9 minute read
Retrato hablado de los responsables de la violencia
En un recorrido imaginario por la ciudad de El Progreso desde nuestras casas hacia afuera, pasando por las calles, los barrios y las zonas que se consideran los más peligrosos, hasta llegar a las postas de la policía, a los juzgados, a la alcaldía municipal, hemos identificado a los sujetos e instituciones que-desde nuestra precepción- violan con más frecuencia nuestros derechos.
La violencia en los espacios más íntimos
Advertisement
Él decía que me encontraría sola y en varios lugares me lo encontré, yo dejé de visitar lugares. A mí me da mucho pánico ver a ese hombre. Cuando lo miré la última vez sentía que me iba a matar, que me iba a montar al carro, porque él me miraba con odio. Es difícil vivir con ese miedo.
...Yo le pregunté a ella; “¿quiere estudiar?”, “claro que sí”, me dijo, “pero tengo cinco hijos y ya esa etapa mía pasó”. “No”, le dije, “no ha pasado, usted puede seguir estudiando” y ella: “¿de veras?”. Y se fue emocionada a la casa y le dijo a su esposo: “yo quiero estudiar y tengo la oportunidad, me van a dar la beca”, y le dice él: “¿vos, con cinco hijos, así de fea, así de vieja, con esas canas? Regresó y me dijo: “creo que no voy a estudiar”.
Hace diez días viví una situación de violencia en mi casa, ahí hubo de todo, golpes, palabras, hasta golpearon a una tía, es algo muy duro. La verdad eso me provoca dolor de cabeza, fue la primera vez que ocurría, pero nunca lo voy a olvidar.
Para este diagnóstico enumeramos en primer lugar lo que está ocurriendo en nuestros propios hogares, pero en realidad es lo último sobre lo que nos sentimos cómodas de hablar. Varias de las que participamos en los talleres para esta investigación hemos sido víctimas de maltratos en casa o hemos escuchado los relatos de otras mujeres que son agredidas.
Algunos de los actores más señalados como fuentes de violencia psicológica, sexual, física y patrimonial en contra de las mujeres son, lamentablemente, nuestros esposos, amigos, novios, hermanos, familiares… de quienes deberíamos esperar respeto y solidaridad, no agresión.
La violencia del crimen organizado y de personas desconocidas
La vez pasada iba para mi casa y de repente se paró un carro y yo estaba sola en el desvío. Él me dijo: “yo la miré cuando cruzó la calle y me pareció una mujer bonita”. Yo sentí mucho miedo porque me decía que podía llevarme, tenía terror porque estaba sola. Le dije que ya me venían a traer, pero él se acercaba más.
...amenazaron a mi nieta de 8 años. La niña vino llorando y me dijo, es que fulano me dijo que si yo no le hacía me iba a golpear. Entonces hice un escándalo y les dije: “ustedes pueden vivir en la comunidad, pero si se meten con mi nieta, van a tener problemas serios conmigo”. Me pidieron disculpas y dijeron: “no madre, no se preocupe, no le vamos hacer nada”. “No, ¡es que no le tienen que hacer nada!”.
Estamos viviendo en un tiempo de miedo y terror. Por algo que se dice o se hace, mandan a matar.
En el entorno social inmediato: en los barrios, en la calle, en los parques, en los comercios, se percibe al crimen organizado como una fuente generadora de violencia extrema. Su representación más común son las “maras”, pero hay otros grupos delincuenciales, asociados también con el tráfico de drogas o con la trata de blancas. Las progreseñas coincidimos en que sus abusos afectan y alteran nuestra vida cotidiana. Un elemento adicional que nos preocupa es ese vínculo, cada vez más visible y estrecho, entre estos grupos con las autoridades públicas, llámese indiferencia, complicidad o corrupción. Es un aspecto poco abordado pero perverso y perpetuador de violencia.
Entre el surgimiento de los primeros grupos delictivos, que se remontan a mediados de los años 70, y la actualidad, han coexistido al menos tres generaciones de mujeres. Muchas nacieron
cuando estos grupos ya estaban y adoptan normas de “convivencia” con ellos. Si bien no se relacionan y mantienen distancia, asumen un trato aparentemente normal de asimilación social.
Sin embargo, tenerlos como vecinos o como parte de las relaciones cotidianas siempre genera miedo y cautela. Eso limita a las mujeres su derecho a moverse libremente dentro del espacio público, a hablar, a denunciar o acudir a las instituciones.
El miedo tiene como unas de sus consecuencias más notorias el confinamiento en la casa y la invisibilización en la sociedad.
La violencia en los espacios laborales, educativos y organizativos
... en el patronato hay una junta directiva de 7 u 8 personas, pero a la hora de tomar decisiones se juntan los dos hombres, a las mujeres no las convocan.
Muchas veces en el colegio o en la universidad los docentes o el catedrático aprovechan su posición para manipular a las muchachas estudiantes.
Los centros de trabajo, las aulas de colegios o universitarias y aquellos espacios donde se ejerce el derecho a asociarse, como juntas de agua, patronatos, asociaciones de padres de familia, sindicatos, asociaciones gremiales o partidos políticos son señalados como lugares donde se expresan las desigualdades de poder. En ellos se identifica a patronos, jefes, maestros y compañeros como actores de violencia de todo tipo, desde las aparentemente más inofensivas hasta las agresiones físicas y sexuales directas.
Aun y cuando las relaciones entre pares simulan ser horizontales, o hay una aparente coincidencia ideológica o gremial, algunos compañeros pueden convertirse en acosadores.
La violencia que procede de las fuerzas de seguridad e instituciones del orden público
Cuando hay una emergencia por violencia de género resulta que sólo hay dos policías para toda la ciudad y si se les llama para que acudan, dicen que no tienen combustible para la patrulla, (casi dicen) “ahí si la mata, nos llama”.
¿Qué pasa si llega la policía y estamos ahí?, eso ya no es garantía, hay bastante miedo no solo con los extraños sino con quien debería cuidarnos y darnos seguridad. Personalmente si se me acerca uno, siento miedo.
“La muerte violenta de la estudiante de enfermería Keyla Patricia Martínez Rodríguez mientras estaba detenida en una celda policial en La Esperanza, Intibucá, en el occidente del país, ha vuelto a revivir los fantasmas de la brutalidad y la impunidad que han rondado a la Policía Nacional de Honduras desde hace décadas...” (Insight Crime, 15 de febrero de 2021).
No ocurrió en El Progreso, ni en el departamento de Yoro, pero la muerte violenta de la joven estudiante de Enfermería, en la ciudad de La Esperanza, al occidente de Honduras, imputada a dos policías, simboliza a una de las instituciones públicas más temidas por las mujeres: la policía, junto a los militares.
Llamados agentes de la “seguridad” y el “orden público”, estos funcionarios del Estado son continuamente identificados por actos contrarios, de violencia y represión, que cometen contra la población en general y contra las mujeres, en particular.
El temor a ser agredidas, acosadas o muertas inhibe a muchas de las víctimas de violencia en sus casas o en otros espacios, a presentar las denuncias correspondientes. A esos temores se suma la desconfianza generalizada contra estos agentes de que realicen una labor efectiva y congruente con los cargos que desempeñan.
En mi casa hace dos o tres días creo, se fue a parar una patrulla como con 6 policías, no sé qué andaban haciendo. Estuvieron ahí cerquita viendo para adentro. Esto lo viví también antes: después del golpe de Estado y después de las elecciones del 2017, en varias ocasiones se iban a parar enfrente de mi casa a estarme vigilando, otras veces me seguían. Las fuerzas de seguridad también son mencionadas como actores de represión política y social y como los símbolos del sistema que ejercen la violencia física y hostigan a quienes reclaman sus derechos ciudadanos, como el de protestar.
La negligencia de la alcaldía municipal
En la municipalidad uno va a buscar algún tipo de ayuda, la que sea, pero los que están ahí para cumplir esa obligación, se esconden.
Han puesto a una abogada muy preparada en tema de género, pero solo es ella, no tiene carro, no tiene recursos, no hay personal suficiente, solo tiene mucha voluntad, pero eso no es suficiente para un municipio con 200 mil habitantes.
La alcaldía municipal es la institución pública que se supone es la más inmediata a la población, de la cual las mujeres esperamos contar con empatía hacia nuestras necesidades y planteamientos, asesoría y apoyo con la implementación de políticas municipales con un enfoque de género. Lamentablemente estas obligaciones no forman parte de su quehacer ni de sus preocupaciones.
Recordamos que en 2012 fue aprobada una política municipal de género a la que REMUPRO logró que se le diera seguimiento mediante el nombramiento de una comisión de monitoreo. Se nombró a personas como responsables, hubo reuniones enriquecidas con aportes, pero no se obtuvieron los logros esperados para una política de género, de un municipio con igualdad de derechos y libres de violencia.
Aunque ya nos referimos antes a ella, merece especial mención la Oficina Municipal de la Mujer y las instancias fiscalizadores y judiciales que tratan los casos de agresiones de género. Es posible que quienes ocupan esos cargos sean mujeres o personas capacitadas, que entienden mejor la problemática y que desearían hacer algo más de lo que hacen, pero que carecen de los recursos institucionales y de una voluntad política municipal y de Estado que las motive, incentive y respalde.
La violencia judicial
Una joven sufría violencia de su esposo y la sacó de la casa con sus dos niños, cuando la llamaron de los juzgados, en vez de apoyarla, la jueza le dijo que ella tenía la culpa y que no se podía hacer nada.
En mi caso, llevé el caso del papá de mis hijos al juzgado y no hicieron nada. Él tenía de esas maquinitas de juego, videojuegos, quedaron en que me diera una para trabajarla, pero él no cumplió. Llamé al juzgado y no le hicieron nada... no me quise mover más.
Le dieron la citatoria a la mujer víctima de violencia para que ella citara al marido. Hubo que buscar quien se la fuera a entregar porque era un riesgo... a esa muchacha la habían seguido con una pistola para asesinarla y después (las autoridades judiciales) la pusieron a buscarlo para entregarle la cita.
Sabemos que existen buenas intenciones de algunas juezas y jueces, pero falla todo el sistema, porque no hay presupuesto ni personal suficiente a cargo de los casos, lo cual aumenta la mora judicial en el municipio y los tiempos para resolverlos. Justicia tardía no es justicia.
Además, no se cuenta con logística suficiente, lo que pone en peligro muchas veces a las víctimas, que son las encargadas de entregar las citaciones a sus agresores.
El sistema judicial se convierte en cómplice de la violencia cuando no permite que sus funcionarios cumplan con sus funciones a cabalidad y dejan a las mujeres sin acceso a la justicia.
Nos preocupa, además, que en la aplicación de la ley, juezas y jueces carezcan de un enfoque de género y dicten sentencias basados en estereotipos discriminatorios.
Muchos fallos que deben ser a nuestro favor en los tribunales terminan siendo absolutorios de cargos para los agresores o para los responsables de delitos contra mujeres. Con frecuencia escuchamos de boca de jueces y juezas “es que usted es la culpable”.
Actuemos...
1. Basados en el sociodrama anterior, esta vez se presenta un sociodrama con las respuestas de apoyo que esperaríamos de la familia, de la comunidad, de las autoridades.