Ellos y Ellas. Relaciones de amor, lujuria y odio entre directores y estrellas

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Ellos y Ellas

Hilario J. RodrĂ­guez (Ed.)

Relaciones de amor, lujuria y odio entre directores y estrellas

Calamar Ediciones



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Hilario J. RodrĂ­guez (Ed.)

Ellos y Ellas Relaciones de amor, lujuria y odio entre directores y estrellas

Calamar Ediciones / Festival de Cine de Huesca


Colección “Huesca de Cine”, 30 © 2010, de los textos: sus autores Copyright de esta edición:

© 2010, Fundación Festival de Cine de Huesca / Calamar Ediciones Fundación Festival de Cine de Huesca C/ Del Parque, 1. 2º. 22002 Huesca Tel.: 974 21 25 82. Fax: 974 21 00 65 E-mail: info@huesca-filmfestival.com www.huesca-filmfestival.com Calamar Ediciones Gran Vía, 69. 5ª Planta. 28013 Madrid Tel.: 91 548 77 47. Fax: 91 548 77 48 E-mail: info@calamarediciones.com www.calamarediciones.com Coordinador:

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Índice A modo de presentación ........................................................................ 11 Hilario J. Rodríguez Yo, tú, él, ella ........................................................................................... 15 Hilario J. Rodríguez y Carlos Tejeda David Wark Griffith & Mary Pickford ................................................. 25 Miguel Sanfeliu Charles Chaplin & Edna Purviance ...................................................... 29 Care Santos Clarence Brown & Greta Garbo ............................................................ 37 Óscar Esquivias Josef von Sternberg & Marlene Dietrich .............................................. 57 Francesc Miralles George Cukor & Katharine Hepburn ................................................... 65 José María Conget William Wyler & Bette Davis ................................................................ 75 Miguel Barrero Emilio Fernández & Dolores del Río .................................................... 85 Nuria Vidal Orson Welles & Rita Hayworth ............................................................. 93 Tino Pertierra Roberto Rossellini & Ingrid Bergman ................................................ 103 Román Raña


Ingmar Bergman, Liv Ullmann y Bibi Andersson en la isla de Farรถ.


Alfred Hitchcock & Las mujeres ........................................................... 111 Patricia Esteban Erlés Billy Wilder & Marilyn Monroe .......................................................... 119 Blanca Vázquez Federico Fellini & Giulietta Massina ................................................... 135 Marta Sanz Roger Vadim & Brigitte Bardot ........................................................... 145 Ramón Lluís Bande John Casevettes & Gena Rowlands ...................................................... 151 Miguel Ángel Muñoz Ingmar Bergman & Liv Ullmann ........................................................ 161 Silvia Rins Michelangelo Antonioni & Monica Vitti ............................................ 169 Celina López Seco Luis Buñuel & Catherine Deneuve ...................................................... 179 Luis Borrás Woody Allen & Mia Farrow ................................................................. 193 Marisa Frisa Claude Chabrol & Isabelle Huppert ................................................... 199 Sergio Sastre Pedro Almodóvar & Carmen Maura .................................................. 205 Jaime Priede A modo de epílogo ............................................................................... 215 Iolanda Batallé


Roscoe Fatty Arbuckle


A modo de presentación Hilario J. Rodríguez

edea, Antígona, La Celestina, Moll Flanders, Pamela, Madame Bovary, Nana, Anna Karenina, Daisy Miller o La tía Tula son sólo algunas de las huellas que ha dejado la mujer esparcidas por el tiempo y por las páginas de la literatura universal. Aunque su importancia siempre ha parecido relativa a ojos de la historia, su presencia al lado del hombre recorre lienzos, grabados, bajorrelieves y esculturas desde los confines del recuerdo. Diosas, amazonas, reinas de Egipto o de Inglaterra, pintoras secretas, escritoras enmascaradas bajo seudónimo masculino, sufragistas... Todas ellas formaron y todavía forman un ejército de grandes proporciones, cuya alargada sombra cubre hasta el último aspecto de la existencia. El cine no podía ser la excepción. Desde los orígenes del séptimo arte ha habido mujeres atravesando el encuadre de miles de películas. Una lista exhaustiva de las grandes actrices o de los rostros más bellos del séptimo arte sería interminable. Lillian Gish, Greta Garbo, Katharine Hepburn, Simone Signoret,Anna Magnani, Liv Ullmann, Machico Kyo... Por cada gran actriz que muere, aparecen diez más. Hoy lo que antes se consideraba un tímido grupo de guerrilleras se ha transformado en el mayor ejército del mundo. Si en sociedad las mujeres han dejado de dedicarse exclusivamente a mantener unidas las familias, para dirigir el destino de algunas naciones o para cuanto pueda imaginarse, en el cine han ido ganando un lugar de privilegio delante y detrás de la cámara, hasta ampliar su campo de batalla a todos los aspectos de una película. Muchos directores a lo largo de la historia del cine han mostrado un especial interés en las mujeres, a veces porque deseaban crear grandes per-

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a modo de presentación

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Ida Lupino, Gloria Swanson, Pola Negri, Barbara Stanwick, Julia Roberts, Cameron Diaz, Isabelle Adjani y Monica Belucci.

sonajes femeninos y otras… otras porque simplemente les gustaban o les atraían o les resultaban enigmáticas o vaya usted a saber. Jean-Luc Godard afirmaba al principio de su carrera que «para hacer una película no hacen falta más que una pistola y una mujer». Lo que no sabía es que con el tiempo la mujer sería quien empuñase la pistola. El libro que ahora tienes en tus manos es la historia de cómo las mujeres han llegado a empuñar la pistola ante las cámaras. O mejor, es una peculiar historia del cine, del feminismo y del siglo XX. También podría ser un libro de relatos que reinterpretan todo aquello que creíamos saber sobre las películas y que hasta ahora no nos habíamos atrevido a contar. En cualquier caso, lo que estás a punto de leer es un ejercicio de audacia que ha sido posible gracias al inestimable apoyo del Festival de Cine de Huesca, y en especial de su director Ángel Garcés Constante. A él, a la editorial Calamar, al editor Miguel San José Romano, a Enrique Alegrete, a la Filmoteca de la UNAM de México y a la Filmoteca Nacional queremos mostrarles nuestro agradecimiento por habernos proporcionado apoyo y material durante la elaboración de este proyecto.

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El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967).

Fran莽ois Truffaut y Fanny Ardant durante un descanso de rodaje de Vivamente el domingo (Vivement dimanche, 1983). a modo de presentaci贸n

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Yo, tú, él, ella Hilario J. Rodríguez / Carlos Tejeda

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al como yo la veo, la historia es muy simple. Ella nació en Toronto, creció dando tumbos por la región de Ontario hasta que su padre dijo‘basta’y murió sin haber terminado su última botella de whisky barato; luego consiguió que el público aplaudiese sus papeles teatrales de niña mala pero de buen corazón, y enseguida quiso probar suerte en el mundo del cine. Se fue a Nueva York, donde conoció a David Belasco, un productor que le hizo cambiar de nombre porque Gladys Louise Smith era largo y rebuscado. Cuando entró en mi despacho, sin siquiera haber llamado a la puerta, me dijo todo lo que podía hacer y decidí darle una oportunidad. Muy pronto me di cuenta de su talento, también de su testarudez. A veces escuchaba, otras no. Juntos hicimos películas mejores y peores, y algunas obras maestras. Los dos teníamos temperamento, por eso sólo hablábamos lo necesario. Yo no censuré su primer matrimonio, ni el segundo, ni sus adulterios, ni sus borracheras; me daba lástima aunque no tanta como para venirle con consejos. Se convirtió en la novia de América por sus propios méritos. Bastante gente cree que la suerte le sonrió desde muy pronto; en realidad, nadie sabe con cuántos problemas tuvo que enfrentarse a lo largo de su vida. Gracias a su fortaleza y a su determinación se mantuvo en pie en situaciones que a cualquier otra mujer la habrían desestabilizado para siempre». De izquierda a derecha y de arriba abajo: Cecil B. De Mille, El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950, Billy Wilder), Murieron con las botas puestas (They Died with Their Boots On, 1941, Raoul Walsh), Michael Curtiz y Errol Flynn durante el rodaje de El capitán Blood (Captain Blood, Michael Curtiz), John Ford durante el rodaje de Río Grande (Rio Grande, 1950), El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1950, John Ford), El sueño eterno (The Big Sleep, 1946, Howard Hawks), Howard Hawks y Angie Dickinson en un descanso de rodaje de Río Bravo (Rio Bravo, 1959, Howard Hawks). yo, tú, él, ella

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Louise Brooks.

Según David Wark Griffith, la historia de Mary Pickford podría resumirse así. A ella le resultaba fácil resumirla un poco más si tenía algún periodista delante: «Soy una puta, una derrochadora, una ambiciosa y todo lo que puedas imaginarte; ahora que ya lo sabes todo, puedes escribir lo que te dé la gana. En el futuro, mis películas serán lo único que cuente y tus palabras se las habrán comido los peces». ***** ¿Cómo podríamos contar la historia del cine? ¿Cómo la habrían contado los hermanos Lumière? Ni ellos podían prever cuáles iban a ser los efectos de su invento (aquella famosa desbandada en el Bulevar de los Capuchinos o los trucos de magia que luego hizo Georges Méliès), ni la realidad sabía lo que se le avecinaba. Las películas y los actores que las interpretan no sólo han alterado nuestra forma de ver sino también nuestra forma de comportarnos. Las primeras estrellas −y las que vinieron después− se convirtieron en modelos a seguir. Sus indumentarias, sus maneras, sus gestos, nos han ayudado a olvidar la realidad diaria, como le sucede a Cecilia (Mia Farrow) en 16

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Ava Gardner.

La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985, Woody Allen), que gracias a las películas sueña y mientras tanto se olvida de lo que le está esperando en el exterior de las salas cinematográficas: un paisaje triste y gris, el de la Gran Depresión. ***** El dramaturgo Frank Wedekind escandalizó a la sociedad de su época con obras como El espíritu de la tierra (1895) y La caja de Pandora (1902), que giraban en torno a Lulú, una sensual femme fatale, de apariencia frágil e inocente, una serpiente que hechiza a hombres y a mujeres, arrastrándolos con su hipnótico encanto hacia la ruina moral y social, a veces hacia la muerte. Lulú se mueve en ambientes desenfrenados. Para ella, todo consiste el bailar, beber y follar. Su vida transcurre en atmósferas impregnadas por la lujuria, la codicia, la envidia, el engaño, la traición, los celos y la violencia. Pero su historia no pretende ser una lección moral sobre los peligros que enyo, tú, él, ella

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Louise Brooks.

traña ser una mala mujer, su depravada historia es en realidad un reflejo de una depravación de mayor alcance: la de la burguesía y la tradición. Quizás por eso ella y Wedekind fueron duramente censurados. A ella se la acusó de ser una puta y a él de ser un pornógrafo. Varias décadas después, una adaptación cinematográfica sobre las andanzas de Lulú volvió a desencadenar las iras de los censores. Pese a todo, la película supuso el nacimiento de un nuevo mito: la actriz Louise Brooks. Fue uno de los primeros prototipos de mujer sensual, independiente y moderna. No tenía nada que ver con anteriores prototipos femeninos. Al verla en la pantalla o en la vida real, uno se daba cuenta enseguida de que podía ser cualquier cosa menos una pasiva ama de casa o una hija obediente. Parecía una mujer con iniciativa propia en el amor y en otras cuestiones. Sus interpretaciones ofrecían una apariencia distinta de la de los personajes 18

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Raoul Walsh.

que hasta entonces habían interpretado Mary Pickford o Lilian Gish. Y su influencia se hizo notar rápidamente en algunas de las actrices más importantes del período mudo, como Theda Bara, Pola Negri o Clara Bow. Todas ellas, al contrario que sus antecesoras, cambiaron los encorsetados vestidos por faldas ligeras; los barrocos peinados por cortes de pelo modernos; el recato, la discreción y la compostura por la seducción, las fiestas y el desenfreno; el vals por el charlestón. Bebían, fumaban y conducían automóviles. Eran mujeres que desde 1920 ya podían votar. ***** Pero contemos ahora otra historia: A Raoul Walsh siempre le gustaron los animales, de modo que a comienzos de los años sesenta decidió hacer una excursión a Jungleland, en la ciudad de Thousand Oaks (California). Allí había una especie de zoo donde se hacían demostraciones circenses. La más llamativa era la de una domadora con un grupo de tigres, no tanto por lo que obligaba a realizar a los animales, simples ejercicios rutinarios, sino por la edad de aquella mujer. Tenía los suficientes años como para que cualquier descuido pudiese costarle la vida. Pero no sucedió nada y el público pudo aplaudir al final del espectáculo. Más tarde,Walsh fue a un bar donde encontró a la domadora, a quien invitó a sentarse a su lado para felicitarla. Mientras ella hablaba, él se fijó en sus temblorosas manos cada vez que interrumpía la conversación y lleyo, tú, él, ella

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La pelirroja (The Strawberry Blonde, 1940, Raoul Walsh).

vaba una taza de café a sus labios. Tenía el rostro curtido por el sol y lleno de arrugas, y unos enormes ojos que seguramente habían sido hermosos en otro tiempo. En el rato en que estuvieron charlando, ella le contó con tono de lamento que muy pronto Jungleland desaparecería, para que en el mismo terreno se construyesen casas. Varias semanas después, leyendo el periódico, Walsh se enteró de que se iban a subastar los animales de Jungleland y se acercó con la idea de comprar un cachorro de tigre. Como no pudo encontrar lo que buscaba, decidió ir a hablar directamente con la domadora. Al preguntar en la cafetería de su primer encuentro, le dijeron que se había suicidado tres días antes. Fue entonces cuando pudo confirmar sus sospechas sobre ella. Se trataba de Olga Petrovich, una antigua amante a la que había conocido en 1915, al acabar el rodaje de Life of Villa para la Fine Arts. Habían pasado juntos varias semanas en un apartamento cerca de la playa, y él, al cabo del tiempo, aún recordaba cómo al salir del agua se secaban el uno al otro. Quizás de no haber sido por el contrato que ofreció la Fox a Walsh unos meses después para que fuese a trabajar a Nueva York, habrían acabado casándose; al fin y al cabo, él era un romántico de pies a cabeza y ella acababa de enviudar hacía poco. 20

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Vincente Minnelli y Judy Garland.

La vida de Walsh estuvo marcada desde el principio por las mujeres. Primero fue su madre, cuya prematura muerte le decidió a irse de casa con apenas quince años, en busca de aventuras que le ayudasen a olvidar su sentimiento de orfandad. Luego vendrían ocasionales amores que conoció en alguno de sus muchos viajes por Cuba, México o Estados Unidos.Y también le dejó una profunda huella su primera esposa, la actriz Miriam Cooper, con quien había rodado dieciocho películas cuando ambos comenzaban sus carreras y a la que todavía recordaba al final de su vida pese a llevar separados más de cuarenta años. En sus memorias, el director demuestra con frecuencia que, aunque su mundo cinematográfico estuviese poblado por aventureros, la presencia de las mujeres era igualmente importante. «Somos amantes y el mundo es nuestro», le dice Olivia de Havilland a James Cagney en The Strawberry Blonde (1941). ***** Las grandes pasiones reflejadas en la pantalla han conmovido a los espectadores tanto como los romances de las propias estrellas cinematográficas en la vida real. Muchos cineastas se enamoraron de las actrices con quienes trabajaban. Pero, ¿qué tipo de amor era el suyo? ¿El del artista que se enamora de su modelo? En el siglo XV, el pintor Fray Filippo Lippi se fugó con Lucrecia Buti, una hermosa monja que le había servido de modelo para realizar la figura de una madonna. Sin embargo, la naturaleza de las historias amorosas enyo, tú, él, ella

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tre artistas y modelos o entre directores y actrices ha sido muy diversa. Rembrandt estaba enamoradísimo de su esposa Saskia van Uylenburg, a quien retrató en numerosas ocasiones y de quien le separó la muerte. Amadeo Modigliani vivió un calvario al lado de Jeanne Hébuterne. Pablo Picasso confundía a sus musas con sus amantes y modelos. Y los directores de cine no se quedaron atrás. También ellos experimentaron diferentes formas de amor con sus actrices, a medida que ellas cambiaban y a medida que cambiaban sus personajes en la pantalla. Formaron parejas de todo tipo: sólidas, entrañables, rocambolescas, desesperadas… Sus romances cambiaron el star system, las modas e incluso las conductas sociales. Hubo relaciones que no transcendieron más allá de lo meramente artístico. En algunas ocasiones los directores quedaron en un segundo plano, ensombrecidos por el brillo de sus estrellas, como sucedió con Greta Garbo y Clarence Brown o con Josef von Sternberg y Marlene Dietrich. Aun así, ellos reivindicaron una figura femenina nueva. Lo hizo George Cukor con Katharine Hepburn. Él, de hecho, dirigió Mujeres (The women, 1939), una de las primeras películas sin papeles masculinos. ***** Cuando recordaba su relación con Orson Welles, Rita Hayworth reconocía que «a menudo nuestras discusiones amorosas comenzaban al amanecer, él me golpeaba con la almohada y yo lo le lanzaba cualquier cosa que tuviera a mano; gracias a Dios, tenía mala puntería y nunca conseguí darle en la cara, ni siquiera el día en que estampé contra la pared una lamparita que había encontrado antes en casa de mis padres, un regalo que ellos habían recibido al casarse». Luego Welles le pidió a ella que se tiñera de rubio y que se cortase su larga melena para rodar juntos La dama de Shanghai (Lady from Shanghai, 1947), una película venenosa sobre los equívocos a los que puede conducir el amor. Mientras unas destruían mitos, otros los creaban. Un cineasta como Roger Vadim dio forma a diosas como Brigitte Bardot o Jane Fonda, que lo eclipsaron. John Schlesinger cinceló con Julie Christie una imagen sofisticada de la mujer. Michelangelo Antonioni lo había hecho antes con Monica Vitti, algo que luego Peter Bogdanovich no llegó a conseguir con Cybill Sheperd. Esa sofisticación ya emanaba de algunos personajes femeninos en las películas de Alfred Hitchcock, la mayoría distinguidas rubias con clase, como Grace Kelly, Tippi Hendren o Kim Novak. Ellas, unas y otras, fueron la imagen visible de una paulatina ruptura con las tradicionales convenciones sociales, algo que se desarrolló en paralelo con 22

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Jean-Luc Godard y Anna Karina.

la revolución sexual. Ficción y realidad caminaron juntos, todavía lo hacen, se retroalimentan aunque quizá de forma inconsciente. Pero ellos, los cineastas, tampoco ocultaron sus peripecias sentimentales, mostrándolas en la pantalla. François Truffaut, un ilustre seductor de actrices, lo hizo a menudo: exteriorizó sus vivencias amorosas en películas como El amante del amor (L’homme qui aimait les femmes, 1977). Hubo tórridos romances: el de Roberto Rossellini e Ingrid Bergman durante el rodaje de Stromboli (ídem, 1950), por ejemplo. Ambos abandonaron a sus respectivos cónyuges y a partir de entonces vivieron una historia de amor que sólo duró unos cuantos años y que, aun así, revolucionó la historia del cine. Ingmar Bergman se casó en cinco ocasiones y tuvo infinidad de romances con sus actrices, entre ellas Harriet Andersson o Liv Ulmann. Woody Allen, por su parte, tuvo una agitada relación con Dianne Keaton y una no menos agitada relación con Mia Farrow. No obstante, también hubo matrimonios ejemplares. El de Paul Newman y Joanne Woodward o el de Federico Fellini y Giulietta Massina, sin ir más lejos. Claro que los que más nos seducen son los tormentosos, los extravagantes, los que se salen de lo corriente. Quizá porque nos recuerdan las normas, los modelos de comportamiento, las reglas morales, esas que tratan de conducirnos por una existencia ordenada. Entremos ahora en este libro de historias sacadas de la historia del cine y veamos adónde nos conducen. yo, tú, él, ella

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uchos de los grandes directores de cine han mostrado un especial interés o fijación en las mujeres. Unas veces por su deseo de crear inolvidables personajes femeninos, otras, simplemente, porque se sentían irremisiblemente atraídos por sus actrices. Jean Luc-Godard afirmaba al principio de su carrera que «para hacer una película no hacen falta más que una pistola y una mujer». Lo que no sabía es que con el tiempo la mujer sería quien empuñase la pistola. Este libro cuenta el azaroso camino que han recorrido las mujeres desde los orígenes del cine hasta la actualidad, para «empuñar la pistola ante las cámaras». Es una singular historia del cine, del feminismo y del siglo XX. Un libro de relatos que se nutre de las relaciones que a veces se forjan entre directores y actrices, en las que no siempre es fácil trazar la frontera que divide el amor del odio.

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