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Eloy Jaúregui - Consuelo Nuñez - Jorge Nájar - Tulio Mora - Renato Pachas - Sergio Castillo - Edwin Madrid - Juan Carlos Lázaro
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Ptyx Revista de literatura N° 006 - Año 03 Agosto - 2018 Sergio Miguel Castillo Falconí COORDINADOR EDITORIAL Jaime Victor Bravo Gaspar Roberto Salazar Solano Joe Delgado Rodríguez Carlos Julcamanyan Patricia Tauma CONSEJO EDITORIAL Amadeus ARTE Y DISEÑO DIRECCIÓN Avenida Daniel A. Carrión 2490 (Tercer piso) La Ribera - Huancayo - Perú EMAIL: informacionbravazas@gmail.com IMAGEN DE PORTADA:
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Juan Carlos Maldonado
E Colaboran en esta edición:
JORGE NÁJAR.- (Pucallpa-Perú, 1946) Publicó sus primeros poemas en la revista Hora Zero. Ha publicado Malas maneras (1973). Obtuvo el Copé Oro de la II Bienal de Poesía (1984) por Finibus térrea, y el Premio Juan Rulfo de Poesía (2001) por Canto ciego. Toda su obra poética hasta 1999 ha sido reunida en Formas del delirio. Ha publicado posteriormente Allí donde brota la luz (Común Presencia Editores, Bogotá, 2007). Parte de su poesía fue traducida al francés.
TULIO MORA.- (Huancayo, Perú, 1948) Es el teórico más importante del Movimiento Hora Zero. Elaboró la antología Hora Zero: los broches mayores del sonido (2010). Entre sus libros de poesia se encuentran: Mitología (1977), Oración frente a un plato de col y otros poemas (1985), Cementerio general (1989), País interior (1994), Simulación de la máscara (2006), Aquí sobra la eternidad (2013) y Otro cielo (2018).
JUAN CARLOS LÁZARO.- (Lima, 1952) Su andadura poética se inició en 1972, cuando tenía veinte años, con la publicación de un notable conjunto de poemas que inauguraron las ediciones de La Tortuga ecuestre. En el 2002 creó el sello editorial Sol & Niebla. Ha publicado las colecciones de poemas: Las palabras (Lima, Editorial Lumen, 1977), Gris amanece la urbe del hambre (Lima, Lluvia editores, 1987), y La casa y la hojarasca (Lima, Taller editorial Eco, 2001).
ELOY JAÚREGUI.- (Lima-Perú, 1953). Pertenece al Movimiento Hora Zero desde 1971. Profesor en el área de periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima. Entre sus obras destacan: Fotografías (1973), Usted es la culpable ( 2004), Maestranza (2004), El más vil de los ofidios (2005), Profundo Vello (2010), Pa bravo yo. Historia de la Salsa en el Perú (2011), y Tu mala canallada: Crónicas periodísticas (2014).
EDWIN MADRID.- (Quito-Ecuador, 1961). Poeta, realizó estudios de Economía en la Universidad Central del Ecuador y de Literatura en la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: ¡O! Muerte de Pequeños Senos de Oro (1987); Enamorado de un fantasma (1991); Celebriedad (1992), con el cual ganó el Concurso Nacional Cuento y Poesía; Caballos e iguanas (1993) y Tambor Sagrado y otros poemas (1995).
CONSUELO NÚÑEZ.- (Arequipa, Perú1968). Obtuvo su grado profesional de Literatura en 2011, con la tesis sobre El discurso cultural en la novela Carretera al Purgatorio de Zein Zorrilla. Ha realizado breves incursiones en recitales de poesía como el llamado “La Primavera de los Poetas” (2011). En la actualidad su trabajo se puede considerar como aporte en el campo de la crítica literaria. Su teoría de aproximación es la Semiótica del discurso.
SERGIO CASTILLO.- (Jauja-Perú,1947). Integrante del Movimiento Hoza Zero. Estudió Historia en la Universidad Mayor de San Marcos. Fue director de la exdirección regional de cultura de Junín por varios años. Publicó los libros de poesía: Rostro blanco de la noche (1967), Identidad nuestra (1967), Isidro labrador (1983), Mariana (1997), Después de la séptima puerta (2015), Kishuar (2016) y Encina y los años (2017).
RENATO PACHAS.- (Chincha, 1976). Promotor cultural, poeta y docente. Ha publicado sus libros de poesía Noche alternativa de ogros (2013); Desde el borde de la lengua (2017). Fundador y Director de los festivales de poesía “Dentro de los bosques famélicos” – Pucallpa 2014 – 2015 y 2016 y “Gritovientos” – Andahuaylas 2016. En la actualidad reside en Chincha, donde ejerce la docencia preuniversitaria.
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HORA ZERO
Eternidad
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khipu
nacional
El Movimiento poético peruano Hora Zero sigue más vigente que nunca. Al reciente estudio Hora Zero / Infrarrealismo, la última vanguardia escrito por el poeta Tulio Mora hay que sumarle la reedición de Un par de vueltas por la realidad de Juan Ramírez Ruiz y la recuperación de Vieja Pared de Mario Luna, amén de los actos de presentación que han congregado a cientos de seguidores lo que habla de su vigencia y vigor. Hora Zero es ese canto coral del Perú y como colectivo de ruptura, consolida aquel espíritu subversivo y que se plasma en una escritura pensada como un recomienzo capaz de transformar “la realidad” a través de una práctica poética comprometida con la complejidad social y étnica peruana. ELOY JÁUREGUI
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Mora escribe: “¿Y qué ha dejado esta tribu o banda rockera de inacabable alegato a la poesía canónica de Hispanoamérica? Sobre todo la intransigencia (...) del tirador franco que ha ido ganando el consenso de la revolución de la palabra (...). p
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El disco de vinilo solo decía “Santana” (Columbia 1969) y mostraba en blanco y negro una imagen de un león y la silueta de una muchacha. El último tema del Lado B tenía una canción: “Soul Sacrifice”. Al poeta Jorge Pimentel le gusta el sonido latino de Carlos Santana luego de lo de Woodstock. Allá en su casa de Jesús María, todos lo oíamos como en un ofertorio místico. Pimentel junto a Juan Ramírez Ruiz, Enrique Verástegui y José Carlos Rodríguez habían fundado en aquellos días Hora Zero y su poética tenía de proclama estética, de soporte musical y de sentencia contra los desusados lastres de la literatura peruana. Entonces oír a Santana era parte de esa intensificación insurgente. Otro, como Enrique Verástegui, era fanático del cantante andrógino Adamo y se inspiraba con Allegro barbaro, una sinfonía con solo de piano de Bela Bartok y que él lo hacía necesario en ayunas. Para el maestro y poeta Manuel Morales, que llegaba desde la Amazonía, podía faltarle buenas maneras pero jamás, en la rockola, una guaracha de la Sonora Matancera. Juan Ramírez Ruiz atesoraba sus vinilos de John Coltrane y Miles Davis. Yulino Dávila no escondía su casete de Los Belkins y su himno manual: “Tema para jóvenes enamorados”. Elias Durand, desde su palomar de la Av. Arequipa era un convencido que solo el jazz y más jazz eran lo propio para cambiar el mundo. Bueno, lo mío era la salsa, la dura, la de Ray Barretto desde la madrugada, más fuerte que un latigazo de ron. Tulio Mora era más democrático. Llevaba la herencia por el tango. Su madre adoraba a Carlitos Gardel y cuando el poeta apenas tenía doce años, compró un cancionero y se ponían a cantar a dúo todos los tangos de “El zorzal criollo”. También lo complementaba con boleros de Los Panchos, algunos huaynos que le gustaban a su padre pese a ser criollo y uno que otro valse de la Guardia vieja. Jorge Pimentel ha declarado que era fan de Los Ángeles Negros y su tema “Y volveré” en la voz del andrógino Germaín de la Fuente y que gracias a ese himno de amor falaz, se inspiró para componer su celebrado poema “Balada para un caballo”. En realidad, en Hora Zero se escuchaba de todo. Desde Atahualpa Yupanqui o Los Chalchaleros hasta Los Beatles, la parte dark los Rolling Stones, Bob Dylan, Credence Clearwater Revival, Peter Gabriel y Yes. Hoy, han corrido los días y Hora Zero acaba de publicar una nueva antología Hora Zero Infrarrealismo, La última vanguardia (Ediciones Lancom, Lima, 2016)1, con introducción y selección de Tulio Mora. El libro muestra los trabajos de 36 poetas del Perú, México y Chile, los epicentros donde se han gestado poéticas rebeldes de los jóvenes que siempre fuimos. Decía Tulio Mora que como
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toda vanguardia que se respeta, HZ propuso una poética: el “Poema Integral”. Formalmente en ella cabía de todo como en un cajón de sastre: la prosa, el verso, el ensayo, el lenguaje de la mass-media. Pero “integral” tenía un antecedente en la discusión programática del Perú de los años 20. Se hablaba entonces de un “Perú integral”, conjunción salomónica del todo que debía reconocerse proporcionalmente en sus partes contrariadas. Mora escribe: “¿Y qué ha dejado esta tribu o banda rockera de inacabable alegato a la poesía canónica de Hispanoamérica? Sobre todo la lúcida voluntad de derribar los fáciles reconocimientos bastionados en plataformas valladas de aduanas y policías literarios -de los centros académicos, de las editoriales, de revistas especializadas y los medios de prensa-, sobre todo la intransigencia, no del francotirador, sino del tirador franco que desde los extramuros ha ido ganando el consenso de la revolución de la palabra amparado en la complicidad con los lectores, aun cuando este espacio sea todavía insignificante, pero acaso precisamente por eso decidido a masificar lo que se ha atrincherado en la abstracción universitaria. Sobre todo la utopía de ocupar, con la fractura de la factura poética, un destino colectivo de sobra y de sombra, en un mundo al que nos arroja un sistema ya deslegitimado por voraz, saqueador y excluyente”.
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Siempre nos inflamó a palabra. Desde aquel tiempo nos jodía la palabra. Palabra derretida, palabra licuada, palabra ahumada, palabra disecada, palabra marchita, palabra cadavérica, palabra escabechada, palabra amariconada, palabra amancebada, palabra anémica, palabra ahuecada. La palabra, en 1975, estaba ahí, dramática y equidistante entre la imagen y la escritura. Decidí entonces perpetuar el instante. Detener el devenir del sema oscilante. Fijar el grama del soplo cual relámpago, digo: aquel registro, como razón pétrea de la eternidad. Una eternidad solo legible en su movimiento. Ergo: Un jean colgado en una azotea mantenía el calor embutido de las piernas de una bella muchacha. Así, el proceso literario me enfrentaba // Dicotomía 1: la realidad versus “lo real”. / Dicotomía 2: El signo autónomo contra la tautología del caudal rutinario y sígnico del hecho literario / /. Aquel abordaje en el campo creativo del soplo único, con todas sus singularidades, fue en gran medida responsable de esa práctica inédita. El poema acaso como enema, hubiese dicho Dylan Thomas. La invención provocaba la conmoción estructural del texto. El método que apliqué me obligaba: a] Dar cuenta del hecho literario [Su lenguaje,
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Testimonios la estructura, la ejecución escribal] b] Activar un mecanismo en la plataforma precisa de la realidad / “lo real” en que [por la que] se escribe y, c] Desarrollar un “tempo” en el que se revela [se versa] la operación que da cuenta de los momentos y las razones por las que aquél texto resulta ser la manifestación sígnica de éste. El sistema aplicado por Juan Ramírez Ruiz en el poema integral [1-a] nos obligaba al ejercicio de alternancias multidimensionales y a la ejecución del verso multiplanos. Así, derive en que mi arte poética recogiese polifonías secuestradas por el canon y la tradición operática de viejo cuño. Los distintos signos con preeminencia en las condiciones históricas, políticas, económicas, sociales, culturales, operando en una mundialización –aún sin la digitalización y/o ciber-electricifidad de hogaño—que nos llevaba indefectiblemente al abismo Vallejo [Sólo con él, el adverbio se licua]. Inclasificable vanguardista a su manera. Cuenta pendiente. Vallejo obra abierta. Pero que había construido un tinglado entre el nativismo /futurista y ultraísta, más con el primer Alejandro Peralta que con Gamaliel Churata y los “Orkopata”, y absolutamente todas las disgregaciones expresiva. Añádase a Oquendo de Amat, y “los otros”. Insisto. Al ser Vallejo montaña u océano, acaso la escritura Vallejo es la diáspora más rotunda de toda la literatura hecha en el Perú [‘lo peruano’ no existe, menos en la escritura, ya lo patenticé cientos de veces], amén de aquella prosa sui géneris de Martín Adán y ese diálogo profano-vallejiano con el mismo Dios. Entonces debo admitir, que el gimnasio poético de Hora Zero, nos había fabricado una estratagema disolvente del asunto Vallejo. Leerlo en silencio y sin estridencia. Al menos eso entendía en aquellos años de educación más semental que sentimental.
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Es verdad, desde que me incorporé al Movimiento Hora Zero, tres años antes, en 1972, junto a los poetas José Cerna, Rubén Urbizagástegui, Julinho Dávila, Elías Durand y Ricardo Oré, dedicamos gran parte de nuestras competencias de trabajo a la hora Vallejo. Pero las escuelas estructuralistas ya se habían instalado en el debate. La lingüística a partir de los estudios, más de Barthes que de Jakobson [2] , las relecturas de Alberto Hidalgo y César Moro, y la tradición latinoamericana que venía de Vicente Huidobro de “Altazor”: [“La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía”] y en Pablo de Rocka de “Los gemidos”: [“…Yo me saqué del cuerpo me saqué las palabras de estos poemas, como quien se sacase piojos o montañas, enferme-
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dades, gestos…”] nos amotinaba contra el coro escondido del ojo oficial. Sin duda, fuimos un segundo torrente en Hora Zero que tradujo aquella sintaxis del asfalto que, por ejemplo, ante el siguiente rol de imágenes, tenía que poetizar en contingencias caóticas por no decir a/escribales: “múltiples voces al voltear la esquina. Follaje de estruendos en silencios. Caligrafías atiborradas de ciudad brumosa. Talud de miradas cerradas y ágrafas. Putas conversadoras con sus huesos silenciosos. Ron expandiéndose por las rendijas del catastro. Huelga de rubores y asalto a comisarías”. Bien, nos decíamos, allá en el bar Palermo: hagamos un poema. Tiempo: 45 minutos. Cada quien producía un poema tan diferente como diferentes éramos -una genética erótica más que lírica citadina—y en mi
Entonces debo admitir, que el gimnasio poético de Hora Zero, nos había fabricado una estratagema disolvente del asunto Vallejo. Leerlo en silencio y sin estridencia. caso, debo admitirlo, la poesía de Alejandro Romualdo, que me aleccionaba de manera natural por la cercanía que tuve por ser el poeta amigo de mi padre, que me remitía al caudal imperceptible de: “La poesía en el Perú después de Vallejo sólo ha sido un hábil remedo, trasplante de otras literaturas. Sin embargo es necesario decir que en muchos casos los viejos poetas acompañaron la danza de los monigotes ocasionales, escribiendo literatura de toda laya para el consumo de una espantosa clientela de cretinos.” [Palabras urgentes. Hora Zero. Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz. Lima 1970]. No fue fácil, lo confieso en mi caso, romper aquel eslabón que me ahorcaba a una poesía que había interiorizado desde mis años de escolar [Chocano habitaba mas en mi sopa que en mi ropa con su poema “Blasón”. “… La sangre es española e incaico es el latido; / y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido / un blanco aventurero o un indio emperador”. ¡Fuera mierda!, digo ahora.] y de la influencia de los amigos de mi padre, quien
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en su pequeña librería del Centro de Lima, reunía a poetas viejos, desde don Alejandro Peralta hasta el mismo Romualdo. Una tarde del verano de 1972, en el chifa Wony del jirón Belén, Jorge Pimentel nos reunió con Tulio Mora, Óscar Málaga y José Rosas. Hablaban a los gritos de fusiones y disfunciones3. De aquella tarde borrascosa rescato el orificio producto del estilete de Mora cuando habló del “Projective verse” de Charles Olson ya propuesto en 1950: Olson proponía que el aliento escribal como respiración, es decir el ‘breath’, es la única medida del verso. –¡La cagada!, me dije– La lectura de un verso es sólo atribuible al lapso entre los procesos de inhalación y exhalación. ¿Quién carajo en esos páramos sabía de Olson o de Jack Kerouac y la Generación Beat de Allen Ginsberg, William Burroughs, Gregory Corso, Gary Snyder y Lawrence Ferlinghetti? Pocos, casi nadie. Por eso repito, militar activamente en Hora Zero fue para mí una segunda creación. Otra vida y principio. Vivir de la palabra, para la palabra y morir por la palabra.
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Cuando descubrí que la interpretación del “Tibiri Tábara” por la voz prerrogativa de Daniel Santos tenía más de acto mágico que de rumba prostibularia, engarcé a ese aullido, la gamuza vanguardista de los “Cinco metros de poemas” de Carlos Oquendo de Amat [“Campo”. “El paisaje salía de tu voz / y las nubes dormían en la yema de tus dedos / De tus ojos, cintas de alegría colgaron la mañana /Tus vestidos encendieron las hojas de los árboles/ En el tren lejano iba sentada la nostalgia/ Y el campo volteaba la cara a la ciudad”]. Súmese a esas herramientas las paradojas de un cine de raudal caótico por su sistema alternativo de nuestra rutina por el cine-club, de escasísimas películas europeas, de algunas cintas del brasileño Glauber Rocha o del mexicano Gabriel Retes, entonces yo estaba violentamente detenido en el tráfago de una cultura en trance. Así, en mi poema de 1977, “Arquitectura del amor [Pampas de San Juan y Atocongo, 1955]”, describo este fragmento: a/ Ahí desollados moran los restos insaciables ahí guijarros, crustáceos y arena de huesos Las piedras blancas sangran en inmejorable lugar La luna encadenada a una estrella de palabras Erige el eco del barro más tierno a la izquierda. […] ¡Señor profano, aplaca el odio de la esteras! El animal absoluto conocido en los manuales Como el tigre, desenvuélvese cauto en las sístoles
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Observando con paciencia propia el arenal paisaje El precoz ataúd piando cual víbora de conciencia Y el último amanecer con su colmillo a epitafio. En él no estoy más que aplicando la trenza musical de una textualización lírica. El huso del ramalazo de las vanguardias sobre el soporte de un nido del modernismo de Darío. Erotismo/historia/ metalenguaje. El procedimiento me remite a un recuerdo de la migración que se produjo en Lima de manera desbordante a partir de 19504. Mi familia había participado posteriormente en la invasión de terrenos en lo que hoy es la Ciudad de Dios, al sur de Lima. Llegados desde el departamento de Arequipa, se ubicaron en las pampas desérticas donde la cementera Atocongo había diseñado una carretera como una cinta serpenteante en medio de los arenales. La policía los había desalojado una madrugada pero ellos insistieron. Un saldo de un centenar de muertos, obligó al gobierno de Manuel Prado a construir una ciudadela y a titular los terrenos. Esa fue el origen de los que ahora se conoce como los distritos San Juan de Miraflores y Villa María del Triunfo. No obstante, en esas mismas pampas casi un siglo antes, el 13 de enero de 1981, el remanente del diezmado ejército de la Legión peruana había resistido la incursión de la infantería chilena de la línea Lynch en los limeños, en su mayoría civiles, habían pagado con sus vidas el tratar de evitar la toma de Lima. Fue un enfrentamiento desigual y después de 48 horas, aquellos mismos arenales estaban regados con los cadáveres de los heroicos peruanos mal dirigidos por Nicolás de Piérola y el general Iglesias, según la descripción de González Prada, en lo que sería el principio del fin de la guerra con Chile. Así que el área tenía una significación especial. Existía en el sitio una bruma histórica ensangrentada que me permitió disentir dos épocas y contrastar dos escrituras que a decir de Octavio Paz en “Los hijos del limo”, la vanguardia es la gran ruptura y con ella misma, se cierra la tradición de la ruptura que intenté deconstruir con el magma de ese poema.
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A partir de una entrevista que realizó en el invierno del 2007, el poeta chileno Juan Harrington a varios de nosotros, explicaba que uno de los grandes aportes que demostró Hora Zero era la pericia de nuestra exposición poética del verso libre tanto como de una prosa conspicua. Todo ello gracias al apego del género epistolar. Recuerdo el viaje de Jorge Pimentel a Europa. El viaje en barco, su matrimonio en España con Pilar Prieto y a partir de ahí, un riguroso ejercicio de escribirnos cartas por “quíteme estas pajas”. Aquella fue parte también de la gimnasia escribal. Demostrar nuestra militancia por el ‘poema integral’ tanto por la salud de nues-
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tras existencias amicales nos hizo pertenecer a una hermandad que como jamás había ocurrido en la historia de grupo o comunidad en la literatura hecha en el Perú. Ser de Hora Zero era pertenecernos unos a otros como escritores holistas. Así, cada quien fue más creativo en la arquitectura de sus cartas que a la postre resultaban una suerte de ensayo o estudio sobre algún aspecto de la literatura o de la política. De pronto, un júbilo explosivo me embargaba cuando debajo de mi puerta el cartero deslizaba un sobre. De pronto, también, he sido un coleccionista de cartas y documentos fortalecidos. Así, confieso, me hice ducho en la escritura de una carta que debía tener la misma carga emocional que un poema. No puedo pasar por alto la correspondencia del mismo Jorge Pimentel con el escritor chileno Roberto Bolaño, cartas que hoy se han hecho públicas con la reedición de “Ave Soul”, libro capital para entender la multiplicidad de discursos que impuso el fundador de Hora Zero desde el origen. Tampoco puedo soslayar la torrentosa comunicación epistolar que tuve con Tulio Mora cuando éste viajo a Europa y luego a Buenos Aires para después radicarse por un buen tiempo en la Ciudad de México donde consolidó los nexos y las plataformas poéticas sistémicas entre la poesía de Hora Zero y las del colectivo mexicano Infrarrealista. Igual sucedió con la formación de Hora Zero Internacional. No recuerdo haber recurrido al teléfono o como ahora uno puede hablar con el culo del mundo a través de Internet. No, esa gran internacional poética le debe tanto y más a las cartas. Gracias a estas
(...)el poeta chileno Juan Harrington explicaba que uno de los grandes aportes que demostró Hora Zero era la pericia de nuestra exposición poética del verso libre tanto como de una prosa conspicua.
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Testimonios llegamos a acuerdos, a tomar decisiones, a apostar por la plasticidad militante de una poesía que tire abajo el andamiaje [¿el gusto?] pequeño burgués que había dominado la poesía latinoamericana hasta ese tiempo. Hay otro aspecto poco conocido en nuestra organización. El ser horazeriano involucraba a nuestras esposas, padres y madres y hasta a nuestros hijos. Este detalle no puede estar ajeno a este testimonio. La labor de muchas de nuestras hermanas. Cada vez que había un recital o cualquier marcha de protesta, ellas mismas elaboraban las banderolas y eran el soporte de infraestructura que necesitábamos. Al menos eso ocurrió con mi familia y la familia de Enrique Verástegui y del propio Pimentel.
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Al colectivo de cine en el Perú, “Liberación sin rodeos”, aquella experiencia inédita de fuste al repensar y creer en un cine multidisciplinario, de arte, documentalista, militante con las vanguardias latinoamericanas y sobre manera, nacional –baste ver las cintas sobre cimarrones, niños desamparados o el registro sobre el poeta Javier Heraud–, que liderara Carlos Ferrand junto a Raúl Gallegos, Pedro Neyra, Marcela Robles, Neneé Herrera, Francis Lay y Margarita Benavides, le cupo arrendar una casona en la quinta cuadra de la calle Torres Paz, en Santa Beatriz. Barrio de una clase media aferrada a la historia desde inicios de siglo cuando el presidente Leguía decidió modernizar la capital con el anclaje huachafo de un pasado sin lustre. Así, las pequeñas mansiones y las estancias tenían sus tres pisos, sus techos altísimos, sus patios de azulejo garabateados y sus puertas biseladas que albergaban las fragancias de otros años con mayor esplendor. Los jóvenes cineastas habían involucrado a todo el vecindario el hecho de hacer cine y no había tarde en que la exhibición de películas de toda calaña convirtiese aquella casa en una suerte de cine de barrio. A mediados de los 70’ la casa ya era conocida solo como “Torres Paz” a secas. No había intelectual peruano que de regreso al país que no desfilara por los espacios de la casa a contar sus experiencias de extramares o tramontanas. Se bebía pero se aprendía. No dudo que para los más jóvenes fue una experiencia y un manual práctico de educación en los azahares de la vida. Yo estudiaba en la Escuela de periodismo a unas cuadras más allá y después de clases no dejaba de visitar a los amigos que habían apostado hasta sus calzoncillos por hacer cine en el Perú. Los trabajos antropológicos complementarios del poeta Tulio Mora con los del cineasta Carlos Ferrand permitió que la casa de Torres Paz se convirtiese en una suerte de laboratorio. Una lectura era obligatoria: “Tristes Trópicos” de Claude Lévi-Strauss, antes que su
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“Antropología estructural”. De ahí, ese culto en la casa por la abstracción y la conversa bien documentada. Desde 1976 ya casi era punto obligado para el debate artístico o político. Luego, la mansión era una gran estación para viajar a Europa, como lo hizo la mayoría, o para irse al carajo. Tulio Mora había traído a Jorge Pimentel y el poeta de “Ave Soul” a Enrique Verástegui. Yulinho Dávila y Elías Durand aterrizaron por inercia lingüística. Mario Luna y Ricardo Paredes, aparecieron después alegando que se las habían extraviado unos adverbios. Miguel Burga llegó solo con su Dodge azul tipo carroza para camuflarse en las noches más sórdida de Lima después de Tatán. A Carmen Ollé la arrastró una borrasca de adrenalina. Róger Santibáñez, Ángel Garrido, Dalmacia Ruiz Rosas, la argentina Ana María Chagra, Elisa Che, Abel Herrera, aparecieron por cuestiones del amor y otros cuyos nombres no quiero recordar, vinieron, se fueron y se perdieron.
El ser horazeriano involucraba a nuestras esposas, padres y madres y hasta a nuestros hijos. (...).Cada vez que había un recital o cualquier marcha de protesta, (...) elaboraban las banderolas y eran el soporte de infraestructura que necesitábamos.
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Para Hora Zero, que a inicios de 1976, tomamos las riendas de la casa, el espacio colectivo –vivíamos cada quien con su dama—sirvió para consolidar los postulados de esta segunda etapa del movimiento. No era un núcleo tribal anárquico pero sí una suerte de cuartel de licencias poéticas donde existíamos para la crea-
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ción, la lectura, el buen cine y la música ad hoc, que la había, desde el jazz hasta la salsa, pasando por las danzas selváticas de “Juaneco y su Combo” y el “Cuarteto Juventud”. Que pasado el tiempo se convirtió en un campamento creativo de diversos géneros, es probable. Desde que llegué por primera vez, se me aleccionó a respetar el cuarto de socorros. Quedaba detrás del baño principal y frente a las habitaciones de Rocío. Era una habitación que podía ser tranquilamente un quirófano con todos los aparejos para operar a un cojo o un dispensario con sopas en sobre de astronautas para los tiempos de vacas flacas o también una suerte de arsenal o armaría con banderas blancas para salir por las noches en tiempo de Toque de Queda o banderas rojas para las marchas de protestas y a favor del Paro nacional. Histórico es nuestro enfrentamiento con la primera escuela armada de los intelectuales maoístas quienes una madrugada recibieron de su propia medicina y terminamos en una lucha cuerpo a cuerpo en la calle, aquella vez que se suspendió la gresca porque al lanzar una patada voladora, especialidad marcial de Formosa del poeta Pimentel, terminó con su zapato en el techo de la casa vecina y ahí acabó el pleito para luego continuar con las “chinas” en un cachascán a pellejo limpio en las camas de nuestra residencia. No había noche o madrugada o tiempo sin tiempo donde no se aparecieran el cro-
nopio Alfredo Portal –siempre portando un ron Cartavio blanco transfugado de su WV blanco humo–, reclamando que le pongan en la vieja radiola un disco de Vinicius de Moraes o de Ellis Regina. El recordado abogado y en esos días, recién llegado de París, José Antonio “Pocho” Ríos Delgado, apenas exigía compañía bien conversada. Mirko Lauer llegaba a tomar desayuno con su tabla hawaiana. Gregorio Martínez portaba unas botellas de vino cuando silente subía las escaleras para enfrentar en décimas de pie forzado a “Pachato”, un zambo pescador recogido por Raúl Gallegos y la Neneé en la resaca de alguna mona en los mares del sur. Eduardo Coronado disertaba de Zavatinni, De Sica o Rossellini y su influencia en el neo barroco barranquino. Hugo Castillo, Lolo Reyes y El Pony, mientras, cantaban y encantaban serpientes en la habitación más hermética de la casa, dejaban el eco de los himnos de “Cuestarriba” casi boca abajo entre los pasajes de la mansión. El poeta Óscar Málaga tenía su habitación peculiar. Las visitas de Juanito Barea y Walter Curonizzi le otorgaban rango de sede diplomática y los primero trazos andróginos del pintor Cuco Morales dibujaban el símbolo libertad con un toque a rouge miraflorino. Alberto “Cholín” Escalante, pretendiente de cualquier cosa con tetas que se moviera, y su hermano Víctor Escalante, traían los últimos giros del design en el diseño socialista que practicaban en su sello Arte Reda que luego bautizaríamos como “arte enreda”. Finalmente, desde Celendín y pasando por Saint Germain de Pres, Alfredo Pita hablaba del materialismo dialéctico mientras enamoraba a Rocío, la trabajadora de la casa que sabía tanto de poesía clásica como del arte del despeje con agua herviente en el arte de la guerra.
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Los troskos de la universidad Católica, Carlos Delgado, Nicolás Lúcar, Norita de Izcue. Otro espacio fue tomado por un clan de antropólogas norteamericanas. Las gringas llegaban para estudiar
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las fracturas que emanaban del concepto prototípico del ‘buen salvaje’ ajustado a las diversas etnias de la selva peruana y acabaron atrapadas en la jungla de lianas poéticas de nuestras piernas. Enamoradas de la poesía urbana de Hora Zero regresaban a su país también enamoradas de nosotros y sus vidas, según contaban en cartas anegadas de sumo vaginal o lágrimas de abajo, que es lo mismo, ya nunca fueron las mismas. Nuestra locura multidisciplinaria las arrechaba. Una vez enfermé de un virus
Histórico es nuestro enfrentamiento con la primera escuela armada de los intelectuales maoístas quienes una madrugada recibieron de su propia medicina y terminamos en una lucha cuerpo a cuerpo en la calle. extraño que producía la mezcla del ron barato con avena “3 ositos”. Anne, una de ellas, me cuidó con el mismo esmero que lucían aquellas enfermeras que velaban los desvaríos de Hemingway en la primera Gran Guerra. Por las noches me preparaba mi dieta de pollo y luego del tilo tibio y amoroso en jarro, se metía en jarras a mi cama a contarme como eran los crepúsculos en Carolina del Sur. Cierto que me curé en menos de una semana. Besé sus cabellos rubios todas las noches hasta que regresó a su país, ya no atacado por ese virus pestífero sino por las bacterias del deseo que nos prodigamos leyendo a los gritos los poemas de E.E. Cummings que yo le susurraba en su pequeño oído eran de Martín Adán. A tiro de piedra de Torres Paz se hallaba “Los lifes”. Un restaurante bar norteño a la vera de la Vía Expresa y a tiro de piedra de nuestra casa en Torres Paz. Tony Laredo, “Mayu” Mujica, Paquito Segura,
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ENSAYO Miguelito Barraza, José Escajadillo, David Odría y otros tantos galifardos. El sitio estaba sitiado por “los sudados”. Una camarilla de viejos chiclayanos pichicateros que terminaron recitando nuestros poemas. A tiro de balazo, también, eran esas noches del gobierno de Morales Bermúdez cuando con “Toque de Queda” salíamos en busca de provisiones. Cervezas, rones o aguardientes. Las aventuras terminaron con varios de nosotros en las celdas de la comisaria de junto a Radio Nacional. Los vecinos sospechaban de nuestra vocación y tenían razón. Para ser felices había que ser bochincheros, ardorosos y pendejos. Por eso hemos vivido hasta hoy.
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Nos esperaban desde el mediodía. Allá, en una de las barriadas de Villa María del Triunfo el estrado estaba tatuado de banderolas y rústicos afiches chillones como para una fiesta chicha: “El pueblo unido jamás será vencido”. “Izquierda Unida. Hasta la muerte”. “Abajo la dictadura. Gobierno Popular”. Las marchas y cánticos se alzaban hasta los cerros desde enormes cajas de parlantes. Era un domingo de invierno izquierdoso y el mitin prometía. No era la primera vez. Una institución de DD.HH, nos habían escogido como teloneros de cuanto dirigente de aquel marxismo leninismo de baja estofa de ese vibrante julio de 1978 se lanzaba a decirle la vela verde a la desmoralizada gavilla de militares que nos gobernaban. Ese domingo, los diez poetas del movimiento Hora Zero enrumbamos a los valles trasmontanos del sur de Lima. Existía en aquel tiempo una emoción de revanchas. Una década de la dictadura militar había empachado el paisaje político y los paros y las huelgas obligaron al gobierno del general Morales Bermúdez a convocar a elecciones para una asamblea constituyente para el siguiente año. Esa vez, partimos desde nuestra casa en la Calle Torres Paz de Santa Beatriz. Un caserón en lo que fue alguna vez un barrio pequeño burgués de esa Lima de Leguía que mantenía un rubor a covacha y castillo para nuestra pureza. Nuestro almuerzo fue una fuente de cebiche y cervezas heladas. Una chata de ron por cabeza antes del viaje, unos ‘guiros’ para bajar la grasa y cada quien con su fajo de poemas bajo el brazo. Era nuestro recital comprometido. Íbamos radiantes cada quien con su mujer. Cada quien con su universo a cuestas [5]. Si se lee la primera parte del libro “Hora Zero: Los broches mayores del sonido”, rotundo y primer estudio escrito por el poeta Tulio Mora, se encontrará con una antología y rencuentro con los genes de Hora Zero –el movimiento poético más
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importante de Latinoamérica del S.XX–, como uno de los textos imprescindibles para entender ese instante eterno que nos alumbró a los poetas que surgimos desde 1970 en el Perú y en varias megalópolis de la región. Lima. Ciudad de México, París, son los enclaves donde se gestó ese espíritu donde se conjugó nuestra juventud, la historia y la textualidad de años convulsos y rebeliones acojonantes que nos tejió en un lienzo tangible que le entregó a los fastos de la literatura un nuevo aliento y que denostado o aplaudido, nos hizo crecer como testigos artísticos de nuestro época, agobiante, crispada, pero singularmente maravillosa. Cierto. Hace casi cuarenta años que nos conocemos. Los de Hora Zero somos un colectivo como un Chevrolet Corvette Roadster de 1958. Espacioso, noble, duradero. Cierto, somos calmados hoy, y maduros con un encanto a faites licenciados. Pero cada quien es un tentáculo de un pulpo brioso y siempre iluminado. Afilados y sesudos ahora más. Nunca fuimos un partido político o un grupo de adolescentes tras una sola canción en guitarra desafinada por irreverente. Al contrario, nos unió las sagradas escrituras de nuestras artes poéticas. La textualidad abierta como arquitectura de los estruendos mayores de la literatura latinoamericana. Ese alimento a poesía en estado salvaje que nos hizo despedazar desde 1970 el canon de lo poetisable y, crear un nuevo soporte creativo para usar frases, gramáticas, alfabetos y cuanto soporte expresivo habitaba en el imaginario del hacendoso y crudo vivir, para convertirlo en un Poema Integral (sí, con mayúsculas, según el postulado de Juan Ramírez Ruiz y/o Jorge Pimentel) y hacer explotar el mundo a punta de “anfo poético”. En Hora Zero, que tomo precauciones en la militancia crítica de ser el ojo vigilante de un universo abierto para que el poema sea un arte hecho por todos, el ser no limeño fue un hallazgo. De ahí que nuestros recitales en Huancayo, por ejemplo, permitió que en esa ciudad de los andes del Perú, el hacer poesía era un acto de una rebeldía bellísima para los jóvenes postergados por la máquina burocrática literaria. En la Ciudad Incontrastable nos acogían los poetas Sergio Castillo Falconí y César Gamarra Berrocal que habían formado Hora Zero Centro. Nuestra prédica del poema integral e interminable como el hombre –debimos utilizar con propiedad “El arco y la lira” [1967] de Octavio Paz— era como los seres más que inacabados. Por ello –decíamos—escribimos poemas–: “El uso de imágenes en las que se realiza
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Hace casi cuarenta años que nos conocemos. Los de Hora Zero somos un colectivo como un Chevrolet Corvette Roadster de 1958. Espacioso, noble, duradero.” x
10 Testimonios y se acaba sin acabarse del todo nunca: Él mismo es un poema: es el ser siempre en perpetua posibilidad de ser completamente y cumpliéndose así en su no-acabamiento” [pp. 268-269].
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Fue a principios de los setenta cuando mi padre regentaba su pequeña librería en el Parque Universitario. Exactamente miraba el frontis de la vieja casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En las tardes del verano, el sol caía directamente sobre los libros recién editados otorgándoles un brillo especial a títulos y autores. Mi padre era un hombre de un rictus tieso pero que en el fondo era amable y querendón. Los que lo conocían, jóvenes y viejos escritores a quien él fomentaba su pasión por los libros, le confesaban más que sueños sus penurias estando yo presente si apenas llegaba a los 10 años. Mi padre, sin proponérselo, me contagió el apego por la creación libresca. Él mismo decía que a los libros había que quererlos como a las mujeres había que amarlas. Yo casi apenas entendía esa diferencia. Un día sí y el otro tal vez, mi padre me dejaba a cargo de la librería y se iba con poetas y narradores a conversar sobre utopías y entuertos en los bares de por medio, el Palermo, el Chino-Chino, la Comisaría o La Llegada. Luego, embellecido por la alquimia de las cervezas, regresaba por la noche recitando a Mallarme o Pavese y, a paso de milongas silentes, regresábamos a casa en el tranvía Lima-Chorrillos y yo tomado de su mano. Así conocí a José María Arguedas y Julio Ramón Ribeyro, a Alejandro Peralta y Alejandro Romualdo. Mi padre los domingos organizaba unos almuerzos descomunales y hasta Surquillo, allá donde vivíamos, llegaban los escritores a apagar la sed existencial y saborear los sancochados que mi madre preparaba con punta de pecho, coliflores multicolores y salsas de huacatay escuchando solemnemente los boleros de Bienvenido Granda y los valses de Los Embajadores Criollos. Se tomaba
piscos y vinos y se hablaba del destino de la humanidad, de los goles de Toto Terry y por qué el maestro Rodolfo Pastor siempre ganaba de atropellada y por fuera en el hipódromo de San Felipe. Y unos eran fanáticos de Manolete y otros de Luis Miguel Dominguín. Pero luego de contradichos y mentadas de madre todos convenían que la Revolución Cubana era un pacto poético que justificaba leer El Capital aunque no se entendiese un carajo y que Fidel era Vallejo por cuestiones hormonales. Eran los días que gracias a la descomunal venta de la primera edición de “Cien años de soledad” en la librería, mi padre le pudo obsequiar una licuadora de 6 velocidades a mi madre. García Márquez, cierto, había cambiado el nervio alimenticio de la tripa familiar y yo pude estudiar inglés en el ICPNA. En aquel tiempo, esos años que el cronopio Alfredo Portal decía que las ideologías pasaban por los chimpunes de Tito Drago así como el Dr. Pocho Ríos explicaba que era más bien gracias al duende de Huaranga Daga que existía el materialismo dialéctico, me vi solo ante el flagelo de Dios. Católico confeso y acólito confuso y mientras miraba el cerdo y la nada, conocí a los jóvenes del movimiento Hora Zero. Cierto, ya había estado solo como esa vez frente a mis primeros poemas que olvidé por aseo y una mañana llegó a la librería Jorge Pimentel, simpático, elegante y rotundo. Con él venía Juan Ramírez Ruiz, risueño debajo de sus bigotes a lo Javier Solís y Enrique Verástegui como un Jimmy Hendrix buscando su guitarra. Yo tenía 16 años y muchos pecados aun no públicos, cuando ellos me contaron que existía otra forma de vivir. Los entendí desde el principio. Hora Zero había publicado a mimeógrafo su primera revista con parte del manifiesto Palabras Urgentes y una selección de extraños poemas con una tapa horrorosa fruto de una amane-
(...)el hacer poesía era un acto de una rebeldía bellísima para los jóvenes postergados por la máquina burocrática literaria.”
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Testimonios 11 cida vencida casi perdida para el diseño. Aquello era lo de menos. En sus voces yo encontré el estruendo huracanado de una verdad. Que ser jóvenes no era pretexto para ser ilusos y que el universo quedaba ahí, en la yema de los dedos. Que la poesía era una fuerza descomunal para fundar nuevos mundos y que solo en el trance de juntar palabras, estaba derrotado el designo de Dios. Desde esa vez ya no puede ser otra cosa más que poeta. Y así está escrito en un poema que terminé antes que él termine conmigo: “Ojo de calígrafo” publicado en Haraui del gran Paco Carrillo. Cuando se marcharon aquellos muchachos encabalgados en poesía a beberse unas cervezas juré seguirlos y así lo hice. En El Palermo les pedí estar con ellos y ellos me pidieron que nos lo dejase nunca. De eso escribo hoy aun más ilusionado que esa noche que regresé a casa ya converso y hablando un lenguaje extraño.
(...) aquella manera de vivir tan intensamente con la poesía me enseñó a mirar el mundo como un desafío donde los romances dependen de uno y no de los rigores del amor.
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Aún en el colegio de secundaria, conocí a Ángel Garrido. Era un muchacho delgado que de frente siempre parecía como una sombra de costado. Miraba raro y no hablaba lisuras. Hijo de maestros de escuela en las minas de Cerro de Pasco, a sus 15 años ya había publicado su primer libro de poesía: “Visión del pájaro dialéctico”. Cursábamos el cuarto de media y una noche lo llevé a presentarles a los poetas de Hora Zero. Garrido tenía un dilema: la poesía cambiaba al hombre o el hambre lo cambiaba a uno. Así lo pronunció con su dejo que ya dejó. Y no dijo más y fue aceptado por categórico. Debo admitirlo. No era fácil ser de Hora Zero. Cada encuentro era un desafío al límite para los actos contundentes. Había que arriesgarlo todo. Cada frase que se pronunciaba era un ramalazo. Ellos estaban por cambiarlo todo y nosotros, los más jóvenes por ser como ellos. A mis 16 años ya escribía poesía por desesperación pero frente a esos jóvenes embellecidos por la ira y el ajuste de cuentas, lo convertí en un acto de fe. Guardo un texto de ese tiempo: “Supongo que es gente complicada y turbia. Dicen que esos seres que escriben poesía están signados con la marca de la tragedia. Con Jorge Pimentel, sin embargo, se archivan esas palabras porque el poeta es un ser común y corriente, limeño de clase media, amante del ceviche y la cerveza helada, padre titulado, con esposa y esperando dos hijos y que desde su adolescencia de peruano de carne y hueso, le ha impregnado a la poesía un aliento distinto, fresco y renovad o r.
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Pimentel es fundador de Hora Zero, movimiento literario que desde 1970 no sólo conmocionó a la crítica académica, sino que sentó un hito en la poesía peruana”. No era tan cierto aquello de que el poeta es un ser trémulo y arrebatado. Lo entendía con nitidez sinfónica cuando hablábamos de música con Isaac Rupay —un joven como yo que ayudaba también en el negocio de las diarios y revistas en un kiosko de junto a la Plaza San Martín—o de pintura con Alberto Colán y el “zambo” Mateo Morales, jazzista y psicotropicalista. La rutina de ser poeta a los 18 años era tan difícil como leer a Breton en bretonés. Con el poeta José Cerna y Rubén Urbizagástegui, ya el discurso pasaba a los niveles semiológicos. No obstante, cuando llegaba desde Cañete Enrique Verástegui, nadie dejaba de alzar la última copa de pisco y avanzar al Teatro Municipal. Los conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional era una obligación estética como los jueves, junto al maestro José Mario Illescas, había que ser ducho en el materialismo dialéctico antes de la medianoche. Entonces cuando por las tardes me aparecía por las mesas de El Palermo, aquello significaba venir premunido de al menos, una exigente lectura de Mayakovsky, amén de dos teorías irreverentes sobre Marcel Duchamp. A nadie se le perdonaba llegar a ese antro y balbucear un par de huevadas. Mínimo, había que leer un par de poemas inéditos, malos por trasnochados. Además, estaba el asunto del compromiso. O se militaba o no se militaba. Las izquierdas resultaba al fin de cuentas esa navaja que con un filo servía para matar la historia y con el otro para tasajear el orden. No obstante, aquella manera de vivir tan intensamente con la poesía me enseñó a mirar el mundo como un desafío donde los romances dependen de uno y no de los rigores del amor.
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La casa añosa que Jorge Pimentel había conquistado como el primer campamento de Hora Zero estaba ubicada en el primer barrio que tuvo Lima: El Cuartel Primero o también llamado Pachacamilla, Jirón Huancavelica, cuadra cuatro. Ya he contado en otros textos cómo se llegaba hasta allí con aquella fe musulmana por la pasión más intensa que pueda sentir ser humano alguno: la poesía. Un domingo se realizaba un Censo Nacional y cuando los registradores encontraron en el segundo piso de esa casa vieja a un buen grupo de poetas para censarlos, a la pregunta: “¿Cuál es su profesión?”. La repuesta
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Hora Zero, entonces, con sus «Palabras urgentes», con su única verdad inconforme, propulsando un canto general, una poesía hecha por todos, rasgó la historia y donde el sentido termina, ahí clavó su escritura.
fue a coro: “Somos poetas”. A parte del espanto que produjo la respuesta, no existía en el rubro “profesiones” esa: “poeta”. Para las estadísticas nacionales el poeta era sinónimo de huevero borroso. Desde esa vez, en la casa vieja descubrimos aquel universo. La tribu habitó ese espacio y fue ese acto rotundo aquel que abrió sus fauces y en un par de patadas, encendió la pradera. La poesía, desde hacía buen tiempo, había perdido agallas, sexo y fibra. Afeminada se hallaba laxa, colocada en urna de cristal para adoración de tías y señorones. La poesía, digo, ignoraba cómplice el descalabro y el descoyuntamiento, la desestructuración y descerebramiento del hombre peruano del Perú. Hora Zero inauguró aquel estruendo que ni los Colónidas –hacía casi un siglo antes– lo consiguieron con una nueva gramática donde hasta el juego de papaya tenía lugar para estar en el campo del verso: «Tengo un pie metido dentro de un seno, con esa dulce sensación del enterrado en vida», decía Pimentel y era cierto. Una enorme mesa, un paredón de cervezas, dos muchachas como una bandada de golondrinas jóvenes. Hora Zero exige cambiar el mundo, cambiar la sociedad y cambiar la belleza. Pimentel, Ramírez Ruiz, Verástegui citan textual a Levi Strauss. Se habla de la poesía integral. Tulio Mora explica la sintaxis callejera. Ricardo Paredes incide en la función del intelectual revolucionario. Pimentel resiste, ahora dice de la pasión, de humanizar el lenguaje, de que el cebiche se instale en los versos. Broncano, el mozo emblemático del bar Palermo trae más cervezas. Un viejo solar en el jirón Huancavelica. Y en los altos, Hora Zero ha convocado a más de 70 artistas. Es el primer congreso del movimiento y la gente ha llegado de todo el país. Manuel Morales –aquel mítico y entrañable hermano de “Poemas de entrecasa”, barrigón y timbero– dirige el debate sólo con los ojos. La justa se prolonga por dos días. De ahí salen los manifiestos, el ciclo de recitales, los afiches, la ópera popular, la toma de locales, las giras, los libros antológicos, los discursos en radio, las marchas, los actos rotundos. La amariconada crítica literaria se horrorizó. Porque sabían de Vallejo pero no lo NOTAS: [1] Hora Zero / Infrarrealismo, La última vanguardia. Ediciones Lancom, Lima, 2016.Alberto Escalante, Carlos Ostolaza, Carlos Chino Domínguez, Jorge Verástegui, Ana María Chagra. [1-A] La tesis desarrolla por JRR en su ‘poética y sus poemas: «El poder de la poesía y el arte como forma y factor de conciencia social, es energía suficientemente capaz de hacer avanzar o hacer retroceder una sociedad en su proceso de evolución ». Poema Integral. En Un par de vueltas por la realidad. Ediciones del Movimiento Hora Zero. Lima 1971.
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habían leído. Eran expertos en Oquendo de Amat pero apenas lo hojearon. Hablaban de Eguren como si fuera poeta de colegio. Y Hora Zero les pareció un desatino y se paralizaron con el asombro. Entonces, los académicos dijeron Hora Zero es ilegible, ora sus poemas no son elegantes, ora sus versos no obedecen al Kremlim, por tanto no son puros ni son sociales. Hora Zero, entonces, con sus «Palabras urgentes», con su única verdad inconforme, propulsando un canto general, una poesía hecha por todos, rasgó la historia y donde el sentido termina, ahí clavó su escritura.
Coda 1. Hora Zero nació en a finales de los
sesentas del S.XX. El primer hombre pisaba la luna. “Cachito” Ramírez le hacía dos goles a Argentina en “La Bombonera” y el fútbol peruano iba por primera vez a un Mundial. El general Velasco imponía la reforma agraria y asesinaban a uno de los dueños del Perú, Luis Banchero Rossi. Era el tiempo del concierto maratónico de Woodstock. La época del rock psicodélico de Jimmy Hendrix y el soul latino de Carlos Santana. Hora Zero apareció con sus “Palabras urgentes” justo cuando el sello Fania en Nueva York grababa los volúmenes 1 y 2 de “Fania All-Stars Live at the Cheetah”, el primer disco emblemático de la salsa dura. En aquel tiempo Sendero Luminoso establecía su primera base en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, y Abimael Guzmán, el profesor de filosofía, ordenaba el control de la Universidad Nacional del Centro, La Cantuta, la Universidad Nacional de Ingeniería y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Hora Zero fue un rotundo y contundente golpe contra la costra reaccionaria de la literatura en el Perú de vieja data. Aquello nos hizo escritores lúcidos y comprometidos con nuestra historia. De esa época somos. Yo lo viví. Y eso es todo lo que tengo que contar, por ahora.
Coda 2. Este texto está escrito con el recuer-
do doloroso de nuestros poetas que se marcharon un poco antes: Presentes, Isaac Rupay, Mario Luna, Manuel Morales, Juan Ramírez Ruiz, Julio Polar, José Antonio Ríos, Alfredo Portal, Miguel Burga, Lucía Ocampo, Flor de Maria Ayala, Pietro Luna.
[2] Un texto vale por todos los textos de la literatura, no porque los represente, los abstraiga y los equipare, sino porque la literatura no es nunca sino un solo texto. Así, Barthes permite el estudio de la intertextualidad como elemento sustanciador de la concepción poética de nuestros textos manifiestos en su producción infinita. [3] Fuera del fundador de Hora Zero, Jorge Pimentel, los otros poetas habían publicado en la revista “Estación Reunida” y la reunión era en el fondo un careo para integrar una sola collera. no hubo consenso. cada quién siguió su existencia con
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una algarabía que ni la espina de una cojinova clavada en el pescuezo disimulaba la euforia de ser poeta en esos días. [4] José Matos Mar, Desborde popular y crisis del estado. veinte años después. Lima, Fondo Editorial del Congreso del Perú. 2004. Ocurrió que en 1986, ya de periodistas, acompañé a Tulio Mora a entrevistar a Matos Mar que residía en Ciudad de México. Nuestro trabajo se publicó en la revista “Visión Peruana”. Nro. 65. Pepe Matos nos decía que la insuficiencia del aparato de gobierno creaba una merma del poder y un aparato de estado que iba a girar en el vacío.
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Lírico Puro
Reseña 13
Consuelo Núñez
La poesía de Willy Gómez esta vez bajo el título de Lírico puro nos alcanza un panorama de imágenes, programado para describir o pintar la realidad o lo que se puede esperar de los poetas de oficio, en un contexto actual, sin que sea la intención misma de imponer criterios.
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nvita sí a una lectura detallada como quien se asoma a una empresa cuya normativa ha establecido búsquedas algo arriesgadas en el amplio espectro de la producción creativa, propia como ajena. Fluyen las aguas y sobre ellas. El poeta se allana y va al encuentro de una construcción donde prolifera la contaminación, en términos poéticos, más también agudiza el sentido de hallar como novedoso u original algo que es repetido, trabajo seriado que se ofrece a la vista de entrenado lector que juega al cliente o supervisor de mercadería. Construcción que se pierde o desfigura porque manifiesta huella tras huella, impresa una misma «imagen objetora circular» donde lucen y se ocupan más clientes, «sueldan chapas levantan rejas reducen autos» aludidos poetas que han logrado componer «las mismos redondos filos de tarros de leche». La idea se confirma en «fuerza la paleta de respuestas» el poeta revisa los golpes como anotaciones en un tablero, a manera de normas o nomenclatura «en la pared de frontón/ante cada golpe un cambio al reconocer bolas de plástico y autos con pegatinas» su mirada se fija como quien registra el juego de una cancha donde: «todo vuelve a nosotros sino falta la «materia soñadora» y denota «después de un par de líneas /volver negrísimo e inclasificable» Hacerse a un movimiento complejo. En estos versos el poeta baja la mirada y se sitúa en el plano del quehacer y/o del oficio poético mismo de ser poeta. Revisa su entorno y la plástica ajena como propia en el devenir del tiempo, a manera de introducirnos en una conversación, sobre la problemática de lo recorrido en el tiempo, aquí muy esquivo «aunque no tenemos la idea circular de una carrera/solo composturas de bajar escaleras y volver a marcar o mover manecillas al ver que todo atrapa/ tarde cuando el tiempo reduce y llenamos/tapar poca cosa al nadar abrir cierta eternidad» Ser feliz cada mañana tras golpes de tambores.
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La mirada del poeta se alza sobre una visión periférica donde tantea y cuestiona la performance de cada quien o el cómo de cada propuesta poética: «jalar multitudes o aire vicioso o un descampado canto de amor hacia la constitución primitiva/alerta al orden del poder primero de hacer ruido/regocijo y análisis para saber de qué estuvo hecho/baqueta estiramiento de cuero y celebración/ la promesa de plantarse y el deseo de ser el último» Más adelante en alusión o en aproximación a una propia poética, como ajena, revisa tramos o pasajes de su recorrido valorativo para encontrar su clasificación. «con pedacerías el costo por uno no es claridad» Ciertamente el poeta nos alcanza en lo-
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gradas imágenes sucesivas su balance contante. Más allá va el poeta de lo que percibe, luces y ecos, más allá el poeta va, que presta oídos: Salida del sol ante una actividad que nos rodea/restaurant marino a la entrada se toca cucharas/ como castañuelas escucha y refleja durante/ (…) aceptándolo hay alteridad lejos de nosotros/ decisión de alzar de llenarse de mesas incluso/ de chocar vasos después constitución de una retórica/ Y el poeta no sin poco asombro revisa que después del ejercicio, de las búsquedas (de oir otras voces) de los préstamos, o mudanzas da cuenta: «y al acabado un desconocido de la gula un gesto que /expresa satisfacción o grosería familiar y carga/ al descubrir hubo amor en las ensaladas/ odio en el plato caracoles en nuestra extrañeza/ el crecimiento debe continuar después no comprender ningún futuro» No comprender ningún futuro, aquí el poeta contrasta y redondea sus versos y analiza su discurrir propio habiendo reconocido a la alteridad que lo vincula al otro cual suerte de caldo existencial. La materia de su poesía carece en efecto, no del presente o del pasado sino, y esto le es patente no comporta tiempo futuro a la hora de componer el verso. Consciente también que atraviesa esa o esas sombras en las que pudo haberse estacionado para sí. Marca una línea de frontera muy nítida entre el yo poético (alma) como del otro, yo (propio y ajeno) que se desdobla en «un núcleo en la sala si las sillas caen y uno se mantiene» La poesía de Willy Gómez nuevamente se ensancha por apuestas siempre novedosas, las miradas que ha construido y el lector participa de estas miradas en un juego de intercambio deconstructivo, nos referimos a un lector activo y realizado en el campo poético. Esta propuesta en tono reflexivo, ambiciona mucho más y por ello confirmamos la salud fronda de que gozan sus versos.
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CRÓNICA
Para llegar a cementerio general
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a llegado a su quinta edición Cementerio general de Tulio Mora (Huancayo 1948) en una voluntad conjunta de Ajiaco editores y Editorial Desbordes, aventuras editoriales chilenas. Ojo, editores peruanos que funcionan como “servis”. Este poemario nacido en los años más duros de la llamada guerra interna que sacudió al Perú fue publicado originalmente en 1989. A primera vista se trata de un conjunto de monólogos de personajes que hablan desde la muerte en un espectro que va desde el hombre de Toquepala hasta la voz de la clarividente Rosa Campana, en la edición que conozco. Recorriendo desde sus albores la poesía de Mora, creo que el lector puede visualizar los varios ejes y el entramado que la sustenta. Aquí quiero proponer sólo el camino que lleva hacia su Cementerio General, el libro con el que, hundiéndose en las raíces de nuestros dramas, consigue trascender los lindes de la poesía peruana. “Súplica al viento”, si mal no recuerdo, fue el primer poema que leí de Tulio. Digo el primer poema publicado. Yo por entonces había vuelto a residir en Pucallpa. En uno de mis frecuentes saltos a Lima lo encontré en el Nº 23 de la revista Haraui. Corría el mes de diciembre de 1970. El poema era una oración al río Ucayali, de cuyas orillas yo iba y venía cada vez que podía. Fue por lo tanto una verdadera sorpresa para mí pues no creo que antes alguien haya escrito un poema, lo que se considera un verdadero poema, a ese río y, por lo mismo, era la primera vez que leía uno dedicado al río en cuyas orillas yo me hice a la vida. He conservado dicho Haraui durante años en mi biblioteca pucallpina que el tiempo ha convertido en humo. Lo conservaba para leer de vez en cuando esa oración al Padre Ucayali: “Ucayali, escúchame, te he pedido un lugar para vivir en paz, que me sea concedida esa gracia si no deseas que muera de shingurado en este campo de concentración, si no deseas que enloquezca podrido como los edificios, como el mar. Escúchame, por favor, Padre Ucayali, yo no quiero morir como Martín Adán, yo no quiero vivir como Wáshington Delgado;/ quiero ver crecer a mis hijos entre los itaúbas,/ hablando el mismo idioma de los pihuichos/ cantando como el bon sapo campanero. Escúchame, por favor, padre Ucayali y Maruja feliz te besará en los ojos
Ha llegado a su quinta edición Cementerio general de Tulio Mora (Huancayo 1948) en una voluntad conjunta de Ajiaco editores y Editorial Desbordes, aventuras editoriales chilenas. Jorge Nájar
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Ensayo 15 y yo escribiré tu nombre más alto que los águanos/ oh Padre, Gran Río, anciano de ojos hermosos.” ¿Qué le pasa a Tulio, decían los amigos del bar El Palermo, nuestra universidad, qué tiene contra Martín y, peor, qué contra Wáshington? Pero a mí, en verdad, no era eso lo que me interesaba en el poema. Encontraba que, como en las oraciones primitivas, estábamos ante un ser que consideraba al mundo como la única realidad verdadera. Más arriba o más abajo, la divinidad, el Ucayali, era concebida como la unidad del mundo, principio que no es otro que el mismo fin de la Naturaleza entendida como autoconciencia del mundo. Así, más que al dios río, este hablante le imploraba a un ser concreto para pedir, en nombre suyo y del amor, el “milagro” de acceder a “un lugar para vivir en paz”; más que el anhelo de un don estábamos ante la exigencia del milagro para no morir “shingurado”, es decir embrujado, “podrido como los edificios”. El orante no rinde pleitesía, expresa, eso sí, pensamientos y emociones que han de ser las que marcarán el sentido de toda la poesía escrita hasta ahora por T. Mora. Exigencia de otro mundo. Exigencia de una salida, de un escape del “campo de concentración”. ¿Qué entiende por “campo de concentración” y de qué manera busca el escape de ese infierno? Ese sentido es el que quiero rastrear en estos apuntes hasta llegar a Cementerio General.
24 horas en la cabeza de un asháninka extraviado en la urbe. El lector de Mitología, el primer poemario publicado por Tulio, tiene la impresión de entrar a un mundo marcado por las urgencias de la realidad cotidiana, por la confluencia en ella de mundos en permanente confrontación. La desesperanza y la ilusión. Y eso desde la primera imagen. Ojo: hablo de imagen en su acepción de base, un percepción visual. He aquí la de entrada precisamente (Ediciones Art Lautrec-Hora Zero, Segunda edición, 2001): “8 de la mañana / demasiado pronto / demasiado día para practicar esperas. / Mi amada se pone el vestido lentamente / es el gorrión / que habrá de despedirme / casi siempre a deshora / de muy mala gana / si dijera que llorando no exagero.” Imagen de entrada, decía, a un entrecruzamiento de muchísimas otras que trascurren en la cotidianeidad pura y llana para ver emerger dentro de ellas, en el espacio mental del hablante, una saga que incorpora dioses prehispánicos al escenario de Lima actual. El hablante nos presenta una situación de imposibilidad del amor a esas horas y eso genera
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las lágrimas de la mujer que acaba de vestirse. Si nos ponemos a analizar el conjunto desde un ojo cinematográfico, en la imagen siguiente vemos: “La toco apenas / voy recorriendo su vientre / si tuviera un segundo más / una décima solamente / si el amor no recurriera / lavorare stanca errar también / a citas tan pasajeras…” Definitivamente no hay tiempo para ese amor. Hay que ser “puntuales como caballeros / como ingleses nada indios” dirá la misma voz evocando a un antepasado al tiempo que hemos asistido a la complejización de su mundo, el del burócrata sin tiempo para un buen polvo mañanero pues, en el microbús de la línea 75 M Lima-San Miguel que lo lleva a su trabajo, esa primera voz se ha encontrado con Kon, el dios de la oscuridad, “careta no muy verde / pidiendo mucha calma y precisión”. En realidad hemos saltado del mundo de la alcoba familiar al de la vida urbana, en Lima, la capital de la diversidad, de la confrontación entre cierta “modernidad” nacional con el de las supervivencias de dioses y creencias regionales y de otros tiempos. Lima es el escenario en el que veremos a ese hablante burócrata dialogar con los dioses de un mundo primitivo aflorando en su conciencia alucinada y alienada por la vida laboral. La Lima ruidosa y saturada de vehículos es convertida en el escenario de fusión del pensamiento analógico con el histórico, durante un tiempo de apenas 24 horas. El cuerpo de todo el poemario dará cuenta de un combate entre la modernidad de la lucha por la existencia y la supervivencia de los dioses primitivos; de la heterogeneidad desgarrada en la que vive ese hablante, en su despacho de escribiente; de sus relaciones laborales y su visión de la ciudad invadida por “imágenes” de una cosmogonía primigenia; asimismo, de su relación con los otros habitantes del monstruo urbano y de su inmersión en la noche y el alcohol. El reino de la necesidad que derrota al reino de la libertad. La necesidad de sobrevivir en el desgarramiento urbano de la modernidad que termina por englutir y digerir el mundo de los dioses primitivos a lo largo de todo el combate. En el canto final, ya muy tarde en la noche, esa conciencia se presenta así: “Azul es la serpiente que madruga / negro su deseo. / Borracho me aferré a un poste anclado / al azar en medio de la calle / ninguna Diosa-Corza se hallaba levantada.” Un hombre solitario con la mente invadida por los antiguos dioses. Una mente que dialoga con ellos o que se va solo, en la oscuridad del amanecer “conversando / con el aire de las ventanas” hacia el cuerpo del amor donde ha de tocar “la nube de su sexo / alivio no deleite error no amor” mientras “danzan de nuevo las horas / 8 de la mañana / abandonados así / por el resto de la sombra.” El círculo se ha cerrado y arranca nuevamente la
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16 Ensayo ronda de los días. Hemos sido testigos de cómo vive este hablante su día a día. Eso es Mitología, la fusión de los diferentes mundos que el hombre contemporáneo lleva consigo. La diversidad está dentro y fuera de nosotros. Vivimos con ella y estamos rodeados de ella. Parece fácil dibujar ese mundo tal y como lo enuncio. Lo verdaderamente complejo y arduo ha de haber sido para Tulio conseguir armonía en la puesta en escena del canto-relato-oración-teatroconfesión del amor imposible en una sociedad devorada desde su interioridad por sus propias contradicciones. Si yo fuera cineasta, hace ya tiempo que hubiera materializado una película con este libro: 24 horas en la cabeza de un asháninka extraviado en la urbe.
Escribir poesía, en su caso, es también la expresión de un pesimismo en marcha. La suma de la subjetividad y de la objetividad. De ahí su necesidad de romper con las formas. De ahí su necesidad de fusionarlas todas en un discurso que traduce el acto de escribir como algo profundamente privado para expresar lo colectivo.
Un diamante en el mundo turbio de Lima.
Siete años más tarde Tulio Mora vuelve a las andadas con Oración frente a un plato de col, se diría que esta vez con más rabia. Casi se podría sostener que el sentido de esta poesía es sumergir a su lector en el submundo de la sociedad, en los callejones de los suicidas, en los basurales donde hombres y bestias compiten por el mendrugo. O más bien en los intestinos de un animal que agoniza. En su caso poetizar es como recrear las pesadillas que han sacudido a nuestra sociedad en los últimos tiempos. Poesía comprometida en denunciar las pesadillas de existencias rotas en el combate por la vida. Poesía comprometida también en el desmantelamiento de los discurso “poéticos” convenidos. En el desmantelamiento incluso de las formas, y por eso mismo el lector ha de confrontarse con una fusión de reflexiones, apuntes de posible diario de batallas, retratos de la vida de sus amigos, autorretratos del poeta en la noche oscura, no sólo suya, de la sociedad con la que se siente profundamente identificado pese a las lacras que denuncia. ¿Su patrón es la realidad? En todo caso esta actividad poética es más afín a la recreación de la pesadilla o incluso se me hace que la idea no es la de imitar la realidad dada y prosaica, sino, más bien, la de crear un mundo más horrible que la realidad con los materiales del mundo real. Poetizar, en su caso, es una acción creadora de algo que sobrepasa a la “realidad”. En el poema de entrada, “El acontecer de Cristóbal”, el hablante sostiene: “… estamos en 1983 / nadie jamás olvidará este año / los planetas han reventado precisamente encima de nosotros…” Habrá que recordar que 1983 es el año de las catástrofes desatadas por el fenómeno del Niño en la costa peruana; 1983 es el año en el que los ronderos asesinaros a unos dirigentes de Sendero Luminoso y, en venganza, los dirigentes de esta organización ordenaron la masacre de campesinos de Lucanamarca; 1983 es el año de la caída de los precios de los
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metales que dio inicio a una preocupante crisis económica, reflejada en las dificultades para el pago de la deuda externa y un fuerte aumento de la inflación y la devaluación de la moneda nacional; 1983 es el año del incremento de la inflación de un promedio de 68,21% anual, entre 1979 y 1982, a un promedio de 130,78%, entre 1983 y los dos años siguientes. La atmósfera de desesperanza generada por toda esta situación queda reflejada a lo largo de la oración de T. Mora. Eso lleva al poeta a sostener respecto al destino de la ciudad de Lima que “el mejor favor a sus dolores consistiría en arrojarle / ¿por qué no? / una bomba atómica…” Si en Mitología los escenarios eran las alcobas, los microbuses, las calles, bares de Lima y los ambientes andino-amazónicos engendrados por la mente alucinada de su protagonista, en Oración asistimos no sólo a un desplazamiento del ojo, también de la voz. Roland Barthes decía que cualquiera sea al ángulo desde el que se observa, siempre hay una piedra que escapará a nuestra visión. Pues bien si en Mitología el lector presiente que detrás del texto se oculta la figura del autor, también sale convencido de que ese hablante, ese yo, no es el de su persona. Es un recurso de la escritura. El “yo” de su Oración es otro. Hay suficientes indicios a lo largo de las tres partes que lo componen para arriesgarnos a sostener que el hablante de Oración se corresponde con la voz del autor. Y esa voz y ese ojo han agudizado su tormento al observar y expresar el estado de metástasis en la que se halla la ciudad: “la pastelera coquera ketera / la horrible…” En esa ciudad nos presenta el suicidio de la juventud desesperada. En esa sociedad analiza y contextualiza la poética de Mario Luna. En ella hace el retrato de los basurales y de los cementerios anónimos donde fueron amontonados los cadáveres de los que cayeron en las confrontaciones de la guerra interna. Es como si nos dijera que la poesía tiene que leer el libro de la realidad y traducirla. Es como si nos gritara que escribir poesía es traducir esa realidad. Escribir poesía, en su caso, es también la expresión de un pesimismo en marcha. La suma de la subjetividad y de la objetividad. De ahí su necesidad de romper con las formas. De ahí su necesidad de fusionarlas todas en un discurso que traduce el acto de escribir como algo profundamente privado para expresar lo colectivo. Así se explica el excelente “Base 4 / Desde el consuelo de una palmera”. Hay que leer ese diamante oscuro para comprender el profundo sentimiento de amor-odio que lo ata a su sociedad. “¿Qué estoy esperando en un patio mojado…” dice a modo de apertura. Parece la pregunta de un hombre sin ninguna esperanza. Pero no nos dejemos tomar el pelo. “No abandonaré mis incredulidades mis fechorías…” “No abandonaré el futuro…” sostiene más adelante. He aquí la parte final:
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Ensayo 17 “A la hora de las derrotas concretas comienzan las antelaciones. Por eso es importante que nada me ate más que mis culpas mis eléctricas diferencias mis odios casi naturales. A la hora de los derramamientos de sangre el más terrible dolor es que me siento incomprensiblemente amado/ y la correspondencia ocupa un espacio como el principio de la muerte./ No tengo nada a cambio no deseo ofrecer nada pero peor es la piedad que me sobrecoge libre y me llena las paredes de exigencias./ Debería quejarme y no separar lo que mañana me herirá de lo que tengo abierto./ Así pues con un tremendo aullido en el único ojo geométrico que tiene el consuelo de una palmera me reconozco entero en esta espera. Antes y en la derrota exacta. Antes que me invadan más verdades más convicciones. Antes que sea más tarde.” El poema entero tiene seis partes y algo así como doscientos versículos. Está lleno de un pensamiento del fulgurantes solidaridades. Está habitado por la inmanencia de la verdad poética. Ahora mismo voy a bajar a comprar un boleto de la próxima lotería y juro que si lo gano me encargaré de editar este poema y ponerlo al alcance de todos los lectores, esa banda de incrédulos.
T. Mora demuestra una vez más ser un experto en estrategias poéticas. Y, asimismo, servirse de ellas para poner en marcha toda una reflexión política sobre la esencia de nuestras sociedades. Ese hablante que se prosternaba ante el “Padre Ucayali”, ese asháninca extraviado en la enajenación urbana, en la noche limeña, en el alcohol de los amaneceres en las calles solitarias, ese sujeto lleno de rabia en la Lima “pastelera ketera coquera”, ese hombre que lanzaba aullidos “en el único ojo geométrico que tiene el consuelo de una palmera”, ese, lanzado a la búsqueda de las raíces del fracaso de su sociedad, se ha enraizado en la geografía y en la historia a la búsqueda de explicaciones de su desesperación. Las imploraciones panteísticas no le han sido suficientes. Parece decirnos que el ahora importa tanto más cuanto más comprendemos la historia. De allí, me parece, le viene el empuje para lanzarse a escarbar en la prehistoria. De ahí la necesidad de pasar a la entonación coral. De ahí las poéticas híbridas al servicio de una aspiración otra, diferente, para nuestra sociedad. Y como parafraseando al más lúcido de todos los J. P. Sartre, es de suponer que él también, si coloca la imposibilidad de la salvación en la estantería donde se empolva lo accesorio, haya terminado por preguntarse ¿qué queda?, para clamar al fin: un hombre hecho de todos los hombres y que se equivale a todos y a cualquiera. La soledad de cada uno de los individuos sea cual sea su origen y destino.
París, 15 de junio de 2018
El cementerio al que vamos a parar (casi) todos. Dicho todo lo que acabo de señalar, no me parece que lo más importante de Cementerio General sea señalar la pluralidad de voces que residen ahí dentro. Todos los buenos libros están habitados de múltiples voces. Así, en el de Tulio encontramos desde un Moche enterrado vivo 700 años d.C, que, desde el fondo de la tierra donde yace, sostiene: “Tenía 30 años cuando me enterraron vivo a los pies de mi señor…” La crueldad llevada a uno de sus más altas cimas en nombre del ritual de poder. Un soldado Huari de 500 d.C. se interroga: “¿Quién puede decirme / qué mano me enterró un puñal en las costillas, / mientras amaba a mi mujer, / y qué voz me susurró en el oído / No hay guerrero sin culpa? La traición llevada hasta el extremo último de la existencia. Desde 1460 emerge la voz de Curi Ocllo para sostener: “nada más que intriga y miedo es nuestra historia.” Y hacia 1533, el bravo Chalcuchímac, a poco de la muerte tiene tiempo de darse cuenta de la situación y confesar: “llamé a mis dioses / chapuceros e inservibles/ antes que Pizarro me atizara / el fuego en las narices.” ¿Qué idea de la divinidad acudir como una salvación? Cerrado el libro, sostiene la clarividente Rosa Campana: “Esta es nuestra gloria: / haber escrito -indios, negros, / chinos , blancos- en los laberintos / de la sangre y la pobreza / la memoria del azar y la sobrevivencia. / Una mil veces se lo digo a mis paisanos / mientras balanceo mi mecedora: más presagios preñará el río, / pero aquí estaremos todos / escribiendo el poema de la vida.”
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18 Poesía
Tulio Mo
Bajo el cielo
CENTELLAS DESDE UN AVIÓN 1 Que en una centella escriba mi nombre significa que confío demasiado en la casualidad. La luz no siempre nos remite a la vida. Con mayor frecuencia quienes mueren son los que cruzan esa región. 2 Allá, en un resplandor de helechos e inabrazables árboles, tan altos y sombreados que parecen samurais de una danza donde el silencio sangra, está la escritura arañada de una inexplicable tragedia. 3 Se llama el útero de la nada. Se llama el desesperado relumbrón de algo que no elegimos, que simplemente nos arrojó a un territorio en cualquier edad.
1 Mi ropa interior impresentable mugrosa descolorida traductora simultánea de todas las vergüenzas del día tan desechable como un libro sobre estrategias de mercadeo la biografía de un desempleado eso es tan obvio o de un aspirante a desfallecer en la esquina equivocada que allí reside precisamente su encanto no saber de qué color o vejez se desnuda uno ante sus propias costras es para arrancar en llanto
4 Bebo solo porque no tengo otra manera de maldecir al azar. Así me lanzo un salvavidas. Así convoco a una legión de chamanes para que mi sombra no se me muera nunca.
es para volverse filósofo mercenario migrante no saben lo que se siente cuando por fin uno es libre de tanto esconderse. 2
5 Centellas. Arañazos en nubes que traspasaron desde un avión la región del silencio enemigo.
Primero el milagro luego el remordimiento hay una maleta de interminable trasfondo relleno de trapos tiras hilachas retazos tus trajes andrajos de mucho mundo sin merecer más que el espejo donde uno se asombra de torvo reconocerse
6 Centellas, ya lo dije. Guerrero con caligrafía de asombro. Mi nombre en un rayo.
en la mueca tiras y puras tiras muchas biografías rasgadas las hilachas van con las nieblas que te escogen se encogen
7 Porque nacemos llorando toda nuestra religión es el grito, la escritura o la delación.
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TODAS LAS VERGÜENZAS DEL DÍA
justo cuando más palidece la suerte los estropajos caminan solos no primero el rencor luego el milagro la textura va con el tiempo ya me puedo vestir.
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Poesía 19
ora Gago
o haragán
DESBORDADA RESIDENCIA Para mi Tatu
Tú eres mi árbol de flores azules que los botánicos llaman “jacaranda mimosifolia”, aunque es más bonito solo decirte jacarandá. Tú eres el irrepetible cielo ramificado en cualquier cuerpo de agua tiñendo con tus flores las plumas del gorrión que los ornitólogos llaman “sialia corrucoides” y es mejor conocido como azulejo, el ave peregrina que viene a poblarte desde el lago Ontario. En la leyenda amazónica el pájaro tiene el nombre de mitu y gorjea en tus cálidas ramas mientras el jacarandá con su danza riega de hojas todos los atajos del retorno. Y como eres mi árbol sabes que me sombreas porque no tengo otro don del amor que tu reinvención.
SOMBRERO CON NIEVE ENCIMA ¡Compradores les vendo este sombrero con nieve encima!
Matsuo Bashó
¿Qué clase de frío se arrima al sueño mientras descarto los males que van conmigo? Un cielo para el desabrimiento, varias escaleras que los pintores de edificios han desgastado, el clásico silencio del suspenso antes del crimen o del suicidio perfecto. Todo me lleva a concluir que hay ocasiones en que uno debe culpar al que nos obstaculiza el paso y agrega más mortificaciones a la vida. Si no te gusta el trabajo, el gobierno o la suerte y quisieras llevar escondido un revólver para resolver el extravagante concierto del mundo marchando hacia un precipicio seguro, lo mejor sería volver a presentir un frío de muerto en las manos. Qué ganas de esconderme detrás de un panel donde ofrecen cirugías estéticas a niños quemados hasta que se parezcan al actor favorito de sus mamás. Emboscado, tigre de tinta o sombreado,
Por eso ahora te llamo gualanday que es más bonito todavía.
saltando al cuello del viejo rencor. Ese era el sueño o el plan que me cambió el instinto cuando alguien en una esquina me quiso vender un sombrero con un poco de nieve. Jode que te quiten lo criminal pero es increíble reingresar al paisaje lavado por la garúa, recordando que tú me esperas.
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20 Poesía
LECCIÓN DE COLIBRÍES Hay un jardín de tantos colibríes que ya es el reino del puro movimiento verde colorado azul donde si hay flores más parecen labios que se ofrecen mientras ellos tiemblan peregrinos como son hijos de los inquietos besos sacudiéndose nieves, huracanes, malos vientos que eludieron en su larga travesía. ¿A quién no le destroza el corazón que esta poquita biografía viaje 12 mil kms solo para amar llegando en olas incesantes, remontando las mareas, los pronósticos del tiempo, las mudas de la luna y a todos dándoles la contra, los muy tercos yendo siempre al sur y siempre sin errar? Esta es una deuda instalada en la física del sueño que llega a pesar de dudosas o catastróficas noticias, que atrae los polos del planeta, aún más épico porque no traen más maletas que sus plumas y jamás desde que el día ha sacudido sus errores renunciaron a perderse el largo viaje del amor sin pasajes, despedidas y tampoco pasaportes. Solo disponen de sus alas cuando además en mancha nos sombrean por el celo de la especie que apresura muy puntual las estaciones y aun con trampas llegan más veloces que todos los aviones simplemente a ser felices con sus bellas picaflores / chupamirtos y su tribu de chillones colibritos procurando para ellos agua, sombra, árboles o nidos, tanto trabajo en una misma ruta sin brújulas, satélites ni drones estremeciendo los paisajes igual que un día intenso, inquietamente guapos como son cuando enamoran a sus chicas lanzándose suicidas y luego rebotando sobre nubes o casuales vientos. Y ellas que los ven deseosas tras campánulas moradas verde limo azul de Prusia esperando el beso néctar de sus largos picos. Porque juntos volaron toda esa distancia para amarse sin aduanas ni policías antidrogas. ¿Importa lo demás si este es todo el único poema que alborota los jardines? Más allá o más acá de la belleza lo que existe es esta afanosa obligación que llamamos con solemnidad historia cuando solo es amor, las puras ganas del amor sacudiéndonos las alas y reescribiendo el único dictado del perfecto sueño que nos honra.
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Renato Pachas
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Poesía 21
IV
S A L V E
Yo era bueno como los niños de los parques de Sandy e n U t a h a l a t a r d e c e r Tenía en mis ojos la inocencia del pecado & en mi rostro las ventanas me cubrían en una taza de té De pequeño mis manitas se alzaban al cielo para tocar el espacio infinito porque pensaba que allí vivía Dios y además soñaba con volar en una nave espacial para llegar a Él Yo pensaba que las historias del mundo siempre tendrían un final feliz & era mi fe una piedra de goma que al final murió entre las hojas Yo era bueno y amaba los d í a s e n el m a r la amaba como un sueño preciado que mamá me regaló envuelto en un beso desde entonces la esperé con ansias todos los días de mi infancia Yo era bueno y pensaba que los padres nunca se peleaban ni se golpeaban en el rostro con las manos sucias de palabras por eso al amanecer recogía los cabellos perdidos de mamá en Boink Sack y solía regalarle tres sonrisas en una nube cargada de emociones Yo era bueno contigo y con mis hijos y salíamos a pasear todos los sábados por las lagunas del mundo y Yarinacocha recorríamos la Amazonía y observábamos a Hamlet jugar con las taricayas y los motelos mientras me dabas el último beso Yo era bueno como el agua bendita que bebimos los días de pascua no era sino una peregrinación de los judíos en año nuevo Yo era bueno malditamente bueno con los libros con los pinos con los picarones en Grocio Prado y con charlas sobre el espejo Yo era bueno era bueno para todos, menos para ti…
Soy un Dios que envuelve a la materia / y que purifica el alma desde la sangre / para hacer fluidos sin colores y sin manchas / Soy un Dios que bajó de las estrellas / para hacerse hombre entre los hombres / planta entre las plantas / hierba entre las hierbas / roca entre las rocas / y agua entre las aguas / Vengo de un lugar sagrado / donde todas las cosas tienen vida / donde la muerte es un instante / y donde el dolor ya no es dolor / Tengo muchos nombres / algunos me llaman fuego / aire / polvo / y rocío / Yo de los ruidos me escondo / porque prefiero el silencio de las moscas / y la tranquilidad de los arroyos / Mi cuerpo fluye en el pasto / y en la humedad de la noche / Muchos piensan que soy cristalino y transparente / que no respiro / que no duermo / & que no siento frío /
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También piensan que no lloro / y que no tengo madre ni padre / ni hermanos / y ningún arcoíris en los ojos / sin embargo, lo que no saben es que siempre tengo frío / que de vez en cuando me refugio / y que también lloro / No saben que soy un Dios que a veces miente / y que al llegar la tarde / se esconde entre los pájaros / para evitar las sombras del pecado / No saben que soy un Dios que tiene miedo / y que se asusta con los ruidos de la noche / o con el recuerdo de la muerte de Hulk / No saben que soy un Dios / que frecuentemente ha sido infiel / y que me embriago / y que soy torpe / y que de vez en cuando me olvido / del mundo y de los hombres /
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22 Poesía
Edwin M 84.
Mi vida no ha sido fácil, el eterno ruido del poema, las ganas locas de mandar todo al demonio La poesía no existe ¡Existe el viaje! El trasmutar de uno a otro lado, de un personaje a otro. Ahora soy el adolescente recorriendo Latinoamérica agarrado de un puñado de poemas y parando en cualquier prostíbulo, biblioteca, autobús, universidad, bar, donde intercambio poemas con alimentos y un poco de alcohol.
85.
Me veo acostado en mi tienda de viaje y toda Latinoamérica entrevista desde el lomo de los camiones a toda máquina. Las ruedas echando chispas a velocidades inauditas, enredándose con los sueños, girando y haciendo flamear la camisa de mis sueños. Llegué a Tuluá, Riosucio, pasé por León. Me detuve en Sonora, volví para Rosario, fui hasta Arica, recorrí mi país de cabo a rabo y sé de sus montañas, selvas, de sus indios y mujeres. País maltrecho y saqueado como cada Estado de América Latina.
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Tenía hambre y todos los días levantaba mi tienda y partía, nunca pensé que lo mío era estacionarme y pastar chivos. Lo mío era el movimiento, mover el culo y conocer el mundo. El sol se me abría como un brasero y la luna era un espejo para verme a mí mismo. Estaba en Perú o Costa Rica. Me bastaban los días que cubrían mis ojos de árboles. El Perú rugía en mi interior, era un portento de ancestros donde debía meter mi cabeza para contestar ¿Quién soy?
de: Levantar vuelo (inédito)
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Poesía 23
Madrid Una teoría Bendita sea la hembra que parió en el árbol al macho que descendió por las ramas a recolectar frutos y raíces pero se entretuvo con la mujer de Neanderthal que alumbró al hombre que utilizó el fuego y ardió entre los brazos de la mujer que adornó su morada con pinturas rupestres y trajo al hombre llamado Cromagnon que se hizo el simpático llevándole flores de su propio jardín a la dama silvestre que tuvo a aquel muchacho que cruzó el estrecho de Bhering hace ya más de 20 000 años y cambió de agua a su canario con una brillante zapoteca que formó al iracundo Moctezuma que organizó el imperio azteca y durmió con la mujer que caminando por el istmo centroamericano vino a depositarnos al gran guerrero Cuchicóndor defensor de la conquista española que amó a una india muy bien hecha de cabellos gruesos casi como sedas de cola de caballo y dieron un mitayo que antes de morir como perro se juntó a una plebeya inteligente que educó a un indito que se echó un polvo con una española analfabeta y barbuda que concibió al primer mestizo que del susto se acostó con su hermana y salió la sirviente de la casa de los nobles que fue violada por un blanco y abortó un criollo fornido que se almorzó a una negra tronera que tuvo un soldadito y una generala que acompañaron al general Eloy y fornicaron con un montubio y una montubia que regaron por todo el territorio cholos buenos mozos uno de los cuales fue el tatarabuelo de tu bisabuelo que le dio dulce a su cintura con una mujer de buenas costumbres y procreó a Marcelino que le gustaba que le digan Marcelina pero que tuvo una hermana que se enamoró de un gringo y mal parió a una flaca que echó al mundo un bastardillo quien llegó a la ciudad de San Francisco de Quito sin un real en el bolsillo y se hizo millonario casándose con la mujer de sus sueños que trajo al mundo 98 Madrid / 99 al que sería el abuelo del papá de tu papá que hizo cositas con una lojana y formó a un señor que por ser hábil comerciante tomó en matrimonio a mi mamá pero ella fugó con el que engendrarían un niñito más loco que una cabra quien se enamoró perdidamente de la única mujer de alas de mariposa que luego de nueve meses te parió a vos Anaís M.Q.
Una vida Un señor llega al monte de piedad con los ojos en las palmas de las manos. Se acerca a la ventanilla y hace un guiño a la cajera con el ojo que sostiene en su palma derecha. La dependiente mirando a las cuencas vacías, se mete una mano en el pecho y se arranca el corazón, con el corazón sangrante, dice que no es un banco de ojos. El señor, guarda sus ojos en el bolsillo y sale con el rabo entre las piernas. La vida ya ni siquiera vale un ojo de la cara. Conoce de memoria el camino de regreso. En su departamento, saca los ojos del bolsillo y los deposita en un cofre bajo llave, se recuesta en la cama. Los ojos se cierran y el señor sueña, que a la mañana siguiente, llega al monte de piedad y coloca sobre el mostrador su cabeza, de cabellos negros, mientras señala que la deja en prenda. La cajera, una hermosa mujer decapitada cuyo muñón del cuello adorna con un colgante de bisutería, le indica que se coloque en la fila. El señor, toma su cabeza como si fuera una pelota de fútbol y se dirige al final de la columna de personas decapitadas. Los ojos se abren, el señor despierta asustado y como si quisiera comprobar que todo ha sido un sueño, se toma la cabeza y la acaricia exageradamente. Luego, se dirige al cofre que está sobre la mesita de noche, pero sus ojos no están, han desaparecido, tal vez, para siempre.
de: Tentación del otro (1995)
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24 Poesía
Sergio Cast
ODOD
AGRESIÓN Estas frente al espejo juntas tus manos tomando la taza Florecida mañana de abril Frente al espejo que trasluce el signo secreto ¿Me pregunto siempre que hago? Agresiva palabra Cordero que quitas los pecados del mundo Cordero vestido de lobo para ocultar el miedo el miedo para asaltar a mano armada Atención/ decir/ ¡atención! ¿Esto es un asalto? De tus propios delirios De tu imagen verdadera Es una historia cotidiana “Mientras haya lo que hubo ayer lo que hay hoy¨” ¿Lo que venga? Mientras la fantasía sea un perro vago caminando el rabo el hocico húmedo Ah... la fantasía Esconde su mano de sorpresas Azahar del dado rodado Es el caminar en silencio Es tu casa Fantasía Mujer que muerdes mi pubis (A dial sum in´a grave ¿L´amour es mort sur a pierre mistere?) ¡Un beso en el pubis!, es un paso al abismo Hace tiempo la poesía me parece una fiera mal herida el Dios encadenado su hígado devorado una hez que no vale nada vida entregada restregada estropeada Por el águila bicéfala Por favor ¡Por favor! Nada de política -de poética Alma indecisa Barco frente a la niebla La coincidencia entre un jazmín de Manchuria y un aroma de Amazonía Pócima del Dios del sueño Así eres Fantasía, también
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Negra mariposa o noche de mariposas es el engaño de engañosa realidad con sus velos, noches negras Es un juego Un soliloquio Tu monólogo El gato que te mira Tu saliva dulce Eres necesaria Así es/ escribir tu boca fantasía Nombrar las cosas por sus nombres ciegos y exactos Algo así como decir Taza florida de un abril, encendida en tu sueño Una quimera Se la voy a meter en la boca Sí ¡mete ya! / ¡La lisura! o el adagio de vivir la osada ventura La realidad susurra en las desiertas esquinas la total ecuación de su perfecta indiferencia Y pasa nuevamente ese perro vagabundo La perra vagabunda La gorda perra que te abre la puerta de su última frontera indescifrablemente Es la hora de los fantasmas ¡Atención!!... cimarrones sultanes de la noche dominan los tejados / tordos negros / alacranes/ chicharras / sólo los gatos maullando mascando una olvidada alba en la noche ¿Y tu Madre fantasía? / ¡Qué haces? ¡parada ahí! Parada ahí / parada meando pericotes azules en mi cuaderno donde aprendo a vestirte a vivir contigo anónimamente me alegra esta muerte diaria retomar los caminos / volver a otra mañana pisar la hierba y el rocío Sentirte tal como nunca/ es tu casa/ Danos la paz Fantasía 1989
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Poesía 25
tillo Falconí
DODO LA LOBERA
En su claro sentido importa que la vida vaya decantándose Es el caer de una gota fulgurante en la conciencia ennegrecida por un sol negro Las cascadas lavando los cantos rodados, arrastrando los ripios hacia tu insondable transparencia Mar donde la vida apelmaza más vida Ahora que tengo tus manos y los días a mi alrededor enfriándome el hueso ¿Quisieras ahogarme? Y me enseñas la sentencia Persistir / resistir / golpear Y prisionero con el murmurio silente en las sienes me siento más vivo / contigo libre/ indomable No te daré tregua Songo misquita yacu cachi de estar bebiéndote Yo que jamás te conocí como eras/ tan agua / ríos grandes/ esparcidos frente al sol Tener fe, ansias y fuerzas de sentirte / de seguir y asimilar tu enseñanza sabia / Mar / Mar Que tu marea traiga las marismas más densas /Mar /Mar que avientas a mi nariz la miasma de las cloacas de esa Lima Los peces muertos, la fetidez de un mundo viejo Mirándote más humana en este amanecer / en tus ojos/ Congénere / prójimo! / Dios/ para ahora comprender tu constancia golpeando los acantilados Me hago / cascajos / arenas, en este hueco que me oxida -Tú no eres quien tiene la culpa – Sabes quienes son / Mar/ Mar/ tienes para ellos la hora justa Quieto Ten calma/ me rezo mientras me chorrean ascos de los costados más íntimos Estoy sin saliva/ enflaquecen mi sangre las sanguijuelas Me destrozan la garganta las esporas La niebla es matrera pena montándose sobre tu amor Un musgo verde palidece mi hombría Malaguas ortigan su licor en las espaldas Y así me entiendo contigo Mar mío Dios que me bañas APU CONTICSE / INTI / WIRACOCHA/ KUNIRAYA/
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El solo hecho de morirme de frío y entereza me prueba Me sorbes y me lleno de ti. Pienso/ grito las consignas/ mis cábalas/ Me asaltan los pensamientos/ crueles hidras gozosas Pestilentes, aturdiendo los entendimientos y tengo sueño No debo dormir La marea sube lenta, adormila, está en mis oídos susurrándome no sé qué suerte maldita No me dejaré/ blasfemo/ no me dejaré Apareces / desapareces / apareces/ Te rezo madre tierra/ pachamama songo waguarima/ Y se abren los postigos dentro / desde muy hondo... -Pic... Pic... tu cuchoc... pic ... Ninuhuagmán y suenan los huncars / pincullos / sus cajas/ Waglas... pis, pic, Ninuhug´ man/ -Huchuc Amalu culebbra pasalum comunero Ja! NinalapanY te voy cansando Este frío no es nada Es convertirme en un hilo llameante de hielo puro y santo Y veo los torrentes creciendo turbios ... chucamito... gredas tornasoles cantos rodados, rocas de lluvia buena Arrasando todo y la calma brama Bramas en tus olas y la playa reverberando lejos Estás apacible y sereno Y amanece Otro día más conversando sólo contigo Mar / Mar/ Todo pasará así te miro Padre Apu Wiracocha Conticse pachacamac Te miro como a los riegos refulgentes cristalinos puquios Reflejando la pupila de los chiuacos Contagiando su luz a las libélulas, cartajipis, con buenas nuevas noticias, besando el agua, las sementeras vivas erectas Todo pasará/ me guapeo hondo/ hierve mi sangre/ Así me siento/ te miro / Mar/ Mar/ De afuera y de mis adentros ¡Creo en ti! ¡No exijas más! / Me palpas y estallo Con esa fiera ternura guardada Ardiente te mentó Me digo/ me hablo para no perder la calma Y tu cantas en mis oídos ya sumergidos El miedo me hace humano Ahora entre tu sal conspiro para seguir combatiendo Y no tengo miedo Ahora te espero Quemándome. SCF/1985/
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26 Poesía
Juan Carlo XAVIER, LOS ESPEJOS Y LA MUERTE
La muerte, que ama la altura y los precipicios, oculta su delgada sombra en las azoteas. No la ven las señoras adúlteras, aquellas que hacen el amor de pié, bajo las escaleras. Xavier, el aeda, cultivaba el ocio astral de contemplar y dialogar con las estrellas. Amaba el color de la noche porque a su sombra se ensanchan los precipicios de la esfera. En el desván, en los dormitorios, en los cinemas la muerte de pasos de gato nos acecha. Xavier duerme en el catafalco rojo de los jueves. La suya es una muerte geométrica.
1. Muerto Xavier entre las ramas de la mañana, su boina azul de marinero vuela en el espacio como una mariposa atrapada en un espejo. La niebla cubre los puertos que serán su morada. Xavier duerme bajo la sombra de la hiedra donde los planetas giran y viajan a otro reino. Sus pasos lentos y errantes como cascadas esparcen estrellas entre los lechos. Las aldeanas desnudan sus caderas en el campo. El río fluye apacible desde este sueño. Muerto Xavier entre las ramas de la mañana, su corazón palpita como una piedra en el agua.
2. Con su máscara de esgrimista y armado de un florete, Xavier disipaba las brumas de octubre y desafiaba a la muerte. La lucha era una sesión de música de cámara. Una noche se soñó en un salón en penumbra donde lleno de tristeza leía a Petrarca. En el piano un judío fascista, también poeta, interpretaba una extraña sonata. Cortinas de terciopelo cubrían las ventanas. La muerte era una esgrimista sin rostro. Xavier arrojó el florete. Se arrancó la máscara. Desolado, en el piano, el judío fascista lloraba.
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4. Xavier también dormía bajo los puentes. Sentía en sus tobillos el diente mortal de la rata. Soñaba que la proa calcinada de un velero se hundía en su tórax abierto como una rada. El mar era el espacio exacto para su alma. Amaba los campos, pero prefería los puertos. El amor y la muerte sólo eran máscaras o una manera azarosa de vivir en los extremos. Xavier bajo los puentes. En su pie la mortal rata. Sueños y obsesiones de una vida sin sosiego. Xavier era, como diría Rubén, un raro. Alguien para habitar el Cielo o el Infierno. 5. Xavier yace entre candelabros dorados, frágil madero de leves párpados apagados. Muerto, su terno azul, sin pañuelo, sube y baja por los ascensores de los rascacielos. Su rostro ausente asusta a las secretarias: su rostro de media luna o de pez fuera del agua. Pido a las azoteas que abran sus nubes para el descanso eterno de esta espiga doblegada, Que sus pies desnudos no vayan a enfriarse en el asfalto impío de las urbes del invierno… Xavier yace entre candelabros dorados. Xavier –muerto– soy yo en otro tiempo.
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Poesía 27
os Lázaro [Tales de Mileto] Un hombre viaja sobre un camello por las interminables arenas de Egipto. Se atreve a calcular la altura de una pirámide midiendo en el ocaso su sombra. Por la noche observa e interroga a los astros. Sostiene que Dios es aquello que no tiene comienzo ni fin. Lo más difícil –enseña– es conocerse a sí mismo; y lo más fácil, dar un consejo a otro. Es un comerciante griego. Viene de Mileto. Ha pasado amable por nuestra puerta y nos ha dejado un teorema.
[Anaxágoras] En la alta noche helénica, Anaxágoras sueña con el Nous, “la más pura y sutil de todas las cosas”, aquello que transformó el caos inicial en un universo bello y preciso. Pero entonces el populacho adoraba al Sol. En medio de la plaza, desafiante, Anaxágoras reveló que el Sol no era más que una masa de piedras incandescentes. –¡Sacrilegio! Fue condenado a muerte por ateísmo. Huyó y murió en el exilio.
CUATRO FILÓSOFOS [Pitágoras] El cuerpo muere, mas no así el alma. El alma viaja por el tiempo y reencarna en otros seres innumerables veces. Así predica Pitágoras en Crotona donde se ha establecido a su regreso del Oriente. Busca en los números y en la música el secreto de la armonía del Universo. Incita a sus discípulos a elevarse para escuchar en el movimiento de los astros “la música de las esferas”. Pitágoras toma partido por los aristócratas. Morirá asesinado por la plebe.
[Diógenes] Diógenes el cínico está en Lima. Viste harapos, lleva un báculo y se alumbra con una lámpara a pesar del día y del sol. “Diógenes, ¿qué buscas?”, le pregunta a gritos la gente, tratándolo como un loco. “Busco un hombre honesto”, responde con ironía el filósofo, experto en el debate público, que no le corre ni a Platón. A su paso se esconden los ministros, el presidente, el juez, el cura, los hombres de empresa y hasta los poetas. Diógenes el cínico les causa pavor.
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IN MEMORIAM
Enrique Verástegui (Lima, 24 de abril de 1950 - Cañete, 27 de julio de 2018)
“Nos dispersamos, nos llegó la hora de forjarse un destino y el destino (¿Pero qué es un destino que no sea una relación perpetua de lucha contra lo que deja de ser?)...”
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