Yakuza CINEMA
CARLOS & DANIEL
AGUILAR PRÓLOGO DE
KEN TAKAKURA
CALAMAR EDICIONES
CRISANTEMOS Y DRAGONES
Style to Kill Retrospectiva Seijun Suzuki
Las pistolas discuten CAMINANDO HACIA SUZUKI mediados de los años 50, Nikkatsu cosecha un gran éxito con Taiyo no kisetsu (La estación del sol, 1956) de Takumi Furukuwa; escrita por Shintaro Ishihara11, inaugura una especie de minigénero, de gran popularidad y conocido como Taiyozoku eiga (películas de la Tribu del Sol), centrado en las escaramuzas amorosas de jóvenes adinerados y violentos. Desde entonces, Nikkatsu divide mayoritariamente su línea productora entre este nuevo filón, competencia sobre todo de los directores Takumi Furukawa y Ko Nakahira, y el poco antes abierto del thriller “apátrida”. Los nuevos divos de la compañía compaginan al principio ambos géneros, y son Yujiro Ishihara, Akira Kobayashi y Keiichiro Akagi, cantando además el tema principal de la banda sonora; empero, la repentina muerte de Keiichiro Akagi en un accidente ocurrido en el estudio en 1961, y el progresivo endiosamiento de Yujiro Ishihara, hermano menor del antedicho Shintaro Ishihara, que empieza a considerar el thriller un subgénero de baja estofa, individualizan a Akira Kobayashi, situándole como prototipo del antihéroe yakuza, mientras se consolida la popularidad de Jo Shishido en roles canallescos. Por su parte, otro actor que empezó en similares roles en el thriller Nikkatsu, Tatsuya Mihashi, enseguida cambia de bando y asume el protagonismo de las películas del género de Toho, acaso por no saber cantar como sus antedichos co-
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A la sazón de intensa actividad como guionista, principalmente para el lucimiento de su hermano actor, Yujiro, si bien también probó suerte como director e intérprete. Actualmente, es por segundo período consecutivo gobernador de la prefectura de Tokio, y político polémico a causa de su postura nacionalista.
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legas. En cuanto a las actrices, despuntan en personajes de “mujer fatal” Mari Shiraki, con sus característicos bailes de night club, y la muy erótica Hisako Tsukuba12. Fukushuu wa dare ga yaru (¿Quién se encarga de la venganza?, 1957) de Hiroshi Noguchi, que incluye el debut de la antedicha Hisako Tsukuba en el rol de la amante de un yakuza, combina el ambiente circense con los bajos fondos, y el éxito obtenido determina que el prolífico director repita la pintoresca fórmula en dos películas protagonizadas por el emblemático Akira Kobayashi, Sasurai (Sin rumbo fijo, 1962) y Jigoku no yoru wa makka da ze (Las noches del infierno son rojas, 1962). Y no son éstos precisamente los únicos films del género que Noguchi rueda a la sazón, pues brinda asimismo una profusión de sexy thrillers de títulos tan sugestivos como sus antedichas actrices: Nikutai no hanko (La rebelión de la carne, 1957), Mehyo to narazumono (La pantera y el canalla, 1957), Chibusa to judan (Senos y balas, 1958), Ore wa onna wo korusu (A esa mujer la mato yo, 1958)... Esta genuina Pulp Production, al igual que su análoga occidental, se estrena directamente como “telonera” de los programas dobles cuyo “plato fuerte” corresponde a una producción importante. Empero, a buen seguro muchos espectadores, al igual que en Europa y América, acudían a estos cines de sesión continua buscando la película B preferentemente que la A. Al mismo tiempo, el incipiente Seijun Suzuki cultiva idéntico género, primeramente un tanto en la línea de su mentor y maestro Noguchi, empezando por los títulos, y con cierta predilección por el mundillo de las apuestas trucadas (carreras de caballos, combates de boxeo, etc.) y el contrabando: Rajo to kenju (La mujer desnuda y el revólver, 1957), Ankokugai no bijo (La bella de los bajos fondos, 1958), donde cambia su verdadero nombre de Seitaro por el de Seijun, y Ankokugai no ryoken (El pasaporte de los bajos fondos, 1959), que reúne a las hermosas dark ladys Mari Shiraki y Hisako Tsukuba. Pero las contribuciones al género por parte de Nikkatsu no finalizan en las manos del veterano Noguchi y el joven Suzuki. Al contrario, hay una verdadera profusión de títulos a cargo de otros realizadores, y algunos obtuvieron tanto éxito como Ore wa matteru ze (Estoy esperando, 1957) de Koreyoshi Kurahara, y, descaradamente inspirada en el clásico francés Pépé le Moko (Pépé le Moko, 1937) de Julien Duvivier, ––––––––––––––––––––––––––– 12 Hisako Tsukuba posteriormente emigrará a los Estados Unidos, donde, con su nuevo nombre de Chaco van Leuwen (Chaco es el diminutivo de Hisako, el resto, el apellido de su esposo) curiosamente produce la mediocre Piraña (Piranha, 1978) de Joe Dante y la todavía peor secuela, Piraña II. Los vampiros del mar (Piranha II. Flying Killers, 1983), de James Cameron.
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Akai hatoba (El puerto rojo, 1958) de Toshio Masuda, protagonizadas ambas por la popular pareja artística Yujiro Ishihara y Miye Kitahara, que terminaron casándose realmente. Igualmente protagonizadas por Yujiro Ishihara, aunque cambiando la pareja femenina a Ruriko Asaoka, deben recordarse también Yoru no kiba (Los colmillos de la noche, 1958) de Umetsugu Inoue y, sobre todo, Hana to Ryu (La flor y el dragón, 1962) de Toshio Masuda. Poco antes, el avezado Masuda había rodado también la interesante Yakuza no uta (La poesía del yakuza, 1960), donde el protagonista encarnado por Akira Kobayashi busca a los asesinos de su novia con la única pista de que la bala utilizada era de fabricación española... Una atención particular reclama una de las más pintorescas ideas de Nikkatsu, consistente en hibridar el Western con el yakuza eiga. No es tan disparatado, a poco que se piense, puesto que bien puede entenderse el Thriller en cuanto prolongación espiritual e histórica del Western. Y en Japón, poco antes que Nikkatsu, ya Shintoho había conferido solapadamente cierto ambiente Western a determinadas producciones suyas. En el caso concreto de Nikkatsu, esta fórmula empieza indirectamente con Nangoku Tosa ato ni shite (Dejando atrás la tierra sureña de Tosa, 1959) de Buichi Saito, y se concreta, gracias al éxito de ésta animando a su director en tal sentido, en una serie, iniciada en Gitaa wo motta wataridori (El pájaro migratorio y su guitarra, 1959) y que ratifica en el estrellato a Akira Kobayashi, secundado de nuevo por la bella Ruriko Asaoka. Es más, la cualidad Western de la serie se acentúa a medida que avanza, con la acción ambientada en zonas mineras, apartados poblados de Hokkaido o ranchos imprecisos, cuya salvación compete al “pájaro migratorio”, a caballo con la guitarra en bandolera. Todo ello a lo largo de nada menos que nueve entregas, de las cuales Saito dirige las ocho primeras, argumentalmente interconectadas, y Yoichi Ushihara la última, independiente en su trama. El éxito de esta serie de Buichi Saito –quien debutara en el yakuza eiga mediante Kore ga saigo da (Esto es el fin, 1958), que contiene uno de los pocos protagonismos de Kyosuke Machida, imprescindible secundario del género en las producciones Toei– desencadena raudamente el minigénero. Al cual se agregan, en la propia Nikkatsu, directores como Tokujiro Yamazaki –con una serie similar, hasta el punto de que también la protagonizan Akira Kobayashi y Ruriko Asaoka, que alcanza cinco entregas en año y medio y empieza con Umi kara kita nagaremono (El errante llegado del mar, 1960)– y, por supuesto, el incansable Hiroshi Noguchi, mediante otra, iniciada con
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Otoko no monsho (La marca familiar de un hombre, 1963)
Kenju buraicho. Nuki-uchi no Ryu (La leyenda de un revólver. Ryu desenfunda, 1960), con Keiichiro Akagi en el rol del héroe (que se distingue porque no mata a sus enemigos, sino que los marca con un balazo en el hombro) y como su principal oponente el siempre villanesco Jo Shishido (un actor que hizo de sus mejillas prominentes la fuente de su popularidad, hasta el punto de operárselas para abultarlas todavía más). Esta serie concluye en la cuarta entrega por el repentino fallecimiento de Akagi, como ya vimos, pero Noguchi no desiste y años después filma una entrega adicional, en la que elige como protagonista justo al Akira Kobayashi que protagonizó las otras dos series anteriores. Sin pertenecer a ninguna serie, estos años conocen otros yakuza-western, como Akai koya (La pradera roja, 1961), del insaciable Noguchi o Hayauchi yaro (El tipo de disparo rápido, 1961) de Takashi Nomura, ambas con Jo Shishido, quien, según la frase publicitaria de esta última, era “capaz de desenfundar en 0,65 segundos”, e in-
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cluso uno de Seijun Suzuki, Sandanju no otoko (El hombre de la escopeta de postas, 1961), con toques abiertamente burlescos. Toei reacciona tarde a este exitoso filón, y su respuesta lleva por muy explícito título Koya no toseinin (El yakuza de la pradera, 1968), insólitamente rodada en Australia con el protagonismo de nada menos que Ken Takakura, de quien tanto hablaremos, a partir de un argumento en deuda con el estimable western italiano De hombre a hombre (Da uomo a uomo, 1967), filmado por Giulio Petroni en Almería con Lee Van Cleef y John Phillip Law en los roles centrales. Pero si Toei copia de Nikkatsu, Nikkatsu también copia de Toei, mientras que Daiei copia de ambas y todas copian del Thriller y el Western occidentales, formando una múltiple “pescadilla que se muerde la cola”. Así, el éxito del yakuza eiga de época cosechado por producciones Toei, como la nueva versión de Jinsei gekijo. Hishakaku (El teatro de la vida. Hishakaku, 1963) de Tadashi Sawashima, determina imitaciones Nikkatsu, que empiezan el mismo año, merced a una serie de diez entregas, abierta en Otoko no monsho (La marca familiar de un hombre, 1963) de Akinori Matsuo y protagonizada por Hideki Takahashi, que en consecuencia deviene otro de los divos del género, en el rol del hijo de un oyabun. Lejos de conformarse con esta serie, Nikkatsu
Otoko no monsho (La marca familiar de un hombre, 1963)
Kanto yukyoden (La historia de un caballero de Kanto, 1963)
produce más yakuza eiga caballerescos ambientados antes de la Segunda Guerra Mundial, verbigracia Kanto yukyoden (La historia de un caballero de Kanto, 1963) de Akinori Matsuo y su propia versión de Jinsei gekijo (El teatro de la vida, 1964) de Toshio Masuda y con el antedicho Hideki Takahashi. Mientras que Daiei procura competir merced a su serie correspondiente, abierta en Waka-oyabun (El joven padrino, 1965) de Kazuo Ikehiro y con el protagonismo de una de las mayores estrellas de la compañía, Raizo Ichikawa.
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Condecoración para un gángster (Yakuza no kunsho, 1962)
Merece la pena detenerse en el citado Umetsugu Inoue, un director ecléctico que, entre otros y diversos géneros, aborda el yakuza eiga para varias productoras sin cuajar en ninguna. Le pertenecen, por cierto, las dos únicas películas del género producidas en los años 60 que llegan a estrenarse en España, Condecoración para un gangster (Yakuza no kunsho, 1962) y La rosa escarlata (Makka-na koi monogatari, 1963), y de su filmograf ía también llega a nosotros un drama romántico, El campeón y la bailarina (Shorisha, 1957). Cineasta competente y con personalidad, Inoue destaca en el género con Sannin no kaoyaku (Tres jefes, 1960), una producción de Daiei que esta empresa aborda dada la resonancia que había obtenido otra propuesta suya del género, de pocos meses antes, la muy particular Karakkaze yaro (Salvaje como un ciclón, 1960) de Yasuzo Masumura, con el protagonismo de nada menos que Yukio Mishima, desde siempre, recuérdese, devoto de la mística del yakuza honorable y solitario. Dos años más tarde, Inoue filma, nuevamente para Daiei, una adaptación de una novela de Rampo
Ankokugai saigo no hi (El último día de los bajos fondos, 1962)
Edogawa, más célebre empero por su remake a cargo de Kinji Fukasaku, Kurotokage (Lagarto Negro, 1962); en éste vuelve a intervenir Mishima (a cargo de los diálogos y brindando un breve y mudo cameo como estatua viviente) y hoy representa una película de culto, aunque fastidie más de la cuenta su hincapié en una estética gay-kitsch. Acto seguido, Inoue repite con Daiei merced a Condecoración para un gangster, que, tal como deja entrever el título español, retrata las peripecias de un good bad boy que traba amistad con un policía, tras lo cual decide colaborar con la Ley. Tras estas películas, Inoue prueba suerte en Toei, y logra así dirigir al emblemático Ken Takakura en Ankokugai saigo no hi (El último día de los bajos fondos, 1962) y Ankokugai saidai no ketto (El mayor duelo de los bajos fondos, 1963). Inmediatamente después, y ahora dentro de la venerable Shochiku, logra su mejor thriller, el asombroso La rosa escarlata, que supone nada menos que una adaptación apócrifa de Carmen, de Prosper Mérimée, acomodada entre ambientes yakuzas y con el policía protagonista (Teruo Yoshida, habitual en la filmograf ía de Teruo Ishii) fingiéndose pianista de jazz a fin de reventar una operación de tráfico de drogas; para su desgracia, cae enamorado de “Carmen”... Tan modesta como eficaz, La rosa escarlata sin duda constituye una de las cumbres del yakuza eiga.
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Ahora bien, si existe un cineasta que ha entrado en la historia dentro del yakuza eiga Nikkatsu, éste es Seijun Suzuki. Nacido en 1923 y en activo como director desde 1956, es discípulo, repetimos, del prolífico, muy prolífico, Hiroshi Noguchi. Pero si Noguchi destaca como destajista, Suzuki sobresale como estilista. Amén de sus gangsters movies, Suzuki se adentra por vez primera en el yakuza eiga con Tokyo kishitai (Los caballeros de Tokio, 1961), con base en la recurrente trama del joven que se hace cargo de la “familia yakuza” tras el asesinato del padre, y reincide en el género, si bien frívolamente, con dos películas posteriores, Highteen yakuza (Un yakuza adolescente, 1962), sobre un muchacho que protege una calle comercial de las presiones yakuzas, y la humorística Tantei jimusho 23. Kutabare akutodomo (Oficina de detectives nº 23. ¡Caed muertos, canallas!, 1963), con el protagonismo de Jo Shishido. Repitiendo Shishido, Suzuki termina de despuntar gracias a Yaju no seishun (La juventud de la bestia, 1963), un hard boiled más personal e interesante que todas las películas anteriores. Pero todavía falta un factor decisivo para la cristalización del universo Suzuki: la colaboración con el director artístico Takeo Kimura. “Enseguida advertí que su forma de dirigir no era como la de los demás”, recuerda Kimura en el documental Kabuki + Yakuzas (2001), dirigido por Carles Prats para la productora Media Park. Afirmación justificada, pues el encuentro entre ambos supera la previa etapa de Suzuki, inaugurando otra, tan asombrosa y creativa que, película tras película, singulariza al autor no ya dentro del yakuza eiga, en particular, sino en el contexto del cine japonés, en general. La escenograf ía y el sentido cromático heredados del teatro kabuki, el desprecio de la lógica narrativa, valorando el tratamiento de cada escena de forma independiente preferentemente que un ortodoxo encadenado de secuencias, y el humor del absurdo, entre otros y múltiples rasgos, magnificados por una enorme fuerza visual y sostenidos por una inventiva incesante, distinguen a partir de entonces la filmograf ía de Suzuki. En sus propios términos: “Las acciones terroristas no son más que el resultado de impulsos del espíritu humano y no de una teoría o de un sistema. Lo mismo ocurre con el cine. Una película es la consecuencia de una explosión de sentimientos y emociones, y es por completo innecesario apoyarla con argumentos”13. ––––––––––––––––––––––––––– 13
En El desierto bajo los cerezos en flor: el cine de Seijun Suzuki. Ed. Festival Internacional de Cine de Gijón / Ocho y Medio / Ed. Áqaba, Madrid, 2001.
Seijun Suzuki
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Ya siempre con el gran Kimura a cargo de la dirección artística, en lo referente a nuestro género la filmograf ía de Suzuki recomienza con Kanto mushuku (El vagabundo de Kanto, 1963), remake de Chitei no uta (La canción de los bajos fondos, 1956) de su maestro Hiroshi Noguchi, trasplantado a los años 20 al hilo de la popularidad del ninkyo eiga. La impronta Suzuki ya estalla aquí, brillando en momentos imprevistos e impactantes (por ejemplo, unos paneles al derribarse revelan un fondo rojo, inmediatamente seguido por otro negro, sobre el que cae la nieve y avanza el héroe, encarnado por Akira Kobayashi), que sin embargo no resultan disparatados ni ridículos, habida cuenta de la efectividad que revelan en el contexto, impensable en otras manos. Durante los siguientes años, Suzuki persiste en tal línea, desoyendo los reproches del presidente de Nikkatsu, Kyusaku Hori, acaso por la repercusión que alcanza, fuera del yakuza eiga, Nikutai no mon (La puerta de la carne, 1964), según una novela del erotómano Taijiro Tamura que ha conocido más versiones para el cine, antes y después, y que todavía hoy constituye uno de los hitos del cine erótico japonés, con unas escenas de policromado sadomasoquismo que sólo pueden tacharse de geniales. Suzuki no se aleja empero del género aquí tratado, mas sigue cultivándolo a su recién inaugurada manera, sin tomarse demasiado en serio los códigos jingi, los dedos cortados y el resto de la parafernalia de torturados ronin modernos. Así, tras Hana to doto (La flor y oleadas de furia, 1964), Oretachi no chi ga yurusanai (Nuestra sangre no perdona, 1964) e Irezumi ichidai (La vida de un tatuado, 1965) –con otro de los momentos cumbre de su cine, la parte final en que el tatuado protagonista a cargo de Hideki Takahashi se aventura con la katana en el cubil enemigo, donde cada habitación está bañada por una intensa luz de diferente color– ofrece otra de sus mejores y más representativas obras en Tokyo nagaremono (El vagabundo de Tokio, 1966). El antihéroe yakuza, encarnado ahora por Tetsuya Watari, canta el tema principal de la banda sonora, como acostumbra el género, y vagabundea de un lado a otro de Japón; garitos, traiciones, números musicales, una pelea en un saloon a la más pura usanza western, habitaciones de todos los colores posibles, pistolas que brincan en las manos, una lámpara roja en medio de un paisaje nevado... Comercialmente no funciona mal, hasta el punto de justificar una secuela, si bien anodina, a cargo de Kenjiro Morinaga. Sin embargo, el presidente de Nikkatsu, en crisis pese a su abultado volumen de pro-
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ducción, vuelve a exigir al tándem Suzuki-Kimura que frene, y mucho, su debilidad por la extravagancia. No obstante, al año siguiente éstos, haciendo caso omiso de la advertencia, dan la puntilla con Koroshi no rakuin (Marcado para matar, 1967), thriller sobre asesinos a sueldo que forman parte de un consorcio secreto cruzado con el mundo del yakuza eiga, según un guión escrito con el seudónimo colectivo de Hachiro Guryu, homófono de “ocho hombres idiotas”14. Una asesina con lencería negra, un gangster que se excita sexualmente con el olor del arroz al cocerse, dos pistoleros que se apuntan a la vez sin decidirse a disparar (con el tiempo, la marca de fábrica del inefable John Woo), un disparo efectuado a través de una cañería –retomado por
Ghost Dog. El camino del samurai (Ghost Dog. The Way of the Samurai, 1999)
la hipnótica Ghost Dog. El camino del samurai (Ghost Dog. The Way of the Samurai, 1999) de Jim Jarmusch– y un largo etcétera de hallazgos puntean el trepidante desarrollo. Mas Koroshi no rakuin constituye “la gota que colma el vaso” y el presidente Hori despide a Suzuki de Nikkatsu, argumentando que su cine es “incomprensible”, y negando incluso a los circuitos de exhibición nacionales la contratación de sus películas. El director, empero, no se conforma y emprende un largo juicio por despido improcedente, que, si bien termina ganando, le supondrá casi diez años sin apenas trabajar en el cine. ––––––––––––––––––––––––––– 14
Uno de estos ocho guionistas, Atsushi Yamatoya, que habitualmente trabajaba para el prolífico cineasta erótico-experimental Koji Wakamatsu (ex yakuza, dicho sea de paso) dirigió entonces un yakuza eiga de bajísimo presupuesto que paulatinamente ha ido convirtiéndose en una película de culto, Koya no datchiwaifu (La muñeca hinchable de la pradera, 1967), donde se advierten ecos de la literatura de Ambrose Bierce.
La rosa escarlata Makkana koi no monogatari, 1963
Kanto mushuku El vagabundo de Kanto, 1963
Hana to doto La flor y oleadas de furia, 1964
Tokyo nagaremono El vagabundo de Tokio, 1966
Otoko no monsho La marca familiar de un hombre, 1963
Nuki-uchi no ryu Ryu desenfunda, 1960
Showa no inochi Una vida de la Era Showa, 1968
Tekka no hanamichi El camino de la piel roja, 1968
Sasurai Sin rumbo fijo, 1962
Akai hatoba El puerto rojo, 1958
Akai yuhi no watadori El pรกjaro migratorio
Gitaa wo motta wataridori El pรกjaro migratorio
en el rojo atardecer, 1960
y su guitarra, 1959
Ore wa matteru ze Estoy esperando, 1957
Style to Kill Retrospectiva Seijun Suzuki
Pistol Opera Pistol Opera, 2001
Pistol Opera Pistol Opera, 2001
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En su día, el yakuza eiga de Suzuki no igualó la popularidad de las contribuciones al género de Toei, dado que éstas contaban con estrellas de la talla de Koji Tsuruta y Ken Takakura, e invariablemente se veía como complemento en cines de programa doble, al igual que las aportaciones de su maestro Hiroshi Noguchi. Por el contrario, actualmente la filmograf ía de Suzuki, en su totalidad, disfruta de un alto prestigio internacional, a partir de un proceso de valoración iniciado en la edición de 1984 del Festival de Pesaro.
Seijun Suzuki y Daniel Aguilar en la sala Doré de Filmoteca Española, 2001.
O quizá, hablando con mayor propiedad, goza de una categoría de culto. En España su obra ha empezado a verse sólo recientemente, en primer lugar mediante el ciclo que el canal temático Cinematk organiza con cuatro de sus películas mayores a primeros del 2001, con el refuerzo supuesto por la producción del citado documental Kabuki+Yakuzas. La repercusión de estas emisiones y de la programación de dicho documental en la madrileña sala Doré de Filmoteca Española, determina la decisión, conjuntamente entre ésta y el Festival Internacional de Cine de Gijón, de organizar una retrospectiva representativa. Ésta incluye la edición de un libro y se lleva a cabo exitosamente a lo largo del otoño de 2001, presentada, tanto en Madrid como en Gijón, por el propio Suzuki, que se somete a debates con el fascinado público desplegando una escéptica lucidez de “viejo maestro” y puntuales-irónicos rasgos de “niño terrible”... Un evento, sin duda, que marca todo un hito en la difusión en España de relevantes cineastas asiáticos. Por lo demás, el despido de Suzuki en 1967 precipita la agonía del yakuza eiga Nikkatsu. Con toda razón, pues acaba de perder su cultivador más personal. En tal tesitura, el presidente Hori no discurre otra idea que volver a imitar al ninkyo eiga de Toei, a base
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José María Prado (director de Filmoteca Española) con Suzuki en el Festival Internacional de Cine de Gijón, 2001.
Seijun Suzuki y Carlos Aguilar en el Festival Internacional de Cine de Gijón, 2001.
de réplicas más o menos ambiciosas, a veces incluso rodadas por cineastas habituales de esta productora rival. Las películas resultantes a menudo son estimables –Tekka no hanamichi (El camino de la piel roja, 1968) de Akinori Matsuo, Showa no inochi (Una vida de la era Showa, 1968) de Toshio Masuda, Nobori Ryu tekkahada (El dragón volador sobre la piel roja, 1969) de Teruo Ishii, Nihon zankyoden (Historia de los últimos caballeros del Japón, 1969) de Masahiro Mahino, Botan to Ryu (La peonía y el dragón, 1970) de Masahiro Makino, Kaidan nobori ryu (Historia sobrenatural del dragón volador, 1970) de Teruo Ishii– pero no por ello menos reveladoras del declive creativo del género en Nikkatsu. Por lo cual, esta productora a primeros de los años 70, y al mismo tiempo que quiebra otra de las majors, Daiei, decide cultivar exclusivamente el cine pornográfico, abriendo así una vía nueva en el denominado pinku eiga (literalmente, películas rosa) que se llamará Roman Porno. Desde entonces, Toei será sinónimo de yakuza eiga.