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la calidad de la educación

La corteza prefrontal, que se sigue modelando en la segunda década de vida, es la principal responsable de la función ejecutiva (ponernos metas, diseñar planes, iniciar actividades) y de la autorregulación de la conducta, lo que nos permite comprender un poco mejor a los adolescentes y sus conductas. Por lo general, los adolescentes enfrentan desafíos, presiones, estrés, tentaciones e indagan en sus cerebros, que aún no están del todo desarrollados; no es que lo no hayan tenido el tiempo ni la experiencia para adquirir un sentido amplio del mundo; simplemente, sus cerebros aún no han madurado físicamente.

Además de este desarrollo del lóbulo prefrontal, durante estos años se mejoran algunas otras estructuras, como por ejemplo la amígdala, haciendo que muchas reacciones automáticas pasen a estar más controladas por la corteza prefrontal y disminuyendo progresivamente la impulsividad propia de los primeros años de la pubertad. Es decir, poco a poco el lóbulo prefrontal mejora sus funciones de autorregulación y sus conexiones con otras estructuras. Poco a poco, a medida que las distintas áreas cerebrales van integrándose, la autorregulación –que a principios de la adolescencia dependía exclusivamente de una corteza prefrontal inmadura– se hace más eficaz.

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Al llegar a la adolescencia, es posible que observemos un pequeño (o gran) retroceso. Esto es normal y saberlo puede ayudarnos a comprender las actitudes de los adolescentes, ser más comprensivos y saber acompañarlos un poco mejor. Explicarles lo que les está ocurriendo puede ayudarles, en esta etapa de contrastes, a serenarse, a conocerse, a entenderse y a aceptarse mejor para disfrutar de forma mucho más plena de estos años. Los padres y madres deben ejercer de “corteza prefrontal” de sus hijos. Por eso, es imprescindible un ambiente de confianza, flexibilidad y diálogo, pero con límites y normas.

La corteza prefrontal sí funciona en la adolescencia, pero como no está completamente madura, sencillamente no trabaja tan rápido como si lo estuviera. Por eso, todos los adolescentes pueden tener estallidos ocasionales o episodios de juicio erróneo; después de todo, son humanos y también lo son sus cerebros.

Lidiar con la presión y el estrés no es asunto menor para un cerebro completamente maduro, así que menos lo será para uno que está en la transición de la niñez a la edad adulta y en la transición del pensamiento concreto al abstracto.

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