El azúcar y el hambre Investigación en las regiones azucareras del nordeste brasileño
Robert Linhart
logaritmo amarillo
El azúcar y el hambre Investigación en las regiones azucareras del nordeste brasileño – Robert Linhart Traducción: Alejandro Arozamena
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logaritmo amarillo 4 Publica Brumaria Brumaria AC, Calle Santa Isabel 28, 3º 2, 28012‑Madrid, España www.brumaria.net brumaria@brumaria.net 0034915280527 DIRECTOR Darío Corbeira EDITOR DE LA COLECCIÓN Hugo López‑Castrillo DISEÑO Hugo López‑Castrillo IMPRENTA Publidisa TÍTULO El azúcar y el hambre. Investigación en las regiones azucareras del nordeste brasileño TÍTULO ORIGINAL Le sucre et la faim. Enquête dans les régions sucrières du Nord-Est brésilien, Minuit, París, 1981 AUTOR Robert Linhart TRADUCTOR Alejandro Arozamena ISBN 978-84-944005-5-1 DEPÓSITO LEGAL M-33110-2015 Brumaria no se responsabiliza de los contenidos de los textos firmados por sus autores. Apoyamos explícitamente la cultura del copyleft. Los textos firmados por Brumaria y sus editores pueden ser reproducidos libremente citando el origen. Dejamos en manos de cada autor la decisión última respecto a la cesión de sus derechos respectivos.
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ÍNDICE Vuelta del exilio
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Prólogo
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I. Los jornaleros de La Princesa Serrana
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II. Contabilidades
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III. Despertar de un movimiento campesino
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Vuelta del exilio
El primero de Abril de 1964 pone término, con un gol‑ pe de Estado, a las esperanzas democráticas del período de la presidencia de Joâo Goulart. Arrestos, ejecuciones, torturas, exilios. Brasil entraba en la dictadura militar. En el nordeste del país el putsch interrumpía lo que, en todas las memorias, quedará como o tempo de Arraes, el tiempo de Arraes. Elegido como gobernador del Estado de Pernambuco a finales de 1962, Miguel Arraes, tan solo pudo ejercer su mandato durante 14 meses. En este breve lapso de tiempo multiplica las iniciativas para hacer nacer formas de poder popular y transformar, así, las estructuras sociales. Arbitraje entre fabricantes y obre‑ ros del azúcar, aplicación del derecho laboral, negativa a utilizar la policía contra los campesinos, organización de cooperativas, alfabetización y escolarización intensi‑ vas, asambleas de base, lucha contra la corrupción. Más que cualquier otra una medida se graba en el recuerdo de la población rural: el aumento del 300% en los salarios de los trabajadores de la caña de azúcar. En un puñado de días se vaciaron todos los almacenes 7
de Recife, la capital del Estado, dando salida a sus pro‑ ductos de consumo corriente, calzados, radios, sillas, camas, prendas de vestir, carne. Se asistía a una ava‑ lancha de obreros agrícolas en pos de los bienes que les habían sido, hasta entonces, inaccesibles. Esta increí‑ ble y pasajera opulencia de los más pobres es todavía descrita hoy, por aquellos que la vivieron, como una suerte de milagro. El 31 de marzo de 1964 por la noche, el palacio del Gobierno del Estado de Pernambuco fue invadi‑ do y ocupado por el ejército. Durante varias horas los militares golpistas intentaron obtener la dimisión de Arraes. Este se niega. Y es encerrado en la prisión mili‑ tar de Recife; después en una isla. Pasa varias semanas sin pronunciar una sola palabra y, durante un cierto tiempo, estuvo afectado de ceguera. Tras más de un año de detención parte hacia su exilio en Argelia. París, 14 de Septiembre de 1979. Una amnistía acaba de ser promulgada en Brasil. Después de quin‑ ce años en el exilio, Miguel Arraes vuelve a entrar en Pernambuco. Yo lo acompaño en este viaje de vuelta. El avión se retrasa. Se ha dispuesto para nosotros un salón del aeropuerto –moqueta beige, techo rojo chillón, ambiente falsamente confortable. El anciano gobernador (rostro fornido, bigote y cabello gris, ojos medio cerra‑ dos, imbricado en su sillón), parece ausente, soñador. A su alrededor se susurra sobre el retraso y sus consecuen‑ cias. ¿El mitin en Río, a la llegada? ¿La comitiva del viaje hacia Crato, donde vive su madre? Una cierta ansiedad 8
en esta espera que se prolonga, anuncios de nuevos retrasos, vaivenes de los anfitriones de la Varig. Pregunto a Arraes cuáles son, a sus ojos, las medi‑ das más importantes que tomó cuando era gobernador. —En primer lugar, retiré a la policía de los conflic‑ tos sociales y aumenté los salarios de los obreros agrí‑ colas. En segundo, en este período de inflación, muy fuerte, intenté defender los salarios reales de los traba‑ jadores creando una compañía del Estado que vendía productos de base: carne seca, arroz, harina negra. Así, se vendieron el 35% menos caros. En nueve meses con‑ seguimos hacer pasar el 60% del mercado de estos pro‑ ductos por este circuito. Para los pequeños propietarios democraticé el crédito y defendí los precios de sus pro‑ ducciones. En el Sertao, dominado por los jefes locales, no pude hacer gran cosa, en un año de mandato… A continuación, Arraes se pone a hablar de lo que se podría hacer en el presente, en el río São Francisco y en otras regiones del Estado de Pernambuco. Introducir tecnologías simples, realizar cosas concre‑ tas que pudieran aliviar la miseria “nordestina”. Como si, durante todos estos años de prisión y de exilio, él no hubiera cesado de proseguir, con el pensamiento, su mandato brutalmente interrumpido. El sur y el centro de Brasil se veían, de nuevo, sacudidos por huelgas y manifestaciones. El nordes‑ te que, sin embargo, era la región más pobre, casi no se había movido. ¿Qué recubría este silencio? ¿Qué habíamos de encontrar en su interior? 9
La amnistía, los movimientos que agitaban la socie‑ dad brasileña, la relativa contracción de la presión esta‑ tal, daban la oportunidad de investigar en los campos. Recién llegado a Recife, tomo la primera ocasión que se me presenta para partir hacia el interior de la zona azucarera. Lo que allí veo me conmociona.
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Prólogo
Estás conduciendo en coche por una carretera muy conveniente. Dejas atrás estaciones de servicio y restau‑ rantes. Tu radio emite una canción de los Beatles, o la última cantinela “disco”. En el arcén de la carretera hay hombres que, cubiertos con sombrero de paja, aparejo en mano, caminan. Te detienes. Haces montar a dos o tres para preguntarles. Les hablas. Responden. Van a trabajar en los campos de caña de azúcar. Les preguntas sobre sus condiciones de vida. Ellos dan respuestas bre‑ ves, palabras entrecortadas. Y comprendes, a medida que hablan, que tienen hambre, que sus mujeres tienen hambre, que sus hijos tienen hambre. Y si tienes a mano el equivalente a 200 francos franceses que gastarás en el día en gasolina, restaurantes y menús fríos, te servirá de lección porque esta suma es todo lo que dispone una de sus familias, de cinco, nueve, diez personas para vivir (¿vivir?) durante un mes… Ellos bajan de tu coche, les agradeces el haber hablado contigo, y marchan a pie a través del campo. Vuelves a pasar en primera, el locu‑ tor, en la radio, anuncia el último éxito de Fulano. Hay, muy al fondo del paisaje, una hermosa Iglesia barroca, 11
blanca y amarilla. Los campos de caña, todo verdes, se estremecen sobre las colinas, compactos y similares, de lejos, al césped inglés de los campos de golf. El potente motor de tu Ford engulle las curvas de la carretera, que ondula a través de los valles de la zona da mata (la vieja selva). Atraviesas una pequeña ciudad, el cartel de un cine anuncia “Las enfermeras del sexo” y “El retorno de Frankenstein”. Las calles están animadas. De nuevo la carretera, que triunfa a lo lejos. Para ti, la vida continúa.
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I Los jornaleros de La Princesa Serrana
Existe, al nordeste de Brasil, en el estado de Pernambuco, una pequeña ciudad que se llama “La Princesa Serrana”, porque está construida sobre tres colinas y porque, de noche, estas colinas, iluminadas por las habitaciones y farolas, se ven a lo lejos con un hermosísimo efecto. La Princesa Serrana se encuentra en plena región azucarera, en medio de los engenhos (plantaciones de caña, donde se fabricaba en otro tiempo el azúcar, de ahí el nombre que evoca a las máquinas) y de las usinas (azucareras; las otras fábricas que no son las azucareras se llaman industrias). Salimos hacia esta ciudad de la zona da mata norte el lunes 17 de septiembre. Dejamos Recife caída la noche, a las cinco de la mañana. En el coche, Reynaldo, el estudiante que me guía, me dice: “La situación social es muy, muy delicada. Existe una miseria verdaderamente triste”. Mientras él dice esto, yo miro los incendios en la noche, en una y otra parte de la carretera. Pienso en Manuel de Conçeiçâo, nuestro amigo campesino del Estado de
“Comerciantes, banqueros, armadores, jefes de empresa, expertos, hombres de negocios sacaban tajada, así como un ejército de intermediarios, de agentes y negociantes. Y oficinas de estudios, institutos de planificación. Y generales, políticos, policías, administraciones enteras. Y toda esa gente se dedicaba a hacer brotar del hambre comisiones, ganancias, beneficios, ingresos, alquileres, dividendos... Sí, verdaderamente la organización minuciosa del desarrollo de esa hambre me parecía una cosa prodigiosa”.
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