de “hacer un negocio ventajoso”), hay que reconocer que en nuestra sociedad, el consumo tiene una importancia paralela (y quizá mayor) que la económica: el que compra tiene un estatus mayor que el que no lo hace; las penas con vales son menos; no hay mal que no se resuelva en un centro comercial. Por ejemplo, un folleto publicitario de Disneyland dice: What better way to make yourself or someone else happy than to give the gift of shop-
ping; algo así como “Qué mejor forma de ser feliz o hacer feliz a otros que darles el regalo de hacer compras”. Comprar no es sólo obtener lo que se necesita, sino que implica además demostrar que se es exitoso. Y si lo que se compra resuelve todos nuestros problemas, nos convierte en las personas que soñamos ser y nos ayuda a ahorrar tiempo (¿para dedicarlo a ver más infomerciales?), sin duda estamos ante la respuesta para la depresión y la insatisfacción cotidiana. No hay dinero que compre eso, ¿no? El insomnio sería el tercer jinete de este Apocalipsis. Y es que, al parecer, la soledad más intensa, más demoledora, más dolorosa es la de las madrugadas de insomnio. A esa hora, uno siente que bien podría estar en un mundo post nuclear, o en el Paraíso antes de Adán, o en la cara oculta de la luna: la soledad se vuelve concreta, sólida, corpórea. Despertar a alguien (si tenemos la suerte de compartir la cama, el cuarto, la casa) no es opción: sabemos que no obtendremos comprensión y compañía si sacamos a alguien más del dulce sueño que a nosotros nos esquiva. Ni modo. La única opción es la tele (desafortunadamente, los libros no brindan ese cálido contacto humano a casi nadie) pero – ¡oh fatalidad!– lo único que hay en la televisión son infomerciales. Y con ellos, la promesa de que si llamamos en ese mismo instante (sin importar si hace frío o si acaban de dar las dos de la mañana) habrá otro ser humano, también despierto, haciéndonos compañía al otro lado de la línea telefónica. Entonces el producto es sólo un pretexto: lo realmente importante es escuchar esa otra voz, saber que hay alguien más jodido que nosotros (porque el que compra está realizando una actividad recreativa y el que vende está trabajando) y si el precio es una fuente de chocolate derretido que, de usarla, ocupará todo el espacio disponible en casa y nos hará subir tres tallas (además de que hará peligrar nuestro presupuesto durante dos meses), bien vale la pena: ya vendrá otra noche de insomnio para comprar la alacena que funciona con espacios negativos, y por lo tanto permite guardar todos los adminículos superfluos que hay en casa, o bien para adquirir la máquina de ejercicios que hace trabajar todos los músculos, incluyendo la lengua y el esternocleidomastoideo. Pensándolo con calma, ¿quién nos da tanto por tan poco?
Raquel Castro es guionista y periodista mexicana, ganadora en dos ocasiones del Premio Nacional de Periodismo por su trabajo en el programa ‘Diálogos en confianza’ de Canal 11. También es profesora de guiones y fundadora del colectivo Fatal Espejo (www.fatalespejo.com.mx)
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Los pies me huelen mal (los de foto) ¡Qué sabia resulta siempre la metáfora! Alabado la he, y hete aquí que postrándome he alcanzado a olerle los bajos... Y sí, habremos de admitir que, a veces, incluso a ella los pies le huelen mal.
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por LAURA sánchez Fotografía de David Friedman
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l mundo del arte, señoras, señores, está lleno de pies. Excéntricos pies, pies hiperrealistas, pies de largas uñas, mimados pies. Los hay efímeros y consumados, marranos e incluso (rumor de vieja) hay cibergüenzas pies. Pies multimedia, snob & fashion’ pies que sepultan a su paso los besos de siempre. Atento pie, vigilando sutil la vida entre la hierba, pie lavado cada noche duerma o no duerma conmigo, peludos pies. Y es que no en vano son famosos los pies. Esos alejados son puro reflejo del cuerpo que los usa, y tú te tocas así, en el centro, y das con el riñón, y un poco más arriba y hacia fuera está el pulmón, y metiendo el dedo sientes dónde duele, y ¡cómo duele! Yo, cuando meto el dedo en los pies de algunas fotos, siento cómo duele el corazón. El pie de cada foto revela sin escrúpulos la auténtica intención de quien lo firma, cómo de consciente es esa obra y ante qué escalón evolutivo nos hallamos (imaginémoslo así: el verbo se hace carne y espera sentado en el museo la visita de un oído capaz de oír. Entonces se levanta y con gesto descuidado susurra desnudo cómo ocurrió todo, si musas o violines ebrios, si pasta de blanqueo en bancos suizos, si conexión con la fuente y el altar). Ese pequeño texto contiene mil mensajes, si sabemos combinarlo con la imagen que lo pretexta. Si no, es fácil engañarse. Nuestra percepción de la realidad no es bruta sino que llega predigerida a través de una serie de filtros; importantes son los de orden social y cultural que se comparten, pero no menos pode-
rosos resultan los tamices que formamos a partir de nuestra experiencia peculiar e intransferible: son la pequeña o gran cultura personal, nuestras inquietudes, nuestros vicios, nuestros asombros y nuestras quejas. Diríase que cada cual mira desde su color único de gafas; diríase que, quien tiene un único martillo en la mirada, fácil es que vea clavos. Así las cosas, yo veo en la medida en la que soy y proyecto lo que soy en lo que veo. No soy objetiva, no soy neutral. Resulto tan arbitraria como mis filtros. Cuando veo en una imagen una obra genial, mediocre o detestable, y es una imagen aislada, sin pistas ni acompañamientos, sin títulos ni pies ni textos, entonces más que nunca debo saber que lo primero que estoy viendo es a mí misma, proyectada como en un espejo. Porque la tendencia al mirar es vernos a nosotras, y luego al resto. Algo más imparcial, acude en ayuda de mi buen criterio el pie de foto, importante en cuanto que gracias a él puedo saber si quien parió sabe de su parto y lo que veo es verdaderamente suyo; leo sus capacidades intelectuales, su intuición generadora, su relación con el amor o la desidia. Porque desde allí, desde su pie, puedo tocarla por entero; porque el pie de foto cartografía, también, la esencia que habita el cuerpo que escribió. Llegadas a este punto, casi sucumbo a la tentación de establecer categorías radicales, una especie de diccionario ejemplar de pies de fotografía artística. ¡Cuánto complace al ser cartesiano diseccionar y separar, creyendo así poseer algo de lo que llamamos real! Pero el arte es pura vida y,
La osadía acecha de cerca cuando se intenta justificar una imagen aleatoria (casual, brevemente encontrada) con palabras gordas
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¡Cuánto complace al ser cartesiano diseccionar y separar, creyendo así poseer algo de lo que llamamos real!
Laura Sánchez Artista, fotógrafa y encant-hada de la vida.
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como todo ser viviente, mal se deja destripar sin morir en el intento. No voy a radiografiar cadáveres; sería un sinsentido. No puedo sentar cátedra: sería infame. Lo que voy a hacer es hablar no de cortes, sino de grados, que como la temperatura en un termómetro nunca marcarán dónde acaba el calor y empieza el frío. ¿Seguimos? Bien. Pie de foto artística equivale casi siempre a decir título; más tarde puede haber aclaraciones, críticas o elogios, pero el privilegio (y la responsabilidad) del primer texto lo tiene la artista al nombrar su obra. Algo frecuente es acompañar imágenes con la obviedad del silencio (“Sin título”), a lo filmstills (numeración o seriación) o con la descripción pura. La imagen pesa más que el pie. En los mejores casos son textos descriptivos que informan sin atosigar, librándonos de redundancias y dejando a nuestro libre albedrío el añadido de florituras casi pedorras. Sin embargo, es ésta una licencia sumamente arriesgada para quien no conoce bien lo que hace, y al no tener demasiadas ganas de pensar (“yo soy artista, que piensen los demás”) ni mucho que decir, corre el riesgo de que su “Sin título” resulte un “Sin con-
tenido” o su “Taza de váter en casa abandonada con perro de fondo cruzando la carretera, 2006” resulte aburrido de puro literal. También hay títulos más íntimos u originales, para lo que podríamos llamar imágenes híbridas, sostenidas conceptualmente por declaraciones de intenciones. Son obras para cuya correcta comprensión necesitamos de los pies que las acompañan, de otro modo herméticas, insulsas o fragmentarias; el peso se reparte. En equilibrio de calidades, la combinación de plástica y concepto puede dar lugar a obras fascinantes, elevadas más allá de la apariencia por los pájaros de la palabra. Enamoran a primera vista y más tarde, instalado el tiempo y el análisis, aún enamoran más. Invitan a instruirse y agrandan la mirada; son obras despegables, llenas de niveles de lectura, docentes inagotables. Mas la osadía acecha de cerca cuando se intenta justificar una imagen aleatoria (casual, brevemente encontrada) con palabras gordas. El pie pesa demasiado, el título es demasiado “original” y tira hacia abajo de manera irremediable, hundiendo la imagen tras de sí. No cuela. Quizá, si el concepto es bueno, podamos invertir en el proyecto de manera literaria, expositiva; pero desde luego será en fotografía una obra desubicada (lo que, por desgracia, no evita que sea harto usual: lo conceptual gratuito está muy de moda en los tiempos que corren, así que me ahorraré los detalles). En resumen, y como dije anteriormente, todo es cuestión de grados. Yo diría que de grados de higiene esencial, porque, para mí, la artista, la persona, se tiene que mojar, dejar en baño el pie (y por tanto el cuerpo) hasta que salga lo suficientemente limpio y claro. Con jabón del bueno y sin desodorantes que abandonen, ya que visto lo visto y leído lo leído, parece que no tendremos más remedio que mojarnos más, en general, si queremos que los bajos del arte dejen de oler tan mal. Desde aquí un humilde llamamiento al colectivo artístico mundial: ¿para cuándo un buen aseo de intenciones y metáforas?
Alerta roja Análisis de los Informativos de Antena 3
Dentro del panorama informativo televisado, los telediarios de Antena 3 son un modelo único. No me refiero a que sean independientes, veraces o de calidad (que para eso hay que irse a la BBC, por lo menos). Se trata de que tienen una forma de dar las noticias que linda con el Apocalipsis. A veces, uno no sabe si están dando noticias o leyendo una novela de Tom Clancy.
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por Arturo quirantes ilustraciones de berberecho productions
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ale, estoy de acuerdo con que las noticias de hoy día no son para relajarse precisamente. Aquí matan a una esposa maltratada, allí un borracho atropella a una vieja, en este sitio hay medusas y en ese otro bombardean a saco. Pero Antena 3 hace que incluso las noticias más banales resulten tan estresantes como la guerra del Líbano. He aquí algunas de mis conclusiones, que seguro no difieren demasiado de las del libro de estilo de la cadena. Comencemos por lo más cotidiano. En mil y una ocasiones, los habitantes de una población salen a la calle. Puede ser por los motivos más inocentes, desde un concierto a una fiesta popular, pasando por un mercadillo o una tomatina callejera. Para todos esos casos, la expresión a aplicar es “tomar las calles”. En lugar de decir que la gente se reúne en la calle, o que sale a ella, tienen que saltar siempre con que los ciudadanos “toman las calles”. Ese cliché, que en mi mente evoca a muchedumbres armadas lanzándose al asalto del Palacio de Invierno, se aplica en Antena 3 a cualquier reunión pública de personas. Incluso cuando suben las temperaturas, los turistas toman al asalto las terrazas, los chiringuitos y el paseo marítimo. Parece que eso de salir a pasear no suena lo bastante estresante. Siguiente peldaño en la escala de estrés: “la voz de alarma”. Siempre hay algún problema que se sale de madre, desde el calentamiento global al uso excesivo de videojuegos. En todos esos casos, hay que añadir la coletilla de “los expertos dan la voz de alarma”. Normalmente es una noticia del tipo “la actividad X está muy extendida, pero en exceso es perjudicial”. Sustituya X por lo que le dé la gana: obesidad infantil, comida basura, uso del coche, videojuegos, Internet, telefonía móvil. La actividad ni siquiera tiene por qué ser perjudicial en sí. Incluso actividades en principio benéficas, como el ejercicio o la dieta saludable, se convierten en un peligro si uno se pasa de la raya. Para probarlo, se entrevista al experto de turno, quien afirma que, en efecto, hay casos de gente que se pone muy malita por hacer demasiadas mancuernas o comer brócoli en exceso. Los joíos de los locutores juegan en esto al despiste: X es bueno, pero también puede ser malo, a no ser que sea todo lo contrario. Hay matices a la regla anterior. Cuando X es una actividad claramente beneficiosa, como comer bífidus, la norma impone la suave expresión “los expertos advierten del peligro de...”, acompañado a veces de un “no hay que bajar la guardia”, lo que puede traducirse como “esto no tiene pinta de ser peligroso, pero yo he visto dispararse una escoba y mi cuñado se mató con un corcho de cava, así que usted mismo”.
En el otro extremo, una actividad más claramente perjudicial -digamos, la obesidad infantil- requiere una expresión del tipo se disparan todas las alarmas. Puede tratarse de algún suceso ocasional -que este mes haya habido más accidentes de tráficoo permanente -que cada vez más jóvenes se droguen-, el caso es tomar una actividad chunga y convertirla en un jinete del Apocalipsis. Vale, que los motoristas se maten con los quitamiedos esos es chungo, estoy de acuerdo. Pero hablar de “disparar todas las alarmas” cuando se matan cuatro en un fin de semana no es más que ganas de sensacionalismo. Lo que usted y yo calificaríamos de “joer, qué chungo”, para Antena 3 es una de las señales del advenimiento del Anticristo, por lo menos; algo que marcará
un antes y un después en la historia de la Humanidad. Los historiadores del siglo XXX reconocerán en las noticias de Pilar Galán la señal que marca el declive de nuestra civilización, no me cabe duda. Una variante especialmente apropiada para los casos de desastres naturales es el de “alerta roja”, o bien el de “máxima alerta”. Ya saben, ese estado de frenética actividad previa al lanzamiento de misiles nucleares. Antena 3 lo utiliza para todo tipo de catástrofes: tornados, huracanes, monzones. Pero también lo suelta sin cuento cada vez que hay una amenaza terrorista, cuando ETA saca un comunicado amenazador, una banda de albanokosovares asalta otro chalet o El Solitario atraca otro banco (aunque ahora que la Guardia Civil lo ha detenido
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Los historiadores del siglo XXX reconocerán en las noticias de Pilar Galán la señal que marca el declive de nuestra civilización
podrán relajar su nivel de alerta, espero). En resumen: “máxima alerta” es el equivalente antenatresiano del gracioso que se acerca por detrás y grita “bu”. Habitualmente, todos estos clichés se usan a partir de una noticia en concreto. Puede que un día un perro ataque a un niño. Esa noticia concreta se convierte en una “alarmante tendencia” sin más que echar mano de la hemeroteca y recordar que, desde comienzos de año, los casos de este tipo han aumentado un tropecientos por ciento, con lo que los expertos dan la voz de alarma y advierten del peligro de bla, bla, bla. De una tacada, una noticia aislada (“puntual” dicen ahora) les ha dado para un “reportaje de investigación”, al tiempo que se han rellenado fácilmente varios minutos del informativo. Cuando la cosa no es tan chunga -por ejemplo, el estudio sesudo que dice que follamos poco o que nos lavamos mal los dientes-, la tendencia pasa de “alarmante” a “preocupante”. Otra de las coletillas favoritas de Antena 3 es la de la trampa mortal. Consiste, como su nombre indica, en todo aquel lugar o situación proclive a que la gente muera, o por lo menos lo pase muy mal. Para un muerto en carretera, su vehículo se convirtió en una trampa mortal. Y fíjense en el matiz: no es que el coche fuese una trampa mortal, sino que se convirtió en una. Así se evitan que los fabricantes de coches les demanden, al tiempo que eso les permite usar el latiguillo en otros casos. Una puerta de discoteca, un ascensor, un ático cerrado, un carrito de supermercado... todo puede convertirse en una “trampa mortal”. Y claro, nadie puede contradecirles, porque la palabra “puede” les permite introducirse en el universo de lo hipotético impunemente. Igualito que todos esos productos que “ayudan” a regular el nivel de colesterol: lo mismo no sirven para nada, pero ante la duda razonable... Otras situaciones que no llevan connotaciones letales pueden asimismo convertirse en “trampas”, como las retenciones en la autovía o las aglomeraciones en aeropuertos, estaciones de tren, macroconciertos o rebajas de verano. En realidad, les pegaría mejor el apelativo de ratoneras, pero no se atreven todavía a utilizarlo. Algún día lo harán, o si no, al tiempo. En el apartado belicoso, las noticias no sólo han de transmitir la idea de la violencia, sino la de violencia continuada, en una especie de rictus de desesperanza tipo “hay que ver, es que no escarmientan”. Así se habla de “la violencia que no cesa”, en relación con el último atentado o tiroteo en zona conflictiva, o de “espiral de violencia” en los casos en que se han pegado unos cuantos tiros y se esperan muchos más. Curiosamente, la espiral siempre tiene que ser creciente, como si la violencia que sí cesa no fuese noticia. Y, dependiendo de qué bando haga los destrozos, siempre hay que tomar partido, pero de modo disimulado. Si los atacantes son de los que consideramos malos, siempre hay que hablar de un acto terrorista o de “violencia sectaria”; si por el contrario, los destrozones son los buenos, se hablará de “respuesta” a los ataques del pasado. En realidad, la cobertura informativa de los conflictos armados daría para un manual de estilo entero, así que lo dejaremos por ahora.
Cuando hay que dar cobertura a crisis políticas internacionales, Antena 3 no duda en echar toda la carne en el asador. Si interviene algún país de esos del llamado eje del mal, hay que sazonar la noticia con comentarios del tipo “desafío a la comunidad internacional”. Si el problema se confina en las fronteras de un solo país, se puede hablar de “inestabilidad en la zona”; cuando otro país se contagia, nada como hablar de “conflicto generalizado”, o mejor aún, de que “la inestabilidad se extiende” para dar la impresión de una plaga que avanza inexorablemente. En lo que respecta a inestabilidad social, no hay más que hablar de que el país está al “borde de una guerra civil”. Y siempre, siempre, SIEMPRE hay que hablar de Al-Qaeda cuando se mencione cualquier atentado en el que remotamente pudieran estar involucrados uno o varios tipos con turbante. Como en nuestros días AlQaeda es más una franquicia que otra cosa, siempre que haya dudas sobre la autoría se incluirá eso de “según algunas fuentes” (que significa: me lo ha dicho un pajarito) y la expresión “grupo vinculado a Al-Qaeda”. Es mucho más emocionante y thrilling que soltar el nombrajo de algún grupúsculo terrorista desconocido, adónde va a parar. Cuando se trata de algún desastre natural (incendio, inundación, terremoto) jamás hay que dar la impresión de que todo está controlado. Muy por el contrario, la situación es caótica, los servicios de emergencia siempre están desbordados, la orografía del terreno siempre hace muy difícil el envío de equipos de rescate... y, como probablemente la Fox o Reuters todavía no les habrán enviado imágenes del suceso, hay que escudarse con un rollo sobre lo inaccesible de la zona. En el caso de desastres nacionales, sazónese con entrevistas a personas que siempre se quejen de lo tarde que han llegado los equipos de extinción, listillos que sabían cómo apagar el fuego pero no les dejaron y alcaldes que reclamen la declaración de zona catastrófica, añádase voz en off sobre las décadas que tardará la zona en recuperarse, lo negro que lo tienen los supervivientes, y listo. Y si estamos batiendo el récord de hectáreas quemadas respecto al año pasado o de muertos en accidente de tráfico, JAMÁS dejar que el espectador lo olvide. Cada cierto tiempo, la amenaza doméstica favorita cambia. Antes fueron los ataques de perros, las palizas de jóvenes grabadas en móviles, la quema de coches, los episodios de “terrorismo callejero”, etcétera. Ahora está de moda (para nuestra desgracia) la violencia contra las mujeres: violencia machista, de género, doméstica, llámenle como quiera. Bien, en estos casos, el libro de estilo apocalíptico impone una cobertura lo más morbosa posible. En primer lugar, nunca dé la impresión de que se trata de un caso aislado y punto. En lugar de “caso de violencia doméstica”, es preferible decir “nuevo caso de violencia doméstica” (o “último caso”). Eso deja un regusto a continuidad: hubo muchos más como éste, los habrá en el futuro, y les daremos cumplida información. A ser posible, inclúyanse detalles de destino fatal. Si la víctima murió a pesar de haber denunciado, abandonado el domicilio familiar, obtenido una orden de alejamiento, indíquese claramente. Si, por el contrario, murió sin denuncia, sin orden de alejamiento ni gaitas, no se moleste en co-
27 Siempre hay que hablar de Al-Qaeda cuando se mencione cualquier atentado en el que remotamente pudieran estar involucrados uno o varios tipos con turbante
b) Tornados, por supuesto también en Estados Unidos. A veces hay suerte y encuentran algún tornado pequeñito en Almería o Tarragona, pero en cualquier caso siempre nos quedará Kansas. c) Inundaciones torrenciales, incendios espectaculares, erupciones volcánicas y demás fenómenos meteorológicos llamativos. En caso de sequía (informativa), sirve cualquier noticia espacial, como el descubrimiento de un planeta que a nadie le importa; con que incluyan gráficos por ordenador de la NASA, ya vale. Si no hay otra cosa, podemos echar mano a la invasión de medusas, topillos, langostas saharianas o piojo verde. Todo ello con el propósito de que el espectador se sienta a) alucinado por lo visto, b) agradecido por no haberle caído ninguna desgracia encima, y c) confiado en que ha visto un gran despliegue informativo. Lo gracioso es que, tras treinta minutos de sucesos e imágenes capaces de cortarles la digestión al más pintado, al final los telediarios de Antena 3 rematan la faena con su noticia gastronómica. No sé cómo, pero siempre se las apañan para incluir una noticia sobre alimentación. Puede ser un estudio sobre hábitos, un congreso de cocineros, unas fiestas populares o las típicas noticias tipo “la cocina española triunfa en Estados Unidos”, lo que traducido viene a decir: seremos el culo del mundo, pero a los californianos les encanta nuestra paella, lo que demuestra que somos un país puntero, vanguardista y chiripitifláutico a más no poder. Yo tengo la hipótesis de que el director de informativos de Antena 3 pasó mucha hambre de pequeño y está obsesionado con el tema. ¿Alguien me lo explica?
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mentarlo. Total, eso de morir a pesar de cumplir con todos los pasos del anuncio del Ministerio impacta más, y es de lo que se trata. El estilo “crónica de una muerte anunciada” es asimismo asimilable a otro tipo de desgracias. Si hay un accidente en un paso a nivel sin barrera, incluyan todo tipo de testimonios sobre accidentes pasados, proyectos de reforma que llegan demasiado tarde o casos similares en otros pueblos. Sobra gente deseosa de contarnos cómo ellos ya lo veían venir, así que ¿por qué no aprovecharse? Así el presentador de turno podrá ofrecernos ese aspecto compungido mientras declara lapidariamente que la tragedia “podía haberse evitado”, y son el contrapunto perfecto a la bonita estampa del delegado del gobierno intentando esquivar balonazos. En el apartado “imágenes espectaculares”, los informativos antenatresianos aprovechan para colarnos todo tipo de videos cortos estilo “YouTube que lo flipas”. La mayoría de ellos suelen provenir de Estados Unidos, y no sirven más que para mostrar virguerías antes de los deportes. Y, por supuesto, cuanto más impactantes, tanto mejor. Pueden clasificarse en: a) Persecuciones policiales en algún lugar de Estados Unidos. No importa que el perseguido huyera para no pagar una multa de tráfico, o que las imágenes sean de hace dos años. Queda bonito, así que a la saca. Se dará preferencia a las imágenes desde helicóptero, aunque valen también las de la cámara del propio policía perseguidor. Hay mención de honor para el negro pegando una paliza a una anciana neoyorquina, el tribunal de justicia que se convierte en un campo de batalla y escenarios tipo “sin rastro” en general.
Arturo Quirantes (Granada, 1966). Profesor de física en la Universidad de Granada. Creador del Taller de Criptografía (www.cripto.es). E-mail: aquirantes@cripto.es
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Fábula del espía Kapuscinski Cuatro meses después de su muerte, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski (19322007) fue acusado por el seminario ‘Netweek’ de haber pertenecido a los servicios de espionaje del gobierno comunista de su país durante la etapa más caldeada de la llamada Guerra Fría. por paco inclán Ilustración de Fernando Vicente
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o entraré en divagaciones sobre la veracidad de esta noticia, más cuando el propio implicado ya no puede defenderse de dichas acusaciones. Sin embargo, la mera suposición de que pudo haber sido un agente comunista disfrazado de sagaz periodista me ha servido para releer su extensa obra en clave de espionaje. Y la he disfrutado más que antes. Reconozco que en los cinco años en la facultad de periodismo no le tuve mucha estima a Kapuscinski. Se me hacía un autor latoso con reportajes empíricos perdidos en anécdotas personales, a la manera de esos amigos que parece que se van de vacaciones a lugares remotos sólo para poder narrarlas en soporíferos mensajes de e-mail. Claro que también fueron aquellos años juveniles en los que una postura iconoclasta me llevó a negar los preceptos establecidos en el periodismo, entre los
cuales estaba ese que definía a Kapuscinski como “maestro del reportaje”. Abandonada aquella etapa de insurgencia contra los cánones impuestos por los dinosaurios del gremio, me he acercado de manera más receptiva a la lectura de sus reportajes: ‘El emperador’, ‘La guerra del fútbol’ y ‘El imperio’, entre otros. Para lo cual me ha ayudado el hecho de imaginar que Kapuscinski fuera realmente un espía: he tratado de leer entrelíneas, buscar posibles mensajes encubiertos en claves secretas o imaginarlo inmiscuido en tramas conspirativas contra gobiernos africanos. Es decir: le he buscado tres pies al gato (y casi me salen cinco). Aún así, no niego que resulta complicado defender la tesis de que Kapuscinski fuese realmente un agente secreto; al parecer, se vio obligado a enviar informa-
ción a los servicios polacos de espionaje para poder desarrollar su trabajo periodístico. Hay que recordar que, entre 1958 y 1981, Kapuscinski trabajó como corresponsal en el extranjero para la Agencia de Prensa de Polonia, dependiente del Estado, lo cual le permitió estar presente en la mayoría de conflictos del planeta, especialmente en los del continente africano. En el libro ‘Los cínicos no sirven para este oficio’, el autor responde de manera ambigua a la pregunta concreta de cómo fue su relación con los regímenes políticos de Europa del Este. Eran años de Guerra dizque-Fría y era obligatorio que cualquier periodista que saliera de Polonia tuviese que colaborar con su gobierno, enclavado en el bloque soviético. Y el camarada Rys-
29 zard no fue una excepción. Sin embargo, según se afirma en los archivos del Instituto de la Memoria Nacional, los informes que enviaba a los servicios de espionaje de su país resultaban más bien insustanciales: “Durante su colaboración ha demostrado mucha voluntad, pero no ha aportado documentos significativos”. Para siempre quedará la duda de si realmente fue un torpe confidente o tuvo la suficiente habilidad para sortear sus obligaciones con los servicios secretos. Sospechas y reticencias
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Kapuscinski mostró una habilidad admirable para encontrarse siempre en el ojo del huracán, en el meollo del asunto, donde se parte el bacalao
Los que se niegan a aceptar las imputaciones postmortem vertidas sobre Kapuscinski, lo describen como un periodista honrado, ecuánime y con una pasión insobornable por la verdad. Ok, de acuerdo. Sin embargo, esa misma dificultad para creerse que pudiera ser un agente secreto lo convierten en serio candidato a serlo. Al fin y al cabo lo primero que se le pide a un espía es que no le note, si no... ¡vaya piltrafa de confidente!, ¿no?. Y es que, puestos a ser mal pensados, resulta sorprendente la vasta información que Kapuscinski manejaba sobre la realpolitik africana de aquellos años. Africa vivía un supuesto proceso descolonizador, que nunca llegó a consolidarse. Las potencias extranjeras luchaban por el control ideológico de las elites locales, para seguir dominando a unos países cuya proclamada independencia resultó ser una tapadera. El territorio africano sufrió entonces un boom mediático por el constante trasiego de diplomáticos, mercenarios, corresponsales y espías occidentales, en búsqueda de información que les sirviera para meter mano en el gran botín africano. Todavía hoy, las enclenques democracias africanas se ven afectadas por las multinacionales, con suficiente capacidad para derrocar e instaurar gobiernos afines a sus intereses económicos. En su libro ‘El emperador’ –sobre el monarca etíope Haile Selassie- Kapuscinski destapa con estas palabras al corresponsal de guerra Ivo Svarzini: “Un grecoturco-chipriota-maltés que oficialmente trabajaba para una agencia (de prensa) fantasma, la M.I.B., aunque de hecho lo hiciera para los servicios secretos de la empresa petrolífera italiana E.N.I”. Hasta los profetas y brujos se convertían en informantes gracias a sus conjuros y hechizos. En su reportaje ‘Nigeria, verano del 66’, Kapuscinski desvela que profetas locales tenían la capacidad de vaticinar con anterioridad sucesos políticos que alterarían la realidad política del país. “El profeta –escribe Kapuscinski- se dirigió a la residencia del entonces presidente Aguiyi-Ironsi para prevenirle del peligro que se cernía sobre su cabeza. Huelga decir que dos semanas más tarde el general fue secuestrado y asesinado (...) El primer golpe de estado de la historia de Nigeria también fue vaticinado por un profeta”. ¿Cómo? ¿Espías confidentes haciéndose pasar por hechiceros chivatos? En este contexto conspiratorio, Kapuscinski mostró una admirable habilidad para encontrarse siempre en el ojo del huracán, en el meollo del asunto, donde se parte el bacalao: se entrevista con los principales mandatarios, acude a las cumbres
de gobernantes africanos, tiene acceso a secretos palaciegos que escucha a través de intramuros; en definitiva, se pasea por las altas esferas africanas como Pedro por su casa. Algo que se le exige a un periodista de alto rango. También a cualquier espía que se precie. Y es que resulta sorprendente su capacidad ¿intuitiva? para estar presente en las zonas de conflicto en el lugar justo y el momento adecuado. ¿Cómo lo hacía sin estar enterado de antemano? “Por pura casualidad, llegué a Dahomey en el momento de un golpe de estado”, escribe en uno de sus reportajes. Por otra parte, al contrario que el escritor alemán Gunter Grass sobre su recientemente destapado pasado nazi, Kapuscinski nunca escondió su adhesión juvenil al sistema comunista. En ‘La ofensiva’ –crónica sobre la guerra del Congo- reconoce haber pertenecido a una organización juvenil roja desde los dieciséis años. “Organicé manifestaciones de solidaridad con los pueblos de Corea, Vietnam y Argelia, con todos los pueblos del mundo. Sacrifiqué más de una noche pintando pancartas”, escribe. Además, en sus reportajes sobre los conflictos africanos, siempre se puso del lado de los movimientos de liberación, en aquellos años casi siempre respaldados por los gobiernos del bloque soviético. Y tampoco esconde sus simpatías por los líderes revolucionarios, como el congoleño Lubumba o el mozambiqueño Milinga Milinga, secretario general del Frente de Liberación de Mozambique. En una carta –publicada bajo el epígrafe de ‘La boda y la libertad’- Milinga(bis) le solicita colaboración económica para poder pagar a los familiares de su novia una cantidad de dinero para que autoricen su matrimonio. ¿Qué? ¿Un periodista polaco pagándole la dote al dirigente de un grupo revolucionario mozambiqueño? ¡Esto me suena a colaboración con banda armada! ¡Aquí hay gato encerrado! (¡y dále con el gato!) ¡Desviación de fondos! ¡Mensajes encubiertos! ¿Kapuscinski espía? ¡A la hoguera! Perdón, perdón, que me enciendo. Tampoco es para tanto. Pero entenderán que la presencia en África de un hombre blanco con cara de bonachón recopilando valiosos datos en una lengua extraña (con el supuesto objetivo de informar sobre lejanas guerras a ciudadanos de un país europeo de segunda línea) olía a chamusquina. También en Latinoamérica. En su conocido reportaje ‘La guerra del fútbol’, el propio Kapuscinski relata que su presencia en el conflicto entre Honduras y El Salvador incomodaba a los ejércitos de ambos países; en aquel momento, los gobiernos centroamericanos se lanzaban acusaciones cruzadas de colaboracionistas con los soviéticos, por lo que la “caza al confidente” convertía a un desvalido periodista polaco –único procedente de un país comunista acreditado en la zona- en susceptible delator. En su crónica ‘La ofensiva’ narra los apuros –por decirlo de alguna manera- que vivió en las calles de Kinkhasa cuando un grupo de milicianos rebeldes lo tomaron por espía. Fueron minutos de confusión y malentendidos que se solucionaron cuando Kapuscinski y un periodista checo se hicieron pa-
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sar por ciudadanos árabes simpatizantes del idolatrado líder egipcio Gamar Abdel Nasser. Siguiendo con la suspicacia (¿o será perspicacia? ¿urticaria?), sorprenden las minuciosas descripciones que Kapuscinski hace de algunos de los lugares que visita y de las personas que va conociendo durante su labor periodística, lo cual podría ser interpretado como mensajes dirigidos a los servicios de espionaje del bloque comunista. En una pequeña crónica titulada ‘La Fortaleza’, describe detalladamente el State House, portentosa edificación (ubicada en Accra, capital ghanesa) que sirvió para un encuentro de varios líderes africanos celebrado en 1966. Y el omnipresente Kapuscinski también estaba allí para contarlo. “El edificio está ideado y construido de tal manera que, una vez franqueada la puerta de entrada, uno siempre se ve protegido por un muro,... el edificio está construido de acuerdo con el modelo de la matrioshka rusa: la muñeca más grande tiene en su interior una más pequeña, ésta a su vez otra más pequeña aún, y así sucesivamente (...) detrás de la misma pared hay una segunda, detrás de la segunda una tercera, y en medio una suite”. Una información demasiado
precisa que pudiera haber sido utilizada, por ejemplo, para llenar de micrófonos el lugar del encuentro. ¿Me siguen? Y oigan, ¿no les resulta extraño que el osado Kapuscinski se esperara al derrumbe del comunismo para relatar con insania las miserables condiciones de vida de los habitantes de la extinta Unión Soviética? En 1993 publica ‘El imperio’, un libro de crónicas de viaje en el que el periodista ataca despiadadamente al destronado poder sovietico y en especial a los servicios del NKVD, antecesor de la temida KGB. Eso se llama hacer leña del arbol caído. Durante cuarenta años de oficio, Kapuscinski eligió apartados territorios como escenario de sus agudas crónicas, quizás para escapar de la rigidez de las instituciones comunistas de su país, de las que de algún modo formaba parte como corresponsal de la agencia estatal de noticias. Y hasta donde yó sé, siempre prefirió despotricar contra los gobiernos del Congo, Etiopía o Irán que contra el suyo propio o el de sus vecinos rojos. Su postura anti-comunista llegó a destiempo, como si el periodista-¿espía? se hubiese querido extirpar las propias culpas vertiéndolas en acusaciones ajenas. ¿Para que la Historia le pillase confesado? Aquí acabo, que esto de conjeturar conspiraciones puede resultar un trabajo
desquiciante: uno puede acabar defendiendo una tesis contraria a la hipotesis de inicio. Por si acaso, insisto en que no se trataba de demostrar que el periodista Kapuscinski colaboró como agente secreto del gobierno comunista polaco. Sinceramente, es un asunto que me importa un cacahuate. Eso sí: les recomiendo que lo re-lean como si realmente lo hubiese sido. Porque, de ser cierto, fue el soplón perfecto: detallista, ubicuo, metiche, impoluto y astuto. Así pues, mis respetos al colega Kapuscinski, maestro del espionaje. ¿He dicho espionaje? Perdón, quise decir reportaje.
Paco Inclán es editor de la revista Bostezo. E-mail: editor@revistabostezo.com
Policía de Bolivia
Fotografía de Reyes Sedano
“Los policías del Estado de Bienestar 2.0 serán invisibles” Entrevista con Antonio Martín Palau, investigador del Nanotechnology Institute de Carolina del Norte
Antonio ha vuelto a Rafelbunyol por vacaciones. Salió de allí hace más de quince años, con una beca Fulbright con destino a los Estados Unidos, a estudiar la carrera de Físicas en la Universidad de New Jersey State. Desde entonces, sólo regresa en Navidad y “algún verano en el que aprovecho para viajar por Europa”. Ahora forma parte de la Unidad de Óptica de Nanomateriales del Nanotechnology Institute de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte. Su grupo pertenece a un consorcio investigador (en el que también participan el Imperial College de Londres y el Seoul Institute for Technology Development) para el desarrollo de nanomateriales invisibles y sus posibles aplicaciones. Esencialmente, Antonio y su grupo enlazan elementos de cobre con anillos de fibra de vidrio, que forman un manto que permite la invisibilidad del objeto que recubre. Una capa invisible. Sí, eso que sirve por igual al voyeur y al criminal, según atestigua la iconografía de la cultura popular de los últimos doscientos años.
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por daría barbate periodista científica
32 bocadura del río no puede deducir a simple vista, no puede “ver” si el obstáculo existe aguas arriba, porque la corriente es única otra vez. Nuestra unidad se encarga de diseñar los ensayos para probar los materiales que la unidad de John Pendry, del Imperial College de Londres, diseña. Pendry es la estrella de todo el proyecto, el que sale en los suplementos de ciencia de los periódicos y en Internet. Estamos en casa de sus padres, en el salón, tomando café. A través de la ventana se escuchan los coches de la autovía del Mediterráneo. “Cuando me fui de España no habían acabado la autovía. El país, Valencia, este pueblo... han cambiado mucho en los últimos 10 años”, dice Antonio. Pues nosotros somos casi los mismos, le respondo. ¿No será que es el mundo el que ha cambiado y nos ha arrastrado detrás?
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¿Qué aplicaciones tiene vuestra investigación sobre la invisibilidad? Eso precisamente es lo que debe estar decidiéndose ahora mismo. Nosotros hemos hecho la investigación básica, la que ha probado que la tecnología de la invisibilidad es posible y puede reproducirse industrialmente. Pero apenas hemos trabajado con un cilindro de dos centímetros de longitud. Ahora falta el desarrollo que convierta esa tecnología básica en productos comercializables. Quien quiera abordar ese desarrollo deberá comprar nuestras patentes. Estamos negociando con muchos compradores.
Antonio Martín Palau
¿Materiales invisibles? Publicamos el artículo en ‘Science’, en junio de 2006: está en la web, todo el mundo lo puede buscarlo en Google, ‘Controlling electromagnetic fields’. ¿Pero es ya posible? No. Pero lo será en los próximos cinco años, con una probabilidad del 95%. En mi opinión, antes. ¿Y tú que tienes que ver con esto? Estoy en el grupo del instituto que se en-
Fotografía de Sara Azorín
carga de la visibilidad, de senior researcher. Me encargo principalmente de los ensayos de espectro. ¿Eso qué es exactamente? Nuestra estrategia para abordar la invisibilidad es que la luz rodee al objeto. Imagínate que un material posee una distribución atómica especial que provoca que la luz se deslice sobre él. Es como cuando un río rodea un obstáculo, se desvía a los lados y se vuelve a unir en una sola corriente; quien esté situado en la desem-
Pero muchas de vuestras instituciones son públicas, pagadas con el dinero de los contribuyentes norteamericanos, ingleses y coreanos. ¿No tienen ellos nada que decir acerca de las futuras aplicaciones de la invisibilidad? Además, con este tipo de avances tecnológicos, que tarde o temprano nos afectaran a todos, parece lógico pensar en una especie de consenso emitido por una institución representativa del conjunto de las naciones. Pues no existe nada similar. Para Ciencia y Tecnología la ONU tiene un departamento con alguna influencia en fármacos, pero no han tratado nunca nada como lo nuestro. El acta Bayh-Dole, aprobada en USA en 1980, y sus equivalentes legales en otros países permiten a las universidades vender las patentes generadas con recursos públicos, y eso es lo que vamos a hacer. Por ejemplo Wal-Mart, la cadena de supermercados, está muy interesada en aplicaciones de la capa invisible para la vigilancia de pequeños hurtos en sus establecimien-
33 tos. Por lo visto, estos robos les hacen perder unos ochocientos millones de dólares cada año. ¿No es peligroso permitir que empleados de una empresa puedan vigilar tus movimientos sin que tú lo sepas? Bueno, Wal-Mart sabe que su inversión puede malograrse si en Estados Unidos se genera una nueva jurisdicción para el control de la producción y venta de capas invisibles. Una jurisdicción parecida a la que reglamenta la posesión de armas en algunos países europeos, como Reino Unido e Italia, donde hay que aportar pruebas razonables de la necesidad de portar un arma y pasar una entrevista en los juzgados. En este sentido, se están pensando en licencias de patentes especiales para fines sociales, como la vigilancia de psicóticos y paranoides que no toleran el cuidado presencial.
nanciado con fondos públicos. En Venezuela está pasando precisamente eso con la gestión de las numerosísimas empresas públicas que producen innovaciones. Hugo Chávez no es Occidente, es un aledaño a Occidente, un periférico que incordia. Lo que quiero decir es que no se puede recuperar lo que ya está en manos de las empresas, pero aún es posible atrincherarse en los servicios que todavía hoy son públicos. Y tras el triunfo de la sanidad privada en los Estados Unidos, los únicos servicios realmente públicos son los servicios de coerción ejecutiva: la policía y el ejército. Imagínate la posibilidad de que existieran empresas de mercenarios y guardaespaldas invisibles a sueldo, algo que los americanos ya han intentado en Irak con medios de coerción convencionales. El enorme potencial de la invisibilidad puede revertir esa aún débil tendencia a la liberalización de la coerción.
Tras el triunfo de la sanidad privada en los Estados Unidos, los únicos servicios realmente públicos son los servicios de coerción ejecutiva: la policía y el ejército
¿Y eso por qué? La democratización de la tecnología es lo único que justifica el concepto de progreso. El coche en 1890 era un privilegio de multimillonarios excéntricos; Henry Ford consiguió que cualquier ciudadano pudiera trasladarse regularmente a largas distancias mediante una inversión asequible. En 1959, el presidente de IBM predijo que en todo el mundo sólo existiría mercado para cinco computadoras; hoy cualquier desempleado puede entrar en Wikipedia. Sí, pero la propiedad privada implica competencia en precios o en calidad, y eso a su vez implica diversidad en la oferta: siempre habrá quien quiera ofrecer un producto mejor o más barato. También pasará con las capas invisibles, que además pueden complicar mucho la existencia de testigos en contenciosos penales. En general, yo creo que la privatización de la producción y de casi todos los servicios es un hecho irreversible. Nadie se plantea ya en Occidente el modelo de las empresas públicas, como hasta hace muy poco tiempo era Telefónica. Pero parece lógico que sea una empresa pública la que gestione la aplicación de un invento fi-
Pero eso puede derivar en el aumento del poder de vigilancia del Gobierno, en un Estado policial... Si el Estado no se hace fuerte, otros usurparan sus competencias. Nadie discute ya que el Estado del Bienestar 2.0, un concepto que ha propuesto un politólogo de mi propia universidad, debe apoyar decididamente a la corporación privada. Las empresas se han convertido ya casi en una categoría biológica. Pero, en mi opinión, no podemos permitir que regulen todas y cada una de las relaciones de la comunidad global. Si las aplicaciones coercitivas de las capas invisibles son liberadas al mercado, simplemente engullirán a sus equivalentes públicos. La noción misma de poder estatal se verá amenazada. La policía del Estado de Bienestar 2.0 será invisible... o no será: la sustituirán hordas de matones invisibles. Se hace de noche. Antonio y Jaime Martín, su padre, se van al Mestalla a ver al Valencia. Antonio se vuelve a Carolina del Norte la semana que viene. “Los norteamericanos saben vivir dentro de sus casas, pero les cuesta compartir un espacio colectivo. Eso tiene sus partes buenas –las casas son muy agradables- pero a veces echo de menos pasear por un paisaje urbano, como aquí. Allí pasear por la ciudad no tiene alicientes y además puede ser peligroso”. Tal vez deje de ser peligroso muy pronto, cuando la policía secreta sea secreta de verdad. Mientras transcribo esta entrevista hablo con un amigo, que me manda por mail un poema de Vladimir Holan sobre la invisibilidad, escrito en 1943. Se titula ‘Cada uno’: “Cada juicio es un juicio invisible/ de nuevo el alma/ alimenta la mano del verdugo”.
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No parece muy buena idea ponerle un vigilante invisible a un paranoide. En cualquier caso, parece lógico que la propiedad de estos descubrimientos pase pronto a manos estatales. Las aplicaciones más inmediatas que se me ocurren son las relacionadas con el control y con la coerción. Con la policía. Y con el ejército. La invisibilidad del control y la coerción será científicamente posibles dentro de muy poco. Pero, en mi opinión, que el Estado se haga con el monopolio de las capas invisibles es el mejor de los escenarios posibles.
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Periodismo de investigación: Autopsia de un maniquí indeseable “Hay dos clases de escritores: los que colaboran en la enciclopedia Salvat y los que no. Hay otras muchas dos clases de escritores: los que van a la cárcel y los que no; los que son maricones y los que no; los que serenan el alma de los televidentes españoles y los que no” Manuel Vázquez Montalbán Prólogo a ‘Baladas del dulce Jim’, de Ana María Moix (1969) por Pablo Santiago Ilustraciones del Sr. García
M
anuel Vázquez Montalbán (19392003) escribió ‘Informe sobre la información’, en 1963, en la cárcel. Muchos de sus postulados (como el de la progresiva concentración de medios que anula cualquier intento de periodismo independiente) siguen vigentes. Yo no tengo ni tanto espacio ni tanto talento como él para hacer algo similar sobre el periodismo de investigación en este país. Quizás debí hacer caso en su día a aquel delegado de Europa Press para el que trabajaba: haz una revista gastronómica. Montalbán, como un Álvaro Cunqueiro catalán, también se
dedicó a la gastronomía, la única disciplina virtuosa con la cual consolarse tras los sinsabores de ver, oír y contar. Los periodistas somos gastrónomos caninos. El lema “perro no come carne de perro” se respeta, como todo, sólo si interesa. Quizás estas líneas debería escribirlas un profesor universitario, o un académico, tan dados a analizar, cogiéndosela con papel de fumar, las distintas castas de periodistas. Podría recomendarles algunas tesis doctorales –las hay muy buenas y recientes- y unos cuantos libros para explicarles en qué consiste el periodismo de
investigación, pero no es el caso. Me han propuesto un ejercicio de egolatría. Sea. Comamos carne de can. En 1996, el periodista David Randall, de The Observer, recomendaba en su libro ‘El periodista universal’ que, al lado de su editorial, los periódicos pusiesen: “Este diario y las miles de palabras que contiene han sido producidos en unas quince horas por un grupo de seres humanos falibles, que, desde despachos atestados, tratan de averiguar qué ha ocurrido en el mundo recurriendo a personas que, a veces, son remisas a contárselo y,
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Hacer periodismo de investigación no es limitarse a contar lo que pasa, sino intentar averiguar por qué pasa, y por qué va a volver a suceder
to, ilusionado, animoso, medianamente culto y con alma libre que se dedicase al periodismo. A ningún tipo de periodismo salvo, quizá, al cultural, que es el que más me gusta y el que mejor hago. Es un oficio terrible y esclavo en el que los éxitos duran lo que dura un periódico, pero los fracasos permanecen durante meses o años. Es un oficio en el que, como hubiera dicho Rubén Darío, hoy dominan “la envidia, la saña y la ira”. Un oficio en el que te obligan a ser servil y obediente con los jefes, que a su vez son serviles y obedientes con los dueños. Un oficio detestado por la mayoría de los ciudadanos, que confunden (no pueden hacer mucho más) a los periodistas de verdad con especímenes repugnantes como Mariñas, Lidia Lozano, la Patiño, todos sus congéneres de la prensa carroñera (ellos la llaman de “información social”, qué asquerosa falta de vergüenza) o los pobres becarios y becarias a quienes pagan miserias por meterle el micrófono en la boca a la Pantoja, al Cachuli o a semovientes de la catadura de Belén Esteban o Paquirrín. El chaval ilusionado que quiere trabajar en un periódico para contarle a la gente lo que ésta no sabe no tardará en destrozarse la moral cuando se dé cuenta de que todo el mundo, quizá hasta su madre, diga la famosa frase que yo jamás he podido soportar: “Es que vosotros, los periodistas...” Como si todos fuésemos Mariñas, o Pedrojota, o Losantos. No. He dedicado los mejores años de mi vida, mis mejores ilusiones, mis mayores esfuerzos, a una mentira irresoluble. Mi único consuelo ha sido que sólo a veces, muy de tarde en tarde, se parecía a lo que yo soñaba de crío que debía ser. Es posible que tenga que padecer esto algunos años más, pero no se me puede pedir que sea tan hijo de puta como para recomendarle a nadie, a ningún chaval que se parezca a lo que yo fui, que malgaste su vida y sus luces en lo mismo en que las he malgastado yo. Es preferible ser jefe de prensa de cualquier ministerio o de cualquier banco.” Este mismo periodista, del que omito el nombre porque corren malos tiempos para el divismo, intentó publicar algo en su día sobre mi caso1. “No me dejaron. No eran buenos tiempos, según mi director, para meterle el dedo en el ojo a según qué jueces y abogados. Eso fue todo. Llegaron a pedirme que les demostrara yo que tú eras inocente. Vamos, que no hubo manera”. Estas sinceras declaraciones me dan pie para la siguiente reflexión: ¿Tiene que ser el periodista de investigación policía, juez, detective y confesor? ¿O se debe limitar a contar lo que ve en los sitios donde se puede introducir, con las estratagemas que considere oportunas? Erigirse en juez es un defecto en el que caemos fácilmente. Nosotros, que solemos ser legos en derecho. Que no publicamos nada a la mínima amenaza judicial, porque sabemos en qué clase de “Estado de Derecho” estamos y qué jueces alejados de la realidad y 1 El autor pasó tres años (2004-2007) en prisión. Su minuciosa labor de periodista de investigación sobre las redes de pederastia –reflejada en su libro ‘Alicia en el lado oscuro’- fue la excusa para que un juez lo acusara de pederasta.
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otras, contrarias a hacerlo. Su contenido está condicionado por valoraciones subjetivas realizadas por periodistas y jefes de redacción, influidos por su conocimiento de los prejuicios del director y los propietarios. Algunas noticias aparecen sin el contexto esencial, ya que éste les restaría dramatismo o coherencia, y parte del lenguaje empleado se ha escogido por su impacto emocional y no por su precisión. Algunos reportajes se han publicado con el único objetivo de atraer a anunciantes». Randall es en este libro un pelín paternalista. Quizás a ustedes como lectores les interese eso de las quince horas, si son sindicalistas. Sé que les importa una higa lo que nos pase a los periodistas. En el prólogo que Joaquín Estefanía le hizo al libro cuando se publicó en España apunta que una de las primeras normas de ética es no extraer información a la gente mediante engaños. Quizás por eso Joaquín Estefanía nunca hizo periodismo de investigación, sino de dossier. Que no es lo mismo. Las encuestas –electorales, pero sobre todo las relacionadas con aspectos de la vida privada, como el sexo- revelan que la mayor parte de los encuestados mienten. Así que vayan ustedes buscando la verdad por ahí con una alcachofa en ristre y el carnet de periodista en los dientes. Encontrará esa superficialidad de la que se nos acusa tantas veces, y con razón. Hallará estadísticas, que, como dijo Samuel Clemens, son la tercera clase de mentiras. Randall tampoco es amigo de usar citas. Aprovecho su consejo para insertar una de Arcadi Espada: “Cualquiera puede hacerse pasar por una mierda”. La publicó en su blog y se refería a un reportaje de una periodista que se había puesto un burka y hecho pasar por musulmana. Espada, con el tiempo, acabó cayendo en su frase: cualquiera puede hacerse pasar por político. A ustedes, como lectores, no les interesa lo que nos pasa a los periodistas. De hecho, nos odian. En España es una de las profesiones peor valoradas, a veces incluso por debajo de la de político. Políticos, periodistas, putas y peluqueros: nadie nos entiende. Todos manejamos información parecida y no sabemos bien a quién contársela, ni cómo hacerlo. Pero no se preocupen, nosotros también nos odiamos a nosotros mismos. Para ilustrar este autoodio, les transcribo la respuesta de un periodista bregado, con cinco lustros de ejercicio a sus espaldas, a mi pregunta: “¿Recomendarías a algún periodista dedicarse a esto?”: “Siento decir esto pero, tal y como están hoy las cosas, jamás recomendaría a nadie hones-
36 ajenos a ella tras oposiciones inhumanas nos juzgan. Jueces conservadores en su mayor parte, pues tienen un sueldo y una posición social que conservar.
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Periodismo incómodo
Para algunos, el periodismo de investigación tiene que tener ingredientes diferenciadores para ser calificado así. Que se aborde algo de especial relevancia para el público, que sea algo original, e incluso que contenga algún elemento secreto que alguien no quiera que salga a la luz. Quien sostiene esto, o no ha leído jamás los mitos griegos, o no conoce la expresión “nihil novum sub sole”. Yo escribo sobre lo que me interesa a mí, que no dejo de ser una parte del público. ¿Quién conoce al público? Yo no. ¿Quién dice lo que tiene especial relevancia? En la mayoría de los países, los políticos y los reporteros seguidistas. En cuanto a lo del secreto: sólo por el hecho de escoger sobre lo que quiero escribir, ya estoy tomando partido, ya estoy posicionándome. No es necesario que sea secreto. Hacer periodismo de investigación no es limitarse a contar lo que pasa, sino intentar averiguar por qué pasa, y por qué va a volver a suceder. Por eso mismo muchas veces es el propio periodista el que activa la información, el que mueve los cables para que se genere la conexión informativa que busca y que quizás no se había visto antes. Por ello a menudo “nos hacemos pasar por una mierda”. Fue lo que hizo en su día Günter Wallraff para escribir su libro ‘Cabeza de turco’. Para abordar ciertos asuntos, uno tiene que convertirse en un indeseable. Aún a riesgo de que lo tachen de delincuente, Wallraff llegó a convertirse en periodista, qué ironía, para investigar a sus propios compañeros, al infiltrarse en el periódico ‘Bild Zeitung’ y denunciar desde dentro sus tejemanejes amarillistas y su fórmula “sangre y sexo” para vender ejemplares. Algo que nunca lograremos erradicar en las redacciones de los medios con la excusa de que lo pide ese público que nadie conoce. Wallraff hacía periodismo de perro guardián, imitaba los métodos de los muckrakers, aquellos escritores, periodistas y críticos del siglo XIX que denunciaron la situación de la infancia, de los psiquiátricos, de los asilos, de las chabolas, de las minas, de las cárceles o de las fábricas. Aunque nunca se les cite, también fueron periodistas de investigación Emile Zola en ‘Germinal’, Cèline en ‘Viaje al fin de la noche’ o Félix
Salten en ‘Josefine Mutzenbacher’. Zola con los mineros, Cèline con la guerra y Salten con la prostitución infantil escribieron libros basados en lo que vieron o les contaron. Novelas, casi ensayos: quizás el único formato válido para este tipo de reporterismo. Hizo periodismo de investigación el filósofo Foucault, para su ‘Historia de la locura’ y reto a los periodistas españoles a que escriban, como hizo él, sobre la corrupción en las cárceles. Pero desde dentro. Los periodistas de investigación no somos nada originales, no publicamos nada secreto: sólo vemos cómo evolucionan los temas de siempre en nuestra época. Todos investigamos sobre un tema central, con múltiples derivadas: la explotación y el abuso del hombre por el hombre. El paradigma de Thomas Hobbes en su ‘Leviatán’ (el hombre, lobo para el hombre). Pero los periodistas no somos filósofos, aunque sí cínicos (cínico viene de perro). Somos más domésticos: el hombre es un perro para el hombre. Y la vida es muy perra. No gusta lo que escribimos. La verdad, la realidad si quieren, es bastante dura. A lo largo de los años que investigué para ‘Alicia en el lado oscuro’ vi una parte de esa realidad. En textos, fotos y vídeos: fui un privilegiado gracias a Internet. No tuve que salir de casa. Aunque la policía se ocupó de difundir que había ido a Tailandia, a Cuba y a Camboya. Quizás otra buena tarea de los periodistas de investigación en este país, si aún existen, sería conocer quiénes redactan los comunicados de la policía y la guardia civil en este país. Se llevarían sorpresas. Con esos comunicados se hace TODA la información sobre determinados asuntos. No es baladí que el 80 por ciento de las informaciones que consumimos a diario los lectores –soy periodista pero también lector de periódicos, aunque me estoy quitandoprovengan de una sola fuente de información. Fuente interesada, siempre.
No gusta lo que contamos. Cuando firmaba ejemplares de ‘Alicia en el lado oscuro’ en la Feria del Libro de Madrid veía cómo se acercaban muchas madres con sus hijos. Atraídas por la portada del libro –Alicia Liddell, la musa de Lewis Carroll, el primer pornógrafo infantil en serie del que tenemos noticia- y por su título. Pero tendrían que haber visto la cara de horror al leer el subtítulo y cómo esquivaban la caseta a renglón seguido. No me daban tiempo a explicarles que el ensayo huía del morbo, prevenía contra el abuso a menores y denunciaba las estrategias que se están aplicando contra este tipo de tráficos, por las cuales en lugar de evitarlos se están favoreciendo. Decía Ortega y Gasset que “si quieres guardar un secreto en España, publícalo en un libro”. Coerciones a la investigación
Un colega dice que para que exista periodismo de investigación en estado puro (o sea, para que haya periodistas que se ocupen en averiguar y publicar cosas que a muchos interesan y que nadie sabe) es necesario que haya empresas periodísticas puras. La madre del cordero. Empresas independientes de cualquier poder político o económico (“habría que añadir al poder religioso, tan presente en muchos medios españoles”) que mediatice o dirija sus líneas editoriales, y por tanto sus investigaciones, y que sean lo bastante rentables como para no dejarse presionar, chantajear o manipular por esos poderes. Pero el mismo que esto sugiere matiza: “Ese tipo de empresas casi no existen ya en España. Con la relativa excepción del Grupo Prisa, todos los demás medios de comunicación de cierta importancia tienen padrinos, dueños, pagadores o amigos íntimos que mediatizan, por no decir que deciden, sus líneas editoriales y sus investigaciones. Hay asuntos que no se tocan, no se husmean o se olvidan bondadosamente porque el dueño del medio en que trabajas –bancos, constructoras, holdings públicos o privados, partidos, iglesias, etcno lo consentiría”. Lo cuenta alguien que llegaba muchos lunes a su trabajo preguntando, en tono sarcástico, “¿quiénes son los buenos esta semana?”. Alguien que ha escrito
37 con fervor textos a favor de Mario Conde porque era el dueño de ese medio, y luego textos contra él porque había que hacer leña del árbol caído y congraciarse con los que lo habían derribado. Sería ingenuo por mi parte creer que el grupo Prisa también está libre de pecado: los silencios de tantos de sus trabajadores sobre ciertos casos también son una respuesta. Pero no nos perdamos: ¿Existe o no periodismo de investigación en España? Si sólo puede llevarse a cabo si el dueño del medio te deja y le interesa que publiques lo que estás conociendo, diríamos que no. O que sí pero con matices. Disculpen mi facundia gallega. Considerar periodismo de investigación a la guerra de dossieres con que tantas veces nos obsequian los medios de Madrid o Barcelona –los de provincias no tienen dinero ni influencias para obtener esos dossieres- es desvirtuarlo por completo. Acceso a la información
remos qué hace-, el propio medio donde publicas te abandona en el naufragio, la abogada del colegio de periodistas al que perteneces también se achica a la primera crítica (hablo en primera persona) y la justicia (nunca la pongan en mayúsculas en este país), ¿no saben cómo está la justicia? Investíguenlo, que a mí me da la risa. Tonta. Antonio Salas me confesó que el capítulo sobre políticos en ‘El año que trafiqué con mujeres’ no se pudo publicar porque el gabinete de abogados de su editorial le explicó que no tendría fondos para tantas querellas como podían caerle por parte de los mismos que hacen y remiendan las leyes. Pero hay esperanza, no lo duden. Está en Internet. En las redes sociales. En páginas incensurables, como Wikileaks.org. En medios alternativos, como Rebelion.org. En muchos blogs que, a no ser que cambien muy rápido los tiempos, no son monitorizados por el poder duro. Blogs que nos vigilan a los periodistas, como Mala Prensa. Porque no pueden ponernos un policía a cada ciudadano. Porque sólo podrán cazar a unos cuantos ‘Cabeza de turco’. Porque siempre iremos por delante de ellos. A los nuevos periodistas, si se quieren dedicar a esto, les emplazaría con una frase de Chuck Palahniuk: “El futuro está en los márgenes. Los experimentos de hoy serán la cultura del mañana” y con otra de Tom Wolfe pronunciada hace meses en Buenos Aires: “Los escritores y periodistas deben salir de sus departamentos y averiguar las diferentes cosas que hay en el mundo, sólo así van a tropezar con cosas que nunca pensaban que iban a ver. A no ser que salgan y las vean, nunca las conocerán. Los detalles se encuentran si uno se sumerge en la vida de los otros”. Los detalles se encuentran si uno se convierte en un indeseable.
Pablo Santiago es periodista y autor de ‘Alicia en el lado oscuro. La pedofilia desde la Antigua Grecia hasta la era Internet’. Ahora hace oposiciones a pianista en un burdel sueco.
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Quizás uno de los asuntos clave en el periodismo de investigación es el formato en que se puede acceder a él. ¿Ustedes consideran periodismo de investigación los dos minutos de un reportaje de televisión que pomposamente titulan ‘A fondo’ en el telediario de Antena 3, por ejemplo? Yo no, por muy bienintencionado que sea. Eso es un fogonazo sobre algo, imposible ahondar en asuntos importantes en tan poco tiempo y en medio de una nube de noticias y anuncios que nada tienen que ver con el asunto tratado. Hay estudios científicos sobre el número de informaciones que podemos retener en un noticiario: no pasan de tres. El exceso de información, la sobresaturación que padecemos, también incide en este tipo de periodismo. Y reduce su público, ese ente que nadie conoce. En la era Internet, la fragmentación de audiencias se ha disparado al infinito. Existen cientos de lugares donde publicar lo investigado pero también miles de oportunidades de que nadie se entere. La industria mediática, fuertemente coaligada con la industria cultural de la que forma parte, escoge qué interesa y qué no. Qué autores ponemos en el candelero y a quiénes silenciamos. Asimismo, toda esa industria, con conexiones políticas de primer orden, también decide a qué temas de la agenda del gobierno (término tomado de Bentham) dedica sus esfuerzos divulgadores. Pero quizás la investigación en estado puro sólo esté ya en Internet. Ahí no se pueden comprar y retirar tiradas enteras de libros contra El Corte Inglés, como el de Javier Cuartas en su día. En el blog gatopardo.
blogia.com se pueden leer interesantes capítulos sobre estos grandes almacenes, o sobre los chanchullos de la SGAE, o los negocios del intocable Rey de España. Pero hablábamos de formatos. En televisión se pueden hacer buenos reportajes de investigación. Programas como ‘Documentos TV’ serían perfectos si no se dedicaran tanto a comprar lo que hacen periodistas y equipos de investigación extranjeros y luego se hicieran malas copias de producción nacional. También serían maravillosos programas como el de Mercedes Milá (‘Diario de...’) si esta periodista no hubiera perdido todo su crédito como profesional con su “experimento sociológico” del Gran Hermano. Quizás estaría bien aquello que Melchor Miralles perpetraba para ‘El Mundo TV’ si no abusara del sensacionalismo con reporteras de 21 años provocando a abogados con tendencias menoreras y haciendo pasar eso como pederastia, aunque hay que reconocerle que ciertas cámaras ocultas cumplieron su función. No está mal lo que hacen los reporteros del canal Cuatro en ‘Callejeros’. Es periodismo de investigación epidérmico, pero fresco. Como decíamos antes, que nadie con una alcachofa en ristre y un cámara detrás espere grandes revelaciones. Y que no cuenten con ser programados en prime time. El libro, quizás el formato más adecuado por tener espacio y tiempo para ahondar en cualquier asunto, es el formato más usado por los que nos dedicamos en su día a esto. A veces hay que usar las mismas armas que los que nos denostan para que el trabajo se conozca. Así lo hizo Antonio Salas con su ‘Diario de un skin’ o ‘El año que trafiqué con mujeres’. A Salas, seudónimo, lo ningunean por dedicarse a otros quehaceres en sus años mozos, de los que aún no ha renegado, supongo. En revistas como Interviu, Tiempo o La Clave, se intenta hacer periodismo de investigación, a veces por parejas. Pero no nos llevemos a engaño. Como dice Javier Chicote, autor de una tesis sobre este tipo de periodismo, “la filosofía de la gran empresa periodística, entregada al mercantilismo y a la influencia política, es incompatible con el periodismo de investigación. Investigación y análisis es un maquillaje, muy atractivo, pero sin la fuerza necesaria para desenmascarar los entresijos del poder”. En una España con restos medievales en su funcionamiento judicial, denunciar a un periodista y dejarlo con el culo al aire es un pasatiempo para los poderosos. No hay sindicatos de periodistas –nació ahora uno en Galicia, ve-
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Todo lenguaje verdadero resulta incomprensible
Real Sociedad, campeón de Liga temporada 1980-81
Antonín Artaud
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ETA nació en un vestuario
(sic)
por alejandro morales
¿Cuál es la base en la que se sustentan las teorías conspiranoicas más delirantes1? No seré yo quien sugiera oscuras conexiones entre la macabra historia de ETA y la de la Real Sociedad. Pero habrá que reconocer que, con el uso habilidoso e interesado de los datos adecuados, la más inverosimil de las tesis puede ser demostrada. ¡Lean, lean!
C
omencemos por el principio. Después de varios años en segunda división, la Real Sociedad recupera la máxima categoría en la temporada 1967-19682, la misma época en la que ETA comienza a dar guerra con pequeñas escaramuzas
que, el 7 de junio de 1968, desembocan fatalmente en el asesinato del guardia civil José Pardines Arcay, primera víctima mortal de la organización. Años más tarde, en la temporada 73-74, la Real Sociedad consigue clasificarse por primera vez para disputar la
Copa de la UEFA, hito histórico que coincide en el tiempo con el atentado más sonoro de ETA: el 20 de diciembre de 1973 asesina a Carrero Blanco, candidato oficial a suceder al general Francisco Franco tras su muerte. Posteriormente, los años de mayor
1 Un artículo de ‘Wired’ enumera las diez mejores teorías conspiranoicas de la Historia, entre las cuales se afirma que la llegada del hombre a la Luna fue un montaje televisivo de la NASA, que el pollo frito provoca esterilidad en los hombres afroamericanos o que Paul McCartney ha muerto y ha sido sustituido por un doble. 2 La Real Sociedad había regresado a primera división con un empate en el estadio de un equipo de Puertollano con inquietante nombre: el Calvo Sotelo, club tocayo del presidente del gobierno español cuyo breve periplo presidencial (1981-1982) tuvo que soportar las mayores embestidas de ETA que coincidieron, como veremos más adelante, con los años más gloriosos de la Real Sociedad.
Aunque pueda sonar increíble, la Real no ganó la Liga aquella temporada (la obtuvo el Real Madrid).
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39 actividad belicosa de ETA –entre 1979 y 1981- confluyen con los mayores éxitos en la centenaria trayectoria de la Real Sociedad. Consigue el récord de imbatibilidad de un equipo en la Liga española: se mantiene 38 jornadas invicto entre las temporadas 78/79 y 79/80. En ésta sólo pierde su encuentro contra el Sevilla en la penúltima jornada del campeonato3. Entre el 9 de septiembre de 1979 y el 11 de mayo de 1980 –meses en los que la Real no pierde ningún partido- ETA asesina a 46 personas. Son sus años más sangrientos, conocidos como los años de plomo; entre 1979 y 1982, la organización comete 231 asesinatos, sembrando el terror en la provincia guipuzcoana –base principal de la organización- que se convierte en territorio hostil para las fuerzas españolas de seguridad. También para los contrincantes que visitan Atotxa: entre 1979 y 1982, la Real sólo pierde un partido de los cincuenta y uno disputados en su estadio. Son tiempos convulsos en los que ETA se siente vigorosa para cumplir sus objetivos políticos a base de bombas lapa y tiros en nucas. En esos mismos años, la Real Sociedad disfruta, con creces, del mejor periodo de su dilatada historia: logra dos campeonatos4 y un sub-campeonato,
con un juego tosco de jugadores aborígenes de origen racial –RH negativo- y recios apellidos: Orbegozo, Satrustegi, Górriz, Arkonada. Gudaris sobre el césped (perdón por la metáfora). Fútbol y política
La supremacía vasca en el fútbol español resultaba abrumadora. El ex guardameta Andoni Zubizarreta lo explicaba hace poco en un reportaje5 que conmemoraba el 25º aniversario de la famosa patada de Andoni Goikoetxea a Maradona: “La Real Sociedad y Athletic se habían repartido las tres Ligas anteriores y lo que el fútbol tenía de reivindicativo en aquellos años, los primeros de la democracia, en que las tensiones políticas eran muy fuertes y todo acababa por mezclarse”. En efecto, las dos Ligas de la Real Sociedad fueron completadas por otras dos del Athletic de Bilbao en las temporadas siguientes (82/83 y 83/84). Nunca antes en la historia de la Liga había sucedido que los equipos madrileños o el Barcelona desapareciesen cuatro temporadas consecutivas del palmarés liguero. Había que buscar algún antídoto. También contra ETA. En 1983, dos hechos marcarían el devenir de los acontecimientos. Por un lado, ese año
nacen los GAL –Grupos Antiterroristas de Liberación- grupo armado de dudosa gestación que contrarrestará la actividad de ETA con idénticos métodos criminales. Al mismo tiempo, de la cantera del Real Madrid emerge una brillante generación de futbolistas que, bajo el epígrafe de la “Quinta del Buitre”6, recuperarían la hegemonía merengue en el fútbol español. El 19 de junio de 1987, una ETA descontrolada perpetra la mayor matanza de su historia: 21 civiles mueren en el supermercado Hipercor tras el estallido de una bomba colocada por la organización. Sólo una semana después, la Real Sociedad logra su último campeonato hasta el momento: el 27 de junio se proclama campeona de la Copa del Rey en una final disputada al Atlético de Madrid. En 1989, ETA detiene brevemente su carrera hacia ninguna parte y se aviene a negociar con el gobierno español en las conocidas –y fracasadas- conversaciones de Argel. Casualmente, ese mismo año la Real Sociedad también accede a realizar una concesión a su Historia: ficha a un jugador foráneo después de casi cuatro décadas empleando únicamente jugadores vascos en sus alienaciones7. El origen de su primer extranjero en muchos años parece
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4 Se da la circunstancia, que en su primer título liguero, la Real se benefició del secuestro de Enrique Castro Quini, delantero del Barcelona, club que hasta entonces dominaba con firmeza el campeonato. Hasta ese 1 de marzo, el Barça sacaba once puntos al club txuri-urdin que, en apenas un mes, remontó la diferencia para proclamarse campeón por primera vez en su historia. Eso sí: finalmente no se pudo comprobar la vinculación de ETA con el secuestro de Quini, algo que sí ocurrió meses más tarde, el 29 de diciembre de ese mismo año, con el del padre de Julio Iglesias.
Reportaje de Uni Larrea publicado en ‘El País’ del 22 de septiembre del 2008.
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Sanchís y Martín Vázquez debutaron en Murcia el 4 de diciembre de 1983. El 5 de febrero de 1984, lo hizo Emilio Butragueño en un partido contra el Cádiz. Pardeza se sumó en esa misma temporada y Michel lo hizo al principio de la siguiente. 6
Al contrario del Athletic –que en su historia sólo ha alienado a jugadores vascos- la Real empleó jugadores extranjeros hasta principios de los años sesenta.
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Último ascenso a Primera División de la Real Sociedad. Temporada 1966-67
ser una concesión a las tesis abertzales más ortodoxas: el delantero John Aldridge había renegado de su nacimiento inglés –nació en Liverpool en 1960- para declararse jugador de la selección de Irlanda, país de sus orígenes ancestrales. Si conoce un poco de esta historia sabrá que el entorno abertzale siempre ha querido mirarse en el espejo del conflicto británicoirlandés que tiene su epicentro en Irlanda del Norte, con la severa disputa entre católicos (pro-irlandeses) y protestantes (pro-británicos). Éxodo vasco
A finales de los ochenta, a la vez que la fuerza de ETA comienza a decaer, el prestigio de la Real Sociedad también se debilita en parte por la emigración de jugadores surgidos de su cantera a otros clubes, casos de Lopez Rekarte, Bakero y Beriguistain (Barcelona), Alkiza, Billabona, Etxebarría (Athlelic) o Lasa (Real Madrid). A su vez, comienza a engordar su nómina de jugadores extranjeros; la mayoría de ellos pasan con más pena que gloria por el club8. Como si el dichoso destino estuviese marcado, también ETA sufre en el mismo periodo el éxodo de militantes que, tras el fracaso de las negociaciones de Argel, deciden buscar refugio en países latinoamericanos, como Venezuela,
México o la República Dominicana. Cual profetas desterrados, los jugadores realistas emigran para mejorar su palmarés deportivo (Bakero y Txiki Beriguistain fueron campeones de Europa en 1992); a su vez, los miembros de ETA fugados también mejoran su estatus: de sanguinarios terroristas pasan a ser recibidos como asilados políticos en sus países de acogida. A pesar de su debacle, la organización mantiene sin ton ni son sus sangrientos atentados, que no desembocan en ningún avance palpable en sus intenciones independentistas. El 22 de junio de 1993 asesina a seis militares en Madrid, macabra acción que coincide, con tan sólo un día de diferencia, con el trágico acto de despedida del entrañable estadio de Atotxa, derrumbe que simboliza el declive de una entidad deportiva que, a partir de ese instante, ya no levanta cabeza. Hasta ahora. En la última década se acrecientan las penurias por ambos lados. ETA sufre la persecución judicial y policial (incluso en territorio francés, hasta entonces, un refugio más o menos seguro para sus miembros), además del síndrome post-11M, las desavenencias de los presos con la dirección de la banda y divergencias en su propio entorno social. Al mismo tiempo, la Real Sociedad es víctima de una fallida política de fichajes y el descuido de su cantera de Zubieta,
Curiosamente, los que dejaron mejor sabor de boca en la hinchada blanquiazul tienen apellidos que comienzan por la letra euskalduna por antonomasia: la K (Karpin, Kovacevic y Kodro). 8
que ha dejado de ser un fructífero vivero de jóvenes promesas. Tras tres temporadas rondando el fracaso, en la 2006-2007 desciende a segunda división por primera vez en cuarenta años (los mismos que cumple la actividad armada de ETA). La temporada 2007-08 ha resultado un ejemplo suspicaz de estos lazos subrepticios. Tras unos inicios titubeantes en segunda división, la Real consiguió encaramarse en los primeros puestos a final de temporada (hasta el último partido mantuvieron vivas sus opciones de ascenso). El 14 de febrero de este año –en plena campaña electoral por las elecciones presidenciales- el 70% de los jugadores realistas (de la Real, quiero decir) firmaron un comunicado donde manifestaban el apoyo a una salida negociada del conflicto vasco (una velada denuncia a la ilegalización de las siglas abertzales). Como si se tratase de un vigorizante patriótico, tres días más tarde -17 de febrero- lograban su mayor goleada en las últimas cuatro temporadas: 4-0 contra Las Palmas. A partir de ese momento, el club blanquiazul encadena su mejor racha del año, permaneciendo ocho jornadas invicto. Me llamaran conspiranoico, pero les prometo que la racha se cortó tras la detención, el 21 de mayo del 2008, del número uno de ETA, José Luís López Peña (un nombre, por cierto, muy poco euskaldun). A partir de ese instante, la Real sólo gana uno de los últimos cuatro partidos de la temporada y trunca sus opciones de regreso a la primera división en el año de su centenario. Futuros acontecimientos pueden seguir deparándonos oblicuas conjeturas: ¿Qué consecuencias tendría en la Real Sociedad el hipotético fin del conflicto armado? ¿Cuáles serían las consecuencias en la organización independentista de un brillante resurgimiento del club donostiarra? Sólo los arcanos del balón y la serpiente, del hacha y el penalti, conocen la respuesta. ¡Conspiranoia! ¡Conspiranoia!
Alejandro Morales es poeta y analista político. También exfutbolista. Actualmente reside en México Distrito Federal. Autor de los poemarios ‘Alcoholic’ y ‘De tour por el centro‘ (FIDES, 2008)
Javier Krahe sin primicias por Revista Bostezo y Arabella Siles Fotografías de Reyes Sedano
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Forzamos un encuentro matutino con Javier Krahe, sin saber muy bien del todo nuestras intenciones (ni mucho menos las suyas). Viajamos a Madrid acompañados del libro ‘Últimas noticias sobre el periodismo’ de Furio Colombo, donde el género de la entrevista no queda muy bien parado. Colombo dixit: “Cuando no es indispensable, cuando no es el único modo de obtener una noticia o llegar a una revelación, la entrevista es una pérdida de tiempo en televisión y una página despilfarrada en un diario”.
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¿Qué te ha movido a reunirte con unos desconocidos que promueven una revista inexistente?, le preguntamos a Krahe. “Nada”. Fue bueno saberlo, nos relajó bastante. Éramos reticentes a sonsacarle información, buscarle las cosquillas o robarle el tiempo. Según contó, a él tampoco le hacen mucha gracia las entrevistas. “La mayoría de las veces son inocuas, cuando alguien me dice que es inevitable hablar de La Mandrágora, sé que esa entrevista irá mal, o como cuando, por ejemplo, actúo en Pontevedra y me preguntan, ¿qué opinas de Pontevedra? ¡Pero a quién le importa lo que yo opine de Pontevedra!” “¿Y qué opinas de Pontevedra?”. Krahe esboza entonces una sonrisa que parece cualquier cosa menos sonrisa: un
mohín de estupor, una mueca de espasmo, un gesto de espanto. Como pueriles fanáticos, habíamos imaginado tantas veces aquel encuentro que, llegado el momento, sólo podría defraudarnos. Menos mal que lo sabíamos. Sólo así pudimos disfrutarlo. En el bloc de notas habíamos apuntado una única pregunta: “¿Cuántos sacrificios has tenido que hacer para seguir siendo un hombre libre?”. Respuesta: “Ninguno, en general he hecho siempre lo que he querido, aunque lo que más me ha costado es saber qué quería, uno se pasa la vida tratando de averiguar qué es lo que quiere”. Quizás por eso, Krahe tardó en dar el paso a hacerse intérprete de sus propios temas: lo pensó a los treinta, y se puso en ello a los treinta y cinco.
“Siempre me llamó la atención la gente que se ganaba la vida con sus canciones (...) ¿Arrepentirme de algo? Nunca tengo claro si lo que hago está bien o sería mejor no hacerlo, así es difícil sentir arrepentimiento”. ¿Y de no haber sido cantante? “Hubiera sido matemático, no, físico, no, no, mejor filólogo o lingüista”. Bartleby desaliñado (preferiría no hacerlo); amigo de la duda, el matiz y el devaneo (afirmo esto pero podría afirmar lo contrario); conversador contradictorio, es decir, inteligente (la razón o no existe o existe demasiado); ídolo incrédulo; hedonista confeso; hambriento de conocimientos (que utiliza en sus temas, donde mezcla referentes de alta cultura con chascarrillos de la popular); ermitaño en la ciudad; celoso de su
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Le da lo mismo
La cita es a las doce de la mañana –“para mí es muy temprano”- en un bar de la calle del Pez, a escasos metros de su vivienda. Krahe aparece con aspecto circunspecto. Tardamos unos minutos en
arrancar (conversación sobre el tiempo). Luego, el improvisado diálogo se desparrama hacia misteriosos vericuetos. “Desde pequeño me llamó la atención el lenguaje, si escribo letras es para saber qué pienso”. Primero la palabra, luego el pensamiento. De igual forma transcurrió nuestro encuentro. Provocamos los silencios, los estiramos más de lo necesario, nos perdemos en divagaciones insustanciales, interrumpimos al (supuesto) entrevistado, el diálogo se entorpece por momentos pero luego recupera el hilo. Más parecido a una platica de cantina que a una entrevista al uso. A punto de cumplir 65 años –edad para jubilarse, aunque él no maneje conceptos laborales que entronca con
el Génesis bíblico- Krahe afirma que ha perdido el miedo a la muerte. “Lo tuve hace unos años, pero se me pasó solo”, dice como si un miedo así pudiera irse con aguarrás o pasando un trapo por encima. No le da demasiada importancia a las cosas, no se aferra a la vida. “Me da lo mismo”, es su frase más repetida durante la improvisada charla. Le preguntamos por cómo ve que algunos de sus amigos se hayan convertido en los referentes culturales de la hi-progresía autóctona. Una vez más, insiste que le importa un bledo. “Que haya cosas que no haría, no significa que no esté bien hacerlas, simplemente que yo no las haría”, concluye. Ok, está bien, vale, lo que tú digas Javier. Carpetazo al asunto.
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tiempo libre que emplea sobre todo para su gran afición: no hacer nada. “Soporto muy bien las situaciones de aburrimiento, lo empleo como método de creación. Si escribo canciones es porque me aburro”. Para ello se refugia de vez en cuando en el municipio gaditano de Zahara de los Atunes, donde departe con sus amigos gitanos, el Putón y el Cabra, que lo admiran a su manera y todavía escuchan sus canciones en cassettes de antaño.
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Eso sí: se reafirma en su protesta contra la manida “canción protesta”. Nunca le gustó ese tufillo victimista y quejumbroso; él prefiere letras irónicas, sarcásticas, desenfadadas. El humor como crítica y, quizás también, como autodefensa. Sólo una vez empleó una canción protesta al uso y armó una gorda. En el tema ‘Cuervo ingenuo’ acusaba directamente –aunque sin citarloal presidente Felipe González de haber cambiado de opinión en lo referente a la entrada de España en la OTAN. Aquel revuelo le apartó de los aledaños culturales del, por aquel entonces, rocoso poder socialista. Javier Krahe se refugió en bares y teatros que, desde entonces, llena en cada una de sus actuaciones. Ha conseguido abrirse un hueco en el star-sistem nacional –alabado por amplias minorías- sin necesidad de hacer mucho ruido, sin apenas promociones y yendo por libre. Sin perder perspectiva de sí mismo. Ése es su éxito, quizás, el único posible.
Le preguntamos entonces qué le evoca ‘La información como sospecha’. Se diluye lo cierto con lo falso. Su biografía en Wikipedia es una clara muestra. “Pone que me establecí en París en 1967, ¡y yo nunca viví en París!... La información ya no se contrasta, es una suma de datos descontextualizados: que si los calzoncillos apretujados disminuyen la calidad de los espermatozoides o que si sólo quedan 250 ejemplares de Ibis Eremita, cuando en Marruecos los hay por miles”. Aficionado a la ornitología, Krahe nos cuenta que estuvo hace unos meses visitando a una comunidad de estas aves coloniales en la sierra gaditana. Para ello tuvo que disfrazarse de pájaro (con pico y todo). “Los biólogos se disfrazan de Ibis Eremita para que éstos puedan diferenciarlos de los cazadores furtivos”. Otra de animales: le entusiasma la organización social de los bonobos, primates que resuelven sus conflictos comunitarios a golpe de sexo. Nos ofrece su respuesta más rotunda: “Los
bonobos son más felices que los humanos”. Sin hilo de continuidad (o quizás sí), la conversación deriva luego hacia el sexismo en el lenguaje. Él también tiene una reflexión al respecto: “¿Por qué tiene que decirse lengua materna y no lengua paterna?”. Igualmente se muestra crítico con lo políticamente correcto, rechaza el uso maquillador del lenguaje. “No sé por ejemplo por qué se les tiene que llamar internos a los presos o funcionarios de prisiones a los carceleros”. Narrativa musicada
A la hora de crear, Krahe suple sus asumidas limitaciones musicales con un excelente uso de mecanismos narrativos. Cuando comienza a escribir una canción, no tiene muy claro lo que quiere expresar (“las escribo para saberlo”, insiste). Su forma de inventar recuerda a la que explicaba el escritor italiano Cesare Pavese: “Cuando empiezo un libro nunca me propongo un am-
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mente se moja con su canción preferida: ‘Piero Della Francesca’. El encuentro se acaba sin haberle preguntado por la SGAE, Sabina, La Mandrágora o la piratería. Tampoco le arrancamos qué piensa realmente de Pontevedra. Krahe tal cual (“no me gusta disfrazarme”). Justo al final comienza a desaparecer la molesta barrera que se establece entre desconocidos que se encuentran para departir sobre temas pretenciosamente interesantes. Esta vez, no hubo primicias ni exclusivas. Menos mal, pues son falsas las comillas. Al fin y al cabo, las citas son de oídas.
He hecho siempre lo que he querido, aunque lo que más me ha costado es saber qué quería
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biente determinado, unos personajes o una tesis. Casi siempre sólo apunta a un ritmo indistinto, a un juego de acontecimientos que son sobre todo sensaciones y ambientes”. Para interpretar sus propios temas, Krahe se rodea de unos buenos músicos, con los que mantiene desde hace años una relación de complicidad. Le preguntamos por la canción predilecta de su propio repertorio. Le brilla la mirada cuando habla de su propia obra. “Tengo una docena”, afirma sin rubor. Es fan de sí mismo, pero sin altanería, una egolatría bien llevada. Javier se cae bien, pero no se le nota demasiado. Final-
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la información como sospecha
La prensa diaria y la crisis final “La crisis del periodismo podría no ser por una pérdida de audiencia, sino por el desacoplamiento de las noticias y de la publicidad” Francis Pisani
por herminio javier fernández
M
artin Gee es un talentoso diseñador del diario San José Mercury News de California que, a principios de abril de 2008, creó una conmovedora galería fotográfica en Internet en la que ha ido fotografiando las salas vacías, los ordenadores apagados, los despachos sin ocupantes y el material de oficina abandonado que ha dejado tras de sí el continuo goteo de despidos que se ha venido produciendo en su diario. El pasado 27 de junio de 2008, tres días antes de reincorporarse a su trabajo en la redacción, se le comunicó que él también había sido despedido. Proféticamente, en una entrevista para el blog argentino de diseño periodístico Visualmente, realizada un año antes, declaraba: “Espero que los periódicos no se mueran, aunque a veces lo merezcan. Espero que no sea demasiado tarde. Amo
lo impreso, pero no creo que pueda durar mucho más tiempo. Creo que los periódicos deberían aceptar que la edición de papel se terminará pronto.” Martin Gee es uno más de los cerca de 5.000 despidos que se han producido en las redacciones de los EEUU en los últimos meses. ¿Es ésta la señal más evidente de que los periódicos de papel se han adentrado en la crisis final que lleva a su desaparición? Los datos aportados en el informe ‘State of the News Media 2008’publicado por el Project For Excelence in Journalism el 17 de marzo de 2008 respecto a la situación de la prensa en los EEUU son demoledores: La circulación de los diarios descendió en 2007 un 2,5% entre semana y un 3,3% entre los dominicales, los ingresos publicitarios cayeron un 7% y los beneficios de las empresas un
10%. En consonancia el valor accionarial de las compañías se desploma y los despidos se suceden. A pesar del inquietante párrafo anterior no es éste un artículo pensado para abrumarles de datos con un nuevo análisis que certifique el fin de la era de la prensa escrita (mejor permítanme recomendarles para ello el largo artículo con ese título publicado por Juan Varela en la revista ‘Cuadernos de Periodistas’ en Octubre del 2006). Como Martin Gee yo también soy diseñador de periódicos de papel y espero que los periódicos no se mueran. Pero es bueno empezar reconociendo que el modelo de negocio de la prensa, que sufre desde hace años un proceso de transformación, ha visto concentrado en unos pocos meses todos sus problemas y retos pendientes. Porque aunque el “tras-
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Lo que flaquea no es tanto el interés por los diarios como la intención de pagar por ellos
del todo color y el cuidado por el diseño sus señas de identidad. Lo cierto es que siguen naciendo algunos periódicos en el mundo, pese a que nadie los considere ya como un negocio de futuro, ni siquiera al parecer sus propietarios; tanto es así que, con cierto humor negro, Crónica de Argentina, fundado por Jorge Lanata el 2 de marzo de 2008, se autoproclamó en su campaña de lanzamiento como “el último diario de papel”. No fue así, claro. En estos meses se han creado desde The Nation en los Emiratos Árabes a El Espectador en Colombia, y se seguirán fundando periódicos pese a todo, al igual que se siguen construyendo edificios pese a la crisis inmobiliaria. En ambos mercados los promotores parecen estar nadando contracorriente, pero en el caso de los diarios las evidentes lagunas del “plan de negocio” suelen cubrirse con romanticismo y compromiso, puesto que los periódicos en papel, aunque pierden dinero, lectores y protagonismo informativo frente a Internet, aparentan mantener intacto su simbolismo ideológico. Y es que tradicionalmente comprar uno u otro diario no sólo ha supuesto optar entre diferentes ofertas informativas sino también, en distintos grados, ha sido un acto de militancia y no parece que en los últimos años esa cualidad haya disminuido. Pero resulta obvio que el nacimiento de nue-
la información como sospecha
vase definitivo” de los lectores a Internet no se está produciendo de la manera vertiginosa que algunos vaticinaban, sí que se ha quebrado repentinamente el flujo de ingresos publicitarios que mantenían la rentabilidad general del negocio a pesar de los signos de agotamiento que se sentían en los últimos años. En todo caso, a falta de ver cómo evoluciona la situación en los próximos meses, es razonable pensar que en EEUU los problemas para los diarios son más acuciantes, porque la tasa de penetración de Internet es más alta, y sobre todo porque hay mucho más que perder, ya que se venden a diario 51 millones de ejemplares. Pero en los diarios españoles esta bajada de ingresos publicitarios, unida a la subida del precio de las materias primas y los transportes, ¿demuestra el declive definitivo e inexorable del modelo de negocio de los diarios impresos o es una constatación más del declive de un sistema económico en pleno proceso de “desaceleración”? En España aún no se está produciendo un proceso masivo de despidos, aunque se esperan movimientos cada vez más intensos en los próximos meses en ese sentido. Tampoco ha habido hasta el momento un repunte en el cierre de diarios, más bien al contrario, se ha producido incluso el nacimiento reciente de cabeceras de cierta relevancia como los madrileños ‘El Economista’ (2006) y ‘Público’ (2007), que han hecho
48 vos diarios impresos no va a ser lo habitual. Más bien al contrario: en los últimos meses en España estamos viendo nacer (o renacer) periódicos en el ámbito ideológico conservador, con vocación de ser impresos, pero que se ven obligados a limitarse al ámbito online, como elimparcial.es, ya.es o lanacion.es. Pocos imaginan que ninguno de ellos intente dar el salto al papel, como ocurrió hace algunos años con el fracasado proyecto de Pablo Sebastián y su estrelladigital.es. Pero lo relevante no es que las nuevas ofertas informativas vayan a surgir directamente en versión online; cada vez más veremos cómo la crisis obliga a reproducir en España un fenómeno en auge en el ámbito internacional: que los periódicos impresos incapaces de sobrevivir en el mercado impreso, en vez de limitarse a desaparecer, opten por mantenerse únicamente en su versión digital.
la información como sospecha
Un nuevo contexto
El mayor problema en torno a la financiación de los medios no es que la gente deje de comprar o leer diarios: desde la llegada de Internet era sabido que la prensa tradicional ya no tendría exactamente la misma función. Así, de manera más o menos afortunada, los periódicos se han ido convirtiendo en empresas de contenidos que distribuyen su información tanto en soporte impreso como digital, pensando que la gente no dejaría de tener interés por la información, sino que tan solo cambiaría la manera de acceder a ella. Acertaron: pero los ingresos publicitarios de Internet, pese a ser crecientes, no logran compensar las pérdidas de ingresos de los periódicos, de manera que las estructuras laborales de las redacciones de papel, que son las que básicamente alimentan las ediciones web en la mayoría de los casos, ya no son sostenibles. El propio Francis Pisani recuerda en el informe ‘State of the News Media’ que el mayor problema de los medios tradicionales no es dónde la gente obtiene la información sino cómo paga por ella, porque la publicidad no está migrando online con el consumidor. “La crisis del periodismo podría no ser por una pérdida de audiencia, sino por el desacoplamiento de las noticias y de la publicidad”. Y es que nunca ha sido más fácil acceder a la información de los periódicos sin necesidad de hacerse con uno. En 2007 ‘The New York Times’ y ‘El País’ empezaron a ofrecer los contenidos de su edición impresa íntegramente en la web. Gratis, accesible desde cualquier lugar del mundo, instantáneamente. ¿Qué esperanza le queda pues a los diarios si Internet permite el acceso a toda la información textual y fotográfica, añadiéndole además posibilidades multimedia? “El papel sobrevivirá, pero ya no será un medio de masas, sino especializado, para lectores exigentes. El diario impreso debe aprovechar las ventajas de su soporte para la lectura reposada y en profundidad”, responde Juan Varela en Cuadernos de Periodistas. La única ventaja competitiva del periódico frente a la pantalla es la comodidad de la lectura en el papel y la versa-
tilidad del soporte impreso. No es mucho, pero tampoco está tan mal, porque acudiendo a los centros comerciales este verano podremos comprobar cómo la industria de la música pretende salvarse de la crisis reivindicando el romanticismo de los antiguos discos de vinilo, un formato que se consideraba incómodo y anticuado hace ya veinte años. Quizás valga la pena albergar la esperanza de que la fidelidad al formato del papel garantice por algún tiempo la supervivencia de la prensa. No hay nada más confortable que leer tinta negra sobre papel de periódico: un objeto barato y desechable, de utilidad efímera, que no nos importa arrugar, olvidar en la barra del bar o verter sobre él algunas gotas del café de la mañana. Si no salvamos los periodistas a los diarios, al menos las cafeterías lo harán: a los periódicos les queda la esperanza de mantenerse vivos un par de generaciones en torno a ese ritual del desayuno matutino y los vagones de metro atestados donde no hay wifi alguno que alimente nuestros PDAs, IPhones y laptops. Simon Kelner, Managing Director del británico ‘The Independent’ es de esa opinión: “Tengo la impresión de que Internet es como ir a un bar donde todo el mundo está gritando, mientras que leer un periódico impreso es mucho más fácil”, declara en el último bianuario de diseño de la consultora Cases i Associats. Si Internet ha consolidado la conciencia de que el acceso a la información no debería costar nada, parecería que la prensa gratuita ofrece una respuesta a la altura socavando el mercado de los diarios impresos desde dentro. Y es sabido que cuando comenzó a extenderse el fenómeno de los periódicos gratuitos, la prensa tradicional los vetó como enemigos, pero hoy las fronteras entre ambos modelos de negocio se encuen-
¿Qué esperanza le queda pues a los diarios si Internet permite el acceso a toda la información textual y fotográfica, añadiéndole además posibilidades multimedia?
49 No hay nada más confortable que leer tinta negra sobre papel de periódico: un objeto barato y desechable, de utilidad efímera, que no nos importa arrugar, olvidar en la barra del bar o verter sobre él algunas gotas del café de la mañana mercado publicitario, sin colchón alguno en los ingresos por venta de ejemplares o promociones, y la feroz competencia, le convierte en una de las principales víctimas de esta crisis. Si difícilmente caben tantos en las manos de los lectores, tampoco parece sencillo que haya sitio para tantos en un mercado publicitario en recesión. Es de sobra conocido que en la actualidad las ediciones de lunes a jueves de muchos periódicos de pago son deficitarias, y son sostenidas por las del fin de semana, hasta el punto de que estas empresas vivirían un repunte de sus beneficios si salieran tan solo tres días a la semana, si no socavara fatalmente su “identidad” y prestigio como diarios. Quizás próximamente algunos diarios comiencen a ser más delgados y gratis los días laborables, y se mantengan gruesos y de pago los fines de semana, cuando los lectores tenemos más tiempo y disposición de leer relajadamente tinta sobre papel. Una variación en la fórmula de distribución y comercialización, que no implica que la gente deje de leer periódicos a corto plazo. Al fin y al cabo, en términos absolutos, la gente lee más que antes, aunque sea un diario gratuito o cogido de prestado en la barra del bar. ¿Es un signo para la esperanza? Al menos sí para mí que, como juez y parte, ya saben que espero que los periódicos impresos no se mueran en esta crisis; al menos no del todo. Pero cambiarán, claro. Ya están cambiando, y mucho. Desde el punto de vista de la estructura laboral y económica los diarios están enfrentándose a reformas intensas. Pero también están buscando respuestas en el ámbito del diseño y la estructura. Una transformación que ya estaba en marcha, sólo que ahora ha llegado el momento de empezar a correr.
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Herminio Javier Fernández es Director de arte de Prensa Ibérica en el área mediterránea y profesor de producción periodística en la Universidad de Valencia. Ha obtenido por su trabajo varios premios internacionales, entre ellos el Reconocimiento Especial del Jurado en los European Newspaper Award (Viena, 2006).
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La única ventaja competitiva del periódico frente a la pantalla es la comodidad de la lectura en el papel y la versatilidad del soporte impreso
tran demasiado difuminadas, y no sólo porque las empresas de prensa tradicional adquieran o creen publicaciones gratuitas, como Vocento y ‘Qué’; UNEDISA con ‘El Mundo’, ‘Diario Médico’ o ‘Gaceta Universitaria’, y Planeta con ‘ADN’. Al fin y al cabo los diarios de pago son adquiridos por una minoría de sus lectores. Por ejemplo, según los organismos oficiales de medición de audiencia y difusión (AIMC/EGM y OJD) ‘El País’ concluyó 2007 con 435.083 ejemplares de venta y 2.274.000 lectores, por lo que cuenta con una tasa de rotación de 5,2. Es decir, cada ejemplar de ‘El País’ que compra una persona es teóricamente leído “gratis” por otras 4,2. Si le sumamos además que las técnicas promocionales y de marketing hace tiempo que han distorsionado la relación entre el precio del diario de su verdadero valor real —entregando regalos que superan en ocasiones en su PVP el precio del periódico— no parece que sea tan distinto un negocio del otro. No lo es como producto informativo, ya que el soporte es el mismo, y algunos gratuitos, como el holandés ‘De Pers’, empiezan a romper con el tópico de que se tratan de productos populares de lectura rápida, paginación escueta y noticias breves. Y tampoco parece que hoy en día sean tan distintas la estructuras de ingresos y gastos de un diario de pago de uno gratuito: no hace mucho el gerente de un pequeño periódico regional me comentaba oficiosamente que la fórmula más rentable sería pegarle en la portada de cada ejemplar que se vende en los quioscos por un euro, una moneda de dos con celofán. En el último congreso de la World Association of Newspapers (WAN) celebrado en Gotemburgo en junio de 2008 un informe triunfalista celebraba la buena salud de la prensa afirmando que si bien es cierto que en los últimos cinco años en la Unión Europea la venta de diarios de pago había caído un 5,91%, si se cuentan los diarios gratuitos, la difusión de la prensa ha crecido un 9,61% en ese período. Es decir, que lo que flaquea no es tanto el interés por los diarios como la intención de pagar por ellos. Si viven en una gran ciudad lo habrán comprobado por ustedes mismos, sin necesidad de conocer el informe de la WAN: hace cinco años la mayor parte de los viajeros del vagón de metro intercambiaban miradas ausentes, excepto algún contado lector de diarios o novelas. Sin embargo hoy por lo general nos parapetamos tras alguno de los dos o tres ejemplares de diarios gratuitos que nos han entregado casi a la fuerza a la entrada de la estación. La prensa gratuita está en auge, pero eso no significa que no le afecten las dificultades. Más bien al contrario, su dependencia absoluta del
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Fotografía de Marcos López
La televisión por santiago alba rico
Las críticas a la televisión suelen centrarse en la propiedad de los medios y en la gestión interesada de los contenidos; es decir, en la construcción ideológica de las imágenes. Esa crítica es imprescindible, sin duda, pero se olvida de que la televisión es, ante todo, un sistema de construcción de la mirada, un espectáculo que fabrica y reproduce al espectador.
L
a televisión es el triunfo de la casa, el poder doméstico transformado en fortaleza: una ventana bien enrejada y un fuego que nunca se apaga. Antes de darnos información, entretenimiento o imágenes, la televisión nos da seguridad. La recepción, pues, de las imágenes vendrá determinada por la seguridad superior derivada de esta falsa ventana y de este falso fuego. Ha sido nuestro siglo el que ha desplazado al fuego hacia la periferia del espacio doméstico para recluirlo en una región
casi excusada e invisible, la cocina (equivalente del proceso por el cual el capitalismo sustrae a la vista las suciedades de la producción). Su lugar en el centro ha pasado a ocuparlo la televisión. Esta permuta, por la que la hoguera queda confinada en una suerte de memoria prehistórica (o, al menos, infantil), inscribe desde el principio a la televisión en una historia que no es la suya. Instalada en el marco de los intercambios sociales en sustitución del hogar, sagrado para todos los pueblos de la tierra, parte de su belleza la recibe de
su centralidad espacial. Se la mira porque está en el centro. Mientras que las verdaderas ventanas son límites y se las puede mirar, por tanto, también desde el exterior, la televisión está dentro de casa. La ventana, que nos protege de las amenazas, es al mismo tiempo el punto más vulnerable del edificio, por donde puede colarse el ladrón o penetrar la alimaña. A través de la televisión entran en el hogar el Estado, el comercio, el ejército, el juglar, la fauna, el
51 yo no existo. El zapping proporciona un ilusorio estatuto de divinidad (el de un dios, por cierto, que crearía siempre las mismas cosas) y un simulacro de subjetividad: subjetividad motor, sin nada que hacer o decir, que desde su inmovilidad pone en marcha todo ese universo conocido, como el niño que da cuerda a sus juguetes. De esta forma, el gigantesco acto de claudicación y acatamiento que entraña accionar el mando a distancia se convierte en nuestros ojos, no sólo en un acto social, sino en el más grandioso ejercicio de libertad personal. De una personalidad, desde luego, previamente reducida a espectadora y que, en consecuencia, ha asumido que la libertad es libertad no para hacer sino para ver lo que otros hacen. Y verlo no porque lo que hacen sea interesante (a veces puede serlo) sino porque ésta es la única forma de hacer a la que tenemos acceso. En una sociedad en que las plazas han sido desalojadas, horadadas y selladas con cemento, el botellón proscrito, las manifestaciones enlatadas y hasta el libre comercio policialmente expulsado de las aceras, la televisión se ha convertido en el último vestigio de una asamblea: allí nos reunimos y allí se originan la mayor parte de nuestras conversaciones de la delgadísima hora del café, durante la cual nuestros personajes se convierten en cuestiones de Estado mucho más polémicas que el último presupuesto o la última ley del Parlamento. Estado de excepción
Dier + Noaz (Madrid Abierto, 2008)
La idea de ‘comunidad’ subsiste en el hecho de que todos miramos las mismas cosas al mismo tiempo
¿Cuál es el peligro de que el hombre sólo sea social frente al televisor? No parece difícil la respuesta. En esa sociedad que es la televisión las relaciones de conocimiento son unilaterales y no recíprocas. Todos mis conocidos están allí, al otro lado de la pantalla, pero yo no soy conocido para ellos. Soy social, pues, sólo en la medida en que estoy sentado y soy ignorado. La sociedad es, en efecto, un “espectáculo”. Mi participación en ella consiste exclusivamente en una inversión emocional sin respuesta; en un acto de acatamiento ininterrumpido que refuerza una subjetividad vacía, hecha de enajenamiento y pasividad. Abstracto e impersonal en el ámbito de reproducción económica (en la fábrica o la oficina), soy invisible en el terreno social: para el conjunto de mis conocidos
La televisión no es solamente aquello que todavía podemos comprender y donde aún funcionan nuestras categorías culturales neolíticas; es, además, casi lo único que compartimos, el último espacio común en el que estamos virtualmente reunidos. Si somos aún una sociedad no es por lo que hacemos juntos sino por lo que miramos por separado; incluso si cada uno las contemplamos desde nuestra habitación y con la puerta cerrada, la idea de “comunidad” subsiste en el hecho de que todos miramos las mismas cosas al mismo tiempo. Hay algo muy impresionante y casi aterrador en la imagen de ochocientos millones de personas, de espaldas los unos a los otros, contemplando en el mismo instante el mismo lance de fútbol. Pero no puede negarse que esta forma de girar simultáneamente la cabeza es hoy por hoy lo más semejante a una constitución mundial.
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vecino, los extremos todos de este imperio visual; entran sin conmover ni amenazar la seguridad doméstica. Todo se queda en la ventana; todo se convierte en casa, de manera que incluso la guerra, la Revolución, el volcán en el salón nos tranquilizan. Pequeña, horizontal, interior, a la televisión no hace falta ni siquiera asomarse. Las cosas ya no ocurren en el espacio, ya no ocurren fuera. El terremoto de Irán, los bombardeos de Bagdad, la exploración de Marte son experiencias íntimas; no se las contempla, pues, a través de la ventana: se las contempla a través de la cerradura. La televisión privatiza el mundo del que ya hemos sido privados en el exterior.
La responsabilidad oral de un testigo ha sido siempre la de intervenir o no en lo que está viendo. La televisión, en cambio, nos ha acostumbrado a ver siempre y sólo cosas en las que no podemos intervenir. Así, al final, incluso en la calle o en el metro, hemos acabado por aceptar, con arreglo a ese modelo gnoseológico televisivo, que no podemos intervenir en nada en lo que vemos. Triste sello de nuestra época: cuanto más global, más completa es la información con la que contamos, más parcial y limitado es nuestro campo de intervención. Cuanto más se amplía nuestro conocimiento del mundo, más pequeña es nuestra jurisdicción.
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la información como sospecha
Fotografías de Noaz
La televisión se limita a reflejar y prolongar al mismo tiempo el contenido y la ideología de la renovación acelerada e ininterrumpida de las mercancías. Destruir las cosas (y los hombres), destruir también sus imágenes. El equivalente de la “novedad” en el mercado es en la televisión el “acontecimiento”. Así como los nuevos productos desalojan sin descanso a los viejos sumiéndolos en el olvido, flamantes y solitarios en el escaparate, así la televisión debe ofrecer una sucesión de clímax, un desfile vertiginoso de momentos cumbre y situaciones de excepción, una contigüidad desparramada de eventos, uno detrás de otro y sin hilazón recíproca, como joyas intemporales extraídas del flujo de la temporalidad. El falso directo de los informativos (con arreglo al modelo estadounidense), la repetición obsesiva de la escena (el estrépito de las Torres Gemelas y la hazaña de Zidane sin distinción), la exclusiva, el estreno, la nueva programación, la siempre cosa-sin-precedentes, el ojo del telespectador asiste a una cadena galopante de viñetas o cromos sucesivos que la retina no puede retener o contextualizar: un encuentro “histórico”, donde el “acontecimiento” es separado de la cadena efecto-casual en la que encuentra su sentido, como el último automóvil en su vitrina, y desplazado inmediatamente del escenario por otro “acontecimiento” similar. Mediante el fetichismo, la televisión opera la estetización del acontecimiento; mediante la velocidad, opera su destrucción (que es lo que lite-
ralmente quiere decir “consumo”). La televisión no instruye ni divierte ni informa; en todo caso, nos alimenta. Al igual que los edificios, las mesas, los ordenadores, los automóviles (y sus productores) también nos comemos los “acontecimientos”. En este sentido, es verdad que aquello que no enseña la televisión no existe. Pero es mucho peor: como “medio” de satisfacción estética o digestiva (con sus terribles “efectos colaterales” en el mundo), ocurre que lo que enseña la televisión no existe. Lo que enseña la televisión –es decir- es la inexistencia misma de las cosas que enseña. La televisión es al mismo tiempo, pues, Todo y Nada. Limitar el poder de la televisión en una sociedad más racional exige, pues, limitar el poder de la minoría bacteriana re-estructurando por completo nuestro sistema de producción y de intercambio. Por más que busquemos, eso no lo encontraremos en otro canal. Los límites de la televisión son a un tiempo tecnológicos, económicos y políticos. ¿Un buen uso de la televisión? Apagarla momentáneamente y sólo volver a encenderla cuando hayamos conseguido liberarla de esos dos límites externos contra los que sí podemos luchar. Para cambiar la televisión hay que salir a la calle. Para cambiar la televisión, hay que renunciar a la seguridad. De ello depende, hoy por hoy, la seguridad de todos.
Cuanto más global, más completa es la información con la que contamos, más parcial y limitado es nuestro campo de intervención
Santiago Alba Rico es filósofo y escritor El presente artículo ha sido elaborado, previa autorización de su autor, con fragmentos de los ensayos ‘Televisión: cinco ilusiones y una propuesta’ y ‘El fuego y no la televisión’ y del libro ‘Las reglas del caos’.
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Ilustración de Borja Bonaque
Posiblemente usted formará parte del 87% de lectores que, según estadísticas ciertas o equivocadas, abandonará la lectura de este texto antes de haber llegado a su final. No se preocupe, lo entiendo. Quizás deba agradecerle el hecho de haberlo siquiera iniciado. por eduardo romaguera
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ndependientemente del horario o el lugar que haya escogido para afrontar este artículo, me imagino que usted ya estará hoy ahíto de información, en forma de anuncios televisivos, vallas publicitarias, noticias en Internet o en el diario, o incluso de prácticas más tediosas, como la presentación en power-point que le habrán obligado a ver en su empresa (sobre estrategias de penetración en el mercado chino o sucedáneo) o las doscientas fotografías que un amigo le habrá enseñado
de su último viaje veraniego por Israel o las Barbados. Además, aún tendrá que revisar los numerosos e-mails que habrá recibido en su bandeja de entrada. O quizás la conciencia le instará a volver a abrir alguno de los libros que dejó empezados –los mantiene apilados al lado de su cama, provocándole una incómoda sensación de culpabilidad- o se obligará a ver alguna de las películas –créditos incluidos- que se habrá bajado del e-mule en los últimos meses. Tanto impacto informativo provoca
agotamiento. Tan extenuante ruido nos está convirtiendo en consumidores voraces –y aún así, insatisfechos- de información, nunca en usuarios. Ya no la masticamos, directamente nos la tragamos. ¿Sigue ahí? Enhorabuena, forma parte del 53% de lectores que, según las mismas estadísticas, sobreviven a los dos primeros párrafos de cualquier lectura. Todavía no ha decidido buscar algún texto más interesante (le podría recomendar varios) o sencillamente cerrar la revista y encender
la información como sospecha
No lea esto
54 el televisor que siempre ofrece una manera más cómoda de enfrentarse a la realidad, es decir, de desconectar de ella. Y es que, reconozcámoslo de una vez, leer puede suponer un acto tedioso, para el que se requiere de cierta disciplina, hábitat adecuado y, sobre todo, una mente despejada. ¿Para qué leer si la cultura audio-visual nos ofrece un entretenimiento mucho más acomodaticio a nuestras ajetreadas formas de subsistencia? En fin.
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Colapso informativo
No hay duda que nos hemos convertido en sadovictimas de la saturación informativa, una invasión que se cuela por televisores, radios, periódicos, pero sobre todo por Internet. Algo está pasando cuando los conceptos de abundancia informativa, sobre información (separado), sobreinformación (junto), contaminación informativa, saturación informativa (¿ya la dije?) y exceso de información suman alrededor de un millón de entradas en Google. ¡Y sólo en español! Incluso el neologismo Infoxicación, acuñado por Alfons Cornella, acumula ya más de 25.000 entradas. Y lo curioso es que la mayoría de las cincuenta páginas que visité para tratar de entender este fenómeno criticaban de alguna u otra manera el pandemonio en el que se ha convertido la imparable producción de información y las nocivas consecuencias que reporta a la humanidad. Eso es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Me imagino que a estas alturas de texto, cualquier lector medianamente hastiado de estímulos informativos habrá abandonado la idea de concluirlo. Insisto: no pasa nada. Al fin y al cabo, lo que les yo pueda contar lo pueden encontrar reiteradamente en un sinnúmero de blogs y páginas virtuales. Recuerdo un dato que se repite machaconamente en varios textos: un lector de la edición dominical de ‘The New York Times’ recibe en un solo día la misma información que podía acumular un ciudadano del siglo XVIII -¿o era del XIX?durante toda su vida. No sé si será cierto pero sí espeluznante, ¿no? Llegados a este punto, agradezco sinceramente la tenacidad de los intrépidos lectores que se hayan empeñado en acabar un nuevo artículo sobre saturación informativa. Quizás ya no recuerden el último que se leyeron. Trato de aproximarme a una tipología de lector desbordado por la sociedad de la información. Me lo imagino ahora mismo rodeado de ruido: de libros con el separador ubicado antes de la página quince, y el televisor encendido mostrando un incendio en Kentucky de hace diez años que el programa dedicado a catástrofes emite con un prisma de actualidad. ¡Qué más da, lo importante es que resulte espectacular! Seguro que también, en algún cajón del armario, acumula flyers de bares, de sex-shops, de algún festival de cine independiente (celebrado la pasada primavera) y de una academia de inglés en la que quiso inscribirse hasta que una chica que le gustaba le convenció para inscribirse en un curso de flamenco, un giro patriótico que abandonó el mismo día en que ella se fugó con el profesor. Y a buen seguro
guardará la cartelera cultural del periódico de hace dos semanas: todavía tendrá esperanzas de poder leer el artículo sobre Franz Zappa que le llamó la atención pero que tuvo que interrumpir en su segundo párrafo para atender al cartero que le trajo el libro ‘Enfermos de información’ de Todd Gitlin, cuyo ejemplar había solicitado por Internet a una librería madrileña. Sólo fueron cinco minutos, pero cuando regresó a la sala, su atención se centró en la repetición de un gol injustamente anulado a la selección polaca en la fase final de la Eurocopa. Luego se entretuvo en otros menesteres y prometió leerse el interesante artículo de Zappa antes de irse a dormir, algo que, por supuesto, nunca llegó a suceder. Esa noche se dedicó a ojear (¿o será hojear?) el libro del tal Gitlin, del que se saltó varios capítulos para llegar a la parte que explica que el desborde informativo provoca parálisis cognitiva. Y es que la acumulación de datos, chismes, noticias, infográficos, leyendas urbanas, fotomontajes produce una perdida de la noción de realidad, que se difumina sibilinamente con la ficción. Ésta se introduce en lo real –la anguila gigante, Blisset, Chikilicuatre, Torres Campalans, Borat...- pero más rocambolesco resulta que la realidad haya acabado insertada en espacios de ficción. En el éxtasis de la sociedad del espectáculo se quebranta la frontera entre ambas. Como advertía ‘La estupidez’ de Erasmo vivimos con escepticismo la teatralización de nuestras propias existencias. Da igual, todo es ficticio, nada importa ya. Miren que les advertí que no leyeran este artículo. Luego no digan que no les avisé a tiempo, ¿eh? Pero si insisten en profundizar sobre saturación informativa les puedo contar que IntermonOxfam afirma que en África cada minuto fallece por desnutrición un menor de quince años. Que, según Amnistía Internacional, dos de esos pobres chiquillos fueron niños-soldado que participaron en la masacre de varias aldeas, dejando más de cien huérfanas que, según denuncia Save the Children, fueron obligadas a prostituirse a las órdenes de un evangelista que encubría una red de proxenetas, de los cuales uno era alto ejecutivo de un banco suizo que recibía suculentas sumas de dinero de un presidente centroamericano que paradójicamente había subido los presupuestos destinados a la lucha contra los altos niveles de corrupción en su gobierno, según denuncia la oposición, liderada desde la cárcel por un ex alto cargo militar que, en febrero (¿o fue en marzo?) provocó un fallido golpe de estado –amparado por Venezuela, neutralizado por los gringos- que causó una preocupante bajada del turismo en un país que recibe millón y medio de visitantes al año, de los cuales un 4% son atracados de manera violenta y un 1% fallecerá en accidente de tráfico, a causa principalmente del pésimo estado de las carreteras, construidas por una empresa noruega con dinero desviado de la cooperación internacional, según denuncia un informe sobre transparencia en organizaciones civiles elaborado por un asesor argentino, que a su vez chantajeó a una ONG a cambio de encubrir sus desma-
Tanto impacto informativo provoca agotamiento. Tan extenuante ruido nos está convirtiendo en consumidores voraces –y aún así, insatisfechos- de información, nunca en usuarios. Ya no la masticamos, directamente nos la tragamos
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nes económicos en el tema del apadrinamiento de niños-soldado africanos por parte de familias británicas residentes en un barrio de clase alta de la ciudad portuaria de Bristol. ¿Ha llegado hasta aquí? ¿Se ha enterado de algo? No se preocupe, yo tampoco. Y eso que he obviado la información relativa al medio ambiente y el cacareado cambio climático. Sólo aportaré un dato más (sin citar la referencia, que tampoco recuerdo): un estudio sociológico que encontré azarosamente por interné sentencia que el 58% de la información que circula por la red es de procedencia falsa. Claro que el estudio no especifica si este dato también lo es.
Y aquí lo dejo porque nada peor que saturarse a uno mismo. Además, si hablar sin oyentes es locura, escribir sin lectores es desquicie. Voy a reiniciar un texto que me envió un amigo escritor para que se lo corrigiera. Se titula ‘Cómo abandonar la afición a la lectura’ y es la sexta vez que lo empiezo esta semana. Sinceramente, me aburre. Esta vez voy a iniciarlo por el final, a ver si así se acaba antes. Que a las ocho he quedado con un colega para la inauguración de una exposición de fotografías de una amiga suya que anduvo el verano pasado por el Himalaya. ¿O eran los Andes? Da igual, todo es ficticio, nada importa. Ya.
Eduardo Romaguera es artista plástico y performer partidario del intrusismo en el arte
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Ilustración de Dani Sanchis
Y es que, reconozcámoslo de una vez, leer puede suponer un acto tedioso, para el que se requiere de cierta disciplina, hábitat adecuado y, sobre todo, una mente despejada. ¿Para qué leer si la cultura audiovisual nos ofrece un entretenimiento mucho más acomodaticio a nuestras ajetreadas formas de subsistencia?
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Vamos a hablar de lo mío Los medios de siempre en los nuevos medios por Guillermo López Ilustración de Dani Sanchis
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veces parece que no somos totalmente conscientes del alcance de los cambios que, en lo tecnológico pero también en lo social, se han producido en los últimos diez años. Un somero repaso a algunos de los dispositivos tecnológicos más populares en la actualidad nos lo muestra claramente: piénsese en lo que era el teléfono móvil hace no tanto tiempo, y la multiplicidad de funciones que ofrece ahora; en que las cámaras (de vídeo y de fotografía) eran casi siempre analógicas, y ahora lo son digitales; que los ordenadores no tenían ni la centésima parte de potencia y capacidad de almacenaje –casi literalmente hablando- que actualmente. El cambio tecnológico también ha provocado una auténtica revolución en lo que cabría llamar ecosistema mediático, así como en el sector de los medios de co-
municación en su conjunto. Hace también diez años, dicho sector estaba claramente dominado por un número muy reducido de grandes medios de comunicación que -en prensa, radio y televisión- acaparaban grandes audiencias y jugosas porciones del pastel publicitario. Su importancia radicaba en esta doble condición: eran muy grandes, pero también eran muy pocos. Existía un pluralismo informativo (si consideramos éste el que no todos los medios digan lo mismo, aunque sepamos qué va a decir cada uno de ellos). Pero en una disposición extraordinariamente favorable al emisor, que decidía la naturaleza del contenido (la información, la programación, etc.), cómo y cuándo transmitirlo, y cómo y cuándo, en muchos casos, iba a ser consumido por parte del público.
Sin embargo, dicho escenario ha evolucionado rápidamente, en buena medida merced a las ventajas que, desde muchos puntos de vista -abaratamiento de costes, facilidad de creación, distribución de los contenidos, ampliación del espectro radioeléctrico disponible...- ha comportado la digitalización. De manera que, frente a los canales de TV tradicionales, han surgido muchos más, gratuitos y de pago, de ámbito nacional, autonómico y local, por cable, satélite y vía TDT; ha aumentado igualmente el número de licencias radiofónicas, y ha surgido con fuerza, dentro de la prensa, el sector de los diarios gratuitos. En este contexto, el público adquiere cada vez mayor autonomía para decidir cómo, cuándo y por qué razones dedicar su tiempo a unos medios de comunicación o a otros, e incluso si quiere adoptar
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Egolatría informativa
Decíamos al principio que el pluralismo informativo en España es fundamentalmente “formal”, generado a partir de la suma de contrarios, de medios internamente homogéneos pero –obviamente- distintos de los demás en cuanto a su visión del mundo. Es decir, una forma de pluralismo que acaba fragmentando al público por un criterio ideológico, de manera que cada medio cuenta con “su” audiencia afín. Se trata de un modelo de gran peso en la trayectoria de los medios españoles (sobre todo en prensa y radio) que dificulta la celebración de un au-
téntico debate en torno a la cuestión que sea. A fin de cuentas, ¿para qué debatir, si estamos de acuerdo en nuestros desacuerdos? Pues bien, da la sensación de que en el éxito del formato blog, y sobre todo en su apropiación por parte de los grandes medios (y periodistas) tradicionales, estamos reproduciendo, inconsciente o conscientemente, el partidismo y la polarización característicos del modelo anterior, ahora sencillamente trasplantado a Internet. Así, no es sólo que exista una “blogosfera liberal” y otra “progresista”, sino que el público que visita los blogs, y en particular el público que comenta, tiene un perfil ideológico cada vez más similar al del autor o autores, si acaso más radicalizado. La razón de que esto ocurra se antoja sencilla: a nadie le gusta sentirse en minoría, con lo que los que no estén de acuerdo con el gran gurú de turno tenderán a callarse. En muchos casos (como, por ejemplo, los blogs de Libertad Digital, feudo de Jiménez Losantos y demás iluminados), ni siquiera hará falta que se planteen su silencio, pues la censura se encargará de que el silencio o la aquiescencia con el líder providencial sean las únicas opciones. Y, de no ser así, las opiniones minoritarias, sea por sentirse acosadas, por afán provocador o, directamente, por buscar la destrucción de la comunicación (misión de un troll), tenderán a radicalizarse y, posteriormente, a desaparecer. Así es como muchos blogs se están convirtiendo en meras cajas de resonancia del discurso previamente expuesto por el autor de la publicación. De hecho, muchos nacen ya directamente con ese objetivo. Los comentarios del público pierden interés por lo cualitativo (porque vienen a decir lo mismo que dice el autor, pero más extremado y “con mis palabras”, como se decía en el colegio) y por lo cuantitativo. En este último caso, la enorme cantidad de comentarios –unos doscientos por artículo o más- imposibilita seguir el debate; aunque, como vemos, tampoco es que se debata mucho. Este modelo comunicativo tiene su fuerza en el apoyo del sistema mediático tradicional, que se siente –lógicamente- mucho más cómodo en esta coyuntura. No es que sea lo único que puede hacerse con un blog, ni que resulte imposible ofrecer un modelo de comunicación más ecuánime. El problema es que los centros neurálgicos de la llamada “blogosfera” tienden indefectiblemente a concentrarse en torno precisamente a este sistema mediático, bien porque provengan directamente de él -periodistas asociados a los medios tradicionales, opinólogos que ubican su blog como parte de la oferta de un medio en concreto- o porque, merced a su éxito, acaben deglutidos por el sistema imperante, tal y como ya está ocurriendo con algunos de los bloggers más significativos.
Muchos blogs se están convirtiendo en meras cajas de resonancia del discurso previamente expuesto por el autor de la publicación
Guillermo López es profesor titular de periodismo de la Universitad de Valencia. Web: www. uv.es/guilopez. Mail: guillermo.lopez@uv.es
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un papel activo en el proceso de comunicación. La audiencia se reparte, la publicidad también, y los medios de comunicación, en especial los medios tradicionales, comienzan a pasarlo mal. Piénsese en el diario ABC, por ejemplo. No hace más que perder lectores. ¿Cuál es el motivo? Es triste decirlo, pero, solemnizando lo obvio: la gente muere. Sobre todo, los lectores de ABC, con una media de edad cada vez mayor. Las jóvenes generaciones están dando la espalda cada vez más a una parte sustancial de los medios tradicionales. Una vez demostrada la capacidad comunicativa de la blogosfera, los medios de comunicación comenzaron a crear sus blogs afines y a diferenciar entre los buenos (los suyos, publicados por ellos y su gente) y los sospechosos (todos los demás, incluyendo los de otros medios). Así es como la blogosfera, o al menos la parte de ella que tiene mayor visibilidad, ya no puede considerarse como un escenario de comunicación alternativa y marginal. ¡Pero si hasta Federico Jiménez Losantos e Iñaki Anasagasti tienen su blog! (por citar sólo dos nombres que representan lo más característico de la comunicación tradicional). En realidad, que los medios de comunicación estructuren sus contenidos especializados mediante blogs y que los más influyentes pertenezcan, directa o indirectamente, a los propios medios, son síntomas de un mismo fenómeno: su asimilación como parte de la comunicación tradicional que trae consigo la aniquilación de su potencial transgresor. Dentro de la llamada Web 2.0, los blogs revisten una importancia singular: permiten acoger los comentarios de sus lectores; sin embargo, se predetermina desde el principio un modelo de comunicación en el que el autor ostenta una evidente posición de dominio, concentrando tanto la visibilidad como el poder. En parte, el éxito de la blogosfera es consecuencia de la suma de un sinfín de egosferas, blogs individuales donde la participación y el diálogo son totalmente subalternos de los artículos publicados por el blogger y donde todo está organizado a mayor gloria de éste. Precisamente por eso los medios se han apuntado tan alegremente a “esto tan moderno de los blogs”: porque les permite hacer en esencia lo mismo de siempre.
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Información medioambiental
Jaque a la sociedad de consumo y la economía de mercado por maria josep picó
L
a Fundación Española de Ciencia y Tecnología, en un estudio de 2003, concluyó que, en una escala de interés de uno a diez, la población estatal colocaba al medio ambiente y a la ecología (con un 6,64) por detrás de la medicina y la salud (7,02) y por delante de los deportes (5,71), la política (3,78) y el mundo de los famosos (3,49). Y diversos estudios ya muestran la predisposición de los ciudadanos a pagar más por los bienes y servicios para mejorar la protección del entorno. La sociedad muestra interés por el medio ambiente, aunque sólo sea en
encuestas y estudios de opinión. Porque, ¿cuál es el medio de comunicación que seleccionamos mayoritariamente y que, en consecuencia, influye en la creación de nuestra opinión?... La televisión (81%) es el medio preferido por los europeos, según el Eurobarómetro de 2002 de The European Opinion Research Group. ¿Y cuál es su oferta? Los contenidos de los informativos de las cadenas de televisión españolas, según un estudio de Consumer (2002), se reparten de la siguiente manera: un 45%, deportes y política; un 3,1%, sanidad; un 2,3%, medio ambiente, y un 2,1%, ciencia. Estas cifras reve-
lan que este medio audiovisual, a pesar de su gran capacidad de generación de opinión (y sensibilización ambiental), no atiende la demanda de información ambiental de los ciudadanos. Lo verde está en venta
La creación de opinión, valores y conciencia ambiental no sólo está impulsada por las informaciones, sino también por la totalidad de contenidos de los medios de comunicación (publicidad, programas de radio y televisión, ilustraciones, etc). El teórico Marshall McLuhan (autor de ‘La Galaxia Gutenberg’ o ‘La aldea global’) ad-
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Integración y transversalidad medioambiental
La continuidad y consolidación del periodismo ambiental requiere el desarrollo de una nueva estrategia para lograr mayores cotas de prestigio y recoger la demanda de información, todavía insatisfecha, mostrada por la sociedad. El objetivo debe ser que las noticias ambientales aparezcan de forma transversal en las diversas secciones de los medios y también de forma integrada en las diferentes temáticas.
La influencia de la publicidad en la creación de contenidos informativos es enorme puesto que los grandes capitales y los sectores con mayor incidencia sobre el entorno son aquéllos con una capacidad más potente para influir a los medios de comunicación
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Fotografía de Jesús Arias
virtió en los años sesenta sobre cuestiones como que “el medio es el mensaje” o “somos lo que vemos”. La comunicación puede presentar tres niveles de afección: cognitivo, de actitud y conductual. Deberíamos aspirar a conseguir los tres con objeto de crear una sociedad más crítica, más formada y más concienciada al respecto de los impactos del modelo económico actual y de la responsabilidad individual ante el deterioro del medio ambiente. Pero es complicado transmitir mensajes ambientales cuando se ha impuesto una sociedad de consumo basada en una economía y organización (ocupación del territorio, construcción de infraestructuras -siempre sinónimo de progreso-, modelo de movilidad poco sostenible, etc) ajena al impacto ambiental (generación de residuos, ocupación de suelo fértil, emisiones contaminantes...) y sociales (pérdida de lugares de socialización, debate cultural, etc). A la vez, los mensajes publicitarios se aprovechan de los iconos ecológicos, naturales, ‘verdes’ para vender todo tipo de productos, sin reparar, en ningún momento, las ideas contrarias a la conservación de la natura o engañosas que se están difundiendo. De hecho, tampoco se ha impulsado desde las administraciones ningún código que regule este tipo de mensajes para que no resulten contraproducentes en la sensibilización ambiental de la población. Algunos de los ejemplos más claros en este abuso de los iconos de la naturaleza son los spots de automóviles y de productos de limpieza, cuyo uso implica un deterioro ambiental considerable. Es evidente que el consumismo, básico en nuestro modelo, choca frontalmente con la promoción de la sostenibilidad. Sin embargo, se podría establecer unos límites, que tampoco implicaran censura, sino responsabilidad en la actividad tanto publicitaria como periodística. La influencia de la publicidad en la creación de contenidos informativos es enorme puesto que los grandes capitales y los sectores con mayor incidencia sobre el entorno son aquellos con una capacidad más potente para influir a los medios de comunicación. De esta manera, a menudo los temas ambientales se dejan de publicar por la aplicación de una especie de autocensura de los medios que quieren cuidar sus fuentes de ingresos o, al menos, no cerrarse la puerta a conseguir otros beneficios económicos. Algunos ejemplos pueden ser: los campos de golf, la urbanización del litoral, la construcción de infraestructuras viarias o centrales de producción de energía, etc.
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Pero esta especialidad presenta diversos problemas, como: w Diversidad en temáticas que se mueven en la incertidumbre (cambio climático, deterioro ambiental a largo plazo, influencia de los OGM, pérdida de biodiversidad y recursos naturales). w Falta de especialización de los periodistas. w Uso excesivo de tópicos y sensacionalismo, resultado del punto anterior y también del compromiso ambiental de los responsables de los medios. w Carencia de liderazgos teóricos y lobbies económicos. w Pérdida de la confianza entre científicos y periodistas que dificulta la divulgación ambiental. w Poca transparencia informativa de las administraciones y las industrias. En el caso de los gobiernos, tampoco se aprecia una voluntad política por una comunicación ambiental rigurosa. w Discurso ecológicamente correcto de los políticos, que utilizan el medio ambiente como un valor propagandístico. Temas de gran importancia ambiental,
como es el caso de la disponibilidad de agua, se convierten en cuestiones de enfrentamiento político. w Ecofatiga y saturación de la teoría ambientalista por parte de la sociedad, excesivamente expuesta a los contenidos publicitarios que promueven el consumismo. Así pues, el periodismo ambiental todavía arrastra importantes deficiencias. Debe superar, por ejemplo, el tratamiento superficial (sin caer tampoco en un abuso de tecnicismos que dificulten la comprensión y el acercamiento del público al medio ambiente), el catastrofismo, el suceso, la falta de contacto con los expertos o la politización de los contenidos ambientales, pues, a menudo, los líderes llegan a mentir para conseguir réditos electorales. La conquista económica
Una de las posibles vías para lograr la consolidación del periodismo ambiental es la conquista económica, es decir, que las informaciones relativas a esta materia abandonen las secciones de sociedad
-donde deben resistir una fuerte competencia- para pasar a las de economía. ¿Qué valor económico tienen los ecosistemas? ¿Qué beneficios sociales aporta la conservación? ¿Cuál es el precio de un incendio o un episodio de inundaciones? Paulatinamente, la incidencia económica de los temas ambientales ya se ha empezado a vislumbrar y, de hecho, se está produciendo este trasvase de contenidos hacia las secciones y los suplementos económicos. Un caso paradigmático es el del Protocolo de Kioto, del cual se informaba desde las páginas de sociedad, pero pasó directamente a ocupar las secciones de economía cuando las exigencias de control de emisiones contaminantes comenzaron a afectar a poten tes industrias como la automovilística. A diferencia de otras especializaciones periodísticas, como la deportiva o la política, la ambiental todavía depende del esfuerzo individual de los comunicadores implicados. A pesar de ello, esta dedicación especial corre el riesgo de desperdiciarse si los responsables de los medios de comunicación y los lobbies económicos no apuestan por un tratamiento periodístico adecuado del medio ambiente. Y no sólo en los espacios informativos, sino en todo tipo de contenidos como programas, series de ficción o mensajes publicitarios, que son parte fundamental del panorama comunicativo y, por tanto, decisivos para el incremento de la concienciación ambiental en la opinión pública.
Maria Josep Picó es Premio Nacional de Periodismo Ambiental 2005. Dirigió la revista ‘Nat’. Ha publicado dos libros: ‘El canvi climàtic a casa nostra’(2007) y ‘El planeta i tu. Idees pràctiques per a cuidar el medi ambient’ (2008).
SALUD AMBIENTAL, CONTROL DE PLAGAS Y DESINFECCIÓN.
Tel: 671.50.21.71 | 96.111.83.14
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Johann Mühlegg estuvo adscrito a la Federación Murciana de Deportes de Invierno
Deporte, patria y empresa en nuestra agonística vida cotidiana por daniel ruvira
S
alió por televisión. El candidato a la presidencia, Mariano Rajoy, se asomaba al balcón de la sede de su partido, en Madrid, para dedicar unas palabras a sus seguidores. La multitud ondeaba una abigarrada pléyade de banderas, las blancas del partido y las rojigualdas españolas. A pesar de su nerviosismo, el candidato logró farfullar algunas palabras, apenas audibles entre los vítores y aplausos de la multitud allí congregada. Quiso anunciar que aceptaba la derrota y felicitaba al candidato ganador, Rodríguez Zapatero. El gentío le abucheó con prontitud. Tal vez luego vociferaron a pleno pulmón “¡Mariano presidente!”, o
cantaron el himno que repite la palabra “campeones”. Mariano volvió a intentar hablar para agradecer a los más jóvenes su voto, pero entonces fueron quizás los más jóvenes los que le interrumpieron al grito de “ésta es/ la juventud de España”. Las palabras de su saliva le caían a Mariano en la barba canosa. La eufórica multitud acallaba sus intentos reconviniéndole a Rodríguez Zapatero que se fuera con su abuelo, víctima en la última guerra civil. Mientras, un radiante Zapatero, ajeno a las dificultades de su compañero de profesión, besaba a su mujer y a una masa de intelectuales que lo jaleaban, como Víctor Manuel o Fran Perea.
Otro ejemplo azaroso
También se pudo ver en televisión, en enero del pasado año, que TVE emitía un telediario cuya noticia de portada era el fichaje de David Beckham por Los Angeles Galaxy. Los presentadores (ella de noticias generales, y él de las deportivas) debatían distendidamente sobre cómo acogerían las celebridades de Hollywood al susodicho jugador y a su mujer, cantante de un grupo pop. Parecían disfrutar compartiendo dicha noticia, sonriendo incluso con las chanzas que aquel suceso provocaba. Cuando dieron paso a las imágenes prosiguiendo con el tono jocoso, en la pantalla se pudieron ver dos féretros
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Escasos minutos de vida entre la avalancha de triunfos del deporte español
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bajando de un avión ante la desesperación de un grupo de expectantes amerindios. Lloraban y se lanzaban presos de la tristeza sobre las cajas que contenían los restos mortales de sus personas queridas. Cuando cesaron aquellas imágenes descontextualizadas e inesperadas, el rostro de los presentadores mostraba una mezcla de pánico y vergüenza. Explicaron que las imágenes respondían a la repatriación de las víctimas mortales (ambas ecuatorianas) del atentado del grupo armado ETA en el aeropuerto de Barajas. Luego se disculparon y reanudaron su trabajo.
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Irrefrenable éxito de la colonización
Es difícil discernir si la naturaleza imita al arte o no, si el pueblo acaba por imitar los mensajes y modelos reproducidos obsesivamente por los medios o al revés, si las empresas tratan con ahínco de embrutecer a sus posibles clientes para que éstos consuman su ignorancia en furor adquisitivo o si finalmente el patriotismo es el último refugio vertebrador (en silenciadas guerras y anecdóticas competencias olímpicas) en una época tan obscenamente materialista y carente de fe. Sea como fuere, la colonización de la ética agonístico-deportiva ha sido llevada a cabo con éxito, un éxito tan fulgurante que casi ridiculiza las mejores previsiones: estamos construidos así ya para siempre. Para reconocer como “valor supremo” el esfuerzo, el tesón y el sacrificio por una bandera o por una marca; para competir atrozmente en un entorno en el que una derrota nacional (o sentimental) siempre queda amortiguada por tremendas injusticias o conspiraciones tramadas por empresas o países más poderosos; para dar el único aliento agónico por un poco más de espectáculo y para aceptar que el dinero es al fin el que gana los partidos. Cualquier persona admitirá que ya es prácticamente imposible sustraerse a la magia del deporte patriótico de las empresas, sean éstas culturales o electorales. Impensable no imitar sus peinados, no vestir como ellos, huir de sus proezas y sus triunfos de interés general, ignorar sus declaraciones, no reconocer sus gestos: ellos están ahí siempre con nosotros, impactando machaconamente en nuestra cotidianidad y en nuestro deseo. ¿Cómo no envidiar sus suertes de millonarios en una escena tan pobre que la gente memoriza lo que ha costado el traspaso de cada jugador o no ansiar la desorbitada atención que reciben en un mundo solitario en el que ya nadie escucha porque lo único que podemos añadir es que “los partidos duran 90 minutos” o que “hay que seguir trabajando”?
Imposición de la identidad higiénica y ganadora
Si bien es innegable que ya nuestra identidad y comportamiento, nuestras opiniones o nuestra dicción van ligados íntimamente a esos modelos publicitarios, cabe la saludable o paranoica duda de si ellos realmente existen, si no fueron ellos también a su debido tiempo realmente diseñados o construidos. Cualquier imagen del Premio Príncipe de Asturias Fernando Alonso deja entrever que su inmediata asepsia, su corrección política o su perfección mediática son más bien propias de una inteligencia cibernética superior adaptada con exactitud a los tiempos. No es descabellado aventurar que Rafael Nadal hace el gesto de morder la copa o la medalla –para comprobar si es oro del bueno— por una intuición inoculada de antemano por Endesa, Repsol o el CESID. ¿De qué no serían capaces sabiendo el tremebundo premio que hay en juego, si sólo uno de esos deportistas genera en unos meses lo que todo un país africano o nueve millones de asalariados en una década? Si la tecnología militar de un Estado no le permite sacar tajada inmediata expoliando o arrasando los recursos naturales de otro (como hacen las deportivamente llamadas súper-potencias), si no más bien (o también) vendiendo sus productos, sus hologramas y pareceres culturales, ¿por qué no proseguir con esa guerra publicitaria con héroes olímpicos y campeones inagotables y sus saludables y lujosos modelosde-vida? La demanda lleva visos de convertirse en algo inabarcable. Si ya Henry Ford pensó con escrupulosa sensatez sobre lo impúdico de poseer esclavos trabajando para uno, ¿por qué no convertirlos de por vida en hipotecados a un consumo de bienes que denote cierto orgullo competitivo nacional o empresarial? Sucesión constante de la nada deportiva
Dejando de lado extravagantes teorías dignas de la época virtual y especulativa en que vivimos, sí que debemos señalar a qué motivos obedece nuestra claudicación ante los constantes motivos históricos, periódicas hazañas épicas y mágicos momentos míticos que sin pausa se suceden ante nuestros ojos en el agotamiento esencial de la Historia. Como si de un encadenamiento cíclico de orgasmos se tratara, los medios nos citan con violencia irrefrenable a que presenciemos continuas victorias nacionales o envites en los cuales nuestro campeón empresarial o político puede resolver una deuda con el (casi siempre injusto) devenir histórico. Nada ocurre en Irak ni en Haití ni en Sudán ni en Venezuela, o lo que es peor: ocurre siempre lo mismo. Es imposible detener el curso normal
Si ya Henry Ford pensó con escrupulosa sensatez sobre lo impúdico de poseer esclavos trabajando para uno, ¿por qué no convertirlos de por vida en hipotecados a un consumo de bienes que denote cierto orgullo competitivo nacional o empresarial?
63 e invariable de los tiempos: seguirán los palestinos protestando con sus cinturones-bombas, Irán proseguirá con su carrera armamentística (al contrario que los otros países), los inmigrantes seguirán arriesgando sus vidas (eso sí, con la camiseta del Real Madrid) para entrar en el búnker del dinero, los poderosos de siempre seguirán expoliando el mundo de maneras ecológicas y el arbitrio de las catástrofes naturales se cebará en este u otro rincón desalmado del ancho mundo. Sin embargo, en la actualidad deportiva, sí parece que los acontecimientos reflejen numerosísimas variaciones, embargándole a uno de incertidumbre y de emoción. Nuestros equipos tal vez pasarán de cuartos de final (¡si hasta los presentadores se enfundan con total imparcialidad la zamarra nacional!), hay sangre y personajes famosos a pie de cancha cuando se disputan las finales olímpicas (si hasta el Rey aplaude), se rompen récords del mundo o aparecen nuevos casos de dopaje, nuestros cuerpos magullados por accidentes motociclísticos y manchados de tierra batida son celebrados por los ciudadanos en las calles con una euforia tal que los comercios son saqueados, el mobiliario urbano destrozado e incluso los antidisturbios han de disparar contra la multitud. Afortunadamente, el imperialismo yanqui (con su fervorosa reacción anti-intelectual) no ha llegado a cuajar por estos lares, apuntan los analistas. Últimos e inútiles ejemplos
Los medios nos citan con violencia irrefrenable a que presenciemos continuas victorias nacionales o envites en los cuales nuestro campeón empresarial o político puede resolver una deuda con el (casi siempre injusto) devenir histórico
Daniel Ruvira (Valencia, 1977) es periodista deportivo y traductor. Ha reunido una antología de poetas caribeños en lengua inglesa (Carter, Goodison, Brathwaite, etc...) que busca editor.
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Otros señalan que el fanatismo deportivo y el furor por la tecnología son señales evidentes del concluir de una época. ¿No tendremos más, entonces, que “tirar del carro”? ¿Cómo no clasificar nuestro esporádico encuentro sexual del fin de semana como “bronco y copero”? ¿Qué quedará de la realidad si el marcador permanece inalterable? ¿Una última carrera, una rueda de prensa, u otra vez el anuncio que repite que no importa cuántas veces te caigas sino cuántas te levantas? ¿O aquel otro noventaiochesco que reza que ser español ya no es una excusa sino una responsabilidad? ¿Se devorarán las empresas entre ellas, en inexplicables guerras del fútbol, luchando federaciones contra patrocinios, las cadenas televisivas azuzando a sus estrellas mediáticas unas contra otras en horarios de máxima audiencia? Es difícil saber. Haraganearemos melancólicos en la pretemporada, sufriremos la presión del vestuario o pediremos perdón a la grada. Forzaremos el traspaso de fiesta en fiesta, achicaremos los espacios y el lenguaje comentado gestas y desplantes o nos integraremos en la oscuridad junto a waterpolistas, tiradores de arco, judokas y lanzadores de peso. No es el pan y circo de los romanos (y sí lo es), no es una distracción o interferencia consecutiva (de la patria, del alma, de la empresa) para que uno escape de la realidad de su salario, o de su precaria soledad sentimental: es la vida. La vida, que no le permite a uno tres derrotas seguidas ni en el trabajo ni en el amor, entre tantos conductores suicidas; la vida, que se resuelve en que gane este equipo o este otro ya sea por puntos, por votos o por goles; la vida,
el progreso humanístico, que le desaloja a uno de casa por la reforma urbanística que implican unas olimpiadas o unas regatas o un circuito urbano. La vida estadística, tecnológica o democrática, el entretenimiento de la corrección política solidaria, que obliga a castigar al desafortunado rival y a celebrar con éxtasis su derrota. La vida a la que nos vemos expuestos, atlética, competitiva, agónicamente entre el efímero éxito o el definitivo fracaso de futbolistas como George Best o Garrincha (murieron alcoholizados) o Diego Armando Maradona, boxeadores como Urtain (se suicidó) o el “Poli” Díaz, o el golfista Seve Ballesteros o el principesco balonmanista Iñaki Urdangarín (condenados a una vida de horribles lujos), la tenista Martina Hingis (se retiró tras un positivo por cocaína) o el waterpolista Jesús Rollán (se suicidó deprimido, adicto, tras retirarse), como los ciclistas “Chava” Jiménez o Marco Pantani (que murieron, ambos en la treintena, deprimidos y enganchados, a consecuencia de sendos “fallos cardiacos”) o Jesús Manzano (récord de sustancias dopantes en su cuerpo), el automovilista Ayrton Senna, la saltadora Niurka Montalvo (escapó de Cuba, se nacionalizó española y fue captada por el PP), o como Ronaldo o Ronaldinho (embrujados), o el esquiador (prontamente ex-español) Johann “Juanito” Mühlegg, o los atletas Ben Johnson o Marion Jones (con penas de cárcel por dopaje), o los futbolistas Antonio Puerta, Miklos Feher o Marc-Vivien Foé (fallecidos sobre el terreno de juego), o los baloncestistas Drazen Petrovic o Fernando Martín (fallecidos en accidente de tráfico) o Reggie Lewis, Roy Tarpley o Len Bias (murió de sobredosis celebrando que había sido elegido en el draft por los Celtics), entre tantísimos otros, que dan ejemplo a través de la historia de la envidiable salud económica de los espectáculos deportivos.
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Del acontecimiento a la alegoría
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la destrucción de guernica
En 1962, burlando a las autoridades españolas, el director francés Fréderic Rossif consiguió un permiso de rodaje para realizar un documental sobre España alegando que el tema de la película sería el folclore del país. El resultado fue ‘Mourir à Madrid’, un encendido alegato antifranquista que volvía sobre el drama de la guerra civil cuando el general Franco estaba abonando el terreno para la celebración de los “25 años de paz”. por sonia garcía lópez
H
acia el minuto cincuenta del documental, la narración se detiene sobre el bombardeo de Guernica. La categórica voz masculina del narrador es sustituida por una voz femenina que entona las siguientes palabras: “Había en el País Vasco una ciudad santa llamada Guernica. Desde hacía siglos y ante el roble de Guernica, el Rey de España solía prestar el juramento de respetar las libertades de los vascos. Bajo el roble de Guernica ‘La Santa’, los ancianos les rendían tributo. El domingo 26 de abril de 1937, como todos los domingos, era día de mercado en Guernica. A las cinco de la tarde, desde las cuatro colinas que componen el horizonte de Guernica. A las cinco de la tarde... Los aviones eran Heinkels
111 y Junkers 52. El bombardeo duró tres horas. Las olas se sucedían con precisión cada veinte minutos. Las bombas pesaban cien kilos. 1650 muertos, 889 heridos. Había siete mil habitantes en Guernica. El general Galland, piloto de un caza alemán diría después: “Guernica no fue un objetivo militar. Simplemente, un error lamentable”. Estas palabras, a las que la voz dota de una tonalidad melancólica y doliente, se superponen a una serie de imágenes que mostraban una escena codificada ya en la mente de cualquier espectador: la del bombardeo aéreo y sus efectos sobre la población civil. En esta escena estructurada en tres tiempos (momento previo al bombardeo / ataque / efecto sobre la ciudad y la población), el punto de
65 se utilizan algunos planos y otros se descartan, se cortan, o se montan en un orden diferente, pero el referente sigue siendo el mismo: Madrid. ‘Mourir à Madrid’ da un paso más en lo que respecta a la gestión de las imágenes de archivo. Esta película se nutre de un gran número de ellas y muchas proceden precisamente de ‘Sobre los sucesos de España’. Aquí reaparecen, aisladas del contexto de la secuencia original, las imágenes de mujeres muertas con sus hijos rodadas por Karmen y Makaseiev, que también aparecían en ‘Heart of Spain’ y a las que nos hemos referido anteriormente. Pero en la película de Rossif se ha operado un nuevo giro en su utilización ya que esta vez se emplean para ilustrar y denunciar la matanza de Guernica, de la que no existen imágenes filmadas. En esta segunda forma de reapropiación se ha diluido el acontecimiento original para dar paso a la alegoría. La imagen pierde así su valor en tanto que documento para pasar a ocupar en el discurso audiovisual un estatuto muy similar al que le otorga a menudo la disciplina histórica: el de mera ilustración del discurso hablado o escrito. El peligro y la sospecha surgen cuando el documental y la Historia en tanto que discursos de sobriedad (aquellas esferas del saber -ciencia, política, educación, etc- que reivindican para sí una relación directa, inmediata y transparente con lo real) se proponen el paradójico cometido de fabricar el relato verídico de un acontecimiento apoyándose en imágenes cuya procedencia se ignora o se omite. Porque, por más que la imagen sea utilizada con afán de ilustrar (en el sentido de aclarar e instruir), nuestra sociedad sigue atribuyéndole un importante valor testimonial cuyo valor, por otra parte, no debe ser despreciado. Sí que cabe, sin embargo, plantearse una ecología de las imágenes que permita comprender las relaciones de la imagen con las circunstancias históricas de su producción (¿quién?, ¿qué?, ¿dónde? pero también ¿cómo? y ¿por qué?). Ello permitirá al historiador y al documentalista evitar aquellos dos regímenes entre los que se debate la fabricación de lo inimaginable y que Georges Didi-Huberman identificara con perspicacia en su libro ‘Imáges malgré tout’: el que procede del esteticismo y tiende a ignorar la Historia en sus singularidades concretas (relegando el acontecimiento a la esfera del simulacro) y aquel otro que procede de un historicismo que tiende a ignorar la imagen en sus especificidades formales. Al espectador, al lector inteligente, le corresponde un papel no menos activo en esta coyuntura. El de indagar, preguntarse y preguntar de dónde vienen esas imágenes. El de elevar a la categoría filosófica el sentimiento de sospecha.
Sonia García López es especialista en cine documental y forma parte del equipo de redacción de la revista ‘Archivos de la Filmoteca’ (IVAC).
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El peligro y la sospecha surgen cuando el documental y la Historia en tanto que discursos de sobriedad se proponen el paradójico cometido de fabricar el relato verídico de un acontecimiento apoyándose en imágenes cuya procedencia se ignora o se omite
vista de la cámara reproduce el de las futuras víctimas: a los planos en contrapicado del cielo surcado por aviones le suceden otros de niños y ancianos que miran hacia el firmamento identificando la amenaza. Las bombas caen y nos convertimos en testigos de la atrocidad: la ciudad en ruinas, mujeres embarazadas y bebés masacrados, escenas de dolor y llanto. Este breve relato cinematográfico nos permite suponer, en cierto modo, el bombardeo de Guernica, si no fuera porque no existen imágenes filmadas de ese acontecimiento. ¿De dónde vienen entonces estas imágenes y por qué han sido colocadas ahí? Las escenas que ilustran el bombardeo de Guernica en la película de Rossif resultarán sin duda conocidas a cualquier espectador familiarizado con el documental de la guerra civil española, pues se trata de un material que ha sido reutilizado con frecuencia. A excepción de algunos planos aislados, pertenecientes a las imágenes rodadas cerca de Madrid por Joris Ivens y John Ferno para la película ‘The Spanish Earth’ (1937), el material del que se nutre Rossif en el montaje de esta secuencia procede del noticiario soviético ‘K Sobitiyam v Spanii’ [Sobre los sucesos de España], rodado por los operadores Roman Karmén y Boris Makaseiev entre agosto y septiembre de 1936 y julio de 1937 para Soiuzkinokronika. Concretamente pertenecen al noticiario número 10, de noviembre de 1936. La destreza con que fueron captados los acontecimientos por Karmen y Makaseiev, unida a la escasez de imágenes que imperó a comienzos de la guerra civil convirtió a los noticiarios soviéticos en una de las fuentes documentales más socorridas para las películas de montaje sobre el conflicto. Aquellas imágenes fueron rodadas y montadas con un sentimiento de urgencia que pretendía llevar lo antes posible a las pantallas soviéticas la crónica de lo que estaba sucediendo en España, pero muy pronto comenzaron a circular ejerciendo una enorme fascinación y entraron a formar parte del archivo utilizado en películas que podían partir de presupuestos ideológicos diversos pero que casi nunca renunciaban a mostrar los horrores de la guerra. Y si en un primer momento los documentalistas que se nutrieron de este material recurrieron al montaje original del noticiario, con el paso del tiempo el préstamo fue tomado de otros documentales que habían adoptado aquellas imágenes intercalándolas con otras, de manera que poco a poco se fue perdiendo el referente original. Por poner algunos ejemplos, podemos mencionar ‘Spain in flames’ (Helen van Dongen, 1936) y ‘Heart of Spain’ (Herbert Kline, 1937) entre las primeras que incorporan las imágenes de Madrid rodadas por los reporteros soviéticos. En 1939 las encontramos reunidas por Esfir Shub en ‘Ispanija’, uno de los documentales más importantes realizados durante la guerra. En todas estas películas se produce una apropiación y transformación del material original desde el punto de vista del montaje:
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Vivir desinformado ¿De qué sirve conocer la actualidad? por Matías Marini Ilustraciones de Katherine Streeter
‘U
n poco de información aumenta la responsabilidad, la posibilidad de intervenir. Mucha información paraliza. Estoy por la desinformación”. Semejante sentencia pertenece a la elocuencia filosófica del francés Jean Baudrillard, un escéptico que con su prédica axiomática anima de modo constante al debate. Ante el cotidiano bombardeo informativo de los medios, una desintoxicación sería necesaria para no perder el juicio. Huir del dato estéril para reposar en el conocimiento perdurable. Conocer no es necesariamente entender, sino sólo enterarse de lo que nos circunda. Procesar y decodificar la información es tarea vital para la conciencia ciudadana. ¿De qué sirve estar informado? ¿Cuál es el valor pragmático de un exhaustivo conocimiento de la realidad cotidiana? Cuando de “sociedad de la información” se habla, estos interrogantes pare-
1
cen cuajar con exactitud milimétrica en el sinfín de respuestas prediseñadas que yacen en los catálogos de las sociedades post-industriales. El conocimiento es una herramienta de poder, pero la información no es necesariamente conocimiento. Los datos que a diario requieren de la atención de nuestros sentidos apenas rozan nuestra consideración preliminar, dando paso a un consumo de tipo epidérmico: un insumo ritual de información que apenas logra acariciar los centros vitales de nuestro conocimiento. Anthony Downs ha distinguido entre conocimiento contextual e información1. El conocimiento contextual consiste en “la captación de las relaciones existentes entre las variables fundamentales en determinado campo”. Exige un esfuerzo de la inteligencia sólo asequible gracias a un frondoso conocimiento de causa que posibilite la interconexión de datos, y no su mero consumo
Teoría económica de la democracia. Anthony Downs. Aguilar, Madrid, 1973.
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epidérmico. Expresado en otros términos, requiere de una ejercitada capacidad de análisis frente a la vorágine informativa, cimentada sobre un considerable bagaje de conocimientos. Un marco en el que encausar el deliberado caos que los medios propalan a diario. La educación es uno de los medios socialmente sancionados para formar este tipo de conocimiento contextual al que alude Downs. Es una labor perseverante del intelecto que necesita una continua actualización en el campo del saber al que refiera. Es este conocimiento del contexto el que provee de herramientas para la comprensión, interpretación y procesamiento de la información. Un tamiz que construye una selección ulterior del material noticioso previamente clasificado por los medios de co-
Leyendas urbanas
La falta de información, el desconocimiento de los hechos de actualidad y la indigencia absoluta de primicias no constituyen en sí las cualidades de un ciudadano irresponsable e indiferente de la cosa pública. Después de todo, no resulta prudente afirmar que la actualidad es sólo la síntesis noticiosa que exponen los medios. Quizá sea éste uno de los tantos mitos metropolitanos a desentrañar. Estar desinformado es un falso sinónimo de ignorancia; una patraña urdida por quienes hacen de la figura del ciudadano informado un símbolo de estatus. Como incondicionales portadores de diarios en cuanto medio de transporte utilicen, falsos profetas de la cultura general animan a un juego semántico que asimila información con co-
la información como sospecha
municación. Con estas condiciones, es factible materializar el mito del “ciudadano informado”, aquél que logra conjugar información, dato con capacidad de comprensión, análisis e interrelación. Una vez que la empresa informativa efectúa su correspondiente selección, clasificación y jerarquizaron de los acontecimientos que serán emitidos bajo el formato de noticia, dejando en el “tacho de la redacción” nueve de cada diez cables (información sin procesar proveniente de agencias o fuentes ocasionales), el receptor pone en marcha sus engranajes cognitivos para construir una segunda versión de la realidad mediante un mecanismo de percepción selectiva que será más abarcador cuanto mayor sea su conocimiento contextual. Premisa: la actividad selectiva de cada individuo vendrá predeterminada (aunque no fatalmente) por su contexto económicocultural, nivel educativo y entorno social. ¿Qué hay acerca de la información? “Son los datos sobre la evolución y situación actual de la variable que constituyen el objeto del conocimiento textual”, alega Downs. La información es el combustible que pone en marcha los engranajes cognitivos. Ante el estímulo del dato frente a los sentidos, nuestra mente procesa, digiere el outsider. Pero sin este conocimiento contextual del que trata Downs, la digestión se aborta debido a la falta de encimas interpretativas que desglosen el “bolo informativo”.
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68 nocimiento, responsabilidad, jerarquía y hasta buen gusto. Entiendo que la ignorancia reside en la carencia de un conocimiento contextual. En la jerga periodística se le llama background, una voz inglesa que significa “las condiciones existentes que sirven para explicar algo”, es decir el linaje de una circunstancia determinada, sus antecedentes. Es posible estar desinformado y, simultáneamente, poseer un contexto cognitivo propicio para el análisis: para remediar la inedia informativa basta con exponerse a los medios, siempre prestos a lo que Baudrillard llama “proceso de acumulación exponencial”. Sin embargo, un tanto más compleja se torna la cuestión cuando de carencia de conocimiento contextual se trata. Para este caso, el mejor anticuerpo resulta ser la educación, un proceso de entrenamiento mental que consume no pocos años de nuestra existencia (cuando no todos los años) y que poco tiene que ver con la cultura inmediatista y fulminante de la exposición mediática. Vaya paradoja: en la modernidad, los medios masivos de comunicación y el periodismo son, simultáneamente, instituciones educativas y fuentes deformadoras del conocimiento. Al respecto, es menester alertar sobre todo desdén en la relevancia de la educación, más aún tratándose de sociedades auto-proclamadas republicanas. El edificio institucional de la república debiera tener como cimiento la instrucción de la ciudadanía; de no ser así, pues entonces, ¿cómo podría un pueblo administrarse a sí mismo sin convertirse en su propio déspota? Rousseau escribió que la libertad es el respeto a las leyes que nos imponemos a nosotros mismos. Esta sentencia describe la importancia capital de la soberanía popular y cómo la libertad se obtiene desde el instante en que la ciudadanía no obedece más que a sí misma, más que a la legislación que se dicta de común acuerdo. De ahí que la tan mentada soberanía popular no sea otra cosa que la autodeterminación de los ciudadanos sobre sus respectivas conciencias. En democracia, ser soberano es mucho más que poseer la facultad de delegar poder a una clase dirigente; significa además autarquía de conciencia, libre disposición y continua fecundación de las facultades intelectivas. La educación en esta materia ha de ser pilar imprescindible y cuestión de Estado. Prescindir de una robusta política educativa se traduce en una rotunda negación de la república y, por tanto, de la democracia que se asienta sobre las bases de aquélla. El no-educado se ve despojado de un generoso marco temporal de conocimiento con el que enmarcar el asedio informativo al que se ve obscenamente expuesto a diario. Sus decisiones se traducen en impulsos más que en soberanos actos de razón. Un soberano ignorante y despreveni-
Falsos profetas de la cultura general animan a un juego semántico que asimila información con conocimiento, responsabilidad, jerarquía y hasta buen gusto
do se parece tanto a un legislador idiota como un sufragio no meditado, maniatado, se asemeja a un político ilegítimo. Una cultura civil saludable se auto-abastece de un fundado conocimiento del espacio público. La información es sólo el comienzo de este conocimiento que caerá extenuado si no encuentra con prontitud los elementos interpretativos que discriminen entre el dato funcional respecto del yermo. Este entrenamiento requiere de la actuación de una institución eje en la construcción de la conciencia cívica: la educación. Sin educación, la opinión pública deviene en “opinión publicada”, como notara el ex presidente socialista del gobierno español, Felipe González. Ante el inercial fenómeno expositivo y la tiranía de la cultura flash (un conocimiento fragmentario con pretensiones de totalidad), no pecaría de inútil un mínimo de reposo “des-actualizador”. El exceso de información puede exterminar la información. Cuando la apetencia irascible del dato se torna patológica y la primicia en una meretriz codiciada, la desinformación puede ser la medida del equilibrio.
Matías Marini es periodista argentino. Licenciado en Ciencias de la Comunicación. E-mail: matiasmarini@yahoo.com
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la informaci贸n como sospecha
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La función crítica por ignacio echevarría
M
ás acá de su mansedumbre e inanidad características, lo peor que cabe decir de los suplementos culturales que en España publican la mayor parte de los diarios de gran difusión es que han mermado, cuando no obviado, muchas de las funciones que estaban llamadas a desempeñar las revistas culturales. Si los suplementos de los diarios comenzaron en su día por mimetizar tanto el concepto como el diseño y hasta la retórica misma de las revistas culturales, en la actualidad viene a ocurrir más bien lo contrario: son
éstas las que tienden mimetizar a aquéllos, a tal punto que con demasiada frecuencia cabe plantearse qué sentido tiene la más o menos agónica supervivencia de tantas y tantas revistas que, tras haber renunciado a constituir una alternativa cultural a los medios de masas, no consiguen ser siquiera un digno complemento de los mismos, o al menos no de un modo solvente. Probablemente sea el de la crítica el aspecto bajo el que esto último queda más claramente de manifiesto. Considérese por un momento el tipo de crítica
que suele hacerse en los suplementos de los diarios y compárese con la que se encuentra en la mayor parte de las revistas culturales. La diferencia –pues de eso se trata aquí: de evaluar “el papel de la diferencia”– es por lo común desdeñable. Considérese ahora, más en particular, y a modo de ilustración, la crítica de libros, la más conspicua sin duda. Lo mejor que cabe decir es que resulta intercambiable. Con independencia de su calidad —por lo general bastante baja—, es raro que, de uno a otro lugar, se aprecien dife-
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rencias en el estilo de la argumentación, menos aún en los criterios o en los baremos empleados. La casi única excepción la ofrecen las revistas especializadas, siempre que discurran sobre libros de su propia especialidad. Y acaso algunas revistas generalistas cuando, debido a la amplitud que conceden a determinadas reseñas, permiten que asomen apuntes ensayísticos. En la mayor parte de los casos, sin embargo, ni siquiera la extensión de las reseñas cambia, y uno se pregunta cómo se explica que ocurra así cuando las condiciones en que éstas se escriben son tan diversas. Ni la periodicidad mucho más dilatada ni el horizonte de divulgación mucho más restringido dejan una impronta apreciable en la forma en que suele abordarse en las revistas la crítica de libros. Se dirá que es razonable que así sea, pues se trata, en definitiva, de lo mismo. Pero el error radica en eso: en pensar que se trata de lo mismo; en dar por sentado que ni las condiciones de producción ni las condiciones de consumo de un determinado discurso tengan que influir sobre él. Cuando lo cierto es que sí lo hacen, por mucho que se pretenda ignorarlo, y por frecuente que sea ver que los mismos reseñistas transitan
Es propio de la cultura de mercado no sólo desatender sino también desactivar el ejercicio de la crítica
la información como sospecha
Fotografía de Marcos López
imperturbablemente de las páginas de los diarios a las de las revistas para hablar allí y aquí de los mismos libros, y hacerlo del mismo modo. El problema es de fondo, y remite, por un lado, a una ausencia de reflexión sobre la crítica entendida como género, y por otro, a una falta de reflexión más amplia —y más grave— acerca del papel que cabe desempeñar a las revistas minoritarias en una cultura dominada por los medios de masas. De nuevo tienta cuestionarse aquí el sentido de tantas y tantas revistas que no parecen haberse hecho ninguna pregunta al respecto y que en definitiva ofrecen una glosa más o menos esforzada, conducida con más o menos sofisticación y originalidad, de los contenidos previamente encontrables en las secciones de opinión y de cultura de los diarios, en sus suplementos de libros y en sus magazines dominicales. No pocas de estas revistas —como los propios diarios, pero en mayor grado— se nutren abundantemente de lo que cabe entender por “saldos” culturales: entrevistas con autores en promoción, adelantos editoriales, textos de segunda mano (prólogos, discursos y conferencias reciclados), trabajos universitarios, traducciones de artículos aparecidos en revistas extranjeras... Materiales todos ellos que provee con generosidad una industria cultural cuya indigencia endémica justifica que sus trabajadores se hayan acostumbrado a sacar provecho de todos sus productos por doble y hasta por triple partida. Con el agravante, en el caso de muchas revistas, de que a la hora de elaborar contenidos propios suelen echar mano de una tupida y movible red de solícitos colaboradores dispuestos a subvencionarlas con su trabajo gratuito, aunque no exactamente desinteresado. Se trata de estudiantes o de licenciados deseosos de alcanzar una tribuna; de profesores o de opositores necesitados de hacer currículo y dar publicidad a sus trabajos; de aficionados y diletantes de toda especie, mejor o peor pertrechados pero bien dispuestos siempre a exponer sus conocimientos y establecer vínculos con el milieu al que están abonados... Un caudal humano del que no dejan de brotar a menudo contribuciones originales y valiosas pero que, debido precisamente a su escasa o nula retribución, no tolera un nivel de exigencia demasiado elevado, lo cual tiende a traducirse en una rebaja progresiva de la calidad media. Puede parecer inconveniente dibujar este ingrato panorama en el primer número de una revista cultural que nace con voluntad de agitación, de reflexión y de intervención. Pero si se trata, según parece, de poner bajo sospecha el sistema de producción crítica de los medios de comunicación convencionales, importa señalar, ya de entrada, cuáles son las condiciones materiales en que aquélla se realiza. Pues con frecuencia son las condiciones materiales las que determinan el papel que algunas revistas están dispuestas a jugar para diferenciarse tanto de los medios de masas como del resto de las revistas que se ofrecen al consumidor. Estas últimas pueden dividirse en dos tipologías básicas que a continuación se describen con los rasgos muy acentuados. Uno: revistas en que prevalece la ceremonia, el lujo, el aspecto cultural de la cosa; revistas en papel
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pesado, generosamente ilustradas, con un cuidado diseño, con buenos materiales de producción y de archivo, con grandes firmas invitadas; revistas para mirar a la vez —o incluso antes— que para leer; revistas para coleccionar, incluso para ostentar; revistas que actúan como marcas de identidad y como señal de determinadas complicidades estéticas e incluso sociales. La función que estas revistas desempeñan en el sistema cultural es antes que nada ornamental, sólo muy indirectamente contribuyen a orientar o a subrayar tendencias. Son revistas que actúan ellas mismas como suplementos culturales, dicho sea con mucha mayor propiedad que lo que suele entenderse por tal cosa. Algo que constituye de por sí un indicador de buena salud de la cultura en cuestión, pero que poco dice de los contenidos y de las tensiones reales de esa cultura. Dos: revistas en que prevalece el cenáculo, la cofradía, el tratamiento experto y especializado de una determinada disciplina; revistas del ramo, como quien dice, que juegan con la ventaja de poder entrar directamente en materia; revistas hasta cierto punto codificadas, que se ganan su reputación, cuando la tienen, a fuerza de una elevada exigencia en sus contenidos; revistas guiadas por un criterio científico mucho antes que divulgativo, y cuyo horizonte de divulgación, en cualquier caso, va poco más allá de la muy específica comunidad a la que van dirigidas. En este casillero caben la mayor parte de las revistas culturales que gozan de cierto arraigo, ya se trate de revistas de artes plásticas, de creación, de música, de filología, de teatro, de historia, de filosofía, de sociología, de antropología, etc.; o bien revistas asociadas a una institución (fundaciones, centros de estudio, departamentos universitarios). El protagonismo de estas revistas en la vida cultural del
país suele estar mediatizado por el que a su vez tiene la comunidad de la que vienen a ser expresión y reflejo. Su número y su calidad son proporcionales al poder o a la extensión de esa comunidad, e indicio elocuente de su representatividad y de su prestigio (véase, por ejemplo, las revistas de arquitectura de circulación internacional). Cumplen estas revistas, en el mejor de los casos, una función distributiva de las aportaciones que los miembros de una determinada comunidad están en condiciones de hacer a la misma, aportaciones a veces muy sólidas y valiosas que, sin embargo, rara vez dan lugar a la discusión o a la simple concurrencia de perspectivas, y que por lo general no trascienden su ámbito propio. En este sentido, tales revistas actúan como importante complemento de la cultura más amplia a la que pertenecen, sobre la que tienen una incidencia siempre indirecta. Ninguno de estos dos tipos de revista —a menudo combinados en proporciones variables— se ofrece como alternativa eficaz a la cultura hegemónica, a la que no se plantean cuestionar ni en la que se plantean tampoco intervenir, o al menos no directamente. En uno y otro caso, asumen una posición lateral en el sistema cultural y obvian el problema de la crítica, al menos en su sentido más amplio. Nada tiene de raro que así sea, dada la función que desempeñan y dados sus propósitos manifiestos. Por lo demás, esa función —eminentemente ornamental, en el primer caso; distributiva, en el segundo— forma parte también de las que, en términos mucho más amplios, cumplen los grandes medios de difusión cultural, que a su vez actúan en buena medida como plataformas de escaparate y de prestigio y como redes de intercambio. De hecho, es desde una perspectiva funcional desde la que mejor se alcanza a discernir qué planos de la actividad cultural, desatendidos por los grandes medios de comunicación, dejan más campo libre a las revistas y se constituyen en territorio idóneo para trabajar desde la diferencia, toda vez que ésta se juzgue deseable. Y desde esta perspectiva, es fácil concluir que entre las funciones —varias, y no siempre concurrentes— que determinaron el origen mismo de las revistas culturales, la menos reclamada y también la menos ejercida tal vez sea la más importante: la función crítica. Es propio de la cultura de mercado no sólo desatender sino también desactivar el ejercicio de la crítica. Demasiadas veces se ha dicho como para que
73 valga la pena abundar en ello. Lo cierto es que, dada la situación, surge la vieja pregunta acerca de si es la función la que crea el órgano o si es más bien al revés, el órgano el que desarrolla la función. Como fuere, da la impresión de que la irrelevancia y la escasa incidencia no sólo de los suplementos literarios sino también de la mayor parte de las revistas culturales que se editan en España viene a ser consecuencia de una especie de atrofia en lo relativo a la función que mejor les cumplía desempeñar: la crítica. Las razones de que así sea son complejas. Sin entrar a fondo en ellas, baste señalar que la mayor parte de las ins-
el fin de interpelar y, llegado el caso, movilizar la conciencia de los ciudadanos, sino de animarlos a participar en la gran “fiesta” de la cultura, entendida ahora como gran espacio de encuentro colectivo —de concordia— en el que la comunidad se representa a sí mima y celebra su bonanza. No es éste el lugar para escrutar de qué modo el nuevo ecumenismo cultural fomentó como principio sacrosanto la autonomía de la cultura, alerta a partir de entonces a todo indicio de contaminación ideológica, ya no se diga de instrumentalización política. Lo cierto es que la consecuencia de todo ello fue el velocísimo asentamiento de la cul-
oferta que las revistas culturales están en condiciones de brindar y las que por su parte brinda la prensa de gran tirada y otros medios de comunicación de masas, mucho más sujetos que las revistas, al menos de partida, a los intereses y a los estándares de cultura de mercado. El recuento puede resultar desalentador. En la actualidad son escasísimas las revistas culturales españolas en las que cabe percibir un auténtico latido crítico. Más escasas todavía son aquellas que amparan una crítica rigurosa, ya no digamos combativa. En este terreno el desarme es prácticamente total, hasta el punto de que habría que refundar el género del reseñismo para
Entre las funciones —varias, y no siempre concurrentes— que determinaron el origen mismo de las revistas culturales, la menos reclamada y también la menos ejercida tal vez sea la más importante: la función crítica. tura de mercado, sujeta a los intereses de una industria cultural cada vez más acaparada, para más inri, por los grandes grupos de comunicación. Un proceso que llevó aparejado —valga insistir en ello— el secuestro de toda actitud crítica, y ello en aras de una concepción divulgativa de la cultura que, desde hace más de veinte años, es la que gestionan por su parte la mayor parte tanto de los grandes diarios como de las revistas culturales españolas. No hace falta —aunque sí resulta conveniente, por aleccionador—comparar las revistas culturales que vienen sobreviviendo o prosperando en la democracia con las que lo hicieron durante el franquismo y más atrás (o más acá: en los años heroicos de la Transición). El cambio de paradigma —y de calidad, también— es tan grande, y viene determinado por circunstancias tan amplias, que no tiene demasiado sentido insistir en la comparación. Sí lo tiene, en cambio, buscar en cuáles, entre las revistas culturales que se editan actualmente en España, se reconoce la voluntad crítica e interpeladora que latía en aquéllas, y sondear en esos casos cómo se articula. Y tiene sentido hacerlo en cuanto, como se viene apuntando, esta voluntad crítica marcaría, ella sí, la diferencia mayor que cabe establecer entre la
Este texto es una versión retocada del que se publicó bajo el mismo título dentro del catálogo de la exposición titulada ‘El papel de la diferencia: revistas culturales de España’, de la que fue comisario Felipe Hernández Cava. El catálogo fue editado por ARCE (Asociación de Revistas Culturales de España), y se publicó en Madrid en 2007.
adaptarlo a las nuevas circunstancias, ya fuera con ánimo de acoplarse a ellas, ya con el de resistirlas o subvertirlas. Es esta una tarea impensable, desde luego, en los suplementos culturales de los grandes diarios, que en la actualidad, y como se decía al comienzo, usurpan el papel antiguamente destinado a las revistas, promoviendo un simulacro de crítica que ni asume los condicionantes del periodismo, ni asume tampoco las exigencias de una crítica cabal, ya sea con paradigmas académicos o con los que determina, con propósitos mucho más fértiles, lo que se entiende por crítica cultural. Es ésta la que debieran promover y ensayar buena parte de las revistas que se califican a sí mismas culturales. Mientras no sea así, su irrelevancia social, su insignificancia fuera de los cenáculos o de los ámbitos corporativos, su ineficacia como agentes constructores de un canon elocuente, su incapacidad de incentivar discusión o polémicas, del orden que sea, será difícilmente corregible. Y su condición suplementaria, y por ende superflua, más patente cada vez.
Ignacio Echevarría (Barcelona, 1960) es técnico editorial. Durante años ejerció la crítica literaria, especialmente en el suplemento del diario ‘El País’
la información como sospecha
tancias culturales, cualquiera sea su signo, manejan en España una concepción restringida de la cultura, derivada generalmente de la idea de la misma se alentó y prosperó a partir de la Transición. Esta idea de cultura, producto de un proceso histórico guiado por la voluntad de consenso y un claro objetivo de reconciliación nacional (objetivo que conllevaba un cierto adanismo en muchos aspectos, eso que se ha dado en llamar “un pacto de olvido”), anestesió oportunamente los impulsos críticos de una tradición cultural que se había nutrido de ellos, dado el talante resistencial y combativo con que debió hacer frente a la dictadura franquista. De hecho, la cosa venía de más lejos: venía del muy prolongado alineamiento de las clases intelectuales del país con los elementos críticos respecto a un poder proclive a la reacción y a la autarquía, y cerrado al exterior. La cultura de la Transición supuso a este respecto un corte profundísimo. La alianza del poder y de la cultura, a partir sobre todo del primer gobierno socialista, reformuló el concepto de la misma, poniendo gran cuidado en desgajar su componente crítico. Ya los agentes culturales no tenían por objetivo el cuestionamiento del poder sino servirse del mismo, y ello no ya con
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El 23F, una efeméride valenciana Mesa redonda con JJ Pérez Benlloch, Francesc Bayarri, ALFONSO MOREIRA y la casi corpórea ausencia de Maria Consuelo Reyna.
tertulia bostezo
Por David Barberá Fotografías de Eva Máñez
La memoria histórica ha salido de las fosas comunes y se pasea por los juzgados. Y en la redacción de ‘Bostezo’, estos paseíllos en contra dirección nos sugirieron una pregunta: valencianos como somos, ¿en qué consiste la memoria histórica de nuestra ciudad?
A
alguien se le cruzó una imagen de su niñez temprana: los cañones de los tanques que cortaban la niebla y apuntaban al Ayuntamiento, en la por entonces Plaza del País Valenciano, en febrero de 1981. Aquí, en Valencia, y en ningún otro lugar del mundo. El fragor golpista de las orugas mecánicas: el 23F. La gran fecha de la historia política valenciana de los últimos setenta años, desde la capitalidad de la República. Con nosotros tenemos, alrededor de una mesa en la sede de ‘Bostezo’ en Go-
della, a JJ Pérez Benlloch, director por entonces del periódico ‘Diario de Valencia’, periodista valenciano de larga trayectoria. A Francesc Bayarri, periodista también y autor de ‘Febrer’, una novela sobre el 23F en Valencia que trata de “recrear literàriament fets que a ell l’obssessionen però que no semblen inquietar ningú més al País Valencia”. Y a Alfonso Moreira, colaborador de ‘Bostezo’ y responsable de Faximil Ediciones Digitales. También, hasta hace poco más de una hora y después de dos
meses de laborioso acuerdo, esperábamos a Maria Consuelo Reyna, subdirectora a la sazón del periódico valenciano ‘Las Provincias’, que luego se encargó de dirigir hasta fecha reciente. Maria Consuelo -después de confirmar su presencia en diversas ocasiones- ayer fue convocada a una reunión importantísima, una reunión sin hora concreta de finalización, una reunión que, sin duda, le dejó sin cenar. A pesar de nuestra firme voluntad, hoy no puede estar con nosotros.
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Jaime Milans del Bosch
David Barberá. La primera cuestión que lanzamos es: ¿Por qué sólo Valencia fue tomada por los militares? En Madrid el congreso fue secuestrado por Tejero, pero sólo aquí el golpe triunfó plenamente y Milans del Bosch, el Capitán General de la III Región Militar, asumió todos los poderes y declaró el estado de excepción. ¿Valencia sólo tuvo el papel de destino militar del general Milans del Bosch, cabeza del golpe? ¿O existen características estructurales y seculares de la sociedad valenciana que sirvan de caldo de cultivo para este tipo de acontecimientos? ¿Involucionismo cavernario? ¿Meninfotismo? JJ Pérez Benlloch. Los valencianos no son propicios a elaborar autobiografías. La gente se muere aquí sin dejar sus memorias, y apenas sus recuerdos. Por eso no ha de asombrarnos tampoco que el 23F aquí haya tenido muy pocos investigadores. Aquí salieron los carros de combate, y en un momento determinado, durante tan sólo unas horas, el foco del golpe estuvo en Valencia. Francesc Bayarri. Estoy de acuerdo en que no hay biografías, ése es un problema endémico de la sociedad valenciana, pero en el caso del 23F yo creo que hay un problema específico y es que si alguien cuenta su experiencia del 23F y lo pone por escrito, sea un memorialista, ensayista, historiador, periodista, político en activo en ese momento, sea quien sea... acaba poniéndose en evidencia. Porque el 23F yo creo que es un día muy negro para la historia de los valencianos... No tanto porque aquí diera el golpe de estado Milans del Bosch, sino por la cuestión verdaderamente interesante de este asunto: el
militares condensó la respuesta militar. Fue cosa de Milans, al que Armada1 había comido el coco, o que realmente se creía todo ese movimiento de la extrema derecha, especialmente dirigido contra el movimiento de autonomías. FB. Yo estoy de acuerdo en que efectivamente la presencia de Milans del Bosch en Valencia fue decisiva. Pero cuidado, el golpe de estado aquí en Valencia no lo dio solamente Milans del Bosch. Durante varias semanas anteriores como mínimo, tuvo que ponerse en contacto con jefes militares de toda la región militar para abastecer tanques, para ordenar tropas, para preparar itinerarios y aquí todos le respondieron positivamente, tuvo una respuesta excelente por parte de todo el ejército de tierra. Alfonso Moreira. Lo cierto es que, salvando excepciones como la novela de Francesc, no existen libros, documentales... que analicen el 23F en Valencia. Para lo único que se le menciona es para anécdotas del tipo “¿Dónde estabas tú aquella noche?”. FB. Ese tipo de anécdotas son curiosas, porque hay gente que te cuentan que estaban contra el franquismo, que les detuvieron, que fueron torturados... Y preguntas qué hicieron el 23F y estaban escondidos. Eso fue un poco lo que me hizo a mí reinterpretar la transición y aquellos años. Yo tenía 19 años y acababa de empezar el segundo curso en la facultad. Era un chaval. Cuando murió Franco tenía catorce años; yo no luché contra el franquismo, nadie me debe nada en la democracia. Pero crecí
hecho de que no hubo respuesta de ningún tipo de la sociedad valenciana ante un golpe de estado. La sociedad valenciana no respondió o respondió mal. Cualquiera que estuviera allí y analice ese día tiene al final que reconocer: o que no hizo nada, o que lo que hizo estuvo mal, o que forma parte de una sociedad que ese día hizo el ridículo democrático. DB. Volvamos a la idea original de indagar en las razones que hicieron de Valencia la capital del golpe. JJ. Valencia no pintó nada. Ni a la hora del golpe, ni después. No hubo respuesta, pero también es lógico que no la hubiese, desde mi punto de vista. Hay que recordar aquellos tiempos... Eran los días del Diario el Alcazar, de la violencia cotidiana de la extrema derecha... En cualquier caso, parece ser que Milans del Bosch es el tipo que por sus cualidades
pensando que tenía una gran deuda democrática con la generación anterior a la mía, que era a la que torturaban y mataban y eran muy valientes y tal... Me hacían creer en cierto modo que yo no tenía derecho a alzar la voz porque no había luchado contra la dictadura... Entonces estos señores tan valientes, cuando llegó el 23F se escondieron todos... y eran muchos de esos que se dirigían los más jóvenes perdonándoles la vida. JJ. En aquel momento, en el 23F, España entera estaba acojonada. La derecha había recuperado su papel hegemónico porque el presidente Adolfo Suárez no podía con ella. Yo creo que el 23F, la izquierda hizo lo que había que hacer: ¡Esconderse! Del 75 al 81 España empieza a creerse democrática. Y de pronto, se acabó lo que se daba. La gente con un poco de memoria
1 El General Armada (al que se conocía en clave como ‘El Elefante Blanco’) fue el cerebro del golpe. Instructor del Rey durante muchos años. Ha acabado como próspero empresario agrónomo, dedicado al cultivo y venta de flores (camelias, fundamentalmente)
tertulia bostezo
Los valencianos queremos ser una autonomía de primera, queremos incorporarnos al motor de la economía europea, queremos, yo estoy convencido que queremos, pero luego no movemos ni un dedo (Francesc Bayarri)
76 que había sufrido el franquismo, y estoy hablando del partido comunista, porque los demás nada... Pues aquella gente se acojona. A las ocho o nueve de la tarde, yo creía que los periódicos que no eran herederos del franquismo, como Diario de Valencia, no iban a salir. Más seguro todavía estuve cuando vinieron al periódico los militares con el bando para que lo publicásemos. Un bando de guerra, en el que quedaba prohibido todo, y en el que decía que quién se pasara en algo, no es que iba a ser encarcelado, es que iba a ser fusilado. FB. A mí me parece que lo del acojone y lo del miedo es perfectamente lógico, es humano, y a nadie se le puede exigir -porque además es un principio jurídico- conductas heroicas. Cualquiera lo puede entender. Pero en Madrid también había acojono, porque hubo tiros, y la reacción fue muy otra. En las Cortes hubo un grado de violencia muchísimo mayor del que hubo aquí. Y hubo reacción. Los guardias civiles ordenaron a los periodistas que dejaran de grabar. Y ellos, afortunadamente, desobedecieron la orden, una orden militar con armas en la mano, y gracias a esa desobediencia tenemos el testimonio de que hubo un golpe de estado, porque la estrategia de la defensa en el juicio era decir que aquí no hubo golpe de estado, que era una invención de la conjura judeo-marxista.
tertulia bostezo
AM. La verdad es que sí es por la reacción de los medios valencianos, cuela. FB. Pues sí. En Madrid hubo otros señores que dejaron los micrófonos abiertos, transmitiendo e incumpliendo la orden. Allí, a pesar de la violencia, hubo señales de vida democrática, mientras que aquí no hubo nada. Se constituyó una junta de subsecretarios, que no fueron a enfrentarse a nadie, pero que dieron la sensación de que el poder democrático seguía vivo. En Valencia, las instituciones democráticas cerraron las luces y se fueron a su casa. No hubo en el ayuntamiento ni en la diputación una luz encendida. Y claro que no hubo un dirigente que por la radio dijera “Milans es un asesino, vamos a por él”, porque entiendo que cabalmente no se puede decir eso. Pero los ciudadanos, los estudiantes universitarios en mi caso, echamos en falta algún tipo de señal, una
Tejero en el Parlamento
señal de que esta sociedad tenía un cierto liderazgo, una cohesión, y que los ciudadanos no íbamos a enfrentarnos a los tanques porque era absurdo pero que la vida democrática continuaba, que había demócratas y que seguiría habiendo demócratas. Y eso es duro, es duro comprobar que vives una sociedad como ésta. JJ. Francesc ha apuntado una cosa que sí puede considerarse como una acusación. Los gobernantes aquella noche no hicieron en Valencia ningún gesto, ni la diputación ni el ayuntamiento, algo hubieran podido hacer... No lo sé. Pero cuando leí el bando, de manos de aquel comandante que vino al periódico, un bando que no era de estado de excepción, sino un estado de guerra en el que todo estaba castigado, quien se mueva disparo... Desde mi punto de vista, es totalmente justificable que Valencia no se levantase. AM. Me gustaría citar ahora un informe de octubre de 1981, de la Unión de Periodistas del País Valenciano, en el que se dice textualmente “está fuera de toda duda la existencia de una extensa
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red activa de apoyo al golpismo, con ramificaciones en las altas esferas de la vida política y económica valenciana”.
FB. Milans era una persona que desconfiaba muchísimo de lo que los militares llaman el estamento civil. Había sido un gobierno de civiles los que habían dirigido la transición, y al ver a qué había conducido todo aquello, es decir, según ellos a esta democracia separatista y roja que iba a romper España, pues la confianza que tenían en los civiles era menor todavía. Por tanto, parece razonable pensar que no reúnen a los empresarios más fachas y a los medios afines para contarles un golpe de estado que están montando. Otra cosa es que aquí hubiera sectores que le decían, cuando iban a verle, “aquí lo que haga falta cuando haga falta, a sus ordenes”. No habrían listas negras pero listas “blancas” muy probablemente habría; ellos en cada sitio, si hubiera triunfado el golpe, sabrían a quién acudir.
FB. Yo la sensación que tengo es que en el 23F perdimos la inocencia. Los estudiantes de mi época, del año 81, éramos estudiantes muy politizados. Salías de manifestación cada 2 ó 3 días, la política impregnaba todo. Nosotros éramos muy
de izquierdas y muy nacionalistas, pensábamos que existía un País Valenciano, que había una sociedad cohesionada, y yo la conclusión que saqué en aquel momento y lo que he visto después me lo confirma, es que no existía ni existe una sociedad valenciana. Aquí no ha habido cohesión social, una cosa es gente que vive en un determinado territorio y vive historias personales, y algunos destacan y son músicos maravillosos o hacen un puente en Venecia después de 125 años, pero todo eso no tiene nada que ver con un país o una sociedad como la que pensábamos en aquel momento. Y una sociedad necesita líderes, líderes no solamente políticos sino sociales, culturales, referentes, todo eso es lo que no funcionó el 23F. Y que alguien me diga después cuándo ha funcionado: los valencianos no pintamos nada en la transición, no pintamos nada en la constitución de las autonomías, no pintamos nada en la entrada a Europa. En esos grandes debates que se han producido, qué voz valenciana defendió los intereses valencianos. No ha existido. Y por tanto sobre una sociedad valenciana no cohesionada, sin liderazgo, indefensa, se pueden ejercer todo tipo de tropelías.
tertulia bostezo
JJ. Pero si en Valencia no hay altas esferas. El que escribió eso no tiene ni puta idea de qué es Valencia.
DB. Por seguir un orden, querría tratar un poco ahora sobre las consecuencias del golpe en Valencia y la sociedad valenciana. Repasando la hemeroteca, en la famosa manifestación de l’Estatut del 77 parece que asistieron 500.000 personas. Sin embargo, en la del 26F, de protesta tras el golpe, asistieron 150.000, según Diario de Valencia. Mientras, la manifestación del 26F de Madrid fue la más populosa de la historia de la democracia, con más de un millón de personas, hasta las manifestaciones contra la invasión de Irak en 2003. Puede interpretarse que la reacción popular tras el 23F en Madrid fue mucho más contundente que en Valencia, la otra capital del golpe. ¿Pudo Valencia dimitir entonces de la vida política tras esa exhibición de violencia que fue el golpe, y dar los primeros pasos para convertirse en la Terra Mítica de los bólidos y los veleritos?
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El 23F es el momento en el que descubrimos esto, en el que descubrimos que el rey está desnudo. El problema es que nadie lo ha dicho después. Nadie ha dicho nunca: Valencia no existe. JJ. Hombre, sí que lo han dicho, pero es que no nos lo hemos querido creer algunos. La derecha lo ha dicho, la derecha nunca se ha creído, digamos la propuesta de Joan Fuster, que electoralmente ha quedado en nada. AM. Por trazar una secuencia muy sumaria de los acontecimientos: a partir del 77 hasta el 81 hay cierta actividad política, una especie de efervescencia autonomista en Valencia. Pero llega el 23F. Yo creo que es posible que esa efervescencia del 77-81 fuera cortada de raíz el 23F. FB. Yo creo que el problema de la sociedad valenciana es estructural y viene de
más lejos. Durante la segunda república llegamos tarde también al Estatuto, y con la guerra de Sucesión perdimos los fueros, como otras comunidades forales, pero estas otras los recuperaron y nosotros no, y nadie dijo nada. En la democracia, que efectivamente pudo parecer que hubo una gran efervescencia al principio, pero ¿sobre qué base? Tú puedes desear muy intensamente que el equipo de tu pueblo juegue la Champions, pero para jugar la Champions no basta con los que todos los del pueblo lo deseen mucho, se necesitan otro tipo de cosas. Pues eso es lo que les pasa a los valencianos. Los valencianos queremos ser una autonomía de primera, queremos el poder valenciano en Madrid, queremos incorporarnos al motor de la economía europea, queremos, yo estoy convencido que queremos, pero luego no movemos ni un dedo.
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JJ. Pues por eso el 23F en Valencia hubo la respuesta que cabía esperar de Valencia. Eso es coherente socialmente. FB. Es totalmente coherente, por desgracia. Y hasta aquí nuestra modesta aportación a la recuperación de la memoria histórica valenciana, esa entelequia. Algo en claro sacamos, y cuando acabó la charla me vino a la memoria (yo soy muy de “flashes” neo-proustianos) una noche de hace dos o tres años: los alcoianos Jalea Real, el último grupo que no ha desmerecido el término “punk-rock”, tocaban en Valencia. Marc, el fabuloso front-man del grupo, medio desnudo y amenazante, susurraba lúbricamente al micrófono la siguiente letanía: “Valencia, la ciutat dels covards... Valencia, la ciutat dels covards... Valencia, la ciutat dels covards... Valencia, la ciutat dels covards...”
SUPLEMENTO LITERARIO
DIRECTOR: SALVADOR SALGUEIRO
B A T I S C A F O
OTOÑO 2008
E
l Consejo Editorial de Batiscafo quiere dar la bienvenida a todos los submarinos lectores que se zambullen por vez primigenia en las procelosas aguas de los océanos literarios paisajísticos culturales. Punto. Reunidos en Sidón, en Tebas, en Bagdad, el susodicho Comité de Sabios acordó con holgada paciencia redactar opúsculos panfletarios en los cuales se pudiera blasfemar, acusar, practicar la apnea, delatar, nadar y tranquilamente guardar la ropa, todo con una simple ojeada. Ofuscados, en este mundo apocalíptico, por las injustas relaciones dadas entre clientes, ganancias, productores culturales, literatos publicitados, y grandes superficies y demás receptáculos, quiso en principio el Comité lanzarse de forma suicida contra toda norma y ley y vigilancia, y contra todo defensor de la democracia, la televisión, las subvenciones culturales, el deporte y, en general, el Bien. Bien. Pero no sólo los lerdos rectifican, así que el siniestro Cenáculo decidió, tras extenuantes reuniones de nicotina, proseguir por fin el juego, permanecer oblicuamente en silencio y agazapado, y así no sustituir términos como “censura de mercado” por “normalidad democrática”, “empobrecimiento cultural” por “bienes de la industria del ocio” y reincidir con abundancia en vocablos como “evento” y “usuario” (¿Hay algo más democrático que el dinero?, se preguntaba uno. Cualquiera puede tenerlo). La defensa de los pobres también se resolvió dejarla en manos de la Santa Madre Iglesia. El ajusticiamiento con ‘la poesía de la experiencia’
y toda esa gente adicta a los hoteles, los viajes en avión y la remembranza de un pasado estúpido y estéril añorado a través de los dominicales de los grandes periódicos también se pospuso para mejores días. De este modo, para comenzar con un poeta bien alejado de las escuadras del Normalismo y del Orden del Dinero Limpio, concluimos con inaugurar la luz de las bellezas sumergidas con Quique Falcón (Valencia, 1968), participante del equipo crítico “Alicia Bajo Cero”, Premio Nacional de Literatura en 1999, objetor fiscal a los gastos militares y colaborador con diversos colectivos vecinales y de apoyo a presos, que se destapa con un poema inédito titulado “Fuga de la Muerte (Chaos, 2007)”. Con valentía, por no llamarlo imprudencia (tal como se maneja el percal en este país), Falcón invoca al preso más famoso de España, Iñaki de Juana Chaos, y lo involucra en la reescritura del emotivo poema “Fuga de la muerte” de Paul Celan. En este último poema, uno de los más citados de la literatura europea del siglo XX, el poeta judío lamenta su suerte (se salvó) y la de su familia (que fue ejecutada) a manos del ejército nazi. Las implicaciones que el texto de Falcón desliza son fabulosas, cuanto menos, por inauditas.
FUGA DE LA MUERTE (CHAOS, 2007) {versión del “Todesfuge” de Paul Celan}
De Juana: escribiendo poemas una noche de invierno planeando un ataque una noche de invierno enganchado a un gotero una noche de abril Un hombre vive en la casa juega con serpientes escribe cuando llega el invierno escribe tus cabellos de ceniza Esperanza lo escribe y sale de casa y fulgen las estrellas silba a sus mastines que vengan silba a sus gudaris que salgan a las noches de invierno un hombre hace cavar una tumba en la tierra nos ordena: tocad ya para la danza
Negra leche de abril te bebemos de tarde te bebemos al mediodía y a la mañana la bebemos de noche bebemos y bebemos mastines españoles se reparten los despojos rivalizan y se muerden una noche de invierno Un hombre vive en el hospital cuelga de un gotero juguetea con serpientes escribe cuando llegue el invierno tus cabellos de plata Esperanza tus cabellos de ceniza Teresa cavaremos una tumba planearemos un ataque tus cabellos deflagrados, Teresa Gritad: hincad más hondo, y los de ahí no paréis de tocar un hombre agarra el hierro del cinto luego lo blande en la planta de invierno del hospital son de fuego sus ojos hincad más hondo las palas vosotros y los de ahí seguid tocando para la danza Gritad: tocad con más dulzura la muerte la muerte es un maestro que viene de Euskadi la muerte es un maestro que viene de Madrid gritad rozad más sombríamente las cuerdas alejad el gotero subiréis como humo en el aire tus cabellos de plata Teresa tus cabellos de ceniza Esperanza Negra leche de abril te bebemos de noche te bebemos al mediodía la muerte es un maestro que viene de Madrid te bebemos de tarde y a la mañana bebemos y bebemos enganchados al gotero la muerte es un maestro que viene de Euskadi de fuego su ojo es te alcanza con una bala de plomo certera a la vez un hombre vive en la casa tus cabellos con fuego Esperanza azuza a sus mastines y azuza a sus gudaris azuza a sus mastines españoles contra todos nosotros se reparten las piezas se reparten los restos de la democracia juegan con serpientes y sueña el hombre la muerte la muerte es un maestro que viene de Euskadi la muerte es un maestro que viene de Madrid tus cabellos de ceniza, Esperanza tus cabellos de plata, Teresa
P
ara seguir ahondando en motivos político-militares y no actuar felizmente como si todo en la vida fuera solidaridad y ecologismo, traeremos a la palestra la obra de Leonardo Aladiere (La Habana, 1969), poeta “negro y homosexual” (según gusta recalcar él mismo), que llegó a Vinaròs desde Cuba de la mano de los compañeros del Instituto de Estudios Posmodernistas de la capital valenciana tras obtener el premio “Guinness de los Récords” al mayor número de cartas enviadas a medios extranjeros (escribía desde La Habana pidiendo su “liberación”). Harto de las apreturas del régimen cubano que le privaba de tres de los mayores placeres de su vida (la marihuana, la música heavy metal y la NBA), Leonardo prefirió vivir como disidente en Valencia trabajando de camarero en un bar de copas. Una vez allí, fue asiduo a tertulias bohemias y a concursos literarios, en los que fue vetado –según su propia confesión—por poemas como el siguiente, titulado “Tu Padre Vuestro Negro”. Su poeta favorito es José Lezama Lima.
TU PADRE VUESTRO NEGRO
Michael Jordan que estás en los cielos santificado sea Tu escote venga a nosotros Tu dinero hágase Tu voluntad entre los blancos y entre los negros (¿entre los bancos?) Tus veintitrés cocacolas acrobacias (¡logotipos!) de cada día dánoslas hoy (con regalías) y perdónanos nuestras deudas así como a Tu padre no perdonaron Tus deudores y no nos dejes caer en la tentación de los negros malos ni de las otras marcas y líbranos de los negros esquineros también y de los enanos chinos que te cosen el empeine también (y de Juanita también)
(hey, man!!!!!!!!!!!!!)
C
on el fin de no ser acusados con total justicia de maniqueos y panfletarios, damos paso a la candidez de Kiriaki Cristoforidi (Iraklio, Creta, 1976). Kiriaki, también conocida como Nico, es licenciada en Filología Griega por la Universidad de Creta y en Teatrología por la Universidad de Atenas. También, ha seguido cursos de fotografía e historia del cine y ha estudiado idiomas (inglés, francés, alemán y castellano). Actualmente vive en Barcelona donde da clases de lengua y cultura helénica, y al mismo tiempo está cursando un programa de doctorado sobre literatura hispánica en la Universidad de Barcelona. En 1998 en un centro social okupado, en Rézymno, empezó a interesarse por el teatro de sombras tradicional de Grecia y Turquía llamado “karagiosis”. Es un género cómico que (casi) siempre desliza una mordaz crítica social. Desde el 2006 es la dinamizadora de un programa de investigación y creación sobre este género. En este cuento mínimo, la protagonista parece rememorar, desde alguna clorada piscina cubierta tal vez situada en el barrio de Sant Antoni, el vinoso ponto de las hermosas islas griegas.
NADANDO
La piscina de mi barrio tiene azulejos azules. El azul de los azulejos de la piscina de mi barrio es azul celeste. Estoy nadando en la piscina de mi barrio, soñando el mar. El mar no tiene azulejos. El mar es azul marino. (2004)
V
olvemos de las remojadas vacaciones abandonando los noctívagos mundos vaporosos de la desbocada lírica, y nos hacemos eco en estas páginas del “Manifiesto por la Lengua Común”, sancionado por intelectuales de la talla de Francisco Brines, Arturo Pérez Reverte e Iker Casillas. En efecto, la lengua antiguamente denominada castellana se encuentra amenazada tanto por alguna de sus hermanas lenguas romances como por otras incluso no indoeuropeas (caso del vasco o del tzotzil). Las librerías españolas redundan copiosamente de volúmenes de escritores como Gabriel Aresti, Bohumil Hrabal o Pere Quart (también llamado Joan Oliver) y es harto difícil encontrar las novedades en lengua española. Muchos de los sufrientes ciudadanos que deambulan perdidos entre rótulos callejeros en lenguas indígenas, que aguantan la sorna de dialectales funcionarios monolingües y que se niegan con ardor cristiano a que sus hijos sean escolarizados en lenguas eslavas, merecen un reconocimiento cuando no una recompensa. Aquí les dejamos una, en forma de poema de Vicent Andrés Estellés (Burjassot, 1924- Valencia, 1993), que cualquier malicioso podría pensar que de algún modo ilustra la asombrosa convivencia en armonía de las lenguas del Estado. La traducción al castilla de esta pieza del poemario “Pedres de Foc” (“Piedras de Fuego”) la realizaron Juan Elías Clemente y Olegario Fuente de Mora.
25 Me la mamabas hasta la cepa: tenías toda la boca llena, y con la lengua iniciabas ciertos movimientos y te pusiste más morada que otras veces: entonces te la saqué, y respirabas, y otra vez me la volvías a mamar y, extenuada, desististe: no podías más; y por el agujero de detrás, tú bien asida a la barandilla, inicié la penetración, que fue penosa, dolorosa y lenta, hasta que te la metí por completo, y así evoco los pelos de la entrepierna golpeando tus redondeces invictas.
P
ara continuar con nuestra misión de traducciones evangelizadoras de poetas majestuosos y lúcidos sin demasiada fortuna en nuestra lengua vulgar, tenemos el altísimo honor de presentar a nuestro público al caribeño Mervyn Morris (Kingston, Jamaica, 1937). Como no sólo de velocistas, de reggae y de marihuana vive el hombre (perdonen, el ser humano), Morris, profesor de literatura en la Universidad de las Indias Orientales en Mona desde 1966 hasta su jubilación en el 2002, demuestra en apenas unos versos que para inscribir un buen poema no hace falta leer a Virgilio ni a Paracelso ni citar obsesivamente a Cioran y a Roland Barthes (a veces sí, si lo que le excita a uno es la intertextualidad y el postestructuralismo).
SOY EL HOMBRE Soy el hombre que construye su casa en la mierda Soy el hombre que vio cómo la demolíais Soy el hombre sin domicilio fijo Seguidme ahora Soy el hombre que no tiene trabajo Soy el hombre que no tiene voto Soy el hombre que no tiene elección Escuchadme ahora Soy el hombre que no tiene nombre Soy el hombre que no tiene casa Soy el hombre que no tiene esperanza No tengo nada Soy el hombre que afila el cuchillo Soy el hombre que fabrica la bomba Soy el hombre que empuña el arma Estudiadme ahora (traducción de S. Meckled & H. Arnau)
C
itamos ahora, en plena desesperación ideológica, a nuestro amigo micro-cuentista Eduardo Gómez Gea (Valencia, 1970) que aporta una hermosísima biografía que nos resistimos a censurar. Dice así :“1970. Nace como quien no quiere la cosa; su madre lo observa y adivina en él un gran futuro. Nada más lejano de la realidad. 1987. Finaliza los estudios de bachillerato y cree que la vena artística se apodera de él. Es entonces cuando decide apuntarse a una escuela de arte dramático y tras medio año de lecciones sin haber pagado una sola mensualidad, pide permiso en medio de clase para ir a hacer pis y se convierte en contable. 1990. Tras visionar “Delitos y Faltas” en la sesión nocturna del Cine Gran Vía, vaga sin rumbo por la ciudad hasta que es encontrado por una pareja de la Benemérita. A partir de ese preciso instante, la cinematografía le engullirá inmisericordemente. 1995. Funda “El Tornillo”, bar seminal de la escena musical valenciana, y se convierte, verbigracia, en ‘El Ombligo Del Pop’, pincha discos de escasa repercusión pero de indudable talento para hacer mover el esqueleto. 2002. Harto de cuentas y falto de certezas, emprende un periplo por Irlanda y Escocia que le lleva a encontrarse a sí mismo, además de a Omar Shariff en un aeropuerto. El célebre actor parece no reconocerle. 2004. Vuelve y empieza a escribir guiones de forma compulsiva, no siempre con malos resultados. 2005. Rueda su primer cortometraje, “Frisbee (eso que se tira)” que recibe elogiosas críticas por parte del actor principal y de un amigo muy cercano. 2006. La desazón sentimental y la conciencia de la levedad de sus actos eclosionan un buen día en su vida y la prosa encerrada en él comienza a brotar continua y solemnemente en forma de pequeños relatos, fragmentos de lo cotidiano que ahora tenéis en vuestras manos. Disfrutadlos, se lo merecen.” Aventamos al viento de poniente estas tres perlas de nuestro amigo.
El agricultor vio que las peras, ya muy maduras, no caían del árbol, rápidamente avisó a todo el pueblo, decidieron darle con una vara hasta que diera algún nombre, nada; las peras cayeron, pero el agricultor no soltó prenda, esto viene y va como los trenes metálicos, dijo el hijo del alcalde que además era lateral derecho de no sé dónde. Finalmente todos los cestos se convirtieron en canastos y nadie se dio cuenta, sólo una mujer que al llegar a casa vio que se había dejado el grifo del agua abierto y exclamó ¡cestos!
Llegó el día señalado, el aniversario se iba a celebrar, no eran pocos años, nadie sabía su edad exacta, cuando le preguntaban siempre respondía que lo mejor para el frío era no tenerlo, entonces la gente del pueblo calculó que tenía entre trece y noventa y tres y las plantas del pueblo dijeron que debía tener treinta y nueve aproximadamente. Un geranio carterista sabía su edad concreta pero no la dijo para no tener que explicar que le había robado la cartera. Y así llegamos a la riada de 1822 en la que los únicos dos supervivientes ya habían muerto hace mucho.
De tanto subir y bajar escaleras había desarrollado unas enormes ganas de aprender geología, fue por eso que mientras se iba estaba más lejos del sitio de antes, ¡rápido! Tírate al suelo y rueda, dijo el dueño de todas las llaves inglesas de la comarca, sin duda alguna se refería a la tarifa anterior pues desde entonces ya nada fue lo mismo, sin contar al hombre del mar, que seguía nadando al lado de los tiburones creyendo que eran inofensivos, y lo eran pero tenían un hambre tremenda, y así fue como nadie más se acercó a aquella casa abandonada.
Y
para dar ya muerte infinita a nuestro primigenio número después de este atracón de hermoso sinsentido, propondremos unos versos de un poeta chileno cuyo nombre desconocemos (este breve poema fue leído, en extrañas circunstancias, por uno de nuestros miembros en un piso de la calle Casp, en Barcelona). Quien nos pueda aportar datos sobre el autor de esta descarnada declaración, ganará un inmenso lote de cervezas pagadas por redacción, una efímera amistad condicionada, una suscripción a Bostezo por un año y un mapa del parque temático que están construyendo los yanquis en la antiquísima ciudad de Ur. ¡Todos a concursar, primos! ¡Suerte y agur!
SOLO Has vivido al revés de tu destino. Te ofrecieron amor y no quisiste; fortuna y gloria, y preferiste el vino de la sabiduría, que es tan triste. Y ahora, al final de tu camino, buscas a Dios, que sabes que no existe.