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ptyx LITERATURA

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Mario Bellatin/

Héctor Hernández Montecinos/ Miguel Ángel Zapata/ Omar Aramayo/ Carlos Orihuela/ Consuelo Núñez/ Jorge Luis Roncal/ Isaac Lindo Vera/ —Ptyx—

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Gestos incomprensibles dentro de una Bolsa de Plástico Transparente —El hogar donde habita el Ave de Rapiña— MARIO BELLATIN

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Sergio Miguel Castillo Falconí COORDINADOR EDITORIAL

Revista de creación literaria

N° 005 - Año 01 Junio - 2017 IMAGEN DE PORTADA: Unashuro/ “El que guía los peces” de Teobaldo Zavala

Jaime Victor Bravo Gaspar Roberto Salazar Solano Joe Delgado Rodríguez Carlos Julcamanyan

CONSEJO EDITORIAL —Ptyx— Amadeus

ARTE Y DISEÑO

ESTAFETA EDITORIAL:

Avenida Daniel A. Carrión 2490 (Tercer piso). La Ribera - Huancayo - Perú

CÓDIGO POSTAL: Huan 051 EMAIL: informacionbravazas@gmail.com Agradecemos a la familia Matayoshi Ocampo por hacer posible la impresión de esta publicación en la imprenta editorial Punto Com, de la ciudad de Huancayo.


FICCIÓN

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e me rebeló el esclavo. ¿Habrá ahora alguien dispuesto a cumplir un rol semejante? ¿Cuál es el punto donde reside el dolor? me pregunto una y otra vez. Es cierto, el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros, recuerdo que después de volver de un viaje le obsequié un pañuelo que hallé, tirado en el suelo, de manera casual. Alguien muy cercano, otra ave de rapiña como yo, me lo hizo notar. Afirmó que semejante regalo podía significar un paso atrás en la relación que habíamos edificado. Aquel pañuelo -fabricado, me parece, con poliéster que, seguramente, alguien había dejado caer sin advertirlo- podía ser motivo de confusión sobre la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos tanto al esclavo como al amo. ¿Fui entonces acaso yo, con esta dádiva torpe, quien propició el actual estado de cosas? El esclavo mantuvo su condición durante varios años seguidos. Aceptamos por esa razón vivir en este falansterio. En esta construcción donde todo estuvo por hacerse. Donde yo he encontrado la rama mayor de un tronco seco. Lugar desde el cual puedo establecer mi reinado. El piso es sinuoso. Agua, lodo y maderas podridas. Ladrillo y cemento vuelto verde por los hongos. Toda una maleza conformada por varas de fierro oxidado. El sistema que comenzamos a establecer, tanto el esclavo como yo, al momento de conocernos pasó, como es lo acostumbrado, por distintas etapas. La primera fue la aceptación, por su parte, de mi desmedido gusto por rodearme de la mayor cantidad posible de perros. Canes habitando este espacio donde los límites son inexistentes. Allí lo veía yo, desde mi rama preferida, la del árbol olvidado, todas las mañanas. Más bien escuchaba, como un vago rumor, cómo sacaba a pasear a los seis perros con los que contaba entonces. Esa acción, de salir de los límites del falansterio donde todo es agua empozada, plantas acuáticas, nubes de insectos de muchas formas y colores, con los animales domésticos, la solía llevar a cabo varias veces al día. En la mayoría de las ocasiones los llevaba a correr a un parque cercano. Yo me quedaba tomando el sol, con algunas otras aves de rapiña que venían de otras empresas abandonadas, de casas que nunca llegaron a habitarse, de estructuras que poco a poco estaban llamadas a desaparecer por el fango en el fango sobre el que se sostiene la ciudad. Aves de rapiña que, como yo, habíamos logrado esclavizar a un humano dueño de un -más que evidente- complejo de inferioridad. Aquel esclavo se preocupaba de las fechas de las vacunas, de los baños y cepillado de pelo que requerían

los perros. De la compra, -casi siempre al por mayor y en lugares distantes- del alimento deshidratado y los antiparasitantes que se les debe administrar a esos animales como mínimo cada tres meses. Porque a pesar de la apariencia que ofrece el lugar donde vivimos, nosotros los habitantes, tratamos de llevar el orden hasta sus últimas consecuencias. Un orden que hace que para muchos este falansterio da la impresión de ser un lugar deshabitado. Cuando, en realidad, aquí vivimos yo, el ave de rapiña, mi esclavo, y los seis perros que ese esclavo tiene la misión de mantener en la mejor de las condiciones posibles. Aparte de cuidarlos, otra de sus misiones es llegar a amar de manera profunda a cada uno de los animales de los que se ocupa. Yo miro, desde mi altura -como ya lo señalé- cómo va encariñándose con aquellos canes. La manera en que, muchas veces, ese amor se vuelve recíproco. Aunque sólo permito que aquel intercambio llegue únicamente hasta cierto punto. Ninguno de los dos, ni los perros ni el esclavo, cuentan con la autorización necesaria como para relacionarse entre ellos a un grado mayor al amor que están ambos, tanto los perros como el esclavo, en la obligación de profesarme. De experimentar hacia mi persona, al ave de rapiña que decidió, en determinado momento, mantener a las dos especies, hombre y perro, bajo su dominio. Aunque puedo, de alguna manera, imaginar el mecanismo que utiliza el esclavo para mantener la situación dentro de los límites impuestos por mi voluntad soberana -parece tratarse de un esclavo con experiencia, de nacimiento, puede decirse- me declaro incapaz de entender lo que sucede en la psique de los canes como para llegar a mostrar semejante fidelidad nada menos que a un ave, mi persona, subida en la rama de un árbol, que no les quita los ojos de encima. Lo repito, es para mí un verdadero misterio. De una magnitud semejante a la que me produce habitar en este lugar escarpado, ajeno, más allá de todo lo permitido, esta mezcla de cemento, hierro, madera, ladrillo, agua plantas salvajes, que se erigen nada menos que en el mismo centro de la ciudad. Ignoro, repito, la manera en que los perros saben, sin titubeos además, a pesar de las muestras de cariño que les ofrece el esclavo, quien es el verdadero amo. Hacer que mi esclavo cuide y se encariñe con los perros, que los llegue a amar de manera profunda, era uno de los pasos más sencillos. Lo que me impresionaba también era el estoicismo que mostraba este mismo esclavo cuando llegaba el momento en que tomaba la decisión de ir desembarazándome de cada uno de los canes. Yo, esta ave de rapiña, por la misma extraña razón por la cual sentía , de pronto, la necesidad de vivir rodeado de perros, por un impulso semejante me veía obligado, de un momento a otro, de deshacerme de cada uno de los ejemplares.

(...)a pesar de la apariencia que ofrece el lugar donde vivimos, nosotros los habitantes, tratamos de llevar el orden hasta sus últimas consecuencias.

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El esclavo nunca dijo una palabra, ni de aceptación ni de rechazo. Fue de ese modo cómo aquella pulsión, de mantener la mayor cantidad posible de perros alrededor mío -allá abajo, en el mundo de las criaturas pedestres- era avalada siempre por el esclavo en la mejor de las condiciones posibles. Era avalada de esa manera también mi repentina decisión de desaparecerlos de un momento a otro. Me parece importante señalar la manera en la que encontré un esclavo semejante. Sucedió de manera un tanto vulgar. Por medio del facebook, que como algunos deben saber se trata de una red social en constante decadencia. Recuerdo que, de pronto, cierta persona comenzó a hacer comentarios en mi cuenta de manera recurrente. Empezó a enviarme fotos que se tomaba a sí mismo. Las imágenes, como cualquiera podría prever, no guardaban en realidad concordancia con su aspecto aspecto real. Eran fotos que más bien reflejaban la imagen física que podía tener el esclavo de sí mismo. Las fotos eran, casi todas, de la época en que el esclavo llevaba el pelo largo, que se rizaba de tal modo que podía guardar algún parecido a una versión precolombina de los autorretratos de Durero. Me pareció curioso que alguien de sus características -desde el primer mensaje enviado dejó en claro su rol de esclavo- se atreviera a mostrar una imagen semejante: la de un pintor renacentista. Me llamó la atención, además, a mí, a un ave de rapiña en toda la extensión de la palabra, verme dispuesto a hacer comentarios a las figuras que se me iban presentando de vez en cuando en la pantalla de mi computadora. En esa época me consideraba dueño de mis sentimientos y pulsiones. Me encontraba en un estado que a veces parezco olvidar para caer en el caos mental más absoluto. Es en estos momentos en los cuales debo emprender, con mayor celeridad a la de costumbre, emprender el vuelo y buscar a como de lugar alguna presa que mataré con las fuerzas de mis garras sobre su cuello. Es quizá por una situación semejante, por el olvido constante de la situación en la que me siento dueño de mí mismo, por la que seguramente sufro el actual desconcierto propio de alguien que, de pronto, se enfrenta a la rebelión absoluta de un esclavo. Como en ese entonces me encontraba en un relativo momento de lucidez, le pregunté, por medio de la red, qué era capaz de ofrecerme. Qué pensaba sería lo que pudiera interesar a un escritor mayor, como lo soy yo. “Te puedo ofrecer mi cuerpo”, contestó sin mayor trámite. “¿Su cuerpo?”, pensé. ¿Sería acaso realmente interesante involucrarse, en ese nivel, con semejante copia indígena de Durero? ¿Con un estudiante de letras en una universidad pública? ¿Es que ese esclavo no conocía acaso las decenas de maneras, casi inmediatas además, con las que cuenta la ciudad para establecer en cualquier momento del día la

relación sexual que se desee? Estoy seguro de que lo sabía a la perfección. Que era consciente que ese argumento -el de ofrendar el cuerpo- no iba a movilizar en lo más mínimo mi interés. Sin embargo, en el hecho de expresarlo -en su aparente falsa inocencia- es que advertí -de manera vaga en un principio- su condición de esclavo por naturaleza y convicción. Creo que eso fue lo que me llevó a interesarme en su propuesta. Convinimos entonces en una cita. Recuerdo que hizo un vano intento de establecer -en el momento de ese acuerdo, no antes ni después-, una cierta distancia. Intentó introducir, en este primer acuerdo, la duda sobre la hora y el lugar. Quiso hacer evidente una determinada dignidad. ¿Una incitación más para llevar a cabo sus planes? Comprendí entonces que me estaba poniendo a prueba. Yo debía, en aquel preciso instante y no en otro, establecer quién era el amo y quién el esclavo. Dejar en claro qué clase de amo era yo, además. Señalé entonces una fecha y una hora como únicas para el encuentro. O se hacía presente en ese momento o se acababa por completo la incipiente comunicación. Por supuesto, al percibir la contundencia de mis palabras, la copia autóctona de Durero dejó de lado los aparentes compromisos pendientes y lo encontré sentado frente a la mesa señalada, incluso algunos minutos antes de la hora que yo había dispuesto. No muchos, pues haber llegado con demasiada antelación podía ser visto también como un anticipado gesto de rebeldía. La conversación fue relativamente breve. Para que el acuerdo quedara sellado no se necesitó mucho. Ni tiempo ni palabras innecesarias. Nos dirigimos pronto a mi casa y comenzamos, ese mismo día, con la rutina que yo había entrevisto en los mensajes. Desde ese momento han pasado casi tres años. Tiempo en el que las leyes del intercambio se han visto sometidas a una serie de modificaciones, pero nunca cambiadas en lo esencial. Casi al instante comenzaron a aparecer los perros en la casa, y descubrí esa misma noche un hecho fundamental: la especialidad profesional del esclavo era la de servir de asistente a académicos renombrados. Ya me lo había expresado, no sólo que estudiaba en una universidad nacional sino que se dedicaba, nada menos, que al estudio de monjas. Se trataba de un monjólogo en ciernes. Esclavo y monjólogo ¿Qué más podía pedir un ave de rapiña, colocada casi todo el día sobre la rama de un árbol, que, aparte de ave de rapiña era un escritor? No podía haberme ocurrido algo mejor. Desde hace varios años sufro de la carencia de alguien que se encargue de los aspectos administrativos de mi trabajo intelectual. Fue en ese momento, luego de conocer de manera física al esclavo, cuando no sólo tuve a una persona a quien podía tratar como sirviente en lo cotidiano -siempre dispuesto a cumplir con el menor de mis deseos- sino

La tarde perdura con fulgor mientras los dos esposos elucidan las historias suyas, que parecen estar confusamente entrelazadas.

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que, además de encargarse de los perros y otros asuntos, iba a llevar adelante los aspectos tediosos de mi labor de ave de rapiña que se dedica a escribir. A partir de ese momento confirmé que la relación no iba a detenerse en el sexo. Estoy seguro de que algo de esa naturaleza hubiera desvirtuado, muy pronto, la naturaleza del vínculo que estábamos estableciendo entonces. Con sexo habitual de por medio, sé que la esclavitud en ciernes hubiese tomado una senda trillada y aburrida. Creo que -además de que semejante sujeto no despertaba en mí una libido en especial- el intercambio habría durado el limitado tiempo en el que el interés por lo desconocido, por la sexualidad del otro enfrentada a la nuestra, hubiese quedado satisfecha. Por otra parte, no me podía imaginar copulando, con mi gran cuerpo de águila con las alas extendidas, con aquel hombrecito desnudo que se me ofrecía agachado ligeramente de espaldas. Sus pequeños pies encorvados y la raya corta de su trasero serían incapaces de soportar, estoy seguro de ello, el más mínimo aletazo de mi parte. Mi vínculo con este esclavo daba la impresión de estar destinado a convertirse en algo más importante. Parecía llevar en sí mismo la esencia, más allá de cualquier accidente como puede ser considerado lo sexual, la esencia de lo que se necesita para que se logre una sumisión absoluta. En un momento que nadie delimitó de manera explícita, el esclavo comenzó, antes de mis viajes, tanto como ave de rapiña como de ciudadano normal, a hacerme las maletas casi a la perfección. Igualmente, y con una rapidez extraordinaria, puso en orden los archivos de mis textos literarios. Consiguió no sólo resolver los asuntos internos de mi trabajo, sino también los que involucraban a otras personas e instituciones. Especialmente con las del zoológico nacional, que solicitaba en forma constante mi residencia en sus instalaciones, con el fin de convertirme en una de las atracciones mayores del recinto. El esclavo llevaba documentos firmados, avalados por notarios, donde se demostraba que era más importante para la nación mi permanecía en la rama de un árbol que mi presencia en la jaula más importante del zoológico nacional. Socialmente, el esclavo solía presentarse ante los demás como mi asistente personal. En determinada ocasión -estando los dos en una ciudad del interior del país, donde compré una bicicleta- yo regresé en avión y él llevando el vehículo, que yo acababa de adquirir, en las bodegas de un autobús interprovincial. Realizando un viaje incómodo, de más de 48 horas, mientras yo viajaba plácidamente en primera clase de un avión. El esclavo debía hacer un viaje semejante porque había decidido, contra toda lógica, porque yo decidí que la bicicleta que utilizaría un ave de rapiña debía ser transportada en un autobús. Sin embargo, a pesar de esta claridad aparente en los roles, muy pronto dejó de saberse quién era realmente el amo y quién el esclavo.

Poco a poco, como advertí, comenzó a hacerse indispensable. Aparte de empacar el equipaje, saber los números y claves de las cuentas bancarias, los passwords de las computadoras, conocía también el lugar exacto donde se encontraban guardadas las tijeras o los sacapuntas, los focos recién comprados, el par de calcetines buscado hasta la saciedad. También los lugares donde anidaban las liebres cuya caza no sólo me entretenía, sino que degustarlas me otorgaba el placer necesario para sentirme una verdadera ave de rapiña. En esa etapa, una de sus compensaciones -aparte de las obvias de una situación semejante- era hacer pública su condición de esclavo de alguien tan importante como yo. Parecía encontrar un placer extremo mostrando a los demás que yo lo había elegido como esclavo. Se lo contaba, con gran orgullo además, a los demás monjólogos con los que se cruzaba. En un comienzo, una situación semejante no llamó demasiado mi atención. Pensé que, incluso, algo tan fuera de lugar, podría incluso aumentar la fuerza del mito que acostumbro estructurar en torno a mi persona. Tanto como humano como en mi faceta de ave de rapiña. Curiosamente, fue precisamente en esa época cuando comenzó una de las mayores crisis emocionales que he sufrido en toda mi vida. Me sorprende que haya ocurrido en ese tiempo, pues en ese entonces contaba con el liderazgo simbólico de todo el árbol que habitaba y, también, con un esclavo que se ocupaba hasta en los mínimos detalles de los seis perros que le debían lealtad y amor exclusivamente a mi persona. Repito, se me rebeló el esclavo. ¿Habrá ahora alguien dispuesto a cumplir el rol? ¿Cuál es el punto donde reside el dolor? me pregunto una y otra vez. Es cierto, el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. De viaje. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato de acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros temas, recuerdo que después de volver de un viaje le obsequié un pañuelo recogido de manera casual en una vía pública. Yo iba en pleno vuelo, rasante, con mis alas extendidas a su mayor envergadura cuando, de pronto, noté el trapo tirado en medio del piso. Alguien muy cercano me lo hizo notar. Afirmó que semejante obsequio podía significar un paso atrás en la relación que supuestamente habíamos edificado. Aquel pañuelo -fabricado no recuerdo con qué material- podía ser motivo de confusión en la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos. ¿Fui entonces acaso yo, con esta dádiva torpe, quien propició el actual estado de cosas? Mi esclavo mantuvo su condición durante varios años seguidos. El sistema que comenzamos a establecer al momento de conocernos pasó por distintas etapas. La primera pudo haber sido la aceptación, por parte del esclavo, de mi desmedido gusto por rodearme de la mayor cantidad posible de perros. Allí, desde la rama de mi árbol, yo lo iba viendo, durante las mañanas en las que

Me encontraba en un estado que a veces parezco olvidar para caer en el caos mental más absoluto.

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no había decidido irme de viaje. Más bien escuchaba, a lo lejos -pues yo, por lo general, había utilizado la noche para salir de cacería y a esa hora me encontraba un tanto adormilado- como un vago rumor, los ruidos que producía cuando sacaba a pasear a los seis perros. Esa acción, de salir con los animales, la solía llevar a cabo varias veces al día. En la mayoría de las ocasiones los llevaba a correr a un parque cercano. Se preocupaba asimismo de las fechas de las vacunas, de los baños y cepillado de pelo que los animales requerían. De la compra, -casi siempre al por mayor y en lugares especializadosdel alimento deshidratado y los antiparasitantes que se les debe administrar como mínimo cada tres meses. Sin embargo, pese a la calma que mostraba desde mi rama me atacó, de un momento a otro, una de las mayores crisis emocionales que he sufrido durante mi existencia. Empecé, poco a poco, a padecer de una creciente depresión y a sufrir cada noche de ataques de pánico, que me impedían incluso salir en busca de una liebre o siquiera de un ratón perdido en medio del parque cercano. Felizmente contaba con mi esclavo al lado, quien se iba a encargar no sólo de los perros, sino también de la organización de los papeles propios de mi oficio de escritor, de ayudarme a llevar a la práctica -pese a mis condiciones emocionales- mi instinto de cazador de aves nocturnas, así como de los tratamientos psiquiátricos que iba a necesitar para salir de la crisis que se avecinaba. Fue así como empezamos a visitar juntos a profesionales de prestigio, quienes comenzaron a recetarme una serie de medicinas que empeoraron, ya no sólo mi estado mental sino también el físico. Engordé de manera inusitada. Tuve que comenzar a utilizar ropas de medidas especiales. Las alas no me servían ni para ir de una rama a otra de mi árbol de costumbre. Curiosamente, los médicos comenzaron a mostrarse cada vez más ineptos. Recuerdo que el esclavo los consultaba por teléfono, y volvía con el nombre de un nuevo medicamento, que se apresuraba en comprar. Una vez pasada la etapa de estos doctores, hubimos de acudir a los diferentes hospitales especializados en salud mental que existen en la ciudad. Para eso tenía al esclavo. Para que tuviera lista, desde el día anterior, la ropa que debía llevar la mañana siguiente. Preparadas las alarmas para despertar a la hora precisa, las rutas que habríamos de seguir desde muy temprano para llegar a los respectivos sanatorios. Los documentos que seguramente nos iban a solicitar en cada una de la instituciones que visitáramos. De esa manera recorrimos decenas de hospitales, donde ningún médico parecía entender el origen del mal. Nunca vi a mi esclavo cumpliendo de manera tan diligente su rol de verdadero amo. Tal vez

lo había visto de esa manera cuando prohibió que siguiera utilizando mi cuenta de Facebook, o cuando se enfrentaba a las autoridades del zoológico nacional para impedir mi exhibición. Eran impresionantes los elementos de su conducta, que se hacían evidentes en tales circunstancias. Había momentos -creo que eran los extáticos- en que parecía olvidarse de sí mismo para entregarse a su misión de amo esclavizado. Finalmente, al ver que ninguno de los tratamientos surtía efecto, pregunté a un investigador científico de mi confianza lo que él haría si estuviera en una circunstancia semejante. Me contestó que había una suerte de acuerdo entre los médicos del área. Si alguno mostraba un cuadro de una naturaleza semejante, no recurrirían a los tratamientos que se les ofrece de rutina al resto de los pacientes -era obvio que esos métodos no me estaban produciendo ningún resultado- y se someterían, sin titubeos, a uno de los últimos adelantos de la ciencia para tratar este tipo de desorden: la terapia electroconvulsiva. Me advirtieron que sonaba como algo extremo -el famoso y denigrado electroshock- pero que ahora, con el pasar de los años, se le consideraba como un método benigno, el cual se aplicaba especialmente a mujeres embarazadas y a personas con problemas hepáticos, quienes estaban incapacitada de soportar las medicinas de uso común. Aquel investigador dirigía un hospital psiquiátrico, también era escritor, pero no de rapiña como yo. Acepté de inmediato su ofrecimiento. Me informó que me podrían someter a un tratamiento semejante sólo si yo lo deseaba y firmaba un documento oficial. Le pedí entonces al esclavo que me preparara ls pequeña maleta de los viajes y que limpiara luego la rama del árbol donde solía dormir. Para llevar a cabo la terapia de choques eléctricos debía internarme en el hospital, donde era director el científico amigo a quien consulté. Me informó que, luego de la firma, me someterían a una serie de sesiones, para lo cual utilizarían una suerte de camilla provista de dos electrodos diseñados para ser colocados en las sienes de los pacientes. Al observar con mayor detenimiento mis características físicas, el científico me expresó que no me preocupase, que él mismo se encargaría de mandar a fabricar unos chupones electromagnéticos acordes a mi cerebro de águila. Lo único que me preocupó en esos momentos fue abandonar el falansterio donde habitamos yo, algunas otras aves de rapiña que llegan de manera ocasional, el esclavo -como una figura de arcilla deformada de algún Durero-y loa cinco perros, de los que se debía

(...)pese a la calma que mostraba desde mi rama me atacó, de un momento a otro, una de las mayores crisis emocionales que he sufrido durante mi existencia.

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encargar hasta en los más mínimos detalles. Aquel espacio tan único, a medio construir y a medio ser destruido, inundado hasta el punto perfecto, con los materiales ajados a la vista, ubicado en el centro de la ciudad. En el cuarto del hospital psiquiátrico, en el que pedí ser internado, dormíamos tres pacientes. Aquella habitación estaba situada enfrente de las que ocupaban las mujeres. A la derecha de mi cama había un joven que daba la impresión de ser autista, y a la izquierda un albañil que parecía haber sufrido un fuerte golpe, mientras se encontraba trabajando en alguna obra, que le afectó de manera severa la razón. Nunca vi que nadie acudiera a visitar al joven mudo. En cambio, todos los días aparecía la mujer del albañil, a la hora de las visitas, con un portaviandas rebosante de comida casera. Aquella, la hora del almuerzo, era el único momento en que los internados podíamos salir a los jardines del hospital. Durante el resto del tiempo nos encontrábamos recluidos, aparte de los cuartos y el baño de debíamos compartir, en una suerte de patio techado con una plancha de acrílico transparente. En ese tiempo, la misión del esclavo pareció alcanzar una suerte de plenitud. Yo pensaba que, mientras estuviera allí internado, no me iba a sentir tan mal, entre otras cosas, por no sentir deseo de cubrir, con mi gran cuerpo de ave desarrollada, a aquel minúsculo esclavo, que acostumbraba presentárseme, de espaldas y desnudo, algo encorvado, mostrando, como si estuviese a punto de someterse a un sacrificio, un trasero que más parecía un objeto de uso artesanal -una taza, un cuenco- que un elemento capaz de producir algún tipo de placer. Sin embargo, o precisamente por lo contrario, por haber salido nuestra relación -ya por completo- de cualquier orden de tipo sexual, el esclavo se convirtió, en aquel entonces, ya en la persona indispensable por excelencia. En alguien que efectúa, de la mejor de las maneras posibles, las gestiones burocráticas de la vida cotidiana, los exámenes médicos que hacían falta para mi internamiento, las gestiones para evitar que pase el resto de mis días dentro de la jaula principal del zoológico de la ciudad. Muy temprano en la mañana se ocupaba, además, de los seis perros. Cuando acababa con todo. Cuando dejaba el falansterio mostrando el aspecto que yo había ordenado. Haciendo creer, a cualquiera que lo observara, que se trataba de un espacio abandonado y vacío, llegaba al hospital respetando, de manera rigurosa, los horarios de visita. Me gustaría dejar en claro que el esclavo no se trata de una persona limitada mentalmente. Al contrario, cuenta con un intelecto no deleznable -una memoria casi fotográfica, lo que le permite dedicarse a estudiar las vidas

secretas de las monjas-, aunque por una serie de problemas -creo que de orden psíquico- es poco probable que llegue a ser alguna vez una persona destacada. Ni como esclavo ni como ciudadano me parece que vaya a alcanzar ningún rango mayor. Es por ese motivo, porque se trata de individuo con un consciente medio superior, que me llama la atención que en ningún momento hubiese puesto en cuestionamiento ninguno de mis deseos. En el caso de la terapia médica, como ya lo he señalado, fui yo y no los médicos quien pidió que se aplicara el tratamiento radical al que fui sometido. En el caso, tanto con respecto al sometimiento a la esclavitud al que sometí a esa suerte de Durero autóctono, como al asunto con los perros -que llegaban y eran intercambiados de manera insistente y cambiante- sucedía lo mismo. Todo se hacía por mi voluntad, y el esclavo no mostró jamás ninguna conducta por impedirlo. Parecía no importarle ninguna de las consecuencias que podrían causar mis actos, por más descabellados que parecieran. ¿Dónde estaba situada la presencia del esclavo en ese entonces? ¿Su misión era la de obedecer con una diligencia extrema, ciega, el menor de mis caprichos? Puede sonar absurdo plantear algo así en este momento, pero, por supuesto, aquello formaba parte del pacto establecido con el amo: obedecer de manera total cualquiera de sus exigencias. De otra manera, resulta inexplicable que alguien con sus capacidades mentales hubiese permitido no sólo hacerse cargo de la supervivencia de seis perros, que siempre iban siendo reemplazados además, sino, sobre todo, el internamiento de nada menos que un ave de rapiña en semejante institución mental. ¿El esclavo en realidad busca el aniquilamiento del amo? Por supuesto, su obsesión por obedecer tiene que llegar al punto de devorar al elemento que es servido. Debe servir y servir, en una mecánica incesante, hasta que el amo deje de ser amo, convertido en un deshecho, para poder encontrar así el esclavo a otro amo, al cual servir de la misma manera hasta el momento de su destrucción. Cuando tomé consciencia de lo absurdo y peligroso que significaba encontrarme dentro de aquel hospital, decidí salir de inmediato. Hablé con el director, aduje que estaba allí por voluntad propia, y logré el alta instantánea. Cuando el esclavo arribó a la hora habitual de las visitas, mostró su diligencia de costumbre para llevarme nuevamente al lugar que habitamos. Al falansterio gigante, lleno de infinitos cuartos. Cierta vez le ordené al esclavo que contará el número de habitaciones y me informó que cuatrocientas. Todas en cemento puro. Sin puertas ni ventanas. Con las varillas de cemento sobresaliendo en los lugares más insospechados. En

¿El esclavo en realidad busca el aniquilamiento del amo? Por supuesto, su obsesión por obedecer tiene que llegar al punto de devorar al elemento que es servido.

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otras palabras, el lugar ideal para sodomizar a un esclavo nativo. Para obligarlo a obedecer el menor de mis deseos. Cuando lo poseía, recuerdo que preferíamos para hacerlo los lugares anegados, mi tremendo peso de ave de rapiña hacía que su cara perteneciera durante prolongados instantes debajo del agua verdosa que brota bajo los terraplenes. Recuerdo que mis alas, y las garras clavadas en su diminuta espalda, le impedían de manera libre la más mínima libertad de acción. Eso daba la impresión de hacerlo feliz. Al menos en la zona donde se encuentra situado el falansterio, no es común que un esclavo tenga como amo nada menos que a un ave de rapiña. Visto a la distancia, es extraño que alguien que estudie, de manera diligente además, la vida de las monjas, disfrute de las ocasionales sesiones de ser poseído por un ave gigante -de un tamaño tal que las autoridades del zoológico nacional no cejaron nunca en su empeño en convertirme en una de sus atracciones mayores- al que un par de aletazos soltados en la nuca hubiesen podido no sólo dejarlo sin sentido -aquello ocurría con frecuencia cuando lo obligaba a mantener más de la cuenta la cabeza debajo del agua- sino dejarlo muerto al Instante. Para esas sesiones servían de mandes perfecta las instalaciones que habíamos elegido como lugar de vivienda. Las paredes de ladrillo al descubierto, las varas de madera con las que alguna vez intentaron sostener los cimientos, seguramente, mientras el cemento se iba secando. Pero ahora el esclavo se encontraba en el hospital psiquiátrico donde yo mismo había decidido internarme. Cuando llegó, allí, a ese patio techado con una placa de plástico semitransparente con el que contaba el patio del pabellón donde estaba recluido, me encontró en pleno ataque de claustrofobia. Sin tener ya a mi disposición mi cuenta de Facebook -que hubiera utilizado en ese momento para pedir a alguno de mis contactos ayuda para abandonar un lugar semejante- yo, cuando arribó el esclavo, estaba tratando de volar y me estrellaba, de manera estrepitosa además, con aquella superficie de plástico opaco con la que estaba recubierto el sector. Los demás pacientes, así como el personal médico, se encontraban aterrorizados con el estruendo que causaba mi conducta. Para ese entonces, ya había sido sometido a cuatro sesiones de descargas eléctricas. Las dos primeras pasaron casi inadvertidas. Me acostaron en la camilla, me aplicaron la anestesia, colocaron unos terminales en mis sienes que, en efecto, habían sido acondicionados para las cabezas aguileñas con las que contamos seres como nosotros, y desperté como si nada fuera de lo normal hubiese sucedido. En la tercer tratamiento las cosas fueron diferentes. Parece ser que recobré la conciencia

antes de tiempo y, por lo visto, el relajante muscular que me habían aplicado antes de someterme a la descarga había dejado de surtir efecto antes del tiempo calculado. En otras palabras, desperté y advertí que me encontraba rígido y sin poder respirar. Fueron segundos desesperantes. No podía abrir el pico para quejarme, lanzar quizá un graznido, ni mover las alas para indicar que me estaba asfixiando sin poder comunicárselo a nadie. Luego me enteré que durante las sesiones me aplicaban respiración artificial por medio de un fuelle, que abrían y cerraban con celeridad. En esa ocasión desperté y advertí que el movimiento de aquel aparato no coincidía con mi necesidad de aire. Mucho menos con mi ritmo respiratorio. Pero nada de eso parece importar ahora. Aquel espacio donde estuve recluido no guardaba ninguna relación con el espíritu espectacular posee el falansterio donde he decidido habitar junto a un esclavo y cinco perros. El diseño de este hospital es absolutamente convencional. Extraño, no sólo el falansterio y su constitución, sino también humillar, una y otra vez, a mí esclavo, conversar con las otras aves de rapiña, que vienen de vez en cuando a visitarme. Añoro solazarme con la observación -con paciencia y sintiendo un desbordamiento amoroso que da la impresión de desbordarse- del esclavo estableciendo un vínculo profundo con alguno de los perros. Observarlos con la misma expectación que puede llegar a causarme observar la reacción sumisa que acostumbra mostrar el esclavo cuando, de improviso y sin mediar razón evidente alguna, lo obligo a que se deshaga del ejemplar querido para siempre. Apostado en la rama escondida que me han acondicionado, oculta de tal modo para que los demás piensen que habitamos en un lugar deshabitado para siempre, he desarrollado la facultad de detectar el punto exacto en que el vínculo entre el esclavo y algún perro llega a su punto más intenso. Una vez que lo advierto, nada puede ocurrir para que ese can sea expulsado, casi de inmediato, de los límites del falansterio que habitamos. Si el perro elegido se trata de uno de esos ejemplares tercos, que se empeñan en volver al territorio, en constante construcción-destrucción, pese a mi deseo, debo entonces abandonar la rama donde, como de costumbre, me encuentro apostado y atacarlo, hundiendo sin piedad mis garras de ave de rapiña en su lomo, destruir sus ojos a picotazos, hasta dejarlo sin vida. El esclavo debe introducir entonces el cuerpo en un saco, y conducir a un basurero lejano aquellos restos amados. Es precisamente en momentos semejantes cuando, tanto el esclavo como yo, como los perros restantes recobramos la particular armonía que nos permite vivir en un estado de felicidad plena. Ahora que el

Los demás pacientes, así como el personal médico, se encontraban aterrorizados con el estruendo que causaba mi conducta.

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FICCIÓN

esclavo ha huido recuerdo, con una intensidad que me parece casi anormal, la ocasión en que el esclavo, sin acuerdo previo, comenzó a hacerme por primera vez las maletas a la perfección. Además, con una rapidez extraordinaria, ponía en orden mis archivos literarios. Fue aquella la época en que empezó a presentarse socialmente como mi asistente personal. La vez en que tuve el ataque de claustrofobia y comencé a estrellarse contra la plancha de acrílico con la estaba recubierto el patio del pabellón, el esclavo acudió, como de costumbre, al hospital con el fin de cumplir con su visita diaria. Llevaba consigo sólo la bolsa con los libros, los que trataban en su mayoría acerca de la vida secreta de las monjas, que estudiaba en forma constante. En ese tiempo, el esclavo estaba a punto de obtener un título profesional, y se había impuesto como meta ser mejor que sus demás compañeros. Me había prometido, además, colocar mi nombre en la dedicatoria de su tesis. Daba la impresión, a cualquiera que lo observara desde afuera, que su necesidad de dependencia hacia el otro estaba colmada con la relación que mantenía con su amo, un ave de rapiña en alerta constante como era yo en ese entonces. Parecía que esa sumisión exclusiva le daba la fuerza necesaria como para creer que era considerado sobresaliente en los demás aspectos de su vida. Eso no era cierto. En verdad, se trataba de un pésimo estudiante. Uno de los peores monjólogos del país. Se ganaba la vida con trabajos modestos como servir de guía de turistas, trayectos durante los cuales inventaba los datos en la mayoría de los casos. Creo que fue por eso que acepté desde un comienzo la relación: porque, en apariencia, no iba a ser excluyente. El esclavo iba a continuar con su vida de todos los días. Sobre todo, con sus supuestas investigaciones académicas. Estoy seguro de que la intensidad con la que me mostraba su esclavitud hubiese sido desesperante sin esta suerte de punto de fuga. Pero el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. De viaje. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros asuntos, recuerdo que después de volver de un viaje anterior le obsequié un pañuelo recogido del suelo. Alguien muy cercano me lo hizo notar. Afirmó que semejante obsequio de mi parte podía significar un paso atrás en la relación que se había edificado. Aquel pañuelo, un poco sucio por las pisadas de los transeúntes, iba a ser motivo de confusión acerca de la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos. Hoy, el teléfono

ha sonado varias veces. Yo me encuentro en Kassel, Alemania. En la Documenta 13 a la que he sido invitado tanto como Curador Honorario como Expositor fuera de Programa. Donde fui invitado tanto como ave de rapiña como ciudadano normal y corriente. Es por ese motivo que arribé a la ciudad portando una maleta perfectamente ordenada como un trozo de la rama en la que suelo apostarme en el falansterio. Para subir al taxi que me transportó al aeropuerto tuve que aguardar que oscureciera, con el fin de que ningún vecino advierta mi presencia. Salir de uno de los departamentos a medio construir. Atravesar las aguas empozadas y verdosas, donde en esa ocasión advertí la presencia de algunas alimañas. Una pequeña serpiente se escondió debajo de una tabla de madera, y la nube de moscos empezaba a emerger del fango. Aquí en Kassel es medianoche. Dudo. Es desconocido el número que aparece en la pantalla de mi teléfono. Sin embargo, contesto. Oigo una suerte de respiración. En ese instante comprendo que se trata de una llamada del esclavo, de aquel sujeto que apareció por primera vez en mi vida a través de un mensaje de Facebook. En ese Instante advertí -ignoro las razones por las que de pronto se me reveló la verdad completaque durante el tiempo en que estuve imposibilitado de fungir de amo -es decir, entre otros asuntos, durante mi internamiento en el hospital, mis viajes, en las noches dedicadas por entero a la escritura o a cazar a los animales nocturnos, semejante sujeto, aquel con aspecto de un Durero precolombino, buscaba de inmediato, casi de manera desesperada, la presencia de otros amos. Aquella respiración, a través del teléfono, fue lo último que supe de su persona. Espero, de todo corazón, que a alguno de sus amos posteriores, a los que debe haber hallado luego de haber escuchado aquella respiración a través del teléfono, se le haya pasado la mano en los acostumbrados juegos de amo y esclavo a los que, seguramente, les debe encantar someterse. Y deseo, lo repito, que al último amo que le toque en suerte, al definitivo, le parezca que se trata de una pantomima más, de otro de los juegos acostumbrados, las muecas grotescas que muestra dentro de la bolsa de plástico sin agujeros con la que ha cubierto su cabeza durante los últimos quince minutos seguidos.Lo único que me daría lástima de una escena semejante es que no ocurra aquí, en el falansterio, entre los roedores, serpientes y bichos, que no han dejado de multiplicarse desde su partida. Que la escena de las bolsas no se lleve a cabo al lado de los putrefactos cuerpos de los perros, que dejó amarrados a una de las varillas de construcción antes de partir.

Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. esos años.

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10 VERSIONES

Tres poetas norteamericanos SELECCIÓN Y TRADUCCIÓN DE CARLOS L. ORIHUELA

L

a obra poética de Elizabeth Bishop (1911-1979), Carl Sandburg (1878-1967) y William Carlos Williams (1883 – 1963), ilustra con nitidez lo más representativo de la poesía norteamericana contemporánea, particularmente la de la primera mitad del Siglo XX. Esta selección, como cualquier otra en su género, no deja de ser arbitraria y largamente incompleta. Hemos tomado en cuenta, sin duda, sus virtudes artísticas y su tipicidad dentro de la compleja realidad social y étnica de los Estados Unidos, sobre todo para el trabajo adicional (y arduo) de traducirlos a nuestra lengua castellana. Quiero hacer llegar mis sinceros agradecimientos al lingüista Dr. Roberto Mayoral-Hernández, cuyas sugerencias han sido muy valiosas para la culminación de esta tarea. (Carlos Orihuela)

William Carlos Williams

Portrait of a Lady

Retrato de una dama

Your thighs are appletrees whose blossoms touch the sky. Which sky? The sky where Watteau hung a lady’s slipper. Your knees are a southern breeze—or a gust of snow. Agh! what sort of man was Fragonard? —as if that answered anything. Ah, yes —below the knees, since the tune drops that way, it is one of those white summer days, the tall grass of your ankles flickers upon the shore— Which shore?— the sand clings to my lips— Which shore? Agh, petals maybe. How should I know? Which shore? Which shore? I said petals from an appletree.

Tus muslos son manzanos cuyas flores tocan el cielo. ¿Qué cielo? El cielo donde Watteau colgó la zapatilla de una dama . Tus rodillas son una brisa del sur o una ráfaga de nieve. ¡Ah! ¿Qué tipo de hombre era Fragonard? Como si eso respondiera algo. Ah, sí, debajo de las rodillas, ya que la melodía fluye de esa manera, es uno de esos blancos días de verano, la hierba alta de tus tobillos parpadea en la orilla. ¿Qué orilla? La arena se adhiere a mis labios. ¿Qué orilla? Ah, pétalos tal vez. ¿Cómo podría saberlo? ¿Qué orilla? ¿Qué orilla? Dije pétalos de un manzano.

—Ptyx—


VERSIONES

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Elizabeth Bishop One Art

Un arte

The art of losing isn’t hard to master; so many things seem filled with the intent to be lost that their loss is no disaster.

El arte de perder no es difícil de dominar; tantas cosas parecen llenas con la intención de perderse que su pérdida no es un desastre.

Lose something every day. Accept the fluster of lost door keys, the hour badly spent. The art of losing isn’t hard to master.

Pierde algo cada día. Acepta el desasosiego de perder las llaves de la puerta, la hora malgastada. El arte de perder no es difícil de dominar.

Then practice losing farther, losing faster: places, and names, and where it was you meant to travel. None of these will bring disaster.

Luego experimenta perder mucho más, perder más rápido: lugares y nombres, y adonde pensabas viajar. Nada de esto resultará en desastre.

I lost my mother’s watch. And look! my last, or next-to-last, of three loved houses went. The art of losing isn’t hard to master.

Yo perdí el reloj de mi madre. ¡Y mira! la última, o la penúltima, de mis tres amadas casas se me fue. El arte de perder no es difícil de dominar.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster, some realms I owned, two rivers, a continent. I miss them, but it wasn’t a disaster.

Perdí dos ciudades, ambas encantadoras. Y algo aún más grande, algunos reinos que poseía, dos ríos, un continente. Los extraño, pero no fue un desastre.

- Even losing you (the joking voice, a gesture I love) I shan’t have lied. It’s evident the art of losing’s not too hard to master though it may look like (Write it!) like disaster.

Incluso perdiéndote (tu voz graciosa, un gesto que amo) no habría mentido. Es evidente que el arte de perder no es muy difícil de dominar aunque pueda parecer un (¡escríbelo!) un desastre.

Carl Sandburg Losers

Perdedores

If I should pass the tomb of Jonah I would stop there and sit for a while; Because I was swallowed one time deep in the dark And came out alive after all.

Si tuviera que pasar por la tumba de Jonás, me detendría y me sentaría allí un momento; porque una vez fui devorado en la oscuridad profunda y al final sobreviví.

If I pass the burial spot of Nero I shall say to the wind, “Well, well!”I who have fiddled in a world on fire, I who have done so many stunts not worth doing.

Si paso por la sepultura de Nerón, le diré al viento: “¡Bien, bien!”, yo que he tocado el violín en un mundo en llamas, yo que he hecho tantas acrobacias que no valieron la pena.

I am looking for the grave of Sinbad too. I want to shake his ghost-hand and say “Neither of us died very early, did we?”

Busco también la tumba de Simbad. Quiero estrechar sus manos fantasmas y decirle: “Ninguno de nosotros murió muy temprano, ¿verdad?”

And the last sleeping-place of NebuchadnezzarWhen I arrive there I shall tell the wind: “You ate grass: I have eaten crowWho is better off now or next year?”

Y el último lecho de Nabucodonosor. Cuando llegue allí le diré al viento: “Tú comiste hierba : yo he comido cuervo”. ¿Quién está mejor ahora o el año que viene?

Jack Cade, John Brown, Jesse James, There too I could sit down and stop for a while. I think I could tell their headstones: “God, let me remember all good losers.”

Jack Cade , John Brown , Jesse James , allí también podría sentarme y detenerme un momento. Creo que podría decir a sus lápidas: “Señor, déjame recordar a todos los perdedores buenos”.

I could ask people to throw ashes on their heads In the name of that sergeant at Belleau Woods, Walking into the drumfires, calling his men, “Come on, you… Do you want to live forever?”

Podría pedir a la gente que arrojara cenizas sobre sus cabezas en nombre de ese sargento en Belleau Woods , caminando hacia el fuego graneado, llamando a sus hombres: “¡Vamos, ustedes ...! ¿Quieren vivir para siempre?” —Ptyx—


La batalla por el agua 12

La batalla de los pueblos la gran batalla del horror nos agarra a puñaladas por la espalda por la boca a puntapiés a balazos a gases tóxicos a redes electrónicas a cólicos tiempo ha que a comenzado hoy le vemos la cara clara como el agua que baja de los glaciares vemos el fondo de los lechos y los hechos la batalla donde la palabra prójimo se quiebra pestaña a pestaña célula a célula no son prójimos los que envenenan el agua con residuos minerales halos radioactivos es gente que ha perdido el alma la conciencia el espíritu nosotros somos prójimos de los peces de los árboles del musgo y los líq de la ialela y del krill ellos del dinero de la máquina de hacer dinero ningún mamífero produce tanta destrucción de su ambiente bosques sembrados de cadáveres de todas las especies océanos donde la muerte se ha sentado a cenar hasta acabar con cualquier señal de vida sus sirvientes le prometen entregar a todo ser viviente a cambio de unos dólares el teclado de la vida se ha roto de la noche a la mañana una ola de arena se levanta en el viento una detrás de otra el agua se va como la vida

la supervivencia de las especies está en la balanza de la duda los que están al otro lado escupen en el rostro de la vida al cuadrado le falta uno de sus lados al círculo su eje equidistante la inteligencia ha sido usada en sentido inverso el ser humano ha perdido su lado divino se ha perdido a sí mismo los comerciantes tienen el corazón vacío en sus casas frente a sus pequeños hijos mienten frente a sus mujeres mienten hasta que se quitan las máscaras y los hijos y las mujeres entran al engr en nombre de la riqueza si límites las finanzas personales el prestigio el poder el orden alguien intenta hacernos creer que es en nombre del país alguien aparece en la pantalla en nombre de todos es necesario saber ahora mismo que vivimos en un país sin mañana

Omar Aramayo

los taladores de bosques los mineros las petroleras los fabricantes de los grandes tóxicos inmensas factorías ciudades montadas amontonadas sobre barcos pira gordas vacas de la muerte los banqueros los políticos venden la vida la patria en este tiempo en que todo se vende han envenenado la tierra hecho llagas a pueblos enteros el aire se ha llenado de monstruos de plomo y mercurio que disfrutan en la sangre de los niños los niños nacen tarados los viejos mueren desangrados

—Ptyx—


quenes

ranaje

atas

POESÍA

las mujeres se arañan las entrañas estériles es el momento de ponerles alto queda tal vez algo de esperanza los convenios no se cumplen los plazos que se hace pedazos las ballenas suicidas aparecen entre tus sábanas las aves con el vientre repleto de plástico los peces envueltos en petróleo Cuerpo de agua boca de agua planeta azul placenta del cielo seres extraños han salido de la oscuridad a matarte en nombre del oro y en nombre del otro a cortarte el cuello como si fueras el más inocente el más tierno de los animales de un solo tajo a tajo abierto danos tu bendición hombre o mujer que luchas por el agua tu transparencia donde los peces se deslizan a la luz de los astros a la luz de ellos mismos danos tu fuerza hombre mujer que has pactado en nombre del agua en la batalla del horror Qué vas a hacer hombre de las ciudades mujer de los llanos y cordilleras niño de los desiertos recién acabados de pintar con una luna sobre la frente gran jefe ojo de rayo de monte adentro gran shamán de la madre vegetal maestro que braceas hacia las islas ingeniero agrónomo que ha perdido el sombrero del sueño qué vas a hacer en esta hora debes decirnos cuál es tu designio tú iracundo y tú que eres un alma de Dios en la gran batalla por el agua en el gran espejo del agua donde somos los mismos abogado del diablo contador que llevas cuentas paralelas has sido descubierto con las manos en la mesa has sido descubierto con la llaga en el cerebro sabemos de tu enfermedad sin remedio se llama dolor por dólar tienes las espaldas pintadas en los muros un grafiti extraño ojo solitario de la serpiente que silvas al sol del mediodía es necesario detener al Oscuro al rey Midas cubierto de oro al centro de un mar de materia fecal fango arena herpes que sopla sin piedad se aproxima el tiempo de la sal de las grandes ventiscas de sal la huella del crimen está sembrada con cinismo por todo sitio los cadáveres de los criminales joyas sin valor derramados secos colgados de los pies en el polvo en el viento el planeta ha sido abatido por falta de inteligencia amor fino quiero escuchar tu voz quiero ver tus manos tu pecho tu sana inteligencia retumbar por todos los cielos que los planetas se conmuevan y otra vez se vistan los glaciares y las corrientes corran plenos de salud con la risa cristalina del niño

—Ptyx—

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Seis poemas

El patio de Franklin Square I)

Apoyado en lo invisible el dolor es un chorro de agua fresca en tu corazón. El vacío derrotado y la herrumbre del vino refulgen con el agua alterada por la lluvia. Nada se ha escrito aun sobre el cielo de este patio. Todo es solo un intento de las esferas por describirlo, señales de humo para el destello de la oración. Hay una luz natural en su sosiego, destino que se vuelve elevación. El cielo rojo dialoga con la sombra de los pájaros. Después de llover la luna llena es un crucigrama de sorpresas. II)

Vivimos en un patio con cinco pinos, un rosal púrpura, sombrilla parda, setenta pájaros, cinco palomas, un gavilán y el conejo de la fuente. En este patio las palabras se hacen agua y los labios remendados balbucean. El patio es el paraíso de mi bicicleta. Aquí la estaciono y puedo sentir sus ruedas volar entre los pinos. Cada mañana desayunamos bajo un toldo pardo y una mesa de acero con sillas de verano. El café con crema y el pan caliente con mantequilla, la felicidad. Aquí renace el espejo anudado, el color del cielo al revés.

El Puente de Brooklyn (primera visión) Hoy dejó de ser invierno por un día.

Miguel Ángel Zapata

Los cables de acero se volvieron tulipanes de primavera, y el río turbio se calentó con las muchachas que bajaban en bicicleta a divertirse en la ciudad. Ni el río ni el cielo tenían apuro: la algarabía del vino crecía con el sol y el deseo un largo y complaciente baguette. El río bebe con el cuervo la penúltima copa de vino tinto. Una mujer de cabello castaño largo dictaba un poema al violeta del sol, y el río se trepaba sin remedio hasta mis ojos descolgados.

—Ptyx—


POESÍA

Visión del paraíso

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La Nota 13

(Pinturas de Tilsa Tsuchiya) El pez dorado mira la nube atravesada por una rana. Yo quiero ser el tronco que se desplome en el vacío de la niebla, me dice la rana. Yo siempre salto hacia delante, voy de prisa pero con calma. El sauce llora de verde la caída de las sombras.

(Escuchando a Paganini)

Busco mi lápiz amarillo para dibujar a Nicolo. Mi lápiz es un instrumento musical, violín diabólico que toca la nota 13. Al oír esta consecución de sonidos dislocados como una montaña rocallosa, dudo si debería hacer un pacto con el mal. Busco mi lápiz amarillo y dibujo su perfil como un ángel oscuro que llega a incendiar mi casa de nuevas tesituras.

Hay un río que no fulgura por la cercanía del aguacero. En el corral están el bien y el mal como una fortaleza de hielo. Una mujer callada bajo la sombra de la luna mira mi desierto.

Soy músico de nacimiento. Miren mis manos largas, las más ligeras de toda Europa, que pueden tocar con cuerdas dobles o triples y aun si se hubiera roto alguna puedo articular un nuevo poema en el aire. Busco mi lápiz negro para escribir un poema sobre la cabellera de Nicolo. Escucho el Capricho 13 o la Tristeza del Diablo mientras un ángel de casaca negra me anuncia que si no hubiera sido por Nicolo no habría podido existir el heavy metal.

Salpica el cortejo de la luna, su paraíso te enceguece como un cuervo partido por el sol.

El árbol de la dicha Para Rose Shapiro, in memoriam

Amor de paso

El árbol de la dicha te dice al oído: escucha mis hojas/ remece mis ramas/ piensa en el ciprés y sus brazos de viejo sabio/ siente el pájaro que se posa en mi rama y lee los salmos de la vida leve/: el río baja y no deja sombra, sus arcos se sostienen a pesar de la lluvia y la tormenta/

Penetrarte como al agua la penetran los delfines sin herirla sin dejar evidencia que no he naufragado por buscarte por perseguirte entre los bares y las luces de la ciudad para llenarte de besos aunque siempre supe que te dejaría como se deja un país o una plaza sin flores que cortar

Este cáliz se levanta y roza el infinito/ nunca morirán las hojas ni dejarán de volar los pájaros/ el cáliz y la cesta con frutas vivirá en la boca de los vivos/ el viento susurra palabras de agua/ y el cielo como la arena nunca para de insistir en la calle de la pupila/ solo el aire sabe del río y de su bruma/ el agua que corre incesante en busca de tus manos —Ptyx—


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POESÍA

Antes y después de la catástrofe, cucarachas y poesía HÉCTOR HERNANDEZ MONTECINOS

Esto de la poesía me tiene mordiéndome la lengua ante la muerte para que no me vaya con ella. Conozco cada uno de sus nervios y los músculos que la sostienen sobre el mar donde nadan las palabras que son cada día más reales pero no tienen sombra, palabras que no beben agua porque abren sus branquias para que les entre el cielo. Tanto a los poetas y a los muertos la tierra les resulta transparente como este océano, que tiene una infinita espiritualidad, es decir un alma que si existiera su piel sería el cuerpo entero. Las nubes posan su pie descomunal en esta playa de Huanchaco y aquí es donde se enterrarán estos recuerdos muertos que de la mano voy trayendo pensando en el día en que todo se acabe y mis bolsillos terminen en la atmósfera. Al escribir voy envejeciendo mi infancia y lo veo en cada libro en que uno como gato sólo dibujará ratones para que las cucarachas se rían y digan ‘no moriré’; sí, es triste el hecho de que toda esta historia terminará en esta hoja de papel y no sería tan terrible este dolorcito en el pecho si es que mi corazón no fuera del tamaño de mí. Nunca salir del infierno esta es mi última esperanza, en la geografía hoy es domingo y todo ha sido translúcido. Donde sea que me pille la noche me iré a volar con ella, enterraré mis manos en su espalda para ver con mis propios ojos, atascados en sus cuencas, que mis huesos tienen miles de años. —Ptyx—


POESÍA

Qué más quisiera yo que Dios se riera y se olvidara de que todo esto se acabará, observo los meridianos y paralelos de la palma de mi mano para pensar que entre nosotros viven manadas de kilómetros y entre ellos los suspiros extraviados, no correspondidos, que una noche de estas volverán como un grito ciego para recordarme que mi cuerpo a cada momento añora su pasado de cadáver. Espero que baje la marea y pienso en la aurora boreal que fue aquella vez juntos, digo aurora boreal para no decir que fue demasiado bello para que durara más que esa noche; en cada lágrima van resumidas decenas de poemas y la sal del mar las atrae, quizá por eso esté aquí, ahora ¿manyas? En la noche el sol baja al mundo y se esconde entre los hombres que tendidos bajo las estrellas se lo imaginan durmiendo detrás de las montañas o en el fondo del mar, pero lo que no saben es que el sol es también un cuerpo celeste solitario porque no tiene un rostro a quien hablar, las estrellas cotorrean toda la noche y la luna les canta viejas melodías para que se duerman, yo al menos puedo escribir este poema y esconderme en esta página en blanco que sería como un sol cuadrado si tuviera unas gafas negras del tamaño del universo. Nunca había imaginado un fuego tan invisible para que se acabase todo esto, incluso la infancia que me da vueltas en la cabeza no está perdida sino desencontrada, por eso mis hijos serán mis antepasados y mi semen el charco de tinta de mis días violentos. Creo que estos son los últimos versos de esta noche y este abrazo a la distancia será el más fuerte de todos recordando la vez que nos caímos del cielo; ojalá mi corazón tuviera párpados para que más rato pudiera también soñar. Sólo porque no te veo es que puedo escribir estas líneas y siento profundamente que en todos los puertos del mundo habrá un silencio por ti esta noche, mañana sólo quedarán cucarachas y este poema.

—Ptyx—

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LECTURAS

Poesía de Willy Gómez Migliaro A propósito del poemario ‘Pintura Roja’ CONSUELO NÚÑEZ

E

l poeta hace incisiones, es el curador de arte, de una pieza con cuerpo esplendente a cuyo color y textura hallaremos «se puede hablar de un ladrillo y de un tejido de una forma que sangra y borra o simula muy bien» -nos advierte- «definitivamente el mundo es aquí» Cuando la mirada cual geometría nos es trasladada en captación y estesía, sabemos que nuestra visión se expande mientras él continúa con su tarea de auscultamiento. Y va de la realidad prístina de aquel lienzo a la vida misma que juega en su entramado, lleno de formas y objetos que «sombran la dimensión de un pudridero» a la misma vez que surgen los intercambios de aquellos quienes, u otros a los que nos invita a ver «más púrpura» pri-

mer color que aparece y nos previene como algo más que «se puede distinguir desde esa sombra arriba» El poeta -curador- hace incisiones e incrusta o revisa la realidad en el espejo de aquel arte con sus fórmulas de geometría «aquella dimensión de un modelo encuadrado» mas no retrocede aunque ha constatado que hay dolor y también esperanza «cuando los niños abrazan a las madreselvas» Sin embargo hombres y mujeres se prestan en un intercambio hostil donde con «un cuento de hadas se disfrazan los trazos del ocre y un manchón oculta el valor de los ahujeros y los cuerpos sostenidos» rojo y blanco se enfrentan los que corren parecen llevar por botín armas «hay libros en el borde de las lanzas ensangrentadas» —Ptyx—

Así, en esta parte ya el poeta nos conduce por el recorrido cuyo contenido es histórico y donde calza el o los discursos que se cruzan donde antes nos hizo asquear. «los cuerpos sostenidos» y nos confirma que «empalan el cuerpo del amor líneas extrañas e inertes» se refiere a líneas «ya sin muerte» es un primer desclasamiento (que refiere al inicio). El curador ha examinado en su arte que no solo las formas, digamos textuales o los colores pintan y expresan, sino también nos alcanza lo inmanifiesto descubierto, la función discursiva de estas líneas que al final expresan también y él las identifica cortantes: «y ya no hay necesidad de dividirse entre ellas» habla del plano en el que podemos toparnos con el horror de la misma muerte. Y


LECTURAS

entonces cuestiona a «esas catedrales que se cierran en el silencio» y más adelante confirma «un estigma de la conquista es el arcángel de rostro afeminado» señala con decisión «la política se da aquí» conforma este escenario «una cruz de manos sucias con privilegios temporales» es decir que acaba de abrir de un tajo limpio el tejido que examina para nosotros donde pinta el ensombrecimiento sobre objetos culturales construidos y enfrentados desde antiguo tiempo. La tarea avanza y nos advierte sobre «o alta nobleza del hombre del reflejo» donde a manera de niveles de las aguas se citan «la competencia y la muerte pero hay otra sumersión» es un «miro del otro lado del retablo» y el enfrentamiento entre la sombra, «sus negros» y «pieles muselinas y blancas» que conforman cual ángeles mudos «de los pocos hablantes formando su trecho sin habla» identifica una muestra cierta de lo cotidiano como haber hallado un esbozo revelador no terminado «tentativas complejas para componer una escena movida» y el curador menciona dos veces la luz en este «jardín indefinido» como quien encuentra un paisaje de hechos anacrónicos «me prometí un momento de atención la calma y el habla no un escrito a ciegas» cierra. En otro grupo de versos nos remite a una especie de mapa espejo donde «las estaciones tienen el placer de estar solo ahí» apunta un retorno del otro lado «no volveré más a ese cuerpo invasor» luego de «a través de la percepción» sugiere un color donde «el misterio vuelca su incendio» donde también pinta su propia distancia «y me enorgullece saber nada de lo que se revelará al final» el curador sale del reflejo del espejo y como si fuera un mapa que deja arrugado afirma que este escenario no exento de misterio

marca un camino de salida, «a medio construir a ritmo de una necesidad» Las silbadoras traen un lenguaje, otro verso que hace de subtítulo le otorga más facilidad al poeta para pintar un rápido y casi plástico camino de salida o atajo por su recorrido. Pinta y reconoce un espacio que se expande, no hay colores, el va por «el camino de la abstracción» los colores son apenas sugeridos por las formas u objetos. Observa un entramado o

pátina. «Dejando apenas una incrustación frágil al mundo de hiladillos y sujeciones obscenas recubiertas de grasa» porque todo lo que asoma «bajo mis párpados para otra luz» se difumina o pierde, o desaparece para inventar melancolía de «colorete espolvoreado» nos remite acaso a un «asfalto nocturno» que como especie de nimbo o túnel infernal nos obliga a constatar «evidencias y escalofríos en —Ptyx—

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un brochazo» donde «todos entran bien a oscuras» y además constata que para salir de aquel no lugar «otro es el movimiento cuando nos vamos» El poeta ahora critica abiertamente (en su estilo) que desde su posición se ocupa de las cosas como los demás, cuando ya pasaron, a ello alude «naturaleza muerta» y la luz del sol «tarde» el quehacer a futuro será guardar en plástico lo que se cae o desperdicia y asoma el pudridero de nuevo, se ha referido antes a la política y critica a aquellos que mientras afianzan sus políticas de progreso estos intentos se hundan en el principio del como obtener rápida ganancia de este juego. «Todo parece de uno» hasta que se descubre que se ha descrito a la contaminación de tierras y todo se ennegrece porque el espacio -se expande otra vez- que estaba reverdeciendo revela oscuras intenciones. El curador se escandaliza con observar el infortunio del pueblo originario que está indefenso ante los embates de la explotación de estos sus territorios sin realizar una consulta previa a sus pueblos como corresponde a los derechohabientes. Frente a esa fila de hombres con «la costumbre sobre el papel de afiladísimas palabras» los mismos que solo quieren hacerse de fortuna «en un acto insano que flota enrededores» Describe una mirada de nuevo abstracta y en ese camino sitúa al hombre que en silencio sufre la corrupción (como también se afecta frente al sistema agobiante) que «internos en sus desagravios sin palabras» se ve reflejado en el avance de la contaminación de su hábitat, el medio ambiente ocurre aquí en emergencia, como «una rotura del firmamento» nos señala una herida (como un rompimiento del Gloria cristiano) el poeta es el curador de estas malas artes, de esta región de pus, donde crecen las sombras y se pierde el horizonte.


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LECTURAS

Desde el pasado, una novela para el futuro ISAAC LINDO VERA

Con su novela ‘Cautivos de mar y tierra’, Juan Carlos Suárez Revollar nos sorprende con una historia de aventuras que da a conocer el talento y capacidad de un buen narrador.

Cautivos de mar y tierra’ es una novela que cuenta la historia de Franz Von Carnap, noble alemán hijo de una nativa peruana quien ha emprendido un viaje hacia las Islas Salomón para recuperar los huesos de su padre. Ahí conocerá a Matías Serna, un joven marinero negro que ha vivido condiciones de esclavitud por causa del capitán del barco donde sirve. El naufragio abre mil posibilidades a la historia, que desde el principio convierte al libro en novela de aventuras. Ambos jóvenes protagonizan así diversos episodios llenos de dificultades en un ambiente hostil y desconocido del colonialismo en el África Central y bajo un contexto bélico originado por el inicio de la I Guerra Mundial. Nos encontramos frente a una novela de aventuras escrita con pulso impecable. El autor demuestra un innato talento de narrador, al que se suma una prosa correctamente construida. Su capacidad de buen fabulador se sostiene en cada una de las muchas tramas que componen el libro. La novela se siente sólida a nivel de estructura interna y externa. Además de lucidez y claridad, sus personajes están bien definidos con diálogos cortos y precisos dentro de una historia llena de tensión, suspenso y drama. Al completar la lectura de ‘Cautivos de mar y tierra’ se percibe

la fuerte influencia de Joseph Conrad en el autor. Eso explica el que la novela se sitúe en el Congo Belga, un escenario ajeno a nosotros los huancaínos, pero muy cercano a Conrad, a quien se menciona hasta en dos ocasiones en el libro. Por su contenido y valor estético, la novela nos recuerda también escenas de las novelas de Julio Verne. Como en ‘La isla misteriosa’ (en cuyo contenido está presente la aventura, el misterio y los prodigios de un mundo contradictorio), en ‘Cautivos de mar y tierra’ se descubre esas mismas características, pero desde una óptica más compleja y acorde con nuestros tiempos. Por sus muchos espacios y geografías (el Congo, Europa, América, las Islas Salomón, entre otros), diré que el escenario de ‘Cautivos de mar y tierra’ no es otro que el mundo entero. Desde mi función de educador, recomiendo a los docentes que leerán la novela junto a sus alumnos que ubiquen bien los lugares donde ocurren los hechos y, de ser posible, que reproduzcan en tamaños ampliados los mapas que abren el libro. Bienvenido a la literatura, Juan Carlos Suárez Revollar, y que vengan pronto otras de tus novelas que enriquecerán la literatura de Junín y el Perú.

—Ptyx—


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Del campo (amazónico) a la ciudad Literatura amazónica y crisis del canon dominante (Segunda parte)

Así, en lo relativo a la construcción del nuevo canon democrático y nacional, la contradicción con el canon hegemónico es de carácter primario, como sostiene Osorio en el trabajo ya citado, “ya que se trata del cuestionamiento del sistema mismo, y la renovación busca proyectar en la actividad crítica las premisas de una nueva concepción del mundo que se afirma en la transformación de la realidad histórica”. JORGE LUIS RONCAL

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or ello, el mayor esfuerzo de “rescate” de las manifestaciones literarias invisibilizadas por el canon hegemónico, que no cuestione sus bases ideológicas y las relaciones de poder que le son consustanciales, finalmente será un esfuerzo que se realiza “al interior del mismo sistema ideológico”. En otras palabras, como sostenemos en el artículo “Para vivir mañana. Producción, imagen y representación cultural”, Arteidea. Revista de cultura, Nro. 3, julio 2000, pág. 3, “una lectura complaciente de la producción cultural que no ponga en cuestión, en esencia, la legitimidad de la imagen que de ella se vende cotidianamente, y por tanto de quienes aparecen como sus representantes, sería, en último término, independientemente de sus rasgos contestatarios, una cuña que apuntala la configuración del orden existente”. No podemos dejar de mencionar la contienda que se libra en el plano de las publicaciones: el carácter excluyente, elitista, de defensa a ultranza del canon hegemónico que caracteriza a los espacios culturales en los principales diarios de circulación nacional, particularmente El Comercio y La República, ha devenido en no pocos casos en ejercicio mercantil de parte de sus escribidores, poco menos que relacionistas públicos de las transnacionales del libro y prestos a la corruptela y el innoble comercio de la promoción

literaria: en este marco, en el cual los escritores en su gran mayoría son excluidos del mínimo espacio de difusión que reclaman para su producción, pretender encontrar algún eco sincero y desinteresado del curso que sigue la literatura amazónica es, francamente ingenuidad o tozudez. A contrapelo, un sinnúmero de publicaciones en diversos lugares del país, ahora tanto físicas como virtuales, ejercen su derecho a la información, a la opinión, a la crítica, y dentro de ellas, algunas de cierta periodicidad que buscan tomar el pulso a la producción literaria desde el escenario vital de los escritores y al mismo tiempo se proponen aportar en la construcción del canon democrático. La huella de las publicaciones que desde dentro y fuera de la academia han abonado y abonan la demanda e impulso por un nuevo canon literario es cada vez más nítida: al rol jugado por la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana y el tránsito breve pero aleccionador de Garabato. Teoría y crítica del relato, que apareció sólo en dos números dirigida por Luis Fernando Vidal y que en el primero de ellos publicó “Literatura de los pueblos amazónicos”, recopilación de María Clotilde Echevarría, hay que añadir, aunque fuera a título de ejemplos, al conjunto de revistas que promoviera el maestro Manuel Jesús Baquerizo primero desde Ayacucho y luego en Huancayo, Apumarka en Puno, Sieteculebras en

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ENSAYO

Cusco, Umbral en Chiclayo, Arteidea y la Revista Peruana de Literatura, desde Lima, entre otras. En el plano editorial y los espacios de divulgación del libro sucede otro tanto: frente al insultante predominio de las transnacionales –sintaxis del apetito y voracidad por el dinero con la oferta de lectura anclada en la truculencia, la banalidad y el individualismo- y su espacio centralizado natural, la Cámara “Peruana” del Libro y sus Ferias, surgen un conjunto de casas editoriales motorizadas por la voluntad de expresar a nivel editorial la riqueza, diversidad y vitalidad de la literatura peruana y sus correspondientes espacios naturales de divulgación: local, regional, comunal, educativo, sea en la forma de ferias, festivales, encuentros, conversatorios, etc., entre ellas de manera particular las editoriales Arteidea, Pasacalle, Papel de Viento, Ornitorrico. Naturalmente que en este universo hay no pocos matices que expresan el carácter heterogéneo de las propuestas editoriales surgidas en la última década. Y en el plano de las visiones panorámicas, hoy ya se abre paso una mirada igualmente distinta. Para nuestro tema, citemos como ejemplo la publicación de Perú. Mural de Palabras, Fondo Editorial Educap, en dos volúmenes. En el nro. I, que considera 66 cuentos y 4 relatos de tradición oral, entre los autores de los primeros contamos a 9 procedentes de la amazonía –Francisco Izquierdo, Julio Nelson, Orlando Casanova, Darío Vásquez Saldaña, Rolando Mandujano, Gustavo Rojas Vela, Arnaldo Panaifo y Róger García Clavo, y tres que sin proceder del mundo amazónico lo recrean en la ficción narrativa como Ciro Alegría, Luis Urteaga Cabrera y Luis Hernán Mozombite. Entre los segundos, están seleccionados 2 relatos correspondientes a la tradición oral amazónica: “Awju: la mujer de la luna”, mito popular aguaruna, y “El árbol encantado”, mito shipibo-conibo en adaptación literaria de Luis Urteaga. En el Vol. II, que reúne 37 cuentos, encontramos 4 autores de origen amazónico: Arturo Hernández, Germán Lequerica, Gustavo Rojas y Eleazar Huansi, y 3 que sin tener tal origen llevan a la ficción narrativa la riqueza de la amazonía: Fernando Romero, Luis Loayza y Fernando Carrasco. Del mismo Fondo Editorial Educap, en Retablo de fantasía, conjunto de 12 cuentos dirigidos a estudiantes de primaria, encontramos 3 autores de origen amazónico: Francisco Izquierdo Ríos, Víctor Morey y Gustavo Rojas, y uno de procedencia no amazónica, Luis Urteaga Cabrera, de quien se selecciona, de sus Fábulas amazónicas, “La tortuga y el zorro”. Planteada así la cuestión, categorías como renovación y rescate -de las literaturas excluidas por el canon hegemónico, se entiende- entran en crisis porque se procesan en el

interior de este sin ambición por subvertirlo, y otras como revisión y relectura, más bien asumen un rol instrumental en la estrategia de construcción del canon democrático y nacional. Con todo, la tendencia al encuentro de todas las vertientes que expresan “las voces sumergidas” de la literatura, si bien tiene un espléndido horizonte, es todavía débil: se precisa expandir lo que Feliciano Padilla llama “espacios dialógicos” en los que al margen de jerarquías las literaturas de diversos registros, tantos como fluyan del carácter multicultural y plurilingüe de nuestra sociedad, se reencuentren en la dimensión superior que su naturaleza les propicia: expresar de manera elevada, sin concesiones al facilismo, el perfil de lo históricamente trascendente: la travesía del ser nacional en busca de la felicidad colectiva. EL RUMOR DE LA VIDA Como las aguas de un caudaloso río, las letras amazónicas se desplazan agitadas, sortean mil obstáculos, se reinventan luego de cada temporal, acarician el viento de la superficie y vuelven a su centro, besan la ribera e invaden el país con su frescura, humor y rebeldía. Por encima de la interesada miopía del modelo hegemónico que desdeña todo aquello que traiga otra melodía, y asentada sobre una poderosa tradición literaria en la que descuellan Arturo Hernández y Francisco izquierdo Ríos, la literatura amazónica ha suscitado, con derecho propio, la atención de los lectores no amazónicos y avanza a proyectar su envergadura al espacio cultural nacional. Nombres como Jaime Vásquez Izquierdo, Germán Lequerica, Arnaldo Panaifo y Antonio Andaluz, de las promociones anteriores, o más recientes como Welmer Cárdenas, Abraham Huamán y Miuler Vásquez, por citar algunos entre muchos, expresan con su creación literaria que el mundo amazónico no es sólo “El bagrecico”, ese formidable relato de Pancho Izquierdo, sino una vertiente diversa, de inmenso talento, riquísima en sus apuestas y estilos, y que hoy con su creciente divulgación en todo el país ha hecho más evidente la crisis del canon literario fabricado entre los sectores conservadores de la academia y los circuitos mafiosos del poder educativo y cultural (incluidos sus componentes editoriales y de información). Un hito fundamental en este desborde, que tiñe el escenario cultural desde hace dos décadas, es la publicación de De shamiros decidores. Proceso de la literatura amazónica peruana. De 1542 al 2009, monumental trabajo de investigación del maestro Manuel Marticorena Quintanilla, publicado hace tres años: en él tenemos un marco de referencia indispensable para el estudio, investigación y divulgación de la literatura amazónica. Con una extraordinaria dosis

La literatura amazónica ha suscitado, con derecho propio, la atención de los lectores no amazónicos y avanza a proyectar su envergadura al espacio cultural nacional.

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ENSAYO

de amor al mundo amazónico y al mismo tiempo con un rigor y solvencia estimables en el estudio y valoración, el maestro Marticorena ha compuesto en este volumen, más que un alegato o denuncia, un fresco histórico cultural de la amazonía realmente ejemplar. Hay que añadir el movimiento editorial que se desarrolla desde hace algunas décadas en Iquitos (por ejemplo, las ediciones del Bufeo colorado), y Pucallpa (ediciones Maldita Boa), el surgimiento de núcleos como el que se agrupa en torno a la revista de literatura e investigación científica Kolpa, en Pucallpa, y el Centro Cultural Rezistencia, en San Martín, dos casos entre tantos, o en San Martín, el Proyecto Cultural del Gobierno Regional, que ha iniciado la publicación de los clásicos de la literatura sanmartinense. Este curso de la producción editorial camina simultáneamente con el desarrollo de la reflexión teórica y crítica que han animado desde hace décadas escritores afincados en Iquitos como Manuel Marticorena y Ricardo Vírhuez, y que hoy se renueva con los estudios de, por citar un par de casos, Abraham Huamán y Héctor Gómez Landeo, desde Pucallpa. Sin ningún ánimo de inventariar la producción última, sólo a título de algunas señales recientes de la creación literaria amazónica, debemos citar la confirmación de las calidades de la narrativa de Jorge Nájar, más conocido como poeta, la incursión auspiciosa en la narrativa de Gloria Dávila Espinoza, de Tingo María, la revelación de un gran poeta nacido en Puerto Maldonado y residente en España como Alfredo Pérez Alencar, la presencia entre sombras de autores valiosos como José del Giúdice (su único libro conocido, La iniciación y otros cuentos data de hace 20 años), el excepcional trabajo de recopilación y recreación Educación Ambiental e Interculturalidad. Dos experiencias andino-amazónicas, de Luis Urteaga Cabrera (autor del extraordinario libro de cuentos El arco y la flecha), que vio la luz en 2006, los Relatos históricos de Lamas, del profesor Waldemar Soria Rodríguez, la persistencia en el estudio y valoración de la literatura yanesha por parte de los escritores Rolando Mandujano, Helmer Tutos y Gilbert Ortega, la reciente publicación de El poder de mi lengua. Relatos orales ashaninka&nomatsiguenga, publicación coordinada por el poeta Willy Gómez Migliaro y auspiciada

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por la Asociación de Maestros Bilingues Intercultural de la Selva Central, AMABISEC, la reciente publicación de El socio de Dios, del cineasta y escritor Federico García, la versatilidad del escritor Antonio Andaluz, nacido en Villa Rica y residente en Bolivia, autor del magnífico poemario Como perro que ladra a la luna y que hace poco ha sorprendido con la novela Balada para una varona, el empeño por depurar el ejercicio narrativo de Hernán Fonseca, nacido en San Martín, quien ha publicado sucesivamente las novelas El gallo carioco y el gendarme Shapiama y Una lágrima discreta, y la reciente aparición de las novelas La selva privada y La tía abuela y la casa de los espíritus, de Arturo Ruiz, limeño que vivió muchos años en Iquitos y hoy radica en Estados Unidos, y el rol de difusión y promoción que realiza desde España la escritora peruana nacida en Huancayo Isabel Córdova Rosas, quien además ha publicado recientemente Urpy y la piedra mágica del Amazonas y Tinko y Gaby en el Amazonas. No hay que olvidar los certámenes literarios y culturales en no pocas ciudades del oriente, como el “Encuentro del escritor con sus lectores”, en La Merced, que este año ha llegado a su quinta edición, organizado por la Asociación de Escritores y Artistas “Juan Santos Atahualpa”, la Feria del Libro que realiza en Villa Rica el Grupo Café Amargo, o el reciente “II Encuentro de Mateo Paiva con su pueblo”, organizado en Saposoa, San Martín, por EDUCAP. Y como un homenaje a la amorosa tarea de difusión de la literatura nacional desde la Selva Central, debemos mencionar al quincenario Selvandina, que dirige el escritor Gotardo Cervantes Mendívil, ayacuchano radicado hace décadas en La Merced. Este es el jalón de vitalidad democratizante que desde hace un par de décadas ha irrumpido desde el propio mundo amazónico, en un proceso envolvente, en todos los registros de la contienda literaria y cultural, y que se expande de manera progresiva en la arena nacional. En suma, una vigorosa corriente de creación y reflexión, que refresca con su humor y rebeldía, y cuya historia y presente constituyen parte fundamental del esfuerzo multitudinario por darle un curso de liberación y justicia al proceso social en el país.

INVITADOS:

Lima, agosto de 2012

(Ciudad de México, 1960), De padres pe(Piura, Perú - 1955), Poeta y ensayista, ha ruanos, estudió Teología y Ciencias de la publicado recientemente dos antologías de su Comunicación en la Universidad de Lima. poesía: La nota 13 (Bogotá: Los Torreones, Publicó las novelas, Mujeres de sal (1986), 2015), y Hoy día es otro mundo (Granada: Efecto invernadero (1992), Canon perpetuo Valparaíso, 2015), y la traducción de su poesía (1993), Salón de Belleza (1994) y Damas selecta al italiano: “Uno escribe poesia camchinas (1995). Poeta ciego (1998), Salón de minando” (Antologia personale 1997-2015), belleza (1999), El jardín de la señora Murakatrad. de Emilio Coco. También destacan los Martín Rodríguez-Gaona mi (2000), Flores (Premio Xavier Villaurrutia, Sandro Bossio poemarios: La ventana y once poemas (MéxiMario Bellatín 2002), Perros héroes (2003) y Lecciones para Miguel Ángel Zapata co: Cuadrivio, 2014), La lluvia siempre sube una liebre muerta (2005). Es además autor de (Buenos Aires: Melón Editores, 2012).. la obra teatral Blackout.

(Puno, Perú - 1947). Periodista, libretista, poeta, cuentista, compositor e intérprete de instrumentos autóctonos peruano. Publicó los libros de poesía: Aleteos al horizonte, La estela del vacío, Prohibido pisar el grass, Poemas de Omar Aramayo, Los dioses, Agua de los montes, entre otros. Ademos de los ensayos Un demonio Feliz en útero de la Pacha Mamana: Churata y Humareda, biografía e interpretación de la obra del pintor. Omar Aramayo

(Santiago de Chile, 1979) es un poeta, ensayista, editor y gestor cultural chileno. Consiuno de los mayores escritores latinoaArmando Arteaga derado mericanos contemporáneos. Licenciado en literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile. En 2009 se le otorgó el Premio Pablo Neruda de poesía. Públicó “La divida revelación” (1999-2011), Debajo de la lengua (20072009) y “OIIII” (2012-2017).

(Tarma-Perú) Poeta, narrador, crítico literario y profesor universitario. Publicó Nube gris (poesía), Abordajes y Aproximaciones. Ensayos sobre Literatura Peruana del Siglo XX (1950-2001), y Valle de entonces (relatos). En la actualidad es Profesor Principal en el departamento de Lenguas y Literaturas Extranjeras de la Universidad de Alabama. (EE.UU.)

(Lima, Perú - 1955) Escritor, editor y periodista. Ha publicado los libros de poesía Discurso de las Intenciones Puras, Canción de la esperanza y Patria de la Ternura (antología personal), y el libro de reflexiones Hojas de Hierba. Vida y milagros del libro y la lectura en el Perú. Dirige el Grupo Editorial Arteidea e integra el Gremio de Escritores del Perú. Jorge Luis Roncal

(Arequipa, Perú- 1968). Obtuvo su grado profesional de Literatura en 2011, con la tesis sobre El discurso cultural en la novela Carretera al Purgatorio de Zein Zorrilla. Ha realizado breves incursiones en recitales de poesía como el llamado La Primavera de los Poetas el año 2011. En la actualidad su trabajo se puede considerar como aporte en el campo de la crítica literaria. Su teoría de aproximación es la Semiótica del discurso. Consuelo Núñez

Héctor Hernández Montecinos

Carlos Orihuela Hugo Velazco

(Lima, Perú - 1954) Realizó estudios de Ciencias Sociales y Educación Artística en “La e INIDE. Ejerció la docencia en artes Armando Arteaga Cantuta” que conjugó con su labor de pintor en Chanchamayo hasta 1997. Ha realizado exposiciones pictóricas desde 1976 en ciudades tales como Chanchamayo, Concepción, Tarma, Lima, Iquitos y Pucallpa. El 2002 inició su ambicioso proyecto “Ecografismos ser”.

Teobaldo Zavala

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Isaac Lindo

(Chupaca, Perú - 1962) Es uno de los fundadores del taller literario “Ríos Profundos” de la Facultad de Pedagogía y Humanidades de la UNCP. En el año 1984, publicó el poemario: “IN-VERSOS”. En 1986 obtuvo el primer puesto en los juegos florales organizado por el IST “Andrés Avelino Cáceres” de San Agustín de Cajas, con el cuento: “Ochenta mil segundos en tensión”. En el año de 1994, publicó el libro de cuentos “Regreso a la media noche”.


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IN MEMORIAM

Luis Enrique Tord

(Lima, 27 de enero de 1942 - íbidem, 2 de junio de 2017)

“Creo que en la época contemporánea la literatura tiene su manera de decir las cosas y llega más fácil al público. Y, por lo tanto, confío aunque si bien nuestro país no es de grandes lectores, este tipo de literatura (histórica) pueda ir penetrando en la mentalidad nacional, y creando -esta pretensión quizás es excesiva- una nueva conciencia de lo que somos y tenemos que ser maduros al asumir las luces y sombras de nuestra historia.”

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