Cine Zombi

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Foto: Mariano Vargas


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Si alguien se infecta, tienes unos veinte segundos para matarlo. Podría ser tu hermano, tu hermana o tu amigo. No hay ninguna diferencia. 28 días después (Danny Boyle)

lgunos espectadores aseguran que son parientes lejanos, otros que son hermanos de sangre, aunque también los hay que no distinguen diferencias. Me refiero a los vivos que, debido a una alteración psicológica motivada por un efecto contaminante externo, se transforman en locos asesinos con ganas incluso de devorar a los seres humanos que se encuentran en su ruta. No olvidemos que son vivos, y que no sufren ningún trance de vudú ni ritual mágico semejante, por lo que hablamos de una tipología diferencial que los aleja de los muertos vivientes. Eso sí, cuando actúan no existen diferencias notables entre uno y otro bando. Tampoco es cuestión de preguntar por la verdadera naturaleza de su mal, en el desagradable caso de hallarse uno ante sus fauces abiertas y sus manos dispuestas a desgarrar. La historia del cine se ha tomado la libertad de escribir numerosas páginas al respecto. Detengámonos en los títulos más trascendentes y populares, en un afán completista de acompañar al resto de propuestas terroríficas ya revisadas. La mayoría son producciones estadounidenses, por lo que sólo señalaré las que no lo sean. Veamos una avanzadilla antes de que el tema entre en plena ebullición. El último hombre… vivo (The Omega Man, Boris Sagal, 1971), con guión de John William Corrington y Joyce Hooper Corrington y producido por Warner Bros., es una nueva adaptación de la novela Soy leyenda, pero olvidándose de los vampiros y centrándose en una trama de corte fantacientífico total, en la que los personajes que acosan a Robert Neville son humanos que han degenerado merced a un desastre bacteriológico. Charlton Heston encarna al superviviente rebelde que se niega a aceptar la suerte que ha corrido el planeta, erigiéndose en una plaga para los mutantes que configuran la nueva humanidad. Son seres éstos que no soportan la luz solar, por lo que salen de noche, como los vampiros, e intentan por todos los medios acabar con el individuo que los diezma durante el día. Es menester precisar que estamos ante un débil precedente del tema, ya que el efecto nuclear no convierte en asesinos ni locos a los afectados; sólo son seres mutados que luchan por sobrevivir. Ocurre que su aspecto los señala como sospechosos: ataviados con túnicas, con la piel blanquecina como los albinos, y con oscuras gafas para soportar los focos de luz —el maquillador Gordon Bau no se calentaría demasiado la cabeza al elaborar esos rostros como cubiertos por polvos de talco—, con el añadido importante de que atacan

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El último hombre… vivo. Nueva adaptación de la novela de Matheson, en la que los vampiros originales dan paso a mutantes, víctimas de una guerra bacteriológica.

en masa. Visto desde fuera se entienden sus motivos; para Neville, supongo, el asunto reviste una gravedad más acuciante. La cinta, pese a gozar de gran popularidad, es una muestra del cine aparatoso de su época, con escasos valores plásticos, horrible abuso del zoom y un discurso algo trasnochado. Tenía que ser el propio George A. Romero el primero en realizar un filme que se centrara un tanto más en la materia, aunque no en demasía: The Crazies (1973) [dvd: Los crazies; vd: Los crazies / Contaminación demencial / Hecatombe; tv: Los locos], situando la acción en Evans City, Penssylvania —no podía ser de otra forma—. El guión de Romero y de Paul McCollough pone su mirada en un virus denominado Trixie, que es liberado tras un accidente aéreo. De resultas de ello, los habitantes de Evans City se muestran agresivos, dado que en realidad sufren los efectos de un arma biológica que altera los organismos humanos, cayendo éstos en una vorágine de locura antes de perecer por sus tóxicos efectos. Con celeridad, los militares y sus científicos se hacen cargo de la situación, declarando la cuarentena e implantando la ley marcial. Irrumpirán de forma expeditiva en los hogares para conducir a los ciudadanos hasta una escuela que oficia de hospital. Éstos no saben qué sucede, por lo que consideran que sufren un ataque militar y se rebelan contraatacando con armas de fuego. En mitad de todo el desconcierto, el espectador no llega a discernir si son reacciones producidas por el miedo de unas mentes lúcidas, o por una locura que ya las domina. El hilo conductor de la trama es una pareja formada por un bombero y una enfermera embarazada —Will MacMillan y Lane Carroll— que, junto a otros tres personajes, huyen bosque a tra450 cine zombi. ángel gómez rivero


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Vinieron de dentro de... El furor de los contaminados, en esta ocasión, parte de unos parásitos creados para despertar y avivar la naturaleza animal del ser humano.

vés hasta quedar todos reducidos en el pesimista desenlace. Eso sí, no sin antes avisar que existen brotes semejantes en otras ciudades. Resulta interesante el cariz corrosivo de Romero al plantear la postura de los políticos y militares ante la alarmante situación: engañar a la opinión pública haciendo ver que se trata de un simple desastre nuclear en lugar de armas biológicas, estando incluso convencidos de que la zona ha de ser borrada del mapa si fuera menester. Con argumento discursivo en exceso, se echan en falta secuencias que capten la furia colectiva de las masas, ya que sólo nos ilustran con casos aislados, como el tipo del principio que destruye un hogar al completo, la anciana que usa su aguja de hacer punto como arma eficaz, el militar que reacciona contra sus compañeros, o el sacerdote que, desesperado, se prende fuego delante de todos. La ironía del argumento permite añadir que un científico encuentra solución al problema con un antivirus, pero nadie lo oye y termina cadáver, una víctima más de la estupidez humana. El score se centra, de manera constante, en unas marchas militares que nos recuerdan siempre el origen del caos. En Francia, para aprovechar el tirón comercial de La noche de los muertos vivientes, el filme fue titulado La nuit des fous vivants —sin comentarios—. Precisamente, en estas fechas se ultima la producción de un remake homónimo, bajo la dirección de Breck Eisner. Vinieron de dentro de… (Shivers, 1975), también conocida por The Parasite Murders, es una cinta canadiense escrita y dirigida por otro maestro del horror: David Cronenberg. El argumento de este primer largometraje suyo es audaz donde los haya para la época. Los inquilinos del edificio Sartliner, en Montreal, son infectados por un parásito, fruto de la investigación de un vecino científico, que convierte a los humanos en unos seres con un apetito sexual irrefrenable, hasta el punto de verse en la obligación de violar a sus víctimas. Precisamente es la atmósfera claustrofóbica y malsana creada en no son muertos, son contaminados 453


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torno a la edificación lo que acrecienta el clímax. Pese a asesinar el científico a la joven que le sirviera de conejillo de Indias y suicidarse después, el mal no queda detenido, ya que los que hicieron el amor con la chica han quedado contaminados también, ampliándose una cadena que se extiende por todo el bloque. Se trata de un investigador loco cuya filosofía se habría de sustentar en que el hombre de nuestros días, todo cerebro, ha olvidado su condición animal, siendo menester hallar un medio para convertir el mundo en una orgía. Ni que decir tiene que las noticias de la radio avisan que un brote de violencia sexual afecta al final a la ciudad entera. Un nuevo punto de vista tenemos aquí, para un filme irregular pero que ya revelaba muchas de las filias y fobias de su autor. Para muchos, estos personajes atacados por la incontrolable fiebre sexual serían considerados como los zombis más cachondos de la historia del cine, aunque la cuestión se presentara más que oscura y seria. Cronenberg contaría con el concurso de la actriz Barbara Steele, reina del horror en el cine italiano muy a su pesar, para propiciar una de las secuencias más recordadas: la de la bañera, en la que el parásito —una especie de babosa marronácea— la domina penetrando por la vía más idónea y previsible. Cronenberg se implicaría de forma más directa aún con Rabia (Rabid, 1976), como guionista y realizador de una nueva producción canadiense que queda hoy día contemplada como un claro precedente de las películas actuales de contaminados, tipo zombis. El personaje de Rose —interpretado por la famosa actriz porno Marilyn Chambers— es intervenido en un centro de cirugía tras sufrir un accidente de moto, donde le aplican un tratamiento revolucionario en materia de injertos de piel. Por desgracia, las reacciones secundarias son imprevisibles, ya que en su axila izquierda luce una fisura de la que emerge una protuberancia de aspecto fálico. A partir de ese momento siente ansias irrefrenables de beber sangre humana. Dicho enrojecido tentáculo —digámoslo así— le 454 cine zombi. ángel gómez rivero


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Rabia. Siguiente aproximación al tema por parte de Cronenberg, con unos personajes aún más salvajes.

sirve para succionar la sangre de sus desconfiadas víctimas, convirtiéndose éstas a su vez en seres rabiosos que se contagian por mordedura y se multiplican por la ciudad como una plaga difícil de contener. Conoceremos su modus operandi cuando la joven ataca a otro paciente de la clínica, a una vaca y al granjero propietario de la misma, después de escapar del hospital; incluso el propio doctor que la trató se convierte en víctima y, en la sala de operaciones, corta el dedo a una enfermera para beber su sangre con desesperación. El terror se expande pronto por las calles de Montreal, mientras la relación de Rose con su novio se torna dramática. El ejército, en definitiva, toma las riendas del asunto y procede con una campaña de limpieza total, aniquilando a los afectados y arrojando sus cuerpos a camiones de la basura, a uno de los cuales va a parar el cadáver de Rose, tras ser víctima de un contaminado. Pese a contar con una de las divas del porno del momento, este argumento es sexualmente más recatado que el anterior —aunque también es precedente del concepto de la nueva carne, desarrollado más adelante en su cine—, pero se muestra algo más agresivo en materia de infectados y no son muertos, son contaminados 455


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de secuencias sangrientas. Estos enfermos sin posibilidad de cura muerden a destajo y tienen aspecto ojeroso, además de babear espuma como los perros rabiosos. Con un guión que deja cabos sin atar —como la falta de explicación a la naturaleza aberrante generada tras la intervención—, discurre este melancólico y austero filme mezcla de horror y ciencia ficción, algo repetitivo en su narrativa, que marca la primera etapa del realizador canadiense; un cineasta que tendría mejores maneras que apuntar en un futuro inmediato, con la caligrafía depurada de esenciales títulos como La zona muerta (The Dead Zone, 1983) o Las mosca (The Fly, 1986), entre otros. León Klimovsky, espoleado con los efectos perturbadores de La noche de los muertos vivientes, realiza en España un título bien particular que, sin presentar a ningún muerto vivo en su argumento, no deja de relacionarse con la temática. Me refiero a Último deseo (1975), con guión de Gabriel Moreno Burgos, Vicente Aranda y Joaquín Jordá. Con título inicial más revelador de Planeta ciego, el responsable de La noche de Walpurgis centra la acción en una localidad centroeuropea —cuestión de censura—, justo cuando se produce una explosión nuclear de alcances insospechados. Vivimos los avatares de un grupo de personajes más o menos influyentes y crápulas, encerrados en un prostíbulo rural disfrutando de un fin de semana de placer sin límites. Después de la hecatombe se aprovisionan de víveres. En el exterior, la humanidad ha quedado cegada, y al encontrarse uno del grupo con varios invidentes, dispara contra ellos al dominarlo el pánico. Al volver a la vivienda planean protegerse de las radiaciones en el sólido sótano de la casa, pero en el exterior los ciegos arremeten contra ellos con violencia; en parte por venganza, en parte por su precaria situación. Un túnel significa la solución más inmediata, pero las tensiones entre ellos se acrecientan en el exterior, significando la destrucción de la mayoría. Sólo resiste una pareja que es recogida por un autobús, que no es otra cosa que una cámara de gas para acabar con los infectados. Aunque no goza de elementos fantásticos preponderantes, existe un paralelismo formal entre los agresivos personajes de este relato y los del original estadounidense —la torpeza de movimientos producida por la ceguera ante los irregulares movimientos de los resucitados—. Aquí no son muertos vivientes ni infectados enloquecidos, cierto es, pero son letales, y la cantidad los hace fuertes. Interpretado por Paul Naschy, que da vida a un tipo mezquino dispuesto a salvar su vida a costa de la de los demás, y que termina recibiendo su merecido, el resultado supone una curiosidad insalvable pese a su austeridad —la explosión nuclear, por ejemplo, se reduce a un simple efecto de iluminación acompañado de las lógicas vibraciones—, además de uno de los títulos más extraños y desconocidos del fantaterror español. Eso sí, en conceptos de maquillajes les salió más rentable la empresa que en otras ocasiones: usan las lentillas blancas al principio, para después presentar a todos los ciegos con gafas o vendas en los ojos. Fue en el festival de Sitges donde pudimos visionar por primera vez, y junto a su realizador Jean Rollin —tipo simpático donde los haya—, Les raisins de la mort (1978) [vd: Las uvas de la muerte], producción gala influida por el filme de Romero. Contando con un guión propio y de Christian Meunier, según una historia elaborada en colaboración con el especialista francés en cine fantástico Jean-Pierre Bouyxou —que aquí interpreta a uno de los angustiados personajes—, la trama se desarrolla con una lentitud exasperante. Refieren en este caso una variante temática digna de reseñarse: la razón de que los habitantes de una aldea, construida alrededor de unos viñedos, sufran una alarmante descomposición en sus carnes se debe a un pesticida que infecta la cosecha, siendo el vino el vehículo de propagación. Desde la primeras imágenes lo tenemos claro, a pesar de que en el desenlace nos lo explique el propio culpable, novio a su vez de la joven protagonista —Marie456 cine zombi. ángel gómez rivero


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Les raisins de la mort. Un pesticida destinado a fumigar unos viñedos franceses es el culpable de que el aspecto de los vecinos del lugar sea tan alarmante.

Georges Pascal—. De hecho, la acción se centra en ella, en su soledad tras huir del tren, en apariencia vacío, en el que viaja con su amiga, asesinada por un tipo de faz descompuesta. Después vaga por los desolados parajes rurales, a la busca de ayuda, y llega a una casa donde el cabeza de familia asesina a su esposa e hija. Con posterioridad se encuentra con una ciega a la que crucifican en una puerta y la decapitan. Otra mujer, lejos de ayudarla, la ofrece a los contaminados, en un nuevo alarde de locura colectiva. Salvada por dos tipos armados, obreros de la zona —¡que sólo beben cerveza!—, queda en absoluto desamparo al entender el origen del problema por boca de su propio novio, antes de que éste sea abatido por uno de los dos acompañantes y acabar ella misma con ambos. Resulta una entrega insólita dentro de la filmografía del francés, más dada a incoherencias, salidas de tono y postizos de corte lésbico. En este último concepto, se limita a dejar que la actriz porno Brigitte Lahaie muestre su perfecta anatomía —con el pretexto de expresar que ella no sufre la lacra, está claro—. El resto es un intento honesto de llevar a buen puerto una trama sórdida y coherente, aunque no por ello quede exento el producto de las típicas debilidades narrativas de su autor. Podemos recrearnos con algunas secuencias nocturnas inquietantes, con esos seres tipo zombis que caminan en grupo a la busca de sus nuevas víctimas. Para los rostros ajados se aplicaron unas costras postizas y algo de laceraciones, que en ocasiones producen un efecto de carne derretida, con resultados desiguales según los actores maquillados. Incluso añadieron algún toque gore efectista, tal como ilustra la secuencia de la decapitación. Por supuesto, no falta el cameo de Rollin nada más arrancar la historia. no son muertos, son contaminados 457


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28 días después. Detonante del género que despertaría la fiebre de la zombimanía, a pesar de ser contaminados los que amenazan la vida de los protagonistas.

Siguiendo la línea de The Crazies, y con elementos que después se volverían a dar en Resident Evil o 28 días después, pero de forma más espectacular y acorde con los nuevos tiempos, aparece en el mercado estadounidense el discreto filme Señal de alarma (Warning Sign, Hal Barwood, 1985), escrito por el realizador en colaboración con Matthew Robbins. En un laboratorio oculto en el desierto de Utah, unos científicos trabajan en un arma biológica destinada a generar la locura al que se encuentre en su radio de acción viral, sin que exista antídoto posible. La rotura de una probeta genera el caos interior, quedando el recinto sellado de forma inmediata, mientras los ocupantes comienzan a sentir cómo unas ampollas verdosas cubren sus cuerpos. Producido por la Twentieth Century Fox, no dejaría gran huella, ni siquiera entre los seguidores de la ciencia ficción que degenera en catástrofe, y si hoy se refiere es a la manera de precedente. John Saxon dirige e interpreta el papel de un duro coronel en Death House (1988) [vd: La casa de la muerte], paupérrimo producto de lenguaje televisivo que comienza a la manera de un thriller descafeinado, y que termina en una especie de homenaje a los spaghetti-zombies. El guión de Devin Frazer, William Selby y Kate Wittcomb pretende confundirnos con el relato de un veterano de Vietnam —Dennis Cole— que acepta el trabajo de chófer al servicio de un mafioso, y que es encar458 cine zombi. ángel gómez rivero


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28 días después. Dos instantáneas de una de las cintas de horror más mediáticas de los últimos años.

celado por el asesinato de la novia de este último, siendo inocente. En el edificio penitenciario se experimenta con una fórmula para cambiar la conducta de los reos; pero posteriores manipulaciones buscan la creación de un ejército de guerreros indestructibles. La alteración, empero, propicia un virus que degenera en una horda de infectados devoradores de carne humana, según se aprecia avanzada la trama. Declarado el edificio en cuarentena, los presos y guardas del lugar han de sobrevivir a un horror que llega con retraso. Los afectados son aquí tipos muy fuertes, enloquecidos y con costras en la piel. Anthony Franciosa y John Saxon, los rostros más populares del reparto, descienden a los infiernos —en el peor significado de la expresión—. La posterior edición en dvd incluiría la palabra «zombie» con estudiado sentido mercantilista. Tocaba aparecer en pantalla una de las películas británicas más influyentes del cine terrorífico de los últimos años: 28 días después (28 Days Later, Danny Boyle, 2002), con guión de Alex Garland. Es más, sería un título capital para revitalizar la temática del zombi pese a que, en este caso, no se tratara de muertos vivientes. Estamos en Inglaterra. El detonante del brote infeccioso se inicia esta vez con la liberación, por parte de un grupo ecologista, de uno de los varios chimpancés usados como cobayas en un laboratorio de experimentación genética. Veintiocho días después, cuando Jim —Cillian Murphy— despierta en un hospital, tras permanecer en estado de coma, se encuentra con una ciudad abandonada. Los periódicos tirados por los suelos hablan de éxodo. Entra en una iglesia y se halla ante lo que parecen ser cadáveres amontonados. Pero no están muertos. Enseguida se ponen en pie al oírlo, y él ha de huir ante un numeroso grupo de individuos con ansias de destrozarlo. Es salvado por una pareja, con el uso de cócteles molotov —guiño a Romero—. Al ser mordido su bienhechor, queda de compañero de Selena — Naomie Harris—, una chica negra que muestra un temperamento duro y frío como pocos. Es cuando Jim se entera de lo sucedido: un problema vírico transmitido por la sangre que está afectando al mundo entero. Llegan hasta un edificio en el que resisten un padre y su hija adolescente —Brendan Gleeson y Megan Burns, respectivamente—, en tanto son perseguidos por un grupo de infectados. Pero la falta de agua y alimentos apunta a que la solución se halla en un aviso radiofónico que habla de una resistencia militar con sede en Manchester. Así que emprenden la marcha en vehículo hacia ese lugar concreto. Al pasar por un túnel atestado de vehículos pinchan una rueda. Con esta situación vivimos una de las secuencias más tensas del filme, ya que tienen el tiempo justo de colocarla, mientras las ratas que huyen avisan de lo que viene tras ellas en tropel y a gran velocidad. En un supermercado se no son muertos, son contaminados 459


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28 días después. Quizá lo que más alarmó a los espectadores fue la endiablada velocidad de los infectados.

detienen para aprovisionarse, antes de ver cómo Manchester arde a lo lejos, a sabiendas de que están cerca de lo que puede ser su salvación. La sangre que chorrea del pico de un cuervo carroñero cae en el ojo del padre, que es tiroteado por los soldados, ahora presentes, auxiliando por demás a los tres supervivientes. Hasta aquí predomina el horror al contaminado enloquecido y sangriento. A partir de ahora, al penetrar en el recinto amurallado y tecnificado de los militares, es el miedo al propio ser humano lo que se impone —Romero otra vez—. Nos muestran así a un decadente grupo que intenta sobrevivir rodeado de los posibles placeres puestos a su alcance, y que planea dar continuidad a la humanidad poseyendo a las dos mujeres. Además, mantienen preso a uno de los contaminados para su estudio —ahora referencia a El día de los muertos—. Jim se libra de morir ametrallado en el exterior boscoso y, tras saltar al interior del recinto, consigue liberar al agresivo esclavo, acabando con la vida de todos ellos. A continuación, huirá de allí con su amada Selena y la joven en un vehículo, bajo el constante azote de la lluvia. Veintiocho días después, una avioneta descubre un mensaje, compuesto por retales de tela colocados en el suelo de la campiña inglesa, en el que se lee Hello. Parece que todavía existen esperanzas para la humanidad. 460 cine zombi. ángel gómez rivero


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28 semanas después. Interesante aunque inferior secuela de 28 días después, con aporte español.

Resulta interesante, en primeras instancias, el cambio psicológico que se opera con los personajes básicos, justo cuando la trama cambia de cariz. La dureza de Selena, cuyo único lema era sobrevivir a costa de todo, da paso a la ternura y al espíritu de sacrificio, en tanto el apocopado y pacifista Jim da luz verde a un justiciero en la mejor línea del cine de acción, capaz de aniquilar al villano que se ponga en su camino. Incluso queda simpático el detalle de que el infectado, toda una amenaza en firme al liberarse, termine convirtiéndose en su aliado involuntario, acabando incluso con la vida del canalla comandante de la base. En todo caso, la cinta destila sentimientos intensos al identificarse el espectador con los personajes principales, convirtiéndose en un sufridor más de tan siniestra aventura. Un argumento que, como ya he señalado, no olvida los guiños a Romero —para mayor información, ahí está el ataque por sorpresa del espantoso niño en la gasolinera: Zombi—. Con respecto a los contaminados, aquí son seres muy veloces —recurrieron a extras deportistas para mayor veracidad—, lo que reduce las posibilidades de supervivencia. En su aspecto externo, destacan esos ojos rojos y ardientes —más claros que en No profanar el sueño de los muertos—, con expresión de ira desbordada. Emiten gritos y sonidos guturales espeluznantes a la hora de atacar, lo que los hace más inhumanos aún. De ahí que se respiren aires apocalípticos desde las primeras imágenes, donde la música de John Murphy agrega notas melancólicas y depresivas, acordes con la tragedia que se vive. La fotografía de Anthony Dod Mantle, pese a ser digital de alta definición, ofrece retazos de gran belleza paisajística y cromática —aunque la secuencia final fue rodada en 35 mm—. La puesta en escena de Boyle incluye encuadres ingeniosos, con ángulos inclinados, picados, contrapicados y curiosos encadenados de imágenes, a la busca de un sentido pictórico siempre bien recibido. Con todo, no puedo dejar de comentar el detalle de humor negro final, ya que el mensaje que leemos en el suelo, antes de colocarse la última palabra, parece decir Hell en lugar de Hello. Cinco años después, Danny Boyle se emplea en tareas de producción en la inevitable secuela, coproducida entre Inglaterra y España, de título 28 semanas después / 28 Weeks Later (Juan Carlos Fresnadillo, 2007), ideada con una filosofía semejante, en lo concerniente al virus que contamina a la humanidad y la rapidez de los infectados, en materia argumental, con un mayor recurso de la nerviosa cámara en mano al servicio de la tecnología digital en conceptos técnicos. El arranque de la historia se lleva a cabo en una casa rural, donde un grupo resiste los ataques de unos seres enloquecidos y hambrientos. Una de las mujeres es abandonada a su suerte por su marido, que huye para salvar su vida con gran cobardía. Más tarde, Gran Bretaña —lugar donde transcurre la acción— es sometida a cuarentena, sus habitantes son contaminados por el virus letal y muertos después todos por inanino son muertos, son contaminados 461


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28 semanas después. Un mal vírico que afecta a los humanos y los convierte en bestias carniceras.

ción. Tras entrar en Londres las fuerzas militares de la OTAN, lideradas por el ejército estadounidense, se declara la zona libre de contaminación, comenzando la reconstrucción de la metrópoli. Y, después de todo esto, seguimos los avatares de los dos hijos del cobarde del prólogo, al encontrarse con su padre en una zona de Londres aislada de los posibles restos contaminantes. Hay grupos de tiradores situados en las alturas de los edificios para velar por la seguridad. Los dos chicos de ambos sexos, que huyen para llegar a su vivienda, se encuentran a su madre que, aunque está intoxicada, no es agresiva. Determinan así los científicos que su sangre contiene la posible solución al problema, por gozar de cierto tipo de inmunidad. Al verse frente a frente con su marido, ella lo muerde por venganza y él, convertido, acaba con su esposa a dentelladas. El resto de la trama discurre con la huida de un grupo en el que se parapetan los dos niños, en mitad de dos infiernos: las mordeduras de los infectados y los tiradores con orden de aniquilación total. En el desenlace, tras ser mordido el chico por su obstinado padre —Robert Carlyle—, y ser abatido éste por su propia hija, un helicóptero los pone a salvo; pero las últimas imágenes nos expresan que París está bajo el horror de los infectados. En esta nueva historia, escrita por Rowan Joffe, Enrique López Lavigne, Jesús Olmo y el propio Fresnadillo, tenemos un renovado festival de mordiscos, pero sin que la cámara se embadurne con la casquería de turno, ya que el nerviosismo de las tomas impiden que nos recreemos demasiado. La fotografía de Enrique Chediak es deslucida, con nocturnos descoloridos de escaso contraste, quizá buscando el tono de veracidad adecuado, además de recurrir a la visión nocturna — imitada poco después en [Rec]—, cuando entran en el metro, con cadáveres tirados por las escaleras mecánicas y por los suelos. Resulta espeluznante ver las carreras enloquecidas de estos seres con no son muertos, son contaminados 463


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ansias de devorar a los sanos, con sus ojos enrojecidos y sus bocas ensangrentadas, como alimañas en libertad. Por el contrario, queda excesiva la secuencia del helicóptero que inclina en su vuelo las aspas para arrasar y descuartizar a una tropa de engendros, en concesión al más puro espectáculo. Helicóptero que será después filmado en el Millennium Stadium de Cardiff, lugar marcado para recoger a los dos hermanos. Netamente inferior al precedente, el filme no deja de contener dosis de tensión y momentos de gran impacto emocional, lo que es de agradecer. Severed (Carl Bessari, 2005) [dvd: Severed] es un título canadiense cuya trama se centra en unos bosques en los que se congregan tres grupos de personas bien distintas: leñadores, científicos y ecologistas. Ante las protestas de estos últimos por los problemas de la deforestación, los investigadores de una industria maderera experimentan con una hormona que inyectan a los árboles para que crezcan tres veces más rápido, generando así pingües beneficios. Pero un leñador se corta y se infecta con la savia de uno de los árboles, de una textura semejante a la sangre. Es el principio de una cadena contaminante, de una pesadilla sin nombre. Al lugar acude el hijo del presidente de la empresa para investigar qué sucede al detenerse la producción, encontrándose de entrada una soledad alarmante, como si todos hubieran marchado, hasta que es testigo de las primeras criaturas caníbales, y ha de refugiarse en un cobertizo ocupado por los que se atrincheraron con antelación a él. Mediante la mordedura se transmite la infección y cada vez son más numerosos los afectados. Tras luchar por salir del lugar en una camioneta, cerrada ahora la salida por cuestiones de silenciar el asunto más que por seguridad, poco a poco van cayendo. A la postre sólo quedan cuatro personas con vida, que terminan encontrándose con otros supervivientes, un grupo duro y cruel que practica el tiro al blanco con los infectados que tienen encerrados tras un cercado. Existe además una avioneta que se dedica a acribillar a todos ellos, con el fin de no dejar en pie a ningún testigo —de nuevo la maldad del vivo sobre el vivo—. El ataque de los contaminados es incontenible y sólo quedará con vida una joven ecologista, en un desenlace nocturno y borrascoso. Ante la tala masiva indiscriminada —tema telonero— está la razón y la ciencia; pero esta última falla en esta ocasión. Por tanto, tenemos aquí una nueva legión de violentos contaminados —que no muertos vivientes; en Argentina se estrenó como Infectados—, de ojos enrojecidos y caminar lento, lo que proporciona unas mínimas posibilidades de supervivencia. Para las secuencias de acción se sigue la técnica de rodar cámara en mano con movimientos bruscos, sincopados. No se olvida Bessari de las comilonas de tripas, ni de regar con abundante sangre a los personajes, además de explorar conceptos ya trillados con mayor fortuna en filmes precedentes. Pese a sus defectos más de contenido que de forma, la película cumple con los mínimos de exigencia, aunque da la sensación de que el guión del realizador y de Travis McDonald, según una historia de este último y de Julian Clarke, parece desinflarse a mitad de trayecto, dando pie a una serie de secuencias algo deslavazadas. Paul Campbell, Sarah Lind, Julian Christopher y JR Bourne son los actores que dan vida al cuarteto principal, sobre el que se concentran las sanguinolentas hazañas de esta correcta aunque poco original película. En Infection (Albert Pyun, 2006) [dvd: Alien – Invasión] —también conocido por Invasion—, el guión de Cynthia Curnan versa sobre los sucesos acaecidos durante una noche en el condado de Lawton, localidad californiana, justo cuando los estudiantes de la zona celebran sus festejos. Un ranchero local denuncia a la policía la caída de un meteorito, por lo que un agente es enviado para que investigue el caso. Recorre kilómetros por las afueras hasta descubrir que se ha producido una contaminación. El ranchero lo agrede y él también queda afectado, a merced de una entidad extra464 cine zombi. ángel gómez rivero


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La hora fría. Los extraños y los invisibles se encargan de demostrar que el mundo ha dejado de ser un paraíso.

terrestre, una especie de parásito con forma de babosa o gusano negro. El pueblo, a partir de ahora, corre un gran peligro. Una pareja de estudiantes, a solas en el exterior, es abordada por ambos. Él resulta mordido y ella huye horrorizada aprovechando el vehículo oficial del policía, siendo perseguida sin descanso por los bosques colindantes. El problema principal radica en que los infectados, cada vez más numerosos, puedan llegar hasta Los Ángeles. La chica acaba en manos de ellos. Estamos ante un relato simple y sin demasiadas aristas, que llega incluso a resultar repetitivo y tedioso, a pesar de su breve metraje de poco más de una hora. Lo original del caso estriba en la puesta en escena de Pyun —visionaríamos la película en su compañía durante el festival de Estepona de ese mismo año—, que experimenta con la intención de filmar en formato digital toda la trama, con el recurso —aparente— de un solo plano secuencia. Así, el rodaje se llevaría a cabo en una noche, con la obligación de planificar con meticulosidad la entrada en escena de cada personaje para que encajara en la acción, al no existir montaje posterior —sólo para los diálogos y efectos sonoros adicionales—. Colocaron la cámara solidaria en el vehículo que transporta la protagonista —que justifican como una cámara de seguridad policial—, y las propias luces del mismo iluminaban los decorados naturales del Malibu Creek State Park. Fuera de este apunte audaz, ahí quedan unos cuantos individuos con ansias de atacar y transmitir el estigma, aunque se prodiguen poco y permitan que muchos espectadores se planteen, con cierto arrimo de crueldad, si no se trata de una nueva versión road movie y blanda de El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999). Los resplandores de los distintos meteoritos que caen anima algo la fotografía de Jim Hagopian, en este aporte que arranca y acaba con las imágenes de una reportera de televisión que, en definitiva, cae en las garras de uno de ellos. En la cinta española La hora fría (2006), escrita y realizada por Elio Quiroga, la necedad de la humanidad consigue acabar, en un futuro indefinido, con el universo que nos abriga, debido a las no son muertos, son contaminados 465


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guerras nucleares, químicas y demás variantes para el exterminio del ser humano. El argumento presenta a un grupo de personajes —todos con nombre bíblicos: Jesús, Judas, Ana, Pedro, María…— que sobrevive enclaustrado en un edificio, en el que se protegen del ataque de dos entidades temibles que pululan por el entorno: los extraños y los invisibles. Los primeros son seres humanos contaminados para ser convertidos en armas de guerra, ya que el simple contacto de sus manos infecta al desgraciado de turno. Se deja bien claro que no son zombis, sino mutantes, cuyo destino es emponzoñar y perecer, y se insinúa que, al morir, se convierten en invisibles. Con el hilo conductor de un niño y su cámara de vídeo, vamos conociendo a los distintos personajes, sus angustias y vivencias, además del temor ante la llegada de las llamadas horas frías, en las que la atmósfera parece congelarse. Vivimos una atmósfera claustrofóbica que desemboca en un final sin esperanza, donde los supervivientes, al ver la batalla perdida, salen al exterior para dejar que el destino opere a su cruel antojo. Un sino que viene marcado por esos seres de caminar lentísimo pero seguro, con pinta de leprosos harapientos. Una tipología familiar esta en la que el realizador evita que la cámara se recree en su terrible aspecto. Se recurre al uso intencionado de una fotografía digital descolorida y feísta — Ángel Luis Fernández—, como si revelara que la belleza escapó de este mundo hace nueve años, fecha en la que comenzara un conflicto bélico en el que se enfrentaría medio mundo con el otro medio, debido a una suerte de guerra santa —aquí podemos sacar lecturas bien recientes que no es menester puntualizar—. Complejo e indefinido, con muchos cabos sin atar, se presenta este filme realizado con buenas intenciones, pero que deja una agridulce sensación en el espectador, motivada por un guión que desea rizar el rizo demasiado, con la mixtura de esoterismo y ciencia ficción, sin afanarse por una narrativa coherente, que se ve, además, demasiado alargada en su desarrollo. En su momento comenté que La invasión de los ladrones de cuerpos de Siegel —y demás adaptaciones, por ende— no presentaba a zombis en el argumento, sino organismos vegetales extraterrestres. Pues bien, la nueva adaptación de la novela de Jack Finney para la Warner Bros. merece ser tenida en cuenta, muy a pesar de ser la más floja de todas las realizadas hasta la fecha. Con el lacónico título Invasión (The Invasion, Oliver Hirschbiegel, 2007), vivimos otra forma de entender el argumento original, ya que en el nuevo guión de David Kajganich no existe la suplantación de personajes vivos por entidades vegetales que roban sus registros mentales. Todo se inicia con un transbordador espacial que se desintegra al entrar en la atmósfera terrestre, siendo sus restos esparcidos por muchos kilómetros a la redonda. Algo malsano contamina nuestro aire penetrando en el organismo humano y operando cambios en el comportamiento social de los implicados. Reconducido ahora el problema a niveles genéticos, los microorganismos del espacio exterior, una especie de esporas, se implantan en el ADN de los humanos como virus dispuestos a adueñarse de ellos, sin necesidad de destruir los cuerpos originales, ya que éstos permanecen. Basta con escupir a la cara para contagiar. En Washington, la psicóloga Carol Bennell —Nicole Kidman— y su pareja Driscoll —Daniel Craig— serán los humanos encargados de hacer frente al tiránico cambio, a sabiendas de que permanecer despiertos es la única manera de poder resistir el microscópico ataque. Estamos de nuevo en una trama paranoica, en la que no se puede confiar en nadie, pues cualquiera puede no ser ya quien era, aunque existe una manera de identificarlos por la falta de sentimientos. Con una fotografía de Rainer Klausmann acaso demasiado limpia y exenta de sordidez, resulta ilustrativo el hecho de que las masas, desplazándose en conjunto para perseguir a los no conversos desde la mitad del metraje, recuerden una vez más los iconos de los zombis hostigadores de los humanos. Pese a los giros inusitados, uno echa de menos esas vainas exóticas y ese sentimienno son muertos, son contaminados 467


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Soy leyenda. Dos fotogramas pertenecientes a otra adaptación de la novela de Matheson, en la que, quizá, lo más punible sean las falsas criaturas digitales.

to de alteración emocional a nivel de personajes y de sociedad, tal como fuera ilustrado en el título de Siegel, por más explicaciones seudo científicas que se nos den ahora, además de preferir un desenlace incierto, ante el nuevo final esperanzador —paralelo con el de 28 semanas después, en conceptos de una inmunidad genética que puede salvar a la humanidad—. Pese al interés de la nueva adaptación, confrontarla con el original es como comparar un apañado sándwich de cafetería de autopista con un buen bocata de jamón de Jabugo. En una época ávida de remakes y readaptaciones, síntoma de falta total de ideas a nivel de argumentos, aparece Soy leyenda (I Am Legend, Francis Lawrence, 2007), con la intención de proporcionar una nueva mirada a la novela de Richard Matheson, que ya conociera dos adaptaciones anteriores comentadas en este libro —además del cortometraje español en blanco y negro Soy leyenda (1967), escrito y realizado por Mario Gómez Martín—. Contando en esta ocasión con el gancho comercial del actor Will Smith para el rol de Robert Neville, también aquí el guión de Mark Protosevich y Akiva Goldsman hace ascos al tema de los vampiros originales, tal como sucediera en la cinta de Boris Sagal —en cuyo argumento se inspira, más que en la novela—, para dar luz verde a la temática de los mutantes sustitutivos de los seres humanos. Producido por la Warner Bros., el filme centra su acción en un Manhattan desolado, en el que la vegetación crece salvaje en las propias calles, de ahí que se incluya esa espectacular secuencia de la cacería de ciervos nada más arrancar. Neville, invulnerable al virus que ha convertido a la población en mutantes veloces y carniceros, 468 cine zombi. ángel gómez rivero


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es el único superviviente debido a que su sangre es inmune. Científico por demás, habrá de estudiar un antídoto eficaz para detener una contaminación que haga peligrar al planeta. Destacable la secuencia que plasma la soledad emocional del protagonista, en la que charla con el maniquí de un comercio, proporcionándose un placebo que lo mantenga alejado de la locura, al igual que el sacrificio de su fiel pastor alemán hembra, dada su contaminación, marca los momentos más dramáticos de la trama, dejándolo más solo aún. Se recurre a los flashbacks para ilustrar qué sucedió antes de tan acuciante situación, mientras seguimos las andanzas diurnas de Neville a la busca de esos seres monstruosos de piel oscura que han de ser destruidos. Quizá sea el diseño de producción de Naomi Shohan lo más llamativo de esta obra, con unos escenarios inmensos y vacíos que, con la llegada de las sombras, se ven frecuentados por diablos clónicos como salidos del averno, espectaculares diseños que recrean una realidad alterada creíble, en la que los efectos de CGI son básicos. Por el contrario, la magia digital aplicada a las criaturas resulta de lo más vituperable. Por espantosas que nos las pinten, no dejan de verse como meros dibujos animados mal empastados y falsos frente al personaje de carne y hueso. El filme contaría asimismo con la excelente fotografía de Andrew Lesnie y una banda sonora inspirada, obra de James Newton Howard. En esta propuesta argumental cambia el sentido de la frase «Soy leyenda». En el original literario se debía a que Robert Neville, el único mortal vivo y cazador perseverante de vampiros, era atrapado por sus enemigos y entendía, a la sazón, que él era ya la amenaza, el verdadero monstruo —leyenda—, en un mundo de seres anormales. La nueva lectura pierde el contenido filosófico, ya que la humanidad habría de conocer el camino de la luz gracias a la vacuna descubierta por él y a su sacrificio final —héroe = leyenda—, en una nueva resolución optimista que cierra expediente a unos hechos apocalípticos. Y para más ración de readaptación indiscriminada, I Am Omega (Griff Furst, 2007) es un oportunista y mimético producto —rodado en formato vídeo— que aprovechaba el lanzamiento de la anterior película para sacar algo de tajada. Bajo un guión de Geoff Meed, que retoma una mínima parte del original literario, la palabra «omega» del título está sustraída de la versión de Boris Sagal ya comentada. Con el protagonismo de Mark Dacascos —trasunto de Steven Seagal—, aquí un individuo rebelde que reparte mamporros y patadas sin descanso a las criaturas que se les pone por delante —da igual que sean mutantes, zombis o vampiros de última generación, dada la confusión que genera en el espectador—, discurre el argumento en un planeta donde la vida humana ha sido condenada debido a una guerra química, habitado ahora por una nueva especie mutante, agresiva en grado sumo. Nos las vemos con unos engendros que surgen de cualquier sitio, inclusive un contenedor de basura. Con tantos fallos de argumento como de realización, incluyo la cita de esta entrega de ínfima calidad por su inconmensurable osadía y desfachatez, además de ajustarse a la temática en litigio. Robert Rodríguez, a la manera de un hombre orquesta, escribe, realiza y produce un filme que se convertiría en todo un estandarte no exento de polémica: Planet Terror (Planet Terror, 2007) —además de encargarse de la fotografía y la música, entre otros menesteres—. Este título delirante es una concesión al friquismo más desbordado y apasionado en materia zombiófila. ¿Argumento? Pues, la verdad, la historia es lo de menos. Tenemos aquí la pintura de un universo desbordado por un virus generado por armas bacteriológicas, usadas durante la Guerra del Golfo. Nace de ello el diabólico plan de un héroe de guerra —Bruce Willis—, afectado durante la contienda, que sabe que no será atendido por su país, por lo que es más fácil contaminar a un colectivo numeroso para que se tomen medidas gubernamentales severas. A partir de aquí, acompañamos a un grupo variopinto de supervivientes, no son muertos, son contaminados 469


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Planet Terror. Comedia gamberra y cruda, en la que abundan las situaciones límite.

integrado por un policía muy peculiar, su hermano cocinero, una stripper que ha perdido a mordiscos su pierna derecha, su loco enamorado experto manejador de armas, un científico que colecciona los testículos de sus enemigos, una mujer que huye de su celoso marido… entre otros tipos no menos insólitos. Los ataques de los infectados van a más a medida que la trama avanza, llegando a la apoteosis a la que estamos acostumbrados por títulos anteriores. Así que no faltan las carnicerías que propician los efectos especiales de última hornada; incluso se adjuntan detalles escatológicos y no se tiene piedad a la hora de asesinar a un niño. Existe un gas que atenúa el efecto fatal, pero cuesta hacerse con él y está en experimentación, por lo que el destino de los condenados es más que adverso. En todo momento los personajes se muestran y actúan como contaminados/mutantes, sin perder la razón y con hilo de continuidad, aunque hay una secuencia en la que tres cadáveres —en apariencia— desaparecen de un hospital, despertando las sospechas de si son o no muertos vivientes. Detalle confuso nacido de un guión desmadrado, más interesado por el espectáculo y el humor negro que por un tratamiento de coherencia. Por dicha razón, con el permiso de ustedes, ubico la obra en este capítulo. Tom Savini cuenta aquí con algo más que el habitual cameo, como un policía dispuesto a acabar con los monstruos, así como Quentin Tarantino —coproductor también del filme— da vida a un militar tan pervertido en su estado normal como contaminado, con deseos de violar a la protagonista aunque su pene se caiga a pedazos. Pero de todas las interpretaciones, permitan que señale de forma especial a la actriz de origen italiano Rose McGowan, como la nueva heroína preparada para luchar contra las abominaciones. Al faltarle la pierna, le encaja su amado una ametralladora, con la que hace maravillas dada su gran flexibilidad; incluso es capaz de lanzarse por los aires a la manera de Supermán. De entrada, saber que contaban para los efectos especiales de maquillaje con la participación de Gregory Nicotero y Howard Berger ya era toda una garantía, de ahí la exuberancia de esos rostros diversos, globosos y viscosos, con ojos casi en blanco, infernales en grado sumo. La fotografía no son muertos, son contaminados 471


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Planet Terror. Entre los excesos y locuras destaca la aguerrida heroína que, pese a perder una de sus piernas, tiene recursos sobrados para luchar.

se muestra tostada y de colores cálidos, típica de un cómic, con el añadido forzado de artifacts y desperfectos, para dar la impresión de ser una de esas típicas películas de barrio con cientos de proyecciones a sus espaldas —incluso se llega a quemar el fotograma cuando la pareja hace el amor, tal como sucedía en algunos colegios religiosos tiempo atrás—. No soy el gourmet ideal de espectáculos de este tipo, desmadrados, locos como pocos y delirantes hasta la extenuación; pero no dejo de reconocer que estamos ante una obra sentida, fresca, con ímpetu y expresividad. Un divertimento surrealista nacido con la intención de rendir homenaje a las películas de zombis de serie B, sin más complicaciones. La secuencia en que acaban con un grupo de mutantes, gracias a la hélice de un helicóptero en vuelo, es harto elocuente —gemela de la del título contemporáneo 28 semanas después, pero ahora más fou—. Por tanto, al César lo que es del César. Atmósfera oscura y malsana, tensión y claustrofobia es lo que nos ofrece GP 506 (2008) [título internacional: The Guard Post], escrito y realizado por Su-chang Kong. Es una producción de Corea del Sur que se interesa por el tema de la infección, como contrapunto a tanta acumulación fílmica de espectros locales. La acción transcurre en un puesto de guardia emplazado en una zona desmilitarizada entre las dos Coreas. Un destacamento castrense llega a dicho emplazamiento, dada la forzada desconexión existente, para encontrar una veintena de cadáveres de soldados acribillados y mutilados, y a un único superviviente ensangrentado, armado con un hacha. Un investigador militar se hace cargo de la investigación de los hechos en un tiempo limitado. Mediante recursos de flashbacks, Kong nos relatan una historia confusa e intrigante, en la que sale a relucir un virus, como elemento contaminante, que ataca a los allí recluidos. La terrible reacción se traduce en unos rostros lacerados por pústulas y llagas y por un acusado comportamiento homicida. Un desprendimiento de terrenos recluye de forma obligada al pelotón en la base, por lo que todos estarán a merced del horror desatado. Pese a las estudiadas dosis de drama y misterio, los resultados quedan perjudicados por la larga duración del filme, que se pierde en secuencias repetitivas, 472 cine zombi. ángel gómez rivero


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Planet Terror. Dos fotogramas que ilustran el caos en una acción sin descanso.

con horrores que tardan en llegar, pese a la excelente atmósfera y una trabajada fotografía nocturna. Se echa en falta, además, un componente vital de este subgénero: la persecución colectiva de los infectados enloquecidos. Basada en la densa novela del premio Nobel José Saramago, el brasileño Fernando Meirelles pone en escena A ciegas (Blindness, 2008), coproducción entre Brasil, Canadá y Japón, siguiendo el guión de Don McKellar. Un drama este nacido en torno a un planteamiento anómalo inicial: ¿qué sucedería si el mundo se volviera ciego de forma paulatina? Contando con la excelente interpretación de Julianne Moore, que encarna a la esposa de un doctor, somos testigos de distintos casos aislados de pérdida de visión. En breve, el número es tan considerable que el Gobierno establece medidas de prevención, consistentes en aislar a los enfermos en espacios vigilados, disparando contra aquellos que osan salir de las vigiladas dependencias. En el exterior el peligro se desborda, pues se producen accidentes de coche, de aviación, etc. Al margen de las angustias personales, la trama se centra en la organización de estos minusválidos, en su desamparo total, ya que no dejan de ser esclavos. Las tensiones degeneran en violencia, cuando uno de los ciegos, que lidera una de las salas, pretende tiranizar al resto a su antojo, incluso planteando el canje de mujeres por comida. Una vez consiguen escapar de su encierro, se encuentran con un mundo sometido por la ceguera. Cuando Julianne Moore, que no pierde la visión, encuentra provisiones, los ciegos que hay a su alrededor reaccionan con ímpetu. Uno llega a decir: «¡Huele a carne!», y se abalanzan contra ella igual que una horda de zombis, ya que una vez más existe la analogía de sus movimientos y contorsiones. Aunque aquí el peligro vírico no degenera en locura homicida de manera directa, el efecto de la ceguera termina por conducir de una manera u otra a la demencia colectiva y a la agresión. La fotografía de César Charlone se torna lechosa, casi un ramalazo de luz en ocasiones, para que sintamos la visión de los personajes, ya que aquí es luz total y no oscuridad lo que ellos distinguen. Con el recurso de los símbolos, como el detalle de que los santos de los templos tengan los ojos vendados, y una reflexión sobre la ceguera de la humanidad en conceptos filosóficos, discurre esta metáfora. En el desenlace, el primer ciego recobra la vista, abriendo el camino a la esperanza. No es difícil hallar la llamada estética zombi en la historia del cine. Ahí tenemos como ejemplos títulos ya citados que lo ilustran: La invasión de los ladrones de cuerpos de Siegel, Village of the Damned de Wolf Rilla, o ¿Quién puede matar a un niño? de Narciso Ibáñez Serrador; pero hay más casos, como la reciente producción británica Doomsday – El día del juicio (Doomsday, Neill Marshall, 2008). Aunque ésas son ya otras historias. no son muertos, son contaminados 473


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