REVISTA DE ARTE Y PENSAMIENTO
Año 2
Nº 6
www.revistabostezo.com México 80 Pesos | UE 7 € | GB 6.5 ₤ | Argentina 30 Pesos | Guatemala 60 Qtz | Perú 30 N Soles | Brasil 25 Reais | USA 7.5 $ | Tinduf 150 Drs | Uruguay 200 Pesos | Cuba 4 CUC | Colombia 50.000 Pesos 2º TRIMESTRE
Dossier
Psicogeografía y derivados ENTREVISTAS CON MARC AUGÉ Y RICHARD STALLMAN / ARTEFAGIA EN CHINA / escondrijos de ciudad / GEOGRAFÍAS DEL MORBO
6.00 €
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Primer premio /escondrijo de a coruña. Adrián López.
cONCURSO FOTOGRÁFICO
Escondrijos de ciudad Finalista /escondrijo de salvador de bahía. Joan Gómez.
Director: Walter Buscarini (http://walter-buscarini.blogspot.com) Editor: Paco Inclán (editor@revistabostezo.com) Director de arte: Enrique Ferrando (arte@revistabostezo.com)
Redactor-Jefe: David Barberá (redaccion@revistabostezo.com) Producción gráfica: Sergio Inclán y Montse de Mateo (www.artefagia.com) Editor literario: Héctor Arnau Mesa de redacción: Laura Domingo, Albeliz Córdoba, Sonia García, Quique Falcón, Ausiàs Navarro, Itziar Castelló, Jesús González, Javi Llorens, Carlos Madrid, David Moya, Alejandro Morales, Alfonso Moreira, Pablo Santiago, Eduardo Romaguera, Inés Plasencia y Paqui Santos Equipo fotográfico: Eva Máñez, Laura Sánchez, Elisa García, María Sainz y Martín Martínez Club de artistas: Javi Altabert, Aracely Kennedy, Esteban Hernández, Sergio Luna, Marta Pina, Po Poy, Juanvi Martínez, Dani Sanchis, Irene Fenollar, Riccardo Maniscalchi, Mik Baro, Mª José Reche, Gloria Vilches, Martín López y Clara-Iris Ramos Psicóloga: Eva Vives Correctora: Sonia Vives Departamento de souvenirs: María Ferrando Logística: Carmen Cervera Colaboradores/as: Poncho Martínez, Silvia Nanclares, Fermín Alegre, Pilar Pedraza, Arturo Castelló, Vicente Chambó, Nacho Messeguer, Olga Esther, Miguel Morata, Eloy Fernández Porta, Santiago Alba Rico, MacDiego, Kiko Amat, Ignacio Echevarría, Ester Giménez, Nacho Moreno, Javier Reguera, Epo, Nacho Fernández, Víktor Gómez, Miguel Brieva, Guillermo López, Alicia Martínez, Paco Arroyo, Erika Jordán, David Moreno, Abelardo Muñoz, Laura Navarro, Jaime Ortega, Miguel Brieva, Eugeni Machancoses, J. J. Pérez Benlloch, Vicente Ponce, Ángela Sánchez de Vera, Dildo de Congost, Rogelio Villarreal y María José Vizcarro Consejo editorial: Suscriptores/as de Bostezo EDITA: Asociación Cultural Bostezo DIRECCIÓN: Calle Santa Teresa, 26. 46110, Godella (Valencia). España
EDITORIAL
Ilustración de Irene Fenollar
Diseñador: Andrés García (www.setembre.es)
¿POR QUÉ PSICOGEOGRAFÍA?
E
l concepto cayó en gracia en el hirsuto equipo de redacción de Bostezo, por esa curiosidad que suelen provocarnos aquellos términos que proponen imbricadas dobleces de pensamiento, como afro-chino, tecno-alquímico o ‘rururbano’. Por eso solo por eso escogimos la psicogeografía como tema central del dossier de este número. El término había sido acuñado por Guy Debord, autor de La sociedad del espectáculo, en el seno de la Internacional Situacionista (I.S.), considerada en algunos cenáculos artísticos como la última vanguardia del siglo XX. La psicogeografía explicaba Debord supondría el estudio de los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas. Posteriormente añadiría que el concepto guardaba una amable vaguedad y reconocía las dificultades de la praxis situacionista. Así que, aprovechando la laxitud del concepto, decidimos darle alguna forma, cualquiera de ellas. La práctica de la psicogeografía se ejerce principalmente a través de las derivas, paseos sin rumbo llámenlo deambular o vagar o errar con los que se pretende recoger las experiencias y los cambios ambientales que pueden ocurrir durante improvisados recorridos por las ciudades. Los situacionistas abogaban por perderse como forma de dejarse sorprender e influir por los distintos acontecimientos surgidos durante sus derivas. Era su forma de analizar el urbanismo y el espacio público de una manera transgresora, explorarlos desde sus lados ocultos, diagonales o aparentemente intrascendentes. La mayoría de las veces sus conclusiones quedaban en las barras de los bares; en las menos, anotadas en enrevesados mapitas más estéticos que concluyentes. La ciudad situacionista de Constant una urbe a escala planetaria móvil y nómada, apoyada sobre ruedas que permitieran su continuo desplazamiento puede ser considerada la representación emblemática de su propuesta.
SUSCRIPCIÓN: suscripcion@revistabostezo.com PUBLICIDAD: publicidad@revistabostezo.com TELÉFONO: 628 135 042 IMPRESIÓN: La Gráfica (www.lagraficaisg.com) DISTRIBUCIÓN: Sendra Marco, Traficantes de Sueños, Belleza Infinita y revistabostezo.com IDENTIFICACIÓN Bostezo no se identifica necesariamente (pero a lo mejor sí) con la opinión de los autores y las autoras de los textos publicados. © TODAS las obras publicadas pertenecen a sus autores/as. VISITA EL BLOG walterbuscarini.revistabostezo.com AÑO: 2011 ISSN: 1889-0717 DEPÓSITO LEGAL: V-4401-2008
Malos tiempos para perderse
Cuando se cumplen cuarenta años de la disolución de la Internacional Situacionista, la psicogeografía y sus subyacentes derivas se enfrentan a un replanteamiento obligado por la aparición de los GPS, el Google Maps y los dispositivos móviles, que hacen que el acto de perderse tenga un riesgo añadido: que te tomen por imbécil. Por desgracia, y con este dossier nos unimos a la larga lista de culpables, las propuestas situacionistas han sido ensalzadas por el mismo mundillo artístico que ellos tantas veces negaron y pretendieron superar. Sus postulados de ingenuas aspiraciones subversivas han sido asimilados en su forma más light y complaciente por museos, galerías, artistas y proyectos financiados por entidades bancarias. Debord y sus compinches acabaron absorbidos por el mismo sistema espectacular que denunciaron en sus textos más corrosivos. Recogiendo el malogrado testigo de aquellos obstinados borrachines, cultos de buen verbo, con Psicogeografía y derivados hemos querido adentrarnos en la relación que como seres humanos establecemos conscientemente o no con nuestro entorno: cómo lo identificamos, lo transitamos, lo imaginamos, lo modificamos o lo estigmatizamos a través de la subjetividad radical que aplicamos a cada espacio que habitamos o recorremos. Solo eso, nada más. Disfruten del paseo. Y no se preocupen si se pierden: se trata precisamente de eso.
Sumario
Diseño de portada: Aitana Carrasco Inglés, 2011 RETROVISOR 04. I wish you weren’t here, Inés Plasencia 06. Drogarse no es consumir, Juan Mal Herido 07. El primer cuentamangas, David Taranco 08. Lecturas para bostezar, Daría Barbate 10. Los Ángeles sin Hollywood, Laida Lertxundi 15. Escondrijos de ciudad, Revista Bostezo y colectivo Artefagia 16. Sombreros o el puñetero servidor del lápiz, Abelardo Múñoz 18. Con k de Bankia, Walter Buscarini
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PLATICANDO... 12. Richard Stallman, Revista Bostezo 52. Marc Augé, Ester Giménez Beltrán BOSTEZO VISUAL 36. Artefagia en China, Sergi Inclán (fotografías) PENSAMIENTO EN ACCIÓN 59. Psicogeografía en el metro, con Desayuno con Viandantes, Superville y SETEM BATISCAFO 65. Suplemento literario. Nº6
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puntos de venta de la revista bostezo Alacant: 80 mundos. Alcoi: Exlibris. Alcúdia: L´Esplai. Algemesí: Samaruc. Alginet: Sambori. Alzira: Xuquer. Barcelona: Laie- Pau Claris, Laie-CCCB, La Central-El Raval, La Central (c/Mallorca), Aldarull, Cap i Cua, La Ciutat Invisible. Benicàssim: L´Ambit. Benicarló: Grévol. Bilbao: Anti-liburudenda, Gataska. Burjassot: Rayuela, Burjassot. Canals: La Parra. Castelló: Babel, Argot, Plàcido Gomes. Ciudad Real: Subtexto. Dénia: La Mar, Públics. El Perelló (Tarragona): Canigó. Elx: Ali i Truc. Gandia: Ferrer, Gavina. Godella: La Biblioteca Bar y Kiosko La Estación. Granada: Bakakai. Huesca: Anónima León: Elektra Cómics. Logroño: Castroviejo Librero. Madrid: Traficantes de Sueños, Laie-Caixa Forum, Arrebato, Pantha Rei, Marabunta, Paradox, Muga, Enclave de Libros, Visor. Málaga: La Casa Invisible. Oliva: La Fona. Ontinyent: La Llibreria. Oviedo: Cambalache. Palma de Mallorca: Literanta, La Casa Tomada. Pamplona-Iruña: Hórmiga Atómica. Port de Sagunt: El Puerto. Picassent: Odisseu. Santander: La Libre. Santiago de Compostela: Pedreira. Sagunt: Tres en ratlla. Sevilla: La Fuga, Un Gato en Bicicleta. Sueca: Sant Pere. Terrassa: Ateneu Candela. València: Dadá, Futurama, Slaughterhouse, Arte&Facto, El Dorado, Primado, Viridiana, Railowsky, Soriano, La Traca, Ramon Llull, Tirant Lo Blanc, Kiosko España, Espai Visor, L´Iber, Intertécnica-Politécnica. Vila-real: Ausiàs. Vinaròs: Obreda. Vitoria-Gasteiz: Zapateneo, Zuloa Irudia. Xàtiva: La Costera. Zaragoza: Cálamo, Antigona, La Pantera Rossa. Pedidos y distribución: editor@revistabostezo.com
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Marco Pardo: www.marcopardo.com Eduardo Romaguera: www.eduroma.com Olga Esther: www.olgaesther.blogspot.com Artefagia: www.artefagia.com Po Poy: www.popoyplon.blogspot.com Samuel Domingo: www.samueldomingo.com M. G. Burns: www.mgomezburns.blogspot.com Chris Jordan: www.chrisjordan.com Fernando Vicente: www.fernandovicente.es Pepe Miralles: www.geografiasdelmorbo.net Superville: www.superville.blogspot.com
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DOSSIER: PSICOGEOGRAFÍA Y DERIVADOS 21. La catedral y el aeropuerto: la lucha contra el cuerpo, Santiago Alba Rico 24. Midway, el plástico y los albatros, Manuel Maqueda 26. Esta casa es una ruina, Dildo de Congost 30. Manzanas podridas en puertos hanseáticos de poniente, Héctor Arnau 33. Psicogeografía del futuro, Jorge Carrión 38. Decir la calle y no callar, David Pérez 40. Casas vacías, gente a la calle, Proyecto áSILO (José Milara) 42. Se llama pasear, Guy, Kiko Amat 44. Geografías del morbo, Pepe Miralles 47. Una patria a su gusto, Carlos Jimen 50. Psicogeoqué?, Pau Rausell 56. La conspiración de los tecno-paseantes, Nacho Moreno 62. Los no-lugares: el nuevo ecosistema, Raúl Minchinela
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COLABORACIONES Esta revista ha recibido una ayuda de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, para su difusión en bibliotecas, centros culturales y universidades de España, para la totalidad de los números del año 2011.
Para la impresión de este número, la Asociación Cultural Bostezo ha recibido ayuda económica de la Concejalía de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Godella, a través de la convocatoria de subvenciones a asociaciones locales.
letras
Drogarse no es consumir El sistema de los objetos, Jean Baudrillard. Ediciones Siglo XXI, 1979. Juan Mal Herido www.lector-malherido.blogspot.com
L
a lista de la compra que ofrezco a continuación incluye un ítem anómalo: digan cuál. ‘Actimel, cocaína, yogures, leche, chorizo, Kit-kat’. No, no era Kit-kat. No, no era chorizo. En fin: coca. La cocaína nunca se apunta. Tenemos buena memoria para lo que nos interesa, y por eso las drogas nunca se incluyen en una ‘lista de la compra’. Tampoco se venden en el súper (ni siquiera en el Lidl por ese tipo que te abre la puerta); nunca salen en los spots de tías buenas de la tele; nunca ocupan la contraportada de El País Semanal. Sin embargo, ‘consumo de cocaína’ es un sintagma recurrente en las monsergas estatales, las estadísticas europeas y algunas conversaciones estiradas. Se dice que el consumo de cocaína ha subido o ha bajado este año, que el consumo de cocaína es el principal problema de los jóvenes españoles o de los gerentes de sex-shops; que se van a hacer grandes cosas contra el consumo de cocaína. Basta leer El sistema de los objetos, de Jean Baudrillard, para entender lo siguiente -que es crucial para entender nuestra vida: el ‘consumo de cocaína’ no existe. Existe la cocaína. Existía esa raya de cocaína que me he metido hace quince minutos para escribir esta mierda. Existirá Colombia por largos años en la parte más perfumada de los mapas. Sí, no lo niego. Pero no existe, en puridad, el ‘consumo de cocaína’. Los objetos a los que se refiere Jean Baudrillard en este estupendo ensayo son las cosas de Perec con el precio colgando: la televisión, el coche, las cortinas. Pero también el Actimel y el chorizo. Estos objetos, de obsolescencia programada o caducidad manifiesta, forman un código social que todos entendemos y difundimos. Puede decirse que hablamos chorizo y charlamos Actimel, que denotamos yogures y rotuladores. Basta subir en un transporte público para darse cuenta de que la mayoría de la gente no tendría nada que decir si antes no hubiera comprado algo. Baudrillard nos enseña que los objetos de consumo son signos y que forman un sistema semántico que utilizamos para construir nuestra identidad ante los demás. Y para reconocer la identidad de los otros. Los objetos más valorados son los que admiten una evolución técnica. Si un objeto no evoluciona, deja de consumirse o pasa a ser una reliquia, ‘el exotismo del objeto primitivo’. La fascinación por los automóviles, los ordenadores y la Blackberry procede de que su automatismo e independencia nos los configuran como casi-humanos. Lo que no dice Baudrillard es que muchos teléfonos móviles son más autónomos e independientes que muchas exnovias. La publicidad, apunta el sociólogo, no busca informar de las características del producto, sino proponer en la ubicuidad de sus manifestaciones (anuncios en televisión, en páginas webs, en marquesinas de autobús) dos evidencias paradisíacas: vives en libertad (que es la libertad de comprar) y trabaja-
mos por tu integración en la sociedad. Consumir, por lo tanto y en cursiva, es elegir pertenecer. Resulta irónico que las ideas de Baudrillard hayan envejecido mejor que los productos de moda que pone como ejemplo; muchos de ellos ni siquiera existen ya. Que las ideas sigan funcionando al cabo de los siglos mientras que un miriñaque o un gramófono no sirvan a partir de determinado momento ni para señalarlos con el dedo me hace feliz. También es verdad que muchas otras ideas desaparecen antes que la tinta en una entrada de cine, pero eso también me hace feliz. Baudrillard estableció en 1968 en este ensayo las claves del consumismo y apenas dejó un resquicio para pensadores posteriores. Los franceses lo han pensado siempre todo del derecho y del revés, y por eso en España ‘pensar’ ha llegado a significar ‘aplaudir al francés’; porque nadie en España tiene nunca ninguna idea que no haya tenido antes un francés. Tampoco nadie en España ha follado nunca de una manera que no haya follado antes un francés. Somos un país al que Francia le hace falta para pensar y para desvirgarse. Lo que no dice Baudrillard, sin embargo, y Foucault no tuvo tiempo de analizar, y por eso lo tengo que hacer yo, es que el ‘consumo de cocaína’ ha de considerarse en rigor como anticonsumo. Porque la cocaína, como producto, no evoluciona. Nació perfecta. Uno de sus seudónimos, ‘nieve’, tiene más que ver con esa perfección que con la burda similitud a primera vista. Además, la cocaína no hace publicidad y, desde luego, no admite quejas del consumidor a no ser que el consumidor sea negro y bastante musculado. Mientras que los yogures quitan y ponen vitamina C y nueces, la coca sigue siendo la misma y no por eso ha dejado de ser demandada. Esto quiere decir que la cocaína no se consume, que no forma parte del mercado según lo conocemos, sino de tiendas paralelas y abstractas que no participan de las estrategias de toxicidad intelectual de los colmados habituales en nuestras transacciones. Podemos afirmar que drogarse no es consumir en virtud de que nadie mira el precio de la droga, y además ese precio se paga con sumo gusto. Tampoco se atiende al hecho de que pueda haber sido fabricada por niños explotados; no importa mucho el diseño de su envoltorio, ni la ausencia en él de un sello con la fecha de caducidad. Además, la droga es el único producto que dispone de una anticampaña publicitaria: la que hace el Estado para disuadir de su consumo, amén de las leyes que la prohíben. Un producto que se consume masivamente cuando todo un aparato administrativo aconseja que no se consuma es un producto que no se consume: se vive. Y eso es sin duda una buena cosa. Algo sano. Algo que nos mejora como personas y nos libera del afán adquisitivo.
Ilustración de Jorge Parras 6 | retrovisor |
cómic
El primer cuentamangas David Taranco (texto y fotos) Corresponsal en Tokio
E
n Japón hay un personaje peculiar que se gana la vida leyendo mangas a los viandantes. Viñeta por viñeta va narrando la acción con diferentes voces, sonidos guturales y chasquidos de la lengua, acompañados de gestos faciales y algún que otro aspaviento con los brazos. Es una especie de cuentacuentos que ha cambiado las fábulas y las leyendas infantiles por las aventuras de Dragon Ball, Doraemon o Evangelion. Rikimaru Toho es el nombre artístico del primer y único cuentamangas de la historia. Su aspecto desaliñado y esquivo le ha convertido en una figura inconfundible en Tokio. Luce una larga melena, resultado de nueve años sin cortarse el pelo, una barba poblada y unas gruesas gafas de pasta. Alrededor de la cabeza lleva anudada una toalla blanca como si fuera un pañuelo. Siempre viste una camiseta roja, una cazadora vaquera y unos jeans. En lugar de zapatos calza unos tabi, una especie de calcetines de lona con suela, propios de los obreros de la construcción en Japón. Tres noches a la semana Rikimaru se instala en una de las salidas de la estación de tren de Shimokitazawa, y los fines de semana pone su puesto ambulante en el parque de Inokashira. Llega en bicicleta cargado con su colección de mangas que extiende sobre el suelo con rigurosa meticulosidad. Al lado coloca un bote de miel con jengibre para suavizarse la garganta entre lectura y lectura, y unos caramelos que regala a su público, no más de dos o tres personas a la vez, cuando termina la función y recibe su gratificación. El precio por una historieta son cien yenes -algo menos de un euro-, aunque algunas personas le dan algo más o, los que ya lo conocen, le traen una bolsa de arroz, lo único que prepara en su casa, o cualquier otra cosa que se pueda comer sin necesidad de cocinar, como galletas o latas de conserva. Rikimaru es un tipo modesto y sin ambiciones de ningún tipo. Reside en un apartamento sin baño de apenas quince metros cuadrados en el que se apilan, junto a un futón, centenares de mangas carcomidos por la abrasión solar, el viento y la lluvia. No tiene amigos, no tiene novia, vive apartado de su familia y no posee más afición que la lectura y la música. Así se comprende que pueda sobrevivir en
Tokio con el fruto de sus cuatro días de trabajo más alguna aparición esporádica en anuncios de publicidad o como extra en películas. Él no se inmuta cuando se le recuerda el salario medio de un japonés de su edad. Cuando terminó el bachillerato Rikimaru era un chico timorato y solitario que soñaba con encontrar una vía de comunicación con la gente para expresar sus sentimientos. Después de un año de reclusión en su casa, víctima de una depresión juvenil, quiso vencer su timidez haciéndose cantante de folk. No lo consiguió, pero enseguida buscó otro camino y decidió convertirse en actor de doblaje de películas de animación. Sin embargo, un día asumió que tampoco lo lograría. Encontró entonces una original forma de expresión: sería el primer cuentamangas del mundo. Como parte de su entrenamiento para ser actor de doblaje, Rikimaru leía mangas en voz alta en su habitación. ¿Por qué no hacerlo delante de lwa gente?, se preguntó una mañana y salió de casa con un par de cómics debajo del brazo en dirección de la estación de Chigasaki. Allí tuvo lugar su primera actuación. Nadie le prestó atención, pero eso no impidió que volviera al día siguiente. Así estuvo seis meses, compaginando esta actividad con ocupaciones a tiempo parcial hasta que consiguió un empleo fijo en un local de karaoke, que tampoco duró para siempre. Después de siete años de vaivenes laborales, Rikimaru optó por dedicarse en exclusividad al oficio de cuentamangas. Una noche de otoño se plantó frente a la estación de Shibuya, una de las más transitadas de la capital. Ocho años después, aún recuerda el sonido de la primera moneda que cayó en el bote en el que guardaba sus ganancias por aquel entonces. Ahora simplemente se mete el dinero en el bolsillo. Este, quizás, es el único cambio que ha habido en su puesta en escena, aunque reconoce también que con los años va venciendo su timidez. Dice que su mayor satisfacción es precisamente haber podido establecer un canal de comunicación con la gente a través de los cómics. ¿Su sueño? Su sueño no es más que poder seguir contribuyendo a la difusión del manga con una perseverancia indolente y audaz al mismo tiempo. Hasta que el cuerpo aguante.
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LETRAS
Con k de Bankia Un magnífico caso de ‘recuperación’ Walter Buscarini www.revistabostezo.com
E
l capitalismo se atreve con todo1. Es capaz de adoptar en su seno al mismo enemigo que le escupe, le niega, le cuestiona. Sucede con el Che Guevara, con los Sex Pixtols, con los iconos zapatistas, con términos como ‘alternativo’, ‘ecológico’ o ‘underground’, con la bandera cubana, con el mismo movimiento situacionista. Solo Al Qaeda, Kim Jong-il y Héctor Arnau parecen escapar por ahora de la abducción capitalista. Debord y los suyos lo llamaban ‘recuperación’ lo contrario que détournement2 definido como la posibilidad de que ideas subversivas y sus representaciones pudieran ser incorporadas a las lógicas dominantes que obedecen al capitalismo. La estrategia para esto es despojarlos de contenido y adaptarlos al sistema mercantilista. Como la k de Bankia. Poco sabemos de la k: de supuesto origen fenicio (y ensalzada por los griegos), undécima letra de nuestro alfabeto, no queda claro si nos pertenece del todo o solo se emplea para palabras de origen foráneo, tales como koiné, kamikaze o kiwi. En los últimos años, la academia aconseja su progresiva sustitución por la c o la q, como en quilo, Iraq o quiosco (tal vez la palabra con más grafías en castellano: quiosco, kiosko, kiosco, ‘quiosko’). El lenguaje aplicado a los SMS de la telefonía móvil donde los ‘que’ son ‘k’ y los ‘quien’ son ‘kien’ y la plena asunción en castellano de los anglicismos O.K. y K.O. representan los estértores de la siempre asediada k. Se trata pues de una letra exótica, casi alóctona, con un pie siempre fuera de la ortografía castellana. Su sonido se define como obstruyente, oclusivo, velar y sordo. No entiendo mucho de sonidos de letras, pero todos estos adjetivos se me antojan oscuros, desquiciantes y desconcertantes. Ante el rechazo 'oficial' de la k en nuestra gramática, son los movimientos subversivos en su mayoría de procedencia ‘adolescentoide’ los Interesante ampliar esta frase con la lectura en diagonal de Rebelarse vende, de Joseph Heath y Andrew Potter. La antítesis de la ‘recuperación’: apropiarse de algún objeto creado por el capitalismo o el sistema político hegemónico y distorsionarlo para producir un efecto crítico.
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que la recogen para emplearla como forma de expresar disconformidad con el sistema imperante. Empleada en palabras como okupación, radikal, kalimocho o Vallekas (el travieso barrio madrileño); eslóganes como ‘Mili KK’; movimientos como el punk o el rock de bandas irredentas (al menos en apariencia) como Eskorbuto, El Último Ke Zierre o Benito Kamelas. ¿Quién no ha tenido un amigo/a rebelde en el instituto que se hacía llamar Kike, Óskar o Klaudia? Si a ello le unimos que la k es la letra por antonomasia del euskera, ya la hemos liado parda: la k está bajo sospecha, acusada de colaborar con movimientos corrosivos de naturaleza insurrecta. Al mismísimo Sabino Arana histórico vascuence culpable, según el nacionalismo español, de todos los males procedentes de sus vascongadas se le ha acusado, entre otras 'aberraciones', de introducir la ‘malvada’ k en el euskera (¿no os da miedo verla escrita en kale borroka?), como si alguien tuviese que defenderse de introducir letras en los alfabetos. Sin embargo, fuentes más acreditadas aseguran que la k fue introducida en el euskera a finales del siglo XVIII, mucho antes
del nacimiento de Arana. También la universal figura de Kafka y el inquietante señor K., protagonista de El proceso contribuyen a ese aire misterioso y desasosegado de la letra k. El adjetivo kafkiano perfectamente podría ser definido como obstruyente, oclusivo, velar y sordo, ¿no? Pero he aquí que, en pleno descrédito global de los entes financieros, se gesta un banco, resultante de la fusión de dos cajas, que en su campaña para captar accionistas decide emplear la k en sus anuncios. Imagino que sus asesores en mercadotecnia la escogerían por la imagen rebelde y juvenil que transmite. Una ‘recuperación’ como la copa de un pino para captar al cliente despistado, capaz de confundir un banco con una entidad chachi y molona. “Hace unos años kerías kemar bankos, ahora keremos k te hagas bankero”. Les faltó decir “solo son mil pavos”. La k de tintes subversivos transformada ahora en icono modernete, guay, buen rollito, hermano. Estos señores le echan tanto morro que es para quitarse el sombrero. Tenemos mucho que aprender de ellos. ¡Bankia, olé tus kojones!
Ilustración de Fernando Vicente
dossier
dossier: PSICOGEOGRAFÍA Y DERIVADOS
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Coordina: CLARA-IRIS RAMOS
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La catedral y el aeropuerto: la lucha contra el cuerpo Por Santiago Alba Rico ilustraciones de Riccardo Maniscalchi
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l espacio es sin duda una condición, pero también una decisión. No es el vacío que queda cuando se han descontado todos los cuerpos que lo pueblan sino, al contrario, el aura o hueco que se revela entre ellos y que al mismo tiempo les impone sus complexiones y sus posturas. El espacio es cosa de dos, y allí donde solo hay uno -el eremita en el desierto, el insomne en su cama o Dios volando por encima de las aguas antes de la creación-, no cabe nada, ni siquiera el propio cuerpo, que coincide con los límites del universo, como coinciden los límites del molusco con los de la valva que lo encierran. Por decirlo de algún modo: nos reunimos para que haya sitio; nos juntamos para dejar lugar. Todo espacio es un espacio ocupado. Todo espacio ocupado es un espacio liberado. El ataúd, involución del hombre al mejillón, retroceso del alma a almeja, es la negación al mismo tiempo del cuerpo y de su espacio. Poética del espacio
En 1957, el científico y filósofo Gaston Bachelard escribió un libro memorable, La poética del espacio, en el que repasaba las imágenes más potentes de la intimidad espacial. A Bachelard le interesaba en este caso el trabajo de colonización individual de los recintos cerrados, las representaciones con las que la imaginación puebla los interiores protegidos o, como él mismo dice, el repertorio de “los espacios felices”. Su estudio de ‘topofilia’ se ocupa menos de los confines levantados por la geometría y la arquitectura contra la inmensidad exterior que de la actividad vital desarrollada dentro de ellos; menos de las barreras y muros de contención que “del ser que se concentra en el interior de los límites protegidos”. La felicidad, el bienestar, la memoria, la familiaridad ansiolítica, la introspección, la intensidad, la realidad ontológica están atadas por una raíz poética a espacios subjetivamente elaborados, excavados desde hace siglos por la imaginación humana, al menos por la imaginación occidental: la casa, el cofre, el cajón, el armario, el nido, la concha, el rincón. Todos esos espacios, a su vez, nos conducen a ciertas representaciones del cuerpo y a los verbos que las describen: agazaparse, acuclillarse, acurrucarse, acciones mediante las cuales los cuerpos, por así decirlo, interiorizan el exterior; se adaptan al medio al mismo tiempo que lo cargan de vida humana. Agazaparse, acuclillarse o acurrucarse son verbos notoriamente espaciales -el trabajo de ajustar los propios límites a los del recinto ocupado o el de reducir los límites del espacio a los del propio organismo en contracción-, aunque pueden también reconducirnos, en lugar de a la casa o al nido, a la celda de aislamiento, a la cámara de torturas o al quirófano. Un cambio de postura en la cama, como en las primeras páginas de En busca del tiempo perdido de Proust, puede abrir el vasto espacio
íntimo de la memoria; el dolor o el terror infligido en un sótano, por su parte, pueden plegar un cuerpo en la postura fetal de la intimidad yacente y el reposo satisfecho. La poética del espacio es en cualquier caso una fenomenología de interiores, una cartografía de paredes marcadas y huecos revividos: el cuerpo que define un territorio con sus secreciones y que al hacerlo separa del mundo, en un cuadrado, una intimidad universal. Metafísica del espacio
Por oposición a la poética del espacio, podemos concebir también una metafísica del espacio, en la que es la inmensidad exterior la que toma las decisiones, rechazando sin parar toda tentativa de ocupación. Son, digamos, las inmensidades naturales, cuyo repertorio puede reducirse a tres fundamentales: el desierto, el océano y el bosque. Fracaso y reclamo de la arquitectura, los cuerpos viven ahí los tres peligros extremos que amenazan su existencia. En el desierto, la amenaza procede de arriba, del cielo despellejado, sin tapa, vertiginoso, cuyo sol incandescente y solitario impide alzar la mirada; no hay nada más que él (no hay más sol que el sol) y la sombra inalcanzable del viajero que trata de escapar a su dominio. Quizás no es una casualidad que la interpretación religiosa de | psicogeografía y derivados | 21
esta inmensidad se llame monoteísmo, históricamente asociado, en efecto, al desierto egipcio del Sinaí. Luego tenemos el mar, desierto derretido -e invertido- en el que los peligros proceden de abajo, de esa masa líquida en perpetuo movimiento en la que desaparecen las piernas y el tronco del nadador, expuesto a ser absorbido en el abismo o arrastrado hacia abajo por una succión repentina. El barco se mantiene a flote por encima de un frenesí de vidas ciegas y terribles, cuerpos deformados por la oscuridad que se mueven mediante impulsos, restos de naufragios que revelan en un fogonazo la inhabitabilidad -la inhumanidad- del agua. No es una casualidad tampoco que Hermann Melville identifique el océano con los tormentos de la teodicea, disciplina que trata en vano de explicar el problema del Mal, o con el escándalo del ateísmo, carnoso, blanco, lleno de bultos, tan desprovisto de alma como una gran ballena. Lo Demasiado Grande de Arriba es un espíritu; lo Demasiado Grande de Abajo es una carne. Tenemos por fin el bosque, en el que los peligros -horizontales- provienen de la multiplicidad misma, de la autogénesis sin límite a ras de suelo. Retoños, brotes, líquenes, zarzas, una proliferación minuciosa de vidas particulares demasiado rápidas para el ojo, audibles en forma de chasquido o cuchicheo, pero inasibles, escurridizas, fugitivas. Tampoco es una casualidad que el bosque sea el hogar religioso del paganismo o del politeísmo, con su bullicio de criaturas supernaturales: sílfides, ninfas, sátiros, duendes, gnomos, trasgos, elfos y todas las huestes de la Demasiada Vida, incluidos brujas y súcubos, que no encuentran refugio entre los árboles sino que crecen al mismo tiempo que ellos para invadir y devorar la civilización. Política del espacio
La poética del espacio proporciona las imágenes del cuerpo entrometido; la metafísica del espacio las del cuerpo rechazado. Pero hay también una política del espacio a la que corresponde decidir, por su parte, los lugares privilegiados de la representación social, el recinto donde los cuerpos interiorizan los valores de una sociedad concreta y con ellos su propio valor individual. Todas las culturas construyen espacios artificiales en los que se imaginan a sí mismas como sistema; es 22 | psicogeografía y derivados |
decir, en los que materializan la ideología dominante, entendiendo por ideología -con Althusser- “la representación necesariamente imaginaria de las propias condiciones materiales de existencia”. En este sentido, viene al caso recordar la interesante clasificación que, a partir de esta definición, propone el filósofo marxista Étienne Balibar. Si toda ideología es una “representación imaginaria” y por lo tanto ‘engañosa’ de la base económica, las diferentes sociedades se habrían distinguido por su diferente manera de ‘engañarse’ a sí mismas. Así, el engaño propio de la Grecia clásica, en el periodo de la polis democrática, habría sido la política; el engaño propio de las sociedades cristianas feudales habría sido la religión; y lo paradójico de las sociedades capitalistas industriales es que su específica forma de engañarse -acerca de las condiciones económicas- es precisamente la economía. Habría que añadir que a cada una de estas formas específicas de ‘autorrepresentación’ corresponde un espacio físico privilegiado, foco de construcción y reproducción del imaginario social y fragua de los cuerpos normalizados. El urbanismo y la arquitectura son también ideología. Así, podríamos decir que el centro espacial de la polis griega era el ágo-
En el mundo mágico de las mercancías, donde nada se usa y nada envejece, los cuerpos se esfuerzan por parecerse a sus electrodomésticos y sus coches; son metonimias trágicas de sus propios artefactos que tratan inútilmente de reducir la carne y ampliar la imagen
ra, donde la igualdad ante la ley y la igualdad de palabra (isonomía e isegoría), reconocidas entre ciudadanos, iban acompañadas de una determinada inscripción del cuerpo en el espacio público. Frente a las mujeres y los esclavos, que permanecían ocultos en la ergástula y el gineceo y que solo podían salir vestidos a la calle, el ágora imponía la comparecencia de cuerpos desnudos, elaborados al margen del trabajo, en el gimnasio y en la guerra, que exponían ante la vista el sistema de proporciones por el que se regía la libertad política de la ciudad. Lo propio del espacio político es el cuerpo como revelación. Al espacio político del ágora responden las sociedades feudales cristianas con un centro espacial de carácter religioso: la catedral. Expresión de la desigualdad apabullante entre Dios y sus criaturas, prolongación y anulación de un orden jerárquico que cede ante la Muerte, el empuje por elevar las bóvedas, culminado con el arco ojival y los arbotantes del gótico, determina un esfuerzo proporcional por rebajar los cuerpos, toscas herramientas de un orden superior y obstinados estorbos para una felicidad más alta. Lo propio del espacio religioso es el cuerpo como obstáculo. En cuanto al capitalismo, entendido como régimen ‘destituidor’ de cuerpos y de cosas, su lugar ideal es el pasillo, por el que circulan permanentemente las mercancías, sustituyéndose unas a otras en un proceso de renovación que, como he escrito otras veces, no distingue entre cosas de comer, cosas de usar y cosas de mirar, pues las destruye (consume) todas por igual. El conjunto de todos los pasillos capitalistas se conoce con el nombre de mercado, dentro del cual, desde el principio, los cuerpos solo son el resto de una acumulación de riqueza abstracta. En el mundo mágico de las mercancías, donde nada se usa y nada envejece, los cuerpos se esfuerzan por parecerse a sus electrodomésticos y a sus coches; son metonimias trágicas de sus propios artefactos que tratan inútilmente de reducir la carne y de ampliar la imagen. Lo propio del espacio económico capitalista, como del bombardeo aéreo, es el cuerpo como residuo. Santa Sofía y la Terminal 4
La política, como reprochaban los persas a los griegos, se materializa espacialmente en un ‘agujero’: la plaza
pública. El contrario lógico de la plaza es el pasillo y una sociedad compuesta solo de pasillos -un mundo puramente alimenticio de mondos impulsos biológicos- debería ser incompatible no solo con la política sino con toda construcción arquitectónica. Pero el capitalismo tiene también sus propias catedrales fugaces, como todos los imperios que quieren proclamar la eternidad de sus fundamentos (aunque se trate, en este caso, de la eternidad del pasaje). Las construcciones arquitectónicas paradójicas del capitalismo son lo que el antropólogo Marc Augé llamó hace quince años ‘los no-lugares’, esos espacios de transición en los que solo es posible identificarse como consumidor. Pues bien, entre los no-lugares del capitalismo -pasillos de mercancías y de sus accesorios corporales- el que mejor señala la continuidad arquitectónica con el espacio religioso es el aeropuerto. Y ningún aeropuerto es más catedralicio ni expresa más depuradamente la ‘autorrepresentación’ de la sociedad mercantil que la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas de Madrid. Se construye una casa o un nido -poética del espacio- contra la metafísica de las intemperies sin límites. Pero las catedrales no se construyen contra la inmensidad, como refugio íntimo frente a la tormenta, sino con la convicción de que el universo mismo cabe en una de sus partes; y de que es posible agrandar el cielo. Santa Sofía, la catedral de Constantinopla, asombra ya desde el exterior: es como una gran araña que se aúpa -y se aúpapor encima de la ciudad o como un dios-bizcocho que se hincha sin parar en el horno del mundo. La impresión visual es de crecimiento, de inflamación y hasta de palpitación. Pero el milagro se produce al entrar. Porque en realidad, cuando se entra en Santa Sofía, uno tiene más bien la impresión de salir; se pasa de un mundo muy grande bajo el sol a un mundo mucho más grande bajo la bóveda central. En ningún desierto, en ningún océano, en ningún bosque se tiene la revelación de extensión, de vastedad, de altura que nos golpea en Santa Sofía; la inmensidad, como la intimidad, es también un interior y hay que entrar al exterior para sentirse
un poco más protegido. Bajo ese cielo más alto que el cielo, el cuerpo comprende cuanto hay de pecaminoso en su incapacidad de volar, en su necesidad de comer, en su afán de abrazar. Podría decirse que aeropuerto y catedral mantienen una relación con el cielo, pero eso sería poco más que una broma. Lo interesante de la Terminal 4 de Madrid es que, como Santa Sofía, trasciende materialmente los límites del universo; sus excesos arquitectónicos, funcionales a un mundo que no funciona, imponen una autoconciencia del cuerpo muy ajustada a la dinámica ‘destituidora’ de los mercados. Es catedral, pero es pasillo, y el tiempo que contiene no es el de la salvación del alma sino el de la espera inútil, el tiempo-basura de un cuerpo residual que no encuentra más justificación, mientras transita de un país a otro, que la que le ofrecen las tiendas libres de impuestos. Esa combinación de altura catedralicia y tiempo residual consumístico imponen una noción del cuerpo radicalmente religiosa: allí uno percibe su propio cuerpo como un freno a la evolución humana, como una excrecencia primitiva, como un síntoma de invencible subdesarrollo. Mientras la tecnología avanza, mientras en las pantallas se suceden las imágenes, mientras las salas inmensas de cristal y acero parecen a punto de despegar del suelo, el cuerpo es un atraso, nos mantiene siempre retrasados. El aeropuerto, como pasillo-catedral donde el capitalismo imagina su perfección, quintaesencia de la lucha tenaz del mercado contra los cuerpos. Podemos decir que, bajo el capitalismo, todo progresa salvo los hombres, y que por lo tanto el progreso mismo
del capitalismo excluye todo aquello que ha caracterizado históricamente las relaciones antropológicas entre los seres humanos. Hay que librarse de ellos. Los no-lugares son también no-cuerpos. El deseo circulante sin cuerpo es el motor mismo del mercado. Frente a él, hay que recuperar la poética del espacio, la metafísica de la intemperie, la política de las ágoras, donde los cuerpos, acurrucados o batidos por el viento, palabra contra palabra, puedan defender valientemente su mortalidad, proteger audazmente su imperfección y construir colectivamente su dignidad humana. Santiago Alba Rico es ensayista y escritor
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Midway, plástico y albatros por Manuel Maqueda Fotografía de Chris Jordan
E
n el medio del Pacífico hay una diminuta isla donde las aves y los humanos se mezclan en un ciclo de renovación y de búsqueda interior. Un lugar donde el medio de la nada se convierte no solo en el medio de alguna parte, sino en el corazón de todo. La isla de Midway tiene tres kilómetros de largo y apenas uno de ancho. Como su nombre sugiere (midway significa ‘a medio camino’ en inglés), este atolón se encuentra justo en el centro del océano Pacífico norte, a medio camino entre California y Japón; y entre Hawái y el Ártico. Midway es uno de los lugares más aislados y remotos del mundo. Sin embargo, para los nativos hawaianos, el atolón de Midway (que ellos llaman Pijemanu) es un lugar de gran poder y singular importancia. En la tradición hawaiana, el rosario de pequeños atolones que se extiende desde Kauai hasta Kure representa un largo linaje de kupuna, antepasados. Midway es, por tanto, un venerable anciano-isla en una larga dinastía. Flores de lava que emergieron de las aguas y 24 | psicogeografía y derivados |
se fueron apagando con las largas estaciones de la geología, dejando tras de sí un paisaje marino cubierto de exquisitos pétalos de coral. Papahanaumokuakea es el nombre hawaiano de la inmensidad de mar azul que rodea a Midway. Esta palabra significa ‘el lugar donde la unión de Papa (la madre Tierra) y Wakea (el padre cielo) engendra islas en medio de la inmensidad’. Para los hawaianos estos atolones no solo son su cordón umbilical con el pasado, sino también una serie de hitos a lo largo de una antigua ruta que conduce las almas hacia el más allá. Saltando de isla en isla, los espíritus de los muertos avanzan desde Hawái hacia el noroeste, al encuentro con el Po, la gran oscuridad, donde se reúnen con sus parientes muertos. Midway es la última isla antes del trópico de Cáncer, que marca la frontera con el reino de las tinieblas de Po. El último peldaño antes del salto definitivo hacia lo ignoto. Midway es una isla remota y aislada, pero paradójicamente ha sido escenario de acontecimientos centrales en la
Cadáveres que revelan un macabro caleidoscopio de objetos inútiles de plástico historia de la humanidad. En 1903 se produce en Midway el empalme del primer cable telegráfico transpacífico. Ello permitió que un mensaje electrónico, un telegrama, diera la vuelta al mundo por primera vez. En 1935, Pan American Airlines construye en Midway una base de repostaje y un hotel que permiten inaugurar el primer servicio aéreo regular desde San Francisco a China usando hidroaviones. En 1942, Midway fue escenario de una de las mayores batallas de la Segunda Guerra Mundial, que marca el fin del control japonés del Pacífico. Durante los años cincuenta y sesenta, en plena Guerra Fría, el ejército estadounidense crea en Midway un centro ultrasecreto de espionaje para el seguimiento de submarinos soviéticos. Con él se instalan más de tres mil quinientos militares y funcionarios en la isla. En 1969 el presidente estadounidense Nixon y su homólogo vietnamita Nguyen Van Thieu se reúnen por sorpresa en Midway para intentar poner fin a la guerra de Vietnam. Con el fin de la Guerra Fría, los militares se marchan, dejando tras de sí una tierra violada, destruida y explotada. Decrépitos edificios, pistas de aterrizaje abandonadas, maquinaria herrumbrosa y hangares fantasmagóricos son testimonio de aquella época. Bonitos objetos venenosos en el buche de los albatros
Pero mi fascinación por Midway poco tiene que ver con todo esto. Mi fascinación surge de un siniestro fenómeno actual, desconocido y profundamente metafórico. En la actualidad, la remotísima isla de Midway está cubierta de objetos de plástico desechable. Cientos de miles de mecheros, cepillos de dientes, maquinillas de afeitar y tapones de botellas cubren cada metro cuadrado de la isla. Estos objetos llegan hasta Midway en el buche de millones de albatros, grandes y majestuosas aves marinas que anidan aquí desde tiempos inmemoriales. Los albatros son amos y señores del Pacífico: pueden volar hasta quinientos kilómetros al día, lo que les permite un territorio de caza que va desde Alaska a México. Los albatros son monógamos, alcanzan los sesenta años de edad y anidan cada año exactamente en el mismo lugar. Desde hace millones de años, los albatros han sobrevolado el océano en busca de comida: calamares, pececillos, huevos de peces... En la actualidad, estas majestuosas criaturas encuentran plástico de brillantes colores flotando en la superficie del océano, lo confunden con comida y se lo regurgitan a sus polluelos. Gran cantidad de polluelos mueren de inanición y deshidratación y se ven afectados por la toxicidad del plástico. Tras la época de cría, los albatros abandonan Midway y dejan atrás miles de cadáveres que, al descomponerse, revelan un macabro caleidoscopio de objetos inútiles de plástico. Midway Journey es un proyecto transmediático para documentar los efectos de nuestra cultura de usar y tirar, y también para explorar la metáfora de Midway a través del cine, la fotografía, la poesía, Internet y artículos como este. El proyecto surge en diciembre de 2008 tras varias conversaciones con Chris Jordan, artista visual de fama internacional afincado en Seattle. Por aquel entonces, yo andaba buscando herramientas visuales para explicar de un modo
visceral el fenómeno desconocido de la contaminación por plásticos y Chris Jordan había alcanzado reconocimiento mundial con su espectacular serie de fotomontajes Running the Numbers, que retrata la magnitud y el absurdo de nuestra sociedad de consumo. Al poco tiempo Chris funda Midway Journey y yo fundo Plastic Pollution Coalition, una coalición mundial de organizaciones que buscan poner fin a la contaminación por plásticos y sus efectos tóxicos en las personas, los animales y el medio ambiente. Surge también entonces una amistad entre Chris y yo que nos ha llevado a colaborar de diversas maneras. En septiembre de 2009 tomé parte en el primero de una serie de viajes a Midway liderados por Chris Jordan en compañía de un pequeño grupo de artistas. Las impactantes fotos de Chris Jordan que muestran albatros muertos llenos de plástico han dado ya la vuelta al mundo. El proyecto sigue adelante y hay una película documental en preparación para 2012. Antes de viajar a Midway, los miembros del equipo fuimos a pedir el permiso y la bendición de los ancianos hawaianos. Al fin y al cabo, con nuestras cámaras seguimos la senda de los espíritus, escuchando la llamada de los antepasados hasta asomarnos a los bordes de Po, la gran oscuridad, para cumplir el importante ritual de ser testigos. Mi relación con Midway surge de mi pasión por los problemas medioambientales y sociales emergentes y futuros –para los cuales pienso que las crisis actuales son apenas un laboratorio. Nuestra sociedad aún no ha descubierto la manera de resolver los problemas planetarios que estamos creando. Comenzamos a darnos cuenta de que nuestro modelo económico, basado en el crecimiento permanente y en una reducción mecanística del complejo y sutil tejido de la vida, no nos permite un futuro sostenible. Sin embargo, nuestra sociedad carece todavía de un modelo alternativo, y no sabe hacia dónde dirigirse para alcanzarlo. Estamos atrapados en el punto intermedio, atrapados en Midway. El albatros no solo ilustra las consecuencias del uso masivo del plástico, un material altamente tóxico y duradero que la tierra no es capaz de digerir. El albatros también muestra a un ser que se llena el buche de bonitos objetos de colores y se los regurgita a su prole. Objetos llamativos que son venenosos y carecen de valor nutritivo. El albatros se convierte así en un mensajero heroico, un animal que está entregando su vida para traernos un mensaje poderoso. Un mensaje que habla de la interconexión de todos los sistemas vivos, y también de nuestra creciente desconexión con quienes realmente somos. En última instancia, la contaminación por plástico se origina dentro de nuestros corazones y la profecía de los albatros es que volverá al lugar de donde surgió. Solo entonces, tal vez, el dolor nos hará salir de este lugar a medio camino y dar un salto hacia el futuro. ¿Quién iba a pensar que en Midway, donde la unión de Papa y Wakea dio a luz a una diminuta isla en la inmensidad azul, el medio de la nada podría convertirse no solo en el centro de alguna parte, sino quizás también en el principio de muchas cosas? Manuel Maqueda es integrante del proyecto www.midwayjourney.com | psicogeografía y derivados | 25
BOSTEZO VISUAL
Artefagia Colectivo artístico que escudriña su entorno para vivirlo como proceso creativo en sí mismo. En su empeño por plasmar las múltiples, concretas y dispersas realidades que nos habitan, aun a sabiendas que esa plasmación simplemente es producto de un instante decisivo o no, los dos miembros de este colectivo valenciano, Sergi Inclán y Montse de Mateo, se sumergen en la cultura y sociedad chinas para sacar a flote aquello que sus retinas captan. Fruto de este ejercicio de buceo encontramos su investigación Estrategias subversivas y feminismos en el arte contemporáneo chino, becado por el Centro Cultural Montehermoso, y su serie fotográfica Lugares desarticulados. La muestra que se recoge en estas páginas es una pequeña parte de la inmersión que el fotógrafo Sergi Inclán realizó en las ciudades de Pekín y Shanghái, así como en la región de Jiangsu. A través de la quietud de un instante, de un momento impreciso, sus fotografías hacen resonar los latidos de la ciudad, más allá de la epidermis urbana.
LUGARES DESARTICULADOS Lugares presentes de un futuro pasado. Lugares cansados. Abarrotados. Vacíos. Habitados. Ausentes. Lugares repletos de lugares. Lugares consagrados a la vida. Al anonimato. Al sinsentido. Al recogimiento. Lugares que van hacia algún lugar. Lugares que brillan por su ausencia. Presentes. Anticipados. Ahuyentados. Reales. Inciertos. Que cantan. Que imaginan ser. Lugares que son lo que fueron. Que serán lo que son. Que son siendo. Lugares pintados. Agigantados. Empobrecidos. Menoscabados. Lugares que piensan ser. Que no fueron concebidos. Que imaginaron ser. Que no fueron soñados. Lugares que tienen miedo por dejar de ser. Lugares desarticulados. Sergi Inclán 36 | bostezo visual |
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Se llama pasear, Guy por Kiko Amat ilustraci贸n de manuel g贸mez burns
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L
a primera pregunta que procede hacerse al hablar de psicogeografía es: ¿por qué el maldito palabro? ¿Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo? ¿Qué tenía de malo llamar al acto por su nombre: paseo? Se lo diré: ‘paseo’ no quedaba bien, porque sonaba a cosa que podía hacer cualquiera, usted, yo, mi amigo el cervecero o Engracia, nuestra encantadora señora de la limpieza. Y a los situacionistas, que fueron los primeros listillos en proponer lo de psicogeografía, no les gustaban las cosas que podía hacer cualquier señora de la limpieza. Se llenaban la boca con conceptos como la “insurrección de un millón de mentes”, no cabe duda, pero lo que en realidad deseaba Guy Debord, su insignificante little hitler, era una revolución en la que solo participara gente con una mente, casualmente una que fuese e-xac-ta-men-te igual que la suya; o sea, protogordos de mal beber –yo siempre lo visualizo escupiendo tintorro, farfullando que va a invadir Polonia en una fecha próxima–, lectores de Hegel, ‘acarreajofainas’ de los surrealistas e impenitentes pesados de bar (pub bores, los llamaría Jeffrey Bernard). No, pese a los (divertidísimos) libros que presentan al hombre como una especie de omnipotente profesor Xavier del mutante mayo del 68 –caso de la mitografía The game of war, de Andrew Hussey– yo lo imagino más bien como al carcoma enano y venenoso de La cizaña, de Astérix. Pues, en verdad les digo, Debord era ciertamente una figura shakespeareana, incluso dickensiana, puro Black Adder (incluso se parecen físicamente): el tapón resentido y ‘avinagrao’ que conspira por entre el cortinaje, envidiando a aquellos que sí estaban arriesgando el pellejo por la revolución y odiándolos a muerte por ello, enfrentando a antiguos amigos, despidiendo a asociados por las más nimias –e imaginadas– ofensas, mascullando en tabernas como un orate, sin un solo amigo, pensando nuevos eslóganes pero sin atreverse a levantar un adoquín. ¡Qué gran publicista hubiese sido Debord! Y –¡ay!– cuánto esfuerzo desperdiciado el suyo, cuánta palabrería arenosa e intrascendente, cuánto complot de parvulario, cuánto boato e inquina se ocultaban debajo de su trenca gris. De todas las estupideces desperdicia-folios que se sacaron de la manga los situacionistas para justificar su escaso talante como hombres de acción, la psicogeografía es una de las más irritantes. Y eso es mucho decir. Porque, verán, incluso cuando me fascinaban las ideas situacionistas (lo confieso: soy un renegado, ¿pasa algo? Rectificar es de sabios), todo lo del urbanismo y la psicogeografía me sonaba a camelo. Pase que nos traguemos lo de la vida como juego, toda la retórica flamígera sobre las pasiones destructivas y ‘el incendio’ (que tantos borregos y ‘trabajadores culturales’ se han tragado desde entonces), incluso la patraña de la ‘revolución cotidiana’ (si existe una excusa hecha a medida para no hacer nada, para no ir a asambleas ni manifestaciones ni mover un dedo, es esa. “¿Cómo, que si voy a la sentada en Sol? No, lo siento: yo estoy haciendo la ‘revolución cotidiana’ en mi café con leche y melindros”), incluso la soberana gilipollez de la ‘creación de situaciones’. Pase, digo, que nos endilgaran toda esa palabrería de falso adivino a aquellos que estuvimos momentáneamente deslumbrados por la decreciente brasilla del ‘incendio’ debordiano. Pero, ¿psicogeografía? ¡‘Amos’, hombre! Lean tan solo este humeante montón de excremento de la Asociación Psicogeográfica de Londres: “La psicogeografía es universalismo con actitud. Es el universalismo que no busca expresarse mediante palabras, que se mantiene solo como una sinopsis de lo salvaje. La psicogeografía investiga la intersección entre el tiempo y el espacio, y así ataca a la ciencia
en su punto más débil –la repetición mecánica de resultados. La psicogeografía es la universalidad de lo específico, de lo particular en su punto de disolución”. Y ahora, contéstenme con sinceridad: ¿tomarían un chato de vino con alguien que habla así? ¿Con cualquier pájaro que hubiese pronunciado los términos ‘sinopsis de lo salvaje’? No, queridos lectores, en el situacionismo se trataba de sobre-intelectualizarlo todo de la manera más pomposa para que solo pudiesen entenderlo cuatro o cinco graduados de La Sorbona. Tienen que subtitular mentalmente todos sus textos, para comprender de inmediato qué significan en realidad sus retorcidos palabros: ‘creación de situaciones’ quiere decir hacer la rabona, no ir a trabajar un día y sentarse en una terraza a tomar una caña y leer, quiere decir subirse a una mesa una noche de farra y bailar el Wa-Watusi sin pantalones. Simplemente esto. Y no es que se trate de algo pernicioso, todo lo contrario; sencillamente, es de necios llamarle ‘creación de situaciones’. Solo el más despreciable escarabajo de biblioteca apodaría de una forma tan académica y envarada a un acto de simple y espontáneo a-tomar-por-culo-lo-quediga-mi-jefe-me-voy-a-tomar-unas-copitas. Un santísimo peñazo
Y respecto a lo que nos ocupa en este número: la psicogeografía. Oh, la psicogeografía. Ustedes saben de sobra que se trata simplemente de pasear sin rumbo fijo, como un hombre contento, recordando cosas con dulce melancolía, asociando memorias a aquella esquina, aquel bar que ya no existe, y ¿no vivía aquí mi amiga Candela? Se trata de eso, y nada más. ¿Por qué, entonces, bautizarlo de una forma tan antipática? ¿Por qué, pues, complicar sus sencillos mecanismos y almidonar sus blanduras con ladrillos y más ladrillos de impenetrable teoría para empollones? Se lo diré: para que nadie fuese feliz. Para convertirlo en una especialidad. Para hacerlo un trabajo. Para que fuese una cosa exclusiva de Debord y sus seis mamporreros, algo de lo que alardear en aquellas inconscientes humorísticas reuniones de la Internacional Situacionista (me recuerdan intensamente a los clubs mods de los ochenta, formados por Pepito de Bilbao, Juan de La Rioja, Miguelón de Castellón... Uno en cada pueblo, pero completamente solos), combustible fósil para la infantil megalomanía de sus acólitos. La psicogeografía juega el mismo papel que los ensayos de quinientas páginas de Greil Marcus sobre música pop: convierten el acto, el ente, el sonido, en un santísimo peñazo. La psicogeografía es como un tratado posmoderno que hable de The Clash relacionándolos con Habermas, arruinándolo todo, aguando cualquier posibilidad de emoción y pasión real, momificando cada significado. La psicogeografía es una filfa, no es nada, es pura jerga de licenciados en Literatura Comparada y realizadores de happenings de ‘palabra y sonido’, la psicogeografía es el chiste del basurero portugués que se hace llamar ‘engenheiro do carro da merda’. No, queridos. ¿Recuerdan aquella frase surrealista, aquel axioma imprudente y psicópata de Breton que rezaba: “el acto surrealista más simple consiste en salir a la calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra la multitud”? ¿Lo recuerdan a ese, el más imbécil y jactancioso y engreído y vacío de los eslóganes? Pues lo que tienen que hacer es darle la vuelta y salir a la calle con revólveres, sin duda, pero solo para apiolar al próximo que les diga que se marcha a realizar una ‘deriva psicogeográfica’. Venga, señores, ¿somos niños, o qué? Kiko Amat es escritor. www.kikoamat.com | psicogeografía y derivados | 43
Fotografía de Olga Esther
Geografías del morbo UNA CONVERSACIÓN SOBRE CRUISING CON PEPE MIRALLES Por revista bostezo
El cruising es una práctica de interacción sexual entre hombres en espacios de uso público: playas, zonas boscosas cercanas a las playas, áreas de descanso, váteres de centros comerciales y estaciones, jardines urbanos, construcciones abandonadas, aparcamientos en áreas de servicio. Pepe Miralles, profesor de Bellas Artes de la Universidad Politécnica de Valencia, ha realizado un exhaustivo trabajo de documentación y estudio del cruising en www.geografiasdelmorbo.net, consistente en un archivo de testimonios sobre lo que ocurre en estos espacios, casi siempre transitorios e inestables. Recogemos algunos de estos testimonios de la web del proyecto, junto a las respuestas de Miralles a nuestras preguntas. 44 | psicogeografía y derivados |
M
iralles: A mí me ha interesado siempre el uso de los espacios. El arte público o las vinculaciones del arte con la esfera pública, o como lo quieras llamar. Y los espacios de cruising son lugares muy especiales. En primer lugar porque el espacio público ha sido y sigue siendo heterosexual en todas sus expresiones, dimensiones y dispositivos. Si estás en la playa, ves unos señores que pasean por las dunas y te preguntas: ¿qué están haciendo ahí? La respuesta ‘heterocentrada’ es “están paseando”. Pero realmente están ligando, y la mayoría de gente no conoce esa dimensión. El objetivo de Geografías del morbo es contar que hay otros usos de los espacios, que hay otro tipo de prácticas que están delante de ti y que tú no las reconoces como tales posiblemente porque no tienes los mecanismos suficientes para poder leer ese acontecimiento, porque tus mecanismos están centrados en lo heterosexual: lo demás no existe, y sin embargo está ocurriendo. En un estudio reciente sobre la práctica del cruising en los parques del cauce del río Turia, en Valencia, se realizaron entrevistas a cruisers y al resto de usuarios del río. Pues bien, ninguno de estos usuarios ‘normales’ sabía que se daban este tipo de prácticas. Hay gente que piensa que evidenciar que esos espacios existen es provocar o favorecer su desaparición. Yo pienso que mostrarlos ayuda a crear una sociedad más diversa y tolerante. Testimonio: “Es un lugar que lo rehabilitaron para que la gente lo utilice para hacer comidas. Hay paelleras y para hacer carne a la brasa y los días de fiesta se llena de grupos de amigos o familias para pasar allí el día y comer. Cuando ves una silla que se nota que no está tirada como un escombro, sino puesta en un lugar, es para mamarla más cómodamente”. (La Xopera, Algemesí). Miralles: Geografías del morbo es esencialmente un archivo de memoria con dos partes: primero, la recogida de los testimonios orales de los cruisers; y segundo, las fotos, que comparten una característica: no hay personas, solo el lugar, solo la playa o el parque. Obviamente, mi intención no era ir con una cámara oculta a intentar pillar a la gente follando. Así que decidí hacer las fotos del lugar vacío, no para esconder lo que allí pasa, sino para evidenciar que en ese espacio pueden convivir múltiples usos, algunos aparentemente ‘invisibles’.
Fotografía de Olga Esther
Testimonio: “Llego al bosque y me quedo en pelotas apoyado en un pino ofreciendo mi culo. Al rato un tío empieza a rozármelo, a tocármelo, a comérmelo y acaba follándome. Un día tenía cuatro en cola y los cuatro me follaron uno detrás de otro”. (Platja d’es Trenc). Miralles: Primero localizo el lugar, luego hay un trabajo de observación no obstructiva que me permite saber los flujos y tiempos. Y finalmente, la investigación participativa, la más compleja, difícil y divertida. Hay muchas anécdotas: una vez me encontré en una playa a un hombre de unos setenta años, un hombre que se veía que había sido muy guapo. Me interesaba mucho hablar con él: en esa playa había cruisers desde la Transición, desde la aparición de las playas nudistas, y quería que me contara esa historia. A los cinco minutos de estar hablando, empezó a tocarme. Fue peculiar: entendí que debía dejar que me tocara si quería conocer su historia.
El espacio público ha sido y sigue siendo heterosexual en todas sus expresiones, dimensiones y dispositivos
Testimonio: “El camionero de Perpiñán acaba de entrar en el aparcamiento del área de descanso (…) empieza a dar vueltas a su camión, andando a grandes y pausadas zancadas, como si estuviera estirando las piernas, mirando hacia las ruedas, hacia los montes cercanos, hacia el cielo, como si no estuviera ligando, disimulando lo que su paquete delata. El camionero da vueltas al camión y desde un lugar estratégico, en el que yo lo veo pero el resto de gente no, empieza a tocarse el paquete. Da otra vuelta al camión y se vuelve a colocar en el mismo sitio. Yo lo miro fijamente desde el interior de mi coche. Al final se saca la polla y se la empieza a menear, mirándome. Tiene una buena polla y lo que quiere es que se la chupe”. (Beneixida, área de descanso A-7). Miralles: Los códigos de comunicación son muy particulares. En primer lugar, el silencio. No hay palabras, hay una especie de glosa corporal, una comunicación no verbal que se establece entre dos cuerpos, una comunicación que empieza por la gestualidad y se certifica con la mirada. Es un juego de encuentros y persecuciones hasta que dos personas deciden que les interesa lo mismo. Testimonio: “Subiendo hacia la fábrica vi que en la pinada había una furgoneta aparcada y un tío de unos 35-38 años, con un mono verde militar, botas, casaca de cazador guateada y una escopeta. Se me queda mirando y se toca los huevos. Lo típico. Bajé del coche. Hacía | psicogeografía y derivados | 45
“La indignación se debe sobrepasar” MARC AUGÉ Antropólogo y creador del concepto ‘no-lugar’ Entrevistamos a Marc Augé en el marco de las XIl Lecturas de la Fundación Botín, que este año han llevado como título Historia y formas de la curiosidad, dirigidas por Francisco Jarauta. El antropólogo del mundo contemporáneo por antonomasia accede a responder nuestras preguntas mientras ojea con curiosidad los últimos números de Bostezo desde una terraza al sol santanderino.
POR ESTER GIMÉNEZ BELTRÁN entrevista y fotografía
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arc Augé acaba de ofrecer una conferencia que navega desde sus primeros trabajos de campo en África hasta las paradojas del anonimato en la ciudad contemporánea. Augé es un escritor prolífico y un curioso incansable que no ha dejado de preocuparse por temas de actualidad que afectan a las sociedades en las que convivimos. Ha sido el creador de conceptos de referencia que ya pertenecen al léxico contemporáneo en el contexto de la mundialización como el no-lugar o la sobremodernidad. A sus setenta y seis años sigue preocupándose por cuestiones que generan el debate sobre la sociedad contemporánea como los mecanismos de apropiación de la ciudad, en espacios concretos o abstractos, y el desarrollo del espacio virtual. El antropólogo nos volvió a trasladar al metro de París en su obra El metro revisitado, el viajero subterráneo veinte años después (2008), segunda parte de Un etnólogo en el metro (1986). El metro aparece como metáfora de la vida social e individual con sus direcciones, sus líneas de vida, sus cambios y cruces. La red del metro se extiende ‘rizomáticamente’ en las ciudades contemporáneas; es, en sí misma, un mundo. Nadie mejor que Augé para debatir sobre la influencia (o no) de la psicogeografía en el análisis de los actuales procesos urbanos. –Usted se define en su obra El metro revisitado como un parisino de los que ‘usan’ el metro. Este aparece como un elemento de su identidad geográfica y de su identidad social. Es, en definitiva, un lugar donde el individuo contemporáneo desarrolla una cierta subjetividad apropiándose del espacio. En el metro existen una cierta intimidad, recuerdos y cruces. ¿Qué otros lugares en la ciudad contemporánea poseen características similares y facilitan la posibilidad de apropiación del individuo? Para empezar, el metro parisino es bastante particular, configura una red muy densa, es habitual coger el metro incluso para trayectos muy cortos. Además los itinerarios en metro se pueden combinar con itinerarios en la superficie. De hecho, los nombres de las estaciones se suelen corresponder con el 52 | platicando... |
nombre de un cruce, una avenida o una calle, existe una especie de correspondencia con el exterior. No existen lugares en la ciudad de París en los que no llegue el metro. Lo que encontrábamos desde el inicio exclusivamente en las calles lo tenemos ahora también en los pasillos y pasajes subterráneos. Es cierto que no se trata exactamente de calles peatonales, pero son calles donde podemos encontrar de todo: tráfico, peatones, paseantes, panaderías, puestos de comida, etc. Eso siempre ha funcionado a la perfección en la superficie de la ciudad de París en la medida en que han convivido ejes de circulación con aceras anchas. Pero esto está desapareciendo por diferentes razones, por ejemplo, por el desarrollo en la construcción de vías rápidas. Al mismo tiempo intentan animar la ciudad con otros mecanismos, invitando a los individuos a apropiarse de la ciudad con espacios como Paris Plage en el que recrean cada año una playa a orillas del Sena para que la gente pueda emular el verano en la costa, con arena, sombrillas, etc. Pero el montaje es muy artificial. En París existe también una forma de vida muy lugareña, encerrada en ciertos barrios. Un parisino puede pasar toda la vida sin ver la torre Eiffel, aunque puede visualizarla constantemente en la televisión. Tenemos lugares tradicionales que se prestan muy bien al encuentro, a la circulación. Pero amenazados por el exceso de circulación rodada y por otra parte por puestas en escena artificiales o enfocadas al consumo. Hasta en el metro intentan crear estrategias para animarlo. Pero la realidad es que los músicos comparten muchas veces el espacio con la pobreza de los sin techo. Han intentado instalar hasta televisiones, ¡espero que eso no tenga mucho éxito! –En su obra El metro revisitado comenta: “Hoy los transportes públicos son el lugar por excelencia donde la noción de espacio público conserva un sentido. El espacio público si lo entendemos como espacio concreto donde todo el mundo se cruza con todo el mundo, pero también como espacio abstracto donde se forma la opinión pública, queda identificado en gran medida con el espacio de transportes públicos”.
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¿Piensa usted que en la ciudad contemporánea existe un cambio que hace que los espacios de transporte se conviertan en cierta forma en los verdaderos espacios públicos? Sí, en cierta medida, de la misma forma que observamos el fenómeno en los espacios de consumo. Evidentemente una gran ciudad existe por la calidad de sus espacios públicos. En estos espacios nos cruzamos y permiten también la concentración de individuos. Hay lugares donde se encuentran líneas de metro, de autobús, estaciones de tren, etc., redes que se superponen. Se trata de lugares muy particulares que se están desarrollando en la actualidad. Las estaciones de tren empiezan a parecer aeropuertos. Su emplazamiento es a menudo interesante porque en muchos casos están estratégicamente situadas en los centros de las ciudades. Un buen ejemplo es la Hauptbahnhof de Berlín: tiene vistas espléndidas sobre la ciudad y es un buen modelo de integración de transportes, autobús y metro, todo ello en ‘capas’ superpuestas. En París lo que podría corresponder es la Gare du Nord, pero es muchísimo menos elegante. De una forma moderna han construido sobre lo antiguo. Me gustan las estaciones de tren, participan en la respiración de la ciudad, mientras que los aeropuertos se sitúan en el exterior de las ciudades. Las estaciones de tren son lugares en los que piensan ahora mucho los arquitectos. No deberían intervenir demasiado en ellas, deberían dejar suficiente libertad. Los lugares se crean por lo que hacen las personas en ellos y con ellos, se trata de procesos que escapan a la normalización. –Usted define el espacio público no solo como un lugar físico sino también como un lugar en cierta manera intangible donde se puede dar la formación de la opinión pública. ¿Piensa que el espacio virtual hoy es un espacio público, un espacio de formación de la opinión pública? El espacio virtual tiene varios aspectos. La televisión, por ejemplo, hace de todo para intentar crear la ilusión de que se participa, pero en realidad solo la consumimos. Por otra parte tenemos también Internet. Es extraordinario comprobar cómo la metáfora del espacio está presente en Internet, en las webs, etc. Muchas personas se expresan en Internet e incluso dialogan. Soy un poco escéptico, bueno quizás no escéptico, pero creo que hay que estudiar más de cerca lo que llamamos las redes sociales a las que hemos elogiado bastante rápido en relación con las revoluciones actuales. Vamos a ver a lo que llevan esas revoluciones, no estoy seguro de que el resultado vaya a ser espléndido. La idea de que la gente joven se ha reunido gracias a la comunicación vía Internet es sin duda parcialmente cierta. Claro que Internet es un medio muy potente, pero tiene sus límites y peligros. Por una parte, no todo el mundo tiene acceso hoy en día a Internet. Por otra, el principal peligro es que la relación virtual es una relación fácil pero abstracta. La gente escribe en el espacio virtual cosas que no diría en la vida cotidiana. Hacemos una pausa, nos creamos un personaje al mismo tiempo, siempre es un poco así, pero en Internet es mucho más fácil. ¿Esas redes existen como tales? No estoy del todo seguro. Tienen una existencia metafórica y puede que se exagere su importancia en la constitución de una cierta opinión pública. Nos mostraban las plazas en Túnez o en Egipto, y atribuían el fenómeno a las redes sociales. Pero eso no es cierto, no todos los participantes allí reunidos provenían del contacto a través de las redes sociales. Algunos de ellos sí, pero no la mayoría. La opinión pública se crea a través del diálogo y la discusión. No estoy seguro de que se hayan creado las condiciones adecuadas para que se cree un verdadero diálogo en 54 | platicando... |
Internet. Haría falta una distinción elemental, pero lo que me parece apropiado tener en mente es la distinción entre el fin y el medio. Internet es un medio prodigioso pero se utiliza a veces como fin, una finalidad en sí misma que constituye un mundo real. Tengo miedo de que nos situemos en la ilusión. Es como en el terreno de la educación. Evidentemente existe algo fascinante en el hecho, por ejemplo, de que todo el mundo pueda tener acceso a la biblioteca del congreso. La accesibilidad es una ventaja, pero ¿qué va a enseñar en sí misma? Es muy peligroso que el conocimiento manejado por ignorantes pueda dar la ilusión del saber. Lo que digo puede aplicarse también a la noción global de espacio público, a los intercambios de opinión. –Cuando habla de sobremodernidad insiste en el paso del espacio físico al espacio virtual. ¿Piensa que ciertas manifestaciones actuales, por ejemplo en Egipto o el 15M en España, producen un cierto paso en el sentido inverso? Es decir, ¿piensa que permiten pasar del espacio virtual a una manifestación física? Sí, es como el teléfono, lo teníamos ya, es un medio de comunicación y puede ser fantástico. En el momento en el que nos situamos ante una situación que requiere una comunicación rápida, entonces es muy útil. Si utilizamos Internet como un medio permite convocar a las personas. Aunque se necesita que la toma de conciencia exista, porque si pensamos que se va a crear en Internet estamos equivocados. No digo que no sea posible pero me parece complicado, no está asegurado. Las manifestaciones como las de los ‘indignados’ son quizás un nuevo romanticismo. ¿Y después? Porque la indignación tiene su sentido y está bien que se exprese, pero también se debe sobrepasar. No se puede superar la indignación únicamente con el acto de compartir. Creo que hay que utilizar plenamente los nuevos medios de comunicación como medios, pero cuidándose de pensar que siempre aportan soluciones; de lo contrario, se puede caer fácilmente en la decepción. –Cambiando de tema, ¿estaba usted en París en mayo del 68?, ¿cómo vivió los acontecimientos? No, estaba en Abiyán, en África. Dejé París, tenía vacaciones en abril del 68. Viví muy intensamente Mayo del 68, pero en la distancia. Hasta fui elegido para llevar una reivindicación a un organismo de investigación. Estaba a punto de hacerlo cuando todo basculó bastante rápido y el director llegó a Abiyán antes de que yo partiera a París. Ganamos muchas cosas entonces. Observé Mayo del 68 en pequeña escala, en un medio francés, un equipo de cooperación, aquello fue apasionante. –¿Piensa que el movimiento situacionista tiene algún tipo de trascendencia en la forma de pensar el urbanismo contemporáneo? En su opinión, ¿ciertos conceptos como la deriva o la psicogeografía son conceptos interesantes y útiles para analizar otras cuestiones más subjetivas que pueden darse en la ciudad o cree más bien que la psicogeografía no se entiende más que en el contexto determinado de Mayo del 68? No hay que aplicar hipótesis antiguas a situaciones nuevas. Los nuevos conceptos llegan de forma espontánea. Es malo aplicar recetas. No es que esté totalmente en contra, pero es que, en el espíritu mismo del verdadero movimiento situacionista, hay que dejar abiertas las hipótesis cuando aparecen. De todas formas, nos equivocamos con frecuencia en el sentido de las revoluciones en el pensamiento político.
Finalmente, olvidamos a menudo que Mayo del 68 fue un enorme fracaso político que dio respuestas materiales a la gente porque estábamos en un periodo de enorme desarrollo y había dinero. Había tensiones evidentes entre las centrales obreras como el CGT y los movimientos de Mayo del 68. Estos últimos hablaban más sobre las costumbres, la forma de vivir, que sobre las reivindicaciones materiales. En este sentido, fue un poco la revolución de los ricos. Los efectos de Mayo del 68 sobre las formas de vivir tuvieron también sus contra-efectos, sus réplicas en el sentido inverso. Tengo la impresión de que hoy en día continúan todavía las réplicas: re-consolidación de la familia, de los valores tradicionales. No hay que pensar en la revolución como una herencia.
¡Encantador! En París no habría que hacerlo en las horas punta… Se trata de ideas muy interesantes. Imagino que compartiría con placer mi café, además es una buena forma de definir el espacio público. ¡El metro no es un no-lugar! Con frecuencia los pequeños gestos son muy importantes. Por ejemplo, el intercambio de fuego entre cigarrillos ha desaparecido, es un pequeño gesto sin importancia pero que permite el intercambio. Esos gestos tienen un poder que olvidamos a menudo. El espacio público debería ser fundamentalmente un lugar de intercambios. La idea de un desayuno en el metro es muy buena, pero no hay que confundir un lugar de intercambios con un lugar de asistencia. Es cierto que no se puede cambiar la ciudad sin cambiar la sociedad.
–Y, para terminar, ¿qué haría si sube a su línea de metro y se encuentra un desayuno colectivo en un vagón?
Traducción del francés: Ester Giménez Beltrán
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